Recuerdos Del Tiempo Viejo - 11

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de este insolente mancebo.
Oid... es una leyenda
muy difícil de contar,
porque tiene algo á la par
de ridícula y de horrenda:
una historia íntima mia.
Yo era en España querido
y mimado y aplaudido...
y me huí de España un dia.
Vivia á ciegas y erré:
y una noche andando á oscuras
tropecé en dos sepulturas,
y de Dios desesperé.
Emigré: me dí á la mar;
y esperando en el olvido
una muerte hallar sin ruido,
en América fuí á dar.
No llevando allá negocio
ni esperanza á qué atender,
al tiempo dejé correr
en la oscuridad y el ócio.
Once años anduve allí
vagando por los desiertos,
contándome con los muertos
y sin dar razon de mí.
Los indios semi-salvajes
me veian con asombro
ir con mi arcabuz al hombro
por tan agrestes parajes;
y yo en saber me gozaba
que nadie que me veia
allí, quién era sabia
el que por allí vagaba;
y esperé que de aquel modo
de mí y de mi poesía
como yo se olvidaria
á la fin el mundo todo.
Mi nombre, pues, con intento
de dejar perder, y en suma
sin papel, tinta, ni pluma,
ni libros ya en mi aposento,
bebia en mi soledad
de mis pesares las heces:
mas tenia que ir á veces
del desierto á la ciudad.
Vivo el cuerpo, el alma inerte,
á caballo y solo, iba
como una fantasma viva,
sin buscar ni huir la muerte.
Y hago aquí esta narracion
porque sirva lo que digo
á mis hechos de castigo,
y á modo de confesion.
Sobre mí á un anochecer
un nublado se deshizo,
y entre el agua y el granizo
me dejó una hacienda ver.
Eché á escape y me acogí
de la casa entre la gente,
como franca lo consiente
la hospitalidad allí.
Celebrábase una fiesta:
que en aquel país no hay dia
que en hacienda ó ranchería
no tengan una dispuesta;
y son fiestas extremadas
allí por su mismo exceso,
de las hembras embeleso,
de los hombres emboscadas.
Y á no ser de mi leyenda
por no cortar la ilacion,
hiciera aquí descripcion
de una fiesta en una hacienda,
donde nadie tiene empacho
de usar á gusto de todo;
porque son fiestas á modo
de las bodas de Camacho.
Allí acuden sin convite
buhoneros, comerciantes
y cirqueros ambulantes;
sin que á nadie se le quite
de entrar en corro el derecho,
de gastar de los abastos,
ni de colocar sus trastos
donde quiera que halle trecho.
Jamás se apaga el hogar,
jamás el servicio cesa;
siempre está puesta la mesa
para comer y jugar.
Por salas y corredores
se oye el son á todas horas
de carcajadas sonoras,
de onzas y de tenedores.
Todo es peleas de gallos,
toros, lazos, herraderos,
manganas y coleaderos
y carreras de caballos;
Y al fin de un dia de broma
que nada en Europa iguala,
todo el mundo entra en la sala
y sitio en el baile toma.
Entré é hice lo que todos:
y cuando creí que al sueño
se iban á dar, dí yo al dueño
gracias por sus buenos modos:
mas mi caballo al pedir,
asiéndome por la mano,
me dijo el buen campirano
soltando el trapo á reir:
«¿Y á quién hay que se le antoje
dejar ahora tal jolgorio?
Vamos, venga usté á la troje
y verá el _Don Juan Tenorio_.»
Y á mí que lo habia escrito
en la troje me metia;
y allí al paso me salia
mi audaz andaluz precito.
Mas ¡ay de mí, cuál salió!
Lo hacia un indio Otomí
en jerga que el diablo urdió;
tal fué mi _Don Juan_ allí,
que ni yo le conocí
ni á conocer me dí yo.
Tal es la gloria mortal,
y á quien Dios se la confiere
si librarse de ella quiere
se la torna Dios en mal.
A mí no me la tornó,
porque por mi buena suerte,
del olvido y de la muerte
do quier _Don Juan_ me salvó.
¡Dios no quiso allá de mí!
y de mi patria el olvido
temiendo, como habia ido,
á mi patria me volví.
¡Feliz malogrado afan!
al volver de tierra extraña,
me hallé que habia en España
vivido por mí _Don Juan_.
Comprendí en su plenitud
de Dios la suma clemencia:
_Don Juan_ habia en mi ausencia
borrado mi ingratitud.
Mónstruo sin par de fortuna,
miéntras yo de España huia,
en España me ponia
en los cuernos de la luna.
Y ni fuerza ni razon
han podido derribar
tal ídolo del altar
que le ha alzado la opinion.
Pero hablemos con franqueza
hoy que todo coadyuva
para que aquí se me suba
á mí el humo á la cabeza:
Desvergonzado galan
siempre atropella por todo
y de atajarle no hay modo,
¿qué tiene, pues, mi _Don Juan_?
Del fondo de un monasterio
donde le encontré empolvado,
yo le planté remozado
en mitad de un cementerio:
Y obra de un chico atrevido
que atusaba apenas bozo,
os parece tan buen mozo
porque está tan bien vestido.
Pero sus hechos están
en pugna con la razon:
para tal reputacion
¿qué tiene, pues, mi _Don Juan_?
Un secreto con que gana
la prez entre los don Juanes:
el freno de sus desmanes:
que Doña Inés es cristiana.
Tiene que es de nuestra tierra
el tipo tradicional;
tiene todo el bien y el mal
que el génio español encierra.
Que hijo de la tradicion,
es impío y es creyente,
es baladron y es valiente,
y tiene buen corazon.
Tiene que es diestro y es zurdo,
que no cree en Dios y le invoca,
que lleva el alma en la boca,
y que es lógico y absurdo.
Con defectos tan notorios
vivirá aquí diez mil soles;
pues todos los españoles
nos la echamos de Tenorios.
Y si en el pueblo le hallé
y en español le escribí
y su autor el pueblo fué...
¿Por qué me aplaudís á mí?
Dejémoslo aquí hasta que veamos á mi D. Juan ante la conciencia de su
autor, que tambien veremos á los actores ante mi _Don Juan_.


XIX.
(PARÉNTESIS.)

I.
Mi campaña teatral habia durado cuatro años: del 40 al 45. Fiel á mi
bandera, no me habia yo pasado jamás al enemigo, combatiendo siempre
en primera fila; y en aquellos cuatro años, porque en la temporada
del 41 al 42 no escribí nada por lo que adelante diré, habia yo dado
á la empresa Lombía veinte y dos obras escénicas, desde _Cada cual
con su razon_ hasta _D. Juan Tenorio_[2]. Ninguna de ellas habia sido
silbada, ni retirada del cartel sin cinco representaciones; y habian
quedado del repertorio de Latorre, con éxito completo, _El Zapatero
y el Rey_, _Sancho García_, _El rey loco_, _El puñal del godo_,
_El alcalde Ronquillo_ y el _D. Juan_: Lombía repetia en el suyo el
_Cada cual con su razon_ y _La mejor razon la espada_. La empresa
del teatro del Príncipe no me habia visto jamás en el saloncito de
Julian Romea, ni para sus afortunados actores habia yo en los cuatro
años escrito un sólo verso; siendo el único escritor que siguió
constante la inconstante suerte de la empresa de la Cruz, y escribiendo
exclusivamente para Lombía y Latorre.
[2] _Cada cual con su razon_; _Lealtad de una mujer_; primera
y segunda parte de _El Zapatero y el Rey_; _El eco del
torrente_; _Los dos vireyes_; _El molino de Guadalajara_;
_Un año y un dia_; _Apoteosis de Calderon_; _Sancho García_;
_El caballo del rey D. Sancho_; _La mejor razon la espada_;
_El puñal del godo_; _La oliva y el laurel_; _Sofronia_;
_La Creacion y el Diluvio_; _El rey loco_; _La reina y los
favoritos_; _La copa de marfil_; _El alcalde Ronquillo_; _D.
Juan Tenorio_.
¿Por qué? Lo diré más adelante al recordar cómo, por qué y para quién
escribí el _Traidor, inconfeso y mártir_; ántes y por hoy tengo
necesidad de decir algo de las vicisitudes por que habian pasado los
teatros de verso, durante los cinco años de la revolucion literaria, de
la cual fuí entónces hijo mimado y hoy todavía viviente recordador.
Porque estos mis desordenados Recuerdos del tiempo viejo son una
madeja de quebradizos y rotos hilos, de cuyos cabos voy tirando al
azar segun los voy devanando en el desigual ovillo de mis artículos de
_El Imparcial_; y en éste veo que es preciso que dé á mis lectores,
si tengo algunos, un cabo conductor y alguna luz que les guie por
el laberíntico relato de mis entradas y salidas por las puertas y
escenarios de los teatros de la Cruz y del Príncipe. Mis Recuerdos
no son, desventuradamente para mí, una obra de cronológica ilacion,
de continuidad lógica y progresiva de bien enlazados sucesos, y de
uniforme estilo, como las curiosas Memorias de un setenton, del Sr.
de Mesonero Romanos; á quien aprovecho esta ocasion para dar gracias
por el cariñoso recuerdo que en ellas hace de mí, y para rendirle el
homenaje debido al más fácil de nuestros prosistas, al más ameno y
castizo de nuestros narradores, al más cortés de nuestros críticos, y
al más exacto pintor de nuestras costumbres. Mis Recuerdos no pueden,
ni intentan competir con sus Memorias; y cuando hoy se reducen á libro
con una más ordenada forma, aún no pueden parangonarse con aquellas;
elegante y última, pero genuina produccion del vigoroso ingenio del
Curioso parlante, en cuya curiosa personalidad prolonga Dios la luz de
la inteligencia para gloria y contentamiento de la presente generacion.
Hecha esta salvedad y cumplido este deber, vuelvo la vista atrás y
retrocedo cuatro años, para entrar por preparado camino en el quinto y
último de mis recuerdos teatrales.
La temporada cómica del 38 al 39, por no sé qué circunstancias
fortuitas ó premeditadas, iba á pasar sin que hubiese compañía en
los teatros de Madrid. Lombía, asociado con Luna, Pedro Lopez, las
Lamadrid y otros se presentaron en época avanzada, con las más
sinceras protestas de modestia, á llenar como mejor pudiesen aquel
vacío. Estimóselo el público, y quedó constituida en compañía aquella
sociedad, para la temporada del 39 al 40. _La redoma encantada_ fué
para ella la gallina de los huevos de oro, y en aquel año cómico
presenté yo mis tres primeras comedias, segun van marcadas en la nota
correspondiente á este párrafo. Con la cooperacion del infatigable
Breton, de García Gutierrez, Olona, y otros autores, el año fué un
negocio, y á la temporada siguiente (la de 40 al 41) vino á tomar
parte en él Julian Romea con Matilde y su compañía. Romea, Salas y
Lombía tomaron ambos teatros, y habiendo yo comprometido mi palabra con
Cárlos Latorre de escribir para él la segunda parte del Rey D. Pedro,
cuya primera habia estrenado Luna, pero no habiendo querido Romea
escriturar á Latorre, preferí no escribir para el teatro á faltar á la
palabra empeñada á éste.
No duró mucho la union de Julian con Lombía; y como por aquel tiempo
transformara en teatro su circo Colmenares, que del de la plaza del Rey
era propietario, Lombía, que habia tomado el viejo coliseo de la Cruz
patrocinado por el banquero Fagoaga, director del Banco, estrenó el del
Circo en el verano con Cárlos Latorre, miéntras se hacia de nuevo el de
la Cruz. La empresa Colmenares, que era adinerada y emprendedora, hizo
competencia á los dos teatros y á las dos compañías del Príncipe y de
la Cruz, primero con grandes pantomimas y despues con ópera y baile:
del 42 al 43.
Lombía, que disponia de no escasos fondos y que era hombre de no
cortos alcances, se volvió á unir con Romea contra el enemigo comun;
y conservando independientes sus dos compañías de verso, fueron
coempresarios para dos nuevas de baile y de ópera, que alternaron en
sus dos teatros. La Lema (que casó despues con Ventura de la Vega),
La Tossi (mujer luego de Lorenzo Milans) y la Villó ganaron allí con
justicia la reputacion de primeras cantantes; y Salas en _Chiara di
Rossemberg_ se hizo el primer caricato español; sosteniendo el baile
la pareja Bartholomin, con su padre de director, Aranda de pintor,
otra pareja italiana y un par de docenas de coristas aragonesas
y valencianas, que se las tuvieron ten con ten á la Petit y á la
Guy-Sthefan y á las andaluzas del circo.

II.
Del 43 al 44, Lombía solo, sin Romea, pero con Matilde, Guzman,
Latorre, Sobrado, Pizarroso, Azcona, las Lamadrid y la Sampelayo,
sostuvo la competencia contra las compañías del Circo con la mejor de
verso que tal vez se ha reunido, y una de ópera de _primo cartello_
(hasta el 45) con Moriani, Guasco y otros célebres cantantes. En estos
dos años se pusieron en escena en la Cruz _La lámpara maravillosa_,
fantástica y maravillosamente decorada por Aranda, _El triunfo
de la Cruz_ y _La Encantadora_, y en el Príncipe _La Sílfide_ y
_Hernan-Cortés_, varios dramas de Hartzenbusch y García Gutierrez,
el _Don Alfonso el Casto_ y la _Doña Mencía_, el _Alfonso Munio_ y
_El Príncipe de Viana_, de Gertrudis Avellaneda, y muchas comedias de
Breton, que dieron prez al arte escénico y dinero á la administracion.
El Circo, al fin, amparado por Narvaez, Salamanca y otros personajes de
valia, se llevó la atencion con la competencia de la Fuoco y la Guy, á
quienes se presentaban gigantescos ramos de flores conducidos en brazos
de servidores con librea, en azafates y jarrones de plata y porcelana
de china, y hasta en un carro que apenas cabia por la calle del centro
de las butacas.
Yo no sé lo que el arte ganó con aquel frenesí y aquellos delirios;
pero el público se hartó de gritar por uno ú otro partido, y de
divertirse con las excéntricas locuras de ambos; y se vieron en
la escena de los tres teatros las más costosas decoraciones, los
más lujosos trajes, las más cortas y transparentes enaguas, y las
bailarinas más correctamente empernadas y de más ricas formas de los
cuatro reinos de Andalucía y de la antigua coronilla de Aragon.
Por fin perdimos nosotros los de la Cruz, que estuvimos á pique de
ser crucificados. En Diciembre del 45 Lombía tuvo que prescindir de
Cárlos Latorre, que se fué á Granada, y yo á mi casa á contentarme con
saber que en Granada se aplaudia á Cárlos; sin el cual abrió Lombía el
teatro del Instituto, con Caltañazor, las hermanas Flores, la Pámias,
la Carrasco, la Concha Ruiz, Lumbreras, etc. En esta temporada, y ántes
de abandonar la Cruz, se hicieron las zarzuelas _El Sacristan de San
Lorenzo_, _La Venganza de Alifonso_ y _La pradera del Canal_, parodias
de la _Lucia_ y la _Lucrecia_, escritas por Azcona, el más inteligente
y entendido de nuestros actores de entónces, excepto Pedro Mate:
cuadros de costumbres concienzudamente estudiados y con maravillosa
exactitud copiados del natural.
En Junio del 46 fuí yo á Francia, de donde regresé en Enero el 47,
por el fallecimiento de mi madre: á mi vuelta hallé instalada en el
Instituto la compañía andaluza de Calvo y Dardalla, donde estos dos
actores representaban de una manera tan incomparable como encantadora
_Los celos del tio Macaco_ y _La flor de la canela_. Pepe Calvo, padre
de Rafael, hacia un tio Macaco tan indescriptible y característico, un
gitano tan picaresco y atruhanado, tan anguloso, descaderado y zancudo,
que no le produjeron más espirrabao ni Triana en Sevilla, ni el Perchel
en Málaga.
Del 48 al 49. El Ayuntamiento se encargó del teatro y se fundó el
Español, con una compañía completa compuesta de Romea, Valero, Arjona,
Matilde, Bárbara, Teodora y Osorio, etc. Catalina no aceptó su puesto
en ella por razones personales, y Carceller con un asociado tomó para
Catalina el viejo teatro de Variedades, con la Manuela Ramos, la Juana
Samaniego, Juan Catalina, Cortés el buen gracioso, Manuel Gimenez y
otros. Al fin de temporada contrataron á Salas, Adela Latorre, al tenor
Gonzalez, etc., con quienes pasaron al teatro de los Basilios, miéntras
que Harpa, propietario de Variedades, remodernaba su sala y escenario,
dejándolos como estaban aún el año pasado de 79.
Y aquí acaban mis recuerdos de los teatros que conocí ántes de mi
expatriacion, y salvas algunas inexactitudes de fechas, y alguna
confusion de ajuste de actores, esta es la historia de los teatros de
Madrid desde el 40 al 49: tan ligeramente apuntada como lo permite el
ligero espíritu de estos recuerdos á vuela pluma, y tan en confuso
cuadro como se conservan amontonados en mi turbia memoria todos
aquellos empresarios tan activos y batalladores, todos aquellos actores
tan bien vestidos y todas aquellas bailarinas tan bien desnudas.
Pálidas, dispersas y móviles siluetas, recuerdos desperdigados de la
memoria del muchacho, que aún bailan en sueños una diabólica danza
Macabra por el ya frio, desierto y nebuloso campo de la imaginacion del
viejo poeta.

III.
Y aquí abre mi memoria un oasis fresco, umbroso y apacible en el árido
y enmarañado desierto de mis recuerdos; en él se levanta y por él
corre, y su abrasada atmósfera templa y oréa una brisa vital, salubre
y perfumada que envia mi corazon amante á mi descarriada fantasía.
¿Por qué no he de sentarme á reposar un punto á la sombra de este
oasis? ¿Por qué no he de aspirar esta brisa á la luz del único rayo
de esperanza que ilumina la lóbrega y tempestuosa atmósfera de mis
recuerdos, y el turbio y estéril arenal de mi inútil existencia? ¿Qué
son estos mis Recuerdos del tiempo viejo más que las aspiraciones
íntimas de mi alma, los suspiros de mi corazon y los latidos de mi
conciencia? Surja, pues, de las aguas azules del pintoresco lago de la
poesía el vapor puro de los suspiros del alma; revélese el hombre en la
faz del poeta, y véase el corazon de aquel á través de las cuerdas de
la lira de éste.
Por aquel tiempo vino á Madrid mi pobre madre, á quien yo no habia
visto y de quien nada habia sabido desde aquella desventurada noche en
que abandoné mi paterno hogar.
Dos figuras bellísimas, dos imágenes tan queridas como nunca olvidadas,
resaltan en este cuadro de mis recuerdos: la de mi madre y la de Paco
Luis de Vallejo, corregidor de Lerma en 1835, á quien dediqué mi _D.
Juan Tenorio_ en 1844. Volvamos un instante la vista al mes de Julio de
1835 para posarla despues en el de 1844.
A la llegada á Madrid de la Reina María Cristina, era mi padre
superintendente general de policía del reino: el duque de San Cárlos y
Arjona, que para traerle hasta tan importante puesto le habian hecho
pasar por la Chancillería de Valladolid, la Audiencia de Sevilla y la
Sala de Alcaldes de casa y corte, se le habian propuesto á Fernando
VII como un partidario fiel de la causa realista, como un íntegro
magistrado y un hombre de carácter enérgico, á propósito para limpiar
á Madrid de los ladrones y vagos que pululaban en 1827 por las mal
empedradas calles y peor alumbrados callejones de la villa y corte
de entónces, de la cual dan tan exacta idea las Memorias de Mesonero
Romanos. Al instalarse mi padre en la superintendencia, en la casa de
la calle del Príncipe que hoy habita el duque de Santoña, tenia ya
montada una policía, que acabó en cuarenta dias con todos los ladrones,
de la manera que tal vez diré en algun artículo posterior. Bástame, por
hoy, indicar el principio tan bárbaro como exacto de que su justicia
partia, y era este: «Los séres humanos, que faltos de educacion moral
y religiosa, y viviendo en guerra con la sociedad, creen que el robo
es una profesion, y el asesinato necesario para cometer y encubrir el
robo, no tienen más que un miedo: el de la muerte.» En consecuencia
de cuyo principio, y conociendo el modo lento y embrollado con que la
justicia ha solido caminar siempre en España, anunció que «los ladrones
quedaban sujetos á una comision militar, asesorada por un alcalde de
casa y corte y un escribano del crímen;» instalóse la tal comision;
y ladron cogido, ladron ahorcado. Bárbaro era tal vez el principio,
pero necesario y eficaz fué el procedimiento; los únicos tres años
que Madrid ha estado completamente libre de ladrones _de profesion_,
fueron los de 28, 29 y 30. Otro dia hablaremos de esto: no manchemos
hoy con tan repugnantes memorias la purísima de mi madre y la alegre y
caballeresca del apuesto _garçon_ corregidor de Lerma, Paco Vallejo.
Mi padre fué el primer dignatario de la situacion realista depuesto
por la influencia liberal de la Reina Cristina: cayó como los vencidos
que capitulan, y salió con armas y bagajes: las condiciones de su
destitucion no fueron más que la de salir de Madrid y sitios reales
en el término de ocho dias. Fué, pues, á refugiarse á un pueblecillo
de la provincia de Búrgos, en donde un hermano de mi madre era cabeza
de una numerosa familia, y á cuyo otro hermano, capellan de aquel
pueblo, habia nombrado canónigo de la colegiata de Lerma el duque del
Infantado, patrono de aquella iglesia y heredero del duque de Lerma, su
fundador. El cólera del 34, que introdujo la muerte y la division en la
familia, nos obligó á abandonar aquel pueblecillo tan pequeño, oculto
y desconocido, que su nombre no se halla en los mapas; y miéntras yo
pasaba las temporadas del curso escolar en las Universidades de Toledo
y Valladolid, mis padres vivian en un tranquilo destierro en casa de mi
tio el canónigo de Lerma. Allí fué de corregidor mi inolvidable Vallejo.
Su llegada fué un acontecimiento para el partido que iba á gobernar, y
un justo motivo de sobresalto para mi padre; quien no habiendo aprobado
el levantamiento carlista, en cuyo éxito no creia, habia rechazado las
sugestiones de los amigos y de los agentes del levantamiento, resuelto
á no mezclarse en él por voluntad propia; pero hombre importante y
conocido de la pasada situacion, no podia ménos de ser sospechoso al
nuevo gobierno, y se dió tal vez por perdido al ver llegar á Lerma
un corregidor modelado en un molde tan distinto del en que él habia
concebido que debian vaciarse los corregidores. Paco Vallejo era un
mozo de veintisiete años, que vestia con elegancia, que marchaba con
soltura, que fumaba ricos habanos que de Madrid le remitian, que bebia
Jerez, y, ¡cosa inconcebible para mi padre! que se presentó á tomar
posesion de su corregimiento con el uniforme de nacional de caballería
de Madrid, con el chacó en la cabeza, el baston en la derecha y el
sable á la cintura. Paco Vallejo era uno de los calaveras de buen
tono de aquella edad de calaveras, que volvieron del revés á España
como un sastre la manga de una levita, á la cual hay que poner forros
nuevos: un Don Juan de la clase media, que podia presentarse y bravear
en el salon más aristocrático: un abogado jóven lleno de audacia y de
talento, tan agudo de ingenio como seductor de modales, á quien era
preciso tener un par de años en un corregimiento para hacerle llegar á
una toga en la audiencia de la Habana: y á quien mi padre y yo tuvimos
la fortuna de que nos enviara á Lerma D. Cláudio Anton de Luzuriaga.
Cuando Vallejo llegó á Lerma, acababa yo de volver, concluido el curso
de la Universidad de Valladolid. Dimos uno con otro, él bajando y yo
subiendo la calle Mayor; llamé yo su atencion por mi traje y porte
más cortesano del de la gente del país: encaróse conmigo, plantémele
yo delante cediéndole la derecha, pero sin bajar mis ojos á su
investigadora mirada, y preguntóme:--¿Quién es V., caballerito, que no
tiene trazas de ser de esta tierra?
Decliné yo mi nombre y el de mi padre, y esperé, sombrero en mano, á
que tomara mi filiacion en unos instantes de silencio y bajo el poder
de una escrutadora mirada, ante la cual no creí conveniente bajar la
mia.
--Está bien--me dijo, concluido su exámen--tendré mucho gusto en
conocer al padre de tal hijo. ¿Dónde le ha educado á V. su señor padre?
--En el Real Seminario de nobles de Madrid--respondí.
--¡Hola! ¿es V. discípulo de los jesuitas?
--Sí, señor; pero no les hago mucho honor, porque he sido siempre muy
desaplicado.
--No habrá sido en la cátedra de la lengua castellana.
--Ni en la de otras.
--¿Conoce V. muchas lenguas extranjeras?
--Tengo rudimentos de tres y rompo en ellas la conversacion.
--Espero tener ocasion de hablar con V. en alguna; tal vez en las tres.
--Estoy á la disposicion de usía.
--Y mi corregimiento á la de su señor padre: hagáselo V. presente de mi
parte.
Siguió su camino el corregidor, y apreté yo el paso hácia mi casa para
advertir á mi padre de que creia que acababa de cometer una torpeza,
que podia muy bien habernos puesto en mal con el miliciano corregidor.
Frunció mi padre el entrecejo escuchando mi narracion, pero no desplegó
sus labios, y ántes de anochecer fué á visitar á Vallejo, dejando á mi
madre y á su hermano el canónigo en angustiosa incertidumbre; era para
ellos evidente que yo habia traido á mi padre la órden de presentarse
inmediatamente ante aquella extraña autoridad.
Al volver mi padre de su visita, respondió á la interrogadora mirada de
mi madre con estas palabras:--«Es un hombre atentísimo y no temo doblez
en él; pero no puedo comprender sus intenciones.
Yo no puedo visitar á V.; me ha dicho al despedirme; pero envíeme V.
á su hijo: no sé comer solo, soy algo hablador y me ha parecido que
su hijo de V. no tiene pelos en la lengua.--¡Dios ponga tiento en
ella! exclamó mi padre volviéndose á mí. Mañana irás al alojamiento
de ese botarate, y sereis dos: si te invita á comer, acepta; pero no
bebas. Habla poco, si puedes, y escucha bien lo que te diga, porque
probablemente te lo dirá para que me lo repitas.»
Maldita la gracia que me hizo la posicion en que el nuevo corregidor
me colocaba entre él y mi padre: pero despues de una noche no muy
tranquila para ninguno de los tres que componíamos la familia, á las
cuatro en punto de la tarde pasaba yo un poco receloso los umbrales de
la casa en que se alojaba D. Francisco Luis de Vallejo, á quien desde
aquella tarde consagré un cariño fraternal y un agradecimiento que no
se extinguirá sinó con la vida.
Llegué hasta el aposento del corregidor sin tropezar con portero ni
alguacil, pues habian ya pasado las horas del despacho; y como, aunque
no las llevaba todas conmigo, no queria yo que miedo ni empacho en mí
conociera, dí resueltamente dos golpes en la puerta con los nudillos,
y al «adelante» con que desde dentro me autorizaban á penetrar en
aquel _sancta sanctorum_ de la justicia lermeña, me presenté con
tanta resolucion aparente como desconfianza real ante la primera
autoridad del partido. Leia Vallejo, tendido en un sillon de cuero,
un libro encuadernado en vetusto y amarillento pergamino; los piés
tenia con botas y espuelas puestos en dos sillas y el codo izquierdo
en la esquina de una mesa de piés salomónicos, que sobre su tablero
sustentaban por el momento, y en vez de legajos de papel sellado, un
gran plato de nueces frescas, muy pulcramente peladas, y un pichel de
aquella agradable bebida compuesta de limonada y vino que se llamaba
sangría en aquel tiempo viejo, y con la cual templaba el corregidor
el ardiente efecto del oleoso fruto del nogal. Soltó el libro y
levantóse para recibirme; é hízolo con tan atractivos modales y con tan
afectuosas palabras, que al cabo de media hora, uno en frente de otro,
dábamos cuenta de la última nuez y de la gota postrera de sangría, en
medio de la más alegre conversacion de estudiantes y de la más franca y
espontánea amistad de muchachos.
Esta rápida é inconcebible union de dos tan distintos individuos,
la habia operado en pocos minutos el libro que Vallejo leia: las
coplas del marqués de Santillana y de Jorge Manrique, manuscritas y
encuadernadas en la edicion gótica de Sevilla de las trescientas de
Juan de Mena.
Si en lugar de escribir estos recuerdos en las columnas de un periódico
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