El Criterio - 03

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de la humanidad, que en muchos casos se acomoda á ellos la ciencia, y
que en las mas de las investigaciones no tiene el entendimiento otra
guia.
Creo que nadie pondrá dificultad en que las frutas cuando han adquirido
cierto tamaño, figura y color, dan señal de que son sabrosas; ¿cómo sabe
esta relacion el rústico que las coge? ¿Cómo de la existencia del color
y demas calidades que ve, infiere la de otra que no experimenta, la del
sabor? Exigidle que os explique la teoria de este enlace, y no sabrá qué
responderos; pero objetadle dificultades y empeñaos en persuadirle que
se equivoca en la eleccion, y se reirá de vuestra filosofía, asegurado
en su creencia por la simple razon de que «siempre sucede así.»
Todo el mundo está convencido de que cierto grado de frio hiela los
líquidos, y que otro de calor los vuelve al primer estado. Muchos son
los que no saben la razon de estos fenómenos; pero nadie duda de la
relacion entre la congelacion y el frio y la liquidacion y el calor.
Quizás podrian suscitarse dificultades sobre las explicaciones que en
esta parte ofrecen los físicos; pero el linaje humano no aguarda á que
en semejantes materias lo ilustren los sabios: «siempre existen juntos
estos hechos, dice; luego entre ellos hay alguna relacion que los liga.»
Son infinitas las aplicaciones que podrian hacerse de la regla
establecida; pero las anteriores bastan para que cualquiera las
encuentre por sí mismo. Solo diré que la mayor parte de los usos de la
vida estan fundados en este principio: la simultánea existencia de dos
seres observada por dilatado tiempo, autoriza para deducir que
existiendo el uno existirá tambien el otro. Sin dar por segura esta
regla, el comun de los hombres no podria obrar; y los mismos filósofos
se encontrarian mas embarazados de lo que tal vez se figuran. Darian
pocos pasos mas que el vulgo.
La 2ª. regla es muy análoga á la primera: se funda en los mismos
principios, y se aplica á los mismos usos. La constante experiencia
manifiesta que el pollo sale de un huevo; nadie hasta ahora ha explicado
satisfactoriamente cómo del licor encerrado en la cáscara se forma aquel
cuerpecito tan admirablemente organizado; y aun cuando la ciencia diese
cumplida razon del fenómeno, el vulgo no lo sabria; y sin embargo ni
este ni los sabios vacilan en creer que hay una relacion de dependencia
entre el licor y el polluelo; al ver el pequeño viviente, todos estamos
seguros de que le ha precedido aquella masa que á nuestros ojos se
presentaba informe y torpe.
La generalidad de los hombres, ó mejor diremos, todos, ignoran
completamente de qué manera la tierra vegetal concurre al desarrollo de
las semillas y al crecimiento de las plantas; ni cual es la causa de que
unos terrenos se adapten mejor que otros á determinadas producciones;
pero _siempre_ se ha visto así, y esto es suficiente para que se crea
que una cosa depende de otra, y para que al ver la segunda deduzcamos
sin temor de errar la existencia de la primera.

§ IV.
Observaciones sobre la relacion de casualidad. Una regla de los
dialécticos.
Sin embargo conviene advertir la diferencia que va de la sucesion
observada una sola vez, ó repetida muchas. En el primer caso, no solo no
arguye casualidad, pero ni aun relacion de ninguna clase; en el 2º. no
siempre indica dependencia de efecto y causa, pero sí al ménos
dependencia de una causa comun. Si el flujo y reflujo del mar se hubiese
observado que coincidia una que otra vez con cierta posicion de la luna,
no podria inferirse que existia relacion entre los dos fenómenos; mas
siendo constante la expresada coincidencia, los fisicos debieron
inferir, que si el uno no es causa del otro, al ménos tienen ambos una
causa comun, y que así estan ligados en su origen.
A pesar de lo que acabo de decir, tienen mucha razon los dialécticos
cuando tachan de sofístico el raciocinio siguiente: _post hoc, ergo
propter hoc; despues de esto, luego por esto_. 1º. Porque ellos no
hablan de una sucesion constante; 2º. porque aun cuando hablaran, esta
sucesion puede indicar dependencia de una causa comun, y no que lo uno
sea causa de lo otro.
Si bien se observa, la misma regla á que atendemos en los negocios
comunes, es mas general de lo que á primera vista pudiera parecer: de
ella nos servimos en el curso ordinario de las cosas, de la propia
suerte que en lo tocante á la naturaleza. Segun el objeto de que se
trata se modifica la aplicacion de la regla: en unos casos basta una
experiencia de pocas veces, en otros se la exige mas repetida; pero en
el fondo siempre andamos guiados por el mismo principio: dos hechos que
siempre se suceden, tienen entre si alguna dependencia, la existencia
del uno indicará pues la del otro.

§ V.
Un ejemplo.
Es de noche y veo que en la cima de una montaña se enciende un fuego; á
poco rato de arder, noto que en la montaña opuesta asoma una luz; brilla
por breve tiempo y desaparece. Esta ha salido despues de encendido el
fuego en la parte opuesta; pero de aquí no puedo inferir que haya entre
los dos hechos relacion alguna. Al dia siguiente, veo otra vez que se
enciende el fuego en el mismo lugar, y que del mismo modo se presenta la
luz. La coincidencia en que ayer no me habia parado siquiera, ya me
llama la atencion hoy: pero esto podrá ser una casualidad, y no pienso
mas en ello. Al otro dia acontece lo mismo; crece la sospecha de que no
sea una señal convenida. Durante un mes se verifica lo propio; la hora
es siempre la misma, pero nunca falta la aparicion de la luz á poco de
arder el fuego; entónces ya no me cabe duda de que ó el un hecho es
dependiente del otro, ó por lo ménos hay entre ellos alguna relacion; y
ya no me falta sino averiguar en qué consiste una novedad que no acierto
á comprender.
En semejantes casos el secreto para descubrir la verdad, y prevenir los
juicios infundados, consiste en atender á todas las circunstancias del
hecho, sin descuidar ninguna por despreciable que parezca. Así en el
ejemplo anterior, supuesto que á poco de encendido el fuego se
presentaba la luz, diráse á primera vista, que no es necesario pararse
en la hora de la noche, y ni tampoco en si esta hora variaba ó no. Mas
en la realidad estas circunstancias eran muy importantes, porque segun
fuese la hora, era mas ó menos probable que se encendiese fuego y
apareciese luz; y siendo siempre la misma, era mucho ménos probable que
los dos hechos tuviesen relacion, que si hubiera sido variada. Un
imprudente que no reparase en nada de eso, alarmaria la comarca con las
pretendidas señales; no cabria ya duda de que algunos malhechores se
ponen de acuerdo, se explicaria sin dificultad el robo que sucedió tal ó
cual dia, se comprenderia lo que significaba un tiro que se oyó por
aquella parte, y cuando la autoridad tendria aviso del malvado complot,
cuando recaerian ya negras sospechas sobre familias inocentes; hé aqui
que los exploradores enviados á observar de cerca el misterio, podrian
volver muy bien riéndose del espanto y del espantador, y descifrando el
enigma en los términos siguientes: «Muy cerca de la cima donde arde el
fuego, está situada la casa de la familia A, que á la hora de acostarse
aposta un vigilante en las cercanías, porque tiene noticia de que unos
leñadores quieren estropear parte de bosque plantado de nuevo. El
centinela siente frio, y hace muy bien en encender lumbre sin ánimo de
espantar á nadie, sino es á los malandrines de segur y cuerda. Como
cabalmente aquella es la hora en que suelen acostarse los comarcanos, lo
hace tambien la familia B que habita en la cumbre de la montaña
opuesta. Al sonar el reloj, levanta el dueño los reales de la chimenea,
dice á todo el mundo: «vámonos á dormir,» y entre tanto él sale á un
terrado al cual dan varias puertas, y empuja por la parte de afuera para
probar si los muchachos han cerrado bien. Como el buen hombre va á
recogerse, lleva en la mano el candil, y héos aquí la luz misteriosa que
salia á una misma hora, y desaparecia en breve, coincidiendo con el
fuego, y haciendo casi pasar por ladrones á quienes solo trataban de
guardarse de ladrones.
¿Qué debia hacer en tal caso un buen pensador? Hélo aquí. A poco rato de
encendido el fuego aparece la luz, y siempre á una misma hora poco mas ó
ménos, lo que inclina á creer que será una señal convenida. El país está
en paz, con que esto debiera de ser inteligencia de malhechores. Pero
cabalmente no es probable que lo sea, porque no es regular que escojan
siempre un mismo lugar y tiempo, con riesgo de ser notados y
descubiertos. Ademas que la operacion seria muy larga durando un mes, y
estos negocios suelen redondearse con un golpe de mano. Por aquellas
inmediaciones estan las casas A y B, familias de buena reputacion que no
se habrán metido á encubridores. Parece pues que ó ha de haber
coincidencia puramente casual, ó que si hay seña, debe de ser sobre
negocio que no teme los ojos de la justicia. La hora del suceso es
precisamente la en que se recogen los vecinos de esta tierra; veamos si
esto no será que algunos quehaceres obligan á los unos á encender fuego,
y á los otros á sacar la luz.

§ VI.
Reflexiones sobre el ejemplo anterior.
Reflexionando sobre el ejemplo anterior, se nota que á pesar de la
ninguna relacion de seña ni causa, que en sí tenian los dos hechos, no
obstante reconocian en cierto modo un mismo orígen: el sonar la hora de
acostarse. Así se echa de ver, que el error no estaba en suponer que
habia algo de comun en ellos, ni en pensar que la coincidencia no era
puramente casual, sino en que se apelaba á interpretaciones destituidas
de fundamento, se buscaba en la intencion concertada de las personas lo
que era simple efecto de la identidad de la hora.
Esta observacion enseña por una parte el tino con que debe precederse en
determinar la clase de relacion que entre sí tienen dos hechos,
simultáneos ó sucesivos; pero por otra confirma mas y mas la regla dada,
de que cuando la simultaneidad ó sucesion son constantes, arguyen algun
vínculo ó relacion, ó de los hechos entre sí, ó de ambos con un tercero.

§ VII.
La razon de un acto que parece instintivo.
Profundizando mas la materia, encontraremos que el inferir de la
coexistencia ó sucesion la relacion entre los hechos coexistentes ó
sucesivos, aunque parezca un acto instintivo y ciego, es la aplicacion
de un principio que tenemos grabado en el fondo de nuestra alma, y del
que hacemos continuo uso sin advertirlo siquiera. Este principio es el
siguiente: «_donde hay órden, donde hay combinacion, hay causa que
ordena y combina; el acaso es nada_.» Una que otra coincidencia la
podemos mirar como casual, es decir, sin relacion; pero en siendo muy
repetida, ya decimos sin vacilar: «aquí hay enlace, hay misterio, no
llega á tanto la casualidad.»
Así se verifica que examinando á fondo el espíritu humano, encontramos
en todas partes la mano bondadosa de la Providencia, que se ha
complacido en enriquecer nuestro entendimiento y nuestro corazon con
inestimables preciosidades[6].


CAPÍTULO VII.
LA LÓGICA ACORDE CON LA CARIDAD.

§ I.
Sabiduría de la ley que prohibe los juicios temerarios.
La ley cristiana que prohibe los juicios temerarios es no solo ley de
caridad, sino de prudencia, y buena lógica. Nada mas arriesgado que
juzgar de una accion, y sobre todo de la intencion, por meras
apariencias; el curso ordinario de las cosas lleva tan complicados los
sucesos, los hombres se encuentran en situaciones tan varias, obran por
tan diferentes motivos, ven los objetos de maneras tan distintas, que á
menudo nos parece un castillo fantástico, lo que examinado de cerca, y
con presencia de las circunstancias se halla lo mas natural, lo mas
sencillo y arreglado.

§ II.
Exámen de la máxima «piensa mal y no errarás.»
El mundo cree dar una regla de conducta muy importante, diciendo «piensa
mal y no errarás,» y se imagina haber enmendado de esta manera la moral
evangélica. «Conviene no ser demasiado cándido, se nos advierte
continuamente; es necesario no fiarse de palabras; los hombres son muy
malos, obras son amores y no buenas razones:» como si el Evangelio nos
enseñase á ser imprudentes é imbéciles; como si Jesucristo al
encomedarnos que fuésemos sencillos como la paloma, no nos hubiera
avisado que no creyésemos á todo espíritu, que para conocer el árbol
atendiésemos al fruto; y finalmente como si á propósito de la malicia de
los hombres, no leyéramos ya en las primeras páginas de la Sagrada
Escritura que el corazon del hombre está inclinado al mal desde su
adolescencia.
La máxima perniciosa, que se propone nada ménos que asegurar el acierto
con la malignidad del juicio, es tan contraria á la caridad cristiana,
como á la sana razon. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre
mas mentiroso dice mucho mayor número de verdades que de mentiras, y que
el mas malvado hace muchas mas acciones buenas ó indiferentes que malas.
El hombre ama naturalmente la verdad y el bien; y no se aparta de ellos
sino cuando las pasiones le arrastran y extravian. Miente el mentiroso
en ofreciéndosele alguna ocasion en que faltando á la verdad, cree
favorecer sus intereses ó lisonjear su vanidad necia; pero fuera de
estos casos, naturalmente dice la verdad, y habla como el resto de los
hombres. El ladron roba, el liviano se desmanda, el pendenciero riñe,
cuando se presenta la oportunidad, estimulando la pasion; que si
estuviesen abandonados de continuo á sus malas inclinaciones, serian
verdaderos monstruos, su crímen degeneraria en demencia; y entónces el
decoro y buen órden de la sociedad reclamarian imperiosamente que se los
apartase del trato de sus semejantes.
Infiérese de estas observaciones que el juzgar mal, no teniendo el
debido fundamento, y el tomar la malignidad por garantía de acierto, es
tan irracional como si habiendo en una urna muchísimas bolas blancas, y
poquísimas negras, se dijera que las probabilidades de salir estan en
favor de las negras.

§ III.
Algunas reglas para juzgar de la conducta de los hombres.
Caben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la
prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma.

REGLA 1ª.
No se debe fiar de la virtud del comun de los hombres, puesta á prueba
muy dura.
La razon es clara, el resistir á tentaciones muy vehementes exige virtud
firme y acendrada. Esta se halla en pocos. La experiencia nos enseña que
en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir; y la
Escritura nos previene que quien ama el peligro perecerá en él.
Sabeis que un comerciante honrado se halla en los mayores apuros, cuando
todo el mundo le considera en posicion muy desembarazada. Su honor, el
porvenir de su familia, estan pendientes de una operacion poco justa,
pero muy beneficiosa. Si se decide á ella, todo queda remediado; si se
abstiene, el fatal secreto se divulga, y la perdicion total es
inevitable. ¿Qué hará? Si en la operacion podeis salir perjudicado,
precaveos á tiempo; apartaos de un edificio que si bien en una situacion
regular no amenazaba ruina, está ahora batido por un furioso huracan.
Teneis noticia de que dos personas de amable trato y bella figura, han
trabado relaciones muy íntimas y frecuentes; ambos son virtuosos, y aun
cuando no mediaran otros motivos, el honor debiera bastar á contenerlos
en los debidos límites. Si teneis interes en ello, tomad vuestro partido
con presteza; si no callad; no juzgueis temerariamente; pero rogad á
Dios por ambos, que las oraciones podrán no ser inútiles.
Estais en el gobierno, los tiempos son malos, la época crítica, los
peligros muchos. Uno de vuestros dependientes encargado de un puesto
importante se halla asediado noche y dia por un enemigo que dispone de
largas talegas. El dependiente es honrado segun os parece, tiene grandes
compromisos por vuestra causa, y sobre todo es entusiasta de ciertos
principios, y los sustenta con mucho acaloramiento. A pesar de todo,
será bueno que no perdais de vista el negocio. Haréis muy bien en creer
que el honor y las convicciones de vuestro dependiente no se rajarán con
los golpes de un ariete de cincuenta mil pesos fuertes; pero será mejor
que no lo probeis, mayormente si las consecuencias fuesen irreparables.
Un amigo os ha hecho grandes ofrecimientos, y no podeis dudar que son
sinceros. La amistad es antigua, los títulos muchos y poderosos, la
simpatia de los corazones está probada; y para colmo de dicha, hay
identidad de ideas y sentimientos. Preséntase de improviso un negocio en
que vuestra amistad le ha de costar cara; si no os sacrifica se expone á
graves pérdidas, á inminentes peligros. Para lo que pudiera suceder,
resignaos á ser víctima, temed que las afectuosas protestas se quedarán
sin cumplirse, y que en cambio de vuestro duelo, se os pagará con una
satisfaccion tan gemebunda como estéril.
Estais viendo á una autoridad en aprieto; se la quiere forzar á un acto
de alta trascendencia, á que no puede acceder sin degradarse, sin faltar
á sus deberes mas sagrados, sin comprometer intereses de la mayor
importancia. El magistrado es naturalmente recto; en su larga carrera no
se le conoce una felonía; y su entereza está acompañada de cierta
firmeza de carácter. Los antecedentes no son malos. Sin embargo, cuando
veais que la tempestad arrecia, que el motin sube ya la escalera, cuando
golpee á la puerta del gabinete el osado demagogo que lleva en una mano
el papel que se ha de firmar, y en otra el puñal ó una pistola
amartillada; temed mas por la suerte del negocio, que por la vida del
magistrado. Es probable que no morirá; la entereza no es el heroismo.
Con los anteriores ejemplos se echa de ver que en algunas ocasiones es
lícito y muy prudente desconfiar de la virtud de los hombres; lo que
acontece cuando el obrar bien exige una disposicion de ánimo, que la
razon, la experiencia y la misma religion, nos enseñan ser muy rara. Es
claro ademas, que para sospechar mal, no siempre será menester que el
apuro sea tal como se ha pintado. Para el comun de los hombres suele
bastar mucho ménos; y para los decididamente malos la simple oportunidad
equivale á vehemente tentacion. Así no es posible señalar otra regla
para discernir los casos, sino que es preciso atender á las
circunstancias de la persona que es el objeto del juicio, graduando la
probabilidad del mal por su habitual inclinacion á él, ó su adhesion á
la virtud.
De estas consideraciones nacen las otras reglas.

REGLA 2ª.
Para conjeturar cuál será la conducta de una persona en un caso dado, es
preciso conocer su inteligencia, su índole, carácter, moralidad,
intereses y cuanto puede influir en su determinacion.
El hombre, aunque dotado de libertad de albedrio, no deja de estar
sujeto á una muchedumbre de influencias que contribuyen poderosamente á
decidirle. El olvido de una sola circunstancia nos puede llevar al
error. Así, suponiendo que un hombre está en un compromiso de que le es
difícil salir sin faltar á sus deberes, parece á primera vista que en
sabiendo cuál es su moralidad, y cuáles los obstáculos que á la sazon
median para obrar conforme á ella, tenemos datos bastantes para
pronosticar sobre el éxito. Pero entónces no llevamos en cuenta una
cualidad que influye sobre manera en casos semejantes: la firmeza de
carácter. Este olvido podrá hacer muy bien que defraude nuestras
esperanzas un hombre virtuoso, y las exceda el malo; pues que para sacar
airosa la virtud en circunstancias apuradas, sirve admirablemente el que
obren en su favor pasiones enérgicas. Un alma de temple fuerte y brioso,
se exalta y cobra nuevo aliento á la vista del peligro; en el
cumplimiento del deber se interesa entónces el orgullo; y un corazon que
naturalmente se complace en superar obstáculos, y arrostrar riesgos, se
siente mas osado y resuelto cuando se halla animado por el grito de la
conciencia. El ceder es debilidad, el volver atras cobardia; el faltar
al deber es manifestar miedo, es someterse á la afrenta. El hombre de
intencion recta y corazon puro, pero pusilánime, mirará las cosas con
ojos muy diferentes. «Hay un deber que cumplir, es verdad; pero trae
consigo la muerte de quien lo cumpla, y la orfandad de la familia. El
mal se hará tambien de la misma manera; y quizas los desastres serán
mayores. Es necesario dar al tiempo lo que es suyo: la entereza no ha de
convertirse en terquedad: los deberes no han de considerarse en
abstracto, es preciso atender á todas las circunstancias; las virtudes
dejan de serlo, si no andan regidas por la prudencia. El buen hombre ha
encontrado por fin lo que buscaba: un parlamentario entre el bien y el
mal; el miedo con su propio traje no servia para el caso; pero ya se ha
vestido de prudencia; la transaccion no se hará esperar mucho.
Hé aquí un ejemplo bien palpable, y por cierto nada imaginario, de que
es preciso atender á todas las circunstancias del individuo que se ha de
juzgar. Desgraciadamente el conocimiento de los hombres es uno de los
estudios mas dificiles; y por lo mismo es tarea espinosa el recoger los
datos precisos para acertar.

REGLA 3ª.
Debemos cuidar mucho de despojarnos de nuestras ideas y afecciones, y
guardarnos de pensar que los demas obrarán como obraríamos nosotros.
La experiencia de cada dia nos enseña que el hombre se inclina á juzgar
de los demas tomándose por pauta á sí mismo. De aquí han nacido los
proverbios «quien mal no hace, mal no piensa;» y «piensa el ladron que
todos son de su condicion.» Esta inclinacion es uno de los mayores
obstáculos para encontrar la verdad en todo lo concerniente á la
conducta de los hombres; ella expone con frecuencia al virtuoso á ser
presa de los amaños del malvado; y dirige á menudo contra probada
honradez, y quizas acendrada virtud, los tiros de la maledicencia.
La reflexion, ayudada por costosos desengaños, cura á veces este
defecto, orígen de muchos males privados y públicos; pero su raiz está
en el entendimiento y corazon del hombre, y es preciso estar siempre
alerta si no se quiere que retoñen las ramas.
La razon de este fenómeno no será difícil explicarla. En la mayor parte
de sus raciocinios, procede el hombre por analogía. «Siempre ha
sucedido esto, luego ahora sucederá tambien.» «Comunmente despues de tal
hecho, sobreviene tal otro, luego lo mismo acontecerá en la actualidad.»
De aquí dimana que tan pronto como se ofrece la ocasion de formar
juicio, apelamos á la comparacion; si un ejemplo apoya nuestra manera de
opinar, nos afirmamos mas en ella; y si la experiencia nos suministra
muchos, sin esperar mas pruebas damos la cosa por demostrada. Natural
es, que necesitando comparaciones las busquemos en los objetos mas
conocidos, y con los cuales nos hallamos mas familiarizados; y como en
tratándose de juzgar ó conjeturar sobre la conducta ajena hemos menester
calcular sobre los motivos que influyen en la determinacion de la
voluntad, atendemos sin advertirlo siquiera á lo que solemos hacer
nosotros, y prestamos á los demas el mismo modo de mirar y apreciar los
objetos.
Esta explicacion, tan sencilla como fundada, señala cumplidamente la
razon de la dificultad que encontramos en despojarnos de nuestras ideas
y sentimientos, cuando así lo reclama el acierto en los juicios que
formamos sobre la conducta de los demas. Quien no está acostumbrado á
ver otros usos que los de su pais, tiene por extraño cuanto de ellos se
desvia, y al dejar por primera vez el suelo patrio se sorprende á cada
novedad que descubre. Lo propio nos sucede en el asunto de que tratamos:
con nadie vivimos mas intimamente que con nosotros mismos; y hasta los
ménos amigos de concentrarse tienen por necesidad una conciencia muy
clara del curso que ordinariamente siguen su entendimiento y voluntad.
Preséntase un caso, y no atendiendo á que aquello pasa en el ánimo de
los otros, como si dijésemos en tierra extranjera, nos sentimos
naturalmente llevados á pensar que deberá de suceder allí lo mismo á
corta diferencia que hemos visto en nuestra patria. Y ya que he
comenzado comparando, añadiré, que así como los que han viajado mucho no
se sorprenden por ninguna diversidad de costumbres, y adquieren cierto
hábito de acomodarse á todo sin extrañeza ni repugnancia, así los que se
han dedicado al estudio del corazon, y á la observacion de los hombres,
son mas diestros en despojarse de su manera de ver y sentir, y se
colocan mas fácilmente en la situacion de los otros; como si dijéramos
que cambian de traje y de tenor de vida, y adoptan el aire y las maneras
de los naturales del nuevo pais[7].


CAPÍTULO VIII.
DE LA AUTORIDAD HUMANA EN GENERAL.

§ I.
Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio.
No siempre nos es dable adquirir por nosotros mismos el conocimiento de
la existencia de un ser, y entónces nos es preciso valernos del
testimonio ajeno. Para que este no nos induzca á error, son necesarias
dos condiciones: 1ª. que el testigo no sea engañado: 2ª. que no nos
quiera engañar. Es evidente que faltando cualquiera de estos dos
extremos, su testimonio no sirve para encontrar la verdad. Poco nos
importa que quien habla la conozca, si sus palabras nos expresan el
error; y la veracidad y buena fe tampoco nos aprovechan si quien las
posee está engañado.

§ II.
Exámen y aplicaciones de la primera condicion.
Conocemos si el testigo ha sido engañado ó no atendiendo á los medios de
que ha podido disponer para alcanzar la verdad: y en estos medios
comprendo tambien su capacidad y demas cualidades personales que le
hacen mas ó ménos apto para el efecto.
Al referírsenos algun hecho, cuando el narrador no es testigo ocular, á
veces la buena educacion no permite preguntar quién lo ha contado; pero
la buena lógica prescribe atender siempre á esta circunstancia, y no
prestar lijeramente asenso sin haberlo tenido presente.
Atravieso un pais que me es desconocido, y oigo la siguiente
proposicion: «este es el año de mejor cosecha que de mucho tiempo acá se
ha visto en esta comarca.» Lo primero que debo hacer es parar la
atencion en la persona que así lo dice. ¿Es un hombre anciano, rico
propietario de la tierra, establecido en sus mismas posesiones,
aficionado á recoger noticias y formar estados comparativos? No puedo
dudar que quien habla debe de saberlo muy bien; pues que su interes,
profesion, inclinaciones particulares y larga experiencia le
proporcionan cuantos medios son deseables para formar juicio acertado.
¿Es un hijo del mismo propietario, que solo se llega á las posesiones de
su padre para divertirse ó sacar dinero; que distraido por la vida de
las ciudades, se cuida muy poco de lo que pasa en los campos? Bien podrá
saberlo por habérselo oido á su padre; pero si esta última circunstancia
falta, el testimonio es muy poco seguro. ¿Es un viajero que recorre de
vez en cuando aquel pais, por negocios que nada tienen que ver con la
agricultura? Su palabra merece poca fe, porque son escasos los medios
que ha tenido para cerciorarse de lo que afirma; su proposicion podrá
ser echada á la aventura.
En una reunion se cuenta que el ingeniero N. acaba de idear una nueva
máquina para tal ó cual producto, y que su invencion lleva ventaja á
cuantas se han conocido hasta ahora. El testigo es ocular.--¿Quién lo
refiere?--Es un caballero de la misma profesion, muy acreditado en ella,
que ha viajado mucho para ponerse al nivel de los últimos adelantos en
maquinaria, comisionado repetidas veces ya por el gobierno, ya por
sociedades de fabricantes, para comparar diferentes sistemas de
construccion y elaboracion: el juez es competente; no es fácil haya sido
engañado por un charlatan cualquiera.--El testigo es un fabricante que
tiene invertidos grandes capitales en maquinaria, y se propone invertir
muchos mas; posee algunos conocimientos en el ramo, pues que su interes
propio le llama la atencion hácia este punto, y cuenta con bastantes
años de experiencia. El testimonio no es despreciable, pero ha perdido
mucho de las cualidades del primero. No conoce por principios la
mecánica, habrá visto algunos establecimientos, mas no los necesarios
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