Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 07

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que guardasen los españoles los principales fuertes. Propuesta que
parecería singular si no la explicase hasta cierto punto el deseo que
por una parte tenían los soldados de defenderse, y el descaecimiento
que por la otra se había apoderado de los más de los vecinos.
No era tampoco menor el de Alacha, que sordo ya a toda advertencia,
participó a Uriarte su final resolución de capitular así por los
fuertes como por la plaza.
Aparecieron tremoladas en consecuencia 3 banderas blancas, que
despreció el enemigo continuando en su fuego. Provenía tal conducta
de no querer tratar el francés antes de que se le entregase en prenda
el fuerte llamado Bonete, temiendo algún inesperado arranque de la
irritación del soldado español.
A todo se avenía Alacha, y creciendo en él la zozobra, avisó al general
enemigo que relajados los vínculos de la disciplina, le era imposible
concluir estipulación alguna si no le socorría. ¡Oh mengua! Aguijado
Suchet con la noticia, y cada vez más receloso de que se prolongase la
defensa por algún súbito acontecimiento, resolvió poner cuanto antes
término al negocio. Y para ello, corriendo en persona a la ciudad,
acompañado solo de oficiales y generales del estado mayor, y de una
compañía de granaderos, avanzó al castillo, y anunciando a los primeros
puestos la conclusión de las hostilidades, se presentó al gobernador.
Paso que se pudiera creer temerario, si no hubiera asegurado su éxito
anterior inteligencia. Trémulo Alacha, serenose con la presencia del
general enemigo que miraba como a su libertador. Eterno baldón que
disculparon algunos con la edad y los achaques del conde, condenando
todos a varios de los que le rodeaban, en cuyos pechos parecía
abrigarse bastardía alevosa.
[Marginal: La toman los franceses.]
Urgía sin embargo a los franceses ajustar la capitulación. Los soldados
españoles, aun los del castillo, intentaban defenderse, y necesitó
emplear tono muy firme el general enemigo y abreviar la llegada de sus
tropas para huir de un contratiempo. Hizo en seguida también él mismo
escribir aceleradamente un convenio que se firmó sirviendo de mesa
una cureña. No apresuró menos el que desfilase la guarnición con los
honores correspondientes y entregase las armas, debiendo conforme a lo
estipulado quedar prisionera de guerra. Ascendía todavía el número de
soldados españoles a 3974 hombres: los demás habían perecido durante el
sitio; de los franceses solo resultaron fuera de combate unos 500.
[Marginal: Sensación que causa en Cataluña.]
Embraveciose la opinión en Cataluña con la rendición de Tortosa, y con
lo descaminado y flojo de su defensa. Un consejo de guerra condenó
[Marginal: Sentencia contra el gobernador Alacha.] en Tarragona al
conde de Alacha a ser degollado, y el 24 de enero, ausente el reo, se
ejecutó la sentencia en estatua. A la vuelta a España en 1814 del rey
Fernando, se abrió otra vez la causa, dio el conde sus descargos, y le
absolvió el nuevo tribunal, no la fama.
En este ejemplo se nota cuánto daña al hombre público carecer de
voluntad propia y firme. Alacha, en la retirada de Tudela, había
recogido gloriosos laureles que ahora se marchitaron. Pero entonces
escuchó la voz de oficiales expertos y honrados, y no tuvo en la
actualidad igual dicha. Y si es cierto que los franceses en Tortosa
dirigieron el sitio con vigor y maestría, y acertaron en atacar por el
llano, lo que no habían hecho en Gerona, facilitoles para ello medios
el descuido de Alacha, abandonando los trabajos emprendidos en las
alturas inmediatas al fuerte de Orleans, y no pensando desde julio, en
que empezó su mando, en plantear otros, a cuyo progreso no obstaba el
semibloqueo del enemigo.
[Marginal: Toman los franceses el castillo del Coll de Balaguer.]
No queriendo Suchet desaprovechar tan feliz coyuntura como le ofrecía
la toma de Tortosa, previno al general Habert, adelantado ya a
Perelló, que tantease conquistar el fuerte de San Felipe en el Coll
de Balaguer, angostura entre un monte de la marina y una cordillera
a la mano opuesta, pelada casi toda ella de plantas mayores, a la
manera de tantas otras de España, pero odorífera con los muchos
romerales y tomillares que llenan de fragancia el aire. Dicho
castillo, construido en el siglo XVIII para ahuyentar a los forajidos
que allí se guarecían, y a los piratas berberiscos que acechaban su
presa ocultos en las inmediatas ensenadas, era importante para los
franceses, interceptándoles y dominando aquella posición el camino
de Tarragona a Tortosa. Habert rodeó el 8 de enero el fuerte de San
Felipe, e intimó la rendición. El gobernador, capitán anciano, de
nombre Serrá, en vez de mantenerse tieso se limitó a pedir 4 días de
término para dar una respuesta definitiva. Negósele tal demanda, y
desde luego comenzaron los franceses su ataque. Los españoles, sin
gran resistencia, abandonaron los puestos exteriores. Volose en breve
dentro del fuerte un almacén de pólvora, y fluctuando con la desgracia
el ánimo de la tropa, ya no muy seguro por lo de Tortosa, escalaron los
franceses la muralla, huyendo parte de la guarnición vía de Tarragona y
salvándose la otra en un reducto, donde capituló, y cayeron prisioneros
el gobernador, 13 oficiales y unos 100 soldados. Tanto cunde el miedo,
tanto contagia.
[Marginal: Providencias de Suchet. Vuelve a Aragón.]
Para asegurar Suchet aún más las ventajas conseguidas y el embocadero
del Ebro, fortificó el puerto de la Rápita y tomó otras disposiciones.
Encargó a Musnier que con su división vigilase las comarcas de Tortosa,
Albarracín, Teruel, Morella y Alcañiz; y dejó a Palombini y sus
napolitanos en Mora y sobre el Ebro, en resguardo de la navegación
del río, cuya izquierda ocupó el general Habert y su división para
favorecer los movimientos que el mariscal Macdonald trataba de hacer
contra Tarragona. Reservó consigo Suchet lo restante de su fuerza, y
partió a Zaragoza a entender en arreglos interiores, y atajar de nuevo
las excursiones de los guerrilleros y cuerpos francos que, con la
lejanía de las principales tropas francesas, andaban más sueltos.
[Marginal: Alborotos en Tarragona.]
En tanto, acaecían en Tarragona, de resultas de la entrega de Tortosa,
conmociones y desasosiegos. Los catalanes ya no veían por todas partes
sino traidores. Desconfiaban del general en jefe Iranzo y de los demás,
poniendo solo su esperanza en el marqués de Campoverde, quien gozaba de
aura popular, ya por su buen porte como general de división, ya por los
muchos amigos que tenía, y ya también por las fuerzas que habían ido
de Granada, cuyo núcleo quedaba aún, y a las cuales pertenecía aquel
caudillo. En la ciudad querían proclamarle por capitán general de la
provincia, adhiriendo a ello los pueblos circunvecinos que, llevados de
igual deseo, se agolparon un día de los primeros de enero al hostal de
Serafina, inmediato a Tarragona.
[Marginal: El marqués de Campoverde nombrado general de Cataluña.]
Muchos pensaron que el marqués no ignoraba el origen de los alborotos,
y que no los desaprobaba en el fondo, aunque, aparentando lo contrario,
quería alejarse del principado. No sabemos si en secreto tomó parte,
pero sí hubo allegados suyos y personas respetables que sostuvieron y
fomentaron la idea del pueblo por amistad a Campoverde, y por creer
que su nombramiento era el único medio de libertar a Cataluña de la
anarquía y del entero sometimiento al enemigo. Por fin, y al cabo de
idas y venidas, de peticiones y altercados, juntos todos los generales,
hizo Iranzo dejación del mando, y no admitiéndole otros a quienes
correspondía por antigüedad, recayó en Campoverde, el cual le aceptó
interinamente bajo la condición de que se atendrían todos a lo que en
último caso dispusiese el gobierno supremo de la nación.
Tranquilizó los ánimos este nombramiento, y evitó que el ejército
se desbandase, frustrándose también de este modo los intentos del
mariscal Macdonald que se había acercado a Tarragona con esperanzas de
enseñorearla, cimentadas en el acobardamiento que se había apoderado de
muchos, y en secretas correspondencias.
[Marginal: Asoma Macdonald a Tarragona.]
El 5 de enero había vuelto Macdonald a reunir al grueso de su ejército
la división de Frère, cedida temporalmente a Suchet; y yendo por Reus,
dio vista a los muros tarraconenses el 10 del mismo mes. La quietud,
restablecida dentro, desconcertó los planes de los franceses, que no
pudiendo detenerse largo tiempo en las cercanías por la escasez de
víveres y el hostigamiento de los somatenes, [Marginal: Se retira.]
determinaron pasar a Lérida con propósito de prepararse en debida forma
al sitio de Tarragona.
[Marginal: Reencuentro con Sarsfield en Figuerola.]
No realizó Macdonald su marcha reposadamente. Don Pedro Sarsfield,
situado con una división en Santa Coloma de Queralt, recibió orden de
Campoverde para caer sobre Valls, y cerrar el paso a la vanguardia
enemiga, al propio tiempo que las tropas de Tarragona debían picar
y aún embestir la retaguardia. Abría la marcha de los franceses
la división italiana al mando del general Eugeni [diversa de los
napolitanos de Palombini], y encontrose el 15 entre Valls y Plá con
Sarsfield. Los españoles acometieron el pueblo de Figuerola, adonde se
había dirigido el enemigo para atacar nuestra derecha, y le ocuparon,
arrollando a los contrarios y acuchillándolos los regimientos de
húsares de Granada y maestranza de Valencia que, a las órdenes de sus
coroneles Don Ambrosio Foraster y Don Eugenio María Yebra, se señalaron
en este día. El perseguimiento continuó hasta cerca de Valls; allí,
reforzada la vanguardia enemiga, paráronse los nuestros, y se libertó
la división italiana de un completo destrozo. Campoverde no tuvo por su
parte tanta dicha como Sarsfield; pues si bien salió de Tarragona para
incomodar la retaguardia francesa, tropezando con fuerzas superiores,
no se empeñó en acción notable, y Macdonald, de noche y de prisa,
atravesó los desfiladeros y se metió en Lérida. Costole el choque de
Figuerola, glorioso para Sarsfield, 800 hombres. Murió de sus heridas
el general Eugeni.
[Marginal: Nuevos alborotos de Tarragona.]
Érale imposible al marqués de Campoverde tomar desde luego parte
más activa en la campaña. Tenía que acudir al remedio de los males
dimanados de la reciente pérdida de Tortosa y del Coll de Balaguer, no
menos que a mejorar las defensas de Tarragona. Quizá requería también
su presencia en esta plaza la necesidad de afirmar su mando caedizo
en tales circunstancias. El fermento popular, aún vivo, servíale de
instrumento. Sustentaba la agitación el saberse que había la regencia
nombrado capitán general de Cataluña a Don Carlos O’Donnell, hermano
del Don Enrique, habiendo motín o síntomas cada vez que se sonrugía
la llegada. Campoverde no reprimía los bullicios bastantemente,
escaseándole para ello la fortaleza, y siendo patrocinadores, según
fama, personas que le eran adictas.
Encrespose la furia popular estando a la vista de Tarragona el navío
América, en la persuasión de que venía a bordo el sucesor, mas se
abonanzó aquella cuando se supo lo contrario. Renováronse, sin embargo,
los alborotos el 17 de febrero, y a ruegos de la junta, de los gremios
y de otras personas se posesionó Campoverde del mando en propiedad en
lugar de proseguir ejerciéndolo como interino.
Para distraer el enojo del pueblo, apaciguar a este del todo, y ganar
la opinión de la provincia entera, convocó Campoverde un congreso
catalán, destinado principalmente a proporcionar medios bajo la
aprobación de la superioridad. En rigor, no prohibía la ley tales
reuniones extraordinarias, no habiendo todavía las cortes adoptado
para las juntas una nueva regla, conforme hicieron poco después.
[Marginal: Nuevo congreso catalán.]
Se instaló aquel congreso el 2 de marzo, y de él nacieron conflictos
y disputas con la junta de la provincia, teniendo Campoverde que
intervenir y hasta que atropellar a varias personas, si bien al gusto
del partido popular. Modo impropio e ilícito de arraigar la autoridad
suprema. [Marginal: Disuélvese luego.] El congreso se disolvió a poco y
nombró una junta que quedó encargada, como lo había estado la anterior,
del gobierno económico del principado.
Nuevos sucesos militares, tristes unos, y otros momentáneamente
favorables para los españoles, sobrevinieron luego en esta misma
provincia. Interesaba a Napoleón no perder nada de lo mucho que habían
últimamente ganado allí sus tropas, y cifrando toda confianza en
Suchet, principal adquiridor de tales ventajas, resolvió encomendar
al cuidado de este las empresas importantes que hacia aquella parte
meditaba.
[Marginal: Providencias de Suchet en Aragón contra las partidas.]
De vuelta Suchet a Zaragoza, y antes de recibir nuevas instrucciones
y facultades, trató de destruir las partidas que habían renacido en
Aragón, alentadas con la ausencia de parte de aquellas tropas, y
con el malogro que ya se susurraba de la expedición de Massena en
Portugal. Don Pedro Villacampa andaba en diciembre en el término de
Ojos Negros, famoso por su mina de hierro y por sus salinas, en el
partido de Daroca, de cuya ciudad, saliendo al encuentro del español
el coronel Klicki, púsole en la necesidad de alejarse. Pero en enero
el general de Valencia Bassecourt, queriendo divertir al enemigo que
se presumía intentaba el sitio de Tarragona, dispuso que Villacampa y
Don Juan Martín el Empecinado, dependientes ahora, por el nuevo arreglo
de ejércitos, del 2.º o sea de Valencia, hiciesen diversas maniobras
uniéndosele o moviéndose sobre Aragón. Barruntolo Suchet y envió de
Zaragoza con una columna al general Paris, y orden a Abbé para que
partiese de Teruel, debiendo ambos salir de los lindes aragoneses y
extenderse al pueblo de Checa, provincia de Guadalajara, en donde se
creía estuviese Villacampa. En su ruta encontrose Paris el 30 de enero
con el Empecinado en la vega de Pradorredondo, y al día inmediato,
contramarchando Villacampa que se había antes retirado, trabose en
Checa acción, cooperando a ella el Empecinado, que combatió ya la
víspera con el enemigo: el choque fue violento, hasta que los jefes
españoles, cediendo al número, acabaron por retirarse.
Andando más tardo el general Abbé, no se juntó con Paris hasta el
4 de febrero, en cuyo día, combinando uno y otro sus movimientos,
se dirigieron el último contra Villacampa, el primero contra el
Empecinado, separados ya nuestros caudillos. No pudo Paris sorprender
en la noche del 7 al 8, como esperaba, a Villacampa, y se limitó a
destruir una armería establecida en Peralejos, replegándose el jefe
español hacia la hoya del Infantado.
Fue Abbé hasta la provincia de Cuenca tras del Empecinado, que tiró a
Sacedón, espantando el francés, al paso, en Moya, a la junta de Aragón
y al general Carvajal, su presidente, quien luego pasó a Cádiz, sin
que se hubiese granjeado, mientras mandó en aquella provincia, las
voluntades, ni adquirido militar nombre. Los generales Paris y Abbé,
habiendo permanecido en Castilla algunos días, y no conseguido en
su correría más que alejar del confín de Aragón al Empecinado y a
Villacampa, tornaron a los antiguos puestos.
Otros combates sostuvieron también en aquel tiempo las tropas de Suchet
contra partidas de jefes menos conocidos en ambas orillas del Ebro y
otros puntos. El capitán español Benedicto sorprendió y destruyó en
Azuara, cerca de Belchite, un grueso destacamento a las órdenes del
oficial Milawski; y Don Francisco Espoz y Mina, apareciendo en los
primeros días de abril en las Cinco Villas, atacó en Castiliscar a los
gendarmes y cogió 150 de ellos, llegando tarde en su socorro el general
Chlopicki.
[Marginal: Facultades nuevas y más amplias que Napoleón da a Suchet.]
Entre tanto, autorizó Napoleón a Suchet con las facultades que tenía
pensado y más arriba indicamos. Fecha la resolución en 10 de marzo,
encargábase por ella a dicho general el sitio de Tarragona, y se le
daba el mando de la Cataluña meridional, agregándosele además la fuerza
activa del cuerpo que regía Macdonald, desaire muy sensible para este,
revestido con la elevada dignidad de mariscal de Francia que todavía no
condecoraba a Suchet.
[Marginal: Vistas con este motivo de Suchet y Macdonald.]
Inmediatamente, y para tratar de poner en ejecución las órdenes
del emperador, se avistaron en Lérida ambos jefes. Quedábale de
consiguiente solo a Macdonald la incumbencia de conservar a Barcelona y
la parte septentrional de Cataluña, así como la de apoderarse de las
plazas y puntos fuertes de la Seu de Urgel, Berga, Monserrat y Cardona.
Retirado aquel mariscal a Lérida después del reencuentro de Figuerola,
había disfrutado poco sosiego, no abatiendo a los intrépidos catalanes
reveses ni desgracias. Obligábanle los somatenes a no dejar salir lejos
de la plaza cuerpos sueltos, y Sarsfield, apostado en Cervera, le
impedía excursiones más considerables.
De acuerdo ahora en sus vistas Suchet y Macdonald, pasaron sin dilación
a cumplir ambos la voluntad de su amo. Encargose el primero de la
nueva fuerza activa que se agregaba a su ejército y constaba de unos
17.000 hombres, como también del mando de la parte que se desmembraba
al general de Cataluña. [Marginal: Pasa Macdonald a Barcelona.] Partió
Macdonald de Lérida el 26 de marzo camino de Barcelona, en cuya ciudad
debía principalmente morar en adelante para dirigir de cerca las
operaciones y el gobierno del país que aún quedaba bajo su inmediata
dirección. Mas para realizar el viaje de un modo resguardado, ya que
no del todo seguro, facilitole Suchet 9000 infantes y 700 caballos a
las órdenes del general Harispe, los cuales, a lo menos en su mayor
número, pertenecían ahora al cuerpo de Aragón, y tenían que reunírsele,
desempeñado que hubieran la comisión de escoltar a Macdonald.
[Marginal: Quema de Manresa.]
Tomó este mariscal su rumbo vía de Manresa y acampó el 30 de marzo
con su gente en los alrededores de la ciudad. Seguía el rastro Don
Pedro Sarsfield, con quien se juntó el barón de Eroles en Casamasana,
acompañado de parte de las tropas que se apostaban en los márgenes del
Llobregat: ya unidos, marcharon ambos jefes en la noche del mismo 30,
y llegaron al hostal de Calvet, a una legua de Manresa. La junta de
esta ciudad había convocado a somatén, y los vecinos, acordándose de
anteriores saqueos de los franceses, habían casi todos abandonado sus
hogares. A la vista de ellos todavía estaban, cuando descubrieron las
llamas que salían por todos los ángulos del pueblo.
Habíale puesto fuego el enemigo incomodado por el somatén, o más
bien deseoso del pillaje que disculpaba la ausencia de los vecinos.
Macdonald, situado en las alturas de la Agulla a un cuarto de legua,
presenció el desastre y dejó que ardiese la rica y antes fortunada
Manresa sin poner remedio. 700 a 800 casas redujéronse a pavesas o
poco menos, incluso el edificio de las huérfanas, varios templos, dos
fábricas de hilados de algodón, e infinitos talleres de galonería,
velería y otros artefactos. Tampoco respetó el enemigo los hospitales,
llevando el furor hasta arrancar de las camas a muchos enfermos y
arrastrarlos al campamento. Solo se salvaron algunos en virtud de
las sentidas plegarias que hizo el médico Don José Soler al general
Salme, comandante de una de las brigadas de Harispe, recordándole el
convenio estipulado entre los generales Saint-Cyr y Reding, convenio
muy humano, y por el que los enfermos y heridos de ambos ejércitos
debían mutuamente ser respetados y remitidos, después de la cura, a sus
respectivos cuerpos. Los nuestros habían cumplido en todas ocasiones
tan puntualmente con lo pactado que el general Suchet no puede menos
de atestiguarlo en sus memorias,[*] [Marginal: (* Ap. n. 15-1.)]
diciendo: «Vimos en Valls muchos militares franceses e italianos
heridos, y nos convencimos de la fidelidad con que los españoles
ejecutaban el convenio.»
Véase, sin embargo, como eran remunerados. Los manresanos clamaron
por venganza, y pidieron a Sarsfield y a Eroles que atacasen y
destruyesen sin misericordia a los transgresores de toda ley, a
hombres desproveídos de toda humanidad. Cerraron los nuestros contra
la retaguardia enemiga, en donde iban los napolitanos bajo Palombini.
Desordenados estos, rehiciéronse, mas Eroles cargando de firme los
arrolló y vengó algún tanto los ultrajes de Manresa. Distinguiose aquí
el después malaventurado D. José María Torrijos, entonces coronel y
libre ya de las manos de los franceses, entre las que, según dijimos,
había caído prisionero meses atrás.
Macdonald, con tropiezos y molestado siempre, prosiguió su ruta,
padeciendo de nuevo bastante en un ataque que le dio, en el Coll de
David, Don Manuel Fernández Villamil, comandante de Monserrat. A duras
penas metiose en Barcelona el mariscal francés con 600 heridos, y una
pérdida en todo de más de 1000 hombres. Harispe el 5 de abril volvió
a Lérida yendo por Villafranca y Montblanch, no dejándole tampoco
de inquietar por aquel lado Don José Manso, que de humilde estado
ilustrábase ahora por sus hechos militares.
No solo a los manresanos, mas a toda Cataluña enfureció el proceder
de los franceses en aquella marcha, y sobre todo la quema de una
ciudad que en semejante ocasión no les había ofendido en nada.
Encrueleciose de resultas la guerra, tuvo crecimientos la saña.
[Marginal: Proclama de Campoverde.] El marqués de Campoverde expidió
una circular en que decía: «La conducta de los soldados franceses se
halla muy en contradicción con el trato que han recibido y reciben de
los nuestros... y la del mariscal Macdonald no se ajusta en nada con
las circunstancias de su carácter de mariscal, de duque, ni de general
que ha hecho la guerra a naciones cultas, que conoce el derecho de
gentes, los sentimientos de la humanidad. No ha limitado su atrocidad
este general a reducir a cenizas una ciudad inerme y que ninguna
resistencia le ha opuesto, sino que, pasando de bárbaro a perjuro, no
ha respetado el asilo de nuestros militares enfermos, transgrediendo la
inviolabilidad del contrato formado desde el principio de la guerra.»
Y después concluía Campoverde: «Doy... orden... a las divisiones y
partidas de gente armada... mandándoles que no den cuartel a ningún
individuo, de cualquiera clase que sea, del ejército francés que
aprehendan dentro o a la inmediación de un pueblo que haya sufrido
el saqueo, el incendio o asesinato de sus vecinos... y adoptaré y
estableceré por sistema en mi ejército el justo derecho de represalia
en toda su extensión.» Las obras siguieron a las palabras, y a veces
con demasiado furor.
[Marginal: Movimientos de este general.]
Antes desde Tarragona había dispuesto Campoverde realizar algunos
movimientos. Tal fue el que en 3 de marzo mandó ejecutar a D. Juan
Courten con intento de recobrar el castillo del Coll de Balaguer, lo
cual no se consiguió, aunque sí el rechazar al enemigo de Cambrils
hasta la Ampolla, con pérdida de más de 400 hombres. De mayor
consecuencia hubiera sido a tener buen éxito otra empresa que el mismo
general dirigió en persona, y cuyo objeto era la toma de Barcelona o a
lo menos la de Monjuich. Intentose el 19 de marzo, y con antelación,
por tanto, a la entrada de Macdonald en aquella plaza.
La comunicación de nuestros generales con lo interior del recinto
era frecuente, facilitándola la línea que casi siempre ocupaban los
españoles en el Llobregat, y la imposibilidad en que el enemigo estaba
de tener ni siquiera un puesto avanzado sin exponerle a incesante
tiroteo y pelea.
[Marginal: Tentativa malograda contra Barcelona.]
Particular y larga correspondencia se siguió para apoderarse por
sorpresa de Barcelona, y creyendo Campoverde que estaba ya sazonado el
proyecto, se acercó a la plaza con lo principal de su fuerza, dividida
entonces en tres divisiones, al mando de los jefes Courten, Eroles y
Sarsfield. La vanguardia, en la noche del 19, llegó hasta el glacis de
Monjuich, y hubo soldados que saltaron dentro del camino cubierto y
bajaron al foso. Desgraciadamente, el gobernador de Barcelona, Maurice
Mathieu, vigilante y activo, había tenido soplo de lo que andaba, y en
vela, impidió el logro de la empresa. Los franceses castigaron a varios
habitantes como a cómplices, arcabuceando en el glacis de la plaza
el 10 de abril al comisario de guerra Don Miguel Alcina. En cuanto
a Campoverde, tornó a Tarragona sin haber padecido pérdida, y antes
bien Eroles escarmentó a los que quisieron incomodarle, obligándolos a
encerrarse dentro de la plaza.
[Marginal: Sorpresa y toma de Figueras por los españoles.]
Más feliz fue la tentativa de la misma clase ideada y llevada a cima
contra el castillo de San Fernando de Figueras. Por aquella comarca,
como en todo el Ampurdán y los lugares que le circundan, Fábregas,
Llovera, Miláns a veces, Clarós, otros varios, y sobre todo Rovira,
traían siempre a mal traer al enemigo e inquietaban la frontera misma
de Francia. En medio del estruendo de las armas, un capitán llamado
D. José Casas mantuvo inteligencia por el conducto de un estudiante,
Juan Floreta, con Juan Marqués, criado de Bouclier, guarda del almacén
de víveres del mencionado castillo o fortaleza, y principal autor
de aquella idea. Entraron otros en el proyecto, entre ellos y como
primeros confidentes Pedro y Ginés Pou o Pons, cuñados de Marqués.
Todos se avistaron y arreglaron en varios coloquios el modo de abrir a
los nuestros a favor de llave falsa, que de la poterna adquirieron por
molde vaciado en cera, la entrada de punto tan importante, cuya guarda
descuidaba el gobernador francés Guillot, confiado en lo inexpugnable
del castillo y en la falta de recursos que tenían los españoles para
atacarle. Convenidos pues el Casas y sus confidentes, enteraron de todo
a Don Francisco Rovira, y este a Campoverde, mereciendo el plan la
aprobación de ambos.
Inmediatamente ordenó el último a D. Juan Antonio Martínez, que
reclutaba gente y la organizaba en el cantón de Olot, que se
encargase, de acuerdo con Rovira, de la sorpresa proyectada,
disponiendo, al propio tiempo, que el barón de Eroles se acercase al
Ampurdán para apoyar la tentativa. El 6 de abril, sábado de Ramos,
Martínez y Rovira salieron de Esquirol, cerca de Olot, con 500
hombres y pasaron a Ridaura. Aquí se les incorporaron otros 500, y
el 7 llegaron todos a Oix, fingiendo que iban a penetrar en Francia.
Prosiguieron el 8 su camino, y por Sardenas se enderezaron a Llerona,
en donde permanecieron hasta el mediodía del 9. Lo próximos que estaban
a la frontera la alborotó, y alucinó a los franceses en la creencia
de que iban a invadirla. Diluviando y a aquella hora partieron los
nuestros, y torciendo la ruta fueron a Vilarig, pueblo distante tres
leguas de Figueras, y situado en una altura, término entre el Ampurdán
y el país montañoso. Ocultos en un bosque aguardaron la noche, y
entonces Rovira a fuer de catalán habló a los suyos y noticioles el
objeto de la marcha, dándoles en ello suma satisfacción.
A la una de la mañana del 10, se distribuyeron en trozos y pusiéronse
en movimiento. Casas, como más práctico, iba el primero. Dentro del
castillo había 600 franceses de guarnición, en la villa de Figueras
se contaban 700. Subió Casas con su tropa por la explanada frente del
hornabeque de San Zenón, metiose por el camino cubierto y descendió
al foso: sus soldados llevaban cubiertas las armas para que no
relumbrasen si acaso había alguna luz, y se adelantaron muy agachados.
Llegado que hubieron al foso, franquearon la entrada de la poterna
con la llave fabricada de antemano, y embocáronse todos sin ser
sentidos en los almacenes subterráneos, de donde pasaron a desarmar
la guardia de la puerta principal. Siguieron al de Casas los otros
trozos, y se desparramaron por la muralla, apoderándose de todos los
puntos principales. Dresaire sorprendió el cuartel principal, Bon el
de artillería, y Don Esteban Llovera cogió al gobernador en su mismo
aposento. Apenas encontraron resistencia, y todo estaba concluido en
menos de una hora, rindiéndose prisionera la guarnición.
[Marginal: Marcha a Figueras del barón de Eroles.]
Martínez y Rovira, que se habían mantenido en respeto fuera en los
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