Recuerdos Del Tiempo Viejo - 15

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aquí han andado loz menguez en auzencia nueztra: mira:»--y me mostró
el espejo hendido trasversalmente de arriba á abajo.--Reíme yo de su
supersticiosa observacion, y llamé al camarero; el cual respondió á
mis reclamaciones diciendo, que ni él habia podido _hacer_ mi cuarto,
ni nadie entrar en él, porque yo no habia dejado la llave en la
conserjería.
«¡Mal agüero, zobrino, mal agüero!» Seguia Freyre rezungando entre
dientes, y yo, que no creo más que en Dios, le hice observar que al
cerrar la puerta de golpe, la vibracion de las vidrieras produjo
probablemente el choque y rotura del espejo; y que teniendo los dueños
de los hoteles dobles llaves por mandato expreso de la policía, tal
vez el no haber yo dejado la mia llamó la atencion, abrieron sin
precauciones la puerta y ocasionaron el fracaso.
Freyre tragó como pudo mi explicacion; y teniendo ambos el dia libre,
nos fuimos á almorzar á la taberna inglesa de la calle de Richelieu,
con la intencion de ir á las dos al hipódromo del Arco de la Estrella.
Almorzamos tranquilamente, y habiendo encontrado Freyre en el fondo
de una botella de Chambertin, un raudal de andaluza verbosidad y un
tesoro de alegría juvenil, salíamos cruzando el patio como estudiantes
que hacen novillos, cuando dimos de manos á boca con un sobrino del
banquero A. B., que en el piso principal de aquella casa tenia su
escritorio establecido. «Del cielo me caen Vds.--exclamó al vernos--y
me ahorran un viaje. Hace dos dias que tenemos una carta de España para
el Sr. Zorrilla, y á llevársela iba; por cierto que trae luto y la
apostilla de urgente. Aquí está.»
Y presentóme la carta, que me hizo palidecer. Era de mi padre
y revelaba en sus cuatro líneas su extraño carácter, y lo más
dolorosamente extraño de nuestras relaciones.
Decia:
«Pepe, tu pobre madre ha fallecido hoy á las tres de la madrugada;
tú verás si te conviene venir á consolar á tu afligido padre
José.»
No puedo decir lo que sentí ni lo que hice en aquel momento.
Aquella noche rompí mis contratos y retiré las palabras dadas á los
editores franceses; y á la mañana siguiente, rompiendo con mi porvenir,
emprendí mi vuelta á España y al paterno hogar, cuyas puertas me abria
la muerte por la tumba del sér más querido de mi corazon.
Dejé á Freyre llorando en la estacion, y repitiendo lo que desde el
dia anterior le habia oido rezungar muchas veces por lo bajo: «Sí,
dicen bien las gitanas de Triana: que el diablo ez quien inventó loz
ezpejoz, y que anda ziempre entre el azogue é zuz criztalez.»
Yo partí viendo á través de mi espejo roto el rostro adorado del
cadáver de mi madre, cuyo último suspiro no me habia permitido recoger
Dios.


XXIV.

Tenia mi padre gran fuerza de voluntad y absoluto dominio sobre sí
mismo; pero no pudo dominar su emocion en el momento de volverme á
ver en su casa y por tan doloroso motivo. Nos abrazamos llorando: él
fué el primero que se repuso y volvió á la prosáica realidad de la
vida.--«Vienes muy cansado:--me dijo--no agravemos el mal que no tiene
ya remedio. Come y reposa: la naturaleza es un tirano irresistible:
tenemos tánto tiempo como razones para contristarnos; pero en este
instante nuestro dolor está endulzado por la alegría, y no podemos ni
alegrarnos ni condolernos, sin asustarnos de nuestra alegría como de
nuestra pena.»
Y era verdad; los recuerdos alegres de la niñez que poblaban aquella
casa, la satisfaccion de volver á respirar en aquellos aposentos,
la vista de aquellos muebles tan conocidos, el servicio de aquellos
antiguos criados tan leales, y la presencia, en fin, de mi padre, tan
firme, tan erguido y tan vigoroso, que iba y venia dando á aquellos
las órdenes necesarias, me tenian en un estado de arrobamiento que me
impedia darme cuenta de mí mismo; me sentia tan impulsado á llorar
como á reir; y la imágen de mi madre muerta se me ocultaba y casi
desaparecia tras de mi padre vivo. Acompañóme éste durante un ligero
almuerzo que preparado me tenia; me habló del estado en que habia
hallado sus viñas, de las mejoras que habia hecho en el cultivo de los
viñedos y de las que necesitaba la casa; ni una palabra de mi madre;
ni la más leve alusion á mi vida pasada: ni la más mínima esperanza
para el porvenir. Yo volvia á casa de mi padre, no á la mia; así lo
habia yo entendido, y volvia resuelto á respetar todos los derechos y
á acatar todas las disposiciones de mi padre, sin permitirme la más
nimia observacion: puesto que al abandonar á mi familia en 1836, habia
yo renunciado á todos mis derechos de hijo y de heredero, dando á mi
padre el de hacer de su hacienda lo que más á cuenta le viniere, como
si Dios le hubiera quitado por muerte natural el hijo que civilmente
murió, al fugarse del paterno hogar en brazos de su locura. Tal era mi
respeto por mi padre, tales la justicia y las facultades omnímodas con
que yo mismo le habia investido; y si le hubiera dado por ser jugador
y vicioso, yo me hubiera empeñado y vendido á Satanás por pagar sus
deudas ó mantener sus concubinas. Yo no le pedia, al volver á mi casa,
más que un poco de cariño y el perdon de aquellos dramas y leyendas
mias, por los cuales habia tirado por la ventana las Pandectas y las
Novelas de Justiniano.
Y fueron transcurriendo los dias, y fuéme él llevando á ver las bodegas
y los plantíos; y mostróme deseos de adquirir unos solares de casas
quemadas por los franceses, que lindaban con la nuestra por Mediodía y
Poniente, con lo cual se la añadiria un amplio jardin cercado, logrando
hacer de ella la mejor y más cómoda de muchas leguas á la redonda; y
como me diese á entender que las dos cosas que le hacian desistir de
la adquisicion de aquellos solares eran, la primera, que yo no querria
venir á vivir allí nunca, y la segunda, que él no estaria ya nunca
sobrado de dineros; porque el laboreo de las fincas y algunos atrasos
contraidos en sus seis años de emigracion absorberian todas sus rentas,
ofrecíle yo la suma de que menester hubiese; asegurándole que mi única
ambicion era la de vivir allí con él y hacerle lo más agradable posible
aquella mansion, con la cual habia soñado siempre, y la cual me habia
siempre imaginado como un oasis de reposo en el desierto de mi vida de
trabajo y de abnegacion.
No creí, me dijo, que tal pensaras; pero si es como dices, voy á
decirte lo que sé y pienso: ni los dueños de esos solares, ni nosotros,
que queremos adquirirlos, sabemos bien, ellos lo que van á vender y
nosotros lo que vamos á comprar. Escucha.
Fuí yo uno de los jefes del batallon de estudiantes Palentinos
que contra los franceses se levantó á fines de 1808. Una noche,
sabiendo que avanzaba una division, nos emboscamos en el puente con
aquella audacia inconsciente que nos hizo hacer lo que á pensarlo y
comprenderlo no hubiéramos hecho. Al amanecer apareció una descubierta
de coraceros, que con aquella confianza petulante que perdió á los
franceses de Napoleon en España, entró sin precauciones en el largo y
tortuoso puente de veintiseis ojos, que enlaza las dos riberas del rio
y el camino real con esta villa. La vanguardia venia aún muy léjos,
veiamos apenas el polvo que levantaba. Los coraceros y sus caballos
nos sintieron debajo de ellos ántes de haber podido vernos enfrente;
y encabritándose los caballos y empujando nosotros por los piés á
los ginetes, calzados con grandes é inflexibles botas, los arrojamos
al agua desequilibrándoles con el peso de sus cascos y sus corazas.
Algunos de los últimos, que volvieron grupas, dieron la alarma á los
de la vanguardia; pero cuando llegaron al puente, no hallaron más que
algunos muertos y apercibieron en el agua algunos ahogados, cuyos
cadáveres arrastraba la corriente. Los estudiantes montados en sus
caballos y armados con sus carabinas, entrábamos en el páramo sin temor
de que nos siguiesen.
Pero pegaron fuego á Torquemada; y ese terreno elevado que desde
el balcon estás viendo, cubre los escombros de cinco casas, cuyos
cimientos y primer piso eran de piedra labrada, que nadie ha
desenterrado.
Hay además cegados cinco pozos de los cinco corrales á cada casa
anejos; y entónces todo castellano que huia al monte, echaba al pozo la
poca plata y alhajas que poseia; no habrá ahí riquezas, pero sí plata y
piedra para indemnizar el desembolso del comprador.
No podia yo permanecer en Torquemada, y al cabo de un mes volví á
Madrid. Acababa de establecerse en la corte la sociedad editorial _La
Publicidad_, de la cual era uno de los directores D. Joaquin Francisco
Pacheco, quien ya he dicho que con Donoso Cortés y Pastor Diaz habia
sido mi primer amigo y amparador. Propuse la compra de la propiedad de
mi _Granada_; y en dos mil duros por tomo, cerré y firmé el contrato,
debiendo presentar mi manuscrito por medios tomos y cobrar mil duros
por cada mitad.
Empecé á enviar dinero á mi padre, que con él compró los solares, pero
no los tocó; intactos los hallé yo al verano siguiente, cuando invitado
por él fuí con mi mujer á hacerle compañía.
Mi padre ofreció á ésta las llaves y el gobierno de la casa; yo me
opuse diciéndole que su ama de llaves y sus criados eran de su completa
confianza, y que mi mujer y yo no éramos más que unos huéspedes por
aquel verano.
Pagóse mi padre y más su servidumbre de aquella confianza nuestra;
comencé yo á convertir el corral en jardin, y gozaba mi padre viéndome
cavar y trasplantar frutales, y abrir arriates para las flores. No
hice yo de aquel corralon de lugar un jardin de Falerina; pero al
ménos veíase desde los balcones algo muy diferente del muladar en
que convierten sus corrales los labriegos descuidados de nuestra mal
cuidada Castilla.
Fuimos y volvimos dos veces de Torquemada á Madrid y de Madrid á
Torquemada, y en la corte volví á poner casa por consejo de Tarancon, á
quien su cargo de senador volvió á traer á Madrid.
La sociedad de _La Publicidad_ se extendió mucho y no pudo abarcar
tánto; llevaba yo presentado tomo y medio de mi poema, y habíanme dado,
por órden de Pacheco, hasta setenta y dos mil reales; pero husmeando la
liquidacion próxima, y no queriendo que mi manuscrito pasara á manos
desconocidas, suspendí la entrega de original, con la intencion de
rescatar la propiedad de mi manuscrito, por una transaccion ventajosa,
cuando la liquidacion llegara.
Extendia entre tanto sus negocios el editor Gullon; y habiéndome pedido
un libro de la Vírgen, consultado el caso con Tarancon, y fiado en sus
consejos, ofrecí á Gullon el poema de María en seis meses y en treinta
y dos mil reales; pero siendo Madrid el punto del Universo en que más
tiempo se pierde y más holgazanes encuentra con quienes malgastarlo
el hombre que lo necesita, tomé en el Pardo y en la Casa de Infantes
un aposento, que empapelé y amueblé, y retiréme á trabajar en aquella
arbolada y jabalinesca soledad. Pasábame allí las semanas enteras: los
sábados me enviaban mi mujer y mi primo los caballos, y venia á pasar á
Madrid los domingos. Escribíame poco mi padre, porque tenia gota y mal
pulso y costábale mucho el llevar la pluma; y escribíale yo tambien muy
poco, porque estaba muy cansado de tener entre los dedos contínuamente
la mia. Sabia él de mí que trabajaba en un libro de la Vírgen; sabia
yo de él que la gota le tenia en descuido de la hacienda que habia
en parte arrendado, y en el endiablado humor en que la podagra pone
á quien la padece; y sabia de ambos el bueno de Tarancon, porque de
ambos se ocupaba y á mi padre escribia, miéntras yo algunas veces le
visitaba; y así corrió el invierno de 48, preguntando yo á mi padre si
necesitaba de mí, y contestándome él que no valia su mal la pena de que
yo interrumpiera mi trabajo.
Conservaba yo roto, y así de él me servia, aquel malhadado espejo de
mi _necessaire_ que se me rompió en París, y cuya rotura dió tánto
á Freyre que rezungar; pero habiéndose desprendido uno de los dos
trozos de su cristal por un costado, adherido sólo al carton en que
encuadrado estaba por su parte superior, hacíase ya tan engorroso como
arriesgado el servicio del tal espejo; y como conservábale yo roto
por mero recuerdo del mal dia en que se rompió y no por supersticioso
empeño, que Dios, en quien solamente á puño cerrado creo, me ha librado
de creer en agüeros ni supersticiones de ninguna especie, determiné al
fin renovar el espejo, ya que el _necessaire_ era en verdad prenda que
merecia tenerse completa. Vivia yo en las casas de Santa Catalina de
la calle del Prado, y hallábase establecida una fábrica de espejos en
donde hoy lo está el Casino Cervantes; llevó mi mujer misma el carton
en que el roto estaba encuadrado, y en él la pusieron otro espejo de la
exacta medida, prometiéndosele para el lunes: pero no se lo llevaron
hasta el martes. El azogado cristal nuevo encajaba perfectamente en el
hueco para él hecho en el fondo de la tapa del _necessaire_; coloquéle
en su lugar, púsele encima la almohadilla que le garantizaba contra
choques y movimientos, y cerrado el _necessaire_, forcé la tapa para
hacer girar la llave: pero al forzarla, sentí crugir algo dentro; el
espejo se habia vuelto á romper; yo habia dejado por debajo del cristal
uno de los pasadores que por arriba le sujetaban.
Resignéme á tenerlo roto y me volví á mi escondite del Pardo, y volví
á emprenderla con el libro de la Vírgen. Era un martes. Mi familia no
iba nunca á verme al Pardo; yo la pedia ó ella me enviaba los caballos
ó un carruaje, pero nunca en dia de entre semana, sinó en sábado ó en
domingo. El jueves habia yo concluido un capítulo; hacia un tiempo
delicioso y salí á hacer ejercicio ántes de comer, en compañía de un
guarda que en tales casos me servia de cicerone. A mi vuelta hallé un
coche en el patio de la casa y á mi mujer esperándome en mi aposento.
Volvia yo contento de mi paseo, porque lo estaba de mi trabajo, y
alegremente abracé á mi mujer y á la persona de su familia que la
acompañaba.
La mesa estaba puesta: sentíame con apetito, y comencé tranquilamente
á dar cuenta solo de mi pitanza, de que los recien venidos rehusaron
participar, y pasé distraido las primeras cucharadas de la caliente
sopa: pero al notar de repente el silencio tan sombrío como desusado
de mi familia, asaltóme un siniestro presentimiento, y exclamé inquieto:
«¡Dios mio! ¿Qué sucede, que venís tan tristes y tan pronto?
--Nada, pero es preciso que vengas con nosotros.
--¿Por qué?
--Porque... ha llegado una carta de Torquemada...--y al decir esto, mi
buena mujer rompió á llorar sin poderse contener.
No recuerdo si el del espejo roto fué lo que excitó en mi mente la
tremenda idea: «¡Ha muerto mi padre!»--exclamé angustiado.
--No, todavía no--se arriesgó á decir mi mujer; pero como esto, por
vulgar que sea, es lo primero que suele ocurrir á todo el mundo decir
en casos semejantes... no me quedó ya duda de mi desventura, y otra
idea más tremenda envolvió mi espíritu en las tinieblas de otra duda
que sumia mi alma en la más impía desesperacion.
«¡Mis padres mueren, me dije á mí mismo, sin llamarme en su última
hora! ¡Dios me deja sobre la tierra sin el último abrazo y sin la
bendicion de mis padres!... ¿Qué le he hecho yo á Dios? ¿Están malditos
mis pobres versos?»
Recogí los que llevaba escritos de la Vírgen y me volví á Madrid y á
casa de Tarancon, á quien ya no hallé: hacia dos dias que habia salido
para su diócesis.


APÉNDICE A ESTE TOMO.

Razon suficiente da el prólogo de este libro de mi venida y permanencia
actual en Barcelona: pero por torpe é ingrato deberia tenerme, si
yo cerrara este libro sin dar á sus habitantes las gracias por el
recibimiento que en su ciudad me han hecho, y el hospedaje que en ella
me han dado.
Atemorízame y apócame sin embargo el miedo de no acertar con palabras
que espresen mi gratitud, y pesárame en el alma que, con las que voy á
escribir, pareciese que sólo intento darme importancia, y prolongar el
ruido que esta especie de resurreccion mia ha levantado en la capital
de Cataluña.
A ella llegué el 30 de Octubre, y su pueblo se aglomeró en el
teatro para saludarme; pero con tan cordial cariño, con tan franca
espontaneidad, que no en mis oidos sinó en mi corazon resonaron los
aplausos que, de pié y vueltos al palco que ocupaba, me dirigieron
los espectadores. ¿Quién era yo, qué habia yo hecho para merecerlos
de Barcelona? Aún puedo apenas comprenderlo; y las lágrimas, que como
aquella noche anublaron mis ojos, vuelven á enturbiar mi vista ahora
que, con infinito agradecimiento, en estas líneas hago de aquella
escena tal vez inoportuna conmemoracion.
No espero que nadie de mí se mofe ni me avergüence por mis lágrimas de
gratitud, ni por consignar aquí con la más sincera los obsequios de que
fuí objeto y los nombres de los que me los prodigaron.
El 1.º de Noviembre apareció en Madrid, en el número 1841 de _El
Globo_, un tan curioso como oportuno y por mí no esperado artículo,
prohijado por la redaccion, puesto que aparece de fondo y sin firma, en
el cual me considera como un muerto que sobrevive á su gloria y asiste
á su apoteósis desde una butaca del salon de espectáculo; ¡Dios mio! si
la redaccion de _El Globo_ me hubiera podido honrar con su compañía en
mi palco del teatro Principal de Barcelona el 30 de Octubre, hubiera
comprendido lo poco que estimo mis obras, pero tambien la escitacion
febril que me producia el placer de recibir aquella ovacion del público
de Barcelona. ¡Gracias á quien quiera que aquel original artículo me
escribió en ocasion tan oportuna; gracias á la redaccion que lo aceptó
por suyo, y gracias (si le hay) á su trás ella escondido é invisible
inspirador.
El _Diario_ literario de avisos de Barcelona, copió este artículo de
_El Globo_ en su número del jueves 4; y en el del viernes 5 de _La
Crónica de Cataluña_ apareció otro afectuosísimo de D. Teodoro Baró,
á quien seria imposible que yo expresara mi reconocimiento por tal
escrito, en frases que á las suyas correspondieran. Baró siente sin
duda por mí algo que no se puede comparar más que con un amor de niño:
con una sencillez infantil, y una fraternal familiaridad se ocupa
de mi faz, de mi traje, de mis costumbres, hasta de mis intereses;
recordando en su artículo que cómo y pago alquiler de casa, y que no
es justo que se me reimpriman mis obras como si fueran propiedad de
todos, impidiéndome utilizar sus productos, para probarme la inmensa
popularidad que me han adquirido. Baró trata de mí, de mis obras, de
mis acciones y hasta de mis sentimientos íntimos y de mis pensamientos
recónditos, con una discrecion, con una delicadeza, con un decoro y con
un respeto, que no fueran mayores si él fuera padre, hijo ó hermano del
viejo poeta, á quien honra con el artículo en que le da tan cordial
bienvenida. Yo ocupo, por lo visto, en el alma de Baró un lugar entre
sus creencias: leyó de niño mis versos, se familiarizó conmigo desde
muy muchacho, aprendió sin duda al mismo tiempo el Catecismo y mis
_Cantos del Trovador_, el Padre nuestro y _El reló_, la Historia de
España y _Margarita la Tornera_, y ahora tiene de mí la misma idea que
de los personajes históricos y de las imágenes religiosas, que entran
en nuestro espíritu con los primeros rudimentos de nuestra primera
educacion. Y ¿qué voy yo á responder á los artículos de Baró? ¿Cómo
voy yo á corresponder á esta especie de veneracion innata que por
mí siente? Con palabras es imposible: no las encuentro; con versos,
ya no puedo, porque ya no los hago: con visitas, con cumplidos, con
banalidades sociales, seria bajarme yo mismo cantando las peteneras
del altar en que Baró me tiene en su corazon colocado; tengo pues que
callar, consagrándole en el mio una silenciosa gratitud.
Alonso del Real, en los lunes de _La Gaceta de Cataluña_, hoja
literaria del 25 del mismo mes de Noviembre, me dió por un poeta
sin rival, indiscutible, indeclinable, digno y capaz de vivir sin
decadencia ni senectud los años matusalénicos; la redaccion de _La
Publicidad_, en su número del 7, compuso su artículo de fondo con mi
biografía encomiástica, y encuadró mi retrato en su primera página:
y ¿cómo voy á corresponder á tan benévola acogida? ¿Enviando á
Alonso del Real y á los redactores de _La Publicidad_, y á los de _El
Diluvio_, y del _Diari Catalá_ y de _La Ilustracion Catalana_, y _El
Correo Catalan_, mis tarjetas ofreciéndoles mi casa y dándoles las
Páscuas y acompañándolas con un pavo?--Tengo, pues, que encomendarme
á Dios y al tiempo, que me deparen una ocasion de probarles mi
agradecimiento; y ellos tendrán que darse por contentos y satisfechos
con estas pocas y desaliñadas frases.
Pero hay algo más difícil aún de recibir y de aceptar que los escritos
encómios: estos, al cabo, se leen á solas, y los que los han escrito no
ven la cara que al leerlos pone aquel en loor de quien los escribieron.
El Presidente del Ateneo, D. Manuel Angelon, me preparó una velada
literaria: en ella hizo el Presidente de su seccion de literatura, Sr.
Feliu y Codina, mi presentacion al Ateneo en un discurso floridísimo,
durante el cual no sabia yo qué continencia tomar. El poeta D. Enrique
Freixas, me dedicó unos endecasílabos, de cuyas ideas soy yo el único
que no puede hacer mencion: el jóven Mata y Maneja, me probó que habia
tomado por un género de poesía mis extravíos fantásticos y mis delirios
métricos, en uno tan intrincado que me pareció mio; y por último, el
Ateneo me regaló una magnífica medalla de plata, que no pude colocar en
ningun bolsillo por temor de que con su peso me lo desgarrara.
La Sociedad «Romea» dió una funcion en obsequio mio, en el Teatro
Catalan del mismo nombre y me ofreció una corona.
La Sociedad «Latorre» me dedicó otra, y otra la Sociedad «Cervantes;»
y por fin, dióme la de «Romea» una segunda fiesta, poniendo en escena
mi _Sancho García_; en cuya representacion pusieron los actores más
esmero y dieron á la obra mia más relieve de los que acostumbran hoy
los que por primeros se consideran; y me inundó el escenario de flores
y de laureles.
El Sr. D. Santiago Vilar, en una velada de despedida, me presentó á
los alumnos de su colegio, como modelo de yo no sé cuántas cosas: los
niños pasaron la noche entera en recitar versos mios, lo que probaba
que habian pasado un mes estudiándolos y pensando en mí; el Sr. Obispo
de Avila me abrazó en público por los que yo recité; y no sé yo lo que
pensar pudieron los espectadores que atestaban aquel salon de aquel
abrazo episcopal, dado con cariñosa efusion al poeta más desatalentado
del siglo. Presentáronme en un estuche una joya preciosa, primoroso
ejemplar de cinceladura, en cuyo trabajo de argentería son estremados
los artistas barceloneses; y despues de un refrigerio, necesario para
reponer en los vasos linfáticos la saliva gastada en tan prolongada
lectura, salimos de aquella conmovedora fiesta de la niñez, presidida
por un ilustre prelado, á deshora de la noche, como viciosos que á su
casa vuelven ruidosamente de madrugada, calmando la inquietud de su
desvelada familia é interrumpiendo el tranquilo sueño de sus honrados
vecinos[3].
[3] En la lectura de la sociedad «Latorre» debí el honor de
que me acompañara al célebre poeta dramático, sostenedor del
teatro catalan, D. Federico Soler; quien bajo el seudónimo
de «Serafi Pitarra», hace años que con prodigiosa fecundidad
surte de obras originales la catalana escena. De ÉL, de sus
obras y del teatro Romea, tendré ocasion de ocuparme en mis
artículos de _El Imparcial_.
A este mes entero de fiestas y regalos, no puede el viejo poeta
corresponder más que apuntando rápidamente en este apéndice lo
sucedido. He protestado mil veces contra mis públicas exhibiciones;
pero Barcelona como Valencia, á manera de muchachas locas enamoradas
de un viejo, han pedido á gritos mi presentacion en los teatros: he
alegado los sesenta y cuatro años que me apocan y enronquecen, y
Barcelona me ha dicho: «que no; que yo no tengo edad y que canto como
un ruiseñor.» He tenido que acudir al Dr. Osío para que me azoara la
glotis, y Barcelona ha escuchado como sonora y argentinamente timbrada
mi voz perdida, y ha aplaudido frenética, como si nunca los hubiera
oido, mis versos tan viejos como yo. A esta idea preconcebida, á este
partido tomado, á este cariño maternal de Barcelona, ¿qué puedo,
qué debo yo ofrecer en accion de gracias? Dejarme querer, y seguir
trabajando en silencio, y en la duda afanosa de si la posteridad
sancionará los aplausos, la predileccion y el juicio con que Barcelona
me acepta y me recibe en su seno.
Me he limitado, pues, á escribir estas cuatro vulgares páginas; y como
ya no hago versos dos años hace, y el molde en que los vaciaba está
ya enmohecido y agujereado, no he sabido más que hilvanar con unos
que hice á Valencia, mi madre adoptiva, y otros que me ha inspirado
mi gratitud á Barcelona, una estrafalaria poesía, que aquí publico
como recuerdo de mi madre y homenaje á la Ciudad Condal. Carece
completamente de mérito literario, y la presento sin pretension alguna:
es sólo un ejemplo de lectura, en la cual colocados los alientos y
dilatados sus períodos para ser leida por mí, tal vez sólo mi arte de
alentar la hace escuchar sin fatiga, y tal vez sólo en mi boca tiene
armonía su dislocada metrificacion. Creada en el corazon más que
imaginada en el cerebro, espero que sólo con el corazon me la acepten y
me la juzguen Valencia y Barcelona.


BARCELONA Y VALENCIA.
LECTURA HECHA POR EL AUTOR EN BARCELONA.

I.
Barcelona y Valencia son dos hermanas;
y reclinadas ambas del mar á orillas
como dos garzas blancas, son dos sultanas
que tremolan bandera de soberanas
sobre ricas ciudades y alegres villas.
Yo soy huésped en ambas bien recibido;
y en las villas que de ambas son comarcanas,
voy y vengo á mi antojo, paso ó resido:
y dó quier, campesinas ó ciudadanas,
á mí, poeta viejo de las Castillas,
al par Barcelonesas y Valencianas,
desde las pobres huérfanas á las pubillas,
me reciben alegres y oyen ufanas
mis romancejos godos y mis coplillas,
que son mitad muzárabes, mitad cristianas:
y desde las más cándidas y más sencillas
payesas á las damas más cortesanas,
donde á cantar me paro, niñas y ancianas,
oyendo de mis cuentos las maravillas
sonríen al poeta y honran sus canas.
Así que en Barcelona como en Valencia,
dó quier que me preguntan «y tú ¿quién eres?»
digo con ciertos humos de impertinencia:
«Soy el viejo poeta de las mujeres.»
Pero en conciencia,
¿Qué soy de Barcelona? ¿Qué de Valencia?

II.
Yo de los valencianos hijo adoptivo,
considero á Valencia como á mi madre;
mas cuando á Barcelona vengo, aquí vivo
como si aquí tuviera casa mi padre.
Aquí y allí de raza ni de abolengo
no, sinó de cariño títulos tengo;
allí y aquí mis versos en castellano
me dan fuero y derechos de ciudadano,
porque á mi vieja musa mora-cristiana
Cataluña y Valencia ven como hermana.
Mas no es mi vida en ambas muy regalona,
pues aquí y allí vivo como la ardilla
en inquietud perpétua: se me eslabona
una con otra fiesta; de villa en villa,
de teatro en teatro se me pregona;
voy y vengo sin tiempo de tomar silla:
por dó quiera me dicen: «_¡parla! ¡enrahona!_»
yo suelto de mis versos la taravilla,
y dó quier mi presencia fiesta ocasiona:
porque aquí y allí paso por maravilla,
porque escribí el _Tenorio_, que es quien me abona
lo mismo en Cataluña que por Castilla;
y aquí, cuando en las calles ven mi persona,
dicen los _noys_ que pasan:--«es en Surrilla,»
lo mismo que si fuera de Barcelona.
Mas mi conciencia
¿qué cree de Barcelona?
¿qué de Valencia?

III.
Faro de isla cercado de guardabrisas,
camarin alfombrado de minutisas,
ajimez festonado con ramos de oro,
joyel que de cien reinas guarda el tesoro,
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