Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 15

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era cumplir grandes cosas, recorrer muchas tierras y vagar por todo el
mundo, hasta que hallase la ocasión propicia de llevar á dichoso fin la
gloriosa empresa que por el cielo me estaba encomendada.
--¿Y no te designó esa empresa?
--No me la designó. Ó lo ignoraba él mismo, ó entendía que los decretos
de la Providencia no habían de cumplirse sino á condición de que yo los
ignorase hasta un momento dado.
--¿No marcó tu ayo ese momento?
--Le marcó y no le marcó. Aquí hay algo que no me es lícito revelar:
juré no revelarlo nunca. Sólo puedo decirte que en una cajita cerrada,
que llevo siempre oculta en el cinto, y que sólo debo abrir cuando
aparezcan ciertas señales, hay un escrito que me dará luz sobre todo. Mi
propio ayo ignoraba lo que la cajita contenía. Mi padre se la dió con
el encargo de entregármela y yo la guardo siempre conmigo.
--¿Y no recuerdas á tu padre ni á tu madre?
--Apenas conservo de ellos una idea confusa. Los dos, como te dije,
murieron siendo yo muy niño.
--Singular es de veras cuanto me refieres. Sospecho que tu padre, bajo
el título de mercader, encubría otra condición más alta.
--No me parece eso posible. Los ciudadanos de Nimrud, con quienes he
hablado, y que conocían á mi padre, nunca me dijeron de él ni de mi
familia nada de extraño ó misterioso.
--Más extraño es eso todavía. Y dime, ¿tu ayo no te aconsejó nada al
hacerte entrega de tus bienes?
--Me aconsejó calma y paciencia; me aconsejó no dejarme arrastrar por la
curiosidad, ni tratar de averiguar nada sobre mi futuro destino, hasta
que la suerte misma dispusiese la revelación. Me repitió mil veces que
yo no era más que un mercader; que como un mercader debía considerarme,
y que sólo me ordenaba, en nombre de mi padre, que abandonase á Nimrud y
recorriese el mundo.
--¿Y sobre tu conducta en el comercio no te dió instrucciones?
--Mi ayo era gran conocedor de los pueblos diversos, de los países más
distantes, de sus artes, de sus ciencias y de sus productos; y sobre
todo esto, me enseñó cuanto sabía: pero había en él algo entre
inspiración y locura, aunque yo no atino á veces á distinguir la locura
de la inspiración, y sobre ciertos puntos me dió consejos muy opuestos á
los que suelen y parece que deben darse á la gente moza.
--¿Qué te aconsejaba, pues, si te es permitido declararlo?
--En vez de parcidad me aconsejaba largueza y magnificencia. Mis tesoros
los juzgaba inagotables, y suponía además que yo había de ganar más
mientras más gastase, y que había de recobrarlo todo con creces cuando
llegase á perderlo todo.
--Extraña manera fué de aconsejar á un mancebo, por lo común inclinado á
ser pródigo.
--Yo fuí espléndido, pero no llegué jamás á la prodigalidad. Por otra
parte la suerte me ha favorecido hasta ahora. He peregrinado por casi
toda el Asia; he visto las islas del mar del Sur y la India, el Yemen y
el Adramaut, el antiquísimo Egipto y la Libia ardiente. Sería prolijo
referirte mis aventuras. Sólo importa saber que, á pesar de cuanto he
gastado, tengo en lugar seguro un tesoro riquísimo. Creo además, sin
jactancia, que he adquirido en mis peregrinaciones una experiencia muy
superior á mi edad.
--¿Qué ha sido de tu ayo, entre tanto?
--Mi ayo era ya viejo, y durante mi larga ausencia de Nimrud, he sabido
que pagó el tributo que debemos pagar todos á la Naturaleza, más tarde ó
más temprano.
--Tu persona, tu vida, ese misterio de tu destino me interesan tanto,
¡oh Tidal!, que, á trueque de pasar por sobrado curioso y exigente, te
ruego me digas si el anciano que te sirvió de ayo te descubrió alguna
otra cosa.
Nada más me descubrió, sino un nombre que me dijo podría yo llevar
cuando me le diesen muchos hombres reunidos. Entre tanto, á nadie debo
declarar este nombre. Me dió asimismo un sobrenombre, apodo ó alcuña,
que no debo divulgar tampoco, pero que puedo confiar con el mayor
sigilo, si quiero dar á una persona la mayor prueba de amistad y de
confianza. Esta alcuña voy á decírtela. Por ella, Rey Tihur, si no me
desdeñas, quiero ligarme á tí con los lazos más amistosos. Según me dijo
el anciano, con la persona á quien yo declarase esta alcuña, me unía
voluntariamente como si fuese mi hermano. En la persona que me dijese al
oído dicho nombre y dicho apodo, debía yo depositar por fuerza una
confianza sin límites.
--Yo jamás podré desdeñarte--replicó el Rey,--y tu amistad será el mayor
bien para mí. Reflexiona antes con todo, si crees que la merezco, y no
procedas de ligero revelándome esa alcuña.
--No procedo de ligero. Cedo, al confiarme á tí, á una inclinación
irresistible, á una viva simpatía; y aun á algo parecido á un mandato.
--¿Acaso tu anciano tutor te habló de mí alguna vez?
--Nunca. Ha sido otra persona quien me ha aconsejado que te dé esta
prueba de confianza.
--¿Y cuándo te dieron el consejo?
--Hoy mismo.
--¿Quién?
--La vieja extraña que me acompañaba.
--¿La conoces tú desde hace mucho tiempo?
--Pocos días ha que la conozco, y ni siquiera sé su nombre; pero ella
tal vez, por el arte mágico que posee, sabe el mío secretísimo y sabe
también mi apodo. Escucha en breves razones los más recientes sucesos de
mi vida. Por ellos comprenderás cómo pude venir tan en sazón á
socorrerte. Mi afán de ver mundo me movió á comprar una nave de 30
remeros que cargué de preciosas mercancías, que tripulé en el país de
los cadusios, y en la que me embarqué en el Araxes, con intento de salir
al Mar Caspio y venir á Vesila-Tefeh, donde pensaba emplear en pieles
ricas, y visitar y conocer la capital de tus dominios. Para no cansarte
con extensos pormenores, te diré, en resumen, que en esta ocasión me
faltó mi acostumbrada prudencia. Los marineros que venían conmigo, se
habían concertado con piratas iberos y albaneses.
Me sorprendieron dormido; mataron á tres servidores que hicieron
resistencia; se apoderaron de cuanto yo traía, y me ataron con cuerdas
los piés y las manos. Hecha esta presa, querían volver los piratas á sus
guaridas de Albania, pero se levantó una tempestad furiosa que trajo
nuestras naves á la costa de tu reino. Sabía el capitán la lengua
escita, y se aventuró con otros dos, que también la sabían, á saltar en
tierra, disfrazado, para explorar el país, y ver dónde y cómo podría dar
un buen golpe. En los campos fértiles y en las pobladas aldeas del Norte
de Djan-Deria, supo que venías tú de camino para Bactra; supo el número
de guerreros y las riquezas que traías, y dispuso salirte al encuentro,
no con sus embarcaciones al pasar el río, porque calculó que no te
aventurarías á pasarle, si las vieses, y perdería la ocasión, sino
emboscándose en los matorrales de esta orilla, y cayendo sobre tí cuando
tus fuerzas estuviesen divididas en una y otra márgen.
Así lo hizo, como has visto, y harto conoces el resultado.
Yo estaba vigilado con extraordinarias precauciones; atado, como te he
dicho, de pies y manos. Sólo me desataban las manos para comer. Los
barcos, que son ligeros, se pusieron á seco en la playa desierta del
Caspio, y diez hombres sólo quedaron para su custodia. El capitán trajo
aquí para la empresa la más gente que pudo.
Indudablemente, yo hubiera permanecido á bordo sin acudir en tu auxilio
y sin saber siquiera lo que ocurría, pues, aunque entiendo y hablo
varios idiomas, ignoro el de estos moradores del Cáucaso, á no ser por
la singular y portentosa vieja que has visto. El capitán de los bandidos
y los otros dos exploradores la hallaron vagando al declinar de la tarde
en un bosque no lejos de la playa y tuvieron la ocurrencia de traerla
cautiva.
La vieja dijo á unos la buena ventura, curó á otros varias enfermedades
y se ganó la voluntad de todos. Con rara facilidad hablaba la lengua de
los piratas, como habla la tuya y otras varias.
Los piratas no desconfiaron de la vieja; conversaron sin recatarse de
ella y la enteraron de todos sus proyectos.
La vieja no me había dirigido nunca la palabra durante cuatro días que
habíamos vivido juntos. Imagina cuál sería mi sorpresa, cuando hoy de
mañana, estando yo tendido, dormitando en la popa de uno de los bajeles,
puesto ya en tierra, la vieja se llegó á mi oído y pronunció, no sólo mi
apodo, sino también mi nombre incomunicable.
Debo advertirte que desde el día de ayer nos habían dejado los bandidos
y te estaban aguardando en la emboscada.
Al oir aquellos vocablos sacramentales y poderosos para mí, me incorporé
lleno de pasmo y ví la figura de la vieja más extraña que nunca, por el
fuego que lanzaba de los ojos y la profunda conmoción que extremecía su
descarnado cuerpo. Se diría que un numen, un dios, un espíritu, la
excitaba en lo íntimo de su ser. Me hablaba el bello idioma de la Ley
pura, y sus palabras tenían el ritmo y la armonía soberana de los cantos
sagrados. Una insólita majestad resplandecía en aquel ser decaído. Una
expresión de ternura maternal casi hermoseaba su semblante. La vieja me
abrazó y me cubrió de besos, llamándome ¡hijo!, y apenas si sus besos me
causaron repugnancia. Á mi lado ví mis armas, que la vieja había traído.
Allí estaban espada, puñal, aljaba, arco y flechas. La vieja, empuñando
y desenvainando mi puñal, cortó con rapidez mis ligaduras.
--Eres libre,--me dijo,--toma tus armas, levántate y sígueme. Tus
guardadores, unos están ausentes, otros han sido sumidos por mis artes,
en un hondo letargo.
Obediente seguí á la vieja, que me trajo hasta aquí, y en el camino me
informó de quién tú eras, del peligro que corrías y de la misión de
libertarte, que me encomendaba. Lo demás, ya lo sabes.
Ahora, ¡oh Rey Tihur!, sólo me falta cumplir con el precepto de la
vieja: darte la más segura prenda de amistad; ligarme para siempre
contigo. Mi alcuña es _Seher-Gav_; el _Toro-Vigitante_.


ZARINA
(FRAGMENTO)


[una barra decorativa]
ZARINA

I
La doctrina del progreso, á más de tener gran fundamento de verdad, está
llena de poesía. ¿Qué no puede fingir la imaginación en lo futuro,
suponiendo que la actividad de la mente humana va añadiendo, cada vez
con mayor energía, nuevos inventos y mejoras á cuanto ya acumularon y
nos legaron las pasadas generaciones? Sin embargo, todo lo que se puede
fantasear ó columbrar en lo porvenir es incierto y confuso, mientras que
las cosas que fueron conservan ser y consistencia, y, aunque carecen de
vida, pueden tomarla prestada de la forma artística y del ingenio de un
poeta.
Por otra parte, está muy en duda, al menos para mí, si bien creo
firmemente en el progreso, que el progreso sea algo más que extrínseco.
No iré yo hasta el punto de creer que los hombres de otros siglos fuesen
más valerosos, más leales, más discretos, ni siquiera más robustos que
los del día; pero no creo tampoco que, á pesar de todos los medios que
la civilización nos proporciona, la raza humana haya ido mejorando en lo
substancial. Tal vez ese vivir de los bárbaros ó salvajes, que todavía
se hallan en nuestro planeta, no responde al estado inicial desde donde
se elevaron los pueblos de Europa á superior cultura, sino que es
degeneración ó corrupción en que á la larga han caído los tales salvajes
ó bárbaros, y de donde ni por sus propias fuerzas ni con auxilio extraño
quizá salgan nunca.
En cambio, ciertas tribus ó castas superiores de los tiempos primitivos,
como, por ejemplo, los arios y los semitas, no debieron de valer menos
que los cultos europeos de ahora, y hasta hay una ilusión óptica que
hace que se nos aparezcan valiendo más. Los vemos como entre nubes, al
despertar intuitivo de la inteligencia, cuando lograba más la
inspiración que el discurso, bañados por la luz de una aurora divina, y
como llevando en el seno fecundo del espíritu de ellos el germen lozano
del árbol de la ciencia y de la cultura, cuya riqueza en flores y frutos
hoy tanto nos encanta y envanece.
De aquí el que no pocos sabios vuelvan con amor los ojos, en nuestra
edad, al estudio de las primeras edades, rehaciendo antiguos idiomas,
traduciendo hieroglíficos, interpretando inscripciones, descifrando
alfabetos, y sacando á nueva luz, del olvido en que yacían sepultados,
imperios, repúblicas, reinos, dinastías, príncipes, héroes y
semi-dioses.
¿Por qué los que no somos sabios no hemos de suplir con la imaginación
lo que ellos á fuerza de estudio no acabaron de aclarar? ¿Por qué no
hemos de concluir con sus debidos pormenores y circunstancias las
historias que más nos interesen y conmuevan, y de las cuales la
erudición nos dejó á media miel, como vulgarmente se dice?
Hay personajes que, al entreverlos y percibirlos, indecisos, esfumados y
como hundidos en el fondo de un mar de años, todavía me encantan y me
ilusionan. ¡Qué pena me da de no conocerlos de cerca! ¿No sería posible
que, en virtud de un raro magnetismo, de una segunda vista histórica,
fijando bien la mirada mental en cualquiera de ellos, llegásemos á
comprender su carácter, sus pasiones, el móvil de sus actos y todos los
casos de su vida mejor que el sabio, que no se fija en el personaje,
sino que inspecciona fría, prosaica y rastreramente tal cual huella que
él ha dejado de su paso por el mundo, ya en el fragmento inédito, ó mal
entendido hasta hoy, de algún historiador, ya en un obelisco, ya en una
pirámide, ya en otro monumento sepulcral, ya en alguna inscripción en
forma de clavos, de las llevadas por Layard ó por otros, desde el
centro de Asia al Museo Británico, en multitud de sutiles ladrillejos?
Yo no creo ni descreo en el espiritismo. No he profundizado la materia.
No me atrevo á decidir. Pero hablando de mí solo y por mi cuenta, aunque
no sea más que de puro modesto, no atino á concebir como factible que
los héroes, los sabios, los profetas, los santos y los penitentes
severos de todas las religiones, los monarcas soberbios, los tiranos y
guerreros, foscos, crudos y nada complacientes por naturaleza, y las
hermosas mujeres, virtuosas ó galantes, aunque todas caprichosísimas,
retrecheras y desmandadas; en suma, todo ser que ha dejado rastro
luminoso de sí en la tierra, no bien se muda al otro barrio, se vuelva
tan dócil y sumiso, que acuda á mi mandado y responda á infinidad de
preguntas, tal vez impertinentes. Y extrema para mí lo increíble de
estos hechos la manera de responder á las preguntas, que, en vez de ser
rápida, bella y digna de un espíritu, es mecánica, pesada y fastidiosa.
No obstante, por más que yo deseche el espiritismo de esta laya, declaro
que en ocasiones me siento muy inclinado á creer en otro espiritismo más
vago, menos metódico y más conforme con la poesía. Ya en sueños, ya
dormitando, ya en arrobos, durante los cuales el alma se sobrepone á la
duración ó adquiere una velocidad mil veces mayor que la del rayo,
acaso nos elevamos por el éter y subimos á remotas estrellas, en el
momento en que llega allí la luz del sol, que hace cuarenta ó cincuenta
siglos reflejó nuestro globo, ó acaso por arte menos complicada y más
íntima, y que es por lo mismo más difícil de explicar, vemos á los
personajes pasados y los conocemos, y parece como que vivimos en su
compañía, averiguando cuanto les ha sucedido.
De aquí la afición y los motivos que me inducen y hasta me habilitan
para escribir historias ó aventuras del antigo Oriente. Otro escritor
más profundo, ó mejor dicho, otro escritor menos somero que yo, se
propondría, al escribir cualquiera de estas historias, dar una lección
moral, política, religiosa ó filosófica á sus lectores; resolver algún
problema de importancia; pero yo no me propongo nada de esto. Me
propongo sólo entretenerme un rato y entretener á los demás. Ojalá lo
consiga. Y me propongo igualmente, aunque apenas me atrevo á confesarlo
para que no me tilden de presumido, retraer á la vida, con el conjuro de
la escritura y con la mágica evocación de la palabra, seres que ya
existieron y que me son simpáticos.
Yo no estoy descontento de vivir en el siglo en que vivo, ni de tratar á
la gente con quien trato, ni de llevar la vida que llevo, si bien me
faltan varias cosas con las cuales viviría yo un poquito mejor; pero
todavía, á pesar de que no estoy descontento, hallo consolación en la
teoría universal; esto es, no ya sólo en abandonar lo práctico y
consagrarme á lo meramente especulativo, sin mezclarme en nada, y
contemplando con serenidad cuanto me rodea, sino lanzándome también en
la contemplación longincua; volando en busca de objetos muy apartados de
mí por el tiempo y por el espacio. Así es que hoy mi alma se ha ido de
bureo desde esta villa y corte de Madrid hasta el Asia central, y ha
saltado también por cima de no pequeño montón de siglos, subiendo contra
la corriente, hasta llegar al año 60 ó 70, sobre poco más ó menos, que
en esto no hemos de ser muy escrupulosos, de la era llamada de
Nebonasar.
Harto se ve que no nos hemos ido muy lejos. Estamos en una edad
relativamente moderna para lo que han descubierto los sabios y
prehistoriadores del día. Vivimos con la mente poco más de seiscientos
años antes de Cristo.
Roma había sido ya fundada; Licurgo había dado sus leyes; en Atenas y en
Corinto habían triunfado los posibilistas, cayendo la monarquía y
surgiendo la democracia; el reino de Israel, había desaparecido; el de
Judá estaba próximo á desaparecer; y Nínive misma, restaurada después
del incendio del alcázar de Sardanápalo y del saqueo y destrucción de la
ciudad por Arbaces el medo y Belesu el babilonio, estaba, á pesar del
tremendo brío de sus últimos soberanos, amenazada de nueva ruina.
Al pasar, ó dígase al volar, hemos reparado en todo esto. Reposémonos
ahora en la recién fundada ciudad de Ecbatana, capital de Media.

II.
Reinaba entonces allí un rey, poderoso y muy nombrado, y que por serlo
tenía muchos nombres, cuya significación, ya es idéntica, ya no lo es,
ya se ignora ó ya se sabe. En persa le llamaban Uvak-satara, como si
dijéramos _el poseedor ó dueño de gallardos mulos_; en asirio le
llamaban Uvakistar; en griego, Cyaxares y Ozauros, y en lengua médica,
Vakistarra, que significa _el que lleva la lanza_. Traducido este
título, tan propio, de llevador de lanza ó lancero, á la lengua de los
persas, lengua parecida á nuestras lenguas modernas de Europa, el rey se
llamaba Astibaras, y así lo designaremos en adelante.
Asistía en la corte de este rey un príncipe ó magnate, bello y agraciado
de rostro, de elevada estatura, de afable trato, diestro en todos los
ejercicios corporales, impávido en la guerra, infatigable en la caza, y
prudente en el consejo, á pesar de sus pocos años. Sentimos no poder
darle un nombre bonito y sonoro; pero es personaje histórico; no tiene
muchos nombres en que elegir, como tenía su rey; se llamaba Estrianges,
y Estrianges le llamaremos.
_Nada hay nuevo debajo del sol_, ha dicho el sabio, y cuando el sabio lo
dijo, estudiado lo tenía. Las cosas no suelen ser exactamente iguales;
pero son á menudo semejantes.
En aquel tiempo, los reyes medos iban ya convirtiendo su Estado en
monarquía absoluta, haciendo prevalecer la autoridad real sobre los
otros poderes.
Antes, la Media había sido conquistada por una raza de arios. Los arios,
luchando con las tribus indígenas y subyugándolas, habían formado una
aristocracia guerrera. Después, dominada la Media por los asirios, los
medos arios y los medos turaníes, esto es, los vencedores y los vencidos
habían estrechado un lazo de amistad para libertarse de la común
servidumbre. Había ocurrido, por ejemplo, algo de muy parecido á lo que
ocurrió en España cuando la conquista de los árabes: que los visigodos y
los hispano-romanos se unieron también. El primer gran caudillo que para
la reconquista tuvieron los españoles se llamó Pelayo, nombre latino, y
no visigodo, para denotar la fusión de las razas. Del mismo modo el
primer gran caudillo de los medos había llevado un nombre tomado de la
lengua de los vencidos, ó medos turaníes, y se había llamado Arbaces,
que significa _el primero_.
La nueva aristocracia fué de dos clases: turaní, y sus individuos se
llamaban _busios_; y aria, y sus individuos se llamaban _arizantes_. La
plebe, no ya por fuerza, sino por amor de la patria, los seguía devota y
voluntariamente. Así vino á constituirse una república ó confederación
de caudillos, busios y arizantes, que cada cual tenía sus particulares
vasallos, sus fortalezas y dominios. Fundada, por último, la enriscada
ciudad de Ecbatana, los caudillos principales, descendientes de Arbaces
habían ido poco á poco cambiando aquel Estado en unitaria y fuerte
monarquía, á lo cual contribuyó más que ninguno este gran rey Astibaras,
á quien hemos ya presentado á nuestros lectores.
Al empezar nuestra narración, Astibaras llevaba más de veinte años de
reinado, durante los cuales había hecho cosas estupendas. No las
contaremos todas, para no cansar al pío lector; pero algo será menester
referir, en resumen, á fin de que se estime y pondere todo el valer y
toda la gloria de este monarca, y á fin de que los sucesos de nuestra
historia ó leyenda se comprendan sin dificultad.
El padre de Astibaras es conocido también con muchos nombres, que todos
significan lo mismo y son el mismo, según la lengua en que el nombre ha
sido traducido, á pesar del disfraz con que le han trocado al pasar de
un idioma á otro. Llamábase Pirruvartis, Fraortes, Artinés y Hartruna,
esto es, el Belicoso.
Artinés, á fin de no desmentir su nombre, había querido sacudir el yugo
de los asirios, de quienes era tributario; había levantado un ejército
numerosísimo y había ido á combatir al rey ninivita Asurbanipal; pero
éste derrotó por completo al rey de Media en una brava y sangrienta
batalla que se dió á las orillas del Tigris. Artinés perdió allí la
vida.
Astibaras, no bien subió al trono, trató de vengar la muerte de su
padre, y ya había invadido, con huestes más disciplinadas y numerosas
que las que llevó Artinés, los Estados de Asurbanipal, cuando sobrevino
un inesperado y gravísimo acontecimiento, que retardó por muchos años su
venganza.
Entre el Ponto Euxino y el mar Caspio hay una gran extensión de tierras,
casi cerradas al Norte por dos ríos, el Rha, hoy el Volga, que va á
perderse en el mar Caspio, y el Tanais, hoy el Don, que se pierde en el
mar de Azof. Acaso más de cien leguas al Sur de dichos ríos, como
defensa ó valladar puesto por la Naturaleza, se levanta y extiende, de
mar á mar, la ingente cordillera del Cáucaso, donde, según la fábula
griega, Júpiter amarró á Prometeo con cadenas de diamantes, y donde un
buitre comía el hígado del titán filántropo; hasta que Hércules logró
libertarle. Desde la falda del Cáucaso, dilatándose al Mediodía hasta el
monte Ararat, en cuya nevada cumbre se posó el arca de Noé, habitaban y
habitan aún diversas tribus, gentes ó naciones, apellidadas caucásicas;
casta de hombres valientes, robustos y hermosísimos, cuales son hoy los
circasianos, georgianos y mingrelianos, en los tiempos á que nos
referimos designados con nombres diversos. Al Oriente, en las riberas
del Caspio, vivían los albaneses, y más al Sur, los cadusios; al
Occidente, orillas del Ponto, habitaban los colquios, famosos por Medea
la hechicera y por el áureo vellocino, y más al Occidente, los calibes,
diestros forjadores del hierro, y los de Tibar, tan envidiados por su
oro. En el centro de estas naciones, y como defendiendo las puertas
caucasianas contra las invasiones de los escitas, se hallaban los
iberos, de quienes sin duda proceden los primitivos españoles, que se
llamaron iberos también.
Aunque se me censure como digresión impertinente, se me antoja decir
aquí que he tenido una verdadera satisfacción al ver que mi docto y
sagaz amigo el Padre Fidel Fita ha probado casi en su discurso de
recepción en la Academia de la Historia que los iberos de España y los
del Cáucaso son los mismos iberos, y que el georgiano y el vascuence
son lenguas hermanas. Hacía mucho tiempo que yo afirmaba lo mismo, sin
haberlo estudiado y como adivinándolo de tenazón. Y una de las razones
que yo tenía para ello era y es la corrección de formas y facciones y la
hermosura de las mujeres de las provincias vascongadas y de Navarra,
donde se conserva aún la raza ibérica primitiva en su mayor pureza; por
donde yo no podía persuadirme de que dicha raza tuviese ni hubiese
tenido jamás afinidad ni parentesco con la fea raza amarilla, tártara,
mongólica, ó como quiera llamarse. Basta echar una rápida mirada de
inspección etnográfica á las marquesas de S. y C. T., ambas de pura raza
vascongada ó ibérica primitiva, para convencerse de que no corre por sus
azules venas una sola gota de sangre tártara, sino que toda es de
Georgia y de la más acendrada y exquisita.
Refieren las crónicas georgianas, mandadas redactar y publicar por el
Rey Wagtang, que, después de la dispersión de las gentes, fué á poblar
la Georgia ó Iberia el gigantesco patriarca Togorma, hijo de Gomer y
nieto de Jafet. Otros quieren que fuese Túbal, hijo de Jafet, quien
pobló ó colonizó la Iberia del Cáucaso, y que luego él ó sus
descendientes llegaron hasta la Iberia al Sur de los Pirineos, ya
pasando primero á Irlanda, isla á quien dieron el nombre de Ibernia, y
desde allí viniendo á España, ya viniendo á España directamente. Sobre
estos nombres de Iberia é Ibernia, de Ebro y de iberos, dados á diversas
comarcas, ríos y pueblos, se ponen varias etimologías. Ya los derivan de
_ibha_, que en el idioma de los vedas vale tanto como _familia_, ya de
_avara_, que en el mismo idioma significa _occidente_.
Como quiera que sea, parece probado y archiprobado que estos iberos del
Cáucaso eran lo que se llama arios, y que desde allí, salvando los
desfiladeros de dichas montañas, buscaron y siguieron uno de los más
importantes y trillados caminos, por donde la gente aria se fué
extendiendo por Europa. Todas las tradiciones convienen en esto, y aun
los nombres de lugares, que fueron poniendo al pasar, lo confirman. Y
está asimismo demostrado que de la propia manera que desde el Sur del
Cáucaso invadían la Europa los arios-iberos, pasando al Norte, también,
en no pocas ocasiones, los iberos y demás pueblos del Sur del Cáucaso
sufrían la invasión de los hijos de aquéllos que en otro tiempo se
apartaron de su lado y emigraron á regiones más boreales.
Ya, desde muy antiguo, cuentan las citadas crónicas de Georgia no pocas
invasiones en el Sur del Cáucaso, de las gentes que habitaban al Norte
de dichas montañas y que formaban un reino llamado de los cuzares ó
kazares, el cual se extendía hasta más allá del Boristenes y del Tiras.
Parece además, probado que el rey de los dichos cuzares llegó, dos mil
años antes de Cristo, á dominar toda la extensión de tierras que va
hasta el Ister, y que al Sur del Cáucaso hizo también tributarios á
todos los pueblos caucasianos, que se llamaban entonces togormíes, á
causa del patriarca Togorma, de quien se jactaban de descender, ó
kartlosíes, á causa del gigante Kartlós, hijo de Togorma, que había sido
su primer rey.
Tributarios dicen que permanecieron largo tiempo los kartlosíes del rey
de los kazares, á quienes los autores clásicos llaman _sauromatas_ ó
_sármatas_, y cuya capital era Guerrhus, cerca de donde está hoy la
ciudad rusa de Kief, á orillas del Boristenes; pero una gran revolución
que hubo en el Irán vino, si no á libertarlos, á hacer que cambiasen y
mejorasen de dueño.
La gloriosa dinastía de Djenschid y su imperio más glorioso habían sido
destruídos por un tirano, descendiente de Chus y de Nembrot, á quien
llaman Zohac, ó sea Dragón, y á quien también llaman Peiverasp, porque
poseía diez mil caballos árabes; pero pronto suscitó la Providencia á un
héroe, por nombre Feridún, cuyas hazañas ha cantado en lindos versos el
poeta Firdusi, el cual Feridún, á quien también apellidan Tetraono,
libertó á los iranios del yugo de Zohac, y encadenó á este déspota
diabólico en la cumbre del Cáucaso ó del Demavend, donde unas
serpientes que le brotaron en las espaldas, y que mientras era tirano no
le hacían mal porque las alimentaba con sesos de niños, privadas ya de
tan costoso alimento, se le comían á él de contínuo.
Prescindiendo de esto, que sin duda debe de ser una fábula, la cual
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