El Criterio - 16

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sugeridas por la inclinacion ciega. La fuerza de las pasiones se
quebranta, desde el momento que se encuentra en oposicion con un
pensamiento que se agita en la cabeza; el secreto de su victoria suele
consistir en apagar todos los contrarios á ellas, y avivar los
favorables. Pero tan pronto como la atencion se ha dirigido hácia otro
órden de ideas, viene la comparacion, y por consiguiente cesa el
exclusivismo. Entre tanto se desenvuelven otras fuerzas intelectuales y
morales no subordinadas á la pasion, y esta pierde de su primitiva
energía por haber de compartir con otras facultades la vida que ántes
desfrutara sola.
Aconseja estos medios no solo la experiencia de su buen resultado, sino
tambien una razon fundada en la naturaleza de nuestra organizacion. Las
facultades intelectuales y morales nunca se ejercitan sin que funcionen
algunos de los órganos materiales. Ahora bien; entre los órganos
corpóreos está distribuida una cierta cantidad de fuerzas vitales de que
disfrutan alternativamente en mayor ó menor proporcion, y por
consiguiente con decremento en los unos, cuando hay incremento en los
otros. De lo que resulta, que ha de producir un efecto saludable el
esforzarse en poner en accion los órganos de la inteligencia en
contraposicion con los de las pasiones, y que la energía de estas ha de
menguar á medida que ejerzan sus funciones los órganos de la
inteligencia.
Pero es de advertir que este fenómeno se verificará dirigiendo la
atencion de la inteligencia en un sentido contrario al de las pasiones,
lo que se obtiene trasladándola por un momento al órden de ideas que
tendrá, cuando no esté bajo un influjo apasionado; pues que si por el
contrario la inteligencia se dirige á favorecer la pasion, entónces esta
se fomenta mas y mas con el auxilio; y lo que pudiese perder en energía,
por decirlo así, puramente orgánica, lo recobra en energía moral, en la
mayor abundancia de recursos para alcanzar el objeto, y en esa especie
de bill de indemnidad con que se cree libre de acusaciones, cuando ve
que el entendimiento léjos de combatirla la apoya.
Este trabajo sobre las pasiones no es una mera teoría; cualquiera puede
convencerse por sí mismo de que es muy practicable, y de que se sienten
sus buenos efectos tan pronto como se le aplica. Es verdad que no
siempre se acierta en el medio mas á propósito para ahogar, templar ó
dirigir la pasion levantada; ó que aun encontrado, no se le emplea como
es debido; pero la sola costumbre de buscarle basta para que el hombre
esté mas sobre sí, no se abandone con demasiada facilidad á los primeros
movimientos, y tenga en sus juicios prácticos un criterio que falta á
los que proceden de otra manera.

§ XLIX.
El hombre riéndose de sí mismo.
Cuando el hombre se acostumbra á observar mucho sus pasiones, hasta
llega á emplear en su interior el ridículo contra si mismo; el ridículo,
esa sal que se encuentra en el corazon y en el labio de los mortales
como uno de tantos preservativos contra la corrupcion intelectual y
moral, el ridículo, que no solo se emplea con fruto contra los demas,
sino tambien contra nosotros mismos, viendo nuestros defectos por el
lado que se prestan á la sátira. El hombre se dice entónces á sí propio
lo que decirle pudieran los demas; asiste á la escena que se
representaria, si el lance cayera en manos de un adversario de chiste y
buen humor. Que contra otro se emplea tambien en cierto modo la sátira,
cuando la empleamos contra nosotros mismos; porqué si bien se observa,
hay en nuestro interior dos hombres que disputan, que luchan, que no
estan nunca en paz, y así como el hombre inteligente, moral, previsor,
emplea contra el torpe, el inmoral, el ciego, la firmeza de la voluntad
y el imperio de la razon, así tambien á veces lo combate y le humilla
con los punzantes dardos de la sátira. Sátira que puede ser tanto mas
graciosa y libre, cuanto carece de testigos, no hiere la reputacion,
nada hace perder en la opinion de los demas, pues que no llega á ser
expresada con palabras, y la sonrisa burlona que hace asomar á los
labios se extingue en el momento de nacer.
Un pensamiento de esta clase ocurriendo en la agitacion causada por las
pasiones, produce un efecto semejante al de una palabra juiciosa,
incisiva y penetrante, lanzada en medio de una asamblea turbulenta.
¡Cuántas veces se nota que una mirada expresiva cambia el estado del
espíritu de uno de los circunstantes, moderando ó ahogando una pasion
enardecida! ¿Y qué ha expresado aquella mirada? nada mas que un recuerdo
del decoro, una consideracion al lugar ó a las personas, una
reconvencion amistosa, una delicada ironía; nada mas que una apelacion
al buen sentido del mismo que era juguete de la pasion; y esto ha sido
suficiente para que la pasion se amortiguase. El efecto que otro nos
produce ¿porqué no podríamos producírnoslo nosotros mismos, si no con
igualdad, al ménos con aproximacion?

§ L.
Perpetua niñez del hombre.
Poco basta para extraviar al hombre: pero tampoco se necesita mucho para
corregirle algunos defectos. Es mas débil que malo, dista mucho de
aquella terquedad satánica que no se aparta jamas del mal una vez
abrazado; por el contrario, tanto el bien como el mal los abraza y los
abandona con suma facilidad. Es niño hasta la vejez; preséntase á los
demas con toda la seriedad posible; mas en el fondo se encuentra á sí
propio pueril en muchas cosas y se avergüenza. Se ha dicho que ningun
grande hombre le parecia grande á su ayuda de cámara; esto encierra
mucha verdad. Y es que visto el hombre de cerca, se descubren las
pequeñeces que le rebajan. Pero mas cosas sabe él de sí mismo que su
ayuda de cámara, y por esto es todavía ménos grande á sus propios ojos;
por esto aun en sus mejores años, necesita cubrir con un velo la
puerilidad que se abriga en su corazon.
Los niños rien y juguetean y retozan: y luego gimen y rabian y lloran,
sin saber muchas veces porqué: ¿no hace lo mismo á su modo el adulto?
Los niños ceden á un impulso de su organizacion, al buen ó mal estado de
su salud, á la disposicion atmosférica que los afecta agradable ó
desagradablemente; en desapareciendo estas causas se cambia el estado de
sus espíritus: no se acuerdan del momento anterior, ni piensan en el
venidero; solo se rigen por la impresion que actualmente experimentan.
¿No hace esto mismo millares de veces el hombre mas serio, mas grave y
sesudo?

§ LI.
Mudanza de D. Nicasio en breves horas.
Don Nicasio es un varon de edad provecta, de juicio sosegado y maduro,
lleno de conocimientos, de experiencia, y que rara vez se deja llevar
de la impresion del momento. Todo lo pesa en la balanza de una sana
razon, y en este peso no consiente que influyan por un adarme las
pasiones de ningun género. Se le habla de una empresa de mucha gravedad
para la cual se cuenta con su práctica de mundo, y su inteligencia
particular en aquella clase de negocios. D. Nicasio está á disposicion
del proponente; no tiene ninguna dificultad en entrar de lleno en la
empresa, y hasta en comprometer en ella una parte de su fortuna. Está
bien seguro de no perderla; si hay obstáculos, no le dan cuidado, él
sabe el modo de removerlos; si hay rivales poderosos, á D. Nicasio no le
hacen mella. Otras hazañas de mas monta ha llevado á cabo; negocios
mucho mas espinosos ha tenido que manejar; mas poderosos rivales ha
tenido que vencer. Embebido en la idea que le halaga, se expresa con
facilidad y rapidez, gesticula con viveza, su mirada es sumamente
expresiva, su fisonomía juvenil, diríase que ha vuelto á sus veinte y
cinco abriles, si algunas canas asomando por un lado del postizo no
revelasen traidoramente los trofeos de los años.
El negocio está concluido; faltan algunos pormenores; quedais emplazado
para redondearlos en otra entrevista; ¿mañana? no señor, nada de
dilaciones, no las consiente la actividad de don Nicasio, es preciso
acabar con todo, hoy mismo, por la tarde. D. Nicasio se ha retirado á su
casa, y ni en su persona, ni en su familia, ni en ninguna de sus cosas
ha ocurrido ningun accidente desagradable.
Es la hora señalada, acudís con puntualidad, y os hallais en presencia
del héroe de la mañana. D. Nicasio está algo descompuesto en su vestido,
merced á un calor que le ahoga. Medio tentido en el sofá, os devuelve el
saludo con un esfuerzo afectuoso, pero con evidentes señales de
fastidiosa lasitud.
--Vamos á ver, Sr. D. Nicasio, si quedamos convenidos definitivamente.
--Tiempo tenemos de hablar.... contesta don Nicasio, y su fisonomía se
contrae con muestras de tedio.
--Como V. me ha citado por esta tarde.....
--Sí, pero....
--Como V. guste.
--Ya se ve; pero es menester pensarlo mucho; qué sé yo!....
--Lo que es dificultades, conozco que hay; solo que viéndole á V. tan
animoso esta mañana, lo confieso, todo se me hacia ya camino llano.
--Animoso sí..... y lo estoy aun..... pero sin embargo, sin embargo,
conviene no llevar demasiada prisa..... En fin ya hablaremos, añade con
expresion de quien desea que no le comprometan.
Don Nicasio es otro, expresa lo que siente; nada de la audacia, de la
actividad de la mañana, nada de los proyectos tan fáciles de ejecutar;
entónces los obstáculos importaban poco, ahora son casi insuperables;
los rivales no significaban nada, ahora son invencibles. ¿Qué ha
sucedido? ¿Le han dado á D. Nicasio otras noticias? no ha visto á nadie.
¿Ha meditado sobre el negocio? no se habia acordado mas de él. ¿Qué ha
sucedido pues, para causar tamaña revolucion en su espíritu, alterando
su modo de ver las cosas, y quebrantando tan lastimosamente sus ímpetus
juveniles? Nada, la explicación del fenómeno es muy sencilla, no
busqueis grandes causas, son muy pequeñas. En primer lugar, ahora hace
un calor atroz, lo que por cierto dista mucho del oreo de una fresca
brisa como sucedia por la mañana; D. Nicasio está sumamente abatido, la
hora es pesada, el cielo se encapota y parece amenazar tempestad. La
comida era ademas algo indigesta; el sueño de la siesta ha sido
demasiado breve, y no sin alguna pesadilla. ¿Se quiere mas? ¿No son
estos motivos bastante poderosos para trastornar el espíritu de un
hombre grave y modificar sus opiniones? A pesar de todas las citas,
¿quién os ha llevado á su casa bajo una constelacion tan infausta?
Tal es el hombre; la menor cosa le desconcierta, le hace otro. Unido su
espíritu á un cuerpo sujeto á mil impresiones diferentes, que se suceden
con tanta rapidez y se reciben con igual facilidad que los movimientos
de la hoja de un árbol, participa en cierto modo de esa inconstancia y
variedad, trasladando con harta frecuencia á los objetos las mudanzas
que solo él ha experimentado.

§ LII.
Los sentimientos por si solos, son mala regla de conducta.
Lo dicho manifiesta la imposibilidad de dirigir la conducta del hombre
por solo el sentimiento; y la literatura de nuestra época, que tan poco
se ocupa de comunicar ideas de razón y de moral, y que al parecer no se
propone sino excitar sentimientos, olvida la naturaleza del hombre, y
causa un mal de inmensa trascendencia.
El entregar al hombre á merced del solo sentimiento, es arrojar un navio
sin piloto en medio de las olas. Esto equivale á proclamar la
infalibilidad de las pasiones, á decir: "obra siempre por instinto,
obedeciendo ciegamente á todos los movimientos de tu corazon;" esto
equivale á despojar al hombre de su entendimiento, de su libre albedrío,
á convertirle en simple instrumento de su sensibilidad.
Se ha dicho que los grandes pensamientos salen del corazon; tambien
pudiera añadirse que del corazon salen grandes errores, grandes
delirios, grandes extravagancias, grandes crímenes. Del corazon sale
todo; es un arpa soberbia que despide toda clase de sonidos, desde el
horrendo estrépito de las cavernas infernales hasta la mas delicada
armonía de las regiones celestes.
El hombre que no tiene mas guia que su corazon, es el juguete de mil
inclinaciones diversas, y á menudo contradictorias: una lijerísima pluma
en medio de una campiña donde reinan los vientos, no lleva las
direcciones mas variadas é irregulares. ¿Quién es capaz de contar, ni
clasificar, la infinidad de sentimientos que se suceden en nuestro
pecho, en brevísimas horas? ¿Quién no ha reparado en la asombrosa
facilidad con que se pasa de la viva afición á un trabajo, á una
repugnancia casi insuperable? ¿Quién no ha sentido simpatía ó antipatía,
á la simple presencia de una persona, sin que pueda señalarse ninguna
razon de ello, y sin que los hechos ofrezcan en lo sucesivo motivo
alguno que justifique aquella impresión? ¿Quién no se ha admirado
repetidas veces de encontrarse transformado en pocos instantes, pasando
del brio al abatimiento, de la osadía á la timidez ó vice-versa, sin que
hubiese mediado ninguna causa ostensible? ¿Quién ignora las mudanzas que
los sentimientos sufren con la edad, con la diferencia de estado, de
posicion social, de relaciones familiares, de salud, de clima, de
estacion, de atmósfera? Todo cuanto afecta nuestras ideas, nuestros
sentidos, nuestro cuerpo, de cualquier modo que sea, todo modifica
nuestros sentimientos; y de aquí la asombrosa inconstancia que se nota
en los que se abandonan á todos los impulsos de las pasiones; de aquí
esa volubilidad de las organizaciones demasiado sensibles, si no han
hecho grandes esfuerzos para dominarse.
Las pasiones han sido dadas al hombre como medios para despertarle y
ponerle en movimiento, como instrumentos para servirle en sus acciones;
mas no como directoras de su espíritu, no como guias de su conducta. Se
dice á veces que el corazon no engaña; ¡lamentable error! ¿qué es
nuestra vida sino un tejido de ilusiones con que el corazón nos engaña?
Si alguna vez acertamos, entregándonos ciegamente á lo que él nos
inspira, ¡cuántas y cuántas nos hace extraviar! ¿Sabeis porqué se
atribuye al corazon ese acierto instintivo? porque nos llama
extremadamente la atencion uno de sus aciertos, cuando nos consta que
son tantos sus desaciertos; porque nos causa extraña sorpresa el verle
adivinar en medio de su ceguera, cuando son tantas las veces que le
encontramos desatinado. Por esto recordamos su acierto excepcional, en
gracia de este le perdonamos todos sus yerros, y le honramos con una
prevision y un tino que no posee ni puede poseer.
El fundar la moral sobre el sentimiento, es destruirla: el arreglar su
conducta á las inspiraciones del sentimiento, es condenarse á no seguir
ninguna fija, y á tenerla frecuentemente muy inmoral y funesta. La
tendencia de la literatura que actualmente está en boga en Francia, y
que desgraciadamente se introduce tambien en nuestra España, es
divinizar las pasiones: y las pasiones divinizadas son extravagancia,
inmoralidad, corrupcion, crimen.

§ LIII.
No impresiones sensibles, sino moral y razon.
La conducta del hombre, así con respecto á lo moral como á lo útil, no
debe gobernarse por impresiones sino por reglas constantes; en lo moral,
por las máximas de eterna verdad; en lo útil, por los consejos de la
sana razon. El hombre no es un Dios en quien todo se santifique por solo
hallarse en él; las impresiones que recibe, son modificaciones de su
naturaleza que en nada alteran las leyes eternas; una cosa justa no
pierde la justicia, por serle desagradable; una cosa injusta, por serle
agradable, no se lava de la injusticia. El enemigo implacable que hunde
el puñal vengador en las entrañas de su víctima, siente en su corazon un
placer feroz, y su accion no deja de ser un crimen; la hermana de la
caridad que asiste al enfermo, que le alivia y consuela, sufre mas de
una vez tormentos atroces, mas por esto su accion no deja de ser
heróicamente virtuosa.
Prescindiendo de lo moral, y atendiendo á lo útil, es necesario tratar
las cosas con arreglo á lo que son, no á lo que nos afectan; la verdad
no está esencialmente en nuestras impresiones, sino en los objetos;
cuando aquellas nos ponen en desacuerdo con estos, nos extravian. El
mundo real no es el mundo de los poetas y novelistas: es preciso
considerarle y tratarle tal como es en sí; no sentimental, no
fantástico, no soñador; sino positivo, práctico, prosáico.

§ LIV.
Un sentimiento bueno, la exageracion le hace malo.
La religion no sofoca los sentimientos, solo los modera y los dirige; la
prudencia no desecha el auxilio de las pasiones templadas, solo se
guarda de su predominio. La armonía no se ha de producir en el hombre
con el simultáneo desarrollo de las pasiones, sino con su represion; el
contrapeso de las que se dejen funcionando no son solo las otras
pasiones, sino principalmente la razon y la moral. La oposicion misma de
las inclinaciones buenas á las malas; deja de ser saludable, cuando en
ella no preside como señora la razon; porque las inclinaciones buenas no
son buenas sino en cuanto la razon las dirige y modera: abandonadas á sí
mismas, se exageran, se hacen malas.
Un valiente está encargado de un puesto peligroso: el riesgo crece por
momentos; á su alrededor van cayendo sus camaradas: los enemigos se
aproximan cada vez mas; apénas hay esperanza de sostenerse, y la órden
para retirarse no llega. El desaliento entra por un instante en el
corazon del valiente; ¿á qué morir sin ningun fruto? El deber de la
disciplina y del honor ¿se extenderá hasta un sacrificio inútil? ¿No
seria mejor abandonar el puesto, excusarse á los ojos del jefe con lo
imperioso de la necesidad? «No, responde su corazon generoso; esto es
cobardía que se cubre con el nombre de prudencia. ¿Qué dirian tus
compañeros, qué tu jefe, qué cuantos te conocen? ¿la ignominia ó la
muerte? pues la muerte, sin vacilar, la muerte.»
¿Se puede culpar esa reflexion con que el bravo oficial ha procurado
sostenerse á sí mismo, contra la tentación de cobardía? Ese deseo del
honor, ese horror á la ignominia de pasar por cobarde, ¿no ha sido en él
un sentimiento? sí; pero un sentimiento noble, generoso, con cuya fuerza
y ascendiente se ha fortalecido contra las asechanzas del miedo, y ha
cumplido su deber. Esa pasion pues dirigida á un objeto bueno, ha
producido un resultado excelente, que tal vez sin ella no se hubiera
conseguido: en aquellos momentos críticos, terribles, en que el
estruendo del cañon, la gritería del enemigo cercano, y los ayes de los
camaradas moribundos, comenzaban á introducir el espanto en su pecho, la
razon enteramente sola tal vez hubiera sucumbido; pero ha llamado en su
ayuda á una pasion mas poderosa que el temor de la muerte: el
sentimiento del honor, la vergüenza de parecer cobarde; y la razon ha
triunfado, el deber se ha cumplido.
Llegada la órden de replegarse, el oficial se reune á su cuerpo,
habiendo perdido en el puesto fatal á casi todos sus soldados.--Ya le
teníamos á V. por muerto, le dice chanceándose uno de sus amigos; no se
habrá V. olvidado del parapeto.--El oficial se cree ultrajado, pide con
calor una satisfaccion, y á las pocas horas el burlon imprudente ha
dejado de existir. El mismo sentimiento que poco ántes impulsara á una
accion heróica, acaba de causar un asesinato. El honor, la vergüenza de
pasar por cobarde, habian sostenido al valiente, hasta el punto de
hacerle despreciar su vida; el honor, la vergüenza de pasar por cobarde,
han teñido sus manos con la sangre de un amigo imprudente. La pasion
dirigida por la razon se elevó hasta el heroismo; entregada á su ímpetu
ciego, se ha degradado hasta el crímen.
La emulacion es un sentimiento poderoso, excelente preservativo contra
la pereza, contra la cobardía, y contra cuantas pasiones se oponen al
ejercicio útil de nuestras facultades. De ella se aprovecha el maestro
para estimular á los alumnos; de ella se sirve el padre de familia para
refrenar las malas inclinaciones de alguno de sus hijos; de ella se vale
un capitan para obtener de sus subordinados, constancia, valor, hazañas
heróicas. El deseo de adelantar, de cumplir con el deber, de llevar á
cabo grandes empresas, el doloroso pesar de no haber hecho de nuestra
parte todo lo que podíamos y debíamos, el rubor de vernos excedidos por
aquellos á quienes hubiéramos podido superar, son sentimientos muy
justos, muy nobles, excelentes para hacernos avanzar en el camino del
bien. En ellos no hay nada reprensible; ellos son el manantial de muchas
acciones virtuosas, de resoluciones sublimes, de hazañas sorprendentes.
Pero si ese mismo sentimiento se exagera, el néctar aromático, dulce,
confortador, se trueca en el humor mortifero que fluye de la boca de un
reptil ponzoñoso, la emulacion se hace envidia. El sentimiento en el
fondo es el mismo, pero se ha llevado á un punto demasiado alto; el
deseo de adelantar ha pasado á ser una sed abrasadora; el pesar de verse
superado, es ya un rencor contra el que supera; ya no hay aquella
rivalidad que se hermanaba muy bien con la amistad mas íntima, que
procuraba suavizar la humillacion del vencido prodigándole muestras de
cariño, y sinceras alabanzas por sus esfuerzos; que contenta con haber
conquistado el lauro, le escondia para no lastimar el amor propio de los
demas; hay sí, un verdadero despecho, hay una rabia, no por la falta de
los adelantos propios, sino por la vista de los ajenos; hay un verdadero
odio al que se aventaja, hay un vivo anhelo por rebajar el mérito de sus
obras, hay maledicencia, hay el desden con que se encubre un furor mal
comprimido, hay la sonrisa sardónica, que apénas alcanza á disimular los
tormentos del alma.
Nada mas conforme á razon que aquel sentimiento de la propia dignidad,
que se exalta santamente cuando las pasiones brutales excitan á una
accion vergonzosa; que recuerda al hombre lo sagrado de sus deberes, y
no le consiente deshonrarse faltando á ellos; aquel sentimiento que le
inspira la actitud que le conviene tomar, segun la posicion que ocupa;
aquel sentimiento que llena de majestad el semblante y modales del
monarca, que da al rostro y maneras de un pontífice santa gravedad y
uncion augusta; que brilla en la mirada de fuego de un gran capitan y en
su ademan resuelto, osado, imponente; aquel sentimiento que á la dicha
no le permite alegria descompuesta, ni al infortunio abatimiento
ignoble; que señala la oportunidad de un prudente silencio, ó sugiere
una palabra decorosa y firme; que deslinda la afabilidad de la nimia
familiaridad, la franqueza del abandono, la naturalidad de los modales
de una libertad grosera; aquel sentimiento en fin que vigoriza al hombre
sin endurecerle, que le suaviza sin relajarle, que le hace flexible sin
inconstancia, y constante sin terquedad. Pero ese mismo sentimiento, si
no está moderado y dirigido por la razon, se hace orgullo; el orgullo
que hincha el corazon, enhiesta la frente, da á la fisonomía un aspecto
ofensivo, y á los modales una afectacion entre irritante y ridícula; el
orgullo que desvanece, que imposibilita para adelantar, que se suscita á
sí propio obstáculos en la ejecucion, que inspira grandes maldades, que
provoca el aborrecimiento y el desprecio, que hace insufrible.
¡Qué sentimiento mas razonable que el deseo de adquirir ó conservar lo
necesario para las atenciones propias, y de aquellas personas de cuyo
cuidado encargan el deber ó el afecto! Él previene contra la
prodigalidad, aparta de los excesos, preserva de una vida licenciosa,
inspira amor á la sobriedad, templanza en todos los deseos, aficion al
trabajo. Pero este mismo sentimiento llevado á la exageracion, impone
ayunos que Dios no acepta, frio en el invierno, calor en el verano, mal
cuidado de la salud, abandono en las enfermedades, mortifica con
privaciones á la familia, niega todo favor á los amigos, cierra la mano
para los pobres, endurece cruelmente el corazon para toda clase de
infortunios, atormenta con sospechas, temores, zozobras, prolonga las
vigilias, engendra el insomnio, persigue y agita con la aparicion de
espectros robadores los breves momentos de sueño, haciendo que no pueda
lograr descanso
El rico avaro en el angosto lecho,
Y que sudando con terror despierte.
Véase pues con cuánta verdad he dicho que los mismos sentimientos buenos
la exageracion los hace malos; que el sentimiento por sí solo, es una
guia mas segura, y á menudo peligrosa. La razon es quien debe dirigirle
conforme á los eternos principios de la moral; la razon es quien debe
encaminarle, hasta en el terreno de la utilidad. Por esto jamas el
hombre se ocupa demasiado del conocimiento de sí mismo; ningun esfuerzo
está de mas para adquirir aquel criterio moral y acertado, que nos
enseña la verdad práctica, la verdad que debe presidir á todos los actos
de nuestra vida. Proceder á la aventura, abandonarse ciegamente á las
inspiraciones del corazon, es exponerse á mancharse con la inmoralidad,
y á cometer una serie de yerros que acaban por acarrear terribles
infortunios.

§ LV.
La ciencia es muy útil á la práctica.
En todo lo concerniente á objetos sometidos á leyes necesarias, claro es
que el conocimiento de estas ha de ser utilísimo, cuando no
indispensable. De cuyo principio infiero que discurren muy mal los que
en tratándose de ejecutar, descuidan la ciencia y solo se atienen á la
práctica. La ciencia, si es verdaderamente digna de este nombre, se
ocupa en el descubrimiento de las leyes que rigen la naturaleza; y así
su ayuda ha de ser de la mayor importancia. Tenemos de esta verdad una
irrefragable prueba en lo que ha sucedido en Europa de tres siglos á
esta parte. Desde que se han cultivado las matemáticas y las ciencias
naturales, el progreso de las artes ha sido asombroso. En el siglo
actual se estan haciendo continuamente ingeniosos descubrimientos; y
¿qué son estos, sino otras tantas aplicaciones de la ciencia?
La rutina que desdeña á la ciencia, muestra con semejante desden un
orgullo necio, hijo de la ignorancia. El hombre se distingue de los
brutos animales por la razon con que le ha dotado el Autor de la
naturaleza; y no querer emplear las luces del entendimiento para la
direccion de las operaciones, aun las mas sencillas, es mostrarse
ingrato á la bondad del Criador. ¿Para qué se nos ha dado esa antorcha
sino para aprovecharnos de ella en cuanto sea posible? Y si á ella se
deben tan grandes concepciones cientificas, ¿porqué no la hemos de
consultar para que nos suministre reglas que nos guien en la práctica?
Véase el atraso en que se encuentra la España en cuanto á desarrollo
material, merced al descuido con que han sido miradas durante largo
tiempo las ciencias naturales y exactas; comparémonos con las naciones
que no han caido en este error, y nos será fácil palpar la diferencia.
Verdad es que hay en las ciencias una parte meramente especulativa, y
que difícilmente puede conducir á resultados prácticos; sin embargo es
preciso no olvidar, que aun esta parte al parecer inútil, y como si
dijéramos de mero lujo, se liga muchas veces con otras que tienen
inmediata relacion con las artes. Por manera que su inutilidad es solo
aparente, pues andando el tiempo se descubren consecuencias en que no se
habia reparado. La historia de las ciencias naturales y exactas nos
ofrece abundantes pruebas de esta verdad, ¿Qué cosa mas puramente
especulativa y al parecer mas estéril, que las fracciones continuas? y
no obstante ellas sirvieron á Huigens para determinar las dimensiones de
las ruedas dentadas en la construccion de su autómata planetario.
La práctica sin la teoría permanece estacionaria, ó no adelanta sino con
muchísima lentitud; pero á su vez, la teoría sin la práctica fuera
tambien infructuosa. La teoría no progresa ni se solida sin la
observacion, y la observacion estriba en la práctica. ¿Que seria la
ciencia agrícola sin la experiencia del labrador?
Los que se destinen á la profesion de un arte deben, si es posible,
estar preparados con los principios de la ciencia en que aquella se
funda. Los carpinteros, albañiles, maquinistas, saldrian sin duda mas
hábiles maestros si poseyesen los elementos de geometría y de mecánica;
y los barnizadores, tintoreros y de otros oficios no andarian tan á
tientas en sus operaciones, si no careciesen de las luces de la química.
Si una gran parte del tiempo que se pierde miserablemente en la escuela
y en casa, ocupándose en estudios inconducentes, se emplease en adquirir
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