El Criterio - 02

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de cambios inconcebibles; pero no las tachemos de delirios y absurdos.

§ VIII.
Se deshace una dificultad sobre los milagros de Jesucristo.
De estas observaciones surge al parecer una dificultad, que no han
olvidado los incrédulos. Héla aquí: los milagros son tal vez efectos de
causas que por ser desconocidas, no dejarán de ser naturales; luego no
prueban la intervencion divina; y por tanto de nada sirven para apoyar
la verdad de la religion cristiana. Este argumento es tan especioso como
fútil.
Un hombre de humilde nacimiento que no ha aprendido las letras en
ninguna escuela, que vive confundido entre el pueblo, que carece de
todos los medios humanos, que no tiene dónde reclinar su cabeza, se
presenta en público enseñando una doctrina tan nueva como sublime. Se le
piden los títulos de su mision, y él los ofrece muy sencillos. Habla, y
los ciegos ven, los sordos oyen, la lengua de los mudos se desata, los
paralíticos andan, las enfermedades mas rebeldes desaparecen de repente,
los que acaban de espirar vuelven á la vida, los que son llevados al
sepulcro se levantan del ataud, los que enterrados de algunos dias
despiden ya mal olor, se alzan envueltos en su mortaja, y salen de la
tumba, obedientes á la voz que les ha mandado salir á fuera. Este es el
conjunto histórico. El mas obstinado naturalista ¿se empeñará en
descubrir aquí la accion de leyes naturales ocultas? ¿Calificará de
imprudentes á los cristianos por haber pensado que semejantes prodigios
no pudieran hacerse sin intervencion divina? ¿Creeis que con el tiempo
haya de descubrirse un secreto para resucitar á los muertos, y no como
quiera, sino haciéndolos levantar á la simple voz de un hombre que los
llame? La operacion de las cataratas ¿tiene algo que ver con el
restituir de golpe la vista á un ciego de nacimiento? Los procedimientos
para volver la accion á un miembro paralizado ¿se asemejan por ventura
á este otro: «levántate, toma tu lecho, y véte á tu casa?» Las teorías
hidrostáticas é hidráulicas ¿llegarán nunca á encontrar en la mera
palabra de un hombre, la fuerza bastante para sosegar de repente el mar
alborotado, y hacer que las olas se tiendan mansas bajo sus pies, y que
camine sobre ellas, como un monarca sobre plateadas alfombras?
¿Y qué diremos si á tan imponente testimonio se reunen las profecías
cumplidas, la santidad de una vida sin tacha, la elevacion de su
doctrina, la pureza de la moral, y por fin el heroico sacrificio de
morir entre tormentos y afrentas, sosteniendo y publicando la misma
enseñanza, con la serenidad en la frente, la dulzura en los labios,
articulando entre los últimos suspiros _amor_ y _perdon_?
No se nos hable pues de leyes ocultas, de imposibilidades aparentes; no
se oponga á tan convincente evidencia un necio «_¿quién sabe?_.....»
Esta dificultad que seria razonable, si se tratara de un suceso aislado,
envuelto en alguna oscuridad, sujeto á mil combinaciones diferentes,
cuando se la objeta contra el cristianismo es no solo infundada, sino
hasta contraria al sentido comun.

§ IX.
La imposibilidad moral ú ordinaria.
_La imposibilidad moral ú ordinaria_, es la oposicion al curso regular ú
ordinario de los sucesos. Esta palabra es susceptible de muchas
significaciones, pues que la idea de curso ordinario es tan elástica,
es aplicable á tan diferentes objetos, que poco puede decirse en general
que sea provechoso en la práctica. Esta imposibilidad nada tiene que ver
con la absoluta ni la natural; las cosas _moralmente_ imposibles no
dejan por eso de ser muy posibles _absoluta_ y _naturalmente_.
Daremos una idea muy clara y sencilla de la imposibilidad ordinaria, si
decimos que es imposible de esta manera todo aquello que, atendido el
curso regular de las cosas, acontece ó muy rara vez ó nunca. Veo á un
elevado personaje, cuyo nombre y títulos todos pronuncian, y á quien se
tributan los respetos debidos á su clase. Es moralmente imposible que el
nombre sea supuesto, y el personaje un impostor. Ordinariamente no
sucede así: pero tambien se ha sufrido este chasco una que otra vez.
Vemos á cada paso que la imposibilidad moral desaparece con el auxilio
de una causa extraordinaria ó imprevista, que tuerce el curso de los
acontecimientos. Un capitan que acaudilla un puñado de soldados, viene
de lejanas tierras, aborda á playas desconocidas, y se encuentra con un
inmenso continente poblado de millones de habitantes. Pega fuego á sus
naves, y dice _marchemos_. ¿Adónde va? A conquistar vastos reinos con
algunos centenares de hombres. Esto es _imposible_; el aventurero ¿está
demente? Dejadle, que su demencia es la demencia del heroismo y del
genio; la imposibilidad se convertirá en suceso histórico. Apellidase
_Hernán Cortés_; es español que acaudilla españoles.

§ X.
Imposibilidad de sentido comun impropiamente contenida en la
imposibilidad moral.
La imposibilidad moral tiene á veces un sentido muy diferente del
expuesto hasta aquí. Hay imposibles de los cuales no puede decirse que
lo sean con imposibilidad absoluta ni natural; y no obstante vivimos con
tal certeza de que lo imposible no se realizará, que no nos la infunde
mayor la natural, y poco le falta para producirnos el mismo efecto que
la absoluta. Un hombre tiene en la mano un cajon de caractéres de
imprenta, que supondremos de forma cúbica, para que sea igual la
probabilidad de caer y sostenerse por una cualquiera de sus caras; los
revuelve repetidas veces sin órden ni concierto, sin mirar siquiera lo
que hace, y al fin los deja caer al suelo; ¿será posible que resulten
por casualidad ordenados de tal manera que formen el episodio de Dido?
No, responde instantáneamente cualquiera que esté en su sano juicio;
esperar este accidente seria un delirio; tan seguros estamos de que no
se realizará, que si se pusiese nuestra vida pendiente de semejante
casualidad, diciéndonos que si esto se verifica se nos matará,
continuaríamos tan tranquilos como si no existiese la condicion.
Es de notar que aquí no hay imposibilidad metafísica ó absoluta, porque
no hay en la naturaleza de los caractéres una repugnancia esencial á
colocarse de dicha manera; pues que un cajista en breve rato los
dispondria así muy fácilmente; tampoco hay imposibilidad natural,
porque ninguna ley de la naturaleza obsta á que caigan por esta ó
aquella cara, ni el uno al lado del otro del modo conveniente al efecto;
hay pues una imposibilidad de otro órden, que nada tiene de comun con
las otras dos, y que tampoco se parece á la que se llama moral, por solo
estar fuera del curso regular de los acontecimientos.
La teoría de las probabilidades, auxiliada por la de las combinaciones,
pone de manifiesto esta imposibilidad, calculando, por decirlo así, la
inmensa distancia en que este fenómeno se halla con respecto á la
existencia. El Autor de la naturaleza no ha querido que una conviccion
que nos es muy importante, dependiese del raciocinio, y por consiguiente
careciesen de ella muchos hombres; así es que nos la ha dado á todos á
manera de instinto, como lo ha hecho con otras que nos son igualmente
necesarias. En vano os empeñariais en combatirla ni aun en el hombre mas
rudo; él no sabria tal vez qué responderos, pero menearia la cabeza, y
diria para sí: «este filósofo que cree en la posibilidad de tales
despropósitos, no debe de estar muy sano de juicio.»
Cuando la naturaleza habla en el fondo de nuestra alma con voz tan clara
y tono tan decisivo, es necedad el no escucharla. Solo algunos hombres
apellidados filósofos se obstinan á veces en este empeño; no recordando
que no hay filosofía que excuse la falta de sentido comun, y que mal
llegará á ser sabio quien comienza por ser insensato[4].


CAPÍTULO V.
CUESTIONES DE EXISTENCIA, CONOCIMIENTO ADQUIRIDO POR EL TESTIMONIO
INMEDIATO DE LOS SENTIDOS.

§ I.
Necesidad del testimonio de los sentidos, y los diferentes modos con que
nos proporcionan el conocimiento de las cosas.
Asentados los principios y reglas que deben guiarnos en las cuestiones
de posibilidad, pasemos ahora á las de existencia, que ofrecen un campo
mas vasto, y mas útiles y frecuentes aplicaciones.
De la existencia ó no existencia de un ser, ó bien de que una cosa es ó
no es, podemos cerciorarnos de dos maneras: por nosotros mismos, ó por
medio de otros.
El conocimiento de la existencia de las cosas que es adquirido por
nosotros mismos, sin intervencion ajena, proviene de los sentidos
mediata ó inmediatamente: ó ellos nos presentan el objeto, ó de las
impresiones que los mismos nos causan pasa el entendimiento á inferir la
existencia de lo que no se hace sensible ó no lo es. La vista me informa
inmediatamente de la existencia de un edificio que tengo presente; pero
un trozo de coluna, algunos restos de un pavimento, una inscripcion ú
otras señales, me hacen conocer que en tal ó cual lugar existió un
templo romano. En ambos casos debo á los sentidos la noticia; pero en
el primero inmediata, en el segundo mediatamente.
Quien careciese de los sentidos tampoco llegaria á conocer la existencia
de los seres espirituales; pues adormecido el entendimiento no pudiera
adquirir esta noticia, ni por la razon, ni por la fe, á no ser que Dios
le favoreciera por medios extraordinarios, de que ahora no se trata.
A la distincion arriba explicada en nada obstan los sistemas que pueden
adoptarse sobre el orígen de las ideas; ora se las suponga adquiridas,
ora innatas, ora vengan de los sentidos, ora sean tan solo excitadas por
ellos, lo cierto es que nada sabemos, nada pensamos, si los sentidos no
han estado en accion. Ademas, hasta les dejaremos á los ideólogos la
facultad de imaginar lo que bien les pareciere sobre las funciones
intelectuales de un hombre que careciese de todos los sentidos; sin
riesgo podemos otorgarles tamaña latitud; supuesto que nadie aclarará
jamas lo que en ello habria de verdad; ya que el paciente no seria capaz
de comunicar lo que le pasa, ni por palabras ni por señas. Finalmente
aquí se trata de hombres dotados de sentidos, y la experiencia enseña
que esos hombres conocen, ó lo que sienten, ó por lo que sienten.

§ II.
Errores en que incurrimos por ocasion de los sentidos. Su remedio.
Ejemplos.
El conocimiento inmediato que los sentidos nos dan de la existencia de
una cosa, es á veces errado, porque no nos servimos como debemos de
estos admirables instrumentos que nos ha concedido el Autor de la
naturaleza. Los objetos corpóreos obrando sobre el órgano de los
sentidos, causan una impresion á nuestra alma; asegurémonos bien de cuál
es esta impresion, sepamos hasta qué punto le corresponde la existencia
de un objeto; hé aquí las reglas para no errar en estas materias.
Algunas explicaciones enseñarán mas que los preceptos y teorías.
Veo á larga distancia un objeto que se mueve, y digo: «allí hay un
hombre;» acercándome mas, descubro que no es así; y que solo hay un
arbusto mecido por el viento. ¿Me ha engañado el sentido de la vista?
no: porque la impresion que ella me trasmitia era únicamente de un bulto
movido; y si yo hubiese atendido bien á la sensacion recibida, habria
notado que no me pintaba un hombre. Cuando pues yo he querido hacerle
tal, no debo culpar al sentido, sino á mi poca atencion, ó bien, á que
notando alguna semejanza entre el bulto y un hombre visto de léjos, he
inferido que aquello debia de serlo en efecto, sin advertir que la
semejanza y la realidad son cosas muy diversas.
Teniendo algunos antecedentes de que se dará una batalla, ó se
hostilizará alguna plaza, paréceme que he oido cañonazos, y me quedo con
la creencia de que ha comenzado el fuego. Noticias posteriores me hacen
saber que no se ha disparado un tiro; ¿quién tiene la culpa de mi error?
no mi oido, sino yo. El ruido se oia en efecto: pero era el de los
golpes de un leñador que resonaban en el fondo de un bosque distante;
era el de cerrarse alguna puerta, cuyo estrépito retumbaba por el
edificio y sus cercanias, era el de otra cosa cualquiera que producia
un sonido semejante al del estampido de un cañon lejano. ¿Estaba yo bien
seguro de que no se hallaba á mis inmediaciones la causa del ruido que
me producia la ilusion? ¿Estaba bastante ejercitado para discernir la
verdad, atendida la distancia en que debia hacerse el fuego, la
direccion del lugar, y el viento que á la sazon reinaba? No es pues el
sentido quien me ha engañado, sino mi lijereza y precipitacion. La
sensacion era tal cual debia ser; pero yo le he hecho decir lo que ella
no me decia. Si me hubiese contentado con afirmar que oia ruido parecido
al de cañonazos distantes, no hubiera inducido al error á otros y á mí
mismo.
A uno le presentan un alimento de excelente calidad, y al probarlo dice:
«es malo, intolerable, se conoce que hay tal ó cual mezcla,» porque en
efecto su paladar lo experimenta así. ¿Le engañó el sentido? no. Si le
pareció amargo, no podia suceder de otra manera, atendida la
indisposicion gástrica que le tenia cubierta la lengua de un humor que
lo maleaba todo. Bastábale á este hombre un poco de reflexion para no
condenar tan fácilmente ó al criado ó al revendedor. Cuando el paladar
está bien dispuesto, sus sensaciones nos indican las calidades del
alimento, en el caso contrario no.

§ III.
Necesidad de emplear en algunos casos mas de un sentido, para la debida
comparacion.
Conviene notar que para conocer por medio de los sentidos la existencia
de un objeto, no basta á veces el uso de uno solo, sino que es preciso
emplear otros al mismo tiempo; ó bien atender á las circunstancias que
nos pueden prevenir contra la ilusion. Es cierto que el discernir hasta
qué punto corresponde la existencia de un objeto á la sensacion que
recibimos, es obra de la comparacion, la que es fruto de la experiencia.
Un ciego á quien se quitan las cataratas, no juzga bien de las
distancias, tamaños y figuras, hasta haber adquirido la práctica de ver.
Esta adquisicion la hacemos sin advertirla desde niños, y así creemos
que basta abrir los ojos para juzgar de los objetos tales como son en
sí. Una experiencia muy sencilla y frecuente nos convencerá de lo
contrario. Un hombre adulto y un niño de tres años estan mirando por un
vidrio que les ofrece á la vista paisajes, animales, ejércitos; ambos
reciben la misma impresion; pero el adulto, que sabe bien que no ha
salido al campo, y se halla en un aposento cerrado, no se altera ni por
la cercanía de las fieras, ni por los desastres del campo de batalla. Lo
que le cuesta trabajo es conservar la ilusion; y mas de una vez habrá
menester distraerse de la realidad, y suplir algunos defectos del cuadro
ó instrumento para sentir placer con la presencia del espectáculo. Pero
el niño, que no compara, que solo atiende á la sensacion en todo su
aislamiento, se espanta y llora, temiendo que se le han de comer las
fieras, ó viendo que tan cruelmente se matan los soldados.
Todavía mas: experimentamos á cada paso que una perspectiva excelente de
la cual no teníamos noticia, vista á la correspondiente distancia nos
causa ilusion, y nos hace tomar por objetos de relleve los que en
realidad son planos. La sensacion no es errada; pero sí lo es el juicio
que por ella formamos. Si advirtiésemos que caben reglas para producir
en la retina la misma impresion con un objeto plano que con otro
abultado, nos hubiéramos complacido en la habilidad del artista sin caer
en error. Este habria desaparecido mirando el objeto desde puntos
diferentes, ó valiéndonos del tacto.

§ IV.
Los sanos de cuerpo y enfermos de espíritu.
Los que tratan del buen uso de los sentidos suelen advertir que es
preciso cuidar de que alguna indisposicion no afecte á los órganos, y
así se nos comuniquen sensaciones capaces de engañarnos, esto es sin
duda muy prudente, pero no tan útil como se cree. Los enfermos raras
veces se dedican á estudios serios, y así sus equivocaciones son de poca
trascendencia; ademas que ellos mismos, ó sus allegados, bien pronto
notan la alteracion del órgano, con lo cual se previene oportunamente el
error. Los que necesitan reglas son los que estando sanos de cuerpo no
lo estan de espíritu, y que preocupados de un pensamiento ponen á su
disposicion y servicio todos sus sentidos, haciéndoles percibir, quizas
con la mayor buena fe, todo lo que conviene al apoyo del sistema
excogitado. ¿Qué no descubrirá en los cuerpos celestes el astrónomo que
maneja el telescopio, no con ánimo reposado y ajeno de parcialidad, sino
con vivo deseo de probar una asercion aventurada con sobrada lijereza?
¿Qué no verá con el microscopio el naturalista que se halle en
disposicion semejante?
A propósito he dicho que estos errores podian padecerse quizas con la
mayor buena fe; porque sucede muy á menudo que el hombre se engaña
primero á sí mismo, ántes de engañar á los otros. Dominado por su
opinion favorita, ansioso de encontrar pruebas para sacar la verdadera,
examina los objetos no para saber sino para vencer; y así acontece que
halla en ellos todo lo que quiere. Muchas veces los sentidos no le dicen
nada de lo que él pretende; pero le ofrecen algo de semejante: «esto es,
exclama alborozado, hélo aquí, es lo mismo que yo sospechaba;» y cuando
se levanta en su espíritu alguna duda, procura sofocarla, achácala á
poca fe en su incontrastable doctrina, se esfuerza en satisfacerse á sí
mismo, cerrando los ojos á la luz para poder engañar á los otros sin
verse precisado á mentir.
Basta haber estudiado el corazon del hombre para conocer que estas
escenas no son raras; y que jugamos con nosotros mismos de una manera
lastimosa. ¿Necesitamos una conviccion? pues de un modo ú otro
trabajamos en formárnosla; al principio la tarea es costosa, pero al fin
viene el hábito á robustecer lo débil, se allega el orgullo para no
permitir retroceso, y el que comenzó luchando contra sí mismo con un
engaño que no se le ocultaba del todo, acaba por ser realmente engañado,
y se entrega á su parecer con obstinacion incorregible.

§ V.
Sensaciones reales, pero sin objeto externo. Explicacion de este
fenómeno.
Ademas, es menester advertir que no siempre sucede que el alucinado
atribuya á la sensacion mas de lo que ella le presenta; una imaginacion
vivamente poseida de un objeto, obra sobre los mismos sentidos, y
alterando el curso ordinario de las funciones, hace que realmente se
sienta lo que no hay. Para comprender cómo esto se verifica, conviene
recordar que la sensacion no se verifica en el órgano del sentido sino
en el cerebro, por mas que la fuerza del hábito nos haga referir la
impresion al punto del cual la recibimos. Estando el ojo muy sano nos
quedamos completamente ciegos, si sufre lesion el nervio óptico; y
privada la comunicacion de un miembro cualquiera con el cerebro, se
extingue el sentido. De esto se infiere que el verdadero receptáculo de
todas las sensaciones es el cerebro; y que si en una de sus partes se
excita por un acto interno la impresion que suele ser producida por la
accion del órgano externo, existirá la sensacion sin que haya habido
impresion exterior. Es decir, que si al recibir el órgano externo la
impresion de un cuerpo, la comunica al cerebro causando en el nervio A
la vibracion ú otra afeccion B, y por una causa cualquiera,
independiente de los cuerpos exteriores, se produce en el mismo órgano A
la misma vibracion B, experimentaremos idéntica sensacion que si el
órgano externo fuese afectado en la realidad.
En este punto se hallan de acuerdo la razon y la observacion. El alma se
informa de los objetos exteriores mediatamente por los sentidos, pero
inmediatamente por el cerebro; cuando este pues recibe tal ó cual
impresion, no puede ella desentenderse de referirla al lugar de donde
suele proceder, y al objeto que de ordinario la produce. Si se halla
advertida de que la organizacion está alterada, se precaverá contra el
error; pero no será dejando de recibir la sensacion, sino desconfiando
del testimonio de ella. Cuando _Pascal_, segun cuentan, veia un abismo á
su lado, bien sabia que en realidad no era así; mas no dejaba de recibir
la misma sensacion que si hubiese habido el tal abismo, y no alcanzaba á
vencer la ilusion por mas que se esforzase. Este fenómeno se verifica
muy á menudo, y no se hace nada extraño á los que tienen algunas
nociones sobre semejantes materias.

§ VI.
Maniáticos y ensimismados.
Lo que acontece habitualmente en estado de enfermedad cerebral, puede
suceder muy bien cuando exaltada la imaginacion por una causa
cualquiera, se pone actualmente enfermiza con relacion á lo que la
preocupa. ¿Qué son las manías sino la realizacion de este fenómeno? Pues
entiéndase que las manías estan distribuidas en muchas clases y
graduaciones; que las hay continuas y por intervalos, extravagantes y
arregladas, vulgares y científicas; y que así como _Don Quijote_
convertia los molinos de viento en desaforados gigantes, y los rebaños
de ovejas y carneros en ejércitos de combatientes, puede tambien un
sabio testarudo descubrir con la ayuda de sus telescopios, microscopios
y demas instrumentos, todo cuanto á su propósito cumpliere.
Los hombres muy pensadores y ensimismados corren gran riesgo de caer en
manías sabias, en ilusiones sublimes; que la mísera humanidad, por mas
que se cubra con diferentes formas segun las varias situaciones de la
vida, lleva siempre consigo su patrimonio de flaqueza. Para una débil
mujercilla el susurro del viento es un gemido misterioso, la claridad de
la luna es la aparicion de un finado, y el chillido de las aves
nocturnas es el grito de las evocaciones del averno para asistir á
pavorosas escenas. Desgraciadamente, no son solo las mujeres las que
tienen imaginacion calenturienta, y que toman por realidades los sueños
de su fantasía[5].


CAPÍTULO VI.
CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE LAS COSAS ADQUIRIDO MEDIATAMENTE POR
LOS SENTIDOS.

§ I.
Transicion de lo sentido á lo no sentido.
Los sentidos nos dan inmediatamente noticias de la existencia de muchos
objetos; pero de estos son todavía en mayor número los que no ejercen
accion sobre los órganos materiales, ó por ser incorpóreos, ó por no
estar en disposicion de afectarlos. Sobre lo que nos comunican los
sentidos se levanta un tan extenso y elevado edificio de conocimientos
de todas clases, que al mirarle se hace dificil de concebir cómo ha
podido cimentarse en tan reducida basa.
Donde no alcanzan los sentidos llega el entendimiento, conociendo la
existencia de objetos insensibles por medio de los sensibles. La lava
esparcida sobre un terreno nos hace conocer la existencia pasada de un
volcan que no hemos visto; las conchas encontradas en la cumbre de un
monte nos recuerdan la elevacion de las aguas, indicándonos una
catástrofe que no hemos presenciado; ciertos trabajos subterráneos nos
muestran que en tiempos anteriores se benefició allí una mina; las
ruinas de las antiguas ciudades nos señalan la morada de hombres que no
hemos conocido. Así los sentidos nos presentan un objeto, y el
entendimiento llega con este medio al conocimiento de otros muy
diferentes.
Si bien se observa, este tránsito de lo conocido á lo desconocido no lo
podemos hacer sin que ántes tengamos alguna idea mas ó ménos completa,
mas ó ménos general del objeto desconocido, y sin que al propio tiempo
sepamos que hay entre los dos alguna dependencia. Así en los ejemplos
aducidos, si bien no conocia aquel volcan determinado, ni las olas que
inundaron la montaña, ni á los mineros, ni á los moradores, no obstante
todos estos objetos me eran conocidos en general, así como sus
relaciones con lo que me ofrecian los sentidos. De la contemplacion de
la admirable máquina del universo no pasaríamos al conocimiento del
Criador, sino tuviéramos idea de efectos y causas, de órden y de
inteligencia. Y sea dicho de paso, esta sola observacion basta para
desbaratar el sistema de los que no ven en nuestro pensamiento mas que
sensaciones transformadas.

§ II.
Coexistencia y sucesion.
La dependencia de los objetos es lo único que puede autorizarnos para
inferir de la existencia del uno la del otro; y por consiguiente toda la
dificultad estriba en conocer esta dependencia. Si la íntima naturaleza
de las cosas estuviera patente á nuestra vista, bastaria fijarla en un
ser para conocer desde luego todas sus propiedades y relaciones, entre
las cuales descubririamos las que le ligan con otros. Por desgracia no
es así; pues en el órden físico como en el moral, son muy escasas é
incompletas las ideas que poseemos sobre los principios constitutivos de
los seres. Estos son preciosos secretos velados cuidadosamente por la
mano del Criador; de la propia suerte que lo mas rico y exquisito que
abriga la naturaleza, suele ocultarse en los senos mas recónditos.
Por esta falta de conocimiento en lo tocante á la esencia de las cosas,
nos vemos con frecuencia precisados á conjeturar su dependencia por solo
su coexistencia ó sucesion; infiriendo que la una depende de la otra,
porque algunas ó muchas veces existen juntas, ó porque esta viene en pos
de aquella. Semejante raciocinio, que no siempre puede tacharse de
infundado, tiene sin embargo el inconveniente de inducirnos con
frecuencia al error; pues no es fácil poseer la discrecion necesaria
para conocer cuándo la existencia ó la sucesion son un signo de
dependencia, y cuándo no.
En primer lugar debe asentarse por indudable, que la existencia
simultánea de dos seres, ni tampoco su inmediata sucesion, consideradas
en sí solas, no prueban que el uno dependa del otro. Una planta venenosa
y pestilente se halla tal vez al lado de otra medicinal y aromática; un
reptil dañino y horrible se arrastra quizas á poca distancia de la bella
é inofensiva mariposa; el asesino huyendo de la justicia se oculta en el
mismo bosque donde está en acecho un honrado cazador; un airecillo
fresco y suave recrea la naturaleza toda, y algunos momentos despues
sopla el violento huracan llevando en sus negras alas tremenda
tempestad.
Así es muy arriesgado el juzgar de las relaciones de dos objetos porque
se los ha visto unidos alguna vez, ó sucederse con poco intervalo; este
es un sofisma que se comete con demasiada frecuencia, cayéndose por él
en infinitos errores. En él se encontrará el orígen de tantas
predicciones como se hacen sobre las variaciones atmosféricas, que bien
pronto la experiencia manifiesta fallidas; de tantas conjeturas sobre
manantiales de agua, sobre veneros de metales preciosos, y otras cosas
semejantes. Se ha visto algunas veces que despues de tal ó cual posicion
de las nubes, de tal ó cual viento, de tal ó cual direccion de la niebla
de la mañana, llovia, ó tronaba, ó acontecian otras mudanzas de tiempo;
se habrá notado que en el terreno de este ó aquel aspecto se encontró
algunas veces agua, que en pos de estas ó aquellas vetas se descubrió el
precioso mineral; y se ha inferido desde luego que habia una relacion
entre los dos fenómenos, y se ha tomado el uno como señal del otro; no
advirtiendo que era dable una coincidencia enteramente casual, y sin que
ellos tuviesen entre si relacion de ninguna clase.

§ III.
Dos reglas sobre la coexistencia y la sucesion.
La importancia de la materia exige que se establezcan algunas reglas.
1ª. Cuando una experiencia constante y dilatada nos muestra dos objetos
existentes á un mismo tiempo, de tal suerte que en presentándose el uno
se presenta tambien el otro, y en faltando el uno falta tambien el otro,
podemos juzgar sin temor de equivocarnos, que tienen entre sí algun
enlace; y por tanto de la existencia del uno inferiremos legitimamente
la existencia del otro.
2ª. Si dos objetos se suceden indefectiblemente, de suerte que puesto el
primero, siempre se haya visto que seguia el segundo, y que al existir
este, siempre se haya notado la precedencia de aquel, podremos deducir
con certeza que tienen entre sí alguna dependencia.
Tal vez seria difícil demostrar filosóficamente la verdad de estas
aserciones; sin embargo los que las pongan en duda, seguramente no
habrán observado que sin formularlas las toma por norma el buen sentido
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