La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 03

Total number of words is 4767
Total number of unique words is 1806
28.9 of words are in the 2000 most common words
41.3 of words are in the 5000 most common words
47.7 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
dijo á media voz:
--Es el Arcipreste de Loiro... Veremos cómo se amaña para pasar al
medio... Nosotros no soltamos nuestro rincón... ¡Se prepara buen
sainete!...
Miróle el otro viajero y encogióse de hombros, sin responder palabra.
Entre el mayoral y el zagal procuraban izar la humanidad del Arcipreste
hasta las alturas de la berlina: empresa harto difícil, pues requería
que el enorme vejestorio pusiese un pie en el cubo de la rueda, luego
otro en el aro, y luego le empujasen y embutiesen dentro por la estrecha
abertura de la portezuela. El viajero pequeño reía á socapa, calculando
el fracaso probable de la tentativa, por estar ocupado el rincón. Grande
fué su sorpresa al ver que el viajero alto llevaba la mano á su gorra de
viaje, indicando un saludo; y en seguida se corría hacia el asiento del
centro, para dejar paso franco; y después, viendo que ni aun así
conseguían introducir al obeso y octogenario Arcipreste, alargaba sus
enguantadas manos y tiraba de él con fuerza hacia el interior, logrando
por fin que atravesase la portezuela y se desplomase en el asiento del
rincón, haciendo retemblar con su peso la berlina y llenándola toda con
su desmesurada corpulencia, al paso que refunfuñaba un--Felices días nos
dé Dios.
De soslayo--porque después de entrar el Arcipreste nadie podía
rebullirse y todos se encontraban extrictamente encajados, prensados
como sardina en banasta--el viajero chico insinuó á su compañero:
--¡Pero hombre, que se ha fastidiado usted! Ahora tiene usted que
aguantarse en el medio todo el viaje. ¡Ha sido usted un tonto! El
entremés era dejarle, á ver qué hacía.
Enarcó las cejas el viajero de los guantes, dudando si mandar á paseo á
aquel cernícalo ó darle una lección. Al fin se volvió, como pudo, y dijo
bajando la voz:
--Es un viejo y un sacerdote.
El viajero pequeño le miró con curiosidad, arrugando el gesto, y
procurando discernir mejor, á la pálida luz del amanecer, las trazas del
enguantado caballero. Parecíale hombre ya maduro, bien barbado,
descolorido de rostro, alto de estatura, no muy entrado en carnes--sin
ser lo que se llama flaco--y vestido de un modo especialmente decoroso y
correcto, por lo cual el observador pensó:
--Este me huele á título ó diputado de los conservadores. ¿Quién será,
demonios, que no lo he visto nunca?--Y después de reflexionar breves
instantes:--De fijo--decidió es algún forastero que va á la finca del
marqués de las Cruces ó á la del de San Rafael... Claro. Allí todo el
mundo se come los santos y les hace el _salamelé_ á los curas... Pues el
marqués de las Cruces no es, que á ese bien le conozco... El de San
Rafael, menos... ¡ojalá! Nos haría reventar de risa con sus dichos...
señor más ocurrente y más natural... ¿Será alguno de los maridos de las
sobrinas? ¡Cá! vendría la señora también con él. Pero, ¿quién rayos
será?
Ya no tuvo punto de reposo el activo y bullidor cerebro del viajero
chico, á quien no en vano daban amigos y adversarios (de las dos cosas
tenía cosecha, á fuer de temible cacique) el sobrenombre significativo
de _Trampeta_, queriendo expresar la fertilidad en expedientes y
enredos que le distinguía. Toda la potencia escrutadora del intelecto
trampetil se aplicó á despejar la incógnita del misterioso viajero que
cedía el asiento del rincón á los curas. Con más atención que ningún
novelista de los que se precian de describir con pelos y señales; con
más escama que un agente de policía que sigue una pista, dedicóse á
estudiar é interpretar á su modo los actos de su compañero de viaje, á
fin de rastrear algo. Después de que arrancó la diligencia, el viajero
no había hecho sino bajar un cristal, el que le tocaba enfrente, con
ánimo sin duda de mirar el paisaje; pero al convencerse de que no se
veían por allí sino los hierros del pescante y los pies zapatudos del
mayoral, volvió á subirlo, y se recostó en el respaldo, resignadamente,
no sin lanzar una ojeada, de tiempo en tiempo, hacia las ventanillas.
Transcurrido un cuarto de hora, cuando ya habían perdido de vista el
pueblo, sacó una petaca fina, y abriéndola, la ofreció á ambos
compañeros sin hablar, pero con ademán cortés. Trampeta alargó sus dedos
peludos y cortos y cogió un cigarrillo diciendo:--Se estima.--El
Arcipreste entreabrió un ojo (iba como aletargado, resoplando y con la
cabeza temblona) y dijo que no con las cejas; al mismo tiempo deslizó la
incierta mano, que de puro gruesa parecía hidrópica, bajo el balandrán,
y exhibió una tabaquera de forma prehistórica, un gran _fusique_ de
plata, que arrimó á la nariz, sorbiendo con notoria complacencia el
rapé.
--No toma sino polvo... Está más viejo que la Bula... Yo no sé cómo no
ha reventado ya--exclamó Trampeta, sin cuidarse de bajar la voz; por lo
cual el otro viajero le amonestó algo severamente:
--Mire usted que este señor puede oir lo que usted dice de él.
--¡Cá! Más sordo que una tapia--gritó Trampeta, como para probar su
aserto.--Aunque le dispare un cañón junto á la oreja, ni esto. Siempre
fué algo _teniente_; pero ahora ¡María Santísima! La sordera, como usted
me enseña, es un mal que crece mucho con los años. Y vamos á ver: ¿dirá
usted al verlo tan acabado, que este bendito Arcipreste fué un _remeje
que te remejerás_ de elecciones, que nos dejaba á todos tamañitos? Hoy
no es ni su sombra... En sus tiempos era un demonio con sotana: no había
quien se la empatase en toda la provincia. Cuentan que una vez dió un
puntapié á la urna... Sin ir más lejos, allá cuando la Revolución, _la
gloriosa_, ¿usté me entiende? que andaban los carlistas muy alterados,
como usté me enseña, por poco entre ese condenado y otros de su laya me
hacen perder una elección reñidísima, y me sacan avante al Marqués de
Ulloa contra el candidato del gobierno.
Al nombre del Marqués de Ulloa, el viajero enguantado, que hasta
entonces escuchaba como quien oye llover, y sin ocuparse más que del
cigarrillo suave que fumaba, prestó atención y aun intentó volverse;
pero esto no era factible, atendido que cada vez iban más apretados,
porque el Arcipreste, reclinando la cabeza en la esquina, y cubriéndose
la cara con un pañuelo blanco, adoptaba postura más cómoda, y ocupaba
todavía más sitio.
--¿Dice usted que las elecciones en que figuró el Marqués de Ulloa?...
--Sí señor, sí señor...--repuso Trampeta, todo esponjado y contento de
acertar con algo que interesaba al viajero y le hacía dar señales de
vida. Por cierto que después...
--El Marqués de Ulloa--interrumpió el viajero--es don Pedro Moscoso,
¿verdad?
--El mismo que viste y calza. Por cierto que...
--¿El yerno del señor de la Lage?
No era sólo atención, era interés muy vivo lo que revelaba el semblante
del enguantado, y no pudiendo volver el cuerpo, torcía la barba sobre el
hombro, clavando en Trampeta sus ojos garzos y grandes, de párpado
marchito y enrojecido, como suelen tenerlo las personas que leen mucho ó
viven aprisa.
--Aajá--articuló Trampeta afirmando con cabeza y manos y con todo el
rebullicio de cuerpo que consentía la apretura:--¡aajá! El mismito. ¿Al
parecer usted lo conoce?
No contestó el de los guantes, pero dijo con las pupilas:--Siga
usted.--Trampeta, aunque tan observador y ladino, no era capaz de darse
un punto á la lengua cuando ésta le picaba.
--¡Aquellas fueron unas elecciones... de la mar salada! Quedó que contar
de ellas en el país para veinte años... Y como además de los líos que
hubo en ellas, vino después la muerte del mayordomo del marqués, que fué
una cosa atroz...
A pesar de la sordera del Arcipreste, aquí bajó la voz Trampeta, y sus
ojos vivos, ratoniles, se posaron oblicuamente en el clérigo. Este
roncaba ya, con ahogado resuello de apoplético. El cacique se
tranquilizó y prosiguió:
--Lo despabilaron en un monte por mandato de los mismos suyos; ni visto
ni oído... ¡Un balazo limpio, de esos que dejan sequito á un hombre!
--Ese mayordomo...--murmuró el de los guantes, fijando la vista en
Trampeta, como si quisiera preguntarle algo; pero se contuvo y no
prosiguió. Afortunadamente para él, Trampeta no era hombre de dejar cojo
el cuento.
--Como usted me enseña, mi amigo, donde pasan ciertas cosas siempre hay
misterios y demoniuras... ¿Usted conoce al marqués? Bueno: pues entonces
ya sabe usted que vivía... mal arreglado, ó enredado, ó embrutecido,
como se quiera decir, con la hija de ese mayordomo que mataron... ¡y qué
moza era, me valga Dios! Como unas flores. Pues cuando el marqués
determinó de casarse con la hija del señor de la Lage...
El enguantado hizo un movimiento.
--¿También lo conoció, eh?--preguntó Trampeta.
Dijo el viajero que sí con la cabeza, y el bueno del Secretario
prosiguió:
--Pues ¿usted me entiende? la boda del señorito no le hizo maldita la
gracia al truchimán del mayordomo, que tenía más conchas que un
galápago, y como no pudo vengarse de otro modo, fué, y ¿qué hizo?
Preparó las elecciones muy preparaditas, y cuando el marqués estaba
cerca de triunfar, no sé cómo judas lo amañó...
Aquí la mirada de Trampeta se hizo más oblicua y casi torva.
--En fin, que vendió completamente á su amo, lo mismo que vende uno los
cerdos en el mercado, con perdón: una jugarreta que le costó al señorito
la diputación, ni más ni menos... Y como usted me enseña... al vengativo
de Barbacana, que es más malo que la quina...
Pausa breve.
--¿Usted no sabrá quién es Barbacana? ¡Dios nos libre! Entonces era el
tirano del país; uno de esos tiranones terribles, como usted me
enseña... Ahora ya va de capa caída... los años le pesan... le tenemos
metido el resuello en el cuerpo... vaya si se lo tenemos... ¿Usted irá
á Orense? ¡pues pregúntele usted al gobernador qué apunte es
Barbacana...!
Al decir esto observaba Trampeta el rostro del enguantado, á ver si la
referencia al gobernador le producía efecto. Viendo que no, pensó para
su sayo:--No debe de ser diputado, ni cosa así.--Y añadió:
--En fin, que se cree... ¿Usted me entiende? que fué Barbacana quien...
(Ademán muy expresivo de despabilar una luz con los dedos.)
--¿Dice usted que mataron á ese hombre, al mayordomo del marqués de
Ulloa?--preguntó por fin el viajero de los guantes.--¿Y dónde, y quién y
por qué?
--¿Quién? Un satélite de Barbacana, un facineroso malhechor relajado que
se llama el Tuerto... Así que Barbacana tiene un arachita, ya anda él
muy campante por el país, metiendo miedos á todo dios... ¡Uno de tantos
escándalos! Pero ahora les hemos de atar corto de vez. ¿Dónde? En un
monte, propiedad del marqués... por el día y por el sol. ¿Por qué? Pues
como dije, en venganza de que le hizo al marqués perder las elecciones.
--Y la hija de ese hombre... ¿qué ha sido de ella?--interrogó el
viajero, acariciándose la barba con la enguantada mano, para simular
indiferencia que no sentía.
--Ese es otro cantar... ¿Usted ya sabrá que el marqués enviudó de allí á
poco?
Una tristeza, una angustia profunda se grabó en el rostro del viajero.
Si Trampeta le mirase, ahora sí que vería la alteración de sus
facciones. Pero Trampeta á la sazón encendía dificultosamente el
cigarro.
--Enviudó, porque la señorita _se puso tisis_... Parece que le dió muy
mala vida por causa de la raida de la moza, y que andaba San Benito de
Palermo... Ella era poquita cosa; de poco estuche... Pss...
Aumentó la turbación del viajero al decir esto Trampeta, y la revelaron
visibles señales. Sus ojos, que tenían más de pensativos que de
brillantes, chispearon un momento; frunció el entrecejo, y por su
frente despejada corrieron una tras otra, como olas, tres ó cuatro
arrugas bastante profundas. Respiró tan fuerte y hondo, que Trampeta,
volviéndose, le miró con mayor curiosidad aún.
--Parece que la historia le toca á este señor de cerca... Tate... Hay
que ver lo que se habla... ¡Me caso! No se me quita el vicio de ser
parlanchín.
Había amanecido del todo, disipándose la niebla; el sol doraba ya con
alegre reflejo las cimas de los árboles, las aguas de los manantialillos
que brincaban del monte á la carretera, los cristales de las casitas que
de trecho en trecho se asomaban curiosas con su cerca, sus dos manzanos,
su emparrado de vid, su _meda_ de centeno junto al hórreo. A aquella
hora, en que el calor no hostigaba todavía á jacos ni á viajeros, y la
tierra despertaba impregnada de rocío nocturno, y el sol se bebía la
ligera _brétema_, no molestaría ir en la berlina, á no ser por los
ronquidos del Arcipreste, más hondos y atronadores cada vez, por su
estorboso volumen, por las blasfemias del mayoral, por el olor
desagradable del forro del coche. La claridad diurna alumbraba las
facciones del viajero de los guantes, descubriendo en su barba corrida,
bien recortada y no muy recia, unos cuantos hilos de plata; en su
dentadura una mella; en sus sienes lo ralo del pelo; en sus mejillas, de
piel fina y coloración mate, la azul señal de algunos granos de pólvora
incrustados bajo el cutis. A un lado y á otro de la nariz, los quevedos
de acero que solía gastar le habían labrado una especie de surco, rojo ó
amoratado. Su mirada, intensa, dulce, miope, tenía esa concentración
propia de las personas muy inteligentes, bien avenidas con los libros,
inclinadas á la reflexión y aun al ensueño.
El cacique, en guardia contra las preguntas que se le pudiesen dirigir,
esperaba; pero pasó un rato, y el viajero nada dijo: suspiró como quien
desahoga el pecho, y limpió con el pañuelo los quevedos, cerrándolos
cuidadosamente para no romperlos. Trampeta le atisbaba receloso.
--¡Borrico de mi!--pensó.--Dice que conoce al marqués... Será su amigo,
y no querrá más chismes... Aunque, don Pedro Moscoso ¡qué ha de ser
amigo de ninguna persona tan así... tan decente!
Ocupábase el viajero, después de bajarse con dificultad, en sacar de un
cestito de paja un frasco blanco, forrado también de paja hasta el
gollete, con reluciente tapadera de metal.
--Gusta usted un trago de vermut?--dijo al cacique.
--No señor... Se aprecia... Llevo anís estrellado y buen aguardiente,
que es lo mejor para el flato estando en ayunas... Pero ya maté el
gusano antes de salir...
Bebió el enguantado por un vaso oblongo, recogió todo, y desabrochando
mal como pudo las correas de su manta de viaje, tomó de dentro un libro,
amarillo, con las hojas sin cortar. Abrió como unas veinte ó treinta
sirviéndose de un cortaplumas, mirando á Trampeta como en espera de que
terminaría la crónica chismográfica tan brillantemente comenzada.
Vacilaba y deseaba hablar. Se decidió por fin...
--La hija del mayordomo...--articuló.
Qué tentación tan fuerte para el cacique! Más fuerte que su virtud. Ya
no pudo contenerse.
--Pues así que murió la señora, todo el mundo pensó que el marqués se
casaba con ella... porque la muchacha tenía un chiquillo, y al marqués
le había dado por tomarle un cariño atroz, de repente... así como á la
hija verdadera, la que tuvo de su señora, no le hacía apenas caso... Y
por cuanto salimos con que la moza apareció muy prendada y en tratos con
un tal Angel, el gaitero de Naya, un buen mozo también, y jurando y
perjurando que el chiquillo era hijo del gaitero dichoso... No hubo
fuerzas humanas que la disuadiesen: que me caso, que me caso, y va y se
casa con su querido, y el marqués, por no apartarse del chiquillo, los
deja seguir de criados en casa, al frente de la labranza... y le da
carrera al muchacho, y me lo trae hecho un señorito... Y unos dicen que
si esto, que si aquello, que si lo otro, que si lo de más allá... Las
lenguas, como usted me enseña, no hay quien las ate, eh? y usted, un
suponer, no va á ponerle un tapón en la boca á todos.
Al llegar aquí Trampeta, el viajero frunció las cejas otra vez. Después
de dudar un instante, dijo reposada y cortésmente:
--Con permiso de usted...
Y tomando á sus pies, de entre el lío de la manta, un libro, se puso á
leer sosegadamente, aprovechando el paso de procesión con que la
diligencia subía ¡á la cumbre, á la cumbre!
Túvose Trampeta por chasqueado. Los indicios de curiosidad é interés del
viajero prometían plática larga y tendida, de esas que de repente, en un
coche de línea, convierten en amigos íntimos á los dos indiferentes que
un cuarto de hora antes dormitaban hombro contra hombro. Y héteme aquí
que ahora el compañero se ponía á leer sin hacerle más caso. Echó una
mirada sesga al libro, por si algo rastreaba: nuevo desengaño. El libro
estaba en un idioma que Trampeta no conocía ni aun para servirlo.
¿Hay hablador curioso que se resigne á no chistar, dejando en paz á los
que huyen de él refugiándose en un libro? Mil pretextos encontró
Trampeta para distraer á su vecino y llamarle la atención. Ya le
enseñaba un punto de vista, ya le nombraba un sitio, ya le bosquejaba en
pocas palabras y muchos guiños de inteligencia la historia del dueño de
alguna quinta. Fuese por cortesía ó porque le agradase, el enguantado
atendía gustoso. Cerraba el libro metiendo el dedo índice por entre dos
páginas para no perder la señal, y escuchaba, inclinando la cabeza, las
indicaciones topográficas y chismográficas del cacique.
Habrían andado cosa de tres horas, y ya el sol, el polvo y los tábanos
comenzaban á crucificar á los viajeros, cuando Trampeta tiró
repentinamente de la manga al enguantado.
--Á bajarse tocan--le advirtió muy solícito como quien presta un
servicio notable.
--Decía usted?--exclamó el viajero sorprendido.
--¿No va á la finca del marqués de las Cruces? Pues aquel es el soto.
Mayoral! Para, mayoraal!
--No señor... Si no voy allí.
--Ah! Pensé.... Ha de dispensar.
La misma escena se repitió poco más adelante, en el empalme del camino
que conduce á la soberbia quinta del marqués de San Rafael. Trampeta
bien quisiera preguntar al enguantado--¿á dónde judas va entonces?--pero
con toda su petulante grosería de cacique mimado por personajes muy
conspicuos, dueño y señor feudal de un mediano trozo de territorio
gallego, y por contera y remate, mal criado y zafio desde sus años
juveniles, supo, á fuer de listo, notar en el semblante, modales y
trazas del viajero misterioso cierto _no sé qué_ sumamente difícil de
describir, combinación de firmeza, de resolución y de superioridad, que
sin violencia rechazaba la excesiva curiosidad dejándola burlada.


VI

Uno de los deleites más sibaríticos para el feroz egoísmo humano, es
ver--desde una pradería fresca, toda empapada en agua, toda salpicada de
amarillos ranunclos y delicadas gramíneas, á la sombra de un grupo de
álamos y un seto de mimbrales, regalado el oído con el suave murmurio
del cañaveral, el argentino cántico del riachuelo y las piadas ternezas
que se cruzan entre jilgueros, pardales y mirlos,--cómo vence la cuesta
de la carretera próxima, á paso de tortuga, el armatoste de la
diligencia. Hace el pensamiento un paralelo (fuente de epicúreos goces,
sazonados por el espectáculo del martirio ajeno), entre aquella
fastidiosa angostura y esta dulce libertad, aquellos malos olores y
estas auras embalsamadas, aquel ambiente irrespirable y esta atmósfera
clara y vibrante de átomos de sol, aquel impertinente contacto forzoso y
esta soledad amable y reparadora, aquel desapacible estrépito de ruedas
y cristales y estos gorjeos de aves y manso ruido de viento, y por
último, aquel riesgo próximo y esta seguridad deliciosa en el seno de
una naturaleza amiga, risueña y penetrada de bondad.
No todos razonan y analizan esta impresión con lucidez; pero apenas hay
quien no la sienta y saboree. Bien la definía y paladeaba el médico de
Cebre, Máximo Juncal, entretenido en _echar_ un cigarro, tumbado boca
arriba en un pradillo de los más amenos que puede soñar la imaginación.
El médico vestía tuina de dril y calzaba zapatos de becerro; ni cuello
ni corbata tenía; su camisa de dormir, desabotonada, no tapaba unas
clavículas duras y salientes como pechuga de gallo viejo ya desplumado;
en sus manos afianzaba el último número de _El Motín_, donde acababa de
leer las picardigüelas de un _curiana_ allá en Navalcarnero enviadas al
periódico por un corresponsal rígidamente virtuoso, que escribía «lleno
de indignación.»
Desde que por la carretera, bastante más elevada que el prado, vió
Juncal asomar la nube de polvo que anuncia la proximidad de un coche de
línea, interrumpió la para él sabrosísima lectura de los sueltos
clerófobos, y alzando la cabeza, entre chupada y chupada, púsose á
considerar atentamente las trazas del gran mamotreto. Oyó el repiqueteo
de los cascabeles y campanillas, tan regocijado cuando el tiro trota,
como melancólico cuando va á paso de caracol. Vió luego aparecer el
macho delantero, y á sus lomos el flaco zagal, vestido de lienzo azul,
con gorra de pelo encasquetada hasta la nuca, aletargado completamente
bajo la influencia de un sol de brasa. Manteníase sin caer del caballo
merced á un milagro de equilibrio y á la costumbre de andar así, pero
lo cierto es que dormía. Dormía también el mayoral; sólo que ese ya
roncaba cínicamente, espatarrado en el pescante, con la bota casi
desangrada bajo el sobaco, el mango de la tralla escurriéndosele de la
mano, los carrillos echando lumbre y colgándole de los labios un hilo de
baba vinosa. Y dormitarían los caballos del tiro, si se lo permitiesen
los encarnizados y fieros tábanos y las pelmas de las moscas,
infatigables en lancetarles la piel. Los infelices jacos se estremecían,
coceaban, sacudían las orejas con frenesí, se mosqueaban con el rabo, y
solían arrancar al trote, creyendo huir de la tortura.
--Bueno va--pensó en alto el médico, riéndose sin pizca de
compasión.--El tiro campa por su respeto. Y apenas va cargado el coche!
No entiendo cómo no vuelca todos los días.
En efecto, desde lejos era el aspecto de la diligencia sumamente
alarmante. La base de la caja parecía angostísima en relación con la
cúspide, que la formaba una inmensa vaca ó imperial agobiada con
cuádruple peso del que razonablemente admitía. Por todas partes emergían
de la polvorienta cubierta enormes baúles, cajones descomunales, fardos
de colchones, grupos de sillas, pues la mujer del empleado trasladaba su
ajuar enterito. Del cupé, que también iba atestado de gente, sobresalían
cestos con gallinas, y más líos, y más rebujos, y más maletas, y otra
tanda de cajones. No se comprendía, al ver la penosa oscilación de la
desproporcionada cabeza del carruaje sobre las endebles ruedas, que ya
no se hubiese roto un eje, ó que la mole no se rindiese á su propia
pesadumbre. Algo que entrevió Juncal al través de los cristales de la
berlina, completó su malicioso regocijo.
--Y para más, dentro va el Arcipreste de Loiro! Diez ó doce arrobas de
suplemento. Lo que es hoy.....
Al pensar esto el médico, llegaba el tiro á la revuelta de un
puentecillo tendido sobre un riachuelo de mezquino caudal--el mismo que
corriendo entre mimbrales y alisos regaba la pradería.--Era la revuelta
asaz rápida; el tiro, entregado á su propio impulso, la tomó muy en
corto. Juncal se incorporó, soltando un terno. No tuvo tiempo á más,
porque en un santiamén, sin saberse cómo, toda la balumba de coche y
caballos se revolvió, se enredó, se hizo un ovillo, y al sentir el peso
del carruaje, que se inclinaba con crujido espantoso, encrespáronse los
caballos, relinchando de ira y susto, irguióse la lanza por cima del
pretil del puente, y el macho delantero, con el zagal encima, y tras él
un caballo de cortas, salieron despedidos con ímpetu, haciendo _plaf!_
en mitad del riachuelo, lo mismo que ranas. Avínole bien á la
diligencia, que la misma fuerza del empuje rompió cuerdas y tirantes,
impidiéndole precipitarse con el resto del tiro desde una altura no
extraordinaria, pero suficiente para hacerla añicos. Su peso descomunal
la sujetó, volcada al borde del puente y recostada en él.
Dicen personas expertas en esta clase de lances, que ni los testigos
oculares, ni las víctimas, son capaces de referir puntualmente las
peripecias que se suceden en un abrir y cerrar de ojos, ni menos
recordar de qué manera, guiado por el instinto de conservación, se pone
en salvo cada quisque.
Yacía tumbado el coche; el mayoral había despertado rodando del pescante
al suelo y abriéndose la cabeza, y sin duda por la descalabradura se le
refrescó y disipó la mona, pues ágil ya y despabilado, se emperraba en
aquietar y desenredar el tiro, metiéndose entre las bestias con
intrepidez salvaje, lidiando cuerpo á cuerpo, á coces y puñadas, con
mulas y machos, sin diferenciarse de ellos más que en las espantosas
blasfemias que escupía. En ventanillas y portezuelas fueron asomando
cabezas, brazos, hombros, hasta pies, pugnando por romper su cautiverio.
Surgieron dos estudiantes, tiraron por la moza, y la sacaron arrastro; y
como se empeñase en recoger sus quesos, vociferaron y la desviaron á
empellones. La empleada salió pálida como la cera, apretando
silenciosamente al niño que lloraba sin consuelo; luego el notario,
echando venablos; y por la portezuela de la berlina, poco menos amarillo
que la empleada, saltó Trampeta con una mano sangrando de la cortadura
de un cristal. Los del cupé, gente aldeana, descendían aturdidos de
sorpresa. En el mismo instante llegaba Juncal, á todo correr, al pie de
la diligencia volcada.
--¿Qué es eso, hombre? ¿qué es eso?--preguntó á Trampeta.
--Ya lo ve, Máximo... Hoy nacimos todos...--respondió el cacique sin
poder hablar del susto.--Míreme aquí, hom, si tengo cortada la vena...
--Qué vena ni qué caracoles... Acudir á los que quedan dentro, hombre...
¿Queda alguien? A ver...
Con ayuda de los estudiantes, tenía ya el mayoral casi apaciguado el
tiro, y sólo le faltaba reducir á una mula que, habiéndose cogido la
cabeza entre dos correas, á fuerza de patear se empeñaba en ahorcarse.
El médico miró hacia el fondo de la berlina. Salía de allí un ahogado y
entrecortado ronquido, tan hondo como el registro más grave de un
órgano; y el médico vió á un viajero de buenas trazas metido en la ardua
faena de mover la masa gigante del señor Arcipreste, y empujarla hacia
la portezuela. Momentos antes Máximo Juncal se sentía animado de los más
siniestros propósitos contra la Iglesia en general y el clero diocesano
en particular; pero la vista del lastimoso cuadro le ablandó las
entrañas, que más que dañadas tenía curtidas por la hiel de un
temperamento bilioso, y sin hacer caso de la herida de Trampeta, que
éste liaba con el pañuelo, acudió en auxilio del viajero enguantado, á
quien veía de espaldas, llamando al notario para refuerzo.
--Empújelo usted hacia acá... Yo tiraré por la pierna... ¡Eh! señor
escriba, aguante usted aquí... coja este pie... así... quietos... ya
pasó un muslo... ¡Arráncate nabo! Ey... que me hundo, que me hundo!
¡Apuntáleme, escriba de los demonios!
Salió en vilo, sostenida por los puños de Juncal y los fuertes brazos
del notario, la mole del desventurado Arcipreste, que dormido durante la
catástrofe, no comprendía lo que pasaba, y se veía con sus compañeros de
viaje encima, y una astilla de la destrozada caja hincándosele en un
costado. Tal fué su estupor, que se le cortó el habla, y sólo exhalaba
sordos ronquidos de agonía. Apareció hecho una lástima, con el rostro
amoratado y congestionado, en desorden los venerables cabellos blancos,
la cabeza y manos no ya temblonas, sino perláticas, y el balandrán roto.
Juncal torció el gesto, y falló para sí:
--A sus años, esto echa á un hombre á la sepultura.
El caritativo viajero salió á su vez; tiempo era ya. De la brega tenía
destrozados los guantes y descompuesto el traje; con los esfuerzos, se
le había coloreado la tez y animado el rostro, quitándole, como suele
decirse, diez años de encima, ó mejor dicho revelando su verdadera edad,
más alrededor de los treinta y pico que de los cuarenta. Aproximósele
Juncal muy solícito, y al fijar los ojos en él, se echó atrás admirado.
--Usted dispense...--pronunció.--¡Soy capaz de aventurar algo bueno á
que es usted de la familia de la difunta señora de Ulloa, doña Marcelina
Pardo!
El viajero se sorprendió también.
--Su hermano para servir á usted--contestó.--¿Tanto me parezco?
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 04
  • Parts
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 01
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1955
    25.9 of words are in the 2000 most common words
    37.3 of words are in the 5000 most common words
    43.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 02
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1829
    28.4 of words are in the 2000 most common words
    40.0 of words are in the 5000 most common words
    47.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 03
    Total number of words is 4767
    Total number of unique words is 1806
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    41.3 of words are in the 5000 most common words
    47.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 04
    Total number of words is 4824
    Total number of unique words is 1875
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    50.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 05
    Total number of words is 4762
    Total number of unique words is 1924
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.2 of words are in the 5000 most common words
    52.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 06
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1777
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 07
    Total number of words is 4758
    Total number of unique words is 1930
    29.3 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    49.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 08
    Total number of words is 4868
    Total number of unique words is 1930
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    49.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 09
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1793
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 10
    Total number of words is 4873
    Total number of unique words is 1906
    28.5 of words are in the 2000 most common words
    41.5 of words are in the 5000 most common words
    48.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 11
    Total number of words is 4709
    Total number of unique words is 1867
    28.6 of words are in the 2000 most common words
    40.3 of words are in the 5000 most common words
    47.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 12
    Total number of words is 4843
    Total number of unique words is 1819
    28.3 of words are in the 2000 most common words
    41.1 of words are in the 5000 most common words
    46.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 13
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1927
    29.8 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 14
    Total number of words is 4834
    Total number of unique words is 1890
    31.4 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 15
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1881
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    43.3 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 16
    Total number of words is 4911
    Total number of unique words is 1782
    31.0 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 17
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1746
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 18
    Total number of words is 4945
    Total number of unique words is 1761
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.2 of words are in the 5000 most common words
    52.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 19
    Total number of words is 3566
    Total number of unique words is 1352
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.