Recuerdos Del Tiempo Viejo - 06

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extremeció el coliseo. Crecióse con él la actriz; entró en la fiebre
de la inspiracion; hizo lo imposible de relatar; y cuando exclamó
concluyendo, con el acento profundo y las cóncavas inflexiones del de
la más criminal desesperacion,
«para uno de los dos guarda esa copa,
de la callada eternidad la llave!»
quedó Bárbara inmóvil, trémula, inconsciente de lo que habia hecho,
ajena y sin corresponder con la más mínima inclinacion de cabeza á
los aplausos frenéticos, que tuvo que interrumpir Cárlos Latorre
presentándose á continuar la representacion, sacando á Bárbara de su
absorcion con el «¡Madre mia!» de su salida.
Así hacian Cárlos y Bárbara _Sancho García_. Aún vive: pregúntenselo
mis lectores á Bárbara, y que diga ella cuántos malos ratos la dí
con el ensayo y cuántas noches insomnes la hice pasar con el estudio
de mis papeles; cuántas lágrimas la hice derramar y cuántas veces la
hice detestar su suerte de actriz; pero que diga tambien si tuvo nunca
amigo más leal ni aplausos y ovaciones como las de mi _Sancho García_.
Hoy siento orgullo con tal recuerdo, y me congratulo de poderla dar
este testimonio de mi gratitud treinta y ocho años despues de aquella
representacion.
Lombía, por su parte, lo inventó y lo intentó todo en aquellos cuatro
años para sostener nuestro teatro de la Cruz enfrente del afortunado
del Príncipe. A su iniciativa se debió que Basili, Salas, Ojeda y
Azcona echaran los fundamentos de la Zarzuela con la escena de _La
pendencia_ y _El sacristan de San Lorenzo_, y otras parodias de
_Norma_, _Lucía_ y _Lucrecia_, en las cuales despuntó Caltañazor, y
concluyó por presentar _La lámpara maravillosa_, baile maravillosamente
decorado por Aranda y Avrial, ejecutado por la familia Bartholomin,
cuya primera pareja, Bartholomin-Montplaisir, fué reforzada con un
cuerpo de baile de andaluzas y aragonesas; de cuyos cuerpos se han
perdido los moldes, y de cuyas modeladuras no quiero acordarme, por
no quitar tres meses de sueño á los que no las vieron con aquellos
vestidos, que no eran más que un pretesto para salir en cueros.
En el verano del 40 ó del 41, ántes de que estas huríes hicieran un
infierno del teatro de la Cruz, reclamó Lombía de mí una comedia de
espectáculo, en ausencia de Cárlos Latorre, que veraneaba por las
provincias. Los actores sérios y jóvenes se habian ido con Cárlos, y el
trabajo cómico de Lombía, no acomodándose con el mio patibulario, no
sabia yo cómo salir de aquel compromiso ineludible, segun mi contrato
con la empresa. Apurábame Lombía, y devanábame yo los sesos trás del
argumento por él pedido, sin que él aflojara un punto en su demanda y
sin que yo me atreviera á decirle que no éramos el uno para el otro.
Acosábale á él tal vez la secreta comezon de abordar el drama en
ausencia de Cárlos, y pesábame á mí tener que escribir para otro que
no fuera aquel único modelo del galan clásico del drama romántico;
costaba mucho á mi lealtad lo que tal vez podia parecer una traicion
á Cárlos Latorre, y ¡Dios me perdone mi mal juicio! pero tengo para mí
que Lombía tenia la mala intencion de hacérmela cometer. Impacientábase
Lombía y desesperábame yo de no dar con un asunto á propósito, lo que
ya le parecia, vista mi anterior fecundidad, no querer escribir para
él, cuando una tarde, obligado á trabajar un caballo que yo tenia
entablado hacia ya muchos dias, salia yo en él por la calle del Baño
para bajar al Prado por la Carrera de San Jerónimo. Era el caballo
regalo de un mi pariente, Protasio Zorrilla, y andaluz, de la ganadería
de Mazpule, negro, de grande alzada, muy ancho de encuentros, muy
engallado y rico de cabos, y llevábale yo con mucho cuidado, miéntras
por el empedrado marchaba, por temor de que se me alborotase. Cabeceaba
y braceaba el animal contentísimo de respirar el aire libre, cuando, al
doblar la esquina, oí exclamar á uno de tres chulos que se pararon á
contemplar mi cabalgadura: «Pues miá tú que es idea dejar á un animal
tan hermoso andar sin ginete.»
La verdad era que siendo yo tan pequeño, no pasaban mis piés del
vientre del caballo; y visto de frente, no se veia mi persona detrás
de su engallada cabeza y de sus ondosas y abundantes crines. Por mas
que fuera poco halagüeña para mi amor propio la chusca observacion de
aquellos manolos, el de montar tan hermosa bestia me hizo dar en la
vanidad de lucirla sobre la escena, y ocurrírseme la idea de escribir
para ello mi comedia _El caballo del rey D. Sancho_. Rumié el asunto
durante mi paseo, registré la historia del Padre Mariana de vuelta á
mi casa, y fuíme á las nueve á proponer á Lombía el argumento de mi
comedia, advirtiéndole que debia de concluir en un torneo, en cuyo
palenque debia él de presentarse armado de punta en blanco, ginete
sobre mi andaluz caparazonado y enfrontalado.
Aceptó la idea de la comedia, plúgole la del torneo final y halagóle
la de ser en él ginete y vencedor. Puse manos á mi obra aquella misma
noche, y díla completa en veinte y dos dias. El señor duque de Osuna,
hermano y antecesor del actual, á quien me presentó y cuya benevolencia
me ganó el conde de las Navas, puso á mi disposicion su armería, de la
cual tomé cuantos arneses y armas necesité para el torneo de mi drama,
cuya última decoracion del palenque trás de la tienda real montó Aranda
con un lujo y una novedad inusitadas.
Pasóse de papeles mi drama; ensayóse cuidadosamente y conforme á un
guion, que los directores de escena hacen hoy muy mal en no hacer, y
llegó el momento de enseñar su papel á mi caballo. Metíle yo mismo una
mañana por la puerta de la plaza del Angel, desde la cual subian los
carros de decoraciones y trastos por una suave y sólida rampa hasta el
escenario: subió tranquilo el animal por aquella, pero al pisar aquél,
comenzó á encapotarse y á bufar receloso, y al dar luz á la batería
del proscenio, no hubo modo de sujetarle y ménos de encubertarle con
el caparazon de acero. Lombía anunció que ni el Sursum-Corda le haria
montar jamás tan rebelde bestia, y estábamos á punto de desistir de la
representacion, cuando el buen doctor Avilés nos ofreció un caballo
isabelino, de tan soberbia estampa como extraordinaria docilidad, que
aguantó la armadura de guerra, la batería de luces y en sus lomos á
Lombía, que no era, sea dicho en paz, un muy gallardo ginete.
La primera representacion de este drama fué tal vez la más perfecta
que tuvo lugar en aquel teatro: Lombía se creció hasta lo increible: é
hizo, como director de escena, el prodigio de presentar trescientos
comparsas tan bien ensayados y unidos, que se hicieron aplaudir en un
palenque de inesperado efecto; y Bárbara Lamadrid, para quien fueron
los honores de la noche, llevó á cabo su papel con una lógica, una
dignidad tales, que al perdonar al pueblo desde la hoguera y á su hijo
en el final, oyó en la sala los más justos y nutridos aplausos que
habian atronado la del teatro de la Cruz.
Pero aquel drama no pudo quedar de repertorio; hubo que devolver las
armaduras al señor duque de Osuna y el caballo al doctor Avilés, y...
ni mereció los honores de la crítica, ni ningun empresario se ha vuelto
á acordar de él, ni yo, que de él me acuerdo en este artículo, recuerdo
ya lo que en él pasa. En cambio, al fin de aquel mismo año se escribió
otro que todo el mundo conoce, que no hay aficionado que no haya hecho
con gusto y aplauso, de cuyo orígen se han propalado las más absurdas
suposiciones, que me ha valido tanta fama como al mismo _D. Juan
Tenorio_, y en cuya representacion no han dado jamás pié con bola más
que los tres actores que, bajo mi direccion, lo estrenaron: Latorre,
Pizarroso y Lumbreras; hablo de _El puñal del godo_, del cual me voy á
ocupar en el siguiente número.


XII.
EL PUÑAL DEL GODO.

I.
Acababa de estrenarse Sancho García y espiraba el tercero dia de
Diciembre de 1842. Trabajaba yo aprovechando la luz que comenzaba á
cambiarse en crepúsculo, cuando un avisador del teatro me trajo un
billete de Lombía, en el cual me suplicaba que no dejara de ir á la
representacion de aquella noche, porque deseaba tener conmigo una
entrevista de diez minutos.
Ya Lombía, á imitacion de Romea, tenia una antecámara en la cual se
reunian sus autores favoritos y sus amigos íntimos, como los de Julian
en el saloncito del teatro del Príncipe. De aquel venian algunos
que escribian para ambos teatros, y que como Hartzenbusch y García
Gutierrez no formaban pandillaje; porque su talento, formalidad y
reputacion, les habian ya colocado muy encima de todo mezquino espíritu
de partido. Yo no iba nunca al saloncito del Príncipe é iba poco á
la antecámara de Lombía, pero asistia contínuamente á mi palco de
proscenio para estudiar mis actores, y bajaba en los entreactos á
saludar á Cárlos Latorre y á la Bárbara, las noches que trabajaban.
Aquella era de Lombía; en el primer entreacto me aboqué con él en su
cuarto y trabamos inmediatamente conversacion, presentes Hartzenbusch,
Tomás Rubí, Isidoro Gil y no recuerdo quiénes más. Hé aquí en resúmen
nuestro diálogo:
_Lombía._--La empresa espera de V. un señalado servicio.
_Yo._--Debo servirla segun mi contrato y segun mis fuerzas.
_Lombía._--Sabe V. que es costumbre que las funciones de Noche-Buena
sean beneficio de la compañía, repartiéndose sus productos á prorrata
entre todos sus actores y empleados segun su clase.
Agucé yo el oido sintiendo abrir una trampa en la que se trataba de
hacerme caer, y continuó Lombía diciéndome:
Sabe V. que Cárlos Latorre no toma nunca parte en las funciones de
Navidad, so pretesto de que en el género cómico de estas alegres
representaciones no cabe el suyo trágico; de modo que cobra y se pasea
desde Navidad á Reyes. Queremos que comparta este año con nosotros el
trabajo de tales dias, y no hay más que un medio con el cual se avenga,
y es, que se le escriba una pieza nueva, y la empresa ha pensado en V.
_Yo._--Estamos á 13, y por breve que sea el trabajo...
_Lombía._--Deberia estar concluido el 17; copiado y repartido, el 18;
estudiado, el 19 y el 20; ensayado el 21 y 22, y representado el 24.
_Yo._--Imposible: me faltan tres escenas y copiar el tercer acto de la
segunda obra, que debo entregar á ustedes ántes de año nuevo; si la
interrumpo no la concluyo; no puedo, pues, ocuparme de nada más hasta
el 17, y ya no es tiempo.
_Lombía._--No quiere V. servir á la empresa por no contrariar á su
amigo.--(Lombía partia siempre del principio de que yo era mejor amigo
de Cárlos que suyo.)
_Yo._--Mi obligacion es primero que mi amistad.
_Lombía._--Su excusa de V. nos prueba lo contrario.
_Yo._--Voy á hacer á V. una propuesta que le asegure de mi buena
fé. Concluiré mi trabajo el 16: en su noche volveré aquí; y si para
entónces el Sr. Hartzenbusch se ocupa de encontrarme un argumento para
un drama en un acto, yo me comprometo á escribirlo el 17 y presentarlo
el 18.
_Lombía._--Propuesta evasiva: con decir que el argumento que á V. se le
dé no es de su gusto....
_Yo._--El Sr. Hartzenbusch sabe el respeto en que le tengo, y todos
Vds. saben que sigo sus consejos y acepto sus correcciones como de mi
superior y maestro. He buscado al Sr. Hartzenbusch en dos situaciones
difíciles de mi vida; sabe todos los secretos de mi casa, es en ella
como mi hermano mayor, y lo que él me diga que haga, eso haré yo, como
mejor hacerlo sepa.
_Lombía._--Se conoce que ha estudiado V. con los jesuitas: sus palabras
de V. son tan suaves como escurridizas. Si no quiere V. no hablemos más.
_Yo._--Mi última proposicion. Traiga V. aquí el 16 por la noche un
ejemplar de la historia del P. Mariana; le abriremos por tres partes,
desde la época de los godos hasta la de Felipe IV: leeremos tres
hojas de cada corte en sus hojas hecho; y si en las nueve que leamos
tropezamos con algo que nos dé luz para un asunto dramático, lo
amasaremos entre todos, yo lo escribiré como Dios me dé á entender, y
el jesuita Mariana abonará la fé del discípulo de los jesuitas del
Seminario de Nobles.
_Lombía._--Propuesta aceptada.
_Yo._--Pues hasta el 16 á las siete.
En tal dia y en tal hora, concluido mi trabajo, volví á presentarme
en el teatro de la Cruz, donde Hartzenbusch, Rubí y algunos otros de
quienes no me acuerdo, me esperaban con Lombía, que tenia sobre la
mesa una _Historia de España_. Metimos tres tarjetas por tres páginas
distintas, y en el primer corte tropezamos, en el capítulo XXIII del
libro sétimo, estas palabras sobre el fin de la batalla de Guadalete
y muerte del rey D. Rodrigo: «Verdad es que, como doscientos años
adelante, en cierto templo de Portugal, en la ciudad de Viseo, se halló
una piedra con un letrero en latin, que vuelto en romance dice:
AQUI REPOSA RODRIGO, ULTIMO REY DE LOS GODOS.
Por donde se entiende que, salido de la batalla, huyó á las partes de
Portugal.»
Al llegar aquí, dije yo: «Basta: un embrion de drama se presenta á
mi imaginacion. ¿Con qué actores y con qué actrices cuento? Necesito
á Cárlos, á Bárbara y á lo ménos dos actores más.» Y miéntras esto
decia, me rodaban por el cerebro las imágenes de Pelayo, don Rodrigo,
Florinda y el conde D. Julian.--Lombía dijo: «Imposible disponer de
Bárbara.»--«Pues Teodora, repuse yo.»--«Tampoco; la cuesta mucho
estudiar, replicó Lombía.»--«Pues Juanita Perez, ni la Boldun, no me
sirven para mi idea, repuse.»--«Pues compóngase usted como pueda,
exclamó por fin Lombía: tiene V. á Cárlos, á Pizarroso y á Lumbreras:
_los tres de V._ Van á levantar el telon y no quiero faltar á mi
salida. ¿En qué quedamos? ¿Es V. hombre de sostener su palabra?»
Picóme el amor propio el tonillo provocativo de Lombía, y sin
reflexionar, tomé mi sombrero y dije saliendo tras él de su cuarto:
«Mañana á estas horas quedan Vds. citados para leer aquí un drama en un
acto.--Buenas noches.
--¿Apostado? me gritó Lombía dirigiéndose á los bastidores.
--Apostado: me darán Vds. de cenar en casa de Próspero; respondí yo
echándome fuera de ellos por la puerta de la plaza del Angel.
Poco trecho mediaba de allí á mi casa, núm. 5 de la de Matute: poco
tiempo tuve para amasar mi plan, pero tampoco tenia minuto que perder.
Me encerré en mi despacho: pedí una taza de café bien fuerte, dí
órden de no interrumpirme hasta que yo llamara, y empecé á escribir
en un cuadernillo de papel la acotacion de mi drama. «Cabaña, noche,
relámpagos y truenos lejanos.--Escena primera.» Yo no sabia á quién
iba á presentar ni lo que iba á pasar en ella: pero puesto que iba
á desarrollarse en una cabaña, debia por álguien estar habitada:
ocurrióme un eremita, á quien bauticé con el nombre de Romano por
no perder tiempo en buscarle otro; y como lo más natural era que
un ermitaño se encomendase á Dios en aquella tormenta que habia yo
desencadenado en torno suyo, mi monje Romano se puso á encomendarse á
Dios, miéntras yo me encomendaba á todas las nueve musas para que me
inspiraran el modo de dar un paso adelante. Pensé que si el monje y yo
no nos encomendábamos bien á nuestros dioses respectivos, corria el
riesgo de meterme, empezando mal, en un pantano de banalidades del que
no pudieran sacarme ni todos los godos que huyeron de Guadalete, ni
todos los moros que á sus márgenes les derrotaron.
Llevaba ya el monje rezando treinta y seis versos, y era preciso que
dijera algo que preparara la aparicion de otro personaje; que era claro
que si andaba por el monte á aquellas horas y con aquel temporal, debia
de poner en cuidado al que abria la escena en la cabaña. Decidíme por
fin á atajar la palabra á mi monje romano y escribí: Escena segunda.
_Sale Theudia_: y salió Theudia; mas como no sabia yo aún quién era
aquel Theudia, le saqué embozado, y me pregunté á mí mismo: ¿Quién
será este Sr. Theudia, á quien tampoco podia tener embozado mucho
tiempo en una capa, que no me dí cuenta de si usaban ó no los godos?
era preciso empero desembozarle, y él se encargó de decirme quién era:
un caballero; por lo cual, y por su nombre, y por su traje, tenia
necesariamente que ser un godo; quien trabándose de palabras con aquel
monje que en la choza estaba, me fué dando con los pormenores que en
ellas daba, la forma del plan que me bullia informe en el cerebro;
de modo que andando entre Theudia, el ermitaño y yo á ciegas y á
tientas con unos cuantos recuerdos históricos y unas cuantas ficciones
legendarias de mi fantasía, cuando al fin de aquella larga escena
segunda escribí yo: Escena tercera. _El ermitaño_, _Theudia_, _Don
Rodrigo_, ya comenzaba á ver un poco más claro en la trama embrollada
de mi improvisado trabajo, y el cielo se me abrió en cuanto me ví con
Cárlos Latorre en las tablas; porque miéntras él estuviera en ellas,
era lo mismo que si en sus cien brazos me tuviera á mí el gigante
Briareo; porque estaba ya acostumbrado á ver á Cárlos sacarme con bien
de los atolladeros en que hasta allí me habia metido, y á él conmigo le
habia arrastrado mi juvenil é inconsiderada osadía.
En cuanto me hallé, pues, con Cárlos, fiado en él, me desembaracé del
monje como mejor me ocurrió, y me engolfé en los endecasílabos: cuando
yo los escribia para Cárlos Latorre en mis dramas, ya no veia yo en
mi escena al personaje que para él creaba, sinó á él que lo habia de
representar, con aquella figura tan gallarda y correctamente delineada,
con aquella accion y aquellos movimientos, y aquella gesticulacion
tan teatrales, tan artísticos, tan plásticos, nunca distraido, jamás
descuidado; dominando la escena, dando movimiento, vida y accion á
los demás actores que le secundaban: así que al entrar yo en los
endecasílabos de la escena cuarta, me despaché á mi gusto haciendo
decir á D. Rodrigo cuanto se me ocurrió, sin curarme del cansancio que
iba á procurar á un actor, que por fuerte que fuese era ya un hombre
de más de sesenta años con un papel que sostenia solo todo mi drama;
mas la inspiracion habia ya desplegado todas sus alas, y no vacilé
en añadirle el fatigosísimo monólogo de la escena V para preparar la
salida del conde D. Julian. Aquí me amaneció: tomé chocolate y leí lo
escrito; parecióme largo y asombréme de tal longitud, pero no habia
tiempo de corregir; presentia que me iba á cansar, y temiendo no
concluir para las siete, acometí la escena del conde con D. Rodrigo,
que me costó más que todo lo llevado á cabo, y me faltó la luz del dia
cuando escribia:
Escucha, pues, ¡oh rey Rodrigo
á cuánto llega mi rencor contigo!
No me habia acostado, no habia comido, no podia más y se acercaba
la hora de la lectura. Me lavé, tomé otra taza de café con leche,
enrollé mi manuscrito y me personé con él en el teatro de la Cruz.
Leyóse; asombréme yo y asombráronse los que me escucharon; abrazóme
Hartzenbusch, y frotábase ya Lombía las manos pensando en que la
funcion de Navidad trabajaria Cárlos, cuando éste dijo con la mayor
tranquilidad: «Señores, yo no tengo conciencia para poner esto en
escena en cuatro dias; esta obra es de la más difícil representacion,
y yo me comprometo á hacer de ella un éxito para la empresa, si se me
da tiempo para ponerla con el esmero que requiere; miéntras que si la
hacemos el 24 vamos de seguro á tirar por la ventana el dinero de la
empresa y la obra es la reputacion del Sr. Zorrilla.
Convinieron todos en la exactitud de lo alegado por Latorre; mascó
Lombía de través el puro que en la boca tenia y... se dejó _El puñal
del godo_ para despues de las fiestas; y tampoco aquel año trabajó en
ellas Cárlos Latorre.
Así se escribió _El puñal del godo_. ¿Cómo lo puso en escena aquel
irreemplazable trágico?
La representacion para el próximo lunes.


XIII.
EL PUÑAL DEL GODO.

II.
Durante las fiestas de Navidad ocupóse Cárlos Latorre del estudio de
aquel repentino aborto de mi irreflexivo ingenio, que habia yo escrito
y leido en veinticuatro horas y bautizado con el título de _El puñal
del godo_: y durante aquellos quince dias, habia yo tenido tiempo para
reflexionar sobre lo que habia hecho.
Debo yo á Dios una cualidad por la cual le estoy profundamente
agradecido; pero por la cual es probable que no sea nunca respetado
en mi patria: la de no dejarme alucinar por los aplausos, y no creer
por ellos que mis obras son el non plus ultra de la perfeccion: como
yo sé mejor que nadie cómo y por qué las he escrito, no tengo vanidad
en ellas; y no solamente veo sus grandes defectos, sinó que tampoco
me ofende su crítica, por más que muchas veces me las haya acerba,
personal y agresivamente flagelado.
Desde que el 17 por la noche leí en el teatro de la Cruz lo que en
aquel dia y la noche anterior habia escrito, habia yo comprendido que
aquel _Puñal del godo_, forjado en el breve tiempo y del modo que llevo
dicho, escribiéndolo ántes de pensarlo, creándolo y dándole forma
segun escribiéndolo iba, y fiándome al escribirlo en que era Cárlos
quien lo debia de representar en cuatro dias, adolecia de gravísimos
defectos, que hacian dificilísima su representacion. Yo habia escrito
sin juicio, sin correccion y sin poder pararme á leer lo que escribia,
por miedo de perder los minutos que para concluir á tiempo mi trabajo
podian faltarme; por consiguiente, mis personajes no decian en las
cuatro primeras escenas lo que debian para hacer comprender la accion
á los espectadores, sinó lo que yo me iba diciendo á mí mismo para
comprender mi pensamiento, que no se trababa y desarrollaba en mi
imaginacion, sino ya en el papel por los puntos de mi pluma; la cual no
podia volverse á borrar una redondilla, sin perder sus cuatro versos y
los cuatro minutos empleados en escribirlos, no en pensarlos, porque
para pensar no tenia ni se me habia concedido tiempo. Así en la escena
IV endecasílaba, parece que Theudia y D. Rodrigo se quieren desquitar
de lo que no han hablado desde la desastrosa jornada del Guadalete.
Fiado yo en Cárlos Latorre, que contaba de una manera cuyos pormenores
concienzudamente estudiados en voz, posiciones, accion y fisonomía
avasallaban la atencion del auditorio constante y crecientemente,
puse en boca de D. Rodrigo aquella fantástica historia del monje;
figurándome conforme la iba escribiendo cómo me la iba á poner en
accion aquel amigo gigante, que en sus brazos me levantó y á quien debo
la poca reputacion que como autor dramático he obtenido.
Y en verdad que, con sinceridad revelándoselo hoy al público despues de
treinta y ocho años, hasta que hice decir á la vision del bosque en la
narracion de D. Rodrigo, que
él, á quien deshonró tu incontinencia,
vendrá de crímen y vergüenza lleno
con tu mismo puñal á hender tu seno,
maldito si sabia yo aún en lo que habia de parar todo aquello, que no
era todavía más que la exposicion. Hasta que brotó del diálogo aquel
bienaventurado puñal, mi mal perjeñado trabajo no tenia ni accion,
ni final, ni título: desde allí el drama lo es, y caminé desde allí
resueltamente á la escena VI, que es lo único que en él tiene un valor
real y un interés verdadero.
Cuando nos reunimos por primera vez en el gabinete octógono de su casa
de la plaza de Santa Ana Cárlos y yo, para tratar del reparto y ensayo
de mi drameja, me dijo Cárlos: «La espontaneidad con que ha escrito
usted _esto_, la exuberancia de versificacion en sus escenas acumulada,
hacen difícil su representacion. Yo no quiero que corrija V. ni suprima
una sola palabra; quitaria V. á su obra su originalidad; quiero hacerla
tal como está; pero quiero que mis actores, conmigo, aseguren el
éxito de su estreno con el mismo lujo de pormenores de que V. la ha
colmado, y con tanto exceso de estudio para representarla cuanto á V.
le ha faltado para escribirla. Escúcheme V., y vamos á ver si yo he
comprendido bien su pensamiento.»
Latorre y yo teníamos siempre esta conferencia preliminar, en la cual
exponíamos mútuamente nuestra manera de ver la accion de la obra que
íbamos á poner en escena: yo le decia cómo la habia yo concebido,
y él me decia cómo pensaba desarrollarla. Siguió, pues, Cárlos
diciéndome: «D. Rodrigo es en _El puñal del godo_ un rey acosado por
dos grandes pasiones: la supersticion del godo de su edad tosca, y la
profunda melancolía que en su corazon ha engendrado el vencimiento.
La concentracion en sí mismo y la distraccion perpétua en que sus
pensamientos le tienen absorbido son las señales externas del carácter
de esta figura. ¿No es eso?
--Exactamente.
--El conde D. Julian es un mal hombre: por más que la ofensa que
ha recibido le da derechos para mucho, él va tras de una venganza
insaciable, en la cual no ha dudado envolver á toda la nacion de su
ofensor. La aspereza violenta, la ira traidora de la hiena, y la marcha
oblícua del lobo, son los caractéres exteriores de esta figura, que se
mueve en el cuadro inquieta, torva y siniestra, como amenaza viviente.
¿No es así?
--Exactamente.
--Theudia es... su Sancho Montero y su Blas de usted en _Sancho García_
y _El Zapatero y el Rey_: á Lumbreras le viene como pintado el papel de
Theudia, y daremos el del conde á Pizarroso.
Y se envió á estos actores su respectivo papel.
Lumbreras era entónces un mozo de buena estatura, de franca fisonomía,
de varoniles maneras, bien proporcionado de piernas y brazos, y de
fresca y bien timbrada voz; pero era algo tartamudo, aunque no se
apercibia en escena este defecto, que vencia el estudio y el cuidado.
Lumbreras tenia el gérmen de un buen actor sério; habia estrenado
con justo aplauso el papel del moro Hissem en _Sancho García_; y en
la escuela y compañía de Latorre le secundaba dignamente bajo su
direccion.
Pizarroso era un actor de angulosas formas, de voz áspera y
_garrasposa_, pero de buena estatura y fisonomía, de fácil comprension,
de buena voluntad para el estudio, muy cuidadoso en el vestir, y secuaz
ciego y adorador idólatra de Cárlos Latorre, entre cuyas manos era
materia dúctil como actor útil y aceptable.
Con estos elementos y diez dias de estudio, ensayamos otros diez _El
puñal del godo_ y levantamos el telon sobre el interior sombrío de
una fantástica cabaña, pintada por Aranda para mi drama en miniatura,
en una noche en que la política traia un poco inquietos los ánimos, y
la atmósfera tan cerrada en nubes como aquella en incertidumbres; una
noche, en suma, muy mala para dar nada nuevo á un público que no sabia
lo que queria ni lo que recelaba, dispuesto á descargar su inquietud
sobre el primero que se la excitara, anheloso por distraerse, pero
inseguro de hallar quien le distrajera.
Ante este público se levantó el telon del teatro de la Cruz sobre la
cabaña de mi monje Romano, quien empezó aquella larga plegaria, de la
cual no habia querido Cárlos que suprimiera un verso. Nunca he tenido
yo más miedo: tenia cariño á mi tan mal forjado _Puñal_, y temia
que mi triunfo de veinticuatro horas se convirtiera en veinticuatro
minutos en vergonzosa derrota. Presentóse Lumbreras, y se presentó
bien: franco, sencillo y respetuoso con el monje, pidióle de cenar con
mucha naturalidad, comió como sóbrio que dijo ser, observó al ermitaño
como hombre que está sobre sí, pero con la tranquila serenidad de un
valiente, y llevó en fin á cabo la escena, dándola la flexibilidad,
el movimiento y el lujo de pormenores de que Cárlos habia previsto la
necesidad. El público la oyó en el más desanimador silencio.
Salió al fin Cárlos, cabizbajo, distraido, sombrío y brusco, llenando
la escena del misterio del carácter del personaje que representaba,
y á los primeros versos se captó la atencion de los espectadores, y
al sentarse empujando á Theudia y diciéndole: «Haceos, buen hombre,
atrás...» yo respiré en mi palco, porque ví que todo el mundo queria ya
ver lo que iba á pasar.
Cárlos no tenia par para estas escenas: no dejó enfriar la atencion
un solo instante; y cuando, sólo ya con Theudia, entró en los
endecasílabos, se le escuchaba con religioso silencio, y sofocábanse
por no toser los á quienes traia resfriados aquella húmeda frialdad del
Enero de 43.
Cárlos reveló tánto miedo, tánta esperanza, tánta supersticion, tal
lucha interior de pasiones oyendo las noticias de Theudia, que entró
en la narracion de su cuento tan vaga y tan fantásticamente, que al
concluirle diciendo
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