El Criterio - 08

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castigar; si me propongo investigar en qué consiste la justicia,
analizando los altos principios en que estriba, y las utilidades que su
imperio acarrea al individuo y á la sociedad; ¿de qué me servirá dicho
ejemplo, ú otros semejantes? Los teólogos y juristas, quisiera que me
dijesen si en sus discursos les han servido mucho las decantadas reglas.
«Todo metal es mineral, el oro es metal, luego es mineral.» «Ningun
animal es insensible, los peces son animales, luego no son insensibles.»
«Pedro es culpable, este hombre es Pedro, luego este hombre es
culpable.» «Esta onza de oro no tiene el debido peso, esta onza es la
que Juan me ha dado, luego la onza que Juan me ha dado no tiene el
debido peso.» Estos ejemplos y otros por el mismo tenor, son los que
suelen encontrarse en las obras de lógica que dan reglas para los
silogismos; y yo no alcanzo qué utilidad pueden traer al discurso de los
alumnos.
La dificultad en el raciocinio no se quita con estas frivolidades mas
propias para perder el tiempo en la escuela que para enseñar. Cuando el
discurso se traslada de los ejemplos á la realidad, no encuentra nada
semejante: y entónces ó se olvida completamente de las reglas, ó despues
de haber ensayado el aplicarlas continuamente, se cansa bien pronto de
la enojosa é inútil tarea. Cierto sugeto, muy conocido mio, se habia
tomado el trabajo de examinar todos sus discursos á la luz de las reglas
dialécticas; no sé si en la actualidad conservará todavia este peregrino
humor; miéntras tuve ocasion de tratarle no observé que alcanzase gran
resultado.
Analicemos algunos de estos ejemplos, y comparémoslos con la práctica.
Trátase de la pertenencia de una posesion. Todos los bienes que fueron
de la familia N debieron pasar á la familia M; pero el mucho tiempo
trascurrido y otras circunstancias, hacen que se suscite un pleito sobre
el manso B, de que esta última se halla en posesion, fundándose en que
sus derechos á ella le vienen de la familia N. Claro es que el silogismo
del posesor ha de ser el siguiente: Todos los bienes que fueron de la
familia N me pertenecen; es así que el manso B se halla en este caso,
luego el manso B me pertenece. Para no complicar, supondremos que no
haya dificultad en la primera proposicion, ó sea en la mayor; y que toda
la disputa recaiga sobre la menor; es decir que le incumbe probar que
efectivamente el manso B perteneció á la familia N.
Todo el pleito gira, no en si el silogismo es concluyente, sino en si se
prueba la menor ó no. Y pregunto ahora: ¿pensará nadie en el silogismo?
¿sirve de nada el recordar que lo que se dice de todos se ha de decir
de cada uno? Cuando se haya llegado á probar que el manso B perteneció á
la familia N, ¿será menester ninguna regla para deducir que la familia M
es legítima poseedora? El discurso se hace, es cierto; existe el
silogismo, no cabe duda; pero es cosa tan clara, es tan obvia la
deduccion, que las reglas dadas para sacarla, mas bien que otra cosa,
parecerán un puro entretenimiento especulativo. No estará el trabajo en
el silogismo, sino en encontrar los títulos para probar que el manso B
perteneció realmente á la familia N, en interpretar cual conviene las
cláusulas del testamento, donacion, ó venta por donde lo habia
adquirido; en esto y otros puntos consistirá la dificultad, para esto
seria necesario aguzar el discurso, prescribiéndole atinadas reglas á
fin de discernir la verdad entre muchos y complicados y contradictorios
documentos. Gracioso seria por demas, el preguntar á los interesados, á
los abogados y al juez, cuántas veces han pensado en semejantes reglas,
cuando seguian con ojo atento el hilo que debía respectivamente
conducirlos al objeto deseado.
«La moneda que no reune las calidades prescritas por la ley no debe
recibirse; esta onza de oro no las tiene, luego no debe recibirse.» El
raciocinio es tan concluyente como inútil. Cuando yo este bien instruido
de las circunstancias exigidas por la ley monetaria vigente, y ademas
haya experimentado que esta onza de oro carece de ellas, se la devolveré
al dador sin discursos; y si se traba disputa, no versará sobre la
legitimidad de la consecuencia, sino sobre si á tantos ó cuantos granos
de déficit se ha de tomar todavia, si está bien pesada ó no, si lleva
esta ó aquella señal, y otras cosas semejantes.
Cuando el hombre discurre no anda en actos reflejos sobre su
pensamiento, así como los ojos cuando miran no hacen contorsiones para
verse á sí mismos. Se presenta una idea, se la concibe con mas ó ménos
claridad; en ella se ve contenida otra, ú otras; con estas se suscita el
recuerdo de otras, y así se va caminando con suavidad, sin cavilaciones
reflejas, sin embarazarse á cada paso con la razon de aquello que se
piensa.

§ III.
El entimema.
La evidencia de estas verdades ha hecho que se contase entre las formas
de argumentacion el entimema, el cual no es mas que un silogismo en que
se calla por sobrentendida, alguna de sus proposiciones. Esta forma se
la enseñó á los dialécticos la experiencia de lo que estaban viendo á
cada paso; pues pudieron notar que en la práctica se omitia por
superfluo el presentar por extenso todo el hilo del raciocinio. Así en
el último ejemplo, el silogismo por extenso seria el que se ha puesto al
principio; pero en forma de entimema se convertiria en este otro: «Esta
onza no tiene las condiciones prescritas por la ley, luego no debo
recibirla;» ó en estilo vulgar, y mas conciso y expresivo: «No la tomo;
es corta.»

§ IV.
Reflexiones sobre el término.
Todo el artificio del silogismo consiste en comparar los extremos con un
término medio, para deducir la relacion que tienen entre sí. Cuando se
conocen ya, y se tienen presentes esos extremos y ese término medio,
nada mas sencillo que hacer la comparacion; pero cabalmente entónces ya
no es necesaria la regla, porque el entendimiento ve al instante la
consecuencia buscada. ¿Cómo se encuentra ese término medio? ¿Cómo se
conocen los dos extremos, cuando se hacen investigaciones sobre un
objeto, del cual se ignora lo que es? Sé muy bien que si este mineral
que tengo en las manos fuese oro, tendria tal calidad; pero el embarazo
está en que ni se me ocurre que esto pueda ser oro, y por tanto no
pienso en uno de los dos extremos; ni aun cuando pensara en ello, me
encuentro con medios para comprobarlo. Sabe muy bien el juez que si el
hombre que pasa por su lado fuera el asesino á quien persigue desde
mucho tiempo, deberia enviarle al suplicio; pero la dificultad está en
que al ver al culpable no piensa en el asesino; y si pensara en él y
sospechase que es el individuo que está presente, no puede condenarle
por falta de pruebas. Tiene los dos extremos, mas no el término medio;
término que no se lo ofrecerá ciertamente bajo formas dialécticas. ¿Cómo
se llama este hombre? Su patria, su residencia ordinaria, los
antecedentes de su conducta, su modo de vivir en la actualidad, el lugar
donde se hallaba cuando se cometió el asesinato, testigos que le vieron
en las inmediaciones del sitio en que se encontró la víctima; su traje,
estatura, fisonomia, señales sangrientas que se han notado en su ropa,
el puñal escondido, el azoramiento con que llegó á deshora á su casa
pocos momentos despues del desastre, algunas prendas que se han
encontrado en su poder, y que se parecen mucho á otras que tenia el
difunto, sus contradicciones, su reconocida enemistad con el asesinado;
hé aquí los términos medios, ó mas bien un conjunto de circunstancias
que han de indicar si el preso es el verdadero asesino. ¿Y para qué
aprovecharán las reglas del silogismo? Ahora habrá que atender á una
palabra, despues á un hecho; aquí se habrá de examinar una señal, mas
allá se habrán de cotejar dos ó mas coincidencias. Será preciso atender
á las cualidades físicas, morales y sociales del individuo, será
necesario apreciar el valor de los testigos, en una palabra, deberá el
juez revolver la atencion en todas direcciones, fijarla sobre mil y mil
objetos diferentes, y pesarlo todo en justa y escrupulosa balanza para
no dejar sin castigo al culpable, ó no condenar al inocente.
Lo diré de una vez: los ejemplos que suelen abundar en los libros de
dialéctica de nada sirven para la práctica: quien creyese que con aquel
mecanismo ha aprendido á pensar, puede estar persuadido de que se
equivoca. Si lo que acabo de exponer no le convence, la experiencia le
desengañará.

§ V.
Utilidad de las formas dialécticas.
Sin embargo de lo dicho, no negaré que esas formas dialécticas sean
útiles aun en nuestro tiempo, para presentar con claridad y exactitud el
encadenamiento de las ideas en el raciocinio: y que si no valen mucho
como medio de invencion, sean á veces provechosas como conducto de
enseñanza. Así es que léjos de pretender que se las destierre del todo
de las obras elementales, conviene que se las conserve, no en toda su
sequedad, pero si en todo su vigor. _Nervos et ossa_ las llamaba Melchor
Cano con mucha oportunidad: no se destruyan pues esos nervios y huesos;
basta cubrirlos con piel blanda y colorada, para que no repugnen ni
ofendan. Porque es preciso confesar que ahora á fuerza de desdeñar las
formas, se cae en el extrema opuesto, sumamente dañoso al adelanto de
las ciencias, y á la causa de la verdad. Antes, los discursos eran
descarnados en demasía, presentaban, por decirlo así, desnuda la
armazon; pero ahora, tanto es el cuidado de la exterioridad, tal el
olvido de lo interior, que en muchos discursos no se encuentra mas que
palabras, que serian bellas, si serlo pudieran palabras vacias. Con el
auxilio de las formas dialécticas, traveseaban en demasía los ingenios
sutiles y cavilosos; con las formas oratorias se envuelven á menudo los
espíritus huecos. _Est modus in rebus_[15].


CAPÍTULO XVI.
NO TODO LO HACE EL DISCURSO.

§ I.
La inspiracion.
Es un error el figurarse que los grandes pensamientos son hijos del
discurso; este, bien empleado, sirve algun tanto para enseñar, pero poco
para inventar. Casi todo lo que el mundo admira de mas feliz, grande y
sorprendente, es debido á la inspiracion; á esta luz instantánea que
brilla de repente en el entendimiento del hombre, sin que él mismo sepa
de donde le viene. Inspiracion la apellido, y con mucha propiedad,
porque no cabe nombre mas adaptado para explicar este admirable
fenómeno.
Está un matemático dando vueltas á un intrincado problema; se ha hecho
cargo de todos los datos, nada le queda que practicar de lo que para
semejantes casos está prevenido. La resolucion no se encuentra; se han
tanteado varios planteos, y á nada conducen. Se han tomado al acaso
diferentes cantidades, por si se da en el blanco; todo es inútil. La
cabeza está fatigada; la pluma descansa sobre el papel, nada escribe. La
atencion del calculador está como adormecida de puro fija; casi no sabe
si piensa. Cansado de forcejear por abrir una puerta tan bien cerrada,
parece que ha desistido de su empeño, y que se ha sentado en el umbral
aguardando si alguien abrirá por la parte de adentro. «Ya lo veo,»
exclama de repente, «esto es!....» y cual otro Arquimédes, sin saber lo
que le sucede, saltaria del baño y echaria á correr gritando: «Lo he
encontrado!..... Lo he encontrado!....»
Acontece á menudo que despues de largas horas de meditacion, no se ha
podido llegar á un resultado satisfactorio, y cuando el ánimo está
distraido, ocupado en asuntos totalmente diferentes, se le presenta de
improviso la verdad como una aparicion misteriosa. Hallábase santo Tomas
de Aquino en la mesa del rey de Francia; y como no debia de ser mal
criado y descortes, no es regular que escogiese aquel puesto para
entregarse á meditaciones profundas. Pero ántes de la hora del convite
estaria en la celda ocupado en sus ordinarias tareas, aguzando las armas
de la razon para combatir á los enemigos de la Iglesia. Natural es que
le sucediese lo que suelen experimentar todos los que tienen por
costumbre penetrar el fondo de las cosas, que aun cuando han dejado la
meditacion en que estaban embebidos, se les ocurre con frecuencia el
punto en cuestion, como si viniese á llamar a la puerta, preguntando si
le toca otra vez el turno. Y hé aquí, que sin saber cómo, se siente
inspirado, ve lo que ántes no veia, y olvidándose de que estaba en la
mesa del rey, da sobre ella una palmada, exclamando: «Esto es
concluyente contra los maniqueos!....»

§ II.
La meditacion.
Cuando el hombre se ocupa en comprender algun objeto muy dificil, tan
léjos está de andar con la regla y compas en la mano para dirigir sus
meditaciones, que las mas de las veces queda absorto en la
investigacion, sin advertir que medita, ni aun que existe. Mira las
cosas, ahora por un lado, despues por otro; pronuncia interiormente el
nombre de aquello que examina; da una ojeada á lo que rodea el punto
principal; no se parece á quien sigue un camino trillado, como sabiendo
el término á que ha de llegar, sino á quien buscando en la tierra un
tesoro cuya existencia sospecha, pero de cuyo lugar no está seguro, anda
excavando acá y acullá sin regla fija.
Y si bien se observa, no puede suceder de otra manera, cuando ya de
antemano no se conoce la verdad que se busca. El que tiene á la vista un
pedazo de mineral cuya naturaleza conoce, cuando trate de manifestar á
otros lo que él sabe sobre la misma, se valdrá del procedimiento mas
sencillo, y mas adaptado para el efecto. Pero si no tuviese dicho
conocimiento, entónces le revolveria y miraria repetidas veces; por este
ó aquel indicio formaria sus conjeturas, y al fin echaria mano de
experimentos á propósito, no para manifestar que es tal, sino para
descubrir cuál es.

§ III.
Invencion y enseñanza.
De esto nace la diferencia entre el método de enseñanza y el de
invencion: quien enseña, sabe adonde va, y conoce el camino que ha de
seguir, porque ya le ha recorrido otras veces; mas el que descubre tal
vez no se propone nada determinado, sino examinar lo que hay en el
objeto que le ocupa; quizas se prefija un blanco, pero ignorando si es
posible alcanzarle, ó dudando si existe, si es mas que un capricho de su
imaginacion; y en caso de estar seguro de su existencia, no conoce el
sendero que á él le ha de conducir.
Por este motivo los mas elevados descubrimientos se enseñan por
principios muy diferentes de los que guiaron á los inventores; el
cálculo infinitesimal es debido á la geometría, y ahora se llega á sus
aplicaciones geométricas por una serie de procedimientos puramente
algebráicos. Así, se levanta en una cordillera de escarpadas montañas un
picacho inaccesible, donde al parecer se divisan algunos restos de un
antiguo edificio: un hombre curioso y atrevido concibe el designio de
subir allá; mira, tantea, trepa por altísimos peñascos, se escurre por
pasadizos impracticables, se aventura por el estrechísimo borde de
espantosos derrumbaderos, se ase de endebles plantas y carcomidas
raices, y al fin cubierto de sudor y jadeando de cansancio, toca á la
deseada cumbre, y levantando los brazos clama con orgullo: «¡ya estoy
arriba!....» Entónces domina de una ojeada todas las vertientes de las
cordilleras; lo que ántes no veia sino por partes, ahora lo ve en su
conjunto: mira hácia los puntos por donde habia tanteado, ve la
imposibilidad de subir por allí, y se rie de su ignorancia. Contempla
las escabrosidades por donde acaba de atravesar, y se envanece de su
temeraria osadía. ¿Y cómo será posible que por estas malezas suban los
que le estan mirando? Pero ved ahí un sendero muy fácil; desde abajo no
se descubre, desde arriba sí. Da muchos rodeos, es verdad, se ha de
tomar á larga distancia, pero es accesible hasta á los mas débiles y
ménos atrevidos. Entónces desciende corriendo, se reune con los demas,
les dice «seguidme,» los conduce á la cima, sin cansancio ni peligro, y
allí los hace disfrutar de la vista del monumento, y de los magníficos
alrededores que el picacho domina.

§ IV.
La intuicion.
Mas no se crea que las tareas del genio sean siempre tan laboriosas y
pesadas. Uno de sus caractéres es la _intuicion_, el ver sin esfuerzo lo
que otros no descubrian sino con mucho trabajo, el tener á la vista el
objeto inundado de luz, cuando los demas estan en tinieblas. Ofrecedle
una idea, un hecho, que quizas para otros serán insignificantes, él
descubre mil y mil circunstancias y relaciones ántes desconocidas. No
habia mas que un pequeño círculo, y al clavarse en él la mágica mirada,
el círculo se agita, se dilata, va extendiéndose como la aurora al
levantarse el sol. Ved, no habia mas que una débil ráfaga luminosa,
pocos instantes despues brilla el firmamento con inmensas madejas de
plata y de oro, torrentes de fuego inundan la bóveda celeste, del
oriente al ocaso, del aquilon al sud.

§ V.
No está la dificultad en comprender sino en atinar. El jugador de
ajedrez. Sobieski. Las víboras de Aníbal.
Hay en este punto una particularidad muy digna de notarse, y que tal vez
no ha sido observada; y es que muchas verdades no son difíciles en sí y
que sin embargo á nadie se ocurren sino á los hombres de talento. Cuando
estos las presentan, ó las hacen advertir, todo el mundo las ve tan
claras, tan sencillas, tan obvias que parece extraño no se las haya
visto ántes.
Dos hábiles jugadores de ajedrez estan empeñados en una complicada
partida. Uno de ellos hace una jugada al parecer tan indiferente.....
«tiempo perdido,» dicen los espectadores; luego abandona una pieza que
podia muy bien defender, y se entretiene en acudir á un punto por el
cual nadie le amenaza. «Vaya una humorada, exclaman todos, esto le hará
á V. mucha falta.» «¿Qué quieren Vds.? dice el taimado, no atina uno en
todo,» y continúa como distraido. El adversario no ha penetrado la
intencion, no acude al peligro, juega, y el distraido que perdia tiempo
y piezas, ataca por el flanco descubierto, y con maligna sonrisa dice:
«jaque mate.» Tiene razon, gritan todos, y ¿cómo no lo habiamos visto?
y una cosa tan sencilla!.... pues es claro, perdió el tiempo para
enfilar por aquel lado, abandonó una pieza para abrirse paso; acudió
allí, no para defenderse sino para cerrar aquella salida; parece
imposible que no lo hubiéramos advertido.»
Estan los turcos acampados delante de Viena; cada cual discurre por
donde se deberá atacarlos cuando llegue el deseado refuerzo á las
órdenes del rey de Polonia. Las reglas del arte andan de boca en boca,
los proyectos son innumerables. Llega Sobieski, echa una ojeada sobre el
ejército enemigo: «es mio, dice, está mal acampado.» Al dia siguiente
ataca, los turcos son derrotados, y Viena es libre. Y despues de visto
el plan de ataque y su feliz éxito, todos dirian: «los turcos cometieron
tal ó cual falta, tenia razon el rey, estaban mal acampados;» todos
veian la verdad, la encontraban muy sencilla, pero despues de habérsela
mostrado.
Todos los matemáticos sabian las propiedades de las progresiones
aritméticas y geométricas; que el exponente de 1 era 0, que el de 10 era
1, que el de 1000 era 2, y así sucesivamente, y que el de los números
medios entre 1 y 10 era un quebrado; pero nadie veia que con esto se
pudiese tener un instrumento de tantos y tan ventajosos usos como son
las tablas de los logaritmos. Neper dijo «hélo aquí;» y todos los
matemáticos vieron que era una cosa muy sencilla.
Nada mas fácil que el sistema de nuestra numeracion; y sin embargo, no
lo conocieron ni los griegos, ni los romanos. ¿Qué fenómeno mas
sencillo, mas patente á nuestros ojos, que la tendencia de los flúidos
á ponerse á nivel, á subir á la misma altura de la cual descienden? ¿No
lo estamos viendo á cada paso en las retortas, y en todos los vasos
donde hay dos ó mas tubos de comunicacion? ¿Qué cosa mas sencilla que la
aplicacion de esta ley de la naturaleza á objeto de tanta utilidad como
es la conduccion de las aguas? Y sin embargo ha debido trascurrir mucho
tiempo ántes que la humanidad se aprovechara de la leccion que estaba
recibiendo todos los dias en un fenómeno tan sencillo.
Dos artesanos poco diestros se hallan embarazados en una obra. El uno
consulta al otro, ambos cavilan, ensayan, malbaratan, sin conseguir
nada. Acuden por fin á un tercero de aventajada nombradía. ¿A ver si V.
nos saca de apuros?--Muy sencillo, de esta manera--Tiene V. razon, era
tan fácil y no habíamos sabido dar en ello.
Está Aníbal á la víspera de un combate naval, da sus disposiciones, y
entre tanto vuelven á bordo algunos soldados que llevan un gran número
de vasos de barro bien tapados, cuyo contenido conocen muy pocos.
Comienza la refriega, los enemigos se rien de que los marinos de Aníbal
les arrojen aquellos vasos en vez de flechas; el barro se hace pedazos,
y el daño que causa es muy poco. Pasan algunos momentos, un marino
siente una picadura atroz: al grito del lastimado sucede el de otro,
todos vuelven la vista y notan con espanto que la nave está llena de
víboras. Introdúcese el desórden, Aníbal maniobra con destreza y la
victoria se decide en su favor. Ciertamente que nadie ignoraba que era
posible recoger muchas víboras, y encerrarlas en vasos de barro, y
tirarlos á las naves enemigas; pero la ocurrencia solo la tuvo el astuto
cartagines. Y él sin duda encontró el infernal ardid, sin raciocinios ni
cavilaciones; bastóle tal vez que alguien mentase la palabra _víbora_,
para atinar desde luego en que este reptil podia servirle de excelente
auxiliar.
¿Qué nos dicen estos ejemplos? nos dicen que el talento consiste muchas
veces en ver una relacion que está patente, y en la cual nadie atina.
Ella en sí no es dificil, y la prueba está en que tan pronto como alguno
la descubre, y la señala con el dedo diciendo: «mirad;» todos la ven sin
esfuerzo, y hasta se admiran de no haberla advertido. Así que el
lenguaje, llevado por la fuerza misma de las cosas, los llama á estos
pensamientos _ocurrencias_, _golpes_, _inspiraciones_, expresando de
esta manera que no costaron trabajo, que se ofrecieron por sí mismos.

§ VI.
Regla para meditar.
De lo dicho inferiré que para pensar bien no es buen sistema poner el
espíritu en tortura, sino que es conveniente dejarle con cierto
desahogo. Está meditando sobre un objeto, al parecer no adelanta; con la
atencion sobre una cosa, diríase que está dormitando. No importa; no le
violenteis; mira si descubre algun indicio que le guie; se asemeja al
que tiene en la mano una cajita cerrada con un resorte misterioso, en la
cual se quiere poner á prueba el ingenio, por si se encuentra el modo
de abrirla. La contempla largo rato, la vuelve repetidas veces, ora
aprieta con el dedo, ora forcejea con la uña, hasta que al fin permanece
un instante inmóbil y dice: «aquí está el resorte, ya está abierta.»

§ VII.
Carácter de las inteligencias elevadas. Notable doctrina de santo Tomas
de Aquino.
¿Porqué no se ocurren á todos ciertas verdades sencillas? ¿cómo es que
el linaje humano haya de mirar cual espíritus extraordinarios á los que
ven cosas que al parecer todo el mundo habia podido ver? Esto es buscar
la razon de un arcano de la Providencia, esto es preguntar porqué el
Criador ha otorgado á algunos hombres privilegiados una gran fuerza de
intuicion, ó sea vision intelectual inmediata, y la ha negado al mayor
número.
Santo Tomas de Aquino desenvuelve sobre este particular una doctrina
admirable. Segun el santo Doctor, el discurrir es señal de poco alcance
del entendimiento; es una facultad que se nos ha concedido para suplir á
nuestra debilidad; y así es que los ángeles entienden, mas no discurren.
Cuanto mas elevada es una inteligencia, ménos ideas tiene; porque
encierra en pocas, lo que las mas limitadas tienen distribuido en
muchas. Así los ángeles de mas alta categoría entienden por medio de
pocas ideas; el número se va reduciendo á medida que las inteligencias
criadas se van acercando al Criador, el cual como ser infinito é
inteligencia infinita, todo lo ve en una sola idea, única,
simplicísima, pero infinita: su misma esencia. ¡Cuán sublime teoría!
Ella sola vale un libro; ella prueba un profundo conocimiento de los
secretos del espíritu; ella nos sugiere innumerables aplicaciones con
respecto al entendimiento del hombre.
En efecto, los genios superiores no se distinguen por la mucha
abundancia de las ideas; sino en que estan en posesion de algunas,
capitales, anchurosas, donde hacen caber al mundo. El ave rastrera se
fatiga revoloteando, y recorre mucho terreno, y no sale de la angostura
y sinuosidades de los valles: el águila remonta su majestuoso vuelo,
posa en la cumbre de los Alpes, y desde allí contempla las montañas, los
valles, la corriente de los rios, divisa vastas llanuras pobladas de
ciudades, y amenizadas con deliciosas vegas, galanas praderas, ricas y
variadas mieses.
En todas las cuestiones hay un punto de vista principal, dominante; en
él se coloca el genio. Allí tiene la clave, desde allí lo domina todo.
Si al comun de los hombres no les es posible situarse de golpe en el
mismo lugar, al ménos deben procurar llegar á él á fuerza de trabajo; no
dudando que con esto se ahorrarán muchísimo tiempo, y alcanzarán los
resultados mas ventajosos. Si bien se observa, toda cuestion y hasta
toda ciencia, tienen uno ó pocos puntos capitales á los que se refieren
los demas. En situándose en ellos, todo se presenta sencillo y llano, de
otra suerte no se ven mas que detalles y nunca el conjunto. El
entendimiento humano, ya de suyo tan débil, ha menester que se le
muestren los objetos tan simplificados como sea dable; y por lo mismo es
de la mayor importancia desembarazarlos de follaje inútil, y que
ademas, cuando sea preciso cargarle con muchas atenciones simultáneas,
se las distribuya de suerte que queden reducidas á pocas clases, y cada
una de estas vinculada en un punto. Así se aprende con mas facilidad, se
percibe con lucidez y exactitud, y se auxilia poderosamente la memoria.

§ VIII.
Necesidad del trabajo.
De las doctrinas de este capítulo sobre la inspiracion é intuicion,
¿podremos inferir la conveniencia de abandonar el discurso, y hasta el
trabajo, y de entregarnos á una especie de quietismo intelectual? No
ciertamente. Para el desarrollo de toda facultad hay una condicion
indispensable: el ejercicio. En lo intelectual como en lo físico, el
órgano que no funciona se adormece, pierde de su vida, el miembro que no
se mueve se paraliza. Aun los genios mas privilegiados no llegan á
adquirir su fuerza hercúlea, sino despues de largos trabajos. La
inspiracion no desciende sobre el perezoso; no existe cuando no hierven
en el espíritu ideas y sentimientos fecundantes. La intuicion, el _ver_
del entendimiento, no se adquiere sino con un hábito engendrado por el
mucho _mirar_. La ojeada rápida, segura y delicada de un gran pintor, no
se debe solo á la naturaleza, sino tambien á la dilatada contemplacion y
observacion de los buenos modelos: y la magia de la música no se
desenvolveria en la organizacion mas armónica, sujeta únicamente á oir
sonidos ásperos y destemplados[16].


CAPÍTULO XVII.
LA ENSEÑANZA.

§ I.
Dos objetos de la enseñanza. Diferentes clases de profesores.
Distinguen comunmente los dialécticos entre el método de enseñanza y el
de invencion. Sobre uno y otro voy á emitir algunas observaciones.
La enseñanza tiene dos objetos: 1º. instruir á los alumnos en los
elementos de la ciencia: 2º. desenvolver su talento para que al salir de
la escuela puedan hacer los adelantos proporcionados á su capacidad.
Podria parecer que estos dos objetos no son mas que uno solo; sin
embargo no es así. Al primero alcanzan todos los profesores que poseen
medianamente la ciencia; al segundo no llegan sino los de un mérito
sobresaliente. Para lo primero, basta conocer el encadenamiento de
algunos hechos y proposiciones, cuyo conjunto forma el cuerpo de la
ciencia; para lo segundo es preciso saber cómo se ha construido esa
cadena que enlaza un extremo con otro; para lo primero bastan hombres
que conozcan los libros, para lo segundo son necesarios hombres que
conozcan las cosas.
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