Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 04

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levantaran la caza, y tendieron las redes en los sitios que juzgaron más
adecuados. Los perros con sus ladridos y carreras espantaron las cabras,
y éstas abandonaron los cerros y alcores y se vinieron hacia la mar,
donde entre la arena no tenían pasto, por lo cual algunas de las más
atrevidas se acercaron á la nave y se comieron la mimbre verde á que
estaba amarrada. En la mar á la sazón había resaca, porque soplaba
viento de tierra, de suerte que, no bien el barco quedó libre, las olas
le empujaron y se le llevaron lejos. Pronto se percataron de ello los
cazadores, y unos corrieron á la orilla, otros atraillaron los perros, y
todos gritaron de manera que cuanta gente había en los vecinos campos
acudió al oirlos, pero de nada valió su venida. El viento sopló más
fuerte y se llevó el barco con celeridad irresistible.
Los de Metimna, enojados con la pérdida de tantas prendas de valor,
buscaron al cabrero, y habiendo hallado á Dafnis, se pusieron á darle
golpes y á desnudarle; y hasta hubo uno que, valiéndose de la cuerda con
que atraillaba los perros, iba á atarle las manos á las espaldas.
Maltratado así Dafnis, gritó y pidió socorro á los rústicos, y sobre
todo llamó á Lamón y á Dryas. Acudieron éstos, que eran dos viejos
recios, con las manos endurecidas en las labores del campo, y se
hicieron respetar, exigiendo que se tratase el negocio en justicia y
fuesen oídas las partes. Todos se conformaron, y Filetas el vaquero fué
nombrado juez, porque era el más anciano de los que allí estaban
presentes, y por su rectitud famoso en aquella comarca.
Los de Metimna, con claridad y concisión, plantearon así su querella
ante el juez vaquero:
«Vinimos á estos campos á cazar, dejamos nuestro barco junto á la
orilla, amarrado con verde mimbre, y nos pusimos á ojear con los perros
de caza. Entre tanto bajaron las cabras de este mozuelo á la marina, se
comieron la mimbre y desataron el barco. Ya viste cómo se le llevaron
las olas. ¿Cuánto crees que importa el perjuicio ocasionado? ¡Qué de
trajes hemos perdido! ¡Qué de collares de perros! ¡Cuánta plata, de
sobra acaso para comprar todo este terreno! Por todo lo cual parece
justo que nos llevemos á este cabrerillo torpe, que apacienta cabras
junto á la mar, cual si fuera marinero.» Así se quejaron los metimneños.
Dafnis, por más que le dolían los golpes recibidos, vió á Cloe presente,
lo despreció todo, y dijo: «Yo guardo bien mi ganado. Jamás se quejó
labrador de estos contornos de que cabra mía le destrozase su huerto ó
le comiese los brotes de su viña. Éstos son cazadores inhábiles, y traen
perros mal enseñados, que no saben sino correr sin concierto, y ladrar
con tal furor, que las cabras han huído del llano y del cerro hacia la
mar, como acosadas por lobos. Es cierto que se comieron la mimbre.
¿Acaso en la arena tenían verde grama, madroños y tomillo? El barco se
le llevó el viento ó la mar. Cúlpese á la tormenta, no á las cabras. En
el barco había ropa y plata; pero ¿quién, que esté en su juicio, ha de
creer que llevaba tales riquezas un barco con amarra de mimbre?»
Dicho esto, Dafnis rompió á llorar y movió á compasión á los rústicos,
de suerte que Filetas, el juez, juró por Pan y las Ninfas que no había
culpa en Dafnis, ni tampoco en las cabras. Culpados eran la mar y el
viento, los cuales tenían otros jueces. La sentencia de Filetas no
satisfizo á los metimneños, y avanzaron furiosos, cogieron otra vez á
Dafnis y le querían atar para llevársele. Pero los rústicos se
alborotaron, y, cayendo sobre ellos como grajos ó como nube de
estorninos, pronto libertaron á Dafnis, que también peleaba, y pusieron
en fuga á los metimneños, hartándolos de palos y sin cesar de
perseguirlos hasta que los echaron de todo aquel territorio. Así quedó
el campo en sosiego, y Cloe llevó á Dafnis á la gruta de las Ninfas.
Allí le lavó la cara, llena de sangre, que había echado por las
lastimadas narices, y le hizo comer un pedazo de torta y una raja de
queso que sacó del zurroncillo, y para que mejor se recobrase, le dió un
beso, todo de miel, con sus blandos labios.
Así se salvó Dafnis de aquel peligro; mas no pararon allí las cosas. Los
metimneños, de vuelta á su tierra, con harta fatiga, á pie en vez de ir
en barco, y apaleados en vez de ir divertidos, convocaron en junta á los
ciudadanos, y en traje de suplicantes pidieron venganza del insulto
recibido, sin decir palabra de verdad, para que no se burlasen de ellos
por haberse dejado apalear por unos villanos; antes bien supusieron que
los de Mitilene les habían apresado el barco y robado sus bienes, como
en tiempo de guerra.
En vista de las heridas, los de la junta lo creyeron todo y consideraron
justo vengar á aquellos jóvenes de las principales familias de la
ciudad. La guerra contra los de Mitilene fué, pues, decretada sin
declaración previa, y se dió orden á un capitán para que saliese á la
mar con diez naves y talase y saquease las costas del enemigo. Como se
acercaba el invierno, no era seguro aventurar mayor escuadra.
Al día siguiente, hechos los aprestos y llevando como remeros á los
mismos soldados, recorrió la escuadrilla las costas de Mitilene, y la
gente entró á saco muchos lugares, robando ganado y trigo y vino en
abundancia, porque estaba recién hecha la vendimia, y cautivando no
pocos hombres de los que trabajaban en el campo. Desembarcó también
donde Dafnis y Cloe apacentaban y se llevó cuanto halló á mano.
Dafnis á la sazón no guardaba las cabras, sino había ido al bosque á
coger ramas verdes para dar en el invierno alimento á los chivos. Cuando
vió la invasión desde lo alto se escondió en el hueco tronco de un
quejigo seco. Cloe, en tanto, guardaba el rebaño, y perseguida por los
invasores, se refugió en la gruta de las Ninfas, por cuyo amor rogaba
que á ella y á su grey perdonasen. De nada valió el ruego. Los
metimneños, no sólo hicieron muchas burlas y profanaciones de las
imágenes, sino que á las ovejas y á la misma Cloe, como si fuera oveja
también, se las llevaron por delante á varazos. Ya entonces tenían las
naves cargadas de botín de toda laya, y decidieron no navegar más, sino
volverse á sus casas, recelosos del invierno y de los enemigos.
Navegaban, pues, aunque poco y á fuerza de remos, porque el viento no
los favorecía, cuando Dafnis, visto el sosiego que reinaba, bajó á la
llanura en que solía apacentar, y no halló cabras ni ovejas, ni halló á
Cloe, sino soledad mucha, y por el suelo la flauta con que Cloe se
deleitaba. Dafnis empezó entonces á gritar y á exhalar sollozos
lastimeros, y ya corría bajo el haya donde antes se sentaba, ya hacia la
mar para ver si alcanzaba á su amiga, ya á la gruta donde se refugió
cuando la perseguían. Allí se echó por tierra y vituperó á las Ninfas de
traidoras. «Al pie de vuestras aras, dijo, fué robada Cloe, y lo vísteis
y lo sufrísteis; Cloe, la que os tejía coronas y las que os ofrecía las
primicias de la leche y la flauta que veo allí colgada. Jamás lobo me
robó una sola cabra, y los enemigos me han robado todo el rebaño y la
zagala mi compañera. Desollarán las cabras; sacrificarán las ovejas.
Cloe vivirá lejos en alguna ciudad. ¿Cómo presentarme ahora á mi padre y
á mi madre, sin cabras y sin Cloe, y también sin oficio, pues no quedan
cabras que guardar? Aquí me voy á quedar aguardando la muerte ó algún
otro enemigo. Y tú, Cloe, ¿padeces como yo? ¿Te acuerdas de estos prados
y de las Ninfas y de mí, ó te consuelan las ovejas y las cabras,
prisioneras contigo?»
Conforme se lamentaba así, entre gemidos y lágrimas, se apoderó de él un
profundo sueño y se le aparecieron las tres Ninfas, grandes y hermosas,
medio desnudas, descalzas y suelto el cabello, como las imágenes. Al
principio mostraron compadecerse de Dafnis; luego dijo la mayor,
confortándole: «No así nos acuses, ¡oh Dafnis! Más cuidado que á tí nos
merece Cloe. De ella nos compadecimos apenas nació, y la criamos cuando
fué expuesta en esta gruta. Nada de común tiene ella con los campos ni
con las ovejas de Dryas. Ya hemos dispuesto lo que más le conviene. Ni
se la llevarán cautiva á Metimna, ni será entregada á los soldados como
parte del despojo. El mismo dios Pan, que está sentado bajo aquel pino,
si bien jamás le llevásteis vosotros ofrendas de flores, cede á nuestros
ruegos y va en auxilio de Cloe, como más avezado que nosotras en los
negocios de la guerra, por haber ya militado en muchas, abandonando su
agreste retiro. Tremendo enemigo va á caer sobre los metimneños. No te
aflijas, pues: levántate y ve á consolar á Lamón y Mirtale, que se
revuelcan por el suelo como tú, creyendo que también te llevan cautivo.
Mañana volverá Cloe, y con ella las ovejas y las cabras. Aun las
guardaréis juntos; aun juntos tocaréis la flauta. De lo otro cuidará
Amor.»
Al ver y oir Dafnis todo esto, despertó, lloró de alegría á par que de
pena, y adoró las figuras de las Ninfas, prometiendo sacrificarles la
mejor de sus cabras, si se salvaba Cloe. Corrió después bajo el pino,
donde estaba la imagen de Pan, con patas y cuernos de cabra, en una mano
la flauta y con la otra deteniendo un chivo, y le adoró también, é
intercedió con él por Cloe y le prometió sacrificarle un macho. Y como
casi iba ya á ponerse el sol, sin cesar él en sus lamentos y plegarias,
recogió las ramas que había cortado y se fué á su cabaña. Con su vuelta
quitó á sus padres un gran pesar, trocándole en contento. Luego comió un
bocadillo y se fué á dormir, no sin llorar aún y suplicar á las Ninfas
que trajesen pronto el nuevo día, y á Cloe con él, cumpliendo la
promesa. La noche aquella le pareció la más larga de todas las noches.
Entre tanto, el capitán de los metimneños, no bien hubo navegado cerca
de diez estadíos, quiso que reposase su gente, fatigada de la correría.
Había allí un cerro que avanzaba sobre la mar, abriéndose en forma de
media luna, en cuyo seno convidaban las ondas tranquilas con el más
seguro puerto. En él anclaron las naves, lejos aún de la costa, á fin de
no recelar asalto ó sorpresa de villanos, y los metimneños se entregaron
en paz á sus deportes. Como traían abundancia de todo, fruto de su
rapiña, comieron y bebieron con gran fiesta y algazara, para celebrar la
fácil victoria. Así pasaron el día, y no bien los sorprendió la noche,
parecióles de repente que toda la tierra se ardía alrededor con llamas y
relámpagos, y que se oía en la mar estrépito impetuoso de remos, como de
formidable escuadra que á combatirlos venía. Muchos gritaban á las
armas; otros se llamaban mutuamente: éste creíase ya herido; aquél
imaginaba que alguien caía muerto á su lado. En suma, todo asemejaba
reñido combate nocturno, sin que hubiese enemigos.
La noche así pasada, amaneció un día más espantoso que la misma noche.
Las cabras y los machos de Dafnis llevaban en los cuernos hiedra con sus
corimbos, y los carneros y ovejas de Cloe aullaban como lobos. Ella
apareció coronada de ramas de pino. En la mar ocurrieron también muchos
portentos. No se podían levar anclas, que se agarraban al fondo; los
remos se rompían al meterlos en el agua para bogar; los delfines,
brincando fuera de la mar, azotaban con las colas las naves y
desbarataban su trabazón. Y oíase el sonido de una flauta en la más alta
cumbre de la roca; mas no deleitaba como flauta, sino aterraba á los
oyentes como trompa guerrera. De aquí el general sobresalto, el correr á
las armas y el miedo de enemigos que no se veían. Todos ansiaban que
volviese la noche, esperando que les diese tregua.
Á nadie que tuviese sano el entendimiento podía ocultársele que tales
visiones y ruidos eran obra de Pan; encolerizado contra los marineros;
pero no adivinaban el motivo de su cólera, pues no habían saqueado
ningún templo de aquel dios. Por último, á eso de medio día, no sin
disposición de lo alto, quedóse el capitán dormido, y Pan se le
apareció, diciendo:
«¡Oh, los más impíos y malvados de todos los mortales! ¿Cómo os
propasasteis á tal extremo en vuestra audacia loca? Llevasteis la guerra
á los campos que me son caros; robásteis las vacas, cabras y corderos de
que yo cuido, y arrancásteis de mi propio altar á una virgen, de quien
Amor quiere componer muy linda historia. Ni á las Ninfas, que os
miraban, ni á mí, que soy Pan, habéis respetado. Nunca navegando con
tales despojos, volveréis á ver á Metimna, ni escaparéis al son de mi
flauta aterradora. Os he de anegar y os he de dar por pasto á los peces,
si al punto no devolvéis á Cloe á las Ninfas, y á Cloe su rebaño, cabras
y corderos. Levántate, pues, y pon en tierra á la muchacha con todo lo
que te dije. Yo te llevaré luego en salvo por mar, y á ella por tierra.»
Todo consternado se despertó con esto Briaxis, así se llamaba el
capitán, y llamó á los cabos y principales de las naves, ordenándoles
que buscasen sin demora entre los cautivos á la zagala Cloe. En seguida
la hallaron, porque estaba sentada con guirnalda de pino, y la trajeron
á la presencia del capitán, quien conoció por las señales que á causa de
ella había tenido la visión, y él mismo la llevó á tierra en su mejor
barca. Apenas desembarcó la pastorcilla, se oyó de nuevo son de flauta
sobre la roca, pero no ya belicoso y espantable, sino suave y pastoril,
como para llevar corderos á prado. Y en efecto, los corderos y las
ovejas echaron á correr por las escaleras abajo, sin tropiezo á pesar de
la dureza de sus pezuñas, y las cabras con mayor atrevimiento aún, como
acostumbradas á saltar por los vericuetos. Y toda la grey rodeó á Cloe,
y en coro se puso á retozar, brincar y balar en muestra de alegría. Las
cabras, bueyes y demás ganado de otros pastores se quedaron quietos en
el fondo de las naves, como si aquel son no los llamara. Las gentes se
maravillaron en grande al ver estas cosas, y celebraron á Pan, quien en
mar y tierra obró luego mayores prodigios. Antes de levar ancla, las
naves iban ya navegando. Un delfín, que salía con sus brincos sobre las
ondas, guiaba la nave capitana. Suavísima música de flauta conducía
cabras y corderos, y nadie veía á quien tocaba. Y todo el rebaño,
hechizado con el son, andaba á par que pacía.
Era ya la hora en que se va de nuevo al pasto después de la siesta,
cuando Dafnis, que estaba oteando desde un alta atalaya, vió venir el
ganado y vió venir á Cloe. Entonces gritó: «¡Oh, Ninfas! ¡Oh, Pan!»
bajó á lo llano, abrazó á Cloe, y cayó desmayado de placer. Apenas
volvió en sí merced á los besos de Cloe y al dulce calor de sus abrazos,
se la llevó bajo el haya donde solían, y sentados contra el tronco, le
preguntó de qué suerte se salvó de los enemigos. Ella contó todas las
circunstancias: la hiedra de las cabras, los aullidos de las ovejas, la
corona de ramas de pino que le ciñó las sienes, y la medrosa noche, y
cómo hubo en la tierra fuego, extraño ruido en la mar y dos distintos
sones de flauta, uno guerrero y otro pacífico. Dijo, por último, que
ignorante ella del camino, se le indicaba y la guiaba cierta música
misteriosa.
Bien notó en todo Dafnis el cumplimiento del sueño de las Ninfas y los
milagros de Pan, y también refirió él cuanto había visto y oído, y que
ya se moría de dolor cuando las Ninfas le salvaron. Después mandó á Cloe
á que dijese á Dryas y á Lamón que vinieran con todo lo necesario para
hacer un sacrificio. Él, en tanto, tomó la mejor de sus cabras; la
coronó de hiedra, conforme se había mostrado á los enemigos; vertió
leche entre sus cuernos; la sacrificó á las Ninfas; la suspendió y la
desolló, y colgó la piel en la roca.
Presentes ya Cloe y los que la acompañaban, Dafnis encendió fuego, asó
parte de la carne y coció la otra parte; ofreció á las Ninfas las
primicias y les hizo una libación con un cántaro lleno de mosto. Dispuso
luego lechos de hojas verdes para todos los convidados, y se entregó á
beber, comer y jugar con ellos, sin dejar de atender al ganado, no
viniese el lobo é hiciese en él de las suyas. Hermosos cantares se
cantaron allí en loor de las Ninfas, compuestos por pastores antiguos.
Venida la noche todos durmieron al raso ó en la gruta. Al salir el sol,
se acordaron de Pan; coronaron de pino el manso de la manada y le
llevaron bajo el pino, donde entre libaciones de mosto y cantos en
alabanza del dios, se le sacrificaron, colgándole y desollándole. Las
carnes asadas y cocidas las pusieron en el prado sobre hojas verdes. La
piel con los cuernos quedó colgada del pino, junto á la imagen del dios,
ofrenda pastoral al dios de los pastores. Ofreciéronle también las
primicias de la carne; vertieron vino del cántaro más hondo, y Cloe
cantó, y Dafnis la acompañó con la zampoña.
Recostáronse después y se pusieron á comer, cuando por acaso llegó
Filetas el vaquero, el cual traía para Pan algunas guirnaldas y racimos
de uvas con sarmientos y pámpanos. Le acompañaba su hijo menor Titiro,
rapazuelo de pelo rubio y ojos zarcos, vivo y travieso, y que venía
saltando más ágil que un chivo. Levantáronse todos para coronar á Pan y
colgaron los racimos en la copa del pino, y luego volvieron á sentarse,
convidando á Filetas á que merendase y bebiese con ellos. Ya algo
bebidos, se dieron, según es propio en los viejos, á referir casos de
sus verdes años, de qué suerte guardaban el hato y de cuántas
incursiones de bandidos y piratas habían escapado. Éste se jactaba de
haber muerto un lobo; aquél de no ceder más que á Pan en tocar la
flauta. La última jactancia era de Filetas. Dafnis y Cloe le rogaron con
ahinco que les diese á conocer algo de su arte tocando la flauta en la
fiesta del dios que tanto se huelga de oirla. Filetas consintió en
tocar, y si bien lamentándose de que con la vejez le faltaba resuello,
tomó la flauta de Dafnis; pero halló que era pequeña para lucir en ella
toda su maestría, y sólo propia para la boca de un rapaz, y envió á
Titiro en busca de su flauta, aunque distaba su casa diez estadíos de
allí. El chico soltó la ropa que le estorbaba, y casi desnudo echó á
correr como un gamo. Lamón, mientras volvía, se puso á contar la fábula
de Siringa, tal cual se la contó un cabrero de Sicilia, á quien dió en
pago un cabrón y una zampoña.
«Siringa, dijo, no era flauta pastoril en lo antiguo, sino virgen
hermosa, con buena voz y arte en el canto. Cuidaba cabras, jugaba con
las Ninfas y cantaba como ahora. Pan, al verla cuidar las cabras,
retozar y cantar, se llegó á ella y le pidió que consintiese en lo que
él quería, ofreciéndole, en cambio, que sus cabras todas parirían
muchos cabritillos gemelos. Ella se burló de este amor y se negó á
admitir amante que era medio hombre y medio macho de cabrío. Pan
entonces la persiguió para lograrla por fuerza. Huyó Siringa de Pan y de
su violento arrojo, y fatigada al cabo, se ocultó en un cañaveral y
desapareció en una laguna. Cortó Pan las cañas con furia; sin hallar á
la linda moza halló desengaño, é imaginó un instrumento, juntando con
cera desiguales cañutos, por ser su amor desigual como ellos. De aquí
que la hermosa virgen de entonces hoy sea flauta sonora.»
Terminada tenía ya Lamón su historia, y Filetas le alababa por haberla
contado con más dulzura que un cantar, cuando apareció Titiro con la
flauta de su padre, la cual era grande, hecha de gruesas cañas y con
adornos de bronce sobre las pegaduras de cera. Dijérase que era la
propia y primera flauta que fabricó Pan. Filetas se levantó, se puso
derecho sobre su asiento, y lo primero que hizo fué ensayar si el viento
colaba bien por los cañutos, y habiendo notado que el soplo penetraba
sin estorbo, sopló con brío juvenil y se oyó al punto como un concierto
de muchas flautas; tanto resonaba la suya sola. Poquito á poco fué luego
mitigando aquella vehemencia y convirtiéndola en suave melodía, y mostró
allí todo el arte del buen pastoreo musical: lo que agrada á las vacas y
bueyes, lo que conviene para las cabras y lo que gusta á las ovejas.
Para las ovejas era el son dulce, grave para el ganado vacuno y agudo
para el cabrío. Todo esto, obra de diversas flautas, lo imitaba él con
sólo la suya.
Recostados los circunstantes oían la música con delicia y en silencio,
hasta que se alzó Dryas y pidió á Filetas que tocase una tonada en loor
de Baco para que él bailase un baile de lagar. Bailó, pues, imitando,
ora que vendimiaba, ora que acarreaba la uva en cestos, ora que la
pisaba, ora que llenaba las tinajas, ora que probaba el mosto. Y todas
estas cosas las bailó Dryas con tal primor y claridad, que parecía que
se estaban viendo viñas, lagar y tinajas, y al propio Dryas vendimiando
y bebiendo. Así se lució en el baile el tercer viejo, y fué á besar á
Dafnis y á Cloe. Éstos se alzaron al punto y bailaron el cuento de
Lamón. Dafnis hacía de Pan, y de Siringa Cloe. Él pedía amor; ella le
burlaba desdeñosa; él sobre las puntas de los pies, para imitar las
pezuñas del cabrío, la perseguía corriendo, y Cloe se fingía cansada y
se ocultaba, por último, entre unas matas como si fuese en la laguna.
Dafnis tomó entonces la gran flauta de Filetas, y tocó ya con flébil
tono como de suplicante, ya con tono amoroso para persuadir, ya con
suave llamada, como buscando y atrayendo á la fugitiva. Maravillado
Filetas, se alzó de su asiento, besó al rapaz, y después de besarle le
regaló la flauta, no sin pedir al cielo que Dafnis en su día pudiese
dejarla á sucesor semejante. Dafnis, por último, suspendió su pequeña
flauta en el ara de Pan, besó á Cloe como si la volviese á hallar
después de una fuga verdadera, y se llevó sus cabras, tocando la flauta
grande.
Como la noche venía ya, Cloe condujo también su rebaño, aprovechándose
del mismo son, de suerte que cabras y ovejas iban juntas. Dafnis
caminaba cerca de Cloe y ambos platicaron entre sí hasta bien cerrada la
noche, concertándose para salir al día siguiente más temprano que de
costumbre.
Así lo hicieron en efecto. Apenas rayó el alba, volvieron al prado, y
después de saludar primero á las Ninfas y en seguida á Pan, se sentaron
bajo la encina, tocaron juntos la flauta, se besaron, se abrazaron, se
acostaron muy juntos, y sin hacer nada más, se levantaron. Pensaron
luego en la comida, y bebieron vino con leche. Algo acalorados con esto,
y creciendo también en audacia, se enredaron en amorosa disputa y
acabaron por exigirse juramento de fidelidad. Dafnis, acercándose al
pino, juró por Pan no vivir un solo día sin Cloe, y Cloe, penetrando en
la gruta, juró por las Ninfas ser de Dafnis en vida y en muerte; pero
ella, como niña aún, era tan simplecilla, que al salir de la gruta
quiso que Dafnis le hiciese nuevo juramento. «¡Oh, Dafnis!, le dijo,
este dios Pan es travieso y muy poco de fiar. Se enamoró de Pitis, se
enamoró de Siringa, no cesa jamás de perseguir á las Dryadas y se emplea
de continuo en servir y complacer á todas las ninfas pastoriles. Si no
cumples la fe jurada, se reirá y no te castigará, aunque te enredes con
más queridas que cañutos tiene tu zampoña. Júrame, pues, por tu rebaño y
por la cabra que te crió, no abandonar á Cloe mientras ella te sea fiel.
Y si Cloe te faltare, perjura á tí y á las Ninfas, húyela, aborrécela,
mátala como á un lobo.» En el alma se complació Dafnis de estas dudas de
Cloe; y de pie en medio del rebaño, la una mano sobre una cabra y sobre
un macho la otra, juró amar á Cloe mientras ella le amara, y si ella
amase á otro, en vez de matarla, matarse él. Cloe se holgó del juramento
y le creyó, porque doncellica y pastora, tenía á las cabras y ovejas por
divinidades propias de cabrerizos y zagales.


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LIBRO TERCERO.

Cuando supieron los de Mitilene la expedición de las diez naves, y, por
gente que venía del campo, los robos que habían hecho, no juzgaron
decoroso sufrir tal afrenta de los de Metimna y resolvieron mover guerra
contra ellos con toda rapidez. Levantaron, pues, tres mil infantes y
quinientos caballos; y recelosos de la mar en la estación del invierno,
los enviaron por tierra, al mando de su general Hipaso.
Éste no estragó los campos ni robó ganado ni frutos y enseres de
labranza, considerando más propios de bandido que de general tales
actos, sino marchó derecho y pronto contra la ciudad de Metimna,
esperando sorprenderla con las puertas sin custodia. Ya no distaba de la
ciudad más de cien estadíos, cuando se presentó un heraldo pidiendo
treguas. Los metimneños habían averiguado por los cautivos que los de
Mitilene nada sabían de lo ocurrido, y que eran gañanes y pastores los
que habían maltratado á los jóvenes, por lo cual reconocían que se
habían atrevido con más acritud que prudencia contra la vecina ciudad, y
sólo deseaban devolver el botín, tratarse de amigos y comerciar como
antes por mar y tierra. Hipaso aunque tenía plenos poderes para
negociar, envió al heraldo á Mitilene, y, acampado á diez estadíos de
Metimna, aguardó la resolución de sus conciudadanos. Á los dos días vino
el mensajero con orden de recibir la restitución y de volverse sin
causar daño, porque, al escoger entre la paz y la guerra, habían hallado
la paz más útil. Así terminó la guerra entre Mitilene y Metimna, con fin
tan inesperado como el principio.
Llegó el invierno, para Dafnis y Cloe más que la guerra crudo. De
repente cayó mucha nieve: cubrió los caminos y encerró á los rústicos en
sus chozas. Con ímpetu se despeñaban los torrentes; se helaba el agua;
parecían muertos los árboles, y no se veía el suelo sino al borde de
arroyos y manantiales. Nadie, pues, llevaba á pacer el ganado ni se
asomaba á la puerta, sino todos encendían gran candela en el hogar, no
bien cantaba el gallo, y ya hilaban lino, ya tejían pelo de cabra, ya
tramaban lazos para cazar pájaros. Entonces era menester andar solícitos
en dar paja á los bueyes en el tinao, fronda en el aprisco á las cabras
y ovejas, y fabuco y bellotas á los cerdos en la pocilga.
Con esta forzosa permanencia dentro de casa, se holgaban los demás
pastores y labriegos, porque descansaban algo de sus faenas, comían bien
y dormían á pierna tendida. Así es que el invierno se les antojaba más
dulce que el verano, que el otoño y hasta que la misma primavera. Pero
Dafnis y Cloe, retrayendo á la memoria los pasados deleites; cómo se
besaban, cómo se abrazaban y cómo merendaban juntos, se pasaban las
noches muy afligidos y sin dormir, ansiosos de que volviese la
primavera, que era para ellos volver de la muerte á la vida. Cuando por
dicha topaban con el zurrón en que habían llevado la merienda, ó veían
el cantarillo en que habían bebido, ó la zampoña, presente amoroso,
abandonada ahora, la pena de ambos se acrecentaba. Con fervor pedían á
las Ninfas y á Pan que los librase de tantos males, dejando que ellos y
su ganado salieran á tomar el sol; pero á par que pedían, buscaban medio
de verse. Cloe andaba con terribles vacilaciones y sin saber qué hacer,
porque no se apartaba de la que tenía por madre, aprendiendo á cardar
lana y á manejar el huso y escuchándola hablar de casamiento; pero
Dafnis, con mayor libertad y más ladino también que la muchacha, inventó
esta treta para verla.
Delante de la vivienda de Dryas, contra la propia pared, había dos
grandes arrayanes y una mata de hiedra, tan cerca los arrayanes el uno
del otro, que la hiedra que crecía en medio los ceñía, enredando en
ambos sus hojas y largos tallos á modo de parra, y formando gruta de
tupida verdura. Por dentro colgaban, como racimos en la vid, muchos y
gruesos corimbos. Acudía, pues, allí, multitud de pájaros invernizos:
mirlos, tordos, palomas zuritas y torcaces, y otros que comen granos de
hiedra á falta de mejor alimento. So color de cazar estos pájaros,
Dafnis salió de su casa con el zurrón lleno de bollos de miel, y
llevando asimismo, para que le dieran más crédito, lazos y liga. Su
habitación distaba de la de Cloe cerca de diez estadíos, pero la nieve,
no bien endurecida, hubiera hecho trabajoso el camino, si no fuese que
para Amor todo es llano: fuego, agua y nieve de Escitia. Dafnis, pues,
se plantó de una carrera á la puerta de Dryas; sacudió la nieve de los
pies, tendió lazos, colocó largas varillas untadas con liga, y se puso
en acecho de los pájaros y también de Cloe.
En cuanto á los pájaros, acudieron muchos y quedaron presos. No corta
tarea tuvo Dafnis en cogerlos, matarlos y desplumarlos. Pero nadie salía
de la casa, ni hombre ni mujer, ni gallo ni gallina. Todos, sin duda,
estaban dentro, sentados al amor de la lumbre. Dafnis vacilaba; temía
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