Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 04

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mientras que Beresford se apostó en la Albuera para cortar con Badajoz
las comunicaciones del ejército enemigo, replegado en Llerena.
Castaños, por la derecha del Guadiana, continuó favoreciendo las
operaciones de los aliados con tropas destacadas hasta Almendralejo, y
lo mismo Ballesteros del lado de Fregenal.
Abierta brecha, se rindió el 15 la plaza de Olivenza a merced del
vencedor, y se cogieron prisioneros 370 hombres que la guarnecían.
Luego construido ya en Jurumeña un puente de barcas, el ejército inglés
reconcentró en Santa Marta y pasó en seguida a Zafra, resguardada
siempre su izquierda por Castaños cuya caballería, a las órdenes
del conde de Penne Villemur, avanzó a Llerena, retrocediendo el 18
Latour-Maubourg a Guadalcanal.
[Marginal: Llega Wellington a Extremadura.]
En aquellos días llegó asimismo a Elvas Lord Wellington, y el 22 hizo
sobre Badajoz un reconocimiento. Era su anhelo recuperar la plaza en
el término de dieciséis días, espacio de tiempo que, según su cálculo,
tardaría Soult en venir a socorrerla. Y en consecuencia, presentándole
el comandante de ingenieros inglés el plan de acometer el fuerte de
San Cristóbal, como único medio de alcanzar el objeto deseado, aprobó
Wellington la propuesta. Pero como exigiese su presencia lo que se
aparejaba en el Coa, tornó a sus cuarteles y dejó encomendado a
Beresford el acometimiento de Badajoz.
[Marginal: Solicitan los ingleses el mando militar de las provincias
confinantes de Portugal.]
Al caer Wellington a Extremadura esperaba también obtener del gobierno
español una señalada prueba de particular confianza. En marzo, el
ministro inglés Sir Enrique Wellesley había pedido que se diese a
su hermano el mando militar de las provincias aledañas de Portugal,
para emplear así con utilidad los recursos que presentaban y combinar
acertadamente las operaciones de la guerra. Súpole mal a la regencia
tan inesperada solicitud; [Marginal: Niégaseles.] mas deseosa de dar a
su dictamen mayor fuerza, trató de sustentarlo con el de las cortes.
Al efecto, en los primeros días de abril, pasó en cuerpo una noche con
gran solemnidad al seno de aquellas, habiendo de antemano pedido que
se celebrase una sesión extraordinaria. Indicaba asunto de importancia
tan desusado modo de proceder, porque nunca se correspondían entre
sí las cortes y la potestad ejecutiva, sino por medio de oficios
o de los secretarios del despacho. Entró, pues, en el salón la
regencia, y refiriendo de palabra el señor Blake la pretensión de los
ingleses, expuso varias razones para no acceder a ella, conceptuándola
contraria a la independencia y honor nacional, y añadiendo que antes
dejaría su puesto que consentir en tamaña humillación. Entonces los
otros dos regentes, los señores Agar y Císcar, poniéndose en pie,
repitieron las mismas expresiones con tono firme y entero. Las cortes,
conmovidas, como lo serán siempre en un primer arrebato los grandes
cuerpos populares al oír sentimientos nobles y elevados, aplaudieron
la resolución de la regencia, y diéronle entera aprobación. Desmaño
fue en los ingleses entablar pretensión semejante poco después de
lo ocurrido en la Barrosa, suceso que había agriado muchos ánimos, y
después igualmente de no haber socorrido a Badajoz, contra cuya omisión
clamaron hasta sus más parciales. En los regentes, si bien nacía tanto
interés y calor de patriotismo el más acendrado, no dejaron también
de tener parte en ello otras causas; pues, a la verdad, ya que fuese
justo, como pensamos, desechar la solicitud, debiera al menos no
haber aparecido la repulsa empeño apasionado. Pero los tres regentes,
varones entendidos y purísimos, adolecieron en esta ocasión de humana
fragilidad. Blake, irlandés de origen, y marinos Agar y Císcar,
resintiéronse el uno de las preocupaciones de familia, los otros dos de
las de la profesión.
[Marginal: Vuelve Wellington a su ejército del norte.]
Estuvo Wellington de vuelta en sus reales, ahora colocados en Vilar
Formoso, el 28 de abril. Tiempo era que llegase. Massena, al entrar
en España, había dado descanso por algunos días a su ejército y
acantonádole en las cercanías de Salamanca, con destacamentos hasta
Zamora y Toro. Dejó solo una división del 6.º cuerpo cerca de los muros
de Ciudad Rodrigo, y el 9.º en San Felices, en observación del ejército
aliado. Cuidó también, desde luego, de acopiar víveres para abastecer a
Almeida, escasa de ellos y estrechamente bloqueada por los ingleses.
Preparado ya un convoy en los campos fértiles de Castilla, y repuesto
algún tanto el ejército francés, decidió Massena socorrer aquella
plaza, y el 23 de abril dio indicio de moverse. Tenía consigo el 2.º,
6.º y 8.º cuerpos, una parte del 9.º agregose a estos, y disponíase
la otra a marchar a Extremadura bajo las órdenes de su jefe el general
Drouet, quien debía encargarse en dicha provincia del mando del 5.º
cuerpo; pero la última fuerza no habiendo todavía partido a su destino,
asistió también a las operaciones que emprendió Massena en los primeros
días de mayo. Muchos soldados de todos estos cuerpos quedaron en los
acantonamientos, imposibilitados para el servicio activo, y llenaron
sus huecos hasta cierto punto tropas apostadas en Castilla, entre las
que se distinguía un hermoso cuerpo de artillería y caballería de la
guardia imperial, fuerza que cedió a Massena el mariscal Bessières, a
la cabeza ahora de lo que se llamaba ejército del norte, y oprimía a
Castilla la Vieja y las provincias vascongadas. El total de hombres
que de nuevo salía a campaña con Massena ascendía a cerca de 40.000
infantes, y a más de 5000 caballos, todos ágiles, bien dispuestos, y
olvidados ya de sus recientes y penosos trabajos.
[Marginal: Batalla de Fuentes de Oñoro.]
A poco de unirse Wellington a su ejército, recogiole y situose entre
el río Dos Casas y el Turones, extendiendo su gente por un espacio de
cerca de dos leguas. La izquierda, compuesta de la 5.ª división, la
colocó junto al Fuerte de la Concepción; el centro, que guarnecía la
6.ª, mirando al pueblo de Alameda, y la derecha en Fuentes de Oñoro,
en donde se alojaron la 1.ª, 3.ª y 7.ª división. Por el mismo lado
se encontraba la caballería, y a cierta distancia, en Nave de Haver,
Don Julián Sánchez con su cuerpo franco. La brigada portuguesa al
mando de Pack y un regimiento inglés bloqueaban a Almeida. Wellington
presentaba en batalla de 32 a 34.000 peones, 1500 jinetes y 43 cañones,
inferior por consiguiente en fuerza a Massena, sobre todo en caballería.
No obstante eso y su acostumbrada prudencia, resolvió el general
inglés arrostrar el peligro y trabar acción. Tanto le iba en impedir
el socorro de Almeida. El 2 de mayo, todo el ejército francés empezó
a moverse, y cruzó el Azaba, antes hinchado, retirándose las tropas
ligeras inglesas apostadas en Gallegos y Espeja. El Dos Casas corre
acanalado, y no es su ribera de fácil acceso. El pueblo de Fuentes de
Oñoro está asentado en la hondonada a la izquierda del río, excepto
una ermita y contadas casas que aparecen en una eminencia roqueña y
escarpada. Los franceses, el 3, atacaron con impetuosidad dicho pueblo,
y aun se apoderaron después de una lid porfiada de la parte baja, de
donde a su vez los desalojaron los ingleses, forzándolos a repasar el
río, o más bien riachuelo, de Dos Casas. En lo demás de la línea se
escaramuzó reciamente, por lo que las tropas ligeras inglesas que se
habían acogido a Fuentes de Oñoro, enviolas Wellington a reforzar el
centro.
Todavía no estaba el 3 en su campo el mariscal Massena. Llegó el 4,
y en su compañía Bessières que regía los de la guardia imperial.
Wellington, según lo ocurrido el 3 y otras maniobras del enemigo,
sospechó que este, para enseñorearse del sitio elevado que ocupaban en
Fuentes de Oñoro las tropas inglesas, cruzaría el Dos Casas en Poço
Velho, y procuraría ganar una altura hacia Nave de Haver, la cual
domina toda la comarca: por tanto con la mira Wellington de evitar tal
contratiempo movió por su derecha la 7.ª división que se puso así en
contacto con Don Julián Sánchez, prolongándose desde entonces media
legua más la línea de los aliados, aunque, [Marginal: (* Ap. n. 14-2.)]
conforme a la máxima ya de nuestro gran capitán [*] Gonzalo de Córdoba;
«no hay cosa tan peligrosa como extender mucho la frente de la batalla.»
En la mañana del 5 se presentó en efecto el tercer cuerpo francés y
toda la caballería del lado opuesto de Poço Velho, y el 6.º, a las
órdenes ahora de Loison, con lo que quedaba del 9.º, se meneó por su
izquierda. Sin tardanza reforzó Wellington la 7.ª división, del mando
de Houston, con las tropas ligeras a la orden de Craufurd, las cuales
habían vuelto del centro con la caballería gobernada por Sir Stapleton
Cotton. Hizo también que la 1.ª y 3.ª división se corriesen a la
derecha, siguiendo las alturas paralelas al Turones y Dos Casas, en
correspondencia a la maniobra ejecutada en la parte frontera por el 6.º
y 9.º cuerpo de los franceses.
Embistió luego el enemigo por Poço Velho, y arrojó de allí un trozo de
la 7.ª división inglesa: fuese apoderando sucesivamente de un bosque
vecino, y entre la espesura de este y Nave de Haver formó en un llano
la caballería de Montbrun. Don Julián Sánchez, si bien con flacos
medios, entretuvo a los jinetes enemigos, no cruzando el Turones hasta
cosa de una hora después, y cedió entonces, no solo por la superioridad
de la fuerza que le cargaba, sino también enojado de que a un oficial
suyo, que enviaba a pedir auxilio, le hubiesen matado los ingleses
tomándole por un francés.
Durante algún tiempo recobró la división ligera inglesa el terreno
perdido de Poço Velho; pero el general Montbrun, desembarazado de Don
Julián Sánchez, ciñó la derecha de la 7.ª división británica y la
caballería de Cotton en tanto grado que tuvieron que replegarse, aunque
reprimieron la impetuosidad francesa con acertado fuego.
Llegado que se hubo a este trance, Wellington, decidido poco antes
a mantener por medio de sus maniobras la comunicación con la orilla
izquierda del Coa, vía de Sabugal, al mismo tiempo que el bloqueo
de Almeida, abandonó la primera parte de su plan y se concretó a la
postrera. En ejecución de lo cual reconcentrose en Fuentes de Oñoro,
y ocupó con la 7.ª división un terreno elevado más allá del Turones,
tratando de asegurar de este modo su flanco derecho y el camino que va
al puente de Castelo Bom sobre el Coa.
Practicaron los ingleses la evolución, aunque ardua, con felicidad y
maña, y resultó de ella alojarse ahora su derecha en las alturas que
medían entre el Turones y Dos Casas. Allí, en Fresneda, se incorporó la
infantería de Don Julián Sánchez al ejército británico, viniendo por
un rodeo de Nave de Haver, y a dicho jefe con su caballería enviole
Wellington a interceptar las comunicaciones del enemigo con Ciudad
Rodrigo.
Los más pensaban que Massena insistiría en cerrar con la derecha de los
ingleses, y envolverla moviéndose hacia Castelo Bom. Pero en vez de
ejecutar una maniobra que parecía la más oportuna y estaba indicada,
limitose a cañonear por aquella parte, y a hacer amagos y algunas
acometidas con la caballería sobre los puestos avanzados, fijando todo
su anhelo en apoderarse de Fuentes de Oñoro y romper lo que ahora, en
realidad, era centro de los ingleses.
Hasta la noche persistieron los franceses en este ataque reñidísimo,
y con varia suerte. El 6.º cuerpo y el 9.º eran los acometedores, y
Wellington, más tranquilo en cuanto a su derecha, reforzó con las
reservas de ella la 1.ª y 3.ª división, que llevaron en el centro el
principal peso de la pelea, portándose varios cuerpos portugueses con
la mayor bizarría.
Lo recio del combate solo duró por la derecha hasta las doce: en
Fuentes de Oñoro continuó, como hemos dicho, todo el día, y cesó
repasando los franceses el Dos Casas, y quedándose los aliados en lo
alto, sin que ni unos ni otros ocupasen el lugar situado en lo hondo.
Mientras que la acción andaba tan empeñada por la derecha y centro,
el 2.º cuerpo, del mando de Reynier, aparentó atacar el extremo de la
línea izquierda de los aliados que cubría Sir Guillermo Erskine con la
5.ª división, defendiendo al mismo tiempo los pasos del río Dos Casas
por el lado del Fuerte de la Concepción y Aldea del Obispo. Reynier
no se empeñó en ninguna refriega importante al ver al inglés pronto a
aceptarla. Tampoco ocurrió suceso notable delante de Almeida, en donde
se apostaba la 6.ª división, que regía el general Campbell. El convoy
que los franceses tenían preparado con destino a Almeida, estuvo
aguardando en Gallegos todo el día coyuntura favorable, que no se le
presentó, para introducirse en la plaza.
La batalla, por tanto, de Fuentes de Oñoro puede mirarse como indecisa,
respecto a que ambas partes conservaron poco más o menos sus anteriores
puestos, y que el pueblo situado en lo bajo, verdadero campo de pelea,
no quedó ni por unos ni por otros. Sin embargo, las resultas fueron
favorables a los aliados, imposibilitado el enemigo de conservar y
de avituallar a Almeida, que era su principal objeto. El ejército
anglo-portugués perdió 1500 hombres, de ellos 300 prisioneros. El
francés algunos más por su porfía de querer ganar las alturas de
Fuentes de Oñoro.
Temía Wellington que los enemigos renovasen al día siguiente el
combate, y por eso empezó a levantar atrincheramientos que le abrigasen
en su posición. Mas los franceses, permaneciendo tranquilos el 6 y el
7, se retiraron el 8 sin ser molestados. Cruzaron el 10 el Águeda, la
mayor parte por Ciudad Rodrigo, los de Reynier por Barba de Puerco.
[Marginal: Evacúan los franceses a Almeida.]
Este día la guarnición enemiga evacuó a Almeida. Era gobernador el
general Brennier, oficial inteligente y brioso. No pudiendo Massena
socorrer la plaza, mandole que la desamparase. Fue portador de la orden
un soldado animoso y aturdido, de nombre Andrés Tillet, que consiguió
esquivar, aunque vestido con su propio uniforme, la vigilancia de los
puestos ingleses. El gobernador, a su salida, trató de arruinar las
fortificaciones, y preparadas las convenientes minas, al reventar de
ellas abalanzose fuera con su gente, y burló a los contrarios que le
cerraban con dobles líneas. Se encaminó en seguida apresuradamente
al Águeda con dirección a Barba de Puerco, en donde le ampararon las
tropas del mando de Reynier, conteniendo a los ingleses que le acosaban.
La conducta, en la jornada de Fuentes de Oñoro, de los generales en
jefe Wellington y Massena sorprendió a los entendidos y prácticos
en el arte de la guerra. Tan circunspecto el primero al salir de
Torres Vedras, tan cauto en el perseguimiento de los contrarios, tan
cuidadoso en evitar serios combates cuando todo le favorecía, olvidó
ahora su prudencia y acostumbrada pausa; ahora que su ejército estaba
desmembrado con las fuerzas enviadas al Guadiana, y Massena engrosado
y rehecho, aventurándose a trabar batalla en una posición extendida y
defectuosa que tenía a las espaldas la plaza de Almeida, todavía en
poder de los enemigos, y el Coa de hondas riberas y de dificultoso
tránsito para un ejército en caso de precipitosa retirada. Y ¿qué
impelió al general inglés a desviarse de su anterior plan seguido con
tal constancia? El deseo, sin duda, de impedir el abastecimiento de
Almeida. Motivo poderoso; pero ¿era comparable acaso con la empresa,
mucho menos arriesgada, de desbaratar al enemigo y destruirle en su
marcha? No solo Almeida entonces, quizá también Ciudad Rodrigo hubiera
caído en manos de los aliados, y el aniquilamiento del ejército francés
de Portugal hubiera influido ventajosamente hasta en las operaciones
de Extremadura, y de todo el mediodía de España.
Por su parte, Massena mostrose no tan atinado como de costumbre, pues
a haber proseguido vigorosamente la ventaja alcanzada sobre la derecha
inglesa, a la sazón que tuvo esta que replegarse y variar de puesto, la
victoria se hubiera verosímilmente declarado por el ejército francés,
y los nuevos laureles encubriendo los contratiempos pasados, quizá
cambiaran la suerte entera de la guerra peninsular. Dícese que varios
generales, sabiendo que iban a ser reemplazados, obraron flojamente y
desavenidos.
[Marginal: Sucede a Massena en el mando el mariscal Marmont.]
En efecto, Junot y Loison partieron en breve para Francia. Massena
mismo cedió el mando el 11 de mayo al mariscal Marmont, duque de
Ragusa, y Drouet, con los 10 a 11.000 hombres que le restaban del 9.º
cuerpo, marchó la vuelta de las Andalucías y Extremadura.
El recién llegado mariscal acantonó su ejército en las orillas del
Tormes, y solo dejó una parte entre este río y el Águeda, debiendo
hacer mudanzas y arreglos en el orden y la distribución.
[Marginal: Wellington vuelve a partir para Extremadura.]
Acampó Wellington su gente desde el Coa al Dos Casas; y el 16 del mismo
mayo volvió a partir con dos divisiones a Extremadura, porque Soult,
asistido de bastante fuerza, se adelantaba otra vez camino de aquella
provincia.
[Marginal: Beresford sitia a Badajoz.]
Había desde el 4 de mayo embestido Beresford la plaza de Badajoz por la
izquierda del Guadiana con 5000 hombres, reforzados por la 1.ª división
del 5.º ejército español, bajo el mando de Don Carlos de España. El 8
verificolo por la margen derecha, completando así el acordonamiento de
la plaza, y decidió abrir aquella misma noche la trinchera por delante
de San Cristóbal, punto señalado para el principal ataque. Como era el
primer sitio que los ingleses emprendían en España, sus ingenieros no
se mostraron muy prácticos, faltos también de muchas cosas necesarias.
Disponíanse al propio tiempo los anglo-portugueses a obrar
ofensivamente contra el ejército enemigo en la misma Extremadura,
aguardando apoyo de parte de los españoles. No se miraba como de
importancia el que podía dar por sí solo el general Castaños, y de
consiguiente se contaba con otras fuerzas.
[Marginal: Expedición que manda Blake y va a Extremadura.]
Eran estas las de Ballesteros y una expedición que dio la vela de
Cádiz el 16 de abril. A su cabeza habíase puesto Don Joaquín Blake,
presidente de la regencia, para lo que obtuvo especial permiso de las
cortes, vedando el reglamento dado a la potestad ejecutiva, el que
mandase ninguno de sus individuos la fuerza armada. Blake tomó tierra
el 18 en el condado de Niebla, y marchó por la sierra a Extremadura.
Allí se unió con la división de Don Francisco Ballesteros, hallándose
todo el cuerpo expedicionario acantonado el 7 de mayo en Fregenal y en
Monesterio. Se componía de las divisiones 3.ª y 4.ª del 4.º ejército,
y de una vanguardia. Esta la mandaba Don José de Lardizábal; era la
3.ª división la de Don Francisco Ballesteros; capitaneaba la 4.ª Don
José de Zayas, y los jinetes Don Casimiro Loi. En todo 12.000 hombres,
entre ellos 1200 caballos con doce piezas. Ejercía la función de jefe
de estado mayor Don Antonio Burriel, oficial sabio y amigo particular
de Don Joaquín Blake.
Cuando Wellington estuvo en Elvas quiso ponerse de acuerdo con los
generales españoles para las operaciones ulteriores; mas no pudiendo
Castaños atravesar el Guadiana a causa de una avenida repentina, la
misma que se llevó el puente de campaña establecido frente de Jurumeña,
le envió Wellington una memoria comprensiva de los principales puntos
en que deseaba convenirse, y eran los siguientes: 1.º, que Blake a
su llegada se situaría en Jerez de los Caballeros, poniendo sobre su
izquierda, en Burguillos, a Ballesteros; 2.º, que la caballería del 5.º
ejército se apostaría en Llerena para observar el camino de Guadalcanal
y comunicar con el dicho Ballesteros por Zafra; 3.º, que Castaños se
mantendría con su infantería en Mérida para apoyar sus jinetes, excepto
la división de España, reservada al asedio de Badajoz; y 4.º, que el
ejército británico se alojaría en una segunda línea, debiendo en caso
de batalla unirse todas las fuerzas en la Albuera, como centro de los
caminos que de Andalucía se dirigen a Badajoz.
[Marginal: Anteriores instrucciones de Wellington.]
En la memoria indicó también Wellington que si se juntaban para
presentar la batalla diversos cuerpos de los aliados, tomaría la
dirección el general más autorizado por su antigüedad y graduación
militar. Obsequio en realidad hecho a Castaños a quien, en tal caso,
correspondía el mando; pero obsequio que rehusó con loable delicadeza
sustituyendo a lo propuesto que gobernaría en jefe, llegado el momento,
el general que concurriese con mayores fuerzas: alteración que mereció
la aprobación de todos. Asistieron los generales españoles en los demás
puntos al plan trazado por el inglés.
[Marginal: Avanza Soult a Extremadura.]
Instaba a Soult ir al socorro de Badajoz. Mas antes tomó disposiciones
que amparasen bastantemente las líneas de Cádiz y la Isla, en donde no
dejaba de inquietar a los enemigos el marqués de Coupigny, sucesor,
según vimos, de la Peña. Fortificó también el mariscal francés más de
lo que ya lo estaban las avenidas de Triana y el monasterio cercano
de la Cartuja, para abrigar a Sevilla de una sorpresa; y hechos
otros arreglos, partió de esta ciudad el 10 de mayo. Llevaba consigo
30 cañones, 3000 dragones, una división de infantería reforzada
por un batallón de granaderos, perteneciente al cuerpo que mandaba
Victor, y dos regimientos de caballería ligera, que lo eran del de
Sebastiani. Llegó el 11 a Santa Olalla, y juntósele allí el general
Maransin; al mismo tiempo una brigada del general Godinot, acuartelado
en Córdoba, avanzaba por Constantina. Uniose el 13 a Soult el
general Latour-Maubourg, que tomó el mando de la caballería pesada,
encargándose del 5.º cuerpo el general Girard. Los franceses contaban
en todo unos 20.000 infantes y cerca de 5000 caballos, con 40 cañones.
Sentaron el 14 en Villafranca su cuartel general.
[Marginal: Levanta Beresford el sitio de Badajoz.]
No habían, entre tanto, los ingleses adelantado en el sitio de
Badajoz. Philippon, gobernador francés, aventajábase demasiado en
saber y diligencia para no contener fácilmente la inexperiencia de los
ingenieros ingleses e inutilizar los medios que contra él empleaban,
insuficientes a la verdad. Al aproximarse Soult, mandó Beresford
descercar la plaza, y en los días 13 y 14 empezó a darse cumplimiento
a la orden, siendo del todo abandonado el sitio en la noche del 15,
en que se alejó la 4.ª división inglesa y la de Don Carlos de España,
últimas tropas que habían quedado. Perdieron los aliados en tan
infructuosa tentativa unos 700 hombres muertos y heridos.
[Marginal: Batalla de la Albuera.]
Tuvieron el 14 vistas en Valverde de Leganés con el mariscal Beresford
los generales españoles, y convinieron todos en presentar batalla a los
franceses en las cercanías de la Albuera. En consecuencia expidieron
órdenes para reunir allí brevemente todas las tropas del ejército
combinado.
Es la Albuera un lugar de corto vecindario situado en el camino real
que de Sevilla va a Badajoz, distante cuatro leguas de esta ciudad y
a la izquierda de un riachuelo que toma el mismo nombre, formado poco
más arriba de la unión del arroyo de Nogales con el de Chicapierna.
Enfrente del pueblo hay un puente viejo y otro nuevo al lado, paso
preciso de la carretera. Por ambas orillas el terreno es llano y en
general despejado, con suave declive a las riberas. En la de la derecha
se divisa una dehesa y carrascal llamado de la Natera, que encubre
hasta corta distancia el camino real, y sobre todo la orilla río arriba
por donde el enemigo tentó su principal ataque. En la margen izquierda
por la mayor parte no hay árboles ni arbustos, convirtiéndose más y más
aquellos campos que tuesta el sol en áridos sequedales, especialmente
yendo hacia Valverde. Aquí la tierra se eleva insensiblemente y da el
ser a unas lomas que se extienden detrás de la Albuera con vertientes a
la otra parte, cuya falda por allí lame el arroyo de Valdesevilla. En
las lomas se asentó el ejército aliado.
El expedicionario llegó tarde en la noche del 15, y se colocó a la
derecha en dos líneas: en la primera, siguiendo el mismo orden, Don
José de Lardizábal y D. Francisco Ballesteros, que tocaba al camino de
Valverde: en la segunda, a 200 pasos, Don José de Zayas. La caballería
se distribuyó igualmente en dos líneas, unida ya la del 5.º ejército,
bajo las órdenes del conde de Penne Villemur, que mandó la totalidad de
nuestros jinetes.
El ejército anglo-portugués continuaba en la misma alineación, aunque
sencilla: su derecha en el camino de Valverde, dilatándose por la
izquierda perpendicularmente a los españoles. El general Guillermo
Stewart con su 2.ª división venía después de Ballesteros, y estaba
situado entre dicho camino de Valverde y el de Badajoz; cerraba la
izquierda de todo el ejército combinado la división del general
Hamilton, que era de portugueses. Ocupaba el pueblo de la Albuera con
las tropas ligeras el general Alten. La artillería británica se situó
en una línea sobre el camino de Valverde; los caballos portugueses
junto a sus infantes al extremo de la izquierda, y los ingleses
avanzados cerca del arroyo de Chicapierna, de donde se replegaron al
atacar el enemigo. Los mandaba el general Lumley, que se puso a la
cabeza de toda la caballería aliada.
Colocado ya así el ejército, llegó Don Francisco Javier Castaños con
seis cañones y la división de infantería de Don Carlos de España, la
cual se situó a ambos costados de la de Zayas, ascendiendo los recién
venidos con los de Penne Villemur, todos del 5.º ejército, a unos
3000 hombres. También se incorporaron al mismo tiempo dos brigadas de
la 4.ª división británica que regía el general Cole, y que formaron
con una de las brigadas de Hamilton otra segunda línea detrás de los
anglo-portugueses, los cuales hasta entonces carecían de este apoyo.
La fuerza entera de los aliados rayaba en 31.000 hombres, más de
27.000 infantes y 3600 caballos. Unos 15.000 eran españoles, los demás
ingleses y portugueses; por lo que, siendo mayor el número de estos,
encargose del mando en jefe, conforme a lo convenido, el mariscal
Beresford.
Alboreaba el día 15 de mayo y ya se escaramuzaban los jinetes. El
tiempo anubarrado pronosticaba lluvia. A las ocho avanzaron por el
llano dos regimientos de dragones enemigos que guiaba el general
Briche, con una batería ligera, al paso que el general Godinot, seguido
de infantería, daba indicio de acometer el lugar de la Albuera por el
puente. Los españoles empezaron entonces a cañonear desde sus puestos.
A la sazón los generales Castaños, Beresford y Blake, con sus estados
mayores y otros jefes, almorzaban juntos en un ribazo cerca del pueblo,
entre la 1.ª y 2.ª línea, y observando el maniobrar del enemigo
opinaban los más que acometería por el frente o izquierda del ejército
aliado. Entre los concurrentes hallábase el coronel Don Bertoldo
Schepeler, distinguido oficial alemán que había venido a servir de
voluntario la justa causa de la libertad española; y creyendo por el
contrario que los franceses embestirían el costado derecho, tenía fija
su vista hacia aquella parte, cuando columbrando en medio del carrascal
y matorrales de la otra orilla el relucir de las bayonetas, exclamó:
«Por allí vienen.» Blake entonces le envió de explorador, y en pos de
él, a otros oficiales de estado mayor.
Cerciorados todos de que realmente era aquel el punto amenazado,
necesitose variar la formación de la derecha que ocupaban los
españoles: mudanza difícil en presencia del enemigo y más para tropas
que, aunque muy bizarras, no estaban todavía bastante avezadas a
evolucionar con la presteza y facilidad requeridas en semejantes
aprietos.
No obstante verificáronlo los nuestros atinadamente, pasando parte
de las que estaban en segunda línea a cubrir el flanco derecho de la
primera, desplegando en batalla y formando con la última martillo, o
sea un ángulo recto. Acercábase ya el terrible trance: los enemigos se
adelantaban por el bosque; a su izquierda traían la caballería, mandada
por Latour-Maubourg, en el centro la artillería, bajo el general Ruty,
y a su derecha la infantería, compuesta de dos divisiones del 5.º
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