Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 14

Total number of words is 4564
Total number of unique words is 1528
31.7 of words are in the 2000 most common words
44.0 of words are in the 5000 most common words
50.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
las alturas de Vall de Jesús y Sancti Espíritus, por donde se angosta
el terreno. Puso en consecuencia a su izquierda del lado de la costa
la división del general Habert, a la derecha hacia las montañas la de
Harispe. En segunda línea a Palombini y una reserva de dos regimientos
de caballería a las órdenes del general Boussart. Por el extremo de
la misma derecha reforzada por Chlopicki, al general Robert con su
brigada y un cuerpo de caballería, teniendo expresa orden de defender a
todo trance el desfiladero de Sancti Espíritus que consideraba Suchet
como de la mayor importancia. Quedaron en Petrés y Gilet Compère y los
napolitanos, además de algunos batallones que permanecieron delante
de la fortaleza de Sagunto, contra la cual las baterías de brecha no
cesaron de hacer fuego. Contaba en línea Suchet cerca de 20.000 hombres.
[Marginal: Batalla de Sagunto.]
A las ocho de la mañana del 25, marchando adelante de su posición,
rompieron a un tiempo el ataque las columnas españolas, y rechazaron
las tropas ligeras del enemigo. Trabose la pelea por nuestra parte
con visos de buena ventura. Las acequias, garrofales y moreras, los
vallados y las cercas no consentían maniobrase el ejército en línea
contigua, ni tampoco que el general en jefe, situado como antes en
las alturas del Puig, pudiese descubrir los diversos movimientos.
Sin embargo, las columnas españolas, según confesión propia de los
enemigos, avanzaban en tal ordenanza, cual nunca ellos las habían visto
marchar en campo raso. La de Lardizábal se adelantaba repartida en dos
trozos, uno por el camino real hacia Hostalets, otro dirigiéndose a un
altozano, vía del convento de Vall de Jesús. Por Puzol, la de Zayas,
tratando de ceñir al enemigo del lado de la costa. También nuestra
izquierda comenzó, por su parte, un amago general bien concertado.
Acometiendo Lardizábal con intrepidez, el trozo suyo que iba hacia Vall
de Jesús apoderose, a las órdenes de Don Wenceslao Prieto, del altozano
inmediato, en donde se plantó luego artillería. Causó tan acertada
maniobra impresión favorable, y los cercados de Sagunto, creyendo
ya próximo el momento de su libertad, prorrumpieron en clamores y
demostraciones de alegría. Bien conoció Suchet la importancia de
aquel punto, y para tomarlo trató de hacer el mayor esfuerzo. Sus
generales, puestos a la cabeza de las columnas, arremetieron a subir
con su acostumbrado arrojo. Encontraron vivísima resistencia. Paris
fue herido; lo mismo varios oficiales superiores; muerto el caballo
de Harispe; arrollados una y varias veces los acometedores, que solo
cerrando de cerca a los nuestros con dobles fuerzas se enseñorearon al
cabo de la altura.
Mas los españoles, bajando al llano y unidos a otros de los suyos, se
mantuvieron firmes e impidieron que el enemigo penetrase y rompiese
el centro. Era instante aquel muy crítico para los contrarios, aunque
fuesen ya dueños del altozano; pues Zayas, maniobrando diestramente,
comenzaba a abrazar el siniestro costado de los franceses acercándose
a Murviedro, y por la izquierda Don Pedro Villacampa también adquiría
ventajas.
Urgíale a Suchet no desaprovechar el triunfo que había conseguido en
la altura, tanto más cuanto los españoles de Lardizábal, no solo se
conservaban tenaces en el llano, sino que, sostenidos por la caballería
de Don Juan Caro, contramarchaban ya a recuperar el punto perdido,
después de haber atropellado y destrozado a los húsares enemigos,
apoderándose también el coronel Ric de algunas piezas. En tal aprieto
movió el mariscal francés la división de Palombini que estaba en
segunda línea, y se adelantó en persona a exhortar a los coraceros
que iban a contener el ímpetu de la caballería española. Se empeñó
entonces una refriega brava, y Suchet fue herido de un balazo en un
hombro; mas siéndolo igualmente los generales españoles Don Juan Caro
y Don Casimiro Loy, que cayeron prisioneros, desmayaron los nuestros,
arrollolos el enemigo, y hasta recobró los cañones que poco antes le
habían cogido. Don Joaquín Blake envió, para reparar el mal, a Don
Antonio Burriel, jefe del estado mayor expedicionario, y al oficial del
mismo cuerpo Zarco del Valle. Nada lograron estos sujetos, que gozaban
en el ejército de distinguido concepto. Los dragones de Numancia los
arrastraron en la fuga.
También por la izquierda, la suerte, favorable al principio, volvía
ahora la espalda. Don Carlos O’Donnell, con objeto de reforzar a
Obispo, que tenía delante a Robert, dispuso que avanzara Don Pedro
Villacampa, quien, ganando terreno, obligó a los enemigos a ciar algún
tanto. Pero en ademán Chlopicki de amenazar al general español por el
costado, mandó O’Donnell a Don José Miranda que saliese al encuentro.
Tuvo este general el desacuerdo de marchar en una dirección casi
paralela a la del enemigo y con distancias cerradas, exponiéndose
a que resultara confusión en sus líneas si los franceses, como se
verificó, le acometían de flanco. Comenzó luego el desorden, y siguiose
mucha dispersión. No pudieron los esfuerzos de Villacampa y O’Donnell
reparar tamaño contratiempo. Unas y otras tropas vinieron sobre las
de Mahy, atacadas no solo ya por Chlopicki, sino también por parte
de la división de Harispe, que venía del centro. Hubiera quizá sido
completa la dispersión sin los regimientos de Molina, Ávila y Cuenca,
que se portaron con arrojo y serenidad. Por desgracia, se había Mahy
retardado en su marcha, y no llegó bastante a tiempo para apoyar la
primera arremetida, ni para contener el primer desorden. Los franceses
victoriosos cogieron muchos prisioneros, y obligaron a Mahy y a
las otras tropas de la izquierda a que se refugiasen por Bétera en
Ribarroja.
Don José Zayas en la derecha tuvo mayor fortuna, y no se retiró sino
cuando ya vio roto el centro y en completa retirada y confusión la
izquierda. Hízolo en el mayor orden hasta las alturas del Puig, y
antes, en Puzol, se defendió con el mayor valor un batallón suyo de
guardias valonas, que por equivocación se había metido dentro del
pueblo.
Se abrigaron sucesivamente del Guadalaviar todas las divisiones
españolas, parándose el ejército francés en Bétera, Albalat y el Puig.
Nuestra pérdida: 12 piezas y 900 hombres entre muertos y heridos;
prisioneros o extraviados, 3922. Suchet en todo unos 800. A pesar de la
derrota, aumentaron por su buen porte la anterior fama las divisiones
expedicionarias y la de Don Pedro Villacampa; ganáronla algunos
cuerpos de las otras. No Don Joaquín Blake, que, indeciso, apenas tomó
providencia alguna. Hábil general la víspera de la batalla, embarazose,
según costumbre, al tiempo de la ejecución, y le faltó presteza para
acudir adonde convenía, y para variar o modificar en el campo lo que
había de antemano dispuesto o trazado. También le desfavorecía la
tibieza de su condición. Aficiónase el soldado al jefe que, al paso
que es severo, goza de virtud comunicable. Blake de ordinario vivía
separadamente, y como alejado de los suyos.
[Marginal: Rendición del castillo.]
Siguiose a la derrota la rendición del castillo de Sagunto. Quería
prevenirla el general español, volviendo a hacer otro esfuerzo, de cuyo
intento trató de avisar al gobernador Andriani por medio de señales.
Mas impidió el que aquel las advirtiese la cerrazón y el viento fresco
que soplaba norte-sur, y hacía que encubriese el asta a los defensores
del castillo la bandera y gallardete que se empleaban al efecto en
el Miquelet o torre de la catedral de Valencia. Aunque no hubiese
ocurrido tal incidente, dudamos pudiera Blake haber vuelto tan pronto a
dar batalla, a no exponerse imprudentemente a otro desastre como el de
Belchite.
Ganado que hubo la de Sagunto el mariscal Suchet, propuso al gobernador
del castillo Don Luis María Andriani honrosa capitulación, convidándole
a que enviase persona de su confianza que viese con sus propios ojos
todo lo ocurrido, y se desengañase de cuán inútil era ya aguardar
socorro. Convino Andriani, y pasó de su orden al campo francés el
oficial de artillería Don Joaquín de Miguel. De vuelta este al
castillo, y conforme a su relación, capituló el gobernador en la noche
del 26; y a poco en la misma, sin aguardar al día, salieron por la
brecha con los honores de la guerra él y la guarnición, compuesta de
2572 hombres. Tanto instaba a Suchet terminar aquel sitio.
Por mucho desaliento en que hubiese caído el soldado después de la
pérdida de la batalla, se reprendió en Andriani la precipitación que
puso en venir a partido. «La brecha,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-25.)]
dice Suchet, era de acceso tan difícil que los zapadores tuvieron que
practicar una bajada para que pudiesen descender los españoles.» Y más
adelante añade que, aun tomado el Dos de mayo, se presentaban muchos
obstáculos para enseñorearse de los demás reductos, por manera [son
sus palabras] «que el arte de atacar y el valor de las tropas podían
estrellarse todavía contra aquellos muros.» Habíase Andriani conducido
hasta entonces con inteligencia y brío. Atolondrole la batalla
perdida, y juzgó quedar bien puesto el honor de las armas rindiéndose
abierta brecha. Zaragoza y Gerona nos habían acostumbrado a esperar
otros esfuerzos, y no era la hacha ni la pala oficiosa del gastador
enemigo la que debiera haber allanado la salida a los defensores de
Sagunto.
La toma de este castillo miráronla con razón los franceses como de
mucha entidad por el nombre, y por el desembarazo que ella les daba.
Sin embargo no se atrevieron a acometer inmediatamente la ciudad de
Valencia. Era todavía numeroso el ejército de Blake, amparábanle
fuertes atrincheramientos, y no estaba olvidado el escarmiento que
delante de aquellos muros recibiera Moncey en 1808, como tampoco
la inútil y malhadada expedición de Suchet en 1810. Por lo mismo,
pareciole prudente al mariscal francés aguardar refuerzos, y se
contentó en el intermedio con situarse, al comenzar noviembre, en
Paterna, frente de Cuarte, prolongándose hacia la marina, izquierda del
Guadalaviar. En la derecha se alojaron los españoles: el ejército desde
Manises hasta Monteolivete, y de allí hasta el embocadero del río los
paisanos armados de la provincia.
[Marginal: Diversiones en favor de Valencia. Cataluña.]
Trabajaba en Cataluña Don Luis Lacy, y entretenía a los franceses de
aquel principado, ya que no pudiese activa y directamente coadyuvar
al alivio de Valencia. Severo y equitativo, ayudado de la junta
provincial, levantó el espíritu de los catalanes, quienes, a fuer de
hombres industriosos, vieron también en las reformas de las cortes, y
sobre todo en el decreto de señoríos, nueva aurora de prosperidad.
Reforzó Lacy a Cardona, fortificó ciertos puntos que se daban la mano,
y formaban cadena hasta el fuerte de la Seu de Urgel; no descuidó a
Solsona, y atrincheró la fragosa y elevada montaña de Abusa, a cierta
distancia de Berga, en donde ejercitaba los reclutas. ¡Y todo eso
rodeado de enemigos y vecino a la frontera de Francia! Pero ¿qué no
podía hacerse con gente tan belicosa y pertinaz como la catalana?
Dueños los invasores de casi todas las fortalezas, no les era dado,
menos aún aquí que en otras partes, extender su dominación más allá
del recinto de las fortificaciones, y aun dentro de ellas, según la
expresión de un testigo de vista imparcial,[*] [Marginal: (* Ap. n.
16-26.)] «no bastaba ni mucha tropa atrincherada para mantener siquiera
en orden a los habitantes.» Más de una vez hemos tenido ocasión de
hablar de semejante tenacidad, a la verdad heroica, y en rigor no
hay en ello repetición. Porque creciendo las dificultades de la
resistencia, y esta con aquellas, tomaba la lucha semblantes diversos y
colores más vivos, desplegándose la ojeriza y despechado encono de los
catalanes, al compás del hostigamiento y feroz conducta de los enemigos.
[Marginal: Toma de las islas Medas.]
Apoderados estos de todos los puntos marítimos principales, determinó
Lacy posesionarse de las islas Medas, al embocadero del Ter, de que ya
hubo ocasión de hablar. Dos de ellas bastante grandes, con resguardado
surgidero al sudeste. Los franceses, aunque las tenían descuidadas,
conservaban dentro una guarnición. Pareciole a Lacy lugar aquel
acomodado para un depósito, y buena vía para recibir por ella auxilios
y dar mayor despacho a los productos catalanes. Tuvo encargo de
conquistarlas el coronel inglés Green, yendo a bordo de la fragata de
su nación, Indomable, con 150 españoles que mandaba el barón de Eroles.
Verificose el desembarco el 29 de agosto, y el 3 de septiembre abierta
brecha se apoderaron los nuestros del fuerte. Acudieron los franceses
en mucho número a la costa vecina, y empezaron a molestar bastante con
sus fuegos a los que ahora ocupaban las islas. Opinaron entonces los
marinos británicos que se debían estas abandonar, lo cual se ejecutó, a
pesar de la resistencia de Eroles y de Green mismo. Volaron los aliados
antes de la evacuación el fuerte o castillo.
No era hombre Don Luis Lacy de ceder en su empresa, e insistiendo
en recuperar las islas persuadió a los ingleses a que de nuevo le
ayudasen. En consecuencia se embarcó el 11 en persona con 200 hombres
en Arenys de Mar a bordo de la mencionada fragata, comandante Thomas:
fondeó el 12 a la inmediación de las Medas, y dividiendo la fuerza
desembarcó parte en el continente para sorprender a los franceses
y destruir las obras que allí tenían, y parte en la isla grande.
Cumpliose todo según los deseos de Lacy, quien, ahuyentados los
enemigos y dejando al teniente coronel Don José Masanes por gobernador
del fuerte y director de las fortificaciones que iban a levantarse,
tornó felizmente al puerto de donde había salido. Restableciose el
castillo, y se fortalecieron las escarpadas orillas que dominan la
costa. En breve pudieron las Medas arrostrar las tentativas del
enemigo que, acampado enfrente, se esforzaba por impedir los trabajos
y arruinarlos. Puso el comandante español toda diligencia en frustrar
tales intentos, y cuando momentánea ausencia u otra ocupación le
alejaban de los puntos más expuestos, manteníase firme allí su esposa,
Doña María Armengual, a semejanza de aquella otra Doña María de
Acuña,[*] [Marginal: (* Ap. n. 16-27.)] que en el siglo XVI defendió a
Mondéjar, ausente el alcaide su marido. Sacose provecho de la posesión
de las Medas militar y mercantilmente, habiendo las cortes habilitado
el puerto.
[Marginal: Muerte de Montardit.]
Apellidolas el general en jefe islas de la _Restauración_, como
indicando que de allí renacería la de Cataluña, y a un baluarte a que
querían dar el nombre de _Lacy_ púsole el de _Montardit_: «honor,
dijo, que corresponde a un mártir de la patria.» Tal suerte, en
efecto, había poco antes cabido a un Don Francisco de Montardit,
comandante de batallón, muy bien quisto, hecho prisionero por los
franceses en un ataque sobre la ciudad de Balaguer, y arcabuceado por
ellos inhumanamente. Dirigió Lacy con este motivo en 12 de octubre
al mariscal Macdonald una reclamación vigorosa, concluyendo por
decirle: «Amo, como es debido, la moderación; mas no seré espectador
indiferente de las atrocidades que se ejecuten con mis subalternos:
haré responsables de ellas a los prisioneros franceses que tengo en mi
poder, y pueda tener en lo sucesivo.»
[Marginal: Empresas de Lacy y Eroles en el centro de Cataluña.]
Incansable Don Luis, trató en seguida de romper la línea de puestos
fortificados que desde Barcelona a Lérida tenían establecidos los
franceses. Empezó su movimiento, y el 4 de octubre acometió ya la
villa de Igualada con 1500 infantes y 300 caballos. [Marginal: Ataque
de Igualada.] Le acompañaba el barón de Eroles, segundo comandante
general de Cataluña, cuyo valor y pericia se mostraron más y más
cada día. Los franceses perdieron en el citado pueblo 200 hombres,
refugiándose los restantes en el convento fortificado de Capuchinos,
que no pudo Lacy batir, falto de artillería. Pasaron después ambos
caudillos a sorprender un convoy que iba de Cervera, para lo cual
repartieron sus fuerzas en dos porciones. Dio primero con él, según lo
concertado, el barón de Eroles, y sorprendiole el 7 del mismo octubre,
perdiendo los enemigos 200 hombres, sin que dejase aquel general nada
que hacer a Don Luis Lacy.
Aterráronse los franceses con la súbita irrupción de los nuestros y
con las ventajas adquiridas, y juzgando imprudente mantener tropas
desparramadas por lugares abiertos o poco fortificados, abandonaron
al fin, metiéndose depriesa en Barcelona, el convento de Igualada,
la villa de Casamasana, y aun Monserrat. Quemaron a la retirada este
monasterio, y lo destrozaron todo, sagrado y profano.
Requiriendo los asuntos generales del principado la presencia de Lacy
cerca de la junta, tornó este a Berga, y dejó al cuidado del barón de
Eroles la conclusión de la empresa tan bien comenzada, y proseguida con
no menor dicha.
[Marginal: Rendición de la guarnición de Cervera.]
Atacó el barón a los franceses de Cervera, y el 11 los obligó a
rendirse: ascendió el número de los prisioneros a 643 hombres. Estaban
atrincherados los enemigos en la universidad, edificio suntuoso, no
por la belleza de su arquitectura sino por su extensión y solidez,
propias para la defensa. Había fundado aquella Felipe V cuando suprimió
las otras universidades del principado en castigo de la resistencia que
a su advenimiento al trono le hicieron los catalanes. Cogió también
Eroles a Don Isidoro Pérez Camino, corregidor de Cervera nombrado por
los franceses, hombre feroz que a los que no pagaban puntualmente
las contribuciones o no se sujetaban a sus caprichos, metía en una
jaula de su invención, la cabeza solo fuera, y pringado el rostro
con miel para que atormentasen a sus víctimas en aquel potro hasta
las moscas. A la manera del cardenal de la Balue en Francia, llegole
también al corregidor su vez, con la diferencia de que la plebe
catalana no conservó años en la jaula al magistrado intruso, como hizo
Luis XI con su ministro. Son más ardorosas y, por tanto, caminan más
precipitadamente las pasiones populares. El corregidor pereció a manos
del furor ciego de tantos como había él martirizado antes, y si la ley
del talión fuese lícita, y más al vulgo, hubiéralo sido en esta ocasión
contra hombre tan inhumano y fiero.
[Marginal: De Bellpuig.]
Se rindió en seguida en 14 del mismo octubre al barón de Eroles
la guarnición de Bellpuig, atrincherada en la antigua casa de los
duques de Sesa. Muchos de los enemigos perecieron defendiéndose, y se
entregaron unos 150.
[Marginal: Revuelve Eroles sobre la frontera de Francia.]
Escarmentado que hubo el de Eroles a los franceses del centro de la
Cataluña, y cortada la línea de comunicación entre Lérida y Barcelona,
revolvió al norte con propósito hasta de penetrar en Francia. Obró
entonces mancomunadamente con Don Manuel Fernández Villamil, gobernador
a la sazón de la Seu de Urgel, y sirviole este de comandante de
vanguardia. Rechazó ya al enemigo en Puigcerdá el barón, el 26 de
octubre, y le combatió bravamente el 27 en un ataque que el último
intentara. Al propio tiempo Villamil se dirigió a Francia por el valle
de Querol, desbarató el 29 en Marens a las tropas que se le pusieron
por delante, saqueó aquel pueblo que sus soldados abrasaron, y entró
el 30 en Ax. Exigió allí contribuciones, e inquietó toda la tierra,
repasando después tranquilamente la frontera. Sostenía Eroles estos
movimientos.
[Marginal: Acertada conducta de Lacy.]
Pero el centro de todos ellos era Don Luis Lacy, quien cautivó con su
conducta la voluntad de los catalanes, pues al paso que procuraba en
lo posible introducir la disciplina y buenas reglas de la milicia,
lisonjeábalos prefiriendo en general por jefes a naturales acreditados
del país, y fomentando el somatén y los cuerpos francos a que son tan
aficionados. La situación entonces de la Cataluña indicaba además como
mejor y casi único este modo de guerrear.
Y alrededor de la fuerza principal que regía Lacy o su segundo Eroles,
y cerca de las plazas fuertes y por todos lados, se descubrían los
infatigables jefes de que en varias ocasiones hemos hecho mención, y
otros que por primera vez se manifestaban o sucedían a los que acababan
gloriosamente su carrera en defensa de la patria. Seríanos imposible
meter en nuestro cuadro la relación de tan innumerables y largas lides.
[Marginal: Pasa Macdonald a Francia. Le sucede Decaen.]
Mirando los franceses con mucho desvío tan mortífera e interminable
lucha, gustosamente la abandonaban y salían de la tierra. Macdonald,
duque de Tarento, regresó a Francia partiendo de Figueras el 28 de
octubre. Era el tercer mariscal que había ido a Cataluña, y volvía sin
dejarla apaciguada. Tuvo por sucesor al general Decaen.
Apenas podía moverse del lado de Gerona el ejército francés del
principado, teniendo que poner su principal atención en mantener libres
las comunicaciones con la frontera. No más le era permitido menearse
a la división de Frère, perteneciente al cuerpo de Suchet, la cual,
conforme hemos visto, ocupaba la Cataluña baja, dándole bastante en
que entender todo lo que por allí ocurría y en parte hemos relatado.
De suerte que la situación de aquella provincia, en cuanto a la
tranquilidad que apetecían los franceses, era la misma que al principio
de la guerra, y una misma la necesidad de mantener dentro de aquel
territorio fuerzas considerables que guarneciesen ciertos puntos y
escoltasen cuidadosamente los convoyes.
[Marginal: Convoy que va a Barcelona.]
Solo por este medio se continuaba abasteciendo a Barcelona, y Decaen
preparó en diciembre uno muy considerable en el Ampurdán con aquel
objeto. Tuvo aviso de ello Lacy y, queriendo estorbarlo, puso en
acecho a Rovira, colocó a Eroles y a Miláns en las alturas de San
Celoni, dirigió sobre Trentapasos a Sarsfield y apostó en la Garriga
con un batallón a D. José Casas. Las fuerzas que Decaen había reunido
eran numerosas ascendiendo a 14.000 infantes y 700 caballos con ocho
piezas, sin contar unos 4000 hombres que salieron de Barcelona a su
encuentro. Las de Lacy no llegaban a la mitad, y así se limitó dicho
general a hostilizar a los franceses durante su marcha emprendida
desde Gerona el 2 de diciembre. Padeció el enemigo en ella bastante,
y Sarsfield se mantuvo firme contra los que le atacaron y venían de
la capital. Los nuestros, ya que no pudieron impedir la entrada del
convoy, recelando se retirase Decaen por Vic, trataron de cerrarle
el paso de aquel lado. Para ello mandó Lacy a Eroles que ocupase la
posición de San Feliú de Codinas, y él se situó con Sarsfield en las
alturas de la Garriga. Se vieron luego confirmadas las sospechas de
los españoles, presentándose el 5 en la mañana los enemigos delante
del último punto con 5000 infantes, 400 caballos y cuatro piezas.
Rechazolos Lacy vigorosamente y siguieron el alcance hasta Granollers
Don José Casas y Don José Manso, por lo que tuvieron todas las fuerzas
de Decaen que tornar por San Celoni y dejar libre y tranquila la ciudad
y país de Vic.
[Marginal: Aragón.]
Útil era para defender a Valencia esta continuada diversión de la
Cataluña, pero fue más directa la que se intentó por Aragón. Aquí,
conforme a órdenes de Blake, se habían reunido el 24 de septiembre
en Ateca, partido de Calatayud, [Marginal: Durán y el Empecinado.]
Don José Durán y Don Juan Martín el Empecinado. Temores de esto y
las empresas en aquel reino y en Navarra de Don Francisco Espoz y
Mina [Marginal: Mina.] habían motivado la formación en Pamplona y sus
cercanías de un cuerpo de reserva bastante considerable, pues que las
fuerzas que en ambos parajes mandaban los generales Reille y Musnier
no bastaban para conservar quieto el país y hacer rostro a tan osados
caudillos.
[Marginal: Tropas que reúnen los franceses en Navarra y Aragón.]
Entre las tropas francesas que se juntaban en Navarra, contábase una
nueva división italiana que atravesando las provincias meridionales
de Francia y viniendo de la Lombardía, apareció en Pamplona el 31 de
agosto. La mandaba el general Severoli y se componía de 8955 hombres
y 722 caballos; permaneció el septiembre en aquella provincia, mas al
comenzar octubre pasó a reforzar las tropas francesas de Aragón.
Además de los de Severoli habían ido a Zaragoza tres batallones,
también italianos, procedentes de los depósitos de Gerona, Rosas y
Figueras, los cuales, para unirse a la división de Palombini, que
con Suchet se había dirigido sobre Valencia, rodearon y metiéronse
en Francia para entrar camino de Jaca en Aragón por lo peligrosa que
les pareció la ruta directa. Y, sea dicho de paso, de 21.288 infantes
y 1905 jinetes, unos y otros italianos, que fuera de los de Severoli
habían penetrado en España desde el principio de la guerra, ya no
quedaban en pie sino unos 9000 escasos.
Los tres batallones que iban de Cataluña no se unieron inmediatamente
al ejército invasor de Valencia: quedáronse en Aragón para auxiliar a
Musnier. Habían llegado a este reino antes de promediar septiembre,
y uno de ellos fue destinado a reforzar la guarnición enemiga de
Calatayud.
[Marginal: Atacan a Calatayud Durán y el Empecinado.]
Aquí tuvieron luego que lidiar con los ya mencionados Don José Durán y
Don Juan Martín, quienes desde Ateca habían resuelto acometer a los
franceses alojados en aquella ciudad. No tenía el Empecinado consigo
más que la mitad de su gente, habiendo quedado la otra bajo Don Vicente
Sardina en observación del castillo de Molina. Al contrario Durán, a
quien acompañaba lo más de su división junto con D. Julián Antonio
Tabuenca y Don Bartolomé Amor, que mandaba la caballería, jefes ambos
muy distinguidos. Uno y otro tuvieron principal parte en las hazañas
de Durán, que nunca cesó de fatigar al enemigo, habiendo tenido entre
otros un reencuentro glorioso en Ayllón el 23 de julio.
Ascendía el número de hombres que para su empresa reunieron Durán y
el Empecinado a 5000 infantes y 500 caballos. El 26 de septiembre
aparecieron ambos sobre Calatayud, desalojaron a los franceses de la
altura llamada de los Castillos, y les cogieron algunos prisioneros,
encerrándose la guarnición en el convento fortificado de la Merced,
cuyo comandante era Mr. Muller. Durán se encargó particularmente de
sitiar aquel punto, e incumbió a la gente del Empecinado observar las
avenidas del puerto del Frasno, en donde el 1.º de octubre repelió el
último una columna francesa que venía de Zaragoza en socorro de los
suyos, y tomó al coronel Gillot que la mandaba.
Cercado el convento, y sin artillería los nuestros, se acudió para
rendirle al recurso de la mina, y aunque el jefe enemigo resistió
cuanto pudo los ataques de los españoles, tuvo al fin el 4 de octubre
que darse a partido, [Marginal: Hacen prisionera la guarnición.]
quedando prisionera la guarnición que constaba de 566 soldados, y con
permiso los oficiales de volver a Francia bajo la palabra de honor de
no servir más en la actual guerra.
[Marginal: Viene sobre ella Musnier.]
Muy alborotado Musnier, gobernador de Zaragoza, con ver lo que amagaba
por Calatayud, y con que hubiese sido rechazada en el Frasno la primera
columna que había enviado de auxilio, reunió todas sus fuerzas de la
izquierda del Ebro, y llegó, a petición suya, de Navarra con el mismo
fin, destacado por Reille, el general Bourke, que avanzó lo largo de la
izquierda del Jalón. [Marginal: Se retiran.] Musnier asomó a Calatayud
el 6 de octubre, pero los españoles se habían ya retirado con sus
prisioneros, quedando solo allí, según lo estipulado, los oficiales, a
quienes sus superiores formaron causa por haber separado su suerte de
la de los soldados.
Viendo los franceses que se habían alejado los nuestros de Calatayud,
retrocedieron, tornando Bourke a Navarra y los de Musnier a la Almunia.
Ocuparon de seguida y nuevamente la ciudad los españoles.
[Marginal: División de Severoli en Aragón.]
Semejante perseverancia exigió de los franceses otro esfuerzo que
facilitó la llegada a Zaragoza de la división de Severoli en 9 de
octubre. Venía esta a instancias de Suchet, incansable en pedir
auxilios que directa o indirectamente cooperasen al buen éxito de la
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 15