La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 01

Total number of words is 4670
Total number of unique words is 1955
25.9 of words are in the 2000 most common words
37.3 of words are in the 5000 most common words
43.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.


LA MADRE NATURALEZA ES PROPIEDAD


NOVELISTAS ESPAÑOLES CONTEMPORÁNEOS
LA
MADRE NATURALEZA
(2.ᴬ parte de Los Pazos de Ulloa)
POR
EMILIA PARDO BAZÁN
TOMO I
BARCELONA
Daniel Cortezo y C.ᴬ-Editores
CALLE DE PALLARS (Salón de S. Juan)
1887
Establecimiento tipográfico-editorial de Daniel Cortezo y C.ª


I

Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída,
fueron juntándose, juntándose, sin duda á cónclave, en las alturas del
cielo, deliberando si se desharían ó no se desharían en chubasco.
Resueltas finalmente á lo primero, empezaron por soltar goterones
anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las
yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron
á porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y
oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales,
sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la
copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, á manera de
raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno.
Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico
castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi
arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía
lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de
esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de
chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los
senos de su rajada corteza.
Al pronto fué útil el asilo: un verde paraguas de ramaje cobijaba los
arrimados cuerpos de la pareja, guareciéndolos del agua terca y furiosa;
y se reían de verla caer á distancia y de oir cómo fustigaba la cima del
castaño, pero sin tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó
la lluvia á correr por entre las ramas, filtrándose hasta el centro de
la copa y buscando después su natural nivel. Á un mismo tiempo sintió la
niña un chorro en la nuca, y el mancebo llevó la mano á la cabeza,
porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos
soltaron la carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen lo mismo
las contrariedades que las venturas.
--Se acabó...--pronunció ella cuando todavía la risa le retozaba en los
labios.--Nos vamos á poner como una sopa. Caladitos.
--El que se mete debajo de hoja dos veces se moja--respondió él
sentenciosamente.--Larguémonos de aquí ahora mismo. Sé sitios mejores.
--Y mientras llegamos, el agua nos entra por el peszcuezo, y nos sale
por los pies.
--Anda, tontiña. Remanga la falda y tapémonos la cabeza. Así, mujer,
así. Verás qué cerquita está un escondrijo precioso.
Alzó ella el vestido de lana á cuadros, cubriendo también á su compañero
y realizando el simpático y tierno grupo de Pablo y Virginia, que
parece anticipado y atrevido símbolo del amor satisfecho. Cada cual asió
una orilla del traje, y al afrontar la lluvia, por instinto juntaron y
cerraron bajo la barbilla la hendidura de la improvisada tienda, y sus
rostros quedaron pegados el uno al otro, mejilla contra mejilla,
confundiéndose el calor de su aliento y la cadencia de su respiración.
Caminaban medio á ciegas, él encorvado, por ser más alto, rodeando con
el brazo el talle de ella, y comunicando el impulso directivo, si bien
el andar de los dos llevaba el mismo compás.
Poco distaba el famoso escondrijo. Sólo necesitaron para acertar con él
bajar un ribazo, resbaladizo por la humedad, y lindante con la
carretera. Coronaban el ribazo grandes peñascales, y en su fondo existía
una cantera de pizarra, ahondada y explotada al construirse el camino
real, y convertida en profunda cueva; excelente abrigo para ocasiones
como la presente. Abandonada hacía tiempo por los trabajadores la
cantera, volvía á enseñorearse de ella la vegetación, convirtiendo el
hueco artificial en rústica y sombrosa gruta. En la cresta y márgenes
del ribazo crecía tupida maleza, y al desbordarse, estrechaba la entrada
de la excavación: al exterior se enmarañaba una abundante cabellera de
zarzales, madreselvas, cabrifollos y clemátidas; dentro, en las
anfractuosidades del muro lacerado por la piqueta, anidaban vencejos,
estorninos y algún azor; los primeros salieron despavoridos,
revoloteando, cuando entró la pareja. Siendo muy bajo el sitio, é
impregnado del agua que recogía como una urna y del calor del sol que
almacenaba en su recinto orientado al mediodía, encerraba una vegetación
de invernáculo, ó más bien de época antediluviana, de capas
carboníferas: escolopendras y helechos enormes brotaban lozanos,
destacando sobre la sombría pizarra los penachos de pluma de sus
vertebradas y recortadas hojas.
Aun cuando el escondrijo daba espacio bastante, la pareja no se desunió
al acogerse allí, sino que enlazada se dirigió á lo más oscuro, sin
detenerse hasta tropezar con la pared, contra la cual se reclinó en
silencio, al abrigo de la remangada falda. Ni menos se desviaron sus
rostros, tan cercanos, que él sentía el aletear de mariposa de los
párpados de ella, y el cosquilleo de sus pestañas curvas. Dentro del
camarín de tela, los envolvía suavemente el calor mutuo que se
prestaban: las manos, al sujetar bajo la barbilla la orla del vestido,
se entretejían, se fundían como si formasen parte de un mismo cuerpo. Al
fin el mancebo fué aflojando poco á poco el brazo y la mano, y ella
apartó cosa de media pulgada el rostro. La tela, deslizándose, cayó
hacia atrás, y quedaron descubiertos, agitados y sin saber qué decirse.
Llenaba la gruta el vaho poderoso de la robusta vegetación
semi-palúdica, y el sofocante ardor de un día canicular. Fuera, seguía
cayendo con ímpetu la lluvia, que tendía ante los ojos de la pareja
refugiada una cortina de turbio cristal, y ayudaba á convertir en
cerrado gabinete el barranco donde con palpitante corazón esperaban niña
y muchacho que cesase el aguacero.
No era la vez primera que se encontraban así, juntos y lejos de toda
mirada humana, sin más compañía que la madre naturaleza, á cuyos pechos
se habían criado. ¡En cuántas ocasiones, ya á la sombra del gallinero ó
del palomar que conserva la tibia atmósfera y el olor germinal de los
nidos, ya en la soledad del hórreo, sobre el lecho movedizo de las
espigas doradas, ya al borde de los setos, riéndose de la picadura de
las espinas y del bigote cárdeno que pintan las moras, ya en el repuesto
albergue de algún soto, ó al pie de un vallado por donde serpeaban las
lagartijas, habían pasado largas horas compartiendo el mendrugo de pan
seco y duro ya á fuerza de andar en el bolsillo, las cerezas atadas en
un pañuelo, las manzanas verdes; jugando á los mismos juegos, durmiendo
la siesta sobre la misma paja! ¿Entonces, á qué venía semejante
turbación al recogerse en la gruta? Nada se había mudado en torno suyo;
ellos eran quienes, desde el comienzo de aquel verano, desde que él
regresara del instituto de Orense á la aldea para las vacaciones, se
sentían inmutados, diferentes y medio tontos. La niña, tan corretona y
traviesa de ordinario, tenía á deshora momentos de calma, deseos de
ociosidad y reposo, lasitudes que la movían á sentarse en la linde de un
campo ó á apoyarse en un murallón, cuyo afelpado tapiz de musgo rascaba
distraidamente con las uñas. A veces clavaba á hurtadillas los ojos en
el lindo rostro de su compañero de infancia, como si no le hubiese visto
nunca; y de repente los volvía á otra parte, ó los bajaba al suelo.
También él la miraba mucho más, pero fijamente, sin rebozo, con
ardientes y escrutadoras pupilas, buscando en pago otra ojeada
semejante; y al paso que en ella crecía el instintivo recelo, en él
sucedía á la intimidad siempre un tanto hostil y reñidora que cabe entre
niños, al aire despótico que adoptan los mayores y los varones con las
chiquillas, un rendimiento, una ternura, una galantería refinada,
manifestada á su manera, pero de continuo. Ayer, aunque inseparables y
encariñados hasta el extremo de no poder vivir sino juntos y de que les
costase todos los inviernos una enfermedad la ausencia, cimentaban su
amistad, más que las finezas, los pescozones, cachetes y mordiscos, las
riñas y enfados, la superioridad cómica que se arrogaba él, y las
malicias con que ella le burlaba. Hoy parecía como si ambos temiesen, al
hablarse, herirse ó suscitar alguna cuestión enojosa; no disputaban, no
se peleaban nunca; el muchacho era siempre del parecer de la niña. Esta
cortedad y recelo mutuo se advertía más cuando estaban á solas. Delante
de gente se restablecía la confianza y corrían las bromas añejas.
Con todo eso no renunciaban á corretear juntos y sin compañía de nadie.
Á falta de testigos, les distraía y tranquilizaba la menor cosa: una
flor, un fruto silvestre que recogían, una mosca verde que volaba
rozando con la cara de la niña. Impremeditadamente se escudaban con la
naturaleza, su protectora y cómplice.
En la gruta, lo que les sacó de su momentáneo embeleso, fué observar la
vegetación viciosa y tropical del fondo. La niña, gran botánica por
instinto, conocía todas las plantas y yerbas bonitas del país; pero
jamás había encontrado, ni á la orilla de las fuentes, tan elegantes
hojas péndulas, tan colosales y perfumados helechos, tanto pulular de
insectos como en aquel lugar húmedo y caluroso. Parecía que la
naturaleza se revelaba allí más potente y lasciva que nunca, ostentando
sus fuerzas genesiacas con libre impudor. Olores almizclados revelaban
la presencia de millares de hormigas; y tras la exuberancia del follaje,
se divisaba la misteriosa y amenazadora forma de la araña, y se
arrastraba la oruga negra, de peludo lomo. La niña los miraba,
estremeciéndose cuando al apartar las hojas descubría algún secreto
rito de la vida orgánica, el sacrificio de un moscón preso y agonizante
en la red, el juego amoroso de dos insectos colgados de un tallo, la
procesión de hormigones que acarreaban un cuerpo muerto.
Entre tanto llovía á más y mejor. Sin embargo, así que hubo pasado cosa
de una hora, el chubasco se aplacó casi repentinamente, pareció que la
gruta se llenaba de claridad, y una bocanada de fragancia húmeda la
inundó: el tufo especial de la tierra refrigerada y el hálito de las
flores, que respiran al salir del baño. También á los refugiados se les
dilataron los pulmones, y á un mismo tiempo se lanzaron fuera del
escondrijo, hacia la boca de la cueva.
Allí se pararon deslumbrados por inesperado espectáculo. La atmósfera,
en su parte alta, estaba barrida de celajes, diáfana y serena: lucía el
sol, y sobre el replegado ejército de nubes, se erguía vencedor, con
inusitada limpidez y magnificencia, un soberbio arco-iris, cuyo
arranque surgía del monte del Pico-Medelo, cogía en medio su alta
cúspide, y venía á rematar, disfumándose, en las brumas del río Avieiro.
No era esbozo de arcada borrosa y próxima á desvanecerse, sino un
semicírculo delineado con energía, semejante al pórtico de un palacio
celestial, cuyo esmalte formaban los más bellos, intensos y puros
colores que es dado sentir á la retina humana. El violado tenía la
aterciopelada riqueza de una vestidura episcopal; el añil cegaba con su
profunda vibración de zafiro; el azul ostentaba claridades de agua que
refleja el hielo, frías limpideces de noche de luna; el verde se
tornasolaba con el halagüeño matiz de la esmeralda, en que tan
voluptuosamente se recrea la pupila; y el amarillo, anaranjado y rojo
parecían luz de bengala encendida en el firmamento, círculos
concéntricos trazados por un compás celestial con fuego del que abrasa á
los serafines, fuego sin llamas, ascuas, ni humo.
A la vista del hermoso meteoro, aproximóse la pareja, según la costumbre
inveterada en los que se quieren, de expresarlo todo acercándose.
--¡El Arco de la Vieja!--exclamó en dialecto la niña, señalando con una
mano al horizonte y cogiéndose con la otra á la ropa del muchacho.
--Nunca ví otro tan claro. Si parece pintado, así Dios me salve. Chica,
qué bonito!
--¡Mira, mira, mira!--chilló ella.--¡El arco anda!
--¿Que anda? Tú estás loca... ¡Ay, pues anda y bien que anda!
El arco se trasladaba en efecto, con dulce é imponente lentitud, de
manera teatral. Se vió un instante la cima del Pico recortada sobre el
fondo de vivos esmaltes; luego, poco á poco, el arco dejó atrás la
montaña y vino á coronar con su curva magnífica la profundidad del
valle. Mas ya palidecían sus tintas espléndidas, y se borraban sus
líneas brillantes, dejando como un vapor de colores, delicadísimo toque
casi fundido ya con el firmamento, casi velado por la humareda de las
nubecillas blancas, que vagaban y se deshacían también.


II

A caminar por la carretera, fastidiosa de puro cómoda, prefirieron
seguir atajos en cuyo conocimiento eran muy duchos, y aun cruzar los
sembrados, desiertos á la sazón, pero donde, durante la noche entera y
la madrugada, cuadrillas de mujeres habían estado segando el centeno--á
las horas de calor no se siega, pues se desgrana la espiga madura.--No
se daban mucha priesa, al contrario, tácitamente estaban de acuerdo en
no recogerse á techado hasta entrada la noche. Apenas comenzaba á caer
la tarde. El campo, fresco y esponjado después de la tormenta y el
riego de las nubes, oreado por suave vientecillo, convidaba á gozar de
su hermosura: cada flor de trébol, cada manzanilla, cada cardo, se había
adornado el seno con un grueso brillante líquido; y grillos y
cigarrones, seguros ya de que cesaba el diluvio, se atrevían á
rebullirse en los barbechos, sintiendo con deleite la caricia del sol
sobre sus zancas ya enjutas.
Vagaba la pareja sin rumbo cierto, cuando, casi debajo de sus cabezas,
en un sendero que se despeñaba hacia el valle, divisaron una figura
rara, que se movía despaciosamente. A un mismo tiempo la reconocieron
ambos.
--¡El señor Antón el _algebrista_!
--¡El _atador_ de Boán!
--¿A dónde irá?
--Aventuro algo bueno que á casa de la Sabia.
--¿Quién te lo dijo?
--Tiene la vaca más vieja muy malita.
--¿Vamos á ver?
--Corriente. Hay que bajar por las viñas; sino, es mucha la vuelta.
--Por las viñas. Ale.
--Dame la mano.
--¿Piensas que no sé bajar sola?
El descenso era casi vertical, y había que escalar paredones y tener
cuidado de no desnucarse al sentar el pie sobre los guijarros; pero las
cuatro piernas juveniles alcanzaron pronto al estafermo, que caminaba
dibujando eses al tropezar en cualquier canto de la senda. Iba el señor
Antón en mangas de camisa (por señas que la gastaba de estopa): chaqueta
terciada al hombro, y un pitillo tras la oreja derecha. Los pantalones
pardos lucían un remiendo triangular azul en el lugar por donde más
suelen gastarse, y otros dos, haciendo juego con el de las nalgas, en
las perneras; de puro cortos, descubrían el hueso del tobillo, cubierto
apenas de curtida y momificada piel, y los zapatos torcidos y contraídos
como una boca que hace muecas. Fuera del bolsillo interior de la
chaqueta asomaba un libro empastado en pergamino, cuyas esquinas habían
roído los ratones y cuyas hojas atesoraban grasa suficiente para hacer
el caldo una semana.
Al sentir ruido de gente, volvió el rostro, que lo tenía mas arrugado
que una pasa, más sequito que un sarmiento, y con todas las facciones
inclinadas unas hacia otras, á manera de piedras de murallón que se
derrumba: la nariz desplomada sobre la barba, ésta remontada hacia la
boca, y las mejillas colgando en curtidos pellejos á ambos lados de la
pronunciada nuez. En los pómulos parecía como si le hubiesen pintado con
teja dos rosetas simétricas; los labios se le habían sumido; y de la
abertura donde estuvieron partían innumerables rayitas y plieguecillos
convergentes, remedando el varillaje de un paraguas. ¿Paraguas dijiste?
No hay que omitir que bajo el codo izquierdo sujetaba el señor Antón uno
colosal, de algodón colorado rabioso, con remates y contera de latón
dorado; ni menos debe callarse que honraba su cabeza, por encima de un
pañuelo de yerbas, un venerable y caduco sombrero de copa alta, de los
más empingorotados y de los más apabullados también.
--Buenas tardes, señorito don Perucho y la compaña...--dijo el
vejestorio al alcanzarle la pareja. Era su voz opaca y aguardentosa,
pero no tan cascada como pedían sus años.
--¿A dónde va, señor Antón?--preguntó la niña.
--Para servir á vustede, señorita Manolita... ¡ahí á curar una vaca en
casa de la señora María la Sabia...!
--¿Qué le duele?
--Parece ser que le ha salido, dispensando vustedes, una _tumificación_
muy atroz en los cadriles... con perdón, carraspo, aquí donde las
personas humanas tenemos el hueso llamado _líaco_...
--¿Un lobanillo?
--Propiamente hablando, sí, señorito, un lobanillo.
Rióse Perucho, pues le hacia gracia la facha del algebrista y su manía
de aplicar á todo los cuatro términos de anatomía mal aprendidos en su
libro ratonado. Moríase el vejete por dar explicaciones difusas acerca
de los padecimientos de sus clientes, fuesen novillos, cerdos, canes, ó,
como él decía, personas humanas, que á todos indistintamente les sabía
reparar los desperfectos, con su ciencia heredada de encolar y
recomponer la máquina animal. Ya llegaban al emparrado que sombreaba la
casa de la Sabia.
Era una casuca baja y construída con piedras mal trabadas: adornábala
principalmente un balcón ó _solana_ de madera, al cual nadie podía
asomarse, por obstruirlo una barricada de enormes calabazas, de amarilla
corteza, rameada de verde; en una esquina colgaban á secar ropas de
recién nacido, y al través de ellas se abría paso una soberbia mata de
claveles reventones, rojo coral, que florecía en una olla desportillada,
con las raíces escapándose de la tierra negruzca que las mantenía. A la
puerta de la casa, una mujer moza, de rostro curtido ya, desgranaba
habas en una criba; á sus pies dos chiquillos de corta edad, con pelo
casi blanco de puro rubio, se revolcaban por el suelo jugando con las
vainas de las habas. Cuando vió asomar al algebrista y á los que él
llamaba señoritos, levantóse la mujer con servilismo obsequioso, pegando
un moquete á los chiquillos, sin duda con el fin de agasajar mejor á la
visita; no contaban con él, y la misma sorpresa les impidió llorar.
La pareja entró. Tenía la casa piso de tierra; una escalera de madera
conducía al sobrado ó cuarto alto; y en el bajo se notaba una pintoresca
mezcla de racionales é irracionales. El _lar_ y la chimenea con asientos
de madera bajo su campana; la artesa de guardar el pan; el horno de
cocerlo; algunos taburetes con cuatro patas muy esparrancadas; la cuna
de mimbres de una criatura y el _leito_ ó camarote de tablas en que
dormía el matrimonio que la había engendrado, eran los muebles que
pertenecían á la humanidad en aquel recinto. La animalidad invadía el
resto. Al través de una división de tablones mal juntos pasaba el hálito
caliente, el lento rumiar y los quejumbrosos mugidos del ganado;
gallinas y pollos escarbaban el suelo y huían con señales de ridículo
terror, renqueando, al acercárseles la gente; dos ó tres palomas se
paseaban, muy sacadas de buche y muy balanceadas de cuello, esperando á
que cayese alguna migaja; un marrano sin cebar, magro y peludo aún como
un jabalí, sopeteaba con el hocico, gruñendo sordamente, en una tartera
de barro donde nadaban berzas en aguachirle; un perro de esa raza
híbrida llamada en el país de _pajar_, completamente tendido en tierra,
dormía; al respirar, se señalaba bajo su piel la armazón del costillaje,
y de cuando en cuando, al posársele una mosca encima, un estremecimiento
hacía ondular todos sus músculos, y sacudía, sin despertarse, una oreja.
Por un ventanillo, abierto en el testero, entraban las avispas á comerse
los gajos de cerezas maduras que andaban rodando sobre la artesa; y si
fuese posible prestar oído á unas trotadas menudas que allá arriba
resonaban, se comprendería que los ratones no andaban remisos en dar
cuenta del poco maíz restante de la cosecha anterior, ni de cuanto
encontraban al alcance de los dientes. En medio de esta especie de arca
de Noé, reposaba inmóvil, sentada al pie de la artesa, con los naipes
mugrientos al alcance de la mano, la vieja bruja de la Sabia.
Era su figura realmente espantable. Habíale crecido el bocio enorme,
hasta el punto de que se le viese apenas el verdadero rostro, abultando
más la lustrosa y horrible segunda cara sin facciones, que le caía sobre
el pecho, le subía hasta las orejas, y por lo hinchada y estirada
contrastaba del modo más repulsivo con el resto del cuerpo de la vieja,
que parecía hecho de raíces de árboles, y tenía de los árboles añosos la
rugosidad y oscuridad de la corteza, los nudos, las berrugas. Al ver
entrar al algebrista _y la compaña_, la bruja se enderezó y salió á
recibirles, no sin echarse con sumo recato un pañuelo de algodón sobre
los mechones de sus greñas blancas.
La moza, entretanto, sacaba del establo á la paciente, una vaca
amarilla, y picándola con la aguijada, la empujaba fuera de la casa, á
sitio descubierto y claro. Cojeaba el infeliz animal, por culpa del gran
tumor que tenía en el ijar derecho; sus ojos estaban profundamente
tristes, como los de todo irracional ó niño enfermo. El sol pareció
reanimar algo á la vaca, y se le dilató el hocico respirando aire puro.
Ya salía tras ella el atador, poniendo la mano á guisa de pantalla ante
los ojos, para que no le estorbase el sol que declinaba.
--Hace falta quien _treme_ del animal--dijo, después de palpar aprisa el
tumor.--Llama á tu hombre--añadió dirigiéndose á la moza.
Habiendo Perucho ofrecido su ayuda, convino el algebrista en que
bastaría con él y con la moza para sujetar á la doliente, y ordenó que
la señora María se encargase de preparar la bizma de pez hirviendo.
Remangóse Perucho las mangas de chaqueta y camisa, y arrodillándose,
asió con puño de hierro la pata del animal, asentándola y afirmándola en
tierra á fin de que no cocease con el dolor. El brazo del mancebo era
membrudo, atendida su edad, y la cuadratura de los músculos se diseñaba
enérgicamente: sobre el cutis, fino como raso, rojeaba á la luz
moribunda del sol un vello denso y suave. Su compañera le miraba con
disimulo y atención, como si viese por primera vez aquella cabeza
cubierta de ensortijados bucles, aquellas perfectas facciones trigueñas
y sonrosadas, aquel cogote juvenil y fuerte como testuz de novillo
bermejo, aquellas espaldas fornidas donde la postura y el esfuerzo para
mantener inmóvil la pata del animal hacía sobresalir el omoplato. De
chiquita, la costumbre de ver á Pedro le impedía reparar su hermosura:
ahora se le figuraba descubrirla en toda su riqueza de pormenores
esculturales, cosa que la turbaba mucho y tenía bastante culpa de la
cortedad y despego que mostraba al quedarse con él á solas. Se
avergonzaba la niña de no ser tan linda como su amigo; de ser casi fea.
También se recogió el atador las mangas de estopa, y sacó de la
faltriquera del pantalón una reluciente navaja de afeitar envuelta en un
trapo. Agachóse bajo la paciente, y empuñando el instrumento, con brioso
girar de muñeca y haciendo terrible fuerza en el pulgar, sajó casi en
redondo el lobanillo. Bramó y resopló de dolor la vaca, intentando huir;
pero estaba bien sujeta y el corte dado ya. Sin hacer caso de los
mugidos angustiosos ni de las inútiles sacudidas de la bestia, el señor
Antón comenzó á esgrimir la navaja casi de plano, desprendiendo la piel
que cubría el tumor, y disecando poco á poco, con certera diestra, sus
raíces, como quien desprende de un peñasco los tientos de un adherido
pólipo. De rato en rato empapaba con trapos la sangre que corría y le
impedía ver. Cada raíz encubría otras más menudas, y la navaja seguía
escrutando los ijares del animal, persiguiendo las últimas
ramificaciones de la fea excrecencia. Ya casi la tenía desprendida,
cuando la vaca, que parecía resignada con su suerte, dió de pronto un
empuje desesperado y supremo, logró soltar las patas, derribó de una
patada el sombrero de copa alta del algebrista y echó á correr furiosa.
Ciega por el terror, fué á batir contra la muralla del emparrado, donde
la alcanzó Perucho. La agarró del rabo primero, luego la cogió por los
cuernos, y á remolque y á empujones y á puñadas la trajo otra vez á la
clínica. El señor Antón acusaba á la moza de no valer nada, de haber
aflojado la pata; y Manuela, con los ojos brillantes y la sonrisa en los
labios, se ofrecía á sustituir ventajosamente á la aldeana.
--¡Jesús, alabando sea Dios, qué valiente de señorita!--tartamudeó la
Sabia, apareciendo en la puerta.
--Las que nos criamos en la montaña...--murmuró la niña arrodillándose,
y ciñendo con ambas manos, no muy blancas ni nada endebles, el corvejón
del animal.
--No hay cosa como las montañesas--declaró dogmáticamente el atador,
encasquetándose otra vez su abollada bomba, sin la cual, al parecer, no
era dueño de todos los recursos de la ciencia quirúrgica.
--Remángate, Manola--aconsejó sin volver la cabeza Pedro:--sino vas á
ponerte perdida.
Notando que él no la miraba, Manolita se remangó. Los chiquillos, rubios
como el cerro, que presenciaban la operación absortos, con la pupila
dilatada y chupándose el dedo índice, quisieron también cooperar al buen
resultado, y vinieron á poner cada uno una manila en los corvejones de
la mártir. Poco duró el suplicio. El señor Antón, con su rapidez y
maestría acostumbradas, arrojaba ya triunfalmente hacia el campo más
próximo una masa sanguinolenta é informe, que era el núcleo del
lobanillo y su aureola de raíces. Entre un furioso y desesperado bramido
de la vaca al sentir la pez hirviendo que le abrasaba los tejidos, y un
_¡carraspo!_ del algebrista que se levantaba vencedor, se acabó la
operación y la víctima fué de nuevo encerrada en el establo. Echáronle
en el pesebre un brazado de fresca yerba, y á poco su hocico húmedo, del
cual se desprendía un hilo de baba, rumiaba con fruición la dulce
golosina.


III

Sin embargo, aún le quedaban al señor Antón deberes facultativos que
llenar en aquella casa. Le presentaron un ternero que andaba malucho de
desgano y rehusaba las cortezas de pan y la hierba más apetitosa. Le
abrió la boca al punto, sacóle de través la lengua, y declaró que tenía
_el piojo_. Pidió los ingredientes de sal y ajo, que metió en una
bolsita de lienzo; mojóla en vinagre, y frotó con ella los bordes de la
lengua, para levantar las escamillas en que consistía el mal: sacó luego
del bolsillo-estuche unas tijeras de costura, y cortó las escamas,
dejando al choto en disposición de zamparse todos los prados comarcanos.
Tras el ternero vino un buey, cojo de la mano derecha: el doctor
reconoció que tenía _el pulgón_ y que era preciso meterle entre la
pezuña un puñado de pólvora amasada y prenderle fuego. El caso era que
no se encontraba pólvora allí.
--Que vayan por ella á los Pazos--exclamó servicialmente Perucho.
--Mientras van y vuelven llega la noche, señorito--exclamó el atador,--y
de aquí á Boán hay camino. Ya pasaré por aquí mañana ó pasado lo más
tarde, que me cumple verle la yegua al señor Angel. No hay duda, que no
muere el buey por eso.
Quedó aplazada la voladura del pulgón, pero no consintió la Sabia en que
se partiese el algebrista sin _tomar un taco_ y _echar un cloris_.
Limpiándose el copioso sudor con el pañuelo de yerbas, sentóse el señor
Antón á la mesa, ante el zoquete de pan de centeno y el jarro de vino.
Entabló conversación con el ama de casa, no habiendo querido los
señoritos sentarse ni probar cosa alguna, porque les divertía más
presenciar la cómica escena y oir, cruzando ojeadas y risas, la plática
donosa que avivaban con sus preguntas. Estaba de buen humor el vejete,
como siempre que terminaba felizmente una operación y se veía con el
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 02
  • Parts
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 01
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1955
    25.9 of words are in the 2000 most common words
    37.3 of words are in the 5000 most common words
    43.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 02
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1829
    28.4 of words are in the 2000 most common words
    40.0 of words are in the 5000 most common words
    47.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 03
    Total number of words is 4767
    Total number of unique words is 1806
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    41.3 of words are in the 5000 most common words
    47.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 04
    Total number of words is 4824
    Total number of unique words is 1875
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    50.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 05
    Total number of words is 4762
    Total number of unique words is 1924
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.2 of words are in the 5000 most common words
    52.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 06
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1777
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 07
    Total number of words is 4758
    Total number of unique words is 1930
    29.3 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    49.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 08
    Total number of words is 4868
    Total number of unique words is 1930
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    49.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 09
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1793
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 10
    Total number of words is 4873
    Total number of unique words is 1906
    28.5 of words are in the 2000 most common words
    41.5 of words are in the 5000 most common words
    48.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 11
    Total number of words is 4709
    Total number of unique words is 1867
    28.6 of words are in the 2000 most common words
    40.3 of words are in the 5000 most common words
    47.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 12
    Total number of words is 4843
    Total number of unique words is 1819
    28.3 of words are in the 2000 most common words
    41.1 of words are in the 5000 most common words
    46.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 13
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1927
    29.8 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 14
    Total number of words is 4834
    Total number of unique words is 1890
    31.4 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 15
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1881
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    43.3 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 16
    Total number of words is 4911
    Total number of unique words is 1782
    31.0 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 17
    Total number of words is 4813
    Total number of unique words is 1746
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 18
    Total number of words is 4945
    Total number of unique words is 1761
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.2 of words are in the 5000 most common words
    52.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La madre naturaleza (2ª parte de Los pazos de Ulloa) - 19
    Total number of words is 3566
    Total number of unique words is 1352
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.