El Criterio - 11

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¿Estan en el poder nuestros amigos políticos ó aquellos que mas nos
convienen, y dan algunas providencias contrarias á la ley? «Las
circunstancias, decimos, pueden mas que los hombres y las leyes; el
gobierno no siempre puede ajustarse á estricta legalidad: á veces lo mas
legal es lo mas ilegítimo; y ademas, así los individuos como los
pueblos, como los gobiernos, tienen un instinto de conservacion que se
sobrepone á todo; una necesidad, á cuya presencia ceden todas las
consideraciones y todos los derechos.» La infraccion de la ley ¿se ha
hecho con lisura, confesándola sin rodeos, y excusándose con la
necesidad? «Bien hecho, decimos; la franqueza es una de las mejores
prendas de todo gobierno; ¿de qué sirve engañar á los pueblos, y
empeñarse en gobernar con ficciones y mentiras?» ¿Se ha procurado no
quebrantar la ley? pero se la ha eludido con una cavilacion fútil,
interpretándola en sentido abiertamente contrario á la mente del
legislador? «La ocurrencia ha sido feliz, decimos, al ménos se muestra
tan profundo respeto á la ley, que no se le desmiente ni en la última
extremidad. La legalidad es cosa sagrada, contra la cual es preciso no
atentar nunca; no hace poco el gobierno que no pudiendo salvar el fondo,
deja intactas las formas. Si algo hay de arbitrariedad, al ménos no se
presenta con la irritante férula del despotismo. Esto es precioso para
la libertad de los pueblos.»
Los hombres del poder ¿son nuestros adversarios? El asunto es muy
diferente. «La ilegalidad no era necesaria; y ademas, aun cuando lo
fuese, la ley es ántes que todo. ¿Adónde vamos á parar, si se concede á
los gobiernos la facultad de quebrantarla, cuando lo juzguen necesario?
Esto equivale á autorizar el despotismo; ningun gobernante infringe las
leyes, sin decir que la infraccion está justificada por necesidad
urgente é indeclinable.»
El gobierno ¿ha confesado abiertamente la infraccion de la ley? «Esto es
intolereble, exclamamos: esto es añadir á la infraccion el insulto;
siquiera se hubiese echado mano de algun lijero disfraz ... es el último
extremo de la impudencia, es la ostentacion de la arbitrariedad mas
repugnante. Está visto, en adelante no será menester andarse en rodeos;
no hiciera mas el autócrata de las Rusias.»
¿El gobierno ha procurado salvar las formas, guardando cierta apariencia
de legalidad? «No hay peor despotismo, exclamamos, que el ejercido en
nombre de la ley; la infraccion no es ménos negra, por andar acompañada
de pérfida hipocresía. Cuando un gobierno en casos apurados quebranta la
ley, y lo confiesa paladinamente, parece que con su confesion pide
perdon al público, y le da una garantía de que el exceso no será
repetido; pero el cometer las ilegalidades á la sombra de la misma ley,
es profanarla torpemente, es abusar de la buena fe de los pueblos, es
abrir la puerta á todo linaje de desmanes. En no respetando la mente de
la ley, todo se puede hacer con la ley en la mano; basta asirse de una
palabra ambigua, para contrariar abiertamente todas las miras del
legislador.»

§ IX.
Peligros de la mucha sensibilidad. Los grandes talentos. Los poetas.
Hay errores de tanto bulto, hay juicios que llevan tan manifiesto el
sello de la pasion, que no alucinan á quien no esté cegado por ella. No
está la principal dificultad en semejantes casos; sino en aquellos en
que, por presentarse mas disfrazado, no se conoce el motivo que habrá
falseado el juicio. Desgraciadamente, los hombres de elevado talento
adolecen muy á menudo del defecto que estamos censurando. Dotados por lo
comun de una sensibilidad exquisita, reciben impresiones muy vivas, que
ejercen grande influencia sobre el curso de sus ideas y deciden de sus
opiniones. Su entendimiento penetrante encuentra fácilmente razones en
apoyo de lo que se propone defender, y sus palabras y escritos arrastran
á los demas con ascendiente fascinador.
Esta será sin duda la causa de la volubilidad que se nota en hombres de
genio reconocido; hoy ensalzan lo que mañana maldicen; hoy es para ellos
un dogma inconcuso, lo que mañana es miserable preocupacion. En una
misma obra se contradicen tal vez de una manera chocante, y os conducen
á consecuencias que jamas hubierais sospechado fueran conciliables con
sus principios. Os equivocariais si siempre achacaseis á mala fe estas
singulares anomalías: el autor habrá sostenido el sí y el no con
profunda conviccion; porque sin que él lo advirtiese, esta conviccion
solo dimanaba de un sentimiento vivo, exaltado; cuando su entendimiento
se explayaba con pensamientos admirables por su belleza y brillantez, no
era mas que un esclavo del corazon; pero esclavo hábil, ingenioso, que
correspondia á los caprichos de su dueño ofreciéndole exquisitas
labores.
Los poetas, los verdaderos poetas, es decir, aquellos hombres á quienes
ha otorgado el Criador elevada concepcion, fantasía creadora y corazon
de fuego, estan mas expuestos que los demas á dejarse llevar por las
impresiones del momento. No les negaré la facultad de levantarse á las
mas altas regiones del pensamiento, ni diré que les sea imposible
moderar el vuelo de su ingenio y adquirir el hábito de juzgar con
acierto y tino; pero á no dudarlo, habrán menester mas caudal de
reflexion y mayor fuerza de carácter, que el comun de los hombres.

§ X.
El poeta y el monasterio.
Un viajero poeta atravesando una soledad oye el tañido de una campana,
que le distrae de las meditaciones en que estaba embelesado. En su alma
no se alberga la fe, pero no es inaccesible á las inspiraciones
religiosas. Aquel sonido piadoso en el corazon del desierto, cambia de
repente la disposicion de su espíritu, y le lleva á saborearse en una
melancolía grave y severa. Bien pronto descubre la silenciosa mansion
donde buscan asilo, léjos del mundo, la inocencia y el arrepentimiento.
Llega, apéase, llama, con una mezcla de respeto y de curiosidad; y al
pisar los umbrales del monasterio se encuentra con un venerable anciano,
de semblante sereno, de trato cortes y afable. El viajero es obsequiado
con afectuosa cordialidad, es conducido á la iglesia, á los claustros, á
la biblioteca, á todos los lugares donde hay algo que admirar ó notar.
El anciano monje no se aparta de su lado, sostiene la conversacion con
discernimiento y buen gusto, se muestra tolerante con las opiniones del
recien venido, se presta á cuanto puede complacerle, y no se separa de
él, sino cuando suena la hora del cumplimiento de sus deberes. El
corazon del viajero está dulcemente conmovido: el silencio interrumpido
tan solo por el canto de los salmos; la muchedumbre de objetos
religiosos que inspiran recogimiento y piedad, unidos á las estimables
cualidades y á la bondad y condescendencia del anciano cenobita,
inspiran al corazon del viajero sentimientos de religion, de admiracion
y gratitud, que señorean vivamente su alma. Despidiéndose de su
venerable huésped, se aleja meditabundo, llevándose aquellos gratos
recuerdos que no olvidará en mucho tiempo. Si en semejante situacion de
espíritu, le place á nuestro poeta intercalar en sus relaciones de viaje
algunas reflexiones sobre los institutos religiosos, ¿qué os parece que
dirá? Es bien claro. Para él, la institucion estará en aquel monasterio,
y el monasterio estará personificado en el monje cuya memoria le
embelesa. Contad pues con un elocuente trozo en favor de los institutos
religiosos, un anatema contra los filósofos que los condenan, una
imprecacion contra las revoluciones que los destruyen, una lágrima de
dolor sobre las ruinas y las tumbas.
Pero ¡ay del monasterio, y de todos los institutos monásticos, si el
viajero se hubiese encontrado con un huésped de mal talante, de
conversacion seca y desabrida, poco aficionado á bellezas literarias y
artísticas, y de humor nada bueno para acompañar curiosos! A los ojos
del poeta, el monje desagradable habria sido la personificacion del
instituto; y en castigo del mal recibimiento, hubiera sido condenado
este género de vida, y acusado de abatir el espíritu, estrechar el
corazon, apartar del trato de los hombres, formar modales ásperos y
groseros, y acarrear innumerables males sin producir ningun bien. Y sin
embargo, la realidad de los casos habria permanecido la misma en uno y
otro supuesto: mediando solo la casualidad que deparara al viajero
acogida mas ó ménos halagüeña.

§ XI.
Necesidad de tener ideas fijas.
Las reflexiones que preceden, muestran la necesidad de tener ideas fijas
y opiniones formadas sobre las principales materias; y cuando esto no
sea dable, lo mucho que importa el abstenerse de improvisarlas,
abandonándonos á inspiraciones repentinas. Se ha dicho que los grandes
pensamientos nacen del corazon, y pudiera haberse añadido, que del
corazon nacen tambien los grandes errores. Si la experiencia no lo
hiciese palpable, la razon bastaria á demostrarlo. El corazon no piensa
ni juzga, no hace mas que sentir; pero el sentimiento es un poderoso
resorte que mueve el alma, y desplega y multiplica sus facultades.
Cuando el entendimiento va por el camino de la verdad y del bien, los
sentimientos nobles y puros contribuyen á darle fuerza y brio; pero los
sentimientos ignobles, ó depravados, pueden extraviar al entendimiento
mas recto. Hasta los sentimientos buenos, si se exaltan en demasía, son
capaces de conducirnos á errores deplorables.

§ XII.
Deberes de la oratoria, de la poesía, y de las bellas artes.
Nacen de aquí consideraciones muy graves sobre el buen uso de la
oratoria, y en general de todas las artes que ó llegan al entendimiento
por conducto del corazon, ó al ménos se valen de él como de un auxiliar
poderoso. La pintura, la escultura, la música, la poesía, la literatura
en todas sus partes, tienen deberes muy severos, que olvidan con
demasiada frecuencia. La verdad y la virtud, hé aquí los dos objetos á
que se han de dirigir: la verdad para el entendimiento, la virtud para
el corazon; hé aquí lo que han de proporcionar al hombre por medio de
las impresiones con que le embelesan. En desviándose de este blanco, en
limitándose á la simple produccion del placer, son estériles para el
bien, y fecundas para el mal.
El artista que solo se propone halagar las pasiones, corrompiendo las
costumbres, es un hombre que abusa de sus talentos y olvida la mision
sublime que le ha encomendado el Criador, al dotarle de facultades
privilegiadas que le aseguran ascendiente sobre sus semejantes; el
orador que sirviéndose de las galas de la diccion, y de su habilidad
para mover los afectos y hechizar la fantasía, procura hacer adoptar
opiniones erradas, es un verdadero impostor no ménos culpable que quien
emplea medios, quizas mas repugnantes, pero mucho ménos peligrosos. No
es lícito persuadir cuando no es lícito convencer; cuando la conviccion
es un engaño, la persuasion es una perfidia. Esta doctrina es severa,
pero indudable; los dictámenes de la razon no pueden ménos de ser
severos, cuando se ajustan á las prescripciones de la ley eterna, que es
severa tambien porque es justa é inmutable.
Inferiremos de lo dicho, que los escritores ú oradores dotados de
grandes cualidades para interesar y seducir, son una verdadera calamidad
pública, cuando las emplean en defensa del error. ¿Qué importa el
brillo, si solo sirve á deslumbrar y perder? Las naciones modernas han
olvidado estas verdades, al resucitar entre ellas la elocuencia popular
que tanto dañó á las antiguas repúblicas; en las asambleas deliberantes
donde se ventilan los altos negocios del estado, donde se falla sobre
los grandes intereses de la sociedad, no debiera resonar otra voz que la
de una razon clara, sesuda, austera. La verdad es la misma, la realidad
de las cosas no se muda, porque se haya excitado el entusiasmo de la
asamblea y de los espectadores, y se haya decidido una votacion con los
acentos de un orador fogoso. Es ó no verdad lo que se sustenta, es ó no
útil lo que se propone, hé aquí lo único á que se ha de atender; lo
demas es extraviarse miserablemente, es olvidarse del fin de la
deliberacion, es jugar con los grandes intereses de la sociedad, es
sacrificarlos al pueril prurito de ostentar dotes oratorias, á la
mezquina vanidad de arrancar aplausos.
Ya se ha observado que todas las asambleas, y muy particularmente en el
principio de las revoluciones, adolecen de espíritu de invasion, y se
distinguen por sus resoluciones desatinadas. La sesion comienza tal vez
con felices auspicios, pero de repente toma un sesgo peligroso; los
ánimos se conmueven, la mente se ofusca, la exaltacion sube de punto,
llega á rayar en frenesí; y una reunion de hombres que por separado
habrian sido razonables, se convierten en una turba de insensatos y
delirantes. La causa es obvia; la impresion del momento es viva;
prepondera sobre todo, lo señorea todo con la simpatía natural al
hombre, se propaga como un flúido eléctrico, y corriendo adquiere
velocidad y fuerza; lo que al principio era una chispa, es á pocos
momentos una conflagracion espantosa.
El tiempo, los desengaños y escarmientos amaestran algun tanto á las
naciones, haciendo que se vaya embotando la sensibilidad, y no sea tan
peligrosa la fascinacion oratoria: triste remedio para el mal, la
repeticion de sus daños. Como quiera, ya que no es posible cambiar el
corazon de los hombres, serán dignos de gloria y prez los oradores
esclarecidos, que emplean en defensa de la verdad y de la justicia las
mismas armas que otros usan en pro del error y del crímen. Al lado del
veneno la Providencia suele colocar el antídoto.

§ XIII.
Ilusion causada por los pensamientos revestidos de imágenes.
A mas del peligro de errar que consigo trae la mocion de los afectos,
hay otro tal vez ménos reparado, y que sin embargo es de mucha
trascendencia, cual es el de los pensamientos revestidos con una imágen
brillante. Es indecible el efecto que este artificio produce; tal
pensamiento no mas que superficial, pasa por profundo, merced á su
disfraz grave y filosófico; tal otro que presentado desnudo fuera una
vulgaridad, mostrándose con nobles atavíos oculta su orígen plebeyo; y
una proposicion que enunciada con sequedad mostraria de bulto que es
inexacta ó falsa, ó quizas un solemne despropósito, es contada entre las
verdades que no consienten duda, si anda cubierta con ingenioso velo.
He dicho que los daños en este punto son de mucha trascendencia, porque
suelen adolecer de semejante defecto los autores profundos y
sentenciosos; y como quiera que sus palabras se escuchan con tanto mas
respeto y acatamiento, cuanto es mas fuerte el tono de conviccion con
que se expresan, resulta que el lector incauto recibe como axioma
inconcuso, ó máxima de eterna verdad, lo que á veces no es mas que un
sueño del pensador, ó un lazo tendido adrede á la buena fe de los poco
avisados[19].


CAPÍTULO XX.
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA.

§ I.
En qué consiste la filosofía de la historia. Dificultad de adquirirla.
No trato aquí de la historia bajo el aspecto crítico, sino únicamente
bajo el filósofo. Lo relativo á la simple investigacion de los hechos
está explicado en el cap. XI.
¿Cuál es el método mas á propósito para comprender el espíritu de una
época, formarse ideas claras y exactas sobre su carácter, penetrar las
causas de los acontecimientos, y señalar á cada cual sus propios
resultados? Esto equivale á preguntar cuál es el método conveniente para
adquirir la verdadera filosofía de la historia.
¿Será con la eleccion de los buenos autores? ¿pero cuáles son los
buenos? ¿quién nos asegura que no los ha guiado la pasion? ¿quién sale
fiador de su imparcialidad? ¿cuántos son los que han escrito la historia
del modo que se necesita para enseñarnos la filosofía que le
corresponde? Batallas, negociaciones, intrigas palaciegas, vidas y
muertes de principes, cambios de dinastías, de formas políticas, á esto
se reducen la mayor parte de las historias; nada que nos pinte al
individuo con sus ideas, sus afectos, sus necesidades, sus gustos, sus
caprichos, sus costumbres; nada que nos haga asistir á la vida íntima de
las familias y de los pueblos; nada que en el estudio de la historia nos
haga comprender la marcha de la humanidad. Siempre en la política, es
decir, en la superficie; siempre en lo abultado y ruidoso, nunca en las
entrañas de la sociedad, en la naturaleza de las cosas, en aquellos
sucesos que por recónditos y de poca apariencia, no dejan de ser de la
mayor importancia.
En la actualidad se conoce ya este vacío, y se trabaja por llenarle. No
se escribe la historia sin que se procure filosofar sobre ella. Esto que
en sí es muy bueno, tiene otro inconveniente, cual es, que en lugar de
la verdadera filosofía de la historia se nos propina con frecuencia la
filosofía del historiador. Mas vale no filosofar que filosofar mal; si
queriendo profundizar la historia la trastorno, preferible seria que me
atuviese al sistema de nombres y fechas.

§ II.
Se indica un medio para adelantar en la filosofía de la historia.
Preciso es leer las historias, y á falta de otras, debe uno atenerse á
las que existen; sin embargo yo me inclino á que este estudio no basta
para aprender la filosofía de la historia. Hay otro mas á propósito, y
que hecho con discernimiento, es de un efecto seguro: el estudio
inmediato de los monumentos de la época. Digo _inmediato_, esto es, que
conviene no atenerse á lo que nos dice de ellos el historiador, sino
verlos con los propios ojos.
Pero este trabajo, se me dirá, es muy pesado, para muchos imposible,
difícil para todos. No niego la fuerza de esta observacion; pero
sostengo que en muchos casos, el método que propongo ahorra tiempo y
fatigas. La vista de un edificio, la lectura de un documento, un hecho,
una palabra al parecer insignificantes y en que no ha reparado el
historiador, nos dicen mucho mas y mas claro, y mas verdadero y exacto,
que todas sus narraciones.
Un historiador se propone retratarme la sencillez de las costumbres
patriarcales; recoge abundantes noticias sobre los tiempos mas remotos,
y agota el caudal de su erudicion, filosofía y elocuencia, para hacerme
comprender lo que eran aquellos tiempos y aquellos hombres, y ofrecerme
lo que se llama una descripcion completa. A pesar de cuanto me dice, yo
encuentro otro medio mas sencillo, cual es el asistir á las escenas
donde se me presenta en movimiento y vida lo que trato de conocer. Abro
los escritores de aquellas épocas, que no son ni en tanto número, ni tan
voluminosos, y allí encuentro retratos fieles que enseñan y deleitan. La
Biblia y Homero nada me dejan que desear.

§ III.
Aplicacion á la historia del espíritu humano.
La inteligencia humana tiene su historia, como la tienen los sucesos
exteriores; historia tanto mas preciosa, cuanto nos retrata lo mas
íntimo del hombre, y lo que ejerce sobre él poderosa influencia.
Hállanse á cada paso descripciones de escuelas, y del carácter y
tendencia del pensamiento en esta ó aquella época; es decir que son
muchos los historiadores del entendimiento; pero si se desea saber algo
mas que cuatro generalidades, siempre inexactas, y á menudo totalmente
falsas, es preciso aplicar la regla establecida: leer los autores de la
época que se desea conocer. Y no se crea que es absolutamente necesario
revolverlos todos, y que así este método se haga impracticable para el
mayor número de los lectores; una sola página de un escritor nos pinta
mas al vivo su espíritu y su época que cuanto podrian decirnos los mas
minuciosos historiadores.

§ IV.
Ejemplo sacado de las fisonomías, que aclara lo dicho sobre el modo de
adelantar en la filosofía de la historia.
Si el lector se contenta con lo que le dicen los otros, y no trata de
examinarlo por sí mismo, logrará tal vez un conocimiento _histórico_,
pero no _intuitivo_: _sabrá_ lo que son los hombres y las cosas, pero no
lo _verá_: dará razon de la cosa, pero no será capaz de pintarla. Una
comparacion aclarará mi pensamiento. Supongamos que se me habla de un
sugeto importante que no puedo tratar ni ver, y curioso yo de saber algo
de su figura y modales, pregunto á los que le conocen personalmente. Me
dirán, por ejemplo, que es de estatura mas que mediana, de espaciosa y
despejada frente, cabello negro y caido con cierto desórden, ojos
grandes, mirada viva y penetrante, color pálido, facciones animadas y
expresivas; que en sus labios asoma con frecuencia la sonrisa de la
amabilidad, y que de vez en cuando anuncia algo de maligno; que su
palabra es mesurada y grave, pero que con el calor de la conversacion se
hace rápida, incisiva y hasta fogosa; y así me irán ofreciendo un
conjunto físico y moral para darme la idea mas aproximada posible; si
supongo que estas y otras noticias son exactas, que se me ha descrito
con toda fidelidad el original, tengo una idea de lo que es la persona
que llamaba mi curiosidad, y podré dar cuenta de ella á quien como yo
estuviese deseoso de conocerla. Pero ¿es esto bastante para formar un
concepto cabal de la misma, para que se me presente á la imaginacion
tal como es en sí? Ciertamente que no. ¿Quereis una prueba? Suponed que
el que ha oido la relacion es un retratista de mucho mérito; ¿será capaz
de retratar á la persona descrita? Que lo intente, y concluida la obra,
preséntese de improviso el original, es bien seguro que no se le
conocerá por la copia.
Todos habremos experimentado por nosotros mismos esta verdad: cien y
cien veces habremos oido explicar la fisonomía de una persona; á nuestro
modo nos hemos formado en la imaginacion una figura en la cual hemos
procurado reunir las cualidades oidas; pues bien, cuando se presenta la
persona, encontramos tanta diferencia que nos es preciso retocar mucho
el trabajo, si no destruirle totalmente. Y es que hay cosas de que es
imposible formarse idea clara y exacta sin tenerlas delante; y las hay
en gran número, y sumamente delicadas, imperceptibles por separado y
cuyo conjunto forma lo que llamamos la fisonomía. ¿Cómo explicaréis la
diferencia de dos personas muy semejantes? No de otra manera que
viéndolas: se parecen en todo, no sabriais decir en qué discrepan; pero
hay alguna cosa que no las deja confundir: á la primera ojeada lo
percibís, sin atinar lo que es.
Hé aquí todo mi pensamiento. En las obras críticas se nos ofrecen
extensas y tal vez exactas descripciones del estado del entendimiento en
tal ó cual época; y á pesar de todo no la conocemos aun: si se nos
presentasen trozos de escritores de tiempos diferentes, no acertaríamos
á clasificarlos cual conviene; nos fatigaríamos en recordar las
cualidades de unos y otros, pero esto no nos evitaria el caer en
equivocaciones groseras, en disparatados anacronismos. Con mucho ménos
trabajo saliéramos airosos del empeño si hubiésemos leido los autores de
que se trata: quizas no disertaríamos con tanto aparato de erudicion y
crítica; pero juzgaríamos con harto mas acierto. «El giro del
pensamiento, diríamos, el estilo, el lenguaje revelan un escritor de tal
época; este trozo es apócrifo, aquí se descubre la mano de tal otro
tiempo;» y así andaríamos clasificando sin temor de equivocarnos, por
mas que no pudiésemos hacernos comprender bien de aquellos que como
nosotros, no conociesen de vista á aquellos personajes. Si entónces se
nos dijera: «y tal cualidad, ¿cómo es que no se encuentra aquí? ¿porqué
tal otra se halla en mayor grado? porqué?...» «Imposible será,»
replicaríamos quizas nosotros, «satisfacer todos los escrúpulos de V.;
lo que puedo asegurar es, que los personajes que figuran aquí los tengo
bien conocidos; y que no puedo equivocarme sobre los rasgos de su
fisonomía, porque los he visto muchas veces.»


CAPÍTULO XXI.
RELIGION.

§ I.
Insensato discurrir de los indiferentes en materias de religion.
Impropio fuera de este lugar, un tratado de religion, pero no lo serán
algunas reflexiones para dirigir el pensamiento en esta importantísima
materia. De ellas resultará que los indiferentes ó incrédulos son
pésimos pensadores.
La vida es breve, la muerte cierta: de aquí á pocos años el hombre que
disfruta de la salud mas robusta y lozana, habrá descendido al sepulcro,
y sabrá por experiencia lo que hay de verdad en lo que dice la religion
sobre los destinos de la otra vida. Si no creo, mi incredulidad, mis
dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi indiferencia, mi orgullo
insensato, no destruyen la realidad de los hechos: si existe otro mundo
donde se reservan premios al bueno, y castigos al malo, no dejará
ciertamente de existir porque á mí me plazca el negarlo; y ademas esta
caprichosa negativa no mejorará el destino que segun las leyes eternas
me haya de caber. Cuando suene la última hora, será preciso morir, y
encontrarme con la nada ó con la eternidad. Este negocio es
exclusivamente mio, tan mio, como si yo existiera solo en el mundo:
nadie morirá por mí; nadie se pondrá en mi lugar en la otra vida,
privándome del bien, ó librándome del mal. Estas consideraciones me
muestran con toda evidencia, la alta importancia de la religion; la
necesidad que tengo de saber lo que hay de verdad en ella; y que si
digo, «sea lo que fuere de la religion, no quiero pensar en ella,» hablo
como el mas insensato de los hombres.
Un viajero encuentra en su camino un rio caudaloso; le es preciso
atravesarle, ignora si hay algun peligro en este ó aquel vado, y está
oyendo que muchos que se hallan como él á la orilla, ponderan la
profundidad del agua en determinados lugares, y la imposibilidad de
salvarse el temerario que á tantearlos se atreviese. El insensato dice:
«¿qué me importan á mí esas cuestiones?» y se arroja al rio sin mirar
por dónde. Hé aquí al indiferente en materias de religion.

§ II.
El indiferente y el género humano.
La humanidad entera se ha ocupado y se está ocupando de la religion; los
legisladores la han mirado como el objeto de la mas alta importancia;
los sabios la han tomado por materia de sus mas profundas meditaciones;
los monumentos, los códigos, los escritos de las épocas que nos han
precedido, nos muestran de bulto este hecho, que la experiencia cuida de
confirmar; se ha discurrido y disputado inmensamente sobre la religion;
las bibliotecas estan atestadas de obras relativas á ella; y hasta en
nuestros dias la prensa va dando otras á luz en número muy crecido:
cuando pues viene el indiferente y dice: «todo esto no merece la pena de
ser examinado; yo juzgo sin oir, estos sabios son todos unos mentecatos,
estos legisladores unos necios, la humanidad entera es una miserable
ilusa, todos pierden lastimosamente el tiempo en cuestiones que nada
importan;» ¿no es digno de que esa humanidad, y esos sabios, y esos
legisladores, se levanten contra él, arrojen sobre su frente el borron
que él les ha echado, y le digan á su vez: «¿quién eres tú que así nos
insultas, que así desprecias los sentimientos mas íntimos del corazon, y
todas las tradiciones de la humanidad? ¿que así declaras frívolo lo que
en toda la redondez de la tierra se reputa grave é importante? ¿quién
eres tú? ¿Has descubierto por ventura el secreto de no morir? miserable
monton de polvo, ¿olvidas que bien pronto te dispersará el viento? Débil
criatura, ¿cuentas acaso con medios para cambiar tu destino en esa
region que desconoces; la dicha ó la desdicha ¿son para tí indiferentes?
Si existe ese juez, de quien no quieres ocuparte, ¿esperas que se dará
por satisfecho, si al llamarte á juicio le respondes: «¿y á mí qué me
importaban vuestros mandatos, ni vuestra misma existencia?» Antes de
desatar tu lengua con tan insensatos discursos, date una mirada á tí
mismo; piensa en esa débil organizacion que el mas leve accidente es
capaz de trastornar, y que brevísimo tiempo ha de bastar á consumir; y
entónces siéntate sobre una tumba, recógete y medita.

§ III.
Tránsito del indiferentismo al exámen. Existencia de Dios.

Curado el buen pensador del achaque de indiferentismo, convencido
profundamente de que la religion es el asunto de mas elevada
importancia, debiera pasar mas adelante y discurrir de esta manera: ¿Es
probable que todas las religiones no sean mas que un cúmulo de errores,
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