Dafnis y Cloe; leyendas del antiguo Oriente (fragmentos) - 16

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tendrá su sentido moral, es lo cierto que, restablecido por Feridún el
imperio de los iranios, éste se extendió sobre los pueblos del Cáucaso,
los cuales recibieron entonces la cultura, la religión y los libros de
Zoroastro.
Más tarde, según he podido averiguar á fuerza de prolijos estudios,
habiendo crecido mucho la población de la Iberia oriental, civilizada
entonces con la civilización irania, enviaron los iberos nuevas colonias
á España, donde ya habían enviado otras; y estas nuevas colonias
llevaron allí los libros zoroástricos y todas sus teologías y
filosofías. De aquí el gran saber de los turdetanos y tartesios, y más
tarde la ciencia y la virtud de Argantonio, rey de Tarteso y de Cádiz,
de cuyo feliz reinado tengo preparada una historia mil veces más
interesante que ésta que ahora escribo. En ella se verá cuán atinada es
la conjetura del Padre Fidel Fita, de que Argantonio era un _athravan_
zoroástrico que reinó en España durante el eclipse de Tiro, aplastada
por Nabucodonosor, y de que el código turdetano, que Estrabón menciona,
era el mismísimo Avesta.
Contrayéndonos ahora á los tiempos y negocios del rey Astibaras, diré
cuál fué el pavoroso acontecimiento que le detuvo en medio de sus
triunfos sobre los hijos de Asur.
Los escitas, que se distinguen con el calificativo de sauromatas ó
sármatas, estaban muy pujantes bajo el cetro del rey Madías. Hombres y
mujeres iban siempre á caballo y peleaban con igual valor, armados de
flechas con puntas de hueso envenenadas y con yelmos y escudos de piel
de toro, de donde el primer fundamento de cuanto se refiere de las
amazonas. Este pueblo belicoso de los sármatas, después de haber vencido
á los cimerios y á los tauros, que habitaban entonces la Crimea,
penetraron en Iberia por los desfiladeros del Cáucaso, lo arrollaron
todo, y cayeron sobre Media como nube de langostas destructoras y
terribles.
Astibaras acababa de derrotar á los asirios, y ya había puesto cerco á
Nínive, pero tuvo que levantar el cerco y acudir á la defensa de su
patria. Dió á los invasores una gran batalla, y fué vencido.
Los escitas vencedores se derramaron entonces cual torrente devastador,
no sólo por el Imperio medo, sino también por la Frigia, la Lidia y la
Cilicia, salvando la cordillera del Tauro, y llegando hasta las
fronteras de los reinos de Jerusalem y Samaria.
El profeta Jeremías alude sin duda á estos bárbaros del Norte, y no á
los persas cuando habla de aquellos guerreros que envía el Señor para
destruir á Babilonia. «Viene, dice, contra ella una nación del Norte,
que pondrá su tierra en soledad, y no habrá quien la habite». Claro está
que Jeremías no había de estar tan poco versado en Geografía, que había
de llamar á los persas nación del Norte, cuando con relación á los
babilonios pueden llamarse nación del Sur, y mejor aún del Oriente. Y en
otra parte añade Jeremías: «He aquí que viene un pueblo del Norte, y una
nación grande, y muchos reyes se levantarán de los términos de la
tierra». Con lo cual parece indicar que estos invasores vienen de muy
remoto país, y no de la Persia y de la Susiana, cuyas tierras baña el
Tigris, lo mismo que las de Babilonia. Jeremías alude, pues, en esta
ocasión á los escitas. Todo lo que de ellos dice conviene á los bárbaros
del Norte, y no á los persas. «Crueles son, exclama, crueles y sin
misericordia; y la voz de ellos sonará como el mar»; como si se tratase
de lengua peregrina é ignorada, que resonase á modo de bramido.
En suma, y aluda Jeremías á quien se le antoje, lo cierto es que estos
escitas-sármatas, si bien devastaron otras muchas comarcas, se fijaron
en Media principalmente; y así, tal vez sin concierto previo, fueron
auxiliares poderosos de los asirios. Astibaras, en lucha constante y
heroica contra ellos, tratando de arrojarlos de sus Estados, durante
más de veinte años dejó reposar á Nínive y á sus reyes.

III.
Entre el estruendo y el horror de las armas, en medio del tumulto de
esta larga guerra de independencia, se había criado y había crecido
nuestro héroe Estrianges.
Á la edad de diez y siete años, cuando apenas le apuntaba el bozo, había
ido á pelear al lado de su padre, á quien había visto morir, atravesado
el corazón por una enherbolada flecha enemiga.
Estrianges, que era hijo único, heredó los bienes y Estados que su padre
poseía, y entre ellos un castillo ó fortaleza, á pocas parasanjas de
Raga, en lo más áspero de los montes al sur del Caspio, yendo de Raga
hacia el Oriente. Desde allí, como el águila desde su nido, había estado
en acecho cuando los escitas podían mucho aún, y había caído sobre ellos
en frecuentes expediciones, vengando la muerte de su padre y auxiliando
poderosamente á Astibaras en la empresa de libertar á su pueblo.
Cuando ya los escitas fueron pereciendo, ó sometiéndose, ó huyendo de
Media, Estrianges entretenía sus ocios cazando tigres y otras fieras
alimañas, de las muchas que se crían en aquellos montes, cuyas
ramificaciones abarcan el Sur de la silvestre Hircania y la separan de
la Partiena.
Ya de edad de veinticuatro años, acudió Estrianges á la corte de
Ecbatana, á donde llegó precedido de la fama de sus altos hechos, como
guerrero y como cazador. Y no era esta fama vaga é indefinida, sino que
se fundaba en datos aritméticos de la más severa exactitud. Sabíase á
punto fijo el número de batallas, encuentros y escaramuzas en que se
había hallado; cuántos escitas había muerto con su propia diestra, y
cuántos tigres, panteras, leones y jabalíes habían perecido entre sus
manos.
Además de esto, y de ser Estrianges el más acaudalado y rico del reino,
y muy discreto é instruído para lo que entonces se sabía, gozaba de
ciertas cualidades de que no podemos dar idea clara sin gastar mucha
prosa ó sin apelar á un concepto anacrónico. Puesto en su tanto el modo
de ser de tiempo y de lugar, Estrianges era el _dandy_ ó el _gomoso_ más
perfecto de Media; era el espejo en que se miraban todos los elegantes
sus contemporáneos.
Resultó de aquí la cosa más natural del mundo. La hija mayor del rey,
que era lindísima, recatada é inteligente, que bailaba y cantaba bien, y
tenía otras mil habilidades, se enamoró de Estrianges del modo más
resuelto. Esta princesa llevaba un nombre sonoro y significativo de sus
prendas de carácter. Se llamaba Darvasastu, que en lengua pérsica es,
como si dijéramos, _que ella sea fuerte_. Darvasastu lo fué en amor como
en todo.
El rey Astibaras, lejos de hallar disparatado este amor, halló que se
ajustaba bien con su política. Por medio de un enlace lograría que
entrara en su casa y familia el más rico y brioso de sus grandes
vasallos, corroborando su dinastía y ligando á sus intereses todo el
poder y los medios de que gozaba aquel arizante ilustre.
Fácil fué darle á entender la inclinación que tenía por él la princesa,
lo cual no pudo menos de lisonjearle en grado sumo. Si bien no compartió
aquel amor fervoroso supo agradecerle. Darvasastu valía un tesoro, y
Estrianges, lleno de amistad y de reconocimiento, quizás él mismo
confundió tales afectos con los de amor vivo, y decidió casarse con la
princesa, sin creer que hiciese con esto el menor sacrificio. Casóse,
pues, según los ritos y ceremonias de la religión de Zoroastro, que si
bien algo impurificada por la religión de los asirios, era en aquella
edad la religión oficial del reino de Media. De esta suerte vino á ser
Estrianges yerno del Rey Astibaras.
Con el trato y la convivencia, ambos consortes, que eran finos y
prudentes, fueron amándose más cada día y viviendo en santa paz
matrimonial, aunque por parte de ella con grande amor, y por parte de
él con tibieza; tibieza, no obstante, oculta entre mil cuidadosos
extremos y atenciones, pues no en balde era él la flor de la cortesía.
Tan rara concordia duró años; fué una desmesurada luna de miel.
Contribuyó á esto que Estrianges, á pesar de que no amaba con fervor á
su mujer, era tan descontentadizo y tan crítico, que tampoco hallaba á
otra alguna, ni dentro de los dominios de su suegro ni fuera, en cuanto
él había explorado en sus peregrinaciones, que fuese más digna de su
amor.
De aquí que, allá en el fondo de su alma, él se dijese algo parecido á
nuestro refrán castellano: _á falta de pan, buenas son tortas_; y como
todo es relativo en este mundo, él, de un modo relativo, amó á su mujer
por cima de todas las otras mujeres conocidas y reales.
La situación de su ánimo, no confesada á nadie sino á sí propio,
atormentaba su corazón, á pesar de cuanto va dicho. No era él hombre que
se contentase y aquietase con lo relativo: ansiaba lo absoluto y lo
perfecto.
Con frecuencia tenía este ó semejante coloquio consigo mismo:
--Yo consagro á mi mujer todo el amor que pudiera dar á otras mujeres;
yo soy un dechado de fidelidad; pero descubro en lo más hondo de mi
pecho un manantial abundante de cariño, el cual ella no conoce y del
cual ni ella ni nadie bebe. ¿De qué me vale este manantial? ¿Para qué
esta riqueza de que nadie goza? Esta escondida virtud ¿no llegará jamás
á manifestarse?
Así discurría Estrianges; pero como sus discursos en este particular
eran recónditos, pasaba en la corte, con gran satisfacción de Astibaras,
y pasaba también en la dilatada extensión del reino, por el fénix de los
maridos. Por modelo le presentaban á los suyos todas las mujeres
casadas, y todos los padres de hijas casaderas anhelaban un yerno que se
le asemejase.
En su casa sólo parecía que faltaba un requisito para la completa
felicidad; requisito que, no ya en apariencia, sino realmente, hubiera
estrechado su lazo de amor legítimo. Su matrimonio había sido estéril.
Cinco años hacía que se había casado, y no había tenido sucesión.
Estrianges tenía entonces treinta años, y veinticuatro la princesa.
Los hombres, cuando no hallan pábulo bastante al fuego interior, á la
actividad que los devora; cuando no tienen objeto real á quien consagrar
sus facultades, suelen buscar algún objeto fantástico ó sofístico.
Estrianges no era todo lo feliz que él ansiaba ser. Sentía sed, apetito
de algo confuso, que no acertaba á explicarse ni sabía dónde encontrar.
Su mujer, sus amigos, las demás mujeres, su gloria, su posición, la
hermosura del universo, las estrellas que pueblan el éter, el esquivo y
grato terror de las selvas, los matices y aromas de las plantas y de las
flores, todo deleitaba su ánimo; pero su ánimo no se pagaba de nada por
entero. Entonces llegó á imaginar Estrianges si todo sería como
misterio, cifra ó emblema, cuyo significado podría descubrirse por medio
de alguna clave que explicase el enigma. De aquí que, paso á paso, sin
revelar nada á nadie, porque era muy reservado, se fué Estrianges
dedicando á la magia.
Él amaba y buscaba la luz, y pensó, por consiguiente, en la magia
blanca, y no en la negra; pero, según hemos indicado ya, la pura
religión de la luz increada se había contaminado y falseado bastante en
Media en aquellos tiempos, mezclándose con extrañas supersticiones y
creencias venidas de otros países, y singularmente de Babilonia.

IV.
Estrianges se afanaba por revestir de forma sensible algo que fuese
núcleo de luz increada y perfecta concreción de su idea: algo donde
pudiera consumir la llama de amor que devoraba su alma.
Consultó á los _athravanes_ y magos, y se dió á entender, en vista de la
consulta, que así como en todo el universo no había ser que no tuviese
su idea en la mente, así tampoco había idea en mente alguna, por vaga y
confusa que la idea fuese, que no tuviera su objeto real en el mundo. De
aquí deducía Estrianges que la idea por la que estaba atormentado no era
idea vana, sino idea que tenía objeto, y que era menester buscarle para
que se aquietase en él su voluntad.
Esto, sin embargo, ofrecía no pocos inconvenientes. La empresa era
difícil. Podían además darse circunstancias que la hiciesen imposible.
--En el seno de Zervana-Akerena, pensaba nuestro héroe, en el seno del
tiempo sin límites, está todo: está el dios del bien, Aura-Mazda; está
el dios del mal, Arimanes; y están las criaturas de ambos dioses
enemigos; pero ahora, en el momento en que vivo yo, ¿vive ó no vive
también el ser que me enamora? Sin duda vive. Pero ¿vive con forma y en
condiciones que me le hagan asequible? ¿No puede haber pasado ya por
esta tierra que habitamos y estar aguardando en el reino de las sombras
el día de la resurrección de los cuerpos? ¿No puede ser que aun no haya
venido á esta mansión terrena, y exista sólo su _feruer_, esto es, su
esencia celestial y divina? ¿Qué esperanza me resta, si el objeto de mi
amor es _feruer_ ó espíritu desprendido ya del cuerpo? También es dable
que el objeto de mi amor, en vez de ser criatura de Aura-Mazda, sea
criatura de Arimanes; provenga de las tinieblas, y no de la luz.
Estrianges trataba de desechar de sí este pensamiento, que le convertía
en amador de un ser diabólico; pero el pensamiento persistía. Arimanes,
allá en lo hondo de su tenebroso imperio, había acertado á crear seres
hermosísimos, que parecían hijos de la luz. Entre ellos se contaban las
_pairikas_ ó _peris_. Estrianges llegó á sospechar si andaría él
enamorado de una _pairika_.
De todos modos, en lo que él estaba firme era en revestir al objeto de
su amor, ya viniese de la luz, ya de las tinieblas, de un cuerpo
imaginario de mujer hermosa. Pero ¿dónde y cómo hallar la realidad de
este ser?
Mil métodos adoptó y ensayó para hallarle. Al cabo hubo de dar un gran
paso en este camino, si bien este paso le trajo á más angustiosa
situación de espíritu de aquella en que antes se hallaba.
Á nada dió jamás tanto crédito nuestro héroe como á la existencia de un
flúido misterioso y sutilísimo, el cual es elemento ó ambiente en que se
bañan, viven y respiran los espíritus; por manera que este flúido apenas
es materia, pero de él nacen las esferillas sutiles que, apretándose y
aglomerándose, de difusas que eran, vienen á formar los soles y los
demás astros y cuantos seres en ellos moran y viven; flúido, por otra
parte, cuya infinita virtualidad, potencia y brío los espíritus selectos
logran á veces reunir, desechando la extensión, la pesadez, la masa, la
inercia y otras cualidades que son esencia de los cuerpos, y guardando
sólo la energía, que es el principio espiritual, invisible é impalpable
de la vida y de la inteligencia.
Lisonjeándose Estrianges de haber adquirido cierto dominio sobre este
flúido, se creyó apto para desprender su espíritu, dejando al cuerpo en
letargo, y sin desatarse del cuerpo, y unido á él como por un hilo de
dicho flúido, volar por donde quiera con tal rapidez, que equivaliese á
ser ubicuo.
Para lograr esto, no vaciló en apelar á medios reprobados por Zoroastro,
fundador de su religión: bebió del mágico licor llamado Soma ú Homa, que
era considerado como el dios de la inspiración, y se untó las plantas de
los pies y de las manos, el pecho y la nuca, con linimentos que le
suministraron los hechiceros caldeos, los cuales tenían entonces
convento ó congregación en Ecbatana.
Cualquiera que fuese la causa, lo cierto es que Estrianges empezó á
tener muy singulares visiones. Su alma, como si le nacieran alas para
volar y fuerzas para romper la cárcel del cuerpo, le abandonaba dormido,
y vagaba con velocidad por mil regiones, buscando siempre el escondido
objeto de su idea confusa.
Una vez se halló Estrianges en medio de vastísima llanura, donde apenas
había árboles, sino larga y verde hierba. No reparó en otros accidentes
del paisaje, porque pronto se halló en un pequeño recinto, cuyas paredes
le pareció que flotaban como si fuesen de tela. Sobre enorme piel de
oso, extendida en el suelo, había una limpia cama, con cubierta de
púrpura. En la cama yacía durmiendo una tan bella mujer, que la
imaginación jamás la había fingido tan bella, ni con mucha distancia. Su
cuerpo, casi desnudo, era mórbido y gracioso, y modelado con suaves
curvas, aunque lleno de vigor; su tez, sonrosada y blanca; su frente,
despejada y serena; carmín sus labios; sus mejillas, como claveles, y su
luenga cabellera, tan abundante, tan rubia y tan gentilmente rizada en
ondas, que parecía envolver en parte á su dueño con manto de luz y de
oro.
Extático la contempló Estrianges durante algún tiempo, cuya exacta
duración no pudo medir. Tampoco acertó á explicarse si su presencia
allí, meramente espiritual, ejercía algún influjo en la mujer dormida.
Notó, no obstante, que la mujer despertaba de pronto, abría los ojos y
miraba con cariño hacia el punto en que estaba él. Entonces creyó
advertir asimismo que los ojos de ella eran azules y llenos de luz, como
el cielo en el mediodía, y que en su gesto, en su actitud y en su mirada
se revelaban la inteligencia y todo el brío de un noble carácter.
Por un momento pensó Estrianges que aquella mujer no era más que su
propia idea, que se proyectaba fuera de sí, saliendo de las nieblas
confusas del cerebro y tomando forma distinta; pero esta reflexión (como
la del que duda si estará despierto ó soñando, que sólo con dudar parece
que afirma que está despierto) le corroboró más en la creencia de la
realidad exterior y material del ser que contemplaba. Y esta creencia,
por último, hubo de convertirse para Estrianges en certidumbre cuando
entendió que otro sentido, además del de la vista, daba testimonio en su
alma de la existencia de aquella mujer. Estrianges la oyó decir con
acento peregrino y en idioma que comprendía, por más que no acertaba á
deslindar cuál fuese:--¿Quién viene á interrumpir mi sueño? ¿Quién me
perturba?--Luego con voz entera, aunque se tradujesen en ella la
inquietud y el enojo, exclamó la mujer:--_¡Hilka, hilka, bescha,
bescha!_--conjuro mágico, exorcismo asirio, que se ha conservado en uso
hasta nuestros días entre quienes cultivan y ejercen las ciencias y
artes ocultas, y que significa:--_¡Véte, véte, malo, malo!_ La fuerza de
este conjuro se tiene por irresistible cuando se pronuncia acompañado de
los signos que el ritual exige. Así es que el espíritu de Estrianges se
conmovió y se replegó apenas le hubo oído. La visión se apartó de su
vista, ó más bien, él se apartó de la visión. Estrianges se halló
despierto, en su lecho y en su propia alcoba, al lado de la princesa
Darvasastu, su legítima consorte.
Mil veces intentó después volver á ver á la mujer misteriosa. Mil veces
excitó y lanzó á su espíritu en busca de ella. Todo fué en balde. Tan
potente era, sin duda, la virtud del exorcismo asirio.
Estrianges acudió de nuevo inútilmente á los bebedizos mágicos y á los
impuros linimentos: se hizo iniciar en los misterios de Mitra, á fin de
adquirir recursos más poderosos para ver lo escondido y ser zahorí del
tesoro que cada día codiciaba más su alma; pero la mujer se sustraía á
sus sobrenaturales pesquisas. Por tales medios no volvió á verla
nunca.
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