Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 02

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pecho. Manejaba la artillería Don Joaquín Caamaño, y dirigía a los
ingenieros Don Julián Albo. Llegó a haber de guarnición 9000 hombres.
Poblaban la ciudad de 11 a 12.000 habitantes.
Empezaron los franceses el 28 de enero a abrir la trinchera y atacar
por varios puntos; mas solo a la izquierda del Guadiana y con horroroso
bombardeo. En el cerro de San Miguel establecieron una batería de
cuatro piezas de a ocho y un obús: en el inmediato del Almendro, otra
enfilando el fuerte de la Picuriña: lo mismo a la ladera del de las
Mallas, entre el Rivilla y el arroyo Calamón; plantando aquí también
a la izquierda de este una batería de obuses y cañones, con otra en
el cerro del Viento; y abriendo entre ambas una trinchera y camino
cubierto muy prolongado, cuyo ramal flanqueaba el frente de Pardaleras.
Llamaron los franceses al último ataque el de la izquierda; del centro,
al que partía del Calamón; de la derecha, al que indicamos primero.
El 30 verificaron los españoles una salida, y dos días después
respondió Menacho con brío a la intimación que le hicieron los
franceses de rendirse. Hincháronse el 2 de febrero las aguas del
Rivilla, causando daño en los trabajos de los contrarios, y el 3
matáronles los nuestros, en una nueva salida de Pardaleras, más de 100
hombres, y arruinaron parte de las obras.
Don Gabriel de Mendizábal, reuniendo con las suyas las divisiones
españolas que habían venido del ejército anglo-portugués, trató
de meterse en Badajoz, engrosar la guarnición y retardar así las
operaciones del enemigo. Para ello, y facilitar a la infantería un
camino seguro, mandó a Don Martín de la Carrera que arremetiese el 6
por la mañana contra la caballería francesa, que en gran fuerza había
pasado el 4 a la derecha del Guadiana, y la arrojase más allá del
Gévora. Ejecutó Carrera su encargo gallardamente, y entonces Mendizábal
se introdujo con los peones en la plaza.
Hicieron el 7 los cercados una salida contra las baterías enemigas
del cerro de San Miguel y del Almendro. Mandaba la empresa Don Carlos
de España, y aunque puso este el pie en la primera de las indicadas
baterías, solo inutilizó en ella una pieza, no habiendo llegado a
tiempo los soldados que traían los clavos y demás instrumentos propios
al intento. La del Almendro fue también asaltada, y pudiéronse clavar
allí más piezas. Sin embargo, rehechos los franceses, repelieron a los
nuestros; y como por el descuido o retardo arriba indicado no se había
destruido toda la artillería, causó esta en nuestras filas al retirarse
mucho estrago, y perdimos, entre muertos y heridos, unos 700 hombres,
de ellos varios oficiales.
Salió el 9 de Badajoz el general Mendizábal, y la plaza quedó entonces
custodiada con los 9000 hombres que, según dijimos, habían llegado a
componer su guarnición; evacuando el recinto sucesivamente los enfermos
y gente inútil. Mendizábal se acantonó en la margen opuesta del
Guadiana, apoyó su ala derecha en el fuerte de San Cristóbal, y aseguró
de este modo la comunicación con Elvas y Campomayor.
Receloso en seguida Soult de que el sitio se dilatase, puso su ahínco
en llevarle pronto a cima. Por tanto, adelantada ya la segunda paralela
a sesenta toesas de Pardaleras, rodearon a las 7 de la noche este
fuerte unos 400 hombres, y abriéndose paso entre las empalizadas,
se metieron dentro por la parte que les mostró a la fuerza un
oficial prisionero. Pudo salvarse, no obstante, la mayor parte de la
guarnición. Prolongaron entonces los franceses hasta el Guadiana la
paralela de la izquierda, y construyeron un reducto que, barriendo el
camino de Elvas, completaba el bloqueo por aquel lado.
Con todo, menester era para acelerar la toma de Badajoz, destruir o
alejar a Mendizábal de las cercanías del fuerte de San Cristóbal.
Lord Wellington había aconsejado oportunamente al general español
mantenerse sobre la defensiva y fortalecer su posición con acomodados
atrincheramientos, hasta tanto que pudiese socorrerle y obligar a los
franceses a levantar el sitio. No dio Mendizábal oídos a tan prudentes
advertencias; y confiado en que iban muy crecidos Guadiana y Gévora, no
destruyó ni aseguró los vados que en aguas bajas se encuentran en ambos
ríos corriente arriba; contentose solo con demoler un puente que había
en el Gévora, y trabajó lentamente en el reducto de la Atalaya, situado
al norte, a 800 toesas de San Cristóbal.
[Marginal: Acción del Gévora o Guadiana el 19 de febrero.]
Desde el 12 había el mariscal Soult enviado 1500 hombres para cruzar
el Guadiana por el Montijo, y empezó el 17 a arrojar bombas sobre el
campo de Mendizábal, hacia el lado del fuerte de San Cristóbal, con
intento de apartarle de semejante amparo.
Quedábanle a Mendizábal unos 8000 infantes y 1200 caballos; y siendo
muy superior la fuerza que podía atacarle, debiera por lo mismo haber
andado más cauto.
El 18 menguaron las aguas, y descendió aquel día por la derecha del
Guadiana la caballería enemiga, que había tomado la vuelta del Montijo,
cruzando los infantes por la tarde a legua y media de la confluencia
del Gévora, y siempre corriente arriba. Mendizábal no ignoraba el
movimiento de los franceses, pero no por eso evitó el encuentro.
Temprano en la mañana del 19, 6000 infantes enemigos y 3000 caballos
estaban ya en batalla a la derecha del Guadiana, dispuestos también
a pasar el Gévora. Una niebla espesa favorecía sus operaciones; y
exhortados por el mariscal Soult y reforzados, comenzaron a vadear
el último río. Ejecutó el paso por la derecha con toda la caballería
Latour-Maubourg, con intención de envolver la izquierda española; y por
el lado opuesto cruzó la infantería, al mando del general Girard, que
logró así interponerse entre el fuerte de San Cristóbal y el costado
derecho de los españoles, cogiendo en medio ambos generales a nuestro
ejército casi del todo desprevenido.
El mariscal Mortier, que gobernaba de cerca los movimientos ordenados
por Soult, cerró de firme con los españoles. Nació luego en nuestras
filas extrema confusión; los caballos, en cuyo número se contaban los
portugueses de Madden, no sostenidos bastantemente por Mendizábal,
dieron los primeros el deplorable ejemplo de echar a huir, no obstante
los esfuerzos valerosos de su principal jefe Don Fernando Gómez de
Butrón, que se puso a la cabeza de los regimientos de Lusitania y
Sagunto. Mendizábal formó con los infantes dos grandes cuadros que
resistieron algún tiempo en la altura de la Atalaya; pero que rotos
al fin y penetrados por todas partes, disipáronse a la ventura. 800
hombres quedaron heridos, o muertos en el campo; 3000 prisioneros, de
ellos muchos oficiales con el general Virués; otros dispersáronse o se
acogieron a las plazas inmediatas. Cañones, muchos fusiles, bagaje,
municiones, todo fue presa del enemigo. Salvose en Campomayor, con
alguna gente, Don Carlos de España; en Elvas, Butrón y 800 hombres,
con Don Pablo Morillo que dio en tan aciago día repetidas pruebas de
valentía y ánimo sereno.
La pelea, comenzada a las ocho de la mañana, terminose una hora
después, no habiendo costado a los franceses más de 400 hombres: pelea
ignominiosamente perdida, y por la que se levantó contra Mendizábal un
clamor universal harto justo. Fue causa de tamaño infortunio singular
impericia, que no disculpan ni los bríos personales ni la buena
intención de aquel desventurado general. Llamaron unos esta acción
la del Gévora, otros la de San Cristóbal: los españoles casi solo la
conocieron bajo el nombre de la del 19 de febrero.
Ganada la batalla, bloqueó la plaza el mariscal Soult por la derecha
del Guadiana, aseguró con puentes las comunicaciones de ambas orillas y
continuó el sitio reposadamente.
Creyó también que los ánimos se amilanarían con la derrota de
Mendizábal, y envió un parlamento con nuevas propuestas. Mas Don
Rafael Menacho, manteniéndose impávido, no le admitió; y habitantes
y militares merecieron a porfía ser colocados al lado de tan digno
caudillo.
[Marginal: Fonturvel en Badajoz.]
Hubo diversos hechos muy señalados. Digno es de contarse entre ellos
el de Don Miguel Fonturvel, teniente de artillería de la brigada de
Canarias. De avanzada edad, pidió no obstante que se le confiase uno de
los puestos de más riesgo; y perdiendo las dos piernas y un brazo, así
mutilado, animaba antes de expirar a sus soldados, y exclamó mientras
pudo con interrumpidos acentos: «¡Viva la patria! Contento muero por
ella.»
Los enemigos proseguían en sus trabajos, y se enderezaban
principalmente contra los baluartes de San Juan y Santiago. El 26
extendiéndose por allí y batiendo la plaza con vivo cañoneo, se prendió
fuego a un repuesto detrás de uno de los baluartes; pero la presencia
inmediata de Menacho impidió el desorden y evitó desgracias. Valeroso y
activo, este jefe disponíase a defender la ciudad hasta por dentro, y
cortó calles, atroneró casas y tomó otras medidas no menos vigorosas.
[Marginal: Muerte gloriosa de Menacho.]
Todo anunciaba que llevaría al cabo su propósito, cuando el 4 de marzo,
observando desde el muro una salida en que se causó bastante daño
al enemigo, cayó muerto de una bala de cañón. Glorioso remate de su
anterior e ilustre carrera, y pérdida irreparable en tan apretadas
circunstancias. Las cortes hicieron mención honrosa del nombre de
Menacho, y premiaron a su familia debidamente.
[Marginal: Sucédele Imaz.]
Sucediole el mariscal de campo Don José de Imaz, que correspondió de
mala manera a tamaña confianza; pues capituló el 10, no aportillada
bastantemente la brecha en la cortina de Santiago, ni maltratados
todavía los flancos; y a tiempo en que por telégrafo se le avisó de
Elvas que Massena se retiraba, y que la plaza de Badajoz no tardaría en
ser socorrida.
[Marginal: Ríndese Badajoz.]
Quiso Imaz cubrir su mengua con el dictamen del comandante de
ingenieros Don Julián Albo y el de otros jefes que estuvieron por
rendirse. No así Caamaño el de artillería que dijo: «Pruébese un
asalto, o abrámonos paso por medio de las filas enemigas.» Igualmente
fue elevado y noble el parecer del general Don Juan José García, que si
bien anciano, expresó con brío: «Defendamos a Badajoz hasta perder la
vida.» Mas Imaz con inexplicable contradicción, votando en el consejo,
que al efecto se celebró, con los dos últimos jefes, entregó la plaza
en el mismo día sin que hubiese para ello nuevo motivo. Como gobernador
solo a él tocaba decidir en la materia, y él era el único y verdadero
responsable. Equivocose si creyó que resolviendo de un modo y votando
de otro, conservaría al mismo tiempo intactos su buen nombre y su
persona. Formósele causa, que duró, según tenemos entendido, hasta la
vuelta del rey Fernando a España, caminando y terminándose al son de
tantas otras de la misma clase.
Ocuparon los franceses a Badajoz el 11 de marzo. Salieron por la
brecha y rindieron las armas 7135 hombres: había en los hospitales
1100 enfermos, y en la plaza 170 piezas de artillería, con municiones
bastantes de boca y guerra.
[Marginal: Ocupan los franceses otros puntos.]
En seguida el general Latour-Maubourg marchó sobre Alburquerque y
Valencia de Alcántara, de que se apoderó en breve, no hallándose
aquellas antiguas y malas plazas en verdadero estado de defensa. El
mariscal Mortier sitió el 12 de marzo a Campomayor. [Marginal: Sitio
y capitulación de Campomayor.] Guarnecían el recinto, de suyo débil,
unos pocos soldados de milicias y ordenanzas, y era gobernador el
valeroso portugués José Joaquín Talaya. Los enemigos situaron sus
baterías a medio tiro de fusil, amparados de las ruinas del fuerte
de San Juan, demolido en la guerra de 1800. Intimaron inútilmente la
rendición el 15, y arrojando sin cesar dentro infinidad de bombas,
y batiendo el muro con vivísimo y continuado fuego, abrieron el 21
brecha muy practicable. Pronto al asalto, no quiso todavía entregarse
el bizarro gobernador, no obstante sus cortos medios y escasa tropa:
y solo ofreció que se rendiría si pasadas veinticuatro horas no le
hubiese llegado socorro. Frustrada esta esperanza, salió por la brecha,
cumplido el plazo, con unos 600 hombres entre milicianos y ordenanzas
que era toda su gente.
[Marginal: Acontecimientos en Andalucía.]
Nuevos cuidados llamaron a Sevilla al mariscal Soult. Luego que este
se ausentó de aquella ciudad, tratose en Cádiz de distraer las fuerzas
de la línea sitiadora y aun de obligar al enemigo, si ser podía, a
alzar el campo. Pensose llevar a efecto tal propósito al fenecer enero,
y obraban de acuerdo españoles e ingleses. En consecuencia, partió de
Cádiz alguna tropa que desembarcó en Algeciras y que, con otra gente de
la serranía de Ronda, formó la primera división del 4.º ejército a las
órdenes de Don Antonio Begines de los Ríos. Debiendo este jefe dar la
señal de los movimientos proyectados, marchó sobre Medina Sidonia y, el
29 del mismo enero, rechazó a los franceses cogiéndoles 150 hombres.
El mayor inglés Brown, que continuaba gobernando a Tarifa, apoyó la
maniobra avanzando a Casas Viejas. Paró allí esta tentativa, habiéndose
retardado la ejecución del plan principal.
[Marginal: Expedición y campaña de la Barrosa.]
Un mes transcurrió antes de que se realizase; mas entonces combinose
de modo que todos se lisonjeaban con la esperanza de que tuviese buena
salida. Debía componerse la expedición de las indicadas tropas de
Begines y Brown, y de las que acompañasen de la Isla y Cádiz a los
generales Graham y Don Manuel de la Peña. Había el último de mandar en
jefe, como quien llevaba mayor fuerza; y escogiole la regencia no tanto
por su mérito militar, cuanto por ser de índole conciliadora y dócil
bastante para escuchar los consejos que le diese el general inglés, más
experto y superior en luces.
Las tropas británicas fueron las primeras que dieron la vela; luego
las españolas, el 26 de febrero. Conducía nuestra expedición de mar
el capitán de navío Don Francisco Maurelle; escoltábanla la corbeta
de guerra Diana y algunas fuerzas sutiles, y la componían más de 200
buques. Navegó la expedición con el mayor orden, y pusieron las tropas
pie en tierra, en Tarifa, al anochecer del 27. Incorporáronse allí a
los nuestros el cuerpo principal de los ingleses, y efectos y tropa de
algunos buques que, impelidos del viento y corrientes del Estrecho,
habían aportado a Algeciras.
Reunido en Tarifa todo el ejército combinado, excepto la división de
Begines que se unió el 2 de marzo en Casas Viejas, distribuyole el
general la Peña en tres trozos, vanguardia, centro o cuerpo de batalla,
y reserva. La primera la guiaba Don José de Lardizábal, el centro el
príncipe de Anglona, y la última el general Graham. En todo, con los de
Begines, 11.200 infantes, entre ellos 4300 ingleses. Había además 800
hombres de caballería, 600 nuestros, los otros de los aliados; mandaba
los jinetes el mariscal de campo Don Santiago Whittingham. Se contaban
24 piezas de artillería.
Púsose el 28 en marcha el ejército con dirección al puerto de Facinas,
por cuyo sitio atraviesa, partiendo del mar a las sierras de Ronda,
la cordillera que termina al ocaso el campo de Gibraltar. Desde ella
se desciende a las espaciosas llanuras que se dilatan hasta cerca de
Chiclana, Sancti Petri y faldas del cerro de Medina Sidonia; adonde,
descolgándose de las sierras, arroyos y torrentes, atajan y cortan la
tierra, y causan pantanos y barranqueras. Con la muchedumbre y unión
de las vertientes fórmanse, sobre todo en aquella estación, ríos de
bastante caudal, como el Barbate que recoge las aguas de la laguna de
Janda. Estos tropiezos y el fatal estado de los caminos, malos de suyo,
retardaron la marcha particularmente de la artillería.
De Facinas podía el ejército dirigirse sobre Medina Sidonia por Casas
Viejas, o sobre Sancti Petri y Chiclana por la costa, siguiendo la
vuelta de Vejer. Evacuaron precipitadamente los franceses este pueblo
el 2 de marzo, amenazados por algunas tropas nuestras, al paso que el
grueso del ejército marchaba a Casas Viejas, camino que al principio se
resolvió tomar. De aquí fueron también arrojados los enemigos, y se les
cogieron unos cuantos prisioneros, dos piezas y repuestos de vituallas.
En las alturas frente a Casas Viejas y a la izquierda del Barbate,
permaneció el ejército combinado hasta la mañana del 3, en cuyo tiempo,
desistiendo el general en jefe de proseguir por el mismo camino de
antes, emprendió la marcha por Vejer, orillas de la mar; y solo destacó
hacia Medina, para alucinar a los franceses que la ocupaban, el
batallón ligero de Alburquerque y el escuadrón de voluntarios de Madrid.
Desaprobaron muchos que se hubiese mudado de rumbo en la persuasión de
que era preferible la primera ruta, que daba a espaldas del enemigo y
se apoyaba en la serranía de Ronda, baluarte natural y con los arrimos
de Gibraltar y Tarifa. No pareció disculpa la circunstancia de ser
Medina posición fuerte y estar artillada con 7 piezas, pues además de
que no hubiera resistido a la acometida del ejército combinado, tampoco
se necesitaba tomar empeño en su conquista, sino solamente observar
lo que allí se hacía. Yendo por aquella parte se podía también contar
con la belicosa y bien dispuesta población de la sierra; y en caso de
malaventura no corría nuestra tropa riesgo de ser acorralada contra
insuperables obstáculos, como era el de la mar del lado de Vejer y
Sancti Petri. Mas la Peña, hombre pusilánime y sobrado meticuloso,
quiso ante todo abrir comunicación con la Isla, creyéndose más seguro
en la vecindad de tan inexpugnable abrigo; y desconociendo que, si
acontecía algún descalabro, la confusión y el tropel no permitirían ni
oportuna ni dichosa retirada.
Había quedado mandando en la Isla Don José de Zayas, con orden de
ejecutar movimientos aparentes en toda la línea, ayudado de las fuerzas
de mar. Tenía igualmente encargo de echar un puente de barcas al
embocadero de Sancti Petri, en cuya orilla izquierda, enseñoreada por
los franceses, forma el río, la mar y el caño de Alcornocal una lengua
de tierra que habían con flechas cortado aquellos, dueños también de la
torre y colinas de Bermeja, colocadas a la espalda. Nuestra posición en
la orilla derecha dominaba la de los contrarios; y dos fuertes baterías
y el castillo de Sancti Petri barrían el terreno hasta las indicadas
flechas.
Estableciose, conforme a lo prevenido y en el paraje insinuado, un
puente flotante bajo la dirección del capitán de navío Don Timoteo
Roch; y desde el 2 de marzo comenzaron ya las fuerzas de mar de los
diversos apostaderos del río de Sancti Petri a hostilizar la costa;
mas en la noche, después de echado el puente, por descuido o por otra
razón que ignoramos, asaltando tiradores franceses a 250 españoles que
le custodiaban, fueron sorprendidos estos y hechos prisioneros. Se
tuvo a dicha que no penetrasen los enemigos más adelante; pues con la
oscuridad y el desorden, ya que no se hubiesen apoderado de la Isla,
por lo menos hubieran causado mayores daños.
De resultas, mandó Zayas cortar algunas barcas del puente, no sabiendo
tampoco de fijo el paradero del ejército expedicionario. Como el primer
pensamiento acerca de la marcha de este fue el de ejecutarla por
Medina, habíase al partir convenido que las tropas aliadas advertirían
su llegada a aquel punto por medio de señales, que no se verificaron,
cambiado el plan. Un oficial que envió la Peña para avisar dicha
mudanza, detuviéronle los ingleses dos días en el mar, pareciéndoles
emisario sospechoso. Esto y el haber cortado algunas barcas del puente,
impidió que de la Isla se auxiliasen con la prontitud deseada las
operaciones de afuera.
A la caída de la tarde del 4 de marzo tomó el ejército expedicionario
el camino de Conil, continuando después la vuelta de Sancti Petri.
Acompañaban a las tropas muchos patriotas y escopeteros de los pueblos
inmediatos y de la sierra. Llegó el ejército al cerro de la Cabeza del
Puerco, o sea de la Barrosa, al amanecer del 5; y de allí, hecho un
corto descanso, prosiguió la vanguardia engrosada con un escuadrón y
fuerzas del centro, vía del bosque y altura de la Bermeja. Quedó en el
cerro del Puerco el resto de las tropas que componían el centro, y a su
retaguardia la reserva; adelantándose por el flanco derecho el grueso
de los jinetes. La marcha de las tropas en la anterior noche había sido
larga y sobre todo penosa, no calculados competentemente de antemano
los obstáculos con que iba a tropezarse.
Desasosegaban a los franceses los movimientos de los aliados, inciertos
del punto por donde estos atacarían y faltos de gente. La que tenía el
mariscal Victor delante de la Isla y Cádiz no pasaba de 15.000 hombres,
y ascendían a 5000 más los que se alojaban en Medina, Sanlúcar y otros
sitios cercanos. Aseguradas las líneas con alguna tropa, interpolada
de españoles juramentados [que unos de grado y muchos por fuerza no
dejaban en estas Andalucías de prestar auxilio a los enemigos] colocose
el mencionado mariscal en las avenidas de Conil y Medina asistido
de unos 10.000 hombres, en disposición de acudir a la defensa de
cualquiera de dichos dos caminos que trajesen los aliados.
[Marginal: Batalla del 5 de marzo.]
Cerciorado que fue de ello, y después de escaramuzar las tropas ligeras
de ambos ejércitos, se reconcentró Victor en los pinares de Chiclana,
puso a su izquierda la división del general Ruffin, en el centro la de
Leval, y a Villatte con la suya en la derecha; guarneciendo el último
la tala y flechas que amparaban el siniestro costado de su propia línea
enfrente de la Isla.
A este punto se dirigía la vanguardia española para atacar por la
espalda los atrincheramientos y baterías enemigas que impedían
la comunicación entre el ejército de dentro de la Isla y el
expedicionario. Con la mira de estorbar semejante maniobra, habíase
colocado el general Villatte delante del caño del Alcornocal y molino
fortificado de Almansa, favorecido de un pinar espeso que ocultando
parte de su tropa, dejaba solo al descubierto unos cuantos batallones
apoyados en Torre Bermeja.
La vanguardia, bajo el mando de Lardizábal, atacó bravamente las
fuerzas de Villatte: la pelea fue reñida, en un principio dudosa;
pero decidiola en nuestro favor, conteniendo al enemigo y cargándole
luego con ímpetu, el regimiento de Murcia, al mando de su coronel Don
Juan María Muñoz, y tres batallones de Guardias españolas que, con el
regimiento de África, llegaron en seguida y dieron al reencuentro feliz
remate. Villatte, repelido así, pasó al otro lado del caño y molino
de Almansa, quedando, de consiguiente, franca la comunicación con la
Isla de León; aunque se retardó el paso por el tiempo que pidió la
reparación del puente de Sancti Petri, poco antes cortado.
En el mismo instante, la Peña, que deseaba aprovechar la ventaja
adquirida y continuar tras el enemigo por el espeso y dilatado bosque
que va a Chiclana, llamó hacia allí lo más de su tropa, y dispuso que
el general Graham, abandonando el cerro del Puerco, se acercase al
campo de la Bermeja, distante tres cuartos de legua, y que cooperase
a las maniobras de la vanguardia, dejando solo en dicho cerro para
proteger aquel puesto la división de Don Antonio Begines, un batallón
inglés a las órdenes del mayor Brown, y los de Ciudad Real y Guardias
valonas, unidos antes a la reserva.
Victor, que vigilaba los movimientos de los aliados, luego que notó el
de Graham, y que caminaba este por el pinar con dirección al campo de
la Bermeja, apareció en el llano y, dirigiendo la división de Leval
contra los ingleses que iban marchando, se adelantó él en persona con
las fuerzas de Ruffin al cerro del Puerco por la ladera de la espalda,
posesionándose de su cima, verdadera llave de toda la posición, y
cortando así las comunicaciones entre la gente que había quedado
apostada en Casas Viejas y las tropas que acababan los españoles
de dejar en el citado cerro del Puerco, las cuales, precisadas a
retirarse, se movieron hacia el grueso del ejército.
Mostrábase ahora a las claras que la intención del enemigo era
arrinconar a los aliados contra el mar y envolverlos por todos lados.
El general Graham, que lo había sospechado, confirmose en ello al verse
acometido y al noticiarle el mayor Brown el movimiento y ataque que
los franceses habían hecho sobre el cerro del Puerco. Para remediar el
mal contramarchó rápidamente el general británico: hizo que 10 cañones
a las órdenes del mayor Duncan rompiesen fuego abrasador contra el
general Leval, a quien, en consecuencia de la evolución practicada,
tenían los ingleses por su flanco izquierdo, y mandó al coronel Andrés
Barnard empeñar la lid con los tiradores y compañías portuguesas.
Formó además de los restantes cuerpos dos trozos: de estos, uno bajo
el general Dilkes acometió a Ruffin, otro bajo el coronel Wheatley,
a Leval. La artillería, mandada por Duncan, contuvo la división del
último y causó en ella gran destrozo.
El mayor Brown se había aproximado, por orden de Graham, al cerro de
que era ya dueño Ruffin, y antes que Dilkes llegara había tenido que
aguantar vivísimo fuego. Juntos ambos jefes, arremetieron vigorosamente
cuesta arriba para recobrar la posición defendida por los franceses
con su acostumbrado valor. El combate fue porfiado y sangriento. Cayó
herido mortalmente Ruffin, sin vida el general Chaudron-Roussau, y los
ingleses al fin encaramándose a la cumbre, se enseñorearon del campo
de los enemigos. Huyeron estos precipitadamente, y Graham contento
con el triunfo alcanzado no los persiguió, fatigada su gente con las
marchas de aquellos días. Al rematar la acción llegaron de refresco
los de Ciudad Real y Guardias valonas, que antes estaban con él unidos
perteneciendo a la reserva, los cuales sin orden de la Peña acudieron
adonde se lidiaba movidos de hidalgo pundonor.
Las divisiones de Ruffin y Leval se retiraron concéntricamente: en vano
quiso el mariscal Victor restablecer la refriega: el fuego sostenido y
fulminante de los cañones de Duncan desbarató tal intento.
El combate solo duró hora y media; pero tan mortífero que los ingleses
perdieron más de 1000 soldados y 50 oficiales: los franceses 2000 y
400 prisioneros, en cuyo número se contó al general Ruffin, tan mal
herido que murió a bordo del buque que le transportaba a Inglaterra.
Los enemigos durante la pelea quisieron también extenderse por la playa
al pie del cerro de la Cabeza del Puerco; mas se lo estorbaron las
tropas de Begines y la caballería de Whittingham. Este no persiguió
en la retirada cual pudiera a los franceses, que no tenían arriba de
250 jinetes. Solo los húsares británicos, que eran 180, se destacaron
del cuerpo principal y, guiados por el coronel Federico Ponsonby,
embistieron con los enemigos. Whittingham dio por disculpa para no
seguir tan buen ejemplo el haber tomado por franceses a los españoles
que habían quedado de observación en Casas Viejas, y que se acercaron
al campo en el momento de concluirse la batalla.
No cesó en tanto el tiroteo entre la vanguardia del mando de Lardizábal
y la división de Villatte, quien también quedó herido. Los españoles
perdieron unos 300 hombres, no menos los contrarios.
La Peña no dio paso alguno para auxiliar al general Graham, ni se
meneó de donde estaba, como si temiera alejarse de Sancti Petri, cuyo
puente al cabo se reparó, pudiendo el general Zayas pasarle y colocarse
cerca de las flechas y molino de Almansa. Excusó la Peña su inacción
con haber ignorado la contramarcha de Graham, y con el poco tiempo que
dio la corta duración de la pelea. Pero pareció a muchos que bastaba
para aviso el ruido del cañón, y que ya que no hubiese el general
español podido concurrir al primer momento del triunfo, por lo menos
encaminándose al punto de la acción hubiera su asistencia servido a
molestar y deshacer del todo al enemigo en la retirada.
[Marginal: Desavenencias entre los generales.]
Graham, ofendido de tal proceder, y disminuida su gente y fatigada,
metiose el 6 en la Isla, rehusó cooperar activamente fuera de las
líneas, y solo prometió favorecer desde ellas cualquiera tentativa de
los españoles.
En aquellos días las fuerzas sutiles de estos, al mando de Don Cayetano
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