Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 06

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insurrección. El paisanaje dispersábase cuando le atacaban numerosas
fuerzas, y reconcentrábase cuando estas se disminuían, apellidando
guerra por valles y hondonadas con instrumentos pastoriles, o usando de
otras señales como de fogatas y cohetes. Inventaron los rondeños mil
ardides para hostigar a sus contrarios, y en Gaucín subieron cañones
hasta en los riscos más escarpados. Las mujeres continuaron mostrándose
no menos atrevidas que los hombres, y en vano tentó el enemigo domar
tal gente y tales breñas: desde principios de este año de 1811 hasta
agosto anduvo la lid empeñada, y entonces animola, como veremos más
adelante, la venida del general Ballesteros.
[Marginal: Murcia y Granada.]
No son muy de referir los acontecimientos que ocurrieron por el mismo
tiempo en el tercer ejército, que antes componía parte del que llamaron
del centro. Sucedió a Blake, cuando pasó a ser regente, el general
Freire, quien, en diciembre de 1810, tenía asentados sus reales en
Lorca y puesta su vanguardia en Albox, Huéscar y otros pueblos de los
contornos. Franceses y españoles registraban a menudo el campo, y en
febrero de 1811 quisieron los primeros internarse en Murcia, como para
hacer juego con los movimientos de Soult en Extremadura. Extendiéronse
hasta Lorca, ciudad que evacuó Freire, no llevando Sebastiani más allá
sus incursiones, acometido de una consunción peligrosa.
Retirados los franceses, tornaron los nuestros a sus anteriores puestos
y renovaron sus correrías y maniobras. Fue de las más notables la que
practicaron el 21 de marzo. Don José O’Donnell, jefe de estado mayor,
dirigiose con una división volante sobre Huércal Overa, y destacó a
Lubrín al conde del Montijo, asistido de ocho compañías. Los enemigos
allí alojados resistieron al conde, mas retirándose a poco, camino de
Úbeda, viéronse perseguidos y experimentaron una pérdida de 180 hombres
con algunos prisioneros.
Menguado cada día más el 4.º cuerpo francés, tuvo el general Sebastiani
que ordenar la reconcentración de sus fuerzas cerca de Baza,
aproximándolas por último a Guadix el 7 de mayo. De resultas, avanzó
Freire y colocó su vanguardia en la Venta del Baúl, destacando por su
derecha, camino de Úbeda y Baeza, a Don Ambrosio de la Cuadra, con una
división y las guerrillas de la comarca.
Este movimiento, hecho con dirección a parajes por donde pudieran
cortarse los comunicaciones de las Andalucías, alteró a los franceses
que acudieron aceleradamente de Jaén, Andújar y otras guarniciones
inmediatas para contener a Cuadra y atacarle. Trabose el primer
reencuentro el 15 de mayo en la misma ciudad de Úbeda. Tres veces
acometieron los enemigos y tres veces fueron rechazados, obligándolos a
huir la caballería española, que trató de cogerlos por la espalda. Los
franceses perdieron mucha gente, sirviéndoles de poco un regimiento de
juramentados, que a los primeros tiros se dispersó. Afligió sobremanera
a los nuestros la muerte del comandante del regimiento de Burgos, Don
Francisco Gómez de Barreda, oficial distinguido y de mucho esfuerzo.
También el 24 intentaron los enemigos desalojar a los españoles
de la Venta del Baúl, mandados estos por Don José Antonio Sanz.
Cargó intrépidamente el francés, mas no pudo conseguir su objeto,
impidiéndoselo un barranco que había de por medio y el acertado fuego
de nuestra artillería, que manejaba Don Vicente Chamizo. Se limitó de
consiguiente la refriega a un vivo cañoneo, que terminó por retirarse
los franceses a Guadix y a la cuesta de Diezma.
A poco pensó igualmente Freire en distraer por su izquierda al
enemigo, y a este propósito envió la vuelta de las Alpujarras, con dos
regimientos, al conde del Montijo. En tan fragosos montes causó este
algún desasosiego a la guarnición de Granada, y aproximándose a la
ciudad, llegó hasta el sitio conocido bajo el nombre del _Suspiro del
Moro_.
Estrechado Sebastiani, hubo ocasión en que pensó abandonar a Granada,
cuyas avenidas fortificó, no menos que el célebre palacio morisco de la
Alhambra. Aliviole en situación tan penosa la llegada de Drouet a las
Andalucías, habiendo entonces sido reforzado el 4.º cuerpo; socorro con
el que pudo este respirar más desahogadamente.
[Marginal: Pasa Sebastiani a Francia.]
Pero Sebastiani, al finar junio, pasó a Francia, ya por lo quebrantado
de su salud, o ya más bien por las quejas del mariscal Soult, ansioso
de regir sin obstáculo ni embarazo las Andalucías. El primero, durante
su mando, no dejó de esmerarse en conservar las antigüedades arábigas
de Granada, y en hermosear algo la ciudad; mas no compensaron, ni
con mucho, tales bienes los otros daños que causó, las derramas
exorbitantes que impuso, los actos crueles que cometió. Tuvo Sebastiani
por sucesor al general Leval.
[Marginal: Galicia y Asturias.]
En Galicia y Asturias, el otro punto extremo de los dos en que ahora
nos ocupamos, no anduvo en un principio la guerra mejor concertada que
en Granada y Murcia. Don Nicolás Mahy conservó el mando hasta entrado
el año de 1811, y ocupose, más que en la organización de su ejército,
en disputas y reyertas provinciales. El bondadoso y recto natural de
aquel jefe le inclinaba a la suavidad y justicia; pero desviábanle a
veces malos consejos o particulares afectos puestos en quien no los
merecía.
El ejército gallego permanecía casi siempre sobre el Bierzo y otros
puntos del reino de León, y fue de alguna importancia la sorpresa que,
en 22 de enero, hizo Don Ramón Romay acometiendo a la Bañeza, en donde
cogió a los enemigos varios prisioneros, efectos y caudales. De este
modo prosiguió por aquí la guerra durante los primeros meses del año.
En Asturias mandaba Don Francisco Javier Losada; pero subordinado
siempre a Mahy, general en jefe de las fuerzas del principado, como lo
era de las de Galicia. Tan pronto en aquella provincia se adelantaban
los nuestros, tan pronto se retiraban, ocupando las orillas del Nalón,
del Narcea o del Navia, según los movimientos del enemigo. Los choques
eran diarios, ya con el ejército, ya con partidas que revoloteaban por
los diversos puntos del principado. El más notable acaeció el 19 de
marzo de este año de 1811 en el Puelo, distante una legua de Cangas de
Tineo yendo camino de Oviedo, lugar situado en la cima de unos montes
cuyas faldas, por ambos lados, lamen dos diferentes ríos. Losada se
colocó en lo alto, que forma como una especie de cuña, y aguardó a los
contrarios que le atacaron a las órdenes del general Valletaux. Nuestra
fuerza consistía en unos 5000 hombres, inferior la de los franceses.
Estaban con el general Losada Don Pedro de la Bárcena y Don Juan Díaz
Porlier, sirviendo este de reserva con la caballería, y aquel con los
asturianos de vanguardia. Tiroteose algún tiempo, hasta que, herido
Bárcena en el talón, entró en los nuestros un terror pánico que causó
completa dispersión. Losada y el mismo Bárcena, aunque desfallecido,
hicieron inútiles esfuerzos para contener al soldado, y solo salvó a
los fugitivos y a los generales la serenidad de Porlier y sus jinetes,
que hicieron frente y reprimieron a los enemigos.
Tal contratiempo probaba más y más la necesidad en que se estaba
de refundir todas aquellas fuerzas y darles otra organización,
introduciendo la disciplina, que andaba muy decaída. En la primavera
de este año empezose a poner en obra tan urgente providencia. El
mando del 6.º ejército se había confiado a Castaños, al mismo tiempo
que conservaba el del 5.º; acumulación de cargos más aparente que
verdadera, y que solo tenía por objeto la unidad en los planes, caso de
una campaña general y combinada con los anglo-portugueses. Y así, quien
en realidad gobernó, aunque con el título de segundo de Castaños, fue
Don José María de Santocildes, sucesor de Mahy, teniendo por jefe de
estado mayor a Don Juan Moscoso. Ambas elecciones parecieron con razón
muy acertadas: Santocildes habíase acreditado en el sitio de Astorga,
logrando después escaparse de manos de los enemigos, y a Moscoso ya le
hemos visto brillar entre los oficiales distinguidos del ejército de la
izquierda. Se notaron luego los buenos efectos de estos nombramientos.
En el país agradaron a punto de que se esmeraron todos en favorecer
los intentos de dichos jefes, y hubo quien ofreció donativos de
consideración.
Distribuyose el ejército en nuevas divisiones y brigadas, y se mejoró
su estado visiblemente, siguiéndose en el arreglo mejor orden y severa
disciplina. La 1.ª división, al mando del general Losada, quedó en
Asturias, la 2.ª, al de Taboada, se apostó en las gargantas de Galicia
camino del Bierzo, y la 3.ª, bajo Don Francisco Cabrera, en la Puebla
de Sanabria. Permaneció una reserva en Lugo, punto céntrico de las
otras posiciones. En principios de junio marchó a Castilla todo el
ejército, excepto la división de Losada que se enderezó a Oviedo. Esta
maniobra, ejecutada a tiempo que el mariscal Marmont había partido
para Extremadura, produjo excelentes resultas. [Marginal: Evacuación
de Asturias.] Los enemigos, por un lado, evacuaron el principado
de Asturias, saliendo de su capital el 14 de junio, en donde se
restablecieron inmediatamente las autoridades legítimas. Por el otro,
destruyeron el 19 las fortificaciones de Astorga y se retiraron a
Benavente, entrando el 22 en aquella ciudad el general Santocildes
en medio de los mayores aplausos, como teatro que había sido de sus
primeras glorias.
[Marginal: Acción de Cogorderos.]
Colocose el ejército español a la derecha del Órbigo, en donde se le
juntó una de las brigadas de la división que se alojaba en Asturias.
Bonnet, después que abandonó esta provincia, quedose en León,
vigilándole en sus movimientos los españoles. Limitáronse al principio
unas y otras tropas a tiroteos, hasta que en la mañana del 23 el
general Valletaux, partiendo del Órbigo, atacó a la una del día a D.
Francisco Taboada, situado hacia Cogorderos, en unas lomas a la derecha
del río Tuerto. Sostúvose el general español no menos que cuatro
horas, en cuyo tiempo acudiendo en su socorro la brigada asturiana
a las órdenes de Don Federico Castañón, tomó este a los enemigos por
el flanco y los deshizo completamente. Pereció el general Valletaux y
considerable gente suya; cogimos bastantes prisioneros, entre ellos 11
oficiales, y se vio lo mucho que en poco tiempo se había adelantado en
la formación y arreglo de las tropas.
Tampoco se descuidó el de las guerrillas del distrito, habiéndose
facultado al coronel Don Pablo Mier para que compusiese con ellas una
legión, llamada de Castilla. Muchas se unieron, y otras por lo menos
obraron de acuerdo y más concertadamente.
Al entrar julio, hizo Santocildes un reconocimiento general sobre
el Órbigo; y rechazando al enemigo, mostraron cada vez más los
soldados del 6.º ejército su progreso en el uso de las armas y en las
evoluciones. Así se fue reuniendo una fuerza que con la de Asturias
rayaba en 16.000 hombres, llevando visos de aumentarse si los mismos
caudillos proseguían a la cabeza.
[Marginal: 7.º ejército. Porlier a su frente.]
Íbase a dar la mano con este ejército el 7.º, que comenzaba a formarse
en la Liébana, habiendo sentado en Potes su cuartel general Don Juan
Díaz Porlier, 2.º en el mando. Estaba elegido primer jefe Don Gabriel
de Mendizábal, quien retardó su viaje con lo acaecido en el Gévora
el 19 de febrero: desventura que le obligó, para rehabilitarse en el
concepto público, a pelear en la Albuera voluntariamente como soldado
raso en los puestos más arriesgados. Porlier, en consecuencia, se
halló solo al frente del nuevo ejército, cuyo núcleo lo componían el
cuerpo franco de dicho caudillo y las fuerzas de Cantabria, engrosadas
con quintos y partidas que sucesivamente se agregaban. Renovales
fue enviado hacia Bilbao para animar a las partidas y enregimentar
batallones sueltos: tocó hasta en la Rioja, y contribuyó a sembrar
zozobra e inquietud entre los enemigos.
Quisieron estos apoderarse del principal depósito del 7.º ejército, y
acometieron a Potes en fines de mayo. Los nuestros habían, por fortuna,
puesto al abrigo de una sorpresa sus acopios, y con eso desvanecieron
las esperanzas del general Roguet que, asistido de 2000 hombres, entró
en aquella villa, teniéndola en breve que desamparar a causa de la
vuelta repentina de Don Juan Díaz Porlier, que había reunido toda su
tropa, antes segregada.
[Marginal: Partidas de este distrito.]
Los invasores, por tanto, no disfrutaban aquí de mayor respiro que en
las demás partes; causándoles el 7.º naciente ejército y las guerrillas
que en el distrito lidiaban irreparables daños. Comprendíanse en este
las de Campillo, Longa, el Pastor, Tapia, Merino y la del mismo Mina,
aunque con especial permiso el último de obrar con independencia.
Comprendíanse también las otras de menos nombre que recorrían las
montañas de Santander, ambas márgenes del Ebro, hasta los confines
de Navarra, y carretera real de Burgos. No entraba en cuenta la de
Don José Durán, si bien en Soria; pues por su proximidad a Aragón se
agregó con la de Amor, como las demás de aquel reino, al 2.º ejército,
o sea de Valencia. No pudiendo el francés exterminar contrarios tan
porfiados y molestos, trató de espantarlos haciendo la guerra, al
comenzar este año de 1811, con mayor ferocidad que antes, y ahorcando y
fusilando a cuantos partidarios cogía.
[Marginal: Sorpresa de un convoy en Arlabán por Mina.]
Y estos, no hallando ya para ellos puerto alguno de salvación, en vez
de ceder, redoblaron sus esfuerzos, anegando, por decirlo así, con su
gente todos los caminos. Los mariscales, generales, y casi todos los
pasajeros, siendo enemigos, veíanse a cada paso asaltados con gran
menoscabo de sus intereses y riesgo de sus personas. Entre los casos
de esta clase más señalados entonces [todos no es posible relatarlos]
sobresale el de Arlabán; que así llaman a un puerto situado entre los
lindes de Álava y Guipúzcoa, por donde corre la calzada que va a Irún.
Don Francisco Espoz y Mina, sabedor de que el mariscal Massena caminaba
a Francia juntamente con un convoy, ideó sorprenderle; y marchando
a las calladas y de noche por desfiladeros y sendas extraviadas,
remaneció el 25 de mayo sobre el mencionado puerto. Casualmente
Massena, a gran dicha suya, retardó salir de Vitoria; mas no el convoy,
que prosiguió sin detención su ruta. Las 6 de la mañana serían cuando
Mina, emboscado con su gente, se puso en cuidadoso acecho. Constaba
el convoy de 150 coches y carros, y le escoltaban 1200 infantes y
caballos, encargados también de la custodia de 1042 prisioneros
ingleses y españoles. Dejó Mina pasar la tropa que hacía de vanguardia;
y atacando a los que venían detrás, trabose la refriega, y duró hasta
las 3, hora en que cesó, cayendo en poder de los españoles personas
y efectos. Más de 800 hombres perdieron los franceses, 40 oficiales,
cogiendo el mismo Mina al coronel Laffite. Parte del caudal y las
joyas se reservaron para la caja militar; lo demás lo repartieron los
vencedores entre sí. Se permitió a las mujeres continuar su camino a
Francia; y trató bien Mina a los prisioneros, a pesar de recientes
crueldades ejercidas contra los suyos por el enemigo. Se calculó el
botín en unos 4.000.000 de reales, ¡poderoso incentivo para acrecentar
las partidas!
[Marginal: Ejército francés del norte de España.]
Conociendo Napoleón cuanto retardaba tal linaje de pelea la sumisión de
España, había ya pensado desde principios de 1811 en dar nuevo impulso
a la persecución de los guerrilleros, poniendo en una sola mano la
dirección suprema de muchos de los gobiernos en que había dividido la
costa cantábrica, y las orillas del Ebro y Duero. Así por decreto de
15 de enero formó el ejército llamado del norte, de que ya hemos hecho
mención, y cuyo mando encomendó al mariscal Bessières, duque de Istria.
Extendíase a la Navarra, las tres provincias vascongadas, parte de
las de Castilla la Vieja, Asturias y reino de León; y llegó a constar
dicho ejército de más de 70.000 hombres. Nada sin embargo consiguió el
Emperador francés, pues Bessières no disipó en manera alguna el caos
que producía guerra tan aturbonada, y para los enemigos tan afanosa;
volviéndose a Francia en julio, con deseo de lidiar en campos de más
gloria, ya que no de menos peligros. Tuvo por sucesor en el mando al
conde Dorsenne.
[Marginal: Cataluña, Aragón y Valencia.]
Muy atrás nos queda Cataluña, y con ella Aragón y Valencia, provincias
cuyos acontecimientos caminaban hasta cierto punto unidos, y a las que
hacían guerra los cuerpos de Suchet y Macdonald, obrando de concierto
para sujetarlas. Cuando en esta parte suspendimos nuestra narración,
formalizaba Suchet el sitio de Tortosa y se cautelaba para que no
le inquietasen las tropas y guerrillas de las provincias aledañas,
ayudándole Macdonald, colocado en paraje propio a reprimir los
movimientos hostiles del ejército de Cataluña, que a la sazón regía
Don Miguel Iranzo. Reduplicó Suchet sus conatos al fenecer del año de
1810; y el bloqueo de aquella plaza, comenzado en julio y todavía no
completado, convirtiose el 15 de diciembre en perfecto acordonamiento.
[Marginal: Sitio de Tortosa.]
Asiéntase Tortosa a la izquierda del Ebro en el recuesto de un elevado
monte, a cuatro leguas del Mediterráneo. Su población, de 11 a 12.000
habitantes. Las fortificaciones irregulares, de orden inferior,
construidas en diversos tiempos, siguen en el torno que toman los altos
y caídas la desigualdad del terreno. Al sudeste e izquierda siempre del
río, se levantan los baluartes de San Pedro y San Juan, con una cortina
no terraplenada, que cubre la media luna del Temple. El recinto se
eleva después en paraje roqueño, amparado de otros tres baluartes, por
donde embistió la plaza el duque de Orleans en la guerra de sucesión,
y desde cuyo tiempo, considerado este punto como el más débil, se le
enrobusteció con un fuerte avanzado, que todavía llevaba el nombre
de aquel príncipe. Pasados dichos tres baluartes, precipítase la
muralla antigua por una barranquera abajo, aproximándose en seguida al
castillo, situado en un peñasco escarpado y unido con el Ebro por medio
de un frente sencillo. Otro recinto, que parte del último de los tres
indicados baluartes, se extiende por de fuera y, abrazando dentro de
sí al castillo, júntase luego cerca del río con el muro más interno.
Defienden los aproches de todo este frente tres obras exteriores;
llaman a la más lejana las Tenazas, sita en un alto enseñoreador de la
campiña. Comunica la ciudad con la derecha del Ebro, aquí muy profundo,
por un puente de barcas, cubierto a su cabeza con buena y acomodada
fortificación. Entre el río y una cordillera que se divisa a poniente,
dilátase vasta y deliciosa vega, poblada antes del sitio de muchas
caserías, y arbolada de olivares, moreras y algarrobos que regaban más
de 600 norias. Parte de tanta frondosidad y riqueza talose y se perdió
para despejar los alrededores de la plaza en favor de su mejor defensa.
Se hallan por el mismo lado el arrabal de Jesús y las Roquetas. Desde
mediados de julio gobernaba a Tortosa el conde de Alacha, que se señaló
el año de 1808 en la retirada de Tudela. Era su 2.º Don Isidoro de
Uriarte, coronel de Soria. Constaba la guarnición de 7179 hombres, y
el vecindario, en su conducta, no desmereció al principio de la que
mostraron otras ciudades de España en sus respectivos sitios.
Para cercar del todo la antes solo semibloqueada plaza, había Suchet
ordenado el 14 de diciembre que el general Abbé quedase en las
Roquetas, derecha del río; y que Habert, que antes mandaba en este
paraje, pasase a la izquierda y ocupase las alturas inmediatas a la
plaza, arrojando de allí a los españoles, lo cual acaeció el 15,
después de haber los nuestros defendido la posición con tenacidad. Los
enemigos echaron puentes volantes río arriba y río abajo de Tortosa,
con objeto de facilitar la comunicación de ambas orillas.
Resolvieron también los mismos verificar su principal ataque por el
baluarte, o más bien semibaluarte, de San Pedro, teniendo para ello
primero que apoderarse de las eminencias situadas delante del fuerte
de Orleans, las cuales enfilaban el terreno bajo. En su cima había
Uriarte empezado a trazar un reducto, obra que Alacha, mal aconsejado,
decidió no se llevase a cumplido efecto. Los franceses, por tanto,
se enseñorearon fácilmente de aquellas cumbres, y abrieron el 19
la trinchera contra el fuerte de Orleans, ataque auxiliador del ya
indicado como principal.
Dieron también comienzo a este último en la noche del 20, y para no
ser sentidos, favorecioles el tiempo ventoso y de borrasca. Rompieron
la trinchera partiendo del río, y prolongáronla hasta el pie de las
alturas fronteras al fuerte de Orleans, distando solo de la plaza la
primera paralela 85 toesas. El general Rogniat dirigía los trabajos de
los ingenieros enemigos; mandaba su artillería el general Valée.
A la propia sazón reforzó a Suchet una división del ejército francés
de Cataluña a las órdenes del general Frère, en la que se incluía
la brigada napolitana del mando de Palombini. Envió Macdonald este
socorro el 18 en ocasión que, escaso de víveres y temeroso de alejarse
demasiado, volvía atrás de una correría que había emprendido hasta
Perelló. Colocó Suchet la división recién llegada en el camino de
Amposta.
Iba este adelante en los trabajos del asedio, y ponía su conato en el
ataque del baluarte de San Pedro, que era, según hemos dicho, el más
principal, sin descuidar el de su derecha, aunque falso, contra el
frente de Orleans, como tampoco otro de la misma naturaleza que empezó
a su izquierda a la otra parte del río, destinado a encerrar a los
sitiados en sus obras.
En los días 23 y 24 hicieron los últimos algunas salidas; mas el
25 terminó el enemigo la segunda paralela, lejana solo por el lado
siniestro 33 toesas del baluarte de San Pedro, distando por el otro
del recinto unas 50, recogida allí en curva a causa de los fuegos
dominantes del fuerte de Orleans. Hicieron de resultas los españoles,
la noche del 25 al 26, dos salidas, una a las 11 y otra a la 1. En
vela los enemigos, rechazaron a los nuestros, si bien después de haber
recibido algún daño.
No abatidos por eso los cercados, repitieron nueva tentativa en la
noche del 26 al 27, en la que igualmente fueron repelidos, situándose
entonces los franceses en la plaza de armas del camino cubierto,
enfrente del baluarte de San Pedro. Semejantes reencuentros y los
fuegos de la plaza retardaban algo los trabajos del sitiador, y le
mataban mucha gente con no pocos oficiales distinguidos.
Firmes todavía los españoles, efectuaron nueva salida en la tarde del
28, de mayor importancia que las anteriores. Para ello desembocaron
unos por la puerta del Rastro para atacar la derecha de los enemigos, y
otros se encaminaron rectamente al centro de la trinchera, protegiendo
el movimiento los fuegos de la plaza y los del fuerte de Orleans;
acometieron con intrepidez, desalojaron a los franceses de la plaza de
armas que habían ocupado, y los acorralaron contra la segunda paralela.
Parte de las obras fueron arruinadas, y por ambos lados se derramó
mucha sangre. Al cabo se retiraron los nuestros, acudiendo gran golpe
de contrarios, pero conservaron hasta la noche inmediata la plaza de
armas, recobrada a la salida.
Puede decirse que este fue el último y más señalado esfuerzo que
hicieron los cercados. En lo sucesivo se procedió flojamente. Alacha,
herido ya desde antes en un muslo y aquejado de la gota, mostró gran
flaqueza; y aunque es cierto que había entregado el mando a su 2.º,
habíale solo entregado a medias, con lo que se empeoró más bien que
favoreció la defensa, desmandando a veces uno lo que otro ordenaba, e
inutilizándose así cualesquiera disposiciones. La población, con tal
ejemplo, amilanose también y no coadyuvó poco al caimiento de ánimo
de algunos soldados y a la confusión: manejos secretos del enemigo
tuvieron en ello parte, como asimismo personas de condición dudosa que
rodeaban al abatido Alacha.
Construidas entre tanto y acabadas las baterías enemigas, rompieron el
fuego al amanecer del 29. Diez en número, tres de ellas dirigieron sus
tiros contra el fuerte de Orleans y las obras de la plaza colocadas
detrás, cuatro contra la ciudad y baluarte de San Pedro, las tres
restantes, a la derecha del río, apoyaban este ataque y batían además
el puente y toda la ribera.
En breve los fuegos del baluarte de San Pedro, los de la media luna
del Temple y los de casi todo aquel frente fueron acallados, y se
abrió brecha en la cortina. Ya anteriormente se hallaban las obras en
mal estado, y solo el estremecimiento de la propia artillería hundía
o resquebrajaba los parapetos. La caída de las bombas produjo en el
vecindario conturbación grande, aumentada por el descuido que había
habido en tomar medidas de precaución. En balde se esforzaron varios
oficiales en reparar parte del estrago, y en ofrecer al sitiador nuevos
obstáculos.
Quedaron el 31 apagados del todo los fuegos del frente atacado;
ocuparon los franceses, a la derecha del río, la cabeza del puente
abandonada por los españoles, añadieron nuevas baterías, y haciéndose
cada vez más practicable la brecha de la cortina junto al flanco del
baluarte de San Pedro, acercábase al parecer el momento del asalto.
Mal dispuestos se hallaban en la plaza para rechazarle, los vecinos
consternados, el soldado casi sin guía: Alacha, metido en el castillo,
no resolvía cosa alguna, mas lo empantanaba todo. Uriarte, viéndose
falto de arrimo en el mayor apuro, y hombre de no grande expediente,
juntó a los jefes para que decidiesen en tan estrecho caso. Los más
opinaron por pedir una tregua de 20 días, y por entregarse al cabo de
ellos, si en el intervalo no se recibía auxilio. Disimulado modo de
votar en favor de la rendición, pues claro era que no convendría el
francés en cláusula tan extraña. Otros, si bien los menos, querían que
se defendiese la brecha.
Prevaleció, como era natural, y no más honroso, el parecer de la
mayoría al que daba gran peso el desaliento de los vecinos, de tanto
influjo en esta clase de guerra. Por consiguiente, el 1.º de enero
enarboló el castillo, constante albergue de Alacha, bandera blanca; y
advirtió este a Uriarte que enviaba al coronel de ingenieros Veyán al
campo enemigo a proponer la tregua que se deseaba. Salió en efecto el
último con el encargo, y recibió de Suchet la consiguiente repulsa. Sin
embargo, el general francés envió al mismo tiempo dentro de la plaza
al oficial superior Saint-Cyr Nugues, facultado para estipular una
capitulación más apropiada a sus miras.
Abocose primero el parlamentario con Uriarte, quien insistió en
la anterior propuesta. Lo mismo hizo luego Alacha, añadiendo las
siguientes palabras: «El deseo de que no se vertiese más sangre del
vecindario me había inclinado a la tregua; no concedida esta, nos
defenderemos.» Pero replicándole el francés «que conocía el estado
de la plaza, y que la resistencia no sería larga», cambió Alacha
inmediatamente de parecer, y propuso venir a partido con tal que se
diese por libre a la guarnición. Veleidad incomprensible y digna del
mayor vituperio. Rehusó Saint-Cyr entrar en ningún acomodamiento de
aquella clase, cierto de que en breve pisaría el ejército francés el
suelo de Tortosa. Varios esforzados jefes allí presentes quedaron
yertos y atónitos al ver la mudanza repentina del gobernador: y se
sospecha que, desde entonces, allegados de este pactaron la entrega de
la plaza en secreto, medrosos del soldado, que se mostraba asombradizo
y ceñudo.
Los franceses, sin omitir las malas artes, continuaron con ahínco en
sus trabajos para asegurar de todos modos su triunfo, y establecieron
en la noche del 1 al 2 de enero una nueva batería, distante solo 10
toesas de una de las caras del baluarte de San Pedro. En 7 horas de
tiempo abrieron con los nuevos fuegos dos brechas, sin contar la
aportillada primeramente en la cortina; y por último, todo se apercibía
para dar el asalto.
Uriarte, en aquel aprieto, y no tomadas de antemano medidas que
bastasen a repeler al enemigo, quiso que la ciudad capitulase y
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