Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 06

Total number of words is 5116
Total number of unique words is 1626
32.6 of words are in the 2000 most common words
45.2 of words are in the 5000 most common words
53.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Más veloz que el pensamiento, sin comer ni beber, corrió Dafnis en busca
de Cloe. Estaba ella ordeñando y haciendo quesos, y él le anunció la
buena nueva. De allí en adelante la besaba, sin recatarsé, como á su
futura; compartía sus afanes; recogía la leche en colodras; apretaba los
quesos en zarzos, y ponía á mamar bajo las madres á cabritillos y
corderos.
Después de cumplir bien con su oficio, los dos se bañaban, comían,
bebían é iban á coger fruta en sazón. Había entonces grande abundancia
de ella, por ser el momento más feraz del verano: manzanas á manta,
peras, acerolas y membrillos. Fruta había caída por el suelo; otra,
pendiente aún en el árbol; la caída, más olorosa; más lozana y fresca á
la vista la que de las ramas colgaba. Esta relucía como el oro; aquélla
embriagaba con su olor, como el vino.
Entre los frutales se veía uno, tan esquilmado ya, que no tenía ni fruta
ni hoja. Desnudas estaban todas sus ramas. Una manzana sola pendía aún
en la cima, grande, hermosa, y venciendo á las demás en fragancia. Quizá
quien hizo el esquilmo no se atrevió á subir tan alto para cogerla;
quizá la dejó por descuido; quizá la bella manzana se guardaba allí para
un pastor enamorado. Apenas la vió Dafnis, quiso subir á alcanzarla.
Cloe se opuso, pero él no hizo caso; y desatendida ella, se fué con
enojo donde estaba el rebaño. Dafnis, en tanto, subió hasta alcanzar la
manzana; se la trajo á Cloe, y le dijo para quitarle el enojo:
«Esta manzana ¡oh, virgen! es creación de las Horas divinas: árbol
fecundo le dió sustento; el sol la maduró y sazonó; nos la conserva la
Fortuna. Ciego y necio hubiera sido yo si no la hubiera visto y si la
hubiera dejado para que, ó bien viniese á caer por tierra, la pisoteasen
las reses y la envenenasen los reptiles, ó bien permaneciese en la
cumbre hasta que el tiempo la acabara, sin más fin que admiración
estéril. Venus recibió una manzana en premio de su hermosura. Toma tú
ésta por galardón de igual victoria. Ambas sois bellas, y de condición
semejante son vuestros jueces, pastor él y yo cabrero.»
Esto dijo, y le echó la manzana en el regazo. No bien se acercó, le besó
ella. Él no se arrepintió de la audacia de haber subido tan alto por un
beso más rico que la manzana de oro.


[una barra decorativa]
LIBRO CUARTO

Por aquel tiempo llegó de Mitilene un siervo, compañero de Lamón, á
quien anunció que poco antes de la vendimia vendría el amo para ver qué
daños había causado en sus tierras la incursión de los metimneños. Y
como ya iba yéndose el verano, y el otoño se venía encima, Lamón se
afanó por disponer un recibimiento en el que todo fuera grato á los
ojos. Limpió las fuentes para que el agua corriese pura y cristalina;
sacó el estiércol del establo y corrales para que no molestara su mal
olor, y aderezó el huerto para que pareciese más ameno.
El huerto era de suyo lindísimo y digno de un rey. Medía en longitud más
de un estadío; estaba en una altura, y contenía sobre cuatro yugadas de
tierra. Semejaba extenso llano, y había en él toda clase de árboles:
manzanos, arrayanes, perales, granados, higueras y olivos. En algunos
puntos la vid trepaba á los árboles, y, enlazada á ellos, lucía sus
frutos en competencia con manzanas y peras. Esto en cuanto á los
frutales; pero también había allí árboles selváticos y de sombra, como
cipreses, lauros, adelfas, plátanos y pinos; en todos los cuales, en vez
de la vid, se entrelazaba la hiedra, cuyos corimbos, que eran grandes y
negreaban ya, remedaban racimos de uvas. Las plantas que daban fruta
estaban en el centro, como para mayor defensa; las estériles, en torno,
como muralla. Lo rodeaba y amparaba todo una débil cerca ó vallado. No
había cosa que no estuviese con cierto orden y primor. Los troncos,
separados de los troncos, y en lo alto, mezclándose las ramas y
confundiéndose el follaje. Diríase que el Arte se había esmerado á
porfía con la Naturaleza. Había, en cuadros y eras, multitud de flores,
que la tierra daba de sí sin cultivo, ó que la industria cultivaba:
rosas, azucenas y jacintos, criados por la mano del hombre; violetas,
corregüelas y narcisos, espontáneamente nacidos. Allí había, en suma,
sombra en estío, flores en primavera, frutos en toda estación, y los más
deliciosos y exquisitos en otoño. Desde allí se oteaba la ancha vega, y
se contemplaban pastores y ganados, y se descubría la mar, y se veían
los que por ella iban navegando, lo cual no era pequeña parte de los
gustos con que brindaba aquel huerto. En el centro mismo, así de lo
largo como de lo ancho, se levantaban un templo y un ara de Baco; el
ara, revestida de hiedra, y de pámpanos el templo, por fuera. La
historia del dios estaba dentro pintada: Semele, pariendo; Ariadna,
dormida; encadenado, Licurgo; despedazado, Penteo; vencidos, los indios;
los tirrenos, transformados. Por donde quiera, los Sátiros; por donde
quiera, las Bacantes, que danzaban. Ni faltaba allí Pan, quien, sentado
sobre una piedra, tañía la zampoña, y daba el mismo son y compás al
pisoteo de los Sátiros en el lagar y al baile de las Ménades.
Tal era el huerto que Lamón se afanaba por cuidar, podando las ramas
secas y enredando en festones la vid á los árboles. Á Baco le coronaba
de flores. Derivaba sin dificultad el agua por las limpias acequias.
Había una fuente, que Dafnis había descubierto, la cual regaba las
flores. Llamábanla fuente de Dafnis. Lamón, por último, encomendó á éste
que engordase las cabras lo más que pudiera, porque el amo, que no había
venido en tanto tiempo, iba ahora á verlo todo.
Muy confiado estaba Dafnis en que alcanzaría grandes elogios por las
cabras. Las tenía en doble número de las que le habían entregado; el
lobo no se había llevado ninguna, y todas estaban más lucias y medradas
que las ovejas. Deseoso, no obstante, de hacerse propicio al amo para
que consintiese en la boda, ponía el mayor cuidado y solicitud en llevar
á pacer las cabras apenas amanecía, y en volver al aprisco tarde. Dos
veces al día las llevaba á beber, y siempre buscaba para ellas los
mejores pastos. Se procuró barreños y tarros nuevos, muchas colodras y
zarzos más capaces. Y llegó á tal punto su esmero, que barnizó con
aceite los cuernos á las cabras, y al pelo le sacó lustre. Al ver cabras
tan compuestas, las hubiera tomado cualquiera por el propio sagrado
rebaño del dios Pan. Compartía Cloe estos afanes con Dafnis, y,
descuidadas sus ovejas, sólo á las cabras atendía, de suerte que
imaginaba Dafnis que, por emplearse en ellas Cloe, se ponían tan
hermosas.
Atareados andaban en esto, cuando llegó de la ciudad segundo mensajero
con orden de vendimiar cuanto antes. Él debía quedarse allí hasta que
las uvas se hicieran mosto, y entonces volver á la ciudad para acompañar
al amo, que no vendría hasta el fin del otoño. Á este mensajero, que se
llamaba Eudromo, porque su oficio era correr, le trataban todos con la
mayor consideración. Entre tanto, cogieron las uvas, las acarrearon al
lagar, y echaron el mosto en las tinajas, no sin dejar en las cepas los
racimos más gruesos, á fin de que los que iban á venir disfrutasen algo
y tuviesen cierta idea de la vendimia.
Cuando Eudromo preparaba su regreso á la ciudad, Dafnis le hizo cuantos
regalillos podían esperarse de un cabrero: le dió quesos bien cuajados,
un cabrito recién nacido y una blanca piel de cabra, de pelo largo, para
que se abrigase durante el invierno en sus caminatas. Eudromo quedó
harto pagado del obsequio, y prometió á Dafnis decir de él al amo mil
cosas buenas. Se fué, pues, á la ciudad muy amigo de Dafnis.
Se quejó éste receloso y asustado. Y no era menor el miedo de Cloe,
porque él era un muchachuelo, sólo acostumbrado á ver cabras y riscos, y
á tratar con gente rústica y con Cloe, y ahora tenía que ver al señor,
de quien ignoraba antes hasta el nombre. Todo se le volvía cavilar cómo
se acercaría al señor y le hablaría; y su corazón se azoraba al pensar
en que la boda pudiera desvanecerse como un sueño. De aquí que los besos
fuesen más frecuentes, y los abrazos más largos y apretados; pero se
besaban con timidez y se abrazaban con tristeza y á hurtadillas, como si
el amo estuviera allí y pudiera verlos.
En medio de estas desazones tuvieron un disgusto más grave. Un vaquero
de aviesa condición, llamado Lampis, había pedido á Dryas la mano de
Cloe, y le había hecho muchos regalos á fin de que conviniese en el
casamiento. Sabedor Lampis de que Dafnis la tendría por mujer, si no se
oponía el amo, buscó trazas de enemistarle con él, y como lo que más le
agradaba era el huerto, resolvió afearle y destrozarle. Si se ponía á
talar el arbolado, podrían oir el ruido y sorprenderle, y así prefirió
arrancar las flores. Guarecido, pues, por la obscuridad de la noche,
saltó por cima de la cerca, arrancó unas plantas y quebró otras, y holló
y pisoteó las demás, como los cerdos. Después se fugó con cautela y sin
que le viesen.
No bien vino el día, entró Lamón en el huerto para regar las flores con
el agua de la fuente, y al ver aquella desolación, que no la hubiera
hecho más cruel un ladrón foragido, se desgarró el sayo y puso el grito
en el cielo, con tal furor, que Mirtale, soltando la hacienda que traía
entre manos, y Dafnis, abandonando las cabras que llevaba á pacer,
acudieron á saber lo que pasaba. Al saberlo, gritaron también y se
echaron á llorar. Y no era maravilla que, temerosos del enojo del señor,
hiciesen aquel duelo por las flores. Un extraño, si hubiera pasado por
allí, hubiera llorado como ellos. Aquel sitio había perdido su gracia y
su adorno. No quedaba sino fango y broza. Si alguna flor se había
salvado de la injuria, resplandecía aún y estaba hermosa, aunque mustia
y tronchada. Las abejas revolaban en torno, y sonaba á lamentación su
incesante susurro.
Lamón decía, lleno de angustia: «¡Ay de mis rosales, que me los han
roto! ¡Ay de mis violetas pisoteadas! ¡Ay de mis jacintos y narcisos,
arrancados de raíz por algún mal hombre! Vendrá la primavera y no
renacerán mis flores; vendrá el verano y no desplegarán su pompa y
lozanía; vendrá el otoño y nadie hará con ellas guirnaldas y ramilletes.
Y tú, señor Baco, ¿por qué no tuviste piedad de las infelices, entre las
que habitabas, á las que veías, y con las que te coroné tantas veces?
¿Con qué cara enseñaré ahora el huerto al amo? ¿Qué dirá al verle? Sin
duda mandará ahorcar de un pino á este viejo sin ventura, como ahorcaron
á Marsyas. ¿Y quién sabe si no ahorcarán conmigo á Dafnis, creyendo que
por descuido suyo hicieron el destrozo las cabras?»
Con tales lamentaciones se acongojaban más y más, y no lloraban por las
flores, sino por ellos mismos. Cloe sollozaba y gemía como si Dafnis
hubiese de ser ahorcado; pedía al cielo que el señor ya no viniese, y
pasaba días amargos imaginando que por lo menos azotarían á su amigo.
Aquella noche llegó Eudromo con la noticia de que el señor mayor sólo
tardaría ya tres días en venir, y de que su hijo estaría allí al día
siguiente. Se pusieron entonces á discurrir cómo salir de aquel apuro, y
pidieron consejo á Eudromo, el cual tenía buena voluntad á Dafnis, y fué
de parecer que declarasen primero al señor mozo lo que había pasado,
pues él prometía interceder en favor de ellos, ya que dicho señor le
quería y estimaba por ser su hermano de leche. Ellos convinieron en
hacerlo así.
Al siguiente día el señor mozo; que se llamaba Astilo, llegó á caballo,
en compañía de su parásito Gnatón. Éste afeitaba sus barbas hacía no
pocos años. Astilo era un mancebo barbiponiente. Lamón, seguido de
Mirtale y de Dafnis, se prosternó á los pies del amo mozo, y le rogó se
compadeciese de un viejo infortunado y le salvase de la ira de su padre,
pues él de nada tenía culpa. Luego le contó el caso sin rodeos. Astilo
tuvo piedad del suplicante; fué al huerto; vió el estrago causado en las
flores, y prometió que para disculpar á Lamón y á Dafnis supondría que
sus caballos se habían desatado del pesebre, pisoteándolo todo,
desgajándolo y arrancándolo. Lamón y Mirtale, consolados con esto,
colmaron al joven de bendiciones, y Dafnis, además, le hizo varios
presentes: chivos, quesos, racimos con pámpanos aún, nidos de pájaros y
manzanas con rama y hojas. Sobresalía entre estos presentes el vino de
Lesbos, que huele á flores y es el más grato al paladar de cuantos se
beben. Astilo encareció la bondad de todo, y se fué á cazar liebres,
como mancebo rico, que sólo pensaba en divertirse, y que había venido al
campo á disfrutar de nuevos placeres.
Gnatón, por el contrario, no hallaba placer sino en la comida y en beber
hasta emborracharse: era como un sumidero, todo gula, y todo lascivia y
pereza. Así fué que no quiso ir á cazar con Astilo, y para entretener el
tiempo, bajó hacia la playa, donde se encontró á Dafnis guardando su
ganado. Junto á Dafnis estaba Cloe, hermosa como nunca. La vió Gnatón, y
quedó al punto prendado de ella. Pensó que en la ciudad no había visto
jamás más linda moza. Dafnis, á quien apenas apuntaba el bozo, y que
parecía más niño y más dulce aún de lo que era, no infundió el menor
respeto al parásito. Y como la zagala era sencilla y humilde, juzgó
fácil empresa deslumbrarla y lograrla. Á este fin, empezó por elogiar
sus ovejas; luego la elogió á ella; luego trató de alejar á Dafnis, y no
pudo conseguirlo; y, por último, movido de una pasión que á los más
cuerdos roba la prudencia, tomó á Cloe entre sus brazos y la besó
repetidas veces, aunque ella se resistía. Dafnis acudió á interponerse,
y se interpuso entre ambos cuando Gnatón quería renovar los besos,
haciendo poca cuenta de quién se le oponía, y creyéndole débil, ó tan
respetuoso que el respeto le ataría las manos. Por dicha no fué así:
Dafnis rechazó á Gnatón con tremendo brío, y como Gnatón, según su
costumbre, estaba borracho y poco firme sobre sus piernas, dió consigo
en el suelo cuan largo era, donde Dafnis, ciego de cólera, le pateó á su
sabor y con alguna saña. Viendo después que el vencido y pateado no
bullía, Dafnis tuvo miedo de su proeza y echó á huir, seguido de Cloe,
dejando el hato en abandono.
Con la afrenta y el dolor se le disiparon un poco á Gnatón los vapores
del vino; calculó que era muy ridículo quejarse y contar lo que había
ocurrido, y determinó callárselo; pero más empeñado que antes en
conseguir su propósito, resolvió pedir á Astilo, que nada le negaba, que
se llevase á Dafnis á la ciudad, y quedase él luego algún tiempo en
aquel campo, donde ya sin estorbo podría lograr á Cloe. Por lo pronto,
sin embargo, no pudo Gnatón hallar momento oportuno de hacer su
petición. Dionisofanes y su mujer Clearista acababan de llegar, y todo
era ruido y alboroto de caballerías y criados, de hombres y mujeres.
Gnatón tuvo tiempo de preparar un elegante y prolijo discurso, en que
pintaba á Astilo su amor á fin de conmoverle.
Dionisofanes tenía ya entrecanos barba y cabellos; pero era un señor
alto y hermoso, y tan robusto, que daría envidia á los mancebos. Era
además rico como pocos, y muy digno y respetable. Lo primero que hizo el
día en que llegó fué sacrificar á los dioses que gobiernan las cosas
campestres: á Ceres, á Baco, á Pan y á las Ninfas. Luego dió un banquete
á todas las personas que estaban allí. En los días siguientes
inspeccionó los trabajos de Lamón. Y habiendo visto en los campos los
hondos surcos del arado, la lozanía de pámpanos en las viñas y el huerto
tan ameno (pues en lo tocante al estrago de las flores Astilo tomó para
sí la culpa), se alegró mucho, alabó á Lamón y le prometió la libertad.
Después de esto fué á ver las cabras y á ver al cabrero que las cuidaba.
Cloe se escondió entre la arboleda, temerosa y avergonzada de aquel
gentío. Dafnis quedó sólo, y se mostró revestido de una peluda piel de
cabra y llevando un zurrón flamante al hombro, en la mano izquierda
quesos recién cuajados y en la derecha dos cabritillos de leche. Ni
Apolo, cuando estuvo de pastor al servicio de Laomedonte, apareció tal
como entonces apareció Dafnis, quien, lleno de rubor, sin hablar palabra
y los ojos inclinados al suelo, presentó sus dones. Lamón dijo: «Éste
¡oh, señor! es tu cabrero. Me entregaste cincuenta cabras y dos machos,
y él las ha aumentado hasta ciento. ¡Mira qué gordas y lucias están, qué
pelo tan largo y espeso, y qué cuernos tan enteros y sanos! Estas
cabras, además, han aprendido la música, y al son de la zampoña lo hacen
todo.»
Clearista, que estaba allí presente, deseó ver aquella habilidad de las
cabras, y mandó á Dafnis que tañese la zampoña como solía, ofreciendo en
premio, si lo hacía bien, regalarle camisas, un sayo y un par de
zapatos. Dafnis al punto, puestos todos en cerco en torno de él, y de
pie él bajo la copa del haya, sacó la zampoña del zurrón, y apenas la
hizo sonar un poco, las cabras se pararon atentas y levantaron las
cabezas. Después tocó el toque del pasto, y las cabras bajaron las
cabezas y pacieron. Dió en seguida la zampoña un son blando y suave, y
las cabras se echaron. Luego fué agudo el son, y las cabras huyeron al
soto como perseguidas por un lobo. Tocó, por último, llamada, y saliendo
del soto, las cabras todas corrieron á echarse á sus pies. Nadie vió
jamás siervo alguno que obedeciese más listo á una señal de su amo. De
aquí que todos los circunstantes se quedaron pasmados, y sobre todos
Clearista, la cual juró que daría más de lo ofrecido á aquel cabrero tan
músico y tan guapo. Después todos se fueron á la quinta y comieron, y
enviaron á Dafnis de la comida de los señores. Él la compartió con su
zagala, muy complacido de probar los manjares de la ciudad, y con
grandes esperanzas de lograr el permiso de los amos para su casamiento.
Gnatón, entre tanto, más obstinado aún en su amor, á pesar de la
pateadura, y creyendo que su vida sin Cloe sería amarga y sin objeto, se
aprovechó de un instante en que Astilo se paseaba en el huerto á sus
solas; le llevó al templo de Baco, y le besó las manos y los pies.
Astilo le preguntó por qué hacía tales extremos; le mandó que se
explicase, y juró darle auxilio en su cuita. «Ya se perdió y pereció
Gnatón, mi amo, dijo Gnatón entonces. Yo, que hasta aquí no amaba más
que una buena mesa, y nada hallaba más lindo y apetitoso que el vino
añejo, y estimaba á tu cocinero más digno de adoración y de afecto que á
todas las muchachas de Mitilene, sólo juzgo ahora digna y amable á la
zagala Cloe. Yo me abstendría de comer todos los delicados manjares que
de ordinario se sirven en tu casa, carnes, pescados, bollos y confites
de miel, y, convertido en corderito, me alimentaría de la hierba,
dejándome guiar por la voz de Cloe y por su cayado. Salva á tu Gnatón;
vence su amor invencible. De lo contrario, lo juro por el dios de mi
mayor devoción, agarro un cuchillo, me lleno bien la panza de comida, me
mato á la puerta de Cloe, y no tendrás á quién llamar Gnatoncillo,
jugando y burlando, como es tu costumbre.»
No pudo aquel magnánimo mancebo, que además conocía lo que son penas de
amor, ver sin piedad las lágrimas de Gnatón, que de nuevo le besaba los
pies. Prometióle, pues, que pediría á Dafnis á su padre y que se le
llevaría á la ciudad como criado, dejando á Cloe sin aquel estorbo, á
fin de que Gnatón la tuviese á todo su talante. Deseoso luego Astilo de
embromar á Gnatón, le preguntó, riendo, si no le daba vergüenza de amar
á una rústica y de acostarse con una zagala que por fuerza había de oler
pícaramente. Pero Gnatón, que había aprendido en los banquetes de mozos
alegres y enamorados cuanto hay que saber y decir en la materia,
contestó, defendiéndose: «El que ama, señor mío, no repara en nada de
eso. No hay en el mundo objeto que no pueda inspirar una pasión, con tal
de que en él resplandezca la hermosura. Ha habido amadores de una
planta, de un río y de una fiera. ¿Y quién más digno de lástima que el
amador á quien infunde miedo el amado? En cuanto á mí, si la que amo es
por la suerte de servil condición, por la belleza es y puede ser señora.
Sus cabellos son rubios como las espigas granadas; sus ojos brillan bajo
las cejas como piedras preciosas en engaste de oro; su cara está teñida
de suave rubor, y en su fresca boca se ven dientes como el marfil de
blancos. ¿Quién tan insensible al amor, que no anhele besar tal boca? En
esto de amar á las pastoras y gente del campo, ¿qué hago yo más que
imitar á las deidades? Vaquero fué Anquises, y Venus le tomó para
querido. Pitis, amada de Pan y de Bóreas, y Maya misma, tan amada de
Júpiter, ¿eran al cabo más que pastoras? No menospreciemos á Cloe porque
lo es, sino demos gracias á los dioses de que, enamorados de ella, no
nos la roban y se la llevan al cielo.»
Astilo rió y celebró este discurso, diciendo que Amor hacía á los
grandes oradores. Luego trató de hallar ocasión en que pedir á su padre
que le diese á Dafnis para criado.
Eudromo había estado escondido oyendo toda la conversación, y como
quería á Dafnis y le tenía por excelente mozo, se afligió mucho de que
la gentil zagala viniese á ser ludibrio de aquel borracho, y fué al
punto á contárselo todo á Lamón y al mismo Dafnis. Consternado éste,
pensó en huir robando á Cloe ó en matarla y matarse; pero Lamón,
llamando á Mirtale al patio, le dijo: «Estamos perdidos, mujer. Llegó ya
la ocasión de revelar lo que teniamos oculto. Queden sin guía las cabras
y quedémonos sin apoyo; pero, por Pan y por las Ninfas, aunque yo me
trueque en buey atado al pesebre, no me callaré sobre la condición de
Dafnis, sino que referiré cómo fué hallado y alimentado, y mostraré las
prendas que estaban expuestas junto á él. Es menester que sepa Gnatón
quién es el mozo de cuya novia quiere burlarse. Tú, ten prontas las
señales de reconocimiento.» Dichas estas palabras, ambos entraron de
nuevo en la habitación.
Habiendo hallado Astilo propicio á su padre, le pidió que le dejase
llevar á Dafnis á Mitilene, asegurando que era un gallardo mancebo, más
propio para la ciudad que para el campo, y que pronto aprendería á
servir bien y á tener modales urbanos. Accediendo gustoso el padre,
llamó á Lamón y á Mirtale, y les dió como buena nueva la de que Dafnis,
en vez de estar al servicio de las cabras, iba á entrar en el de su
hijo. En cambio del cabrero que les quitaba, les ofreció, por último,
dos cabreros. Entonces Lamón, cuando ya todos los criados habían acudido
y se alegraban de tener tan gentil compañero, pidió licencia para
hablar, y habló de esta suerte: «Escucha ¡oh, señor! la verdad misma de
los labios de este viejo. Juro por Pan y por las Ninfas que no te
engañaré en nada. Yo no soy el padre de Dafnis, ni tuvo Mirtale la dicha
de ser madre suya. Otros padres le expusieron cuando pequeñuelo, por
tener ya, sin duda, hijos de sobra. Yo le encontré abandonado y tomando
la leche de una cabra, á la cual, cuando murió de muerte natural, di
sepultura cerca del huerto, con el amor que se debe á quien hizo tan
bien el oficio de madre. Yo encontré, además, con el niño ciertas
alhajas, que pueden servir en su día para reconocerle. Confieso, señor,
que conservo aún dichas alhajas. Por ellas se verá que Dafnis es de
clase superior á la nuestra. No creas, sin embargo, que me duele que
Dafnis sea criado de tu hijo: sería un galán servidor para dueño no
menos galán. Lo que me duele, y lo que no puedo tolerar, es que todo se
haga por un liviano antojo de Gnatón y por sus dañados propósitos.»
Dicho esto, Lamón se calló y derramó abundantes lágrimas. Gnatón,
envalentonado, le amenazó con una paliza; pero Dionisofanes, pasmado de
lo que acababa de oir, impuso silencio á Gnatón, arqueando las cejas y
mirándole fosco; luego interrogó á Lamón, y le mandó que dijese la
verdad, y que no procurase oponerse con embustes á la voluntad de su
hijo. Lamón se sostuvo en lo dicho, lo juró por todos los dioses, y
pidió que le diesen tormento si mentía. Llegó en esto Clearista, y no
bien averiguó lo que pasaba, «¿por qué, dijo, había de mentir Lamón? ¿No
le dan dos cabreros en vez de uno? ¿Cómo ha de inventar un rústico tan
sutil patraña? Por otra parte, ¿no es increíble que de tan pobre viejo y
de tan ruín madre haya nacido tan hermoso muchacho?» Decidieron, pues,
no engolfarse en más conjeturas, sino ver y examinar las prendas, por si
denunciaban, en efecto, la superior condición que Lamón presumía.
Mirtale fué al punto á sacarlas de un viejo zurrón en que las tenía
guardadas. Cuando las trajo, el primero que las vió fué Dionisofanes. Al
mirar la mantilla de púrpura, la hebilla de oro y el puñalito con puño
de marfil, dió un grito, exclamando: «¡Oh señor Júpiter!» y llamó á su
mujer para que examinase aquellas prendas. Ésta, no bien las hubo
mirado, exclamó de la misma manera: «¡Oh, queridas Parcas! ¿No son éstas
las prendas que expusimos con nuestro propio hijo cuando le enviamos con
la sierva Sofrosina para que le abandonase en el campo? No son otras;
son éstas, marido. El muchacho es nuestra sangre. Hijo tuyo es el que
guarda tus cabras.»
Mientras ella hablaba así, y Dionisofanes besaba las prendas del
reconocimiento, llorando de puro gozo, Astilo se enteró de que Dafnis
era su hermano; se desembarazó de la capa y dió á correr por el huerto
para ser el primero en abrazarle. Al ver Dafnis que venía en pos de él
tanta gente corriendo y llamándole por su nombre, pensó que querían
prenderle: tiró al suelo el zurrón y la zampoña, y huyó hacia la mar,
resuelto á arrojarse en ella desde lo alto de una roca. Y de seguro lo
hubiera hecho, siendo así, por extraño caso, tan pronto hallado como
perdido, si Astilo, recelando su intento, no le gritase otra vez:
«Tente, Dafnis, y no temas. Yo soy tu hermano. Son tus padres los que
hace poco eran tus amos. Lamón nos contó lo de la cabra y nos enseñó las
prendas. Vuélvete y mira qué alegres y risueños estamos. Bésame á mí
primero. ¡Juro por las Ninfas que no te engaño!»
Paróse Dafnis al oir este juramento y Astilo le alcanzó y le estrechó en
sus brazos. Después acudió multitud de criados y de criadas, y, por
último, llegaron el padre y la madre. Todos le abrazaron y le besaron
con lágrimas de contento. Él, por su parte, estuvo cariñoso con todos, y
en particular con su madre y su padre, á quienes, como si de antiguo los
conociese, estrechaba contra su seno, sin hartarse de abrazarlos: tan
rápida y poderosa impone Naturaleza su ley. Casi se olvidó Dafnis por un
instante de Cloe.
Con esto se le llevaron á la quinta y le dieron, para que se vistiese,
un costoso vestido nuevo. Sentándose después con Astilo al lado de su
padre, le oyó decir estas razones: «Yo, hijos míos, me casé muy
temprano, y á poco fuí padre, según yo pensaba, muy dichoso. Primero
tuve un hijo, luego una hija, y Astilo fué el tercero. Estos tres eran
los que convenían para mi casa y mi hacienda. Vino este otro después de
todos, y tuve que exponerle. No se expusieron, á la verdad, estas
prendas como señales para reconocerle más tarde, sino como ornamento de
su sepulcro. La fortuna lo dispuso de otra manera. Mi hijo mayor, y
también mi hija, murieron ambos de la misma enfermedad y en el mismo
día. Tú, Dafnis, por la providencia de los dioses, te has salvado para
que yo tenga en la vejez doble apoyo. No me aborrezcas por haberte
expuesto. Muy á despecho mío lo hice. Y tú, Astilo, no te aflijas de
contar ahora sólo con parte cuando contabas con toda la herencia. El
mayor bien para un hombre discreto es un buen hermano. Amáos, pues, mis
hijos; y en cuanto á los bienes, nada tendréis que envidiar á los
príncipes. Ambos poseeréis pingües fincas y siervos ágiles, y oro y
plata, y todas aquellas cosas que poseen los ricos y poderosos. Mas
desde luego doy á Dafnis este campo, en que se ha criado, con Lamón y
Mirtale, y con las cabras de que él mismo ha sido pastor.»
Apenas acabó dichas palabras, Dafnis se levantó y dijo: «En buena
ocasión me lo traes á la memoria, padre mío. Voy á llevar á beber á las
cabras, que aguardan sedientas el son de mi zampoña, mientras que estoy
aquí sentado.» Todos rieron de que, habiendo llegado á ser señor,
quisiese ser cabrero todavía, y enviaron á un nuevo cabrero á que
cuidase de las cabras. Sacrificaron después á Júpiter Salvador y
dispusieron un banquete. Á este banquete, el único que faltó fué Gnatón,
el cual, lleno de miedo, se pasó el día y la noche en el templo de Baco,
orando y haciendo penitencia.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 07
  • Parts
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 01
    Total number of words is 4786
    Total number of unique words is 1642
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    44.9 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 02
    Total number of words is 5050
    Total number of unique words is 1711
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 03
    Total number of words is 5148
    Total number of unique words is 1678
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 04
    Total number of words is 5129
    Total number of unique words is 1645
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    42.8 of words are in the 5000 most common words
    50.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 05
    Total number of words is 5200
    Total number of unique words is 1677
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    50.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 06
    Total number of words is 5116
    Total number of unique words is 1626
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    45.2 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 07
    Total number of words is 4918
    Total number of unique words is 1672
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 08
    Total number of words is 4737
    Total number of unique words is 1868
    26.8 of words are in the 2000 most common words
    37.2 of words are in the 5000 most common words
    42.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 09
    Total number of words is 4816
    Total number of unique words is 1708
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 10
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1508
    29.2 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    49.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 11
    Total number of words is 4802
    Total number of unique words is 1584
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 12
    Total number of words is 4788
    Total number of unique words is 1783
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 13
    Total number of words is 4892
    Total number of unique words is 1739
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 14
    Total number of words is 4917
    Total number of unique words is 1583
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    46.2 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 15
    Total number of words is 4877
    Total number of unique words is 1753
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    51.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 16
    Total number of words is 3265
    Total number of unique words is 1217
    35.5 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.