Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 09

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Con la posesión de la luneta del Príncipe cerró el sitiador cada vez
más el frente atacado. Por ambas partes se encarnizaba la lucha,
brillando el denuedo de los nuestros, ya que no siempre el acierto
en la defensa. Tan enconados andaban los ánimos de unos y otros que
acompañaban a la pelea palabras injuriosas y desaforados baldones. La
matanza crecía en grado sumo, y por confesión misma de los franceses,
nada ponderativos en sus propias pérdidas, contaban ya en el estado
actual del sitio [el 16 de junio] entre muertos y heridos un general,
2 coroneles, 15 jefes de batallón, 19 oficiales de ingenieros, 13
de artillería, 140 de las demás armas, en fin con los soldados 2500
hombres. Y todavía tenían que apoderarse del arrabal, y empezar después
el acometimiento contra la ciudad.
[Marginal: Tropas que llegan de Valencia.]
Dos días antes, el 14 de junio, había llegado a Tarragona Don José
Miranda con una división de Valencia, compuesta de más de 4000 hombres
armados y de unos 400 desarmados. Los últimos se equiparon y quedaron
en la plaza. Los otros, con su jefe, siguieron y tomaron tierra en
Villanueva de Sitges, juntándose el 16 en Igualada con el marqués de
Campoverde. Reunía este, asistido de tan buen refuerzo, 9456 infantes y
1183 caballos, y, en consecuencia, se determinó a maniobrar en favor de
la ciudad sitiada.
[Marginal: Diversión de Eroles y otros fuera de la plaza.]
Por aquellos días el barón de Eroles, que obraba unido a Campoverde,
atacó cerca de Falset un gran convoy enemigo, y cogiole 500 acémilas.
Poco antes, hacia Mora de Ebro, en Gratallops, Don Manuel Fernández
Villamil rodeó igualmente un grueso destacamento a las órdenes del
polaco Mrozinski, y acabó con 300 de sus soldados entre muertos,
heridos y prisioneros, obligando al resto de ellos a encerrarse en la
ermita de la Consolación, de donde vinieron a sacarlos dificultosamente
tropas suyas de Mora.
Pérdidas diarias de esta clase fueron parte para que Suchet llamase la
brigada de Abbé y un regimiento que había enviado a observar a Eroles,
a Villamil y otros jefes la vuelta de Mora y Falset, y también para que
procurase acelerar la conquista de Tarragona, alterándole pensamientos
varios en vista de la enérgica bizarría de la guarnición y del aumento
de las fuerzas de Campoverde, y muestras que daba este de moverse.
El 18 de junio tenía el sitiador concluida la tercera paralela,
y emprendió la bajada al foso enfrente del baluarte de Orleans,
perfeccionando las obras de ataque por los demás puntos. En la mañana
del 21 empezó a batir el muro; y a las cuatro de la tarde aparecieron
abiertas tres brechas; dos en los baluartes de Orleans y San Carlos,
la otra en el fuerte Real, aunque colocado detrás: lo mal parado del
terraplén facilitó al enemigo su progreso.
Hasta ahora había defendido el arrabal, desde los primeros días de
junio, Don Pedro Sarsfield, portándose con valor e inteligencia.
Pero el 21, día mismo del ataque, como hubiese Campoverde pedido al
gobernador que le enviase para mandar una división a Roten o al citado
Sarsfield, escogió Contreras al último, y le hizo salir de la plaza en
el momento en que ya el enemigo había dado principio a su acometida.
Inexplicable proceder y de consecuencias inmediatas y desastradas.
Porque, si bien se puso a la cabeza del punto atacado Don Manuel
Velasco, oficial intrépido y entendido, sábese cuánto perjudica al buen
éxito de todo combate la mudanza repentina de jefe.
[Marginal: Toman los franceses el arrabal.]
A las siete de la tarde caminó el enemigo al asalto en tres trozos:
contra el baluarte de Orleans, el de San Carlos, y el lado de la
marina; llevaba todas sus reservas.
No obstante una vigorosa resistencia, se metieron los franceses en el
baluarte de Orleans, deteniéndolos buen rato en la gola los españoles,
de los que muchos fueron allí pasados por la espada. Y sin vengarse
cual pudieran, no habiendo encendido a tiempo dos hornillos ya
cargados. Se apoderaron también los enemigos de los demás puntos, hasta
del fuerte Real, por escalada, estando aún la brecha poco practicable.
Hacia la marina rechazó Velasco los primeros ataques, sostúvose con
notable esfuerzo, y no se retiró sino cuando avanzaron por el flanco
los franceses que venían de los baluartes de San Carlos y de Orleans.
Contreras, puesto en lo alto del muro de la ciudad, tomó precauciones
para evitar cualquiera sorpresa de aquel segundo recinto, y logró que
Velasco y los suyos se salvasen entrando por la puerta de San Juan.
Dispararon los ingleses andanadas de todos sus buques, que no hicieron
gran mella en el enemigo. Nosotros perdimos 500 hombres, no pocos se
ocultaron, y a la deshilada se guarecieron sucesivamente en la ciudad.
Mataron los acometedores a muchos vecinos del arrabal, sin distinción
de sexo. Quemaron almacenes en el puerto y, dueños del muelle,
incomodaron en breve el embarcadero del Milagro que ahora servía para
las comunicaciones de mar. Ufanos los franceses con el buen suceso de
su ataque, hicieron señales a la plaza por ver si el gobernador quería
entrar en capitulación; pero este las desdeñó con altanero silencio.
Ofendiose Suchet, y la misma noche del 21 al 22 dispuso que se abriese
la primera paralela contra la ciudad, apoyando la izquierda en el
baluarte llamado Santo Domingo, y la derecha en el mar. No le restaba
ya al enemigo que vencer sino este último recinto, sencillo y débil.
[Marginal: Quejas contra Campoverde.]
Los habitadores de Tarragona, Senén de Contreras, la junta de Cataluña,
en una palabra todos murmuraban y quejábanse amargamente del marqués de
Campoverde, cuya inacción la echaban algunos a mala parte. Se figuraban
ser superiores a lo que lo eran en realidad las tropas que aquel
mandaba, y por el contrario disminuían en su imaginación sobradamente
las de los franceses. Contribuyó al común error el mismo Campoverde por
sus ofertas y encarecimientos: también Contreras, que en vez de obrar,
consumía a veces el tiempo propalando indiscretamente que la plaza
tendría luego que rendirse si en breve no era socorrida.
[Marginal: Tentativa infructuosa de este para socorrer la plaza.]
Cediendo, en fin, Campoverde al clamor universal y al propio impulso,
resolvió hacer el 25 de junio una tentativa contra los sitiadores.
En su virtud Don José Miranda, al frente de la división valenciana y
de 1000 infantes de la de Eroles, con 700 caballos, fue destinado a
atacar los campamentos franceses de Hostalnou y Pallaresos, al paso que
Campoverde debía situarse a la izquierda en el Callas para sostener
la columna de ataque, y favorecerla además por medio de un falso
movimiento al cargo de Don José María Torrijos.
En espera de los nuestros, reunió Suchet sin alejarse sus principales
fuerzas, contando con que se le atacaría del lado de Villalonga.
Excusada era tanta prevención. Miranda no desempeñó su encargo so
pretexto de que no conocía el terreno, y alegando dudas y temores que
no le ocurrieron la víspera, y para las que no había nueva razón. Un
escarmiento ejecutivo y severo hubiera servido en este caso de lección
provechosa, y estorbado la repetición de actos tan indignos del nombre
español. Lavó hasta cierto punto la mancha Don Juan Caro, de vuelta
de Valencia, sorprendiendo y acuchillando en Torredenbarra a unos
200 franceses. Mas se perdió la ocasión de aliviar a Tarragona, y
Campoverde, aunque mal de su grado, tiró la vuelta del Vendrell.
[Marginal: Tropas inglesas que se presentan delante del puerto.]
Parecía, sin embargo, no estar todo aún perdido. El 26 llegaron delante
de Tarragona, procedentes de Cádiz, 1200 ingleses al mando del coronel
Skerret. Estas tropas, ya uniéndose a Campoverde, o ya reforzando la
plaza, hubieran sido de gran provecho, no tanto por su número, cuanto
por los alientos que infundiesen con su presencia. Mas cuando la suerte
va de caída, esperada ventura cámbiase en aguda desdicha, Skerret y
otros jefes británicos tomaron tierra, y después de examinar el estado
de la plaza mostráronse muy abatidos. Contreras viendo esto, si bien
le dijeron aquellos que se hallaban prontos a obedecerle, no quiso
forzarles la voluntad, y dejó a su arbitrio desembarcar o no su gente.
[Marginal: No desembarcan.] Entonces los jefes ingleses se decidieron
por mantenerla a bordo, y de consiguiente en mala hora aparecieron
en las playas de Tarragona, trastornando del todo con semejante
determinación ánimos ya muy inquietos después de las precedentes
desgracias.
[Marginal: Otras ocurrencias desgraciadas.]
Otra ocurrencia había aumentado antes dentro de la plaza la desunión
y discordia. Mal avenido Campoverde con Senén de Contreras a causa
de continuos e indiscretos razonamientos de este, le escribió para
que si no estaba contento se desistiese del mando, previniendo al
propio tiempo a Don Manuel Velasco le tomase en caso de la dejación de
Contreras, o en cualquiera otro en que el último tratara de rendirse.
Comunicó igual orden a los demás jefes, autorizándolos a nombrar
gobernador si Velasco no aceptase el cargo. Conformábase la resolución
de Campoverde con una circular de la regencia de principios de abril,
aprobada por las cortes, según la cual se mandaba que en tanto que
hubiese en una plaza un oficial que opinase por la defensa, aunque
fuese el más subalterno de la guarnición, no se capitularía, y que por
el mismo hecho se encargase dicho oficial del mando. Habíase originado
esta providencia de lo que pasó con Imaz en Badajoz. Pero en Tarragona
no se estaba en el mismo caso. Contreras no pensaba en rendirse, y
justo es decir que sobrábanle bríos y honra para cometer villanía
alguna. Era solo hombre de mal contentar, presuntuoso, y que usaba
con poco recato de la palabra y de la pluma. En este lance, altamente
ofendido, lejos de despojarse del gobierno dio a Velasco pasaporte para
que saliese de Tarragona y se incorporase al cuartel general. Privábase
así a la plaza de buenos oficiales, nacían partidos, y desmayaban hasta
los más firmes.
[Marginal: Baten los franceses la ciudad.]
Provechoso lucro para el francés. Avivaba este sus obras, y
estableciendo la 2.ª paralela a 60 toesas de la plaza, o sea del último
recinto que era el atacado, tuvo prontas y armadas en la noche del
27 al 28 las baterías de brecha. Sabedor Suchet de la llegada de los
ingleses, apremiábale posesionarse de Tarragona. Estaba distante de
imaginar que la presencia de aquellas tropas fuese nuevo agasajo que
le hacía la fortuna. Abrieron los sitiadores temprano el fuego en la
mañana del 28, intentando principalmente aportillar el muro en la
cortina del frente de San Juan por el ángulo que forma con el flanco
izquierdo del baluarte de San Pablo. El terreno es de piedra sin foso
ni camino cubierto.
Correspondieron los nuestros a los fuegos enemigos de un modo terrible
y acertado, y destruyéndoles los espaldones de las baterías, dejaron en
descubierto a sus artilleros y mataron a muchos. Por nuestra parte hubo
la desgracia de volarse un repuesto de pólvora en el estrecho baluarte
de Cervantes, y de que se apagasen sus fuegos. Mortíferos continuaban
en los otros puntos, mas, recio el enemigo en asestar furibundos tiros
contra el lienzo de la muralla que quería rasgar, empezó a conseguirlo
y franqueó al fin anchuroso boquerón.
[Marginal: La asaltan.]
A las cinco de la tarde conceptuaron los sitiadores practicable la
brecha, y dispuso Suchet el asalto bajo las órdenes de los generales
Habert, Ficatier y Montmarie. También Senén de Contreras se preparó
a recibir y rechazar a los franceses en la misma brecha, y aun a
defenderse dentro de las calles, cortadas varias y señaladamente la
rambla. 8000 hombres de buenas tropas le quedaban, y con ellas y alguna
ayuda del vecindario podría Tarragona durante muchos días repetir el
ejemplo de Gerona y Zaragoza. La suerte adversa determinó lo contrario.
El gobernador español formó en frente de la brecha dos batallones de
granaderos provinciales y el regimiento de Almería, y dio a sus jefes
acertadas órdenes. Quizá hubiera debido Contreras agolpar allí más
gente, y no esparcirla como lo hizo por otros puntos que no estaban
amagados.
[Marginal: La entran.]
Abalanzose pues el enemigo desde la trinchera contra la brecha. A los
primeros acometedores derríbalos la metralla que vomitan nuestras
piezas, los reemplazan otros y caen también o vacilan; acude la
reserva, los ayudantes mismos de Suchet y hasta se forma para dar
ejemplo un batallón de oficiales, que todo se necesitaba, arredrado el
soldado francés con el arrojo y serenidad que muestran los españoles.
Una y más veces se rompen las columnas enemigas, y una y más veces se
rehacen y quedan desbaratadas. A cabo de dura porfía y a favor del
número, suben los franceses a la brecha y penetran en la cortina y
baluarte de San Pablo, procurando extenderse a manera de relámpago por
lo largo del adarve.
[Marginal: Gloriosa resistencia de los sitiados.]
Así lo tenía proyectado el general enemigo con mucha prudencia,
pues dueños los suyos de todo el circuito del muro, sobrecogían a
los sitiados e imposibilitaban probablemente la defensa interior
de la ciudad. Sin embargo en las cortaduras de la rambla resistió
valerosamente el regimiento de Almansa los ímpetus de los contrarios,
y solo cedió al verse flanqueado y acometido por la espalda. Furibundo
el francés penetró a lo último por todas partes, pilló, quemó, mató,
violó, arreboló con sangre las calles y edificios de Tarragona.
[Marginal: Muerte de D. José González.]
En las gradas de la catedral murió defendiéndose, con otros hombres
esforzados, D. José González, hermano del marqués de Campoverde. Senén
de Contreras herido en el vientre de un bayonetazo cayó prisionero en
la puerta de San Magín. [Marginal: Horrible matanza.] Perecieron más
de 4000 personas del vecindario, ancianos, religiosos, mujeres y hasta
los más tiernos párvulos, porque si bien muchos de los principales
moradores habían desamparado la plaza antes del asalto, la masa de la
población habíase quedado a guardar sus hogares. Entre varios objetos
de curiosidad e importancia que se destruyeron, contose el archivo
de la catedral. De los soldados quedaron prisioneros, incluyendo los
heridos de los hospitales, 7800: los generales Courten, Cabrery y otros
oficiales superiores fueron de este número. Hubo tropas que intentaron
escaparse por la puerta de San Antonio camino de Barcelona, pero el
general Harispe, apostado hacia aquella parte, los envolvió o acosó
contra la plaza.
[Marginal: Reflexiones.]
Cometieron los españoles en la defensa diversas faltas. Fueron las
de Campoverde no perfeccionar de antemano las fortificaciones, mudar
de gobernador a mitad del sitio, y ofrecer confiadamente socorro
para después no proporcionarle. Reprenderse deben en Contreras sus
piques y quisquillas, sus manejos para malquistar al pueblo contra
los demás jefes, lastimosas ocupaciones en que perdía el tiempo con
desdoro suyo y en perjuicio de la causa que sostenía. Descansó también
sobradamente en los auxilios que esperaba de fuera, y aunque oficial
de saber y práctico, anduvo a veces desatentado en el modo de repeler
las acometidas del enemigo o de preverlas. Una voluntad única y sola
de inflexible entereza, y superior a celosas y míseras competencias,
retardado hubiera los ataques del sitiador, y aun inutilizado varias
de sus tentativas.
Con todo eso, la defensa de Tarragona, plaza de suyo irregular y
defectuosísima, honró a nuestras armas y afianzará por siempre a
Contreras un puesto glorioso en los fastos militares de España. El
enemigo, para apoderarse de aquel recinto, tuvo que abrir nueve
brechas, dar cinco asaltos, y perder según su propia cuenta 4293
hombres, pues según la de otros pasaron de 7000.
[Marginal: Suerte de Contreras y noble respuesta.]
Llevado Don Juan Senén de Contreras en unas angarillas delante de
Suchet, reprochole este lo pertinaz de la resistencia y díjole: «que
merecía la muerte por haber prolongado aquella más allá de lo que
permiten las leyes de la guerra, y por no haber capitulado abierta la
brecha.» Con dignidad le replicó Don Juan: «Ignoro qué ley de guerra
prohíba resistir al asalto, además esperaba socorros: mi persona debe
ser inviolable como la de los demás prisioneros. La respetará el
general francés; donde no, el oprobio será suyo, mía la gloria.» Suchet
tratole después con atenta cortesanía, agasajole y le hizo muchos
ofrecimientos para que pasase al servicio del rey intruso. Desecholos
Contreras, y de resultas le condujeron al castillo de Bouillon en los
Países Bajos, de cuyo encierro logró escaparse, no habiendo nunca
empañado su palabra de honor.
[Marginal: Ceremonia religiosa a la que asiste Suchet.]
Suchet bajo palio y a pie fue en Reus a la iglesia a dar gracias al
Todopoderoso por el triunfo que le había concedido con la toma de
Tarragona. En vez los invasores de granjearse con eso las voluntades,
las enajenaban más y muy mucho, pues el religioso pueblo, aquí como en
otras partes que ya hemos visto, calificaba tales actos de sacrílego
fingimiento y mera juglería. Y a la verdad, ¿cómo pudiera graduarlos
de otro modo, recordando que días antes, en Tarragona, los mismos que
ahora se mostraban tan píos y devotos, habían prostituido los templos,
profanado los sagrarios, quemado los óleos, pisoteado las formas? No
cuadran con la gravedad y pausa española tránsitos tan repentinos y
contradictorios, ni engaños tan mal solapados.
Difundida en Cataluña la nueva de la pérdida de Tarragona, se apoderó
de los ánimos exasperación y desmayo. Cundió el mal al ejército y
notose mucha deserción, porque los catalanes que en él había preferían
la guerra de somatenes a la de tropa reglada, poniendo además en
sus propios jefes mayor confianza que en los forasteros, y los que
eran valencianos, ansiando por volver a defender su propio suelo que
creían amenazado, reclamaban la promesa que les habían hecho de un
pronto retorno. Acrecentaban tal inclinación las mismas medidas de
Campoverde, fuera de sí y apesarado con los infortunios. [Marginal:
Resuelve Campoverde evacuar el principado.] Yendo el 1.º de julio de
Igualada a Cerveram congregó un consejo de guerra en el que por cuatro
votos de siete se decidió la evacuación del principado, dejando solo en
la tierra guerrillas de catalanes. Inconcebible resolución cuando se
conservaba aún Figueras, e intactas las plazas de Berga, Cardona y Seo
de Urgel.
[Marginal: Deserción.]
Con ella se aumentó la deserción, insistiendo ahincadamente el general
Miranda en su embarco y vuelta a Valencia, temeroso de que se alejase
el ejército de los confines de este reino al retirarse de Cataluña. No
se oponían Campoverde ni los otros jefes a tan justo deseo, en todo
conforme a lo que se había ofrecido al capitán general de Valencia,
pero dificultades casi insuperables estorbaron en un principio darle
cumplimiento, habiendo Suchet extendido sus tropas lo largo de la costa
hasta Barcelona.
[Marginal: Suchet pasa a Barcelona.]
En efecto, el general francés, con el propósito de impedir el embarco
de los valencianos, y aun con el de disipar si podía el ejército de
Campoverde, después de haber ordenado en Tarragona lo más urgente,
destacó en la noche del 29 al 30 dos divisiones camino de la capital
del principado, y marchó también él en la misma dirección con una
brigada y la caballería. Cañoneole la escuadra inglesa en la ruta, mas
no evitó que en Villanova de Sitges cogiese el francés algunos barcos,
bastantes heridos y partidas sueltas. Señaló el general Suchet su
viaje con reprehensibles actos. [Marginal: Actos suyos crueles.] Cogió
en Molins de Rey algunos prisioneros, soldados todos y entre ellos a
uno de 25 años de servicio, y mandolos ahorcar. Hincados de rodillas
pidiéronle aquellos desgraciados que tuviese consideración al uniforme
que vestían, mas Suchet implacable mandó ejecutar su fallo, y la misma
suerte cupo a varios paisanos y mujeres. En vano creía abatir con el
rigor al indómito catalán. Don José Manso, a cuyo cuerpo pertenecían
aquellos soldados, hizo en consecuencia una enérgica declaración, y
ahorcó a seis de los enemigos que había cogido prisioneros. Embaza
tanta sangre.
[Marginal: Toma Suchet a Tarragona.]
Noticioso Suchet de que Campoverde se internaba, no dando ya indicio
de querer embarcar a los valencianos, limitose a visitar la ciudad de
Barcelona y a tomar ciertas medidas para la prosecución de la campaña
de acuerdo con el gobernador Maurice Mathieu, y tornó en seguida a
Tarragona. Aquí puso la plaza y su campo bajo las órdenes del general
Musnier, y aseguró aún más las riberas del Ebro y la ciudad de Tortosa
con la división del general Habert, en tanto que él se preparaba a
nuevas empresas.
[Marginal: Desiste Campoverde de evacuar el principado.]
Por su lado Campoverde, adelante en el propósito de evacuar la
Cataluña, encaminábase a Agramunt para salvarse por las raíces del
Pirineo. La deserción de su gente y los clamores del principado le
detuvieron. A dicha ocurrió en el intermedio que Suchet se replegase
sobre Tarragona, y dejase libre y despejada la costa. Campoverde,
aprovechándose de tan oportuna clara, se dirigió a la marina [Marginal:
Se embarcan los valencianos.] y sin tropiezo consiguió embarcar el 8
de julio en Arenys de Mar la división valenciana. Púsose a bordo toda
ella excepto unos 500 hombres que, disgustados de no tornar a su país
nativo, se habían derramado por Aragón y juntádose a Mina y otras
partidas. Advertido Suchet del movimiento de Campoverde, revolvió
apriesa sobre Barcelona, en donde entró el 9, partiendo inmediatamente
Maurice Mathieu para oponerse a los intentos que mostraba el general
español. Llegó tarde el francés, pues los valencianos habían ya dado la
vela.
[Marginal: Sucede a Campoverde en el mando D. Luis Lacy.]
Habíase al propio tiempo alejado Campoverde, tomando el camino de Vic;
en esta ciudad se encontró con un sucesor que le enviaba de Cádiz la
regencia, con Don Luis Lacy, a quien entregó el mando en 9 de julio.
Perdido ya aquel general en la opinión y desestimado, menester le era
ceder el puesto a un nuevo jefe. En tiempos ásperos y de revuelta
aceleradamente se gasta el crédito, que a duras penas mantiene propicia
y constante fortuna.
[Marginal: Lacy y la junta del principado en Solsona. Su buen ánimo.]
Viendo Lacy que el general Suchet daba traza de perseguirle, salió
de Vic y pasó a Solsona, adonde le siguió la junta del principado,
la cual, después de la pérdida de Tarragona, había desamparado a
Monserrat. En los nuevos cuarteles, y favorecido de las plazas de
Cardona y Seu de Urgel [destruyó la de Berga], no menos que de lo agrio
de la tierra, empezó Lacy a rehacer su ejército y a reunir gente;
fomentó también las guerrillas y encomendó al barón de Eroles la guarda
de Monserrat, punto importante que amagaba el enemigo.
[Marginal: Marcha admirable del brigadier Gasca.]
Igualmente, no sirviéndole sino de inútil y pesada carga un gran
número de oficiales y caballos, despidió a muchos de aquellos y a
500 de estos, con otros soldados desmontados, permitiéndoles ir a
plantar bandera de ventura, o a unirse a otros ejércitos en que
pudieran ser empleados con utilidad y mantenerse más fácilmente. De
contar es, por cierto, el rumbo que tomaron. Partieron todos el 25 de
julio a las órdenes del brigadier Don Gervasio Gasca, faldearon los
Pirineos, vadearon ríos, y aunque perseguidos por las guarniciones
francesas llegaron felizmente a Luesia el 5 de agosto. Allí les causó
Chlopicki alguna dispersión, pero juntándose de nuevo en Éibar, en
Navarra, dioles Mina guías, y cruzaron el Ebro el 12 de agosto. Gasca,
prosiguiendo su marcha, se incorporó al ejército de Valencia, sin que
le fuese posible al enemigo el estorbarlo. Los más de los soldados
y oficiales acompañaron a aquel jefe hasta su destino, excepto unos
cuantos que perecieron en el viaje y las peleas, y otros que tomaron
sabor a la vida de los partidarios; de hambre y fatiga murieron
bastantes caballos. Rodeo fue este y marcha de 186 leguas; prodigiosa,
imposible de realizarse en otra clase de guerra.
[Marginal: Suchet trata de atacar la montaña de Monserrat.]
Cebado Suchet con los favores que le dispensaba la suerte, quiso
proseguir la carrera de sus triunfos. En la distribución que Napoleón
había hecho de las operaciones de Cataluña, al paso que encargó a dicho
Suchet el sitio de Tarragona, dejó a la incumbencia de Macdonald,
conforme en su lugar apuntamos, la reconquista de Figueras y la
toma de Monserrat y plazas al norte. Pero absorbida la atención de
este mariscal en recuperar aquella primera e importante fortaleza,
circunvalábala asistido de la flor de sus tropas, y no le quedaba
fuerza suficiente con que atender a otros objetos. Suchet, ahora más
libre, se encargó de la toma de Monserrat. Para ello, después de
perseguir a Campoverde hasta Vic, no habiendo podido impedir el embarco
de los valencianos, dejó allí en observación de las reliquias del
ejército español bastantes fuerzas, y regresó a Reus el 20 de julio
decidido a verificar su intento. [Marginal: Es elevado a mariscal de
Francia.] En este pueblo se halló con pliegos en que se le noticiaba
haberle elevado el emperador a la dignidad de mariscal de Francia, y
en que también se le daba la orden de demoler las fortificaciones de
Tarragona, excepto un reducto, y la de tomar a Monserrat, debiendo en
seguida marchar sobre Valencia. Cumplíanse así con sobras los deseos de
Suchet: se veía altamente honrado, y encargábasele concluir la empresa
que él mismo meditaba.
Mercedes tales servían de espuela al celo ya fervoroso del nuevo
mariscal. Derribó en breve, según se le prevenía, las obras exteriores
de Tarragona, mas no el recinto de la ciudad ni el fuerte Real,
disposición que aprobaron en París. Dejó dentro al general Bertoletti,
con 2000 hombres, y tuvo el 24 de julio reunidas ya en las cercanías de
Monserrat sus principales fuerzas, [Marginal: Eroles en Monserrat.] así
como una columna procedente de Barcelona. Eroles mandaba allí y tenía a
sus órdenes 2500 a 3000 hombres, los más de ellos somatenes.
[Marginal: Descripción de este punto.]
Es Monserrat encumbrada montaña que, por su naturaleza singular y
religiosas fundaciones, se presenta como una de las curiosidades más
notables de España. A siete leguas de Barcelona, domina los caminos
y principales eminencias del riñón de Cataluña. Tiene 8 leguas de
circunferencia por la base, compuesta de rocas altísimas y escarpadas,
de ramblas y torrenteras que no dejan sino pocas y angostas entradas.
A la mitad de la subida y algo más arriba está asentado en un plano
estrecho un monasterio de benedictinos, vasto y sólido, bajo la
advocación de la Virgen. A partir de allí, pelada del todo la montaña,
forma en varios parajes hasta la cima picachos y peñoles, a manera
de las torrecillas de un edificio gótico, que algunos han comparado
a un juego de bolos. Para llegar desde el monasterio a lo alto se
camina obra de dos horas, y en aquel trecho se hallan trece ermitas
con sus oratorios, pegadas unas contra los lados de la peña viva,
puestas otras en las mismas puntas. Llegando a la última, que nombran
de San Jerónimo, se descubren las campiñas, los pueblos y los ríos,
las islas y la mar: vista que se espacia deleitosamente por el claro y
azulado cielo del Mediterráneo. En moradas tan nuevas, en otro tiempo
tranquilas, residían de ordinario solitarios desengañados del mundo y
únicamente entregados a la oración y vida contemplativa. De muy antiguo
siendo este uno de los lugares más afamados por la devoción de los
fieles, constantemente ardían en la iglesia del monasterio 80 lámparas
de muchos mecheros cada una, y en lo que llamaban tesoro de la Virgen
veíanse acumuladas ofrendas de siglos, a punto de ser innumerables
las alhajas de oro y plata y las piedras preciosas. Un solo vestido
de la imagen, dádiva de una duquesa de Cardona, tenía sobre exquisito
recamado más de 1200 diamantes, montados en forma de 12 estrellas. Bien
vino, para que no fuesen presa del invasor, que los prevenidos monjes
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