Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 03

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Valdés, sostenidas por las de los ingleses, se habían desplegado en la
parte interior de la bahía, amenazando el Trocadero y los otros puntos
del mismo modo que el río de Sancti Petri y caños de la Isla. En la
mañana del 6 se verificó un pequeño desembarco en la playa del puerto
de Santa María, y en la noche anterior Don Ignacio Fonnegra habíase
posesionado de Rota, y destruido las baterías y artillería enemiga.
Derrotado el mariscal Victor en el cerro de la Cabeza del Puerco, o sea
torre de la Barrosa, tomó medidas de retirada, y envió a Jerez heridos
y bagajes: llamó de Medina Sidonia la división mandada por Cassagne, la
cual no había asistido a la batalla, y se reconcentró con lo principal
de sus tropas en la vecindad de Puerto Real.
Por su parte la Peña no se atrevió a emprender solo cosa alguna, y
entró en Sancti Petri el 7 con todo su ejército, excepto los patriotas
de la sierra y la división de Begines, que quedaron fuera y ocuparon
el 8 a Medina Sidonia, rechazando a 600 franceses que intentaron
atacarlos.
Todas estas operaciones, y sobre todo la batalla del 5, excitaron
quejas y recriminaciones sin fin. Mirose como fuente y causa principal
de ellas la irresolución y desconfianza que de sí propio tenía la Peña.
Graham, aunque con razón ofendido de varias acusaciones que se le
hicieron, llevó muy allá el resentimiento y enojo.
[Marginal: Debates que de resultas hay en las cortes.]
En las cortes se promovieron acerca del asunto largos debates. Muchos
querían que en todos los casos de acciones o sucesos desgraciados,
se formase causa al general en jefe: opinión sobrado lata, pues las
armas tienen sus días y los mayores capitanes han perdido batallas y
equivocádose a veces en sus maniobras. Por lo mismo limitáronse las
cortes a decidir que la regencia investigase con todo el rigor de las
leyes militares lo ocurrido en tan notable suceso, quedándole expeditas
sus facultades para obrar conforme creyera conveniente al bien y
utilidad del estado.
Nombró al efecto la regencia una junta de generales, la cual informó
meses después no resultar hecho alguno por el que se pudiese proceder
contra Don Manuel de la Peña. En virtud de esta declaración cierto era
que no debía la regencia poner en juicio a aquel general, pero tampoco
había motivo para premiarle, como lo hizo más adelante, condecorándole
con la gran cruz de Carlos III y con la manifestación de que así él
como los demás generales y tropa se habían portado dignamente.
[Marginal: Resoluciones en la materia.]
Las cortes anduvieron por entonces más cuerdas, dando gracias a los
aliados y declarando que estaban satisfechas de la conducta militar de
la oficialidad y tropa del 4.º ejército. De este modo no mentaron en
su declaración al general en jefe, e hicieron justicia a las tropas y
a los oficiales que se condujeron en los lances en que se empeñaron
con valor y buena disciplina. Posteriormente instadas las cortes por
empeños, y apoyándose en los dictámenes que dieron varios generales,
manifestaron también quedar satisfechas de la conducta de D. Manuel
de la Peña en la expedición de la Barrosa. Resolución que con razón
desaprobaron muchos.
En sesión secreta agraciaron las mismas al general Graham con la
grandeza de España, bajo el título de duque del Cerro de la Cabeza del
Puerco. Al principio pareció aceptar dicho general la merced que se le
otorgaba, pues confidencialmente su ayudante y particular amigo Lord
Stanhope así lo indicó, mostrando solo el deseo de que se variase la
denominación, teniendo en inglés la palabra _Pig_ peor sonido que la
correspondiente en español. Convínose en ello; mas luego no admitió
Graham, ya fuese resentimiento del proceder de la regencia, o ya, más
bien, según creyeron otros, temor de lastimar a Lord Wellington todavía
no elevado a tan encumbrada dignidad.
Después de lo acaecido, imposible era continuasen mandando en la Isla
el general Graham y Don Manuel de la Peña. Explicaciones, réplicas,
escritos se multiplicaron por ambas partes, y llegaron a punto de
provocar un duelo entre Don Luis de Lacy, jefe del estado mayor del
ejército expedicionario, y el general inglés: felizmente se arregló la
pendencia sin lidiar. Sucedió en breve al último en su cargo el general
Cook, y a la Peña, contra quien se desenfrenó la opinión, el marqués de
Coupigny, que vimos en Bailén y Cataluña.
El mariscal Victor, pasado el primer susto, y viendo que nadie le
seguía ni molestaba, volvió el 8 tranquilamente a Chiclana, y ocupó de
nuevo y reforzó todos los puntos de su línea.
[Marginal: Bombardeo de Cádiz.]
A poco empezaron los sitiadores a arrojar proyectiles que alcanzaron
a Cádiz. Ya habían hecho ensayos en los días 15, 19 y 20 de diciembre
anterior desde la batería de la Cabezuela junto al Trocadero, y
conseguido que cayesen algunas bombas en la plaza de San Juan de Dios
y sus alrededores, esto es, en la parte más próxima a los fuegos
enemigos. No reventaban sino las menos, y de consiguiente fue casi nulo
su efecto, pues para que llegasen a tan larga distancia [3000 toesas],
era menester macizarlas con plomo, y dejar solo un huequecillo en que
cupiesen unas pocas onzas de pólvora. Estos proyectiles lanzábanlos
unos morteros que llamaban a la _Villantroys_, del nombre de un antiguo
ingeniero francés que los descubrió, mas el modelo de las bombas le
hallaron los franceses en el arsenal de Sevilla, invento antiguo de
un español, que ahora parece perfeccionó un oficial de artillería,
también español, en servicio de los enemigos, cuyo nombre no estampamos
aquí en la duda de si fue o no cierta acusación tan fea. Los franceses
tuvieron al principio un corto número de morteros de esta clase,
descomponiéndoseles a cada paso por la mucha carga que se les echaba.
Aumentáronlos en lo sucesivo y aun los mejoraron, según en su lugar
veremos.
Murmurándose mucho en Cádiz acerca de la expedición de la Peña, el
consejo de regencia, para apaciguar los clamores y distraer al enemigo
del sitio de Badajoz, cuya caída aún se ignoraba, ideó otra expedición
al condado de Niebla, de 5000 infantes y 250 caballos, a las órdenes
de Don José de Zayas, que debía obrar de acuerdo con Don Francisco
Ballesteros.
[Marginal: Breve expedición de Zayas al condado.]
Dio la vela de Cádiz aquel general el 18 de marzo, y desembarcado el
19 en las inmediaciones de Huelva, echó a los franceses de Moguer y
trató de ir tierra adentro. Mas antes de verificarlo, reforzados los
enemigos con tropa suya de Extremadura, y no unidos todavía Zayas y
Ballesteros, tuvo el primero que reembarcarse el 23, previniéndole sus
instrucciones que no emprendiese nada sin tener certidumbre de buen
éxito, y se colocó en la isla de la Cascajera, al embocadero del Tinto.
Los caballos hubo que abandonarlos, apretando de cerca el enemigo, y
solo las sillas y arreos junto con los jinetes fueron transportados a
la mencionada isla, y es digno de notar que varios de aquellos animales
entregados a su generoso instinto cruzaron a nado el brazo de mar que
los separaba de sus dueños.
Acampado Zayas en la Cascajera quiso ponerse de acuerdo con
Ballesteros, quien celoso e indisciplinado daba buenas palabras, mas
casi nunca las cumplía, y en el caso actual trató además de sobornar
a los soldados de la expedición para engrosar sus propias filas. Zayas
no obstante permaneció allí algunos días, y aun divirtió al enemigo en
favor de Ballesteros, señaladamente el 29 de marzo que enviando gente
sobre la torre de la Arenilla, sorprendió a los franceses de Moguer,
les hizo perder 100 hombres, y aun recobró algunos de los caballos que
habían quedado en tierra recogidos por los paisanos.
Al fin Zayas, sin alcanzar otro fruto que este y el de haber de nuevo
inquietado a los enemigos, tornó a Cádiz el 31, habiendo los barcos de
la expedición corrido riesgo de perecer en un temporal que sobrevino en
aquella costa durante la noche del 27 al 28.
[Marginal: Temporal en Cádiz.]
En Cádiz se mostró tan furioso que no quedaba memoria de otro igual,
soplando un levante más bravo que el del año de 1810, de que en su
lugar hablamos. Por fortuna, no se perdieron ahora buques de guerra,
pero sí infinidad de mercantes, desamarrándose y chocando unos contra
otros o encallando en la costa. Más de 300 personas se ahogaron y,
como ocurrió de noche, la oscuridad y violencia del viento dificultó
los auxilios. Los marinos, en particular los ingleses, dieron pruebas
relevantes de intrepidez, pericia y humanidad, por la diligencia que
pusieron en socorrer a los náufragos. Entonces se volvió a abrir la
llaga aún reciente de la expedición de la Isla, y a clamar contra
Peña, pues no cabía duda de que si se hubiera levantado el sitio de
Cádiz, fondeados los barcos en parajes de mayor abrigo, no se hubieran
experimentado tantas desdichas.
[Marginal: Principia Massena a retirarse de Santarén.]
Emprendía el mariscal Massena su completa retirada, mientras que
ocurrieron en el mediodía de España los sucesos relatados. Firme en las
estancias de Santarén en tanto que su ejército pudo subsistir en ellas
y procurarse bastimentos, resolvió desampararlas luego que vio apurados
sus recursos y que menguaba cada vez más el número de su gente, al
paso que crecía el de los ingleses y sus medios. Empezó el mariscal
francés su movimiento retrógrado en la noche del 5 al 6 de marzo, y
empezole como gran capitán. Rodeábanle dificultades sin cuento, y para
vencerlas necesitaba valerse de la movilidad de sus tropas en que tanta
ventaja llevaban a las de los ingleses. El camino que hizo resolución
de tomar fue hacia el Mondego, de arduo comienzo, pues exigía maniobras
por el costado. Envió delante, y con anticipación al día 5, lo pesado
y embarazoso, y ordenó al mariscal Ney que evolucionase sobre Leiría
como si quisiese dirigir sus pasos a Torres Vedras. Entonces y en la
citada noche del 5 al 6, alzando Massena el campo reconcentró el 9 en
Pombal, por medio de marchas rápidas, todo su ejército, excepto el
segundo cuerpo al mando de Reynier, y la división de Loison, que quemó
las barcas de Punhete, tomando ambos generales la ruta de Espinhal y
cubriendo así el flanco de la línea principal de retirada.
[Marginal: Combates en la retirada con los ingleses.]
Echó Lord Wellington tras el enemigo, aunque con cautela, receloso
siempre de descubrir las líneas. Y por eso y haberle también Massena
ganado por la mano desapareciendo disimuladamente, no pudo aquel
reunir hasta el 11 tropas bastantes para operar activamente. No le
aguardó el mariscal francés, pues por la noche continuó su marcha,
amparada del 6.º cuerpo y de la caballería del general Montbrun, que
se situaron a la entrada de un desfiladero que corre entre Pombal y
Redinha. Desalojáronlos de allí los ingleses, y Massena parose el 13
en Condeixa. Era su intento caminar por Coimbra, y detenerse en las
fuertes posiciones de la derecha del Mondego. Pero los portugueses,
dirigidos por el coronel Trant, habían roto los puentes y preparado
aquella ciudad para una viva defensa, recogiéndose también dentro
los habitantes de la orilla izquierda, que la dejaron convertida en
desierto. Adelantose sobre Coimbra el general Montbrun, y el 12 hizo
ya algunas tentativas de ataque y arrojó granadas. En vano intimó la
rendición, y desengañado de poder entrar la ciudad de rebate, advirtió
de ello al general en jefe, creído además en que habían llegado
refuerzos por mar desde Lisboa al Mondego.
No pudiendo Massena detenerse a forzar el paso del río, acosado de
cerca hallábase muy comprometido, no quedándole otra ruta sino la
dificilísima de Ponte da Murcella por Miranda do Corvo. Vislumbró
Wellington que a su contrario le estaba cerrado el camino de Coimbra,
porque sus bagajes tiraban hacia Ponte da Murcella. En esta atención,
hizo el general inglés marchar por su derecha, atravesando las
montañas, una división bajo las órdenes de Picton, movimiento de
sesgo que forzó a los franceses a desamparar a Condeixa y echarse
una legua atrás situándose en Casal Novo. Wellington entonces abrió
inmediatamente su comunicación con la ciudad de Coimbra, y trató de
arrojar a los franceses de su nueva posición.
Siendo esta muy respetable por el frente, maniobró el inglés hacia
los costados. Envió por el derecho al general Cole, que después debía
dirigirse al Alentejo, y encargole asegurar el paso del río Deuza y la
ruta de Espinhal, en cuyas cercanías estaba ya desde el 10 el general
Nightingale en observación de Reynier y Loison, los cuales, según
dijimos, habían por allí seguido la retirada. Wellington además envió
del mismo lado, pero ciñendo al enemigo, al general Picton, y destacó
por el costado izquierdo al general Erskine y la brigada portuguesa de
Pack, al tiempo mismo que ordenó a las tropas ligeras que escaramuzasen
por el frente, apoyadas en la división de Campbell. Quedó de reserva el
resto del ejército anglo-portugués.
Parte del de los franceses se había replegado ya, posesionándose del
formidable paso de Miranda do Corvo y márgenes del río Deuza. Aquí se
juntó también a los suyos el general Montbrun, que avanzado a Coimbra
se vio muy expuesto a que le envolviesen los ingleses cuando Massena
desamparó a Condeixa. Los cuerpos 6.º y 8.º, que se mantenían en Casal
Novo, abandonaron la posición en virtud de las maniobras del inglés por
el flanco, y se incorporaron al mariscal en jefe, alojado en Miranda.
En el entretanto, uniose en la tarde del 14 a Nightingale el general
Cole, y dueños los ingleses de Espinhal, pasado el Deuza podían
forzar, abrazándola, la nueva posición que ocupaban los franceses en
Miranda do Corvo, motivo por el que los últimos la evacuaron en aquella
misma noche y tomaron otra no menos respetable sobre el río Ceiras,
dejando un cuerpo de vanguardia enfrente de la Foz de Arouce. El 15
se trabó en este punto un porfiado combate que duró hasta después de
anochecido: con la oscuridad y el tropel hubo de los franceses muchos
que se ahogaron al paso del Ceiras. No obstante Ney, que siempre cubría
la retirada, consiguió salvar los heridos, y los carros y bagajes que
aún conservaban, estableciéndose sin tropiezo el general Massena detrás
del Alva. Dio Wellington descanso a sus tropas el 16, y situó el 17 sus
puestos sobre la sierra de Murcella.
Puede decirse que se terminó aquí la primera parte de la retirada de
los franceses comenzada desde Santarén. En toda ella marcharon los
enemigos formados en masa sólida, cubiertos por uno o dos cuerpos de
su ejército que sacaron ventaja del terreno quebrado y áspero con que
encontraban. Massena desplegó en la retirada profundos conocimientos
del arte de la guerra, y Ney a retaguardia brilló siempre por su
intrepidez y maestría.
[Marginal: Destrozos que causan los franceses en la retirada.]
Pero los destrozos que causaron sus huestes exceden a todo lo que puede
delinear la pluma. Ya en las primeras estancias, ya en las de Santarén,
ya en el camino que de vuelta recorrieron, no se ofrecía a la vista
otra imagen sino la de la muerte y desolación. Los frutos en el otoño
no fueron levantados ni recogidos, y de ellos los que no consumió el
hambriento soldado, podridos en los árboles o caídos por el suelo,
sirvieron de pasto a bandadas de pájaros y a enjambre de inmundos
insectos que acudieron atraídos de tan sabroso y abundante cebo. La
miseria del ejército francés llegó a su colmo: cada hombre, cada cuerpo
robaba y pillaba por su cuenta, y formose una gavilla de merodeadores
que se apellidaron a sí mismos _décimo cuerpo de operaciones_;
dispersarlos costó mucho al mariscal Massena. Pero no eran estos, según
acabamos de decir, los solos que causaban daño; la penuria siendo
aguda para todos, todos participaron de la indisciplina y la licencia,
acordándose únicamente de que eran franceses cuando se trataba de
lidiar y combatir al inglés. Algunos habitantes que se quedaron en sus
casas o tornaron a ellas confiados en halagüeñas promesas, martirizados
a cada instante, unos perecieron del mal trato o desfallecidos, otros
prefirieron acogerse a los montes y vivir entre las fieras, antes que
al lado de seres más feroces que no aquellas, aunque humanos. Hubo
mansión en cuyo corto espacio se descubrieron muertos hasta 30 niños
y mujeres. Los lobos agolpábanse en manadas, adonde como apriscados,
de montón y sin guarda yacían a centenares cadáveres de racionales y
de brutos. Apurados los franceses y caminando de priesa, tenían con
frecuencia que destruir sus propias acémilas y equipajes. En una sola
ocasión toparon los ingleses con 500 burros desjarretados, en lánguida
y dolorosa agonía, crueldad mayor mil veces que la de matarlos. Las
villas de Torres Novas, Tomar y Pernes, morada muchos meses de los
jefes superiores, no por eso fueron más respetadas: ardieron en parte
y, al retirarse, entregáronlas los enemigos al saco. También quemó
el francés a Leiría, y el palacio del obispo fue abrasado por orden
de Drouet; y por otra especial del cuartel general cupo igual suerte
al famoso monasterio cisterciense de Alcobaça, enterramiento de
algunos reyes de Portugal, señaladamente de Don Pedro I y de su esposa
Doña Inés de Castro, cuyos sepulcros fueron profanados en busca de
imaginados tesoros, y las reliquias esparcidas al viento; y cuéntase
que aún se conservaba entero el cuerpo de Inés, desventurada beldad,
que al cabo de siglos ni en la huesa pudo lograr reposo. En seguida
todos los pueblos del tránsito se vieron destruidos o abrasados: el
rastro del asolamiento indicaba la ruta del invasor, tan insano como si
empuñara la espada del vándalo o del huno. [Marginal: (* Ap. n. 14-1.)]
Y como estos, por donde pasó _corrasit_ toda la tierra, para valernos
[*] de una palabra significativa de que usó en semejable ocasión un
escritor de la baja latinidad. Una vez suelto el soldado, sea o no de
nación culta, guíale montaraz instinto: aniquila, tala, arrasa sin
necesidad ni objeto, mas por desgracia, según decía Federico II, «esa
es la guerra.»
No faltó quien censurase en Lord Wellington el no haber a lo menos en
parte estorbado tales lástimas, creyendo que mientras permanecieron
ambos ejércitos en las líneas y en Santarén, amagado el enemigo
con movimientos ofensivos, se hubiera visto en la necesidad de
reconcentrarse, no siendo árbitro de llevar hasta 20 y 30 leguas, como
solía, el azote de la destrucción. Otros han motejado que después, en
la retirada, no se hubiese el general inglés aprovechado bastantemente
de las ventajas que le daba el número y buen estado de sus fuerzas,
superiores en todo a las del enemigo, las cuales, menguadas, con muchos
enfermos y decaídas de ánimo, no tenían otros víveres que los que
llevaba cada soldado en su mochila o los escasos que podía hallar en
país tan devastado. Los desfiladeros y tropiezos naturales, añadían
los mismos críticos, que embarazaban y retardaban la marcha de los
franceses, especialmente en Redinha, Condeixa, Casal Novo y Miranda
do Corvo, facilitaban atacar a los contrarios y vencerlos, y quizá se
hubiera entonces anonadado sin gran riesgo un ejército que, dos meses
adelante, ya rehecho, peleó con esfuerzo y a punto de equilibrar la
victoria. Estribaban tales reflexiones en fundamentos no destituidos de
solidez.
[Marginal: Destaca Wellington a Beresford a Extremadura.]
Prosigamos nuestra narración. Lord Wellington a su llegada a Condeixa,
luego que vio asegurado a Coimbra y que los franceses se retiraban
precipitadamente, había vuelto los ojos a la Extremadura española, y el
13 de marzo resolvió destacar, a las órdenes del mariscal Beresford,
una brigada de caballería, artillería correspondiente, dos divisiones
inglesas de infantería y una portuguesa de la misma arma con dirección
a aquellas partes. Dícese si Wellington había pensado ejecutar antes
esta maniobra, y que le había detenido la dispersión de Mendizábal,
acaecida en 19 de febrero. Dudamos que así fuese. El verdadero motivo
de la dilación consistió en que Wellington no quería desasirse de
fuerza alguna hasta que le llegasen de Inglaterra las nuevas tropas
que aguardaba. Contaba con ellas para fines de enero, y manteniendo
esta esperanza había indicado que socorrería la Extremadura en febrero.
Frustrose aquella y suspendió la ejecución de su plan, achacando la
mudanza los que ignoraban la causa al descalabro padecido y no al
retardo de los refuerzos, que no aportaron a Lisboa sino al principiar
marzo. Llegados que fueron, uniéronse en breve al ejército, y Lord
Wellington, cierto ya de la marcha decidida y retrógrada de los
franceses, juzgó que sin riesgo podía desprenderse de la expresada
fuerza y contribuir con su presencia en Extremadura a operaciones más
extensas y de combinación más complicada.
Por consiguiente, en la sierra de Murcella, donde le dejamos el 17,
estaba ya privado de aquellas tropas, si bien por otra parte engrosado
con las de refresco llegadas de Inglaterra, y que ascendían a cerca de
10.000 hombres.
[Marginal: Prosigue Massena su retirada.]
Massena, asentado a la derecha del Alva, destruyó los puentes pero no
quedó en aquella orilla largo tiempo, porque continuando Wellington,
según su costumbre, los movimientos por el flanco, obligó al mariscal
francés a reunir el 18 casi todo su ejército en la sierra de Moita,
que también evacuó este en la misma noche. Desde allí no se detuvo ya
Massena hasta Celórico, por cuyo camino recto iba lo principal de su
ejército, yendo solo el 2.º cuerpo la vuelta de Gouveia para cruzar la
sierra y pasar a Guarda.
Cogieron los ingleses, el 19, bastantes prisioneros, sobre todo
de los jinetes que se habían desviado a forrajear, y persiguieron
a Massena con la caballería y división ligera al mando del general
Erskine, que favorecían fuerzas enviadas a la derecha del Mondego y
las milicias portuguesas, que no cesaron de inquietar al francés por
aquel lado. Hizo alto el resto del ejército para descansar de nuevo y
aguardar que le llegasen víveres del Tajo, pues el país vecino de poco
o nada proveía. El grueso de las tropas francesas, en vez de seguir de
Celórico a Pinhel, temeroso de hallar ocupados aquellos desfiladeros,
varió de ruta, y el 23 continuó la retirada yendo hacia Guarda. Aquel
día fue cuando el mariscal Ney se separó de su ejército y partió para
España, mal avenido con Massena.
Los aliados al fin aparecieron reunidos el 26 en Celórico y sus
inmediaciones, con intento de desalojar al enemigo de una posición
respetable que ocupaba sobre la ciudad de Guarda, y el 29 se movieron
resueltos a atacarla. Pero los franceses, recogiéndose a Sabugal del
Coa, mantuvieron en la orilla derecha nuevas estancias.
Colocose Wellington en la margen opuesta, tratando el 3 de abril de
cruzar el río. Para ello echó las milicias portuguesas, a las órdenes
de los jefes Trant y Juan Wilson, por más abajo de Almeida, con trazas
de querer cruzar por allí el Coa, al paso que intentaba verificarlo por
el otro extremo, del lado de Sabugal, en donde permanecía el 2.º cuerpo
francés. Hubo aquí dicho día un recio combate, dudoso algún tiempo, en
el que los ingleses experimentaron bastante pérdida, pero logrando a
lo último que los enemigos abandonasen sus puestos.
[Marginal: Entra en España.]
Pasó el 5 Massena la frontera de Portugal y pisó tierra de España
después de muchos meses de ausencia, y de una campaña desgraciada, si
bien gloriosa con relación al talento y pericia militar que desplegó en
ella. Pudiera tachársele de haber consentido desórdenes y de no haberse
retirado a tiempo, mas lo primero se debió a la escasez del país y a la
penuria y afán que traen consigo las guerras nacionales, y lo segundo
a la voluntad del emperador, sordo a todo lo que fuese recejar en una
empresa.
Wellington, permaneciendo en los confines de Portugal, colocó lo
principal de su ejército en ambas orillas del Coa, embistió a Almeida,
y puso una división ligera en Gallegos y Espeja.
Remató así la expedición de Massena en que vino a eclipsarse la
estrella de aquel mariscal, conocido antes bajo el nombre de «hijo
mimado de la victoria.» Contada la gente con que entró en Portugal y
los refuerzos que llegaron después, puede asegurarse que ascendieron a
80.000 hombres los empleados en aquella campaña. Solos 45.000 salieron
salvos, los demás perecieron de hambre, de enfermedad o a manos de
sus contrarios. Y sin la extremada prudencia de Lord Wellington, y la
destreza y celeridad del mariscal francés, quizá ninguno hollara de
nuevo los linderos de España.
[Marginal: Pasa Wellington a Extremadura.]
Entonces el general británico, persuadido de que Massena no intentaría
por de pronto empresa alguna, pensó concordar mejor las operaciones de
Extremadura con las del Coa, y dejando el mando interino del ejército
aliado a Sir Brent Spencer, se encaminó en persona hacia el Alentejo.
[Marginal: Acontecimientos militares en esta provincia.]
Las instrucciones que había dado a Beresford se dirigían principalmente
a que este general socorriese a Campomayor, cuya toma se ignoraba
entonces en los reales ingleses, y a que recobrase las plazas de
Olivenza y Badajoz. La primera la habían ocupado ya los franceses,
según hemos visto, el 22 de marzo, y Beresford, cruzando el Tajo el 17
en Tancos y siguiendo por Crato y Portalegre, no dio vista a Campomayor
hasta el 25, [Marginal: Evacúan los franceses a Campomayor.] en cuyo
día evacuaron los enemigos el recinto, del que se posesionaron los
aliados sin resistencia alguna. Beresford persiguió a los franceses
en su retirada embarazados con un gran convoy que escoltaban tres
batallones de infantería y 900 caballos a las órdenes del general
Latour-Maubourg. Los aliados, atacándole, le desconcertaron, mas el
ardor de los jinetes anglo-portugueses, llevándolos hasta Badajoz, les
hizo experimentar cerca de los muros una pérdida considerable.
Debía Beresford en seguida echar un puente de barcas sobre el Guadiana,
y pasar este río por Jurumeña. Y cierto que, a usar entonces de
presteza, quizá de rebato hubieran recobrado a Olivenza y Badajoz,
escasas de víveres, abiertas todavía las brechas, y desprevenidos
los franceses para un suceso repentino como la llegada de una fuerza
inglesa tan respetable. Pero Beresford anduvo esta vez algo remiso.
Imprevistos obstáculos contribuyeron también a impedir la celeridad de
los movimientos. La tropa con las continuas marchas estaba fatigada,
y carecía de varios pertrechos esenciales. Necesitábase además
construir el puente y no abundaban en Elvas los materiales, y cuando
el 3 de abril estaba concluida ya la obra, una creciente sobrevenida
en la noche inutilizó el puente, teniendo después que cruzar el río en
balsas, penosa faena empezada el 5 y no concluida hasta bien entrado el
día 8.
[Marginal: Castaños manda el 5.º ejército español.]
Por el mismo tiempo, Don Francisco Javier Castaños se había encargado
del mando del 5.º ejército, sucediendo a Romana que, mientras
vivió, le tuvo en propiedad, y al interino Mendizábal desgraciado
momentáneamente de resultas de la aciaga jornada del 19 de febrero.
Castaños había ocupado a Alburquerque y Valencia de Alcántara, plazas
igualmente desamparadas por los franceses, y distribuido las reliquias
de su ejército en dos trozos bajo las órdenes de Don Pablo Morillo y
Don Carlos España, poniendo la caballería al cargo del conde Penne
Villemur. Evolucionó en seguida hacia la derecha del Guadiana en
tanto que lo permitieron sus cortas fuerzas, y procuró granjearse la
voluntad del general inglés, estableciendo entre ambos buena y amistosa
correspondencia.
Los franceses, volviendo en breve del sobresalto que les causó el
aparecimiento de Beresford, repararon con gran diligencia las plazas,
las avituallaron y pusiéronlas a cubierto de una sorpresa, capitaneando
interinamente el 5.º cuerpo el general Latour-Maubourg en lugar del
mariscal Mortier, de regreso a Francia.
[Marginal: Sitian los aliados a Olivenza y se les entrega.]
Beresford, después de pasar el Guadiana, intimó el 9 de abril la
rendición a Olivenza. No habiendo el gobernador cedido a la propuesta,
hubo que traer de Elvas cañones de grueso calibre, y sitiar en regla
la plaza, quedando el general Cole encargado de proseguir el asedio,
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