Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (4 de 5) - 08

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arcos, o sea acueducto, se metieron también dentro, y con los que
llegaron en breve compusieron unos 2600 hombres para guardar el
castillo. Los franceses de la villa nada supieron hasta por la mañana,
y no pudiendo remediar el mal, quedoles solo el duelo. De Martorell
había el 9 partido Eroles para apoyar la sorpresa. [Marginal: Ocupa
a Olot y Castelfullit.] Diose el jefe español en su marcha tan
buena diligencia que el 12 se posesionó de los fuertes que ocupaban
los franceses en Olot y Castelfullit; les cogió 548 prisioneros, y
reforzado, se dirigió en seguida a Lladó y penetró el 16 en Figueras,
aniquilando al paso en la sierra de Puigventós un regimiento enemigo.
[Marginal: Estado crítico de los franceses.]
Con la toma repentina de aquel castillo estremeciose Cataluña de
alborozo y júbilo, figurándose que despuntaba ya la aurora de su
libertad. Crítica por cierto era la situación de los franceses; Rosas
mal provisto, Gerona y Hostalrich rodeados de bandas y somatenes,
notable la deserción y no poco el espanto del soldado enemigo con la
venganza del catalán, casi bravío después de la quema de Manresa.
Regía aquellas partes como antes el general francés Baraguey
d’Hilliers, y no sobrándole gente en tal aprieto, abandonó varios
puestos y algunos de consideración, así en lo interior como en la
costa, señaladamente Palamós y Bañolas; llamó a sí al general Quesnel,
próximo a sitiar la Seu de Urgel, y reconcentrando cuanto pudo sus
fuerzas, apellidó a guerra hasta la guardia nacional francesa de la
frontera, que esquivó entrar en España.
Grandes ventajas hubiera Campoverde podido sacar del entusiasmo de
los nuestros, y del azoramiento y momentáneo apuro de los contrarios.
Llegó la noticia de lo de Figueras a Macdonald, y conmoviole tanto que
escribió a Suchet en 16 de abril desde Barcelona: «Que el servicio
del emperador imperiosamente y sin dilación exigía los más prontos
socorros, pues de otro modo estaba perdida la Cataluña superior... y
que le enviase todas las tropas pertenecientes poco antes al 7.º cuerpo
francés, y que acababan de agregarse al de Aragón.»
[Marginal: Va también Campoverde a Figueras.]
Fuese descuido en Campoverde o carencia de recursos, no se aprovechó
cual pudiera de acontecimiento tan feliz, obrando con lentitud. Supo
el 12 de abril la toma de Figueras y no partió de Tarragona hasta el
20. Con mayor celeridad, probable era que hubiese impedido a Baraguey
d’Hilliers la reconcentración de parte de sus fuerzas, dado impulso y
mejor arreglo al levantamiento de los pueblos, y obligado a Suchet a
venir hacia allí y diferir el sitio de Tarragona.
[Marginal: No consigue sino en parte socorrer el castillo.]
Campoverde llegó el 27 a Vic. Le acompañaban 800 caballos y 2000
infantes que sacó de aquella plaza con 3000 hombres de la división de
Sarsfield. Más de 4000 hombres de tropa reglada y somatenes guarnecían
ya a Figueras, falta todavía de artilleros y de ciertos renglones de
primera necesidad. Estaba circunvalada la plaza por 9000 bayonetas y
600 caballos enemigos, número que competía con el de los españoles y
era superior en disciplina, si bien con la desventaja de dilatarse por
un amplio espacio en rededor de la fortaleza, cortado el terreno al
oeste con quebradas y estribos de montes.
En la noche del 2 al 3 de mayo se aproximó Campoverde, y al amanecer
del 3 atacó por el camino real para meter el socorro dentro de
Figueras. Sarsfield iba a la cabeza y rodeó la villa situada al pie
de la altura en donde se levanta la fortaleza, rechazando a los
jinetes enemigos que quisieron oponérsele. Al mismo tiempo Rovira,
que anteriormente había salido del castillo, unido con otro jefe de
nombre Amat, y mandando juntos unos 2000 hombres, llamaban la atención
del enemigo por Lladó y Llers. Eroles, todavía dentro, trataba por su
parte de ponerse en comunicación con Sarsfield haciendo pronta salida,
y ya se miraba como asegurada la entrada del socorro sin pérdida
ni descalabro alguno. Mas de repente los enemigos, que estaban muy
apurados en la villa, se dirigieron al coronel de Alcántara Pierrard,
emigrado francés, que desembocaba del castillo para ejecutar de aquel
lado, y conforme a las órdenes de Eroles, la operación concertada, y
le propusieron capitular. Engañado el coronel, anunció la propuesta a
Campoverde que también cayó en el lazo, y suspendiendo este el ataque
autorizó a dicho Pierrard para que concluyese el convenio pedido.
No era la demanda del enemigo sino un ardid de guerra. Cierto ahora
del punto por donde se le acometía, quería dar largas para traer de la
otra parte un refuerzo, como lo hizo, y seis cañones. El fuego de estos
desengañó a Campoverde, atacando Sarsfield inmediatamente la villa
de Figueras, lo mismo Eroles viniendo del castillo. Ya se hallaba el
primero en las calles cuando le flanquearon por la derecha 4000 hombres
que salieron de un olivar. Tuvo entonces que retirarse, y a dos de
seis batallones dispersáronlos los dragones franceses. Campoverde, sin
embargo, consiguió meter dentro de la fortaleza 1500 hombres escogidos
y algunos renglones, pero no todo lo que deseaba, y a costa de perder
varios efectos y 1100 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.
Con menos confianza y más decisión hubiera evitado tal menoscabo, y
conseguido la completa introducción del socorro. A los franceses, que
perdieron 700 hombres, les era quizá permitida, según leyes de la
guerra, la treta que imaginaron: tocaba a Campoverde vivir sobre aviso.
La escuadra inglesa y algunos buques españoles recorrieron al propio
tiempo la costa; tomaron y destruyeron barcos, arruinaron muchas
baterías de la marina, malográndoseles una tentativa contra Rosas que
se lisonjearon de tomar por sorpresa.
[Marginal: Vacilación de Suchet.]
Faltaba ahora ver como Suchet obraría después de la pérdida tan grande
para ellos de Figueras, y si arreglaría su plan a los deseos arriba
indicados de Macdonald, o si se conformaría con las primeras órdenes
del emperador que no previendo el caso había determinado se sitiase a
Tarragona. Dudoso estuvo Suchet al principio; hasta que pesadas las
razones por ambos lados, resolvió no apartarse de lo que de París se
le tenía prevenido. Pensaba que Figueras acordonado se rendiría al
fin, y que urgía e importaba sobremanera posesionarse de Tarragona,
punto marítimo y base principal de las operaciones de los españoles
en Cataluña. Las resultas probaron no era falso el cálculo, y menos
descaminado: bien que para el acierto entró en cuenta el propio
interés. En recuperar a Figueras ganaba solo Macdonald: acrecíase la
gloria de Suchet con la toma de Tarragona. Así el primero tuvo que
limitarse a sus únicas y escatimadas fuerzas para acudir a recobrar
lo perdido, y el segundo se ocupó exclusivamente en adquirir, sin
participación de otro, nuevos triunfos y preeminencias.
[Marginal: Medidas de precaución que toma en Aragón.]
Antes de saber la sorpresa de Figueras, y luego que recibió la orden
de Napoleón, preparose Suchet para el sitio de Tarragona, cuidando
de dejar en Aragón y en las avenidas principales, tropa que en el
intermedio mantuviese tranquilo aquel reino. Más de 40.000 combatientes
juntaba Suchet con los 17.000 que se le agregaron de Macdonald.
Tres batallones, un cuerpo de dragones y la gendarmería ocupaban la
izquierda del Ebro; a Jaca y Benasque guardábanlos 1500 infantes,
y había puntos fortificados que asegurasen las comunicaciones con
Francia. El general Compère mandaba en Zaragoza, puesta en estado de
defensa y guarnecida por cerca de 2000 infantes y dos escuadrones,
extendiéndose la jurisdicción de este general a Borja, Tarazona
y Calatayud, en cuya postrera ciudad fortificaron los enemigos y
abastecieron el convento de la Merced, resguardados por dos batallones
que gobernaba el general Ferrier. Cubría a Daroca y parte del señorío
de Molina, fortalecido su castillo, el general Paris, teniendo a sus
órdenes 4 batallones, 300 húsares y alguna artillería. En Teruel se
alojaba el general Abbé con más de 3000 infantes, 300 coraceros y dos
piezas; y se colocaron en los castillos de Morella y Alcañiz, 1400
hombres, así como 1200 de los polacos en Batea, Caspe y Mequinenza,
favoreciendo estos últimos los transportes del Ebro. Excusamos repetir
lo ya dicho arriba de las tropas dejadas en Tortosa y su comarca hasta
la Rápita, embocadero de aquel río. Quedó además Chlopicki con 4
batallones y 200 húsares en el confín de Navarra, infundiendo siempre
gran recelo al enemigo las excursiones de Espoz y Mina. Detenémonos
a dar esta razón circunstanciada de las medidas preventivas que tomó
Suchet, para que de ella se colija cuál era el estado de Aragón al
cabo de tres años de guerra; de Aragón, de cuya quietud y sosiego
blasonaba el francés. No hubiera sido extraño que hubiesen permanecido
inmobles aquellos habitadores relazados así con castillos y puestos
fortificados. Sin embargo, a cada paso daban señales de no estar
apagada en sus pechos la llama sagrada que tan pura y brillante había
por dos veces relumbrado en la inmortal Zaragoza.
[Marginal: Resuélvese a sitiar a Tarragona.]
En fin, Suchet, tomadas estas y otras precauciones, y aseguradas
las espaldas del lado de Aragón y Lérida, adelantose el 2 de mayo
a formalizar el sitio de que estaba encargado, almacenando en Reus
provisiones de boca y guerra en abundancia, y acompañado de unos 20.000
hombres.
[Marginal: Principia el cerco.]
Forma Tarragona en su conjunto un paralelogramo rectángulo, situada
la ciudad principal en un collado alto, cuyas raíces por oriente y
mediodía baña el Mediterráneo. A poniente y en lo bajo está el arrabal,
adonde lleva una cuesta nada agria, corriendo por allí el río Francolí,
que fenece en la mar y se cruza por una puente de seis ojos sobrado
angosta. Cabecera de la España citerior y célebre colonia romana,
conserva aún Tarragona muchas antigüedades y reliquias de su pasada
grandeza. No la pueblan sino 11.000 habitantes. La circuye un muro del
tiempo ya de los romanos, cuyo lado occidental, destruido en la guerra
de sucesión, se reemplazó después con un terraplén de 8 a 10 pies de
ancho y cuatro baluartes, que se llaman, empezando a contar por el mar,
de Cervantes, Jesús, San Juan y San Pablo. Por esta parte, que es la
de más fácil acceso, y para cercar el arrabal, habíase construido otra
línea de fortificaciones que partía del último de los cuatro citados
baluartes, y se terminaba en las inmediaciones del fuerte de Francolí,
sito al desaguadero de este río: varios otros baluartes cubrían dicha
línea, y dos lunetas, de las que una nombrada del Príncipe, como
también la batería de San José y dos cortaduras, amparaban la marina
y la comunicación con el ya mencionado castillo de Francolí. En lo
interior de este segundo recinto y detrás del baluarte de Orleans,
colocado en el ángulo hacia la campiña, se hallaba el fuerte Real,
cuadro abaluartado. Había otras obras en los demás puntos, si bien por
aquí defienden principalmente la ciudad las escarpaduras de su propio
asiento. Eran también de notar el fuerte de Lorito o Loreto, y en
especial el del Olivo al norte, distante 400 toesas de la plaza sobre
una eminencia. Tenía el último hechura de un hornabeque irregular con
fosos por su frente y camino cubierto, aunque no acabado; en la parte
interna y superior había un reducto con un caballero en medio y dos
puertas o rastrillos del lado de la gola, la cual, escasa de defensas,
protegían la aspereza del terreno y los fuegos de la plaza.
Necesitaba Tarragona, para ser bien defendida, que la guarneciesen
14.000 hombres, y solo tenía al principio del sitio 6000 infantes y
1200 milicianos, en cuyo tiempo la gobernaba Don Juan Caro, sucediendo
a este, en fines de mayo, Don Juan Senén de Contreras. Era comandante
general de ingenieros Don Carlos Cabrer, y de artillería Don Cayetano
Saqueti.
Trataron los enemigos el 4 de mayo de embestir del todo la plaza.
El general Harispe, acompañado del de ingenieros Rogniat, pasó el
Francolí y caminó hacia el Olivo. Ofreciéronle los puestos españoles
gran resistencia, y perdió la brigada del general Salme cerca de 200
hombres. Al mismo tiempo la de Palombini, que con la otra componía la
división de Harispe, se prolongó por la izquierda y se apoderó del
Lorito y del reducto vecino llamado del Ermitaño, abandonados ambos
antes por los españoles como embarazosos. Colocó Harispe, además,
tropas de respeto en el camino de Barcelona, próximo a la costa. Del
lado opuesto y a la derecha de este general, se colocó Frère y su
división, y en seguida Habert con la suya, frontero al puente del
Francolí y apoyado en la mar, completándose así el acordonamiento.
El 5 hicieron los españoles cuatro salidas en que incomodaron al
enemigo, y empezó la escuadra inglesa a tomar parte en la defensa.
Constaba aquella de tres navíos y dos fragatas, a las órdenes del
comodoro Codrington, que montaba el Blake, de 74 cañones.
Precaviéronse los franceses como para sitio largo, y en Reus, su
principal almacenamiento, atrincheraron varios puestos y fortalecieron
algunos conventos y grandes edificios, temerosos de los miqueletes y
somatenes que no cesaban de amagarlos e incomodar sus convoyes.
Así fue que, el 6 de mayo, un cuerpo de aquellos acometió a Montblanch,
punto tan importante para la comunicación entre Tarragona y Lérida,
e intentó prender fuego al convento de la Virgen de la Sierra, que
guardaba un destacamento francés. Emplearon los miqueletes al efecto,
aunque sin fruto, la estratagema de cubrirse con unas tablas acolchadas
para poder arrimarse a las puertas, imitando en ello el _testudo_ de
los antiguos. Los franceses de resultas reforzaron aquel punto.
Continuando los enemigos sus preparativos de ataque contra Tarragona,
cortaron el acueducto moderno que surtía de agua a la ciudad, y que
empezó a restablecer en 1782, aprovechándose de los restos del famoso
y antiguo de los romanos, el digno arzobispo Don Joaquín de Santiyán
y Valdivieso. No causó a Tarragona aquel corte privación notable,
provista de aljibes y de un profundísimo pozo de agua no muy buena,
pero potable y manantial. Más dañó al francés: los somatenes, sabiendo
lo acaecido, hicieron cortaduras más arriba, y como aquellas aguas,
necesarias por el abasto del sitiador, venían de Pont de Armentera
junto al monasterio de Santas Cruces seis leguas distante, tuvo Suchet
que emplear tropas para reparar el estrago, y vigilar de continuo el
terreno.
Decidieron los franceses acometer a Tarragona por el Francolí, del
lado del arrabal, ofreciéndoles los otros frentes mayores obstáculos
naturales. Requeríase, sin embargo, en el que escogieron, comenzar por
despejar la costa de las fuerzas de mar, con cuya mira trazaron allí el
8 y al cabo remataron, a pesar del fuego vivo de la escuadra inglesa,
un reducto, sostenido después por nuevas baterías construidas cerca del
embocadero del Francolí.
[Marginal: Llega Campoverde a Tarragona.]
En lo interior de la plaza reinaba ánimo ensalzado, que se afirmó
con la llegada el 10 del marqués de Campoverde, quien, noticioso de
los intentos del enemigo, se había dado priesa a correr en auxilio
de Tarragona. Vino por mar, procedente de Mataró, con 2000 hombres,
habiendo dejado fuera la tropa restante bajo Don Pedro Sarsfield, con
orden de incomodar a Suchet en sus comunicaciones.
Tenía el enemigo para asegurar su ataque contra el recinto que tomar
primero el fuerte del Olivo, empresa no fácil. Le incomodaban mucho de
este lado las incesantes acometidas de los españoles; por lo que, para
reprimirlas y adelantar en el cerco, embistió en la noche del 13 al 14
unos parapetos avanzados que amparaban dicho fuerte. Los defendió largo
tiempo Don Tadeo Aldea, y solo se replegó oprimido del número. En el
Olivo, muy animosos los que le custodiaban, respondieron a cañonazos a
la proposición que de rendirse les hizo el francés; y pensando Aldea
en recobrar los parapetos perdidos, avanzó de nuevo y poco después en
tres columnas. Los contrarios, que conocían la importancia de aquellas
obras, habíanlas sin dilación acomodado en provecho suyo, y en términos
de frustrar cualquiera tentativa. Acometieron sin embargo los nuestros
con el mayor arrojo, y hubo oficiales que perecieron plantando sus
banderas dentro de los mismos parapetos.
Por de fuera molestaban los somatenes el campo enemigo, y también se
verificó el 14 un reconocimiento orilla de la mar, a las órdenes de Don
José San Juan, protegido por la escuadra. Se encerraron los franceses
en el reducto que habían construido, y apresurose a auxiliarlos el
general Habert.
El mismo Don José San Juan destruyó el 18 parte de las obras que
construía el sitiador a la derecha del Francolí, poniéndole en
vergonzosa fuga y causándole una pérdida de más de 200 hombres.
Señalose este día una mujer de la plebe conocida bajo el nombre de _la
Calesera de la Rambla_. Multiplicáronse las salidas con más o menos
fruto, pero con daño siempre del sitiador.
No descuidó Don Pedro Sarsfield desempeñar el encargo que se le había
encomendado de llamar a sí y atraer lejos de la plaza al enemigo.
El 20 se colocó en Alcover, y tuvieron los franceses que acudir con
bastante fuerza para alejarle, costándoles gente su propósito. Tres
días después, incansable Sarsfield se enderezó a Montblanch y puso en
aprieto al jefe de batallón Année, que allí mandaba; y si bien se libró
este, socorrido a tiempo, viose Suchet en la necesidad de abandonar
aquel punto, a cada paso acometido.
[Marginal: Atacan y toman los franceses con dificultad el fuerte del
Olivo.]
Ahora fijose el francés en tomar el fuerte del Olivo, y con tal intento
abrió la trinchera a la izquierda de los parapetos que poco antes había
ganado, dirigiéndose a un terromontero distante 60 toesas de aquel
castillo. Adelantó en su trabajo dificultosamente por encontrar con
peña viva. Al fin terminó el 27 cuatro baterías, que no pudo armar
hasta el 28, teniendo los soldados que tirar de los cañones a causa de
lo escabroso de la subida. Cada paso costaba al sitiador mucha sangre;
y en aquella mañana la guarnición del fuerte, haciendo una salida de
las más esforzadas, atropelló a sus contrarios y los desbarató. Para
infundir aliento en los que cejaban, tuvo el general francés Salme que
ponerse a la cabeza, y víctima de su valerosa arrogancia, al decir
_adelante_, cayó muerto de un metrallazo en la sien.
Vueltos en sí los franceses a favor de auxilios que recibieron,
comenzaron el fuego contra el Olivo el mismo día 28. Aniquilábalos la
metralla española hasta que se disminuyó su estrago con el desmontar
de algunas piezas, y la destrucción de los parapetos. En el ángulo de
la derecha del fuerte aportillaron los enemigos brecha sin que por eso
arriesgasen ir al asalto. Los contenía la impetuosidad y el coraje que
desplegaba la guarnición.
A lo último, desencabalgadas el 29 todas las piezas y arruinadas
nuestras baterías, determinaron los sitiadores apoderarse del fuerte,
amagando al mismo tiempo los demás puntos. La plaza y las obras
exteriores respondieron con tremendo cañoneo al del campo contrario,
apareciendo el asiento en que a manera de anfiteatro descansa Tarragona
como inflamado con las bombas y granadas, con las balas y los frascos
de fuego. Tampoco la escuadra se mantuvo ociosa, y arrojando cohetes
y mortíferas luminarias, añadió horrores y grandeza al nocturnal
estrepitoso combate.
Precedido el enemigo de tiradores, acorrió por la noche al asalto
distribuido en dos columnas: una destinada a la brecha, otra a rodear
el fuerte y a entrarle por la gola.
Tuvo en un principio la primera mala ventura. No estaba todavía la
brecha muy practicable, y resultando cortas las escalas que se
aplicaron, necesario fue para alcanzar a lo alto que trepasen los
soldados enemigos por encima de los hombros de un camarada suyo que
atrevidamente y de voluntad se ofreció a tan peligroso servicio.
Burláronse los españoles de la invención, y repeliendo a unos, matando
a otros y rompiendo las escalas, escarmentaron tamaña osadía. En aquel
apuro favorecieron al francés dos incidentes. Fue uno haber descubierto
de antemano el italiano Vacani, ingeniero y autor diligente de estas
campañas, que por los caños del acueducto que antes surtían de agua al
fuerte y conservaron malamente los españoles, era fácil encaramarse y
penetrar dentro. Ejecutáronlo así los enemigos, y se extendieron lo
largo de la muralla antes que los nuestros pudiesen caer en ello.
No aprovechó menos a los contrarios el otro incidente, aún más casual.
Mudábase cada ocho días la guarnición del Olivo; y pasando aquella
noche el regimiento de Almería a relevar al de Iliberia, tropezó con
la columna francesa que se dirigía a embestir la gola. Sobresaltados
los nuestros y aturdidos del impensado encuentro, pudieron varios
soldados enemigos meterse en el fuerte revueltos con los españoles;
y favorecidos de semejante acaso, de la confusión y tinieblas de la
noche, rompieron luego a hachazos junto con los de afuera una de las
dos puertas arriba mencionadas, y unidos unos y otros, dentro ya todos,
apretaron de cerca a los españoles y los dejaron, por decirlo así,
sin respiro, mayormente acudiendo a la propia sazón los que habían
subido por el acueducto, y estrechaban por su parte y acorralaban
a los sitiados. Sin embargo, estos se sostuvieron con firmeza, en
especial a la izquierda del fuerte y en el caballero, y vendieron cara
la victoria disputando a palmos el terreno y lidiando como leones,
según la expresión del mismo Suchet.[*] [Marginal: (* Ap. n. 15-2.)]
Cedieron solo a la sorpresa y a la muchedumbre, llegando de golpe con
gente el general Harispe, el cual estuvo a pique de ser aplastado por
una bomba que cayó casi a sus pies. Perecieron de los franceses 500,
entre ellos muchos oficiales distinguidos. Perdimos nosotros 1100
hombres: los demás se descolgaron por el muro y entraron en Tarragona.
Rindiose Don José María Gámez, gobernador del fuerte; pero traspasado
de diez heridas, como soldado de pecho. Infiérase de aquí cuál hubiera
sido la resistencia sin el descuido de los caños, y el fatal encuentro
del relevo. Ciega iracundia, no valor verdadero, guiaba en la lucha a
los militares de ambos bandos. Dícese que el enemigo escribió en el
muro con sangre española: «vengada queda la muerte del general Salme»,
inscripción de atroz tinta, no disculpable ni con el ardor que aún
vibra tras sañuda pelea.
En la misma noche providenciaron los franceses lo necesario a la
seguridad de su conquista, y por tanto inútil fue la tentativa que
para recobrarle practicó al día siguiente Don Edmundo O’Ronani en cuya
empresa se señaló de un modo honroso el sargento Domingo López.
Mucho desalentó la pérdida del Olivo, sin que bastasen a dar consuelo
1600 infantes y 100 artilleros poco antes llegados de Valencia, y unos
400 hombres que por entonces vinieron también de Mallorca. Habíase
pregonado como inexpugnable aquel fuerte, y su toma por el enemigo
frustró esperanzas sobrado halagüeñas.
[Marginal: Sale Campoverde de la plaza. Se encarga el mando de ella a
D. Juan Senén de Contreras.]
Juntó en su apuro el marqués de Campoverde un consejo de guerra, en
cuyo seno se decidió que dicho general saliese de Tarragona, como
lo verificó el 31 de mayo. Antes de su partida encargó la plaza a
Don Juan Senén de Contreras, enviando en comisión a Valencia en
busca de auxilios a Don Juan Caro. Contreras acababa de llegar de
Cádiz, y siendo el general más antiguo no pudo eximirse de carga tan
pesada. Parécenos injusto que, perdido el Olivo y a mitad del sitio,
se impusiese a un nuevo jefe responsabilidad que más bien tocaba al
que desde un principio había gobernado la plaza. Hasta el mismo Caro
debiera en ello haberse mirado como ofendido. No obstante nadie se
opuso, y todos se mostraron conformes. Incumbió a Don Pedro Sarsfield
la defensa del arrabal de Tarragona y de su marina, encargándose el
barón de Eroles, que había salido de Figueras, de la dirección de las
tropas que antes capitaneaba aquel del lado de Montblanch. Campoverde,
fuera ya de la plaza, situó en Igualada sus reales el 3 de junio.
Salieron también de la ciudad muchos de los habitantes principales
huyendo de las bombas y de las angustias del sitio. Habíalo antes
verificado la junta y trasladádose a Monserrat, pues, como autoridad
de todo el principado, justo era quedase expedita para atender a los
demás lugares.
Dueños los franceses del Olivo, empezaron su ataque contra el cuerpo
de la plaza, abrazando el frente del recinto que cubría el arrabal, y
se terminaba de un lado por el fuerte de Francolí y baluarte de San
Carlos, y del otro por el de Orleans, que llamaron de los Canónigos los
sitiadores.
Abrieron estos la primera paralela a 130 toesas del baluarte de
Orleans y del fuerte de Francolí, la cual apoyaba su derecha en los
primeros trabajos concluidos por el francés en la orilla opuesta del
río, amparando la izquierda un reducto: establecieron también por
detrás una comunicación con el puente del Francolí y con otros dos que
construyeron de caballetes, validos de lo acanalado de la corriente.
En la noche del 1.º al 2 de junio habían los sitiadores comenzado los
trabajos de trinchera, y los continuaron en los días siguientes sin que
los detuviesen las salidas y fuego de los españoles. Zanjaron el 6 la
segunda paralela, que llegó a estar a 30 toesas del fuerte de Francolí,
batiendo en brecha sus muros al amanecer del 7. Lo mandaba Don Antonio
Roten, quien se mantuvo firme y con gran denuedo. Al caer de la tarde
apareció practicable la brecha, y los enemigos se dispusieron a dar el
asalto a las diez de la noche. Juzgó prudente el gobernador de la plaza
Senén de Contreras que no se aguardase tal embestida, y por eso Roten,
conformándose con la orden de su jefe, evacuó el fuerte y retiró la
artillería.
Prosiguiendo también los franceses en adelantar por el centro la
segunda paralela, se arrimaron a 35 toesas del ángulo saliente del
camino cubierto del baluarte de Orleans. Incomodábalos sobremanera el
fuego de la plaza, y a punto de acobardar a veces a los trabajadores
o de entibiar su ardor. Así fue que en la noche del 8 al 9 yacían
rendidos de cansancio y del mucho afán, a la sazón que 300 granaderos
españoles hicieron una salida y pasaron a degüello a los más
desprevenidos. No menos dichosa resultó otra que del 11 al 12 dirigió
en persona con 3000 hombres Don Pedro Sarsfield, comandante, según
queda dicho, del arrabal y frente atacado. Ahuyentó a los trabajadores,
destruyó muchas obras, y llevolo todo a sangre y fuego. En este trance,
como en otros anteriores y sucesivos, distinguiéronse varios vecinos
y hasta las mujeres, que no cesaron de llevar a los combatientes
refrigerantes y auxilios en medio de las balas y las bombas.
Reparado el mal que se le había causado, tuvo el francés ya el 15
trazados tres ramales delante de la segunda paralela; uno dirigido al
baluarte de Orleans, otro a una media luna inmediata llamada del Rey,
y el tercero al baluarte de San Carlos, logrando coronar la cresta del
glacis. Comprendían los sitiadores en el ataque la luneta del Príncipe,
al siniestro costado del postrer baluarte, la cual acometieron en la
noche del 16. Mandaba por parte de los españoles Don Miguel Subirachs.
Se formaron los franceses para asaltar dicha luneta en dos columnas;
una de ellas debía embestir por un punto débil a la izquierda, en
donde el foso no se prolongaba hasta el mar, y la otra por el frente.
Inútiles resultaron los esfuerzos de la última, estrellándose contra
el valor de los españoles, a manos de los cuales pereció el francés
Javersac, que la comandaba, y otros muchos. Al revés la primera, pues
favorecida de lo flaco del sitio entró en la luneta, pereciendo 100
de nuestros soldados, quedando varios prisioneros, y refugiándose los
demás en la plaza. A estos los siguieron los enemigos, quienes, con el
ímpetu, se metieron por la batería de San José y cortaron las cuerdas
del puente levadizo. En poco estuvo no penetrasen en el arrabal:
impidiolo un socorro llegado a tiempo que los repelió.
[Marginal: Encarnizada defensa de los españoles.]
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