Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 13

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apostada en Pozo Alcón: al propio tiempo determinó que se pusiese el
7 en movimiento el general Leval, dirigiéndose sobre el centro de los
españoles, adonde el 8 acudió también en persona el mismo mariscal.
Quedaron en la ciudad de Granada algunas fuerzas, así para atender a la
conservación de la tranquilidad como para evolucionar del lado de las
Alpujarras contra la gente que mandaba el conde del Montijo.
[Marginal: Acción de Zújar y sus consecuencias.]
Aunque Don Manuel Freire sospechó desde luego los intentos del enemigo,
no juzgó oportuno abandonar la posición de la Venta del Baúl que
consideraba fuerte, y pensó solo en reforzar su derecha, enviando
al efecto la división expedicionaria del mando de Don José Zayas,
compuesta de 5000 hombres y la caballería que gobernaba Don Casimiro
Loy. Ausente momentáneamente el citado Zayas, tomó la dirección de esta
fuerza Don José O’Donnell, jefe de estado mayor del tercer ejército,
quien se encaminó a los vados del Manzano en Guadiana menor, para obrar
en unión con Don Ambrosio de la Cuadra, contener a los franceses y aun
atacarlos. Mas como hubiese ya el último echado pie atrás, receloso de
la cercanía del enemigo, no recibió las órdenes del general en jefe
sino en Castril, a cuyo punto había llegado el 9.
Entre tanto Don José O’Donnell se colocó junto a Zújar, en las
alturas de la derecha del río Barbate, que otros llaman Guardal, y
Godinot, adelantándose sin tropiezo, le atacó en sus puestos. Cruzaron
los franceses el Barbate, vadeable por todos lados, a las once de
la mañana del 9, protegiéndoles su artillería de que carecían los
nuestros. Envió Godinot contra la izquierda española gran número
de tiradores, al paso que trabó recio combate por la derecha. Ció
aquí el regimiento de Toledo, escaso de gente, y le siguieron otros,
retirándose al principio con buen orden, que se descompuso en breve a
gran desdicha. La caballería del mando de Loy, que vino de Benamaurel,
fue igualmente rechazada y se retiró a Cúllar, adonde se le juntó la
infantería. Perdiéronse en esta ocasión 433 muertos y heridos, y unos
1100 prisioneros y extraviados, recibiendo tan desventurado golpe a
las órdenes de Don José O’Donnell una división que bajo Zayas había
sobresalido poco antes en los campos de la Albuera.
Felizmente no se aprovechó Godinot, cual pudiera, de la victoria,
temiendo le atacase por la espalda Don Ambrosio de la Cuadra, por lo
cual dirigió contra este toda la caballería y la brigada del general
Rignoux, limitándose a enviar la vuelta de Cúllar y Baza algunas tropas
de la vanguardia.
A semejante acaso debió Don Manuel Freire poder retirarse, sin que
se le interpusiese a su espalda el enemigo. Sostúvose aquel general
firme en la posición del Baúl todo el día 9, repeliendo acertadamente
el ataque de los franceses. Mas sabedor, a las cinco de la tarde, de
lo acaecido en Zújar, resolvió abandonar por la noche el campo, y
replegarse al reino de Murcia. Consiguió atravesar sin tropiezo la
ciudad de Baza, y entrar en Cúllar, adonde había llegado antes Don José
O’Donnell. De allí marchando todo el ejército a las Vertientes, dispuso
Freire que la caballería del tercer ejército, mandada por el brigadier
Osorio, y la expedicionaria, a las órdenes de Don Casimiro Loy,
cubriesen el movimiento. Acosaba a nuestros jinetes el general Soult,
hermano del mariscal, y el 10 dioles tan violenta acometida que los
obligó a cejar y a ponerse al abrigo de los infantes. Freire entonces
determinó proseguir la retirada a pesar del cansancio de la tropa,
distribuyendo la fuerza hacia las montañas de ambos lados del camino.
Por las de la derecha yendo a Murcia tiró Don José Antonio de Sanz
con la 3.ª división, propia de su mando, y con la 2.ª que también
debía obedecerle. Por las de la izquierda y en la dirección de la
ciudad maniobraba Don Manuel Freire. Sanz, al comenzar su retirada,
se vio rodeado él y la 3.ª división en el peñón de Vertientes, mas
impuso respeto al enemigo por medio de una diestra maniobra de
amago y, enderezándose a Oria, se unió el 11 en Alboa con la 2.ª
división. Juntas ambas marcharon por Huércal, Oria y Aguilar, en donde
encontrándose con 300 dragones enemigos, los arrollaron y les cogieron
caballos y efectos. Después, hecho alto y tomado algún descanso,
llegaron el 15 sin otra desventura a Palmar de Don Juan, habiendo
andado 37 leguas en 6 días, y comido solo tres ranchos. Penuria que
nadie soporta con tanta resignación como el soldado español. Mereció
Sanz en aquel lance justas alabanzas por el arrojo y tino con que guió
su tropa.
[Marginal: Nuevos cuarteles del tercer ejército y reparación de las
fuerzas expedicionarias.]
Acosado de peor estrella, se vio casi perdido Don Manuel Freire,
teniendo su gente, desarrancada de las banderas, que encaramarse por
lugares ásperos y pasar el puerto del Chiribel con dirección a Murcia.
Al cabo de mil afanes y de haber marchado a veces sin respiro 13 y más
leguas, reunió aquel general sus soldados el 11 en Caravaca, en donde
permaneció el 12, y se le incorporó Don Ambrosio de la Cuadra, que se
había retirado por su cuenta y hacia aquella parte con la 1.ª división.
Sentó luego Freire sus cuarteles en Alcantarilla, y colocó debidamente
sus fuerzas, reducidas ahora a la caballería del brigadier Osorio y a
tres divisiones propias del tercer ejército, por haberse a la sazón
separado vía de Valencia las expedicionarias.
El general Leval llegó el 14 a Vélez el Rubio, y se extendieron
al desfiladero de Lumbreras, a tres leguas de Lorca, los generales
Latour-Maubourg y Soult con los jinetes. Hicieron todos ellos en otras
excursiones muchos daños, y hubo paraje en que abrasaron hasta 22
alquerías.
[Marginal: Únese Montijo al ejército.]
Al mismo tiempo no dejaron al del Montijo tranquilo las fuerzas que
el mariscal Soult había enviado sobre las Alpujarras y la costa, y
que ascendían a 1800 peones y 1000 caballos. Llegaron estas a Almería
a tiempo que todavía desembarcaba un batallón de la expedición de
Blake, que pudo librarse. Lo mismo aconteció a Montijo, que no dejó
de molestar al enemigo y aun de sorprender la guarnición de Motril,
con cuyo trofeo y otros prisioneros se reunió al cuerpo principal
del ejército. Otros partidarios desasosegaban también no poco a los
franceses, recobrando a menudo el botín que recogían estos por las
montañas y tierra de Murcia. Se distinguieron especialmente Villalobos,
Marqués, y sobre todo Don Juan Fernández, alcalde de Otívar.
[Marginal: Sucede en el mando a Freire el general Mahy.]
Entregó el mando Don Manuel Freire en Mula, el 7 de septiembre, a Don
Nicolás Mahy, que vimos en Galicia y Asturias. Provino la desgracia
de aquel, aunque solo temporal, de la aciaga jornada de Zújar y sus
consecuencias, acerca de la cual se hizo una sumaria información
a instancia de las cortes. Los comprometidos salieron salvos: con
justicia Freire, no teniendo culpa de lo sucedido en el Barbate, pues
sus órdenes fueron bastante acertadas. No juzgaron lo mismo muchos en
cuanto a Don José O’Donnell y a Don Ambrosio de la Cuadra, habiendo
el primero empeñado y sostenido malamente una acción, y no cumplido
el segundo, como quizá pudiera, con lo que el general en jefe le había
prevenido.
[Marginal: Los franceses no prosiguen a Murcia.]
No insistieron por entonces los franceses en proseguir hasta Murcia.
Daban cuidado al mariscal Soult nuevas que le venían de Extremadura,
el aparecimiento en la serranía de Ronda del general Ballesteros:
hablaremos de esto más adelante.
[Marginal: Valencia. Estado de aquel reino. Llegada de Blake.]
Ahora pondremos los ojos en el reino de Valencia, adonde había llegado
D. Joaquín Blake. Mandaba antes, según ya apuntamos, el marqués del
Palacio, cuyas providencias eran por lo común más propias de la
profesión religiosa que de la de un general entendido y diligente.
Pensaba mucho en procesiones, poco en las armas, pregonando
inexpugnables los muros valencianos después que había en su derredor
paseado a la Virgen de los Desamparados, imagen muy venerada de los
habitadores. A este son caminaba en lo demás. No era culpa de Palacio
mas sí de la regencia de Cádiz, que en sus elecciones anduvo a veces
sobrado desatentada.
[Marginal: Providencias de este general.]
Jefe Don Joaquín Blake de otra capacidad, puso término a las
singularidades y desbarros del mencionado marqués. Activó las medidas
de defensa, reforzó los regimientos, ejercitó los reclutas, perfeccionó
las obras del castillo de Murviedro, y fortificó el antiguo de Oropesa,
que dominaba el camino real de Cataluña. Urgía tomar tales medidas,
amenazando Suchet invadir aquel reino.
[Marginal: Se dispone Suchet a invadir aquel reino.]
Habíale ya para ello dado Napoleón la orden en 25 de agosto, con
prevención de que el 15 de septiembre estuviese el ejército lo más
cerca que ser pudiera de la ciudad de Valencia. Para cumplir Suchet con
lo que se le mandaba trató primero de asegurar las espaldas; dejó 7000
hombres bajo el general Frère en Lérida, Monserrat y Tarragona, con
destino a cubrir estos puntos y la navegación del Ebro. Igual número
en Aragón al cargo del general Musnier. El ejército francés del norte
de la Cataluña y un cuerpo de reserva que se formaba en Navarra debían
también apoyar en cuanto les fuera dado las operaciones. Lo mismo por
la parte de Cuenca el ejército del centro, y por la de Murcia el del
mediodía.
[Marginal: Pisa su territorio. Su marcha y fuerza que lleva.]
Tomados estos acuerdos, púsose Suchet en movimiento el 15 de septiembre
la vuelta de Valencia: ascendía la fuerza que consigo llevaba a 22.000
hombres. Distribuyola en tres columnas de marcha. Partió una de Teruel
a las órdenes del general Harispe, la cual en vez de seguir el camino
de Segorbe, torció a su izquierda para juntarse más pronto con las
otras. Formaba la segunda la división italiana, del cargo de Palombini,
en la que iban los napolitanos, y tiró por Morella y San Mateo. Salió
Suchet con la tercera de Tortosa, compuesta de la división del general
Habert, de una reserva que capitaneaba Robert, de la caballería y de la
artillería de campaña. Yendo sobre Benicarló tomó el mariscal francés
la ruta principal que de Cataluña se dirige a Valencia. Al paso dejó
en observación de Peñíscola un batallón y 25 caballos, y llegando a
Torreblanca el 19, aventó de Oropesa algunos soldados españoles,
encerrándose en el castillo los que de estos debían guarnecerle.
Entraron los franceses aquella villa de corto vecindario, y habiendo
intimado inútilmente la rendición al castillo, barriendo este con sus
fuegos, colocado en lo alto, el camino real, tuvo Suchet que desviarse
y caer hacia Cabanes. Uniose en aquellos alrededores con las columnas
de Harispe y Palombini, y marchó adelante junto ya todo su ejército.
Ocupó el 21 a Villarreal, y cruzó el Mijares, vadeable en la estación
de verano, además de un magnífico puente de trece ojos que facilita
el paso. La vanguardia de la caballería española estaba a la margen
derecha y se vio obligada a retirarse: con lo que sin otro tropiezo
asomó Suchet a la villa y fuerte de Murviedro.
[Marginal: Las que reúne Blake y otras providencias.]
La llegada fue más pronto de lo que hubiera querido Don Joaquín Blake,
quien necesitaba de más espacio para uniformar y disciplinar su gente,
y también para agrupar cerca de sí todas las fuerzas que habían de
intervenir en la campaña. Eran estas las del reino de Valencia, o sea
segundo ejército, las que dependían de él y guerreaban en Aragón bajo
los jefes Don José Obispo y Don Pedro Villacampa, parte de las del
tercer ejército, y las expedicionarias. Las últimas se habían detenido
por causa de la fiebre amarilla, que picó reciamente durante el estío y
otoño en Cartagena, Alicante, Murcia y varios pueblos de los contornos.
Retardáronse las otras con motivo de marchas u operaciones que hubieron
de ejecutar antes de unirse al cuerpo principal. Blake, no obstante,
guarneció a Murviedro, fortaleció más y más los atrincheramientos
de Valencia y las orillas del Guadalaviar, e hizo que el marqués del
Palacio y la junta se trasladasen a la villa de Alcira, situada a cinco
leguas de la capital en una isla que forma el Júcar, cuyas riberas
debían servir de segunda línea de defensa. El del Palacio conservaba
el mando particular del distrito, y por eso, y quizá también para
desembarazarse de persona tan engorrosa, le alejó Blake de Valencia
so pretexto de poner al abrigo de las contingencias de la guerra las
autoridades supremas de la provincia.
[Marginal: Sitio del castillo de Murviedro o Sagunto. Su descripción.]
Era la toma de Murviedro el primer blanco de la expedición de Suchet.
Allí tuvo su asiento la inmortal Sagunto. Con el transcurso del tiempo
cambió de nombre, derivándose el actual del latin _muri veteres_, o,
según otros, del limosino _murt vert_. Yacía la antigua Sagunto en
derredor de un monte, a cuyo pie por la parte septentrional se extiende
hoy la población que apenas pasa de 6000 almas. Lame sus muros el
Palancia, que corre a la mar apartado ahora dos leguas; antes, según
Polibio, siete estadios, unos mil pasos: lo cual prueba lo mucho
que se han retirado las aguas, a no ser que se dilatase por allí la
antigua ciudad. Opulentísima la llama Tito Livio,[*] [Marginal: (*
Ap. n. 16-23.)] y, en efecto, grande hubo de ser su riqueza cuando
después de haber los moradores quemado en la plaza pública personas y
efectos, quedaron tantos despojos que pudo el vencedor repartir entre
su gente mucho botín, enviar no poco a Cartago, y reservar todavía
bastante para emprender la campaña que meditaba contra Roma. Vestigios
notables declararon su pasada grandeza, que celebraron muchos poetas,
en particular Bartolomé Leonardo de Argensola, que se duele del empleo
humilde que en su tiempo se hacía de aquellos mármoles y de sus nobles
inscripciones. La resistencia de Sagunto fue tan empeñada que, según
cuenta el ya citado Polibio,[*] [Marginal: (* Ap n. 16-24.)] tuvo
Aníbal, herido en un muslo, que animar con su ejemplo al abatido
soldado, sin perdonar cuidado ni fatiga alguna, y aun así no entró
la ciudad sino al cabo de ocho meses de sitio y en medio de llamas y
ruinas. Muy atrás quedó de la antigua defensa la que ahora vamos a
trazar. Verdad es que no era ni con mucho parecido el caso.
La población moderna, ya tan reducida, no se hallaba murada a punto
de impedir una embestida seria del enemigo. Fundábase la resistencia
en una nueva fortaleza elevada en el monte vecino, el cual al invadir
la primera vez Suchet el reino de Valencia, vimos que no estaba
fortificado. Notose la falta y tratose en seguida de remediarla:
tuvo para ello que destruirse en parte un teatro antiguo, preciosa
reliquia conservada en los últimos tiempos con mucho esmero. La actual
fortaleza, a que pusieron nombre de San Fernando de Sagunto, abrazaba
toda la cima del cerro, habiendo aprovechado para la construcción
paredones de un castillo de moros y otros derribos. Formaba el recinto
como cuatro porciones o reductos distintos bajo el nombre de Dos
de mayo, San Fernando, Torreón y Agarenos, susceptible cada uno de
separada defensa. Había dentro 17 piezas, dos de a doce. Impidió el
envío de otras de mayor calibre la repentina llegada de Suchet. Era
la fortaleza atacable solo por el lado de poniente, inaccesible por
los demás, de subida muy pina y de peña tajada. Había delineado las
obras modernas el comandante de ingenieros Don Juan Sánchez Cisneros.
Encargose del gobierno, en 16 de septiembre, el coronel ayudante
general de estado mayor Don Luis María Andriani. Ascendía la guarnición
a unos 3000 hombres.
Cercanos los franceses, cruzó el general Habert el 23 de septiembre el
Palancia, y rodeando el cerro por oriente, dispuso al mismo tiempo que
parte de su tropa se metiese en la villa cuyas calles barrearon los
enemigos, atronerando también las casas, ahora solitarias y sin dueño.
Tiró a occidente la división de Harispe, y extendiéndose al sur se dio
la mano con el general Habert. Situáronse los italianos en Petrés y
Gilet, camino de Segorbe, quedando de este modo acordonado el cerro en
que se asentaban los fuertes. Destacó reservas Suchet hacia Almenara,
vía de Cataluña; exploró la tierra del lado de Valencia.
[Marginal: Vana tentativa de escalada.]
Entonces, impaciente y ensoberbecido con su buena fortuna, determinó
tomar por sorpresa la fortaleza de Sagunto. Registró con este objeto
el circuito del monte, y oídos los ingenieros, creyó poder tentar
una escalada por la falda inmediata a la villa, en donde le pareció
vislumbrar restos de antiguas brechas mal reparadas.
Fijó Suchet las tres de la mañana del 28 de septiembre para dar la
embestida. El mayor de ingenieros Chulliot mandaba la primera columna
francesa. Debía seguirle el coronel Gudin, y adelantar a todos y
apoyarlos el general Habert. También trataron los enemigos de distraer
a los nuestros por los demás parajes.
Reuniéronse aquellos para efectuar la escalada a media subida en una
cisterna distante 40 toesas de la cima. Vigilante Andriani descubrió
por medio de una salida los proyectos del enemigo, y alerta con los
suyos cerró los accesos que establecían comunicación entre los diversos
fuertes. Un tiro o arma falsa de los acometedores abrevió una hora
el ataque, respondiendo los nuestros al fusilazo con descargas y
grandes alaridos. Andriani arengó a los soldados, recordoles memorias
del suelo que pisaban: ¡Sagunto! Y embistiendo a la sazón Chulliot,
enardecidos los españoles, le rechazaron completamente, y a Gudin,
que cayó herido de una granada en la cabeza, y Habert, cuyos soldados
espantados huyeron y dejaron sembradas de cadáveres las faldas del
monte cuan largamente se extendían entre un baluarte que llevaba el
apellido ilustre de Daoiz y el fuerte de Dos de mayo. Así, en presencia
de venerables restos, se confundían antiguos y nuevos trofeos,
apoderándose los cercados de varios fusiles, de más de 50 escalas y de
otras herramientas. Perdieron los franceses 400 hombres. Escarmentado
Suchet, aprendió a obrar con mayor cordura, y preciso le fue sitiar en
forma más arreglada, fortaleza tan bien defendida.
[Marginal: Reencuentro en Soneja y Segorbe.]
Íbansele entre tanto aproximando a Don Joaquín Blake las fuerzas que
aguardaba, y dispuso que Don José Obispo, con cerca de 3000 hombres,
se quedase del lado de Segorbe para incomodar al enemigo mientras
permaneciese este en Murviedro. También colocó por su izquierda
en Bétera, con el mismo fin, a Don Carlos O’Donnell, asistido de
una columna de igual fuerza compuesta de la división de Don Pedro
Villacampa, procedente de Aragón, y de la caballería del ejército de
Valencia, mandada por D. José San Juan. Quiso Suchet alejar de sí
vecinos tan molestos, y al propósito ordenó a Palombini que ahuyentase
al general Obispo, quien, habiéndose adelantado hasta Torres Torres,
dos leguas de Murviedro, se había replegado después dejando en Soneja
una corta vanguardia bajo D. Mariano Moreno. Atacó a esta Palombini
el 30 de septiembre, que, si bien reforzada, tuvo que echar pie atrás
para unirse con lo restante de la división. Entonces situó Obispo por
escalones delante de Segorbe en el camino real la caballería y en
las alturas inmediatas los infantes. Mas el enemigo acometiendo con
impetuosidad y fuerza lo arrolló todo, y tuvo Obispo que retirarse a
Alcublas.
[Marginal: En Bétera y Benaguacil.]
En seguida pasó Suchet a atacar en persona el 2 de octubre a Don Carlos
O’Donnell, cuyas tropas con destacamentos en Bétera se alojaban en
los collados de Benaguacil, a la salida de la huerta en que se halla
situada la Puebla de Valbona. Resistieron los nuestros bastante tiempo
hasta que O’Donnell juzgó prudente repasar el Guadalaviar, como lo
verificó por Villamarchante, imponiendo aquí respeto a los enemigos
con la ocupación de dos alturas escarpadas que dominan el camino.
Dirigiose después sin ser incomodado a Ribarroja. Perdimos en estos
reencuentros alguna gente, sobre todo en el primero en que perecieron
oficiales de mérito. Motejose en Blake no haber hecho el menor amago
para sostener ni a uno ni a otro de ambos generales, mirándose además
como muy expuesta la estancia que había señalado a Don José Obispo.
Influían también malamente en el buen ánimo del soldado tales retiradas
y descalabros parciales, siendo reprensible en un jefe no precaverlos
al abrir de una campaña.
[Marginal: Buena defensa y toma del castillo de Oropesa.]
Para no desperdiciar tiempo, y alejadas ya las tropas vecinas, pensó el
mariscal Suchet apoderarse del castillo de Oropesa, que cerraba el paso
del camino real de Cataluña. Ofreciole buena ocasión el atravesar por
allí cañones de grueso calibre que traían de Tortosa contra Sagunto,
de los que mandó detener algunos para batir los muros. Se componía
el castillo de un gran torreón cuadrado, circuido por tres partes de
otro recinto, sin foso pero amparado del escarpe del terreno. Tenía de
guarnición unos 250 hombres, y solo le artillaban cuatro cañones de
hierro. Mandaba Don Pedro Gotti, capitán del regimiento de América. A
cuatrocientas toesas y orilla de la mar había otra torre llamada del
Rey, muy al caso para favorecer un embarque, en la cual capitaneaba 170
hombres el teniente Don Juan José Campillo.
Después que los franceses habían penetrado en el reino de Valencia,
habían en vano tentado tomar de rebate el castillo de Oropesa. Unieron
ahora para conseguirlo sus esfuerzos, y fácil era apoderarse de un
recinto tan corto y con flacos muros. Empezó el 8 de octubre a batirlos
el enemigo, dueño ya antes de la villa. Dirigía el general Compère
a los sitiadores. El 10 llegó Suchet, y derribado un lienzo de la
muralla, prontos los franceses a dar el asalto, capituló el gobernador
honrosamente. [Marginal: Resistencia honrosa y evacuación de la torre
del Rey.] No por eso se rindió el de la torre del Rey, Campillo, que
desechó con brío toda propuesta. Constante en su resolución hasta el
12, y defendiéndose valerosamente, tuvo la dicha de que acudiesen
entonces para protegerle el navío inglés Magnífico, comandante Eyre,
y una división de faluchos a las órdenes de Don José Colmenares. No
siendo dado sostener por más tiempo la torre, pusiéronse unos y otros
de acuerdo, y se trató de salvar y llevar a bordo la guarnición.
Presentaba dificultades el ejecutarlo, pero tal fue la presteza de
los marinos británicos, tal la de los españoles, entre los que se
distinguió el piloto Don Bruno de Egea, tal en fin la serenidad y
diligencia del gobernador, que se consiguió felizmente el objeto.
Campillo se embarcó el último y mereció loores por su proceder: muchos
le dispensó la justa imparcialidad del comandante inglés.
[Marginal: Activa el enemigo los trabajos contra Sagunto.]
Libre Suchet cada vez más de obstáculos que le detuviesen, paró su
consideración exclusivamente en el cerco de Murviedro. Volvieron
también de Francia, ausentes con licencia después de lo de Tarragona,
los generales de artillería Valée y Rogniat, con cuya llegada se
activaron los trabajos del sitio.
Empezolos el enemigo contra la parte occidental de la fortaleza,
en donde estaba el reducto dicho del Dos de mayo, y plantó a ciento
cincuenta toesas una batería de brecha. Ofrecíansele para continuar en
su intento muchos estorbos nacidos del terreno, y, si los españoles
hubiesen tenido artillería de a 24, siendo imposible en tal caso los
aproches, quizá se hubiera limitado el cerco a mero bloqueo.
Pudieron al fin los franceses después de penosa faena romper sus
fuegos el 17, mas hasta el 18 en la tarde no juzgaron los ingenieros
practicable la brecha abierta en el reducto del Dos de mayo, en cuya
hora resolvió Suchet dar el asalto.
[Marginal: Asalto intentado infructuosamente.]
Una columna escogida, al mando del coronel Matis, debía acometer la
primera. Notaron los españoles desde temprano los preparativos del
enemigo, y apercibiéronse para rechazarle. Hombres esforzados coronaban
la brecha, y con voces y alaridos desafiaban a los contrarios sin que
los atemorizase el fuego terrible y vivo del cañón francés.
Comenzose la embestida, y los más ágiles de los sitiadores llegaron
hasta dos tercios de la subida, cuya aspereza y angostura les impidió
ir más arriba, destrozados por el fuego a quemarropa de los nuestros,
por las granadas y las piedras. Cuantas veces repitió el enemigo la
tentativa, otras tantas cayeron sus soldados del derrumbadero abajo.
Entroles desmayo, y a lo último, como anonadados, desistieron de la
empresa con pérdida de 500 hombres, de ellos muchos oficiales y jefes.
Por medio de señales entendíase la guarnición del fuerte con la ciudad
de Valencia, y Blake ofreció al gobernador y a la tropa merecidas
recompensas.
Embarazábale mucho a Suchet el malogro de su empresa y, aunque procuró
adelantar los trabajos y aumentar las baterías, temía fuese infructuoso
su afán, atendiendo a lo escabroso y dominante del peñón de Sagunto.
Confiaba solo en que Blake, deseoso de socorrer la plaza viniese, con
él a las manos, y entonces parecíale seguro el triunfo.
[Marginal: Prepárase Blake a socorrer a Sagunto.]
Así sucedió. Aquel general tan afecto desgraciadamente a batallar, e
instado por el gobernador Andriani, trató de ir en ayuda del fuerte.
Convidábale también a ello tener ya reunidas todas sus fuerzas que
juntas ascendían a 25.300 hombres, de los que 2550 de caballería,
poco más o menos. Llegaron a lo último las que pertenecían al tercer
ejército, bajo las órdenes de Don Nicolás Mahy. Pendió la tardanza de
haberse antes dirigido sobre Cuenca para alejar de allí al general
D’Armagnac, que amagaba por aquella parte el reino de Valencia.
Consiguió Mahy su objeto sin oposición, y caminó después a engrosar las
filas alojadas en el Guadalaviar.
Pronto a moverse Don Joaquín Blake, encargó la custodia de la ciudad
de Valencia a la milicia honrada, y dio a su ejército una proclama
sencilla concebida en términos acomodados al caso. Abrió la marcha en
la tarde del 24, y colocó su gente en la misma noche no lejos de los
enemigos. La derecha, compuesta de 3000 infantes y algunos caballos a
las órdenes de Don José Zayas, y de una reserva de 2000 hombres a las
del brigadier Velasco, en las alturas del Puig. Allí se apostó también
el general en jefe con todo su estado mayor. Constaba el centro,
situado en la Cartuja de Ara Christi, de 3000 infantes que regía Don
José Lardizábal, y de 1000 caballos, que eran los expedicionarios del
cargo de Loy y algunos de Valencia, todos bajo la dirección de Don
Juan Caro; había además aquí una reserva de 2000 hombres que mandaba
el coronel Liori. Extendíase la izquierda hacia el camino real llamado
de la Calderona. Cubría esta parte Don Carlos O’Donnell, teniendo a
sus órdenes la división de Don Pedro Villacampa, de 2500 hombres, y
la de Don José Miranda, de 4000 con 600 caballos que guiaba Don José
San Juan. El general Obispo, bajo la dependencia también de O’Donnell,
estaba con 2500 hombres en el punto más extremo, hacia Náquera.
Amenazaba embestir por la parte del desfiladero de Sancti Espíritus
todo nuestro costado izquierdo, debiendo servirle de reserva Don
Nicolás Mahy al frente de más 4000 infantes y 800 jinetes. Tenía orden
este general de colocarse en dos ribazos llamados los Germanells.
Cruzaban al propio tiempo por la costa unos cuantos cañoneros españoles
y un navío inglés.
Concurrieron aquella noche al cuartel general de Don Joaquín Blake
oficiales enviados por los respectivos jefes, y con presencia de un
diseño del terreno trazado antes por Don Ramón Pírez, jefe de estado
mayor, recibió cada cual sus instrucciones con la orden de la hora en
que se debía romper el ataque.
Hasta las once de la misma noche ignoró Suchet el movimiento de los
españoles, y entonces informole de ello un confidente suyo vecino del
Puig. No pudiendo el mariscal ya tan tarde retirarse sin levantar el
sitio de Sagunto con pérdida de la artillería, tomó el partido, aunque
más arriesgado, de aguardar a los españoles y admitir la batalla que
iban a presentarle. Resolvió a ese propósito situarse entre el mar y
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