Recuerdos Del Tiempo Viejo - 07

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«Dijo: y por entre la niebla arrebatado
huyó el fantasma y me dejó aterrado,»
estalló un general aplauso: era que el público expresaba así el placer
de que Cárlos le hubiera dejado respirar: Lumbreras picó y despertó
el amor propio, y el valor del rey vencido con una intencion tan bien
marcada; Cárlos olfateó y oyó el aura militar del campamento y el
clarin que extremecia á los corceles con una accion tan dramática y
levantada, y con una amplitud de aliento tan vigorosa, que la sala
estalló en aquel ¡bravo, Latorre! que era sólo para él y que él sólo
sabia arrancar. La partida estaba ganada: y preparada de este modo la
salida del conde D. Julian, rápido, perfectamente á tiempo y entre
el fulgor de un relámpago, se presentó por el fondo Pizarroso, torvo,
sombrío, hosco é insolente, envuelto en una parda y corta anguarina,
con una larga y estrecha caperuza amarilla, que le cortaba la espalda
de arriba á abajo. Fuése directamente á la lumbre, que estaba á la
derecha, y picando con intachable precision el diálogo de entrada,
Cárlos con supersticiosa desconfianza y Pizarroso con agresivo mal
humor, llegó éste al rústico banquillo que junto á la lumbre estaba, y
diciendo
D. Julian. ¿Tiene algo que cenar?
D. Rodrigo. Nada.
D. Julian. Pues basta;
la cuestion por mi parte ha dado fondo,
engánchase la borla de su capucha en un clavo del banquillo, vuélcase
éste y da fondo Pizarroso, sentándose á plomo sobre el tablado.
Aquí hubiera acabado hoy el drama; pero hé aquí el público y los
actores de aquel tiempo viejo: el público ahogó en un ¡chist!
general la natural hilaridad que iba á romper; Cárlos, en lugar de
decir: «desatento venís donde os alojan,» dijo en voz muy clara y
con un altanero desenfado: «desatentado entrais donde os alojan,» y
aprovechando Pizarroso aquel dudoso instante, incorporóse enderezando
el banquillo, asentóle sobre sus piés con un furioso golpe, y sentóse
tranquilamente, como si lo sucedido estuviera acotado en su papel.
Cárlos, en una posicion de supremo desden y de suprema dignidad, se
quedó contemplándole de través y en silencio, hasta que el público
rompió en un aplauso universal; y continuó la escena en una suprema
lucha de los actores por la honra del autor. La conclusion fué tan
rápida y precisamente ejecutada por el hachazo de Lumbreras, y
aconterada por Cárlos con la octava final con tal sentimiento y brío,
que el aplauso final se prolongó muchos minutos. _El puñal del godo_
obtuvo el éxito que se obligó á darle Cárlos Latorre, si se nos
concedia tiempo para ponerle en escena como él habia concebido que
debia ponerse.
Así se hacian y así se escuchaban las obras dramáticas desde 1832 á
1843.


XIV.
INTERRUPCION.
Sr. Director de _Los Lunes de El Imparcial_:

Mi querido amigo: Siento mucho no poder enviar á V. original de
mis _Recuerdos del tiempo viejo_ para el número de mañana: pero la
primavera que Dios prematuramente nos ha enviado esta semana á los que
en Madrid vivimos, ha hecho fermentar en mi viejo corazon el espíritu
vagabundo y holgazan de todo buen español en la estacion primaveral.
Confieso á V., y sin que tal confesion me pese ó me ruborice, que no he
hecho más en toda la transcurrida semana que pasear al sol mi pellejo,
que con el frio comenzaba ya á apergaminarse, conversar con dos amigos
tan viejos como yo, del tiempo que no volverá, y vagar por las calles
de Madrid como un gorrion nuevo recien escapado del nido, que no piensa
en volver á él miéntras luzca el sol sobre el horizonte.
En esta ociosa vagancia me ha cogido el sábado, mi querido Munilla,
sin haber escrito ni acordarme de escribir una palabra del artículo de
mañana: así que, mi _Puñal del godo_ pendiente se está como quedó en
nuestro número del 1.º de Marzo, y no lo volveré á coger hasta el del
lunes 15: y para bien sea; porque un puñal en manos de un viejo loco,
puede acarrear á cualquiera un susto, si no un disgusto. Yo quisiera
sincerar mi falta dando á V. alguna razon que de ella con V. me
disculpara: pero, la verdad es que no la tengo: si le escribiera á V.
en verso, ya inventaria yo alguna mentira, por excusa; pero escribiendo
en prosa, debo decir la verdad como hombre honrado.
El lunes, satisfecho de haber publicado y cobrado mi artículo, me salí
al sol á expaciar el ánimo y á descansar del trabajo hecho. Los martes
son malos dias para empezar negocio ni labor alguna: el miércoles me
volví á salir al sol para prepararme á oir por la noche en el Ateneo
al Sr. Moreno Nieto; á quien voy yo siempre á escuchar con tanto
asombro como respeto, porque sabe tantas cosas que yo no sé, y las
dice de una manera tan de mi gusto, que le escucho arrobado, y me
pesa siempre de que concluya de exponer aquellos sus tan bien hilados
discursos, tan lógicamente hilvanados en tan primorosas frases. El
jueves continué paseándome al sol, para rumiar lo oido al Sr. Moreno
Nieto; y á las siete y media (costumbre mia de los jueves) me senté á
la mesa de la condesa de Guaquí, quien siendo hija de mi condiscípulo
el duque de Villahermosa, es al mismo tiempo hermana del ángel rubio
encargado por Dios de abrir las puertas de la aurora y de derramar
la luz y la alegría sobre la tierra. Recibe conmigo á su mesa los
jueves esta gentilísima señora al prodigio de memoria, de erudicion
y de precocidad, el jóven Menendez Pelayo, al infatigable Grilo, que
nos recita sus versos, los mios y los de todos los poetas que conoce;
á Pepe Esperanza, quien me hace concebir la de escuchar el celeste
concierto del Paraiso, cuando él pone las manos en el piano, y otros
renombrados ingenios y conocidísimos personajes, de quienes no cito á
V. los nombres, porque no le parezca que trato de darme más importancia
de la escasa que mis versos me han adquirido, más por el ajeno favor
que por su mérito propio. Puede V. comprender que no tendria perdon
de Dios, si empleara los viernes en otra cosa que en saborear los
recuerdos en prosa y verso del salon de aquella condesa Cármen, con la
cual no tienen flor comparable ninguno de los Cármenes escalonados en
el valle de los Avellanos de la morisca Granada.
Del viernes ya pensé emplear la noche en escribir mi artículo; pero
fatalmente para V., los viernes ha dado en reunir en su casa la señora
de Malpica á algunos amigos suyos, entre los cuales me cuenta; y ¡ay,
señor Director de _Los Lunes de El Imparcial_! recibe esta señora con
tal cariño y con tan buen gusto en una tan elegante morada, y van á
casa de esta señora dos niñas morenas, que cantan como dos ángeles,
dos rubias que tocan como dos serafines, y otras dos de tez apiñonada
y cabello castaño que tocan y cantan como dos Santas Cecilias... en
fin, de aquella casa se sale con pesar á las cuatro de la mañana; y el
sábado hay que pasarlo en soñar con aquellas tres parejas de muchachas,
que le dejan á uno en los oidos para veinticuatro horas el eco de todas
las harpas de Sion, y de los gorjeos de todos los ruiseñores de los
bosques de la Alhambra.
La tarde del sábado, cuando ya iba disipándose la especie de embriaguez
en que envuelven el espíritu de los poetas, aunque seamos viejos, el
recuerdo de tánta poesía, tánta música y tántos serafines con forma
humana... ella bajando y yo subiendo, tropecé en la calle de la
Montera con la marquesa de D. H., que es la más mona de todas las
marquesas de los reinos unidos y desunidos de Europa; una malagueña
que tiene una mata de rayos de sol por cabellos, un puñado de azucenas
por cara, dos pedazos de cielo por ojos y dos ramilletes de jazmines
por manos; y que me dió justísimas quejas, y que la dí merecidísimas
satisfacciones, y que me ofreció el perdon suyo y el de su esposo, y
que la prometí enmienda, y que me fuí á mi casa entre la niebla del
crepúsculo, mareado y andando á tientas con el recuerdo de sus palabras
y la imágen de su hermosura.
Envié á mi familia al teatro de Apolo, y dejando el estreno de la
comedia _Angel_ por oir á Blasco, me dirigí al Ateneo.
Pero Blasco es más vagabundo que yo, y á las diez nos dijo el
secretario que Blasco no daba su lectura aquella noche. Un poco
despechado de aquel chasco que con su ausencia me pegaba Blasco, eché
hácia el teatro de Apolo, desesperanzado de acabar la semana tan
poética y armoniosamente como la habia pasado, puesto que daban una
comedia en prosa para mí desconocida: _Lo positivo_.
A más de la mitad iba ya la representacion del acto segundo, cuando
ocupé yo mi butaca de primera fila; ignoraba el argumento y dábame
apenas cuenta de lo que en la escena sucedia, cuando la Hijosa, que en
ella estaba sola, dejó un periódico en que habia leido y tomó una carta
que tenia delante por leer. Desplegó poco á poco el papel de aquella
carta y comenzó su lectura con una indiferencia que cambió en atencion,
y que fué pasando de ésta al interés, y de éste al sentimiento, y luego
á la ternura, y ví con mis gemelos que las lágrimas brotaban de los
ojos de la actriz, y sentí las mias anublarme los cristales á cuyo
través la contemplaba, y oí por fin estallar un aplauso universal, y
solté mis anteojos para aplaudir su final de acto, cuya ejecucion hacia
mucho tiempo que no habia yo visto par.
En el tercero desplegó Pepita Hijosa un lujo de pormenores, un estudio
de detalles tan minucioso, un cuadro tan acabado de cómica coquetería,
manifestó tal seguridad y franqueza, tal posesion de la escena, que
envidié la fortuna del Sr. Tamayo ó Estévanez, ó como quiera llamarse
el académico autor de aquella comedia, en la cual se me revelaban á
un mismo tiempo el más práctico de nuestros autores, y una actriz
incomparable para el estudio de sus papeles.
Puede un gran poeta desarrollar en ricos versos ó en castiza prosa, un
gran pensamiento, y dar cima á una gran creacion; pero el mejor poeta
no puede hacer más que escribir sus palabras; y si el actor no da á
cada una de las de su papel una intencion, una inflexion, un movimiento
y una vitalidad competentes, de la palabra no resulta más que un
sonido sin vibracion, que excita seca, pálida y fria la idea en ella
expresada. En lo que yo ví de _Lo Positivo_, el poeta ha confeccionado
sus palabras y sus escenas como maestro, pero la Hijosa da á su palabra
el movimiento, el relieve y la vida del sentimiento del arte.
Yo no conocia, amigo Munilla, á esta actriz que ha hecho su reputacion
durante mis treinta años de ausencia de España, y como todavía su
acento me resuena dentro del tímpano, su figura y su juego escénico
me bailan aún en las pupilas, y el recuerdo de la actriz me turba la
memoria, no tengo ni tiempo ni ánimo para escribir el artículo de
mañana.
Compóngase Vd., pues, como pueda; que yo voy á probar si durmiendo doce
horas seguidas, puedo desembarazarme de la deliciosa pesadilla que me
producen en vigilia las encantadoras imágenes de las nueve bienhechoras
hadas, con quienes he tenido la fortuna de tropezar en la semana que
acabó ayer. Si Dios me da otras cuatro como ésta, el premio grande de
la lotería en la quinta, y la gloria despues de la muerte... reclame
usted, señor Munilla, reclame usted ante todos tribunales humanos y en
el divino, porque no habrá justicia ni en la tierra ni en el cielo.
Suyo afectísimo...
* * * * *
Los redactores de _El Imparcial_ no quisieron dejar pasar el número
de aquel lunes sin artículo mio, y sustituyéndole con mi anterior
epístola, le completaron con la siguiente nota y los subsiguientes
versos: todo lo cual dejo yo en este lugar interrumpiendo mis recuerdos
como ellos lo intercalaron en los _Lunes_ de su periódico.
* * * * *
Mal satisfechos con esta carta del Sr. Zorrilla, corrimos á su
casa, pero no le hallamos en ella. Registramos osados su pupitre, y
encontrando en él el borrador de las siguientes octavas, las publicamos
á continuacion de su carta, en lugar del artículo que hoy no contaba
darnos.
Dios te ha dado, Valenciana,
la beldad de las huríes;
en tu faz, cuando sonries
se abre el cielo y se ve á Dios;
quien al darte en carne humana
modelada tu hermosura,
dijo: «ahí va esa criatura,
y como esa no hago dos.»
Y eres única por eso:
Yo creí que era mi Rosa
la primera y más hermosa
en el ámbito español;
pero á tí, prez y embeleso,
luz y gloria de Valencia,
te creó la Omnipotencia
sola y sin par, como el sol.
En tus ojos nace el dia,
que ajimeces son del cielo
por los cuales manda al suelo
de Valencia Dios la luz.
Ha supuesto Andalucía
que era Vénus sevillana...
no lo creas, Valenciana;
erró vano el andaluz.
Al matar el cristianismo
á la Vénus de Cithéres,
se asió á tí Cupido, y eres
quien le lleva de sí en pós;
si hizo á aquella el paganismo
de la espuma de los mares,
de capullos de azahares
y de luz te hizo á tí Dios.
Tú eres Vénus, Valenciana;
tu hermosura es más perfecta
que la helénica, romana,
bizantina y oriental:
tú eres la obra más correcta
de las manos de aquel númen
que es la cifra y el resúmen
de lo bello y lo ideal.
Y contigo, almo trasunto
de aquel gérmen de hermosura,
de sin par modeladura
en su inmensa creacion,
no tiene el más leve punto
de adhesion comparativa
criatura alguna viva
en belleza y perfeccion.
No creó naturaleza
ningun tipo de hermosura
que no fuera á tu belleza
algun rasgo á demandar;
te pidió el cisne blancura,
el armiño tu limpieza,
el halcon tu gentileza
y el antílope tu andar.
Tienes ojos de paloma
y hebras de sol por pestañas;
Dios te ha puesto en las entrañas
los efluvios del rosal:
y respiras los aromas
que desprende en las montañas
de sus troncos y sus gomas
el calor primaveral.
Tu cabeza toca airosa
tu abundante cabellera,
como al cedro y la palmera
su ramaje secular:
de las hondas de tus rizos
la espiral es más graciosa
que los arcos movedizos
de las ondas de la mar.
Tu cintura, más esbelta
que los vástagos del mimbre,
hace el paso que se cimbre
de tu andar de garza real;
y tu leve falda suelta
flota en torno de tu talle,
cual la niebla que en el valle
alza el sol matutinal.
Más sutilmente no liba
colibrí de cien colores
en el cáliz de las flores
el rocío que en él ve;
más ingrávida no estriba
la ligera mariposa
en las hojas de una rosa,
que al andar pisa tu pié.
De tus labios la sonrisa
como un alba se desprende
que por la atmósfera extiende
viva luz y áura vital,
y tu aliento es una brisa
que del cielo baja al suelo
por tus labios, que del cielo
son las puertas de coral.
Son más dulces tus palabras
que la miel de las abejas;
el olor que trás tí dejas
aventaja al del clavel:
y tu amor, con el que labras
mi ventura, reasume
la dulzura y el perfume
de la flor y de la miel.
Tú eres Vénus, Valenciana:
tus dos labios carmesíes
al abrir cuando sonries
se abre el cielo y se ve á Dios;
quien al darte en carne humana
modelada tu hermosura,
dijo: «ahí va esa criatura:
mas como esa no haré dos.»


XV.
EL PUÑAL DEL GODO.
III.

Ganóme esta obrita más favor con el vulgo é hízose pronto más popular
y famosa que cuantas escritas llevaba, por la circunstancia de que,
no necesitándose dama para su representacion, la pusieron en escena
todos los aficionados en liceos, casinos y demás sociedades más ó
ménos literarias que por entónces comenzaron á surgir; y permítame
el lector que con vanidad le recuerde que sé de cierto que miles de
personas, que han sido y son hoy conocidos personajes, han hecho el
papel de alguno de los cuatro de mi _Puñal del godo_: y no há muchas
noches dieron una dedada de miel á mi amor propio mi paisano Nuñez de
Arce, Sellés y otros que valen y son hoy más de lo que yo antaño valia
y era, revelándome alegremente que habian de estudiantes representado
á Theudia y á D. Rodrigo, y el primero añadió que aún sabia de memoria
toda mi rápidamente abortada composicion; lo cual, sea dicho en paz
y en gracia de Dios, me congratula con aquel pequeño aborto de mi
ingenio y casi me enorgullece de haberlo escrito.
Y la ocasion me viene como de molde, para exponer aquí mi opinion sobre
las representaciones de los aficionados, en los más ó ménos caseros
teatros de sociedades más ó ménos públicas ó privadas. Cuando invitado
un conocido autor á la representacion de una de sus obras en uno de
estos teatros, le dicen durante ó despues de ella: _¡Cuánto habrá V.
sufrido viéndose así ejecutado!_ ni los que tal le dicen son justos,
ni él lo fuera pensando tal. Yo por mi parte no sólo asisto sin pena
á estas ejecuciones, sinó que es la sola ocasion en que escucho mis
versos sin hastío. Los aficionados suelen ser muchachos de quienes
aún no se sabe el porvenir, que estudian sus papeles con afan, los
representan con entusiasmo, y se encariñan con el autor; de quien se
acuerdan contínuamente y con quien contraen esa amistad leal, noble
y desinteresada, que se basa en la fruicion espiritual de la lectura
y del estudio de una obra que nos procura aplausos y favor, siquiera
sea de amigos. Tal vez un muchacho á quien el porvenir guarda una
faja de general ó un sillon presidencial de un Parlamento ó en una
Academia, representa delante de la niña que ha de ser su mujer, ó de
la mujer que ha de ser su gloria ó su condenacion. Tal vez alguno,
con la representacion del papel de Theudia ó del conde D. Julian,
ha conseguido el amor de su Florinda, y uno y otro han bendecido y
conservado por ello toda su vida una amistad por él ignorada al viejo
autor del _Puñal del godo_. En estos teatros y en estos actores de
aficion todo es disculpable, en atencion á la buena fé con que todo se
hace: en ellos suelen presentarse individuos que fácilmente llegarian á
buenos actores, si en serlo pusiesen empeño ó de serlo se vieran en la
necesidad. Yo soy tal vez el viejo que tiene más amigos jóvenes: soy el
poeta que goza de más popularidad entre la juventud escolar de España:
y no por mi ciencia, de la cual dan mis escritos bien pobre y escasa
muestra, sinó por las octavas de D. Rodrigo y el diálogo de éste con D.
Julian, de los cuales hay apenas estudiante que no tenga en su memoria
algunos de sus versos ó algunas hojas parásitas de los mios entre las
de sus libros de asignatura.
Los actores de provincia son tambien dignos de la indulgencia de los
autores; porque la variedad diaria que en sus representaciones exige
un público escaso que nunca varía, no les da tiempo de estudiar ni de
ensayar convenientemente las obras; pero basta de esto, que es tratado
aparte de mis recuerdos viejos: ya volveré sobre ello cuando llegue el
turno á mis impresiones del tiempo actual; y tornemos y demos fin á las
de _El puñal del godo_ con una anécdota poco conocida.
Habia en Méjico cuando vivia yo en aquel paraiso, que debió ser para
mí y no quiso Dios que fuera limbo del olvido un Casino español,
pródigamente sostenido, en cuyos salones se daban algunas espléndidas
fiestas; una de ellas, la imprescindible, se verificaba el dia
onomástico de la Reina Isabel, á quien, como á la persona que entónces
representaba la patria, enviábamos un saludo los expatriados de
España. Era yo el encargado de hacer una lectura en aquellas noches,
que concluia siempre con el viva á España, al cual contestaban los
mejicanos y españoles en aquellos salones reunidos.
Un año, queriendo el Casino hacerme un obsequio por lo que parecia
trabajo y era en un español obligacion de buen ciudadano, dispuso que
en una de estas fiestas se representase mi _Puñal del godo_ y se me
ofreciese una corona.
Colocáronme, para honrarme, en un grande y magnífico sillon, en el
cual resaltaba más mi exígua personalidad, á la derecha de la orquesta
y de cara al público: ejecutóse mi pobre drama lo mejor que se pudo
y mejor de lo que se esperaba; diéronme mi corona, aplaudiéronme
mucho, y despues de una exquisita cena aconterada con muchos bríndis,
metiéronme, tras de muchos abrazos y plácemes, en mi coche y... buenas
noches.
Al dia siguiente un periódico mejicano, no muy afecto á los españoles
pero redactado por gente ingeniosísima, daba cuenta de la fiesta,
la representacion, mi coronacion y la cena final en los términos
más halagüeños para la riqueza, la esplendidez y el patriotismo de
los sócios del Casino; pero concluia con este cuentecillo: «Sin que
salgamos garantes de la verdad del hecho, se cuenta que entre el
poeta Zorrilla y un amigo nuestro y suyo, que no habia asistido á la
funcion del Casino y que se acercó á saludarle al bajar aquel del coche
á la puerta de su casa, se cruzó el siguiente diálogo, que resultó
improvisada redondilla:
«El amigo. ¿Qué tal lo hicieron los godos?
El poeta. ¡Hombre!... lo han hecho tan mal,
que buscaba yo el puñal
para matarlos á todos.»
En cuyo cuentecillo quedábamos mal todos los españoles de Méjico: los
del Casino por haber hecho mal mi drama, y yo por hacerlo peor con
ellos en semejante epígrama.
Ni es mio, ni en aquella ocasion pudiera habérseme ocurrido; pero me
le ha recordado la última representacion que he visto en Madrid de mi
pobre _Puñal del godo_.


XVI.
LOS DOS VIREYES.
_Suum cuique._

Este drama está ya olvidado del público de Madrid, y apenas si se
representa alguna vez en provincias, afortunadamente para mi honra.
De él se ocupó la crítica muy somera aunque muy ágriamente, y tuvo
razon: es la más miserable rapsodia representada en el teatro moderno;
y si andando el tiempo algun curioso bibliómano ó algun crítico
investigador tropezaran con ella en algun juicio retrospectivo,
seguramente exclamarian con asombro: «¡Cómo diablos fué posible que
aquel poeta escribiera esto!»
Y no puedo negar que lo escribí, y es lo peor que al afirmarlo no
me avergüenzo de haberlo escrito; materialmente escrito, porque
el argumento, la forma y las escenas en prosa, no son mios: están
rastreramente cogidos y literalmente copiadas de una mala novelucha de
un autor italiano engerto en francés, á quien todo París literario y
artístico ha conocido, pero cuya reputacion no ha llegado á España:
la novelucha se titulaba _El virey de Nápoles_, y su autor se llamaba
Pietro Angelo Fiorentino.
¿Cómo llegó á mis manos esta novela? ¿Quién me puso en mientes
transformarla en drama, copiando en él servilmente los amanerados
diálogos de su falso relato y sin curarme de corregir sus errores
históricos, ni de dar á mis personajes otro carácter más acusado y
dramático, más verdadero y más español?
Es una historia que debia de quedar para contada despues de mi muerte;
pero que se me antoja contar en vida, porque nada hay en ella que no
abone mi lealtad de amigo y mi buena fé de hombre honrado; porque
no quiero que piense ninguno de los que en mi tiempo viven que temo
abordar en mis RECUERDOS DEL TIEMPO VIEJO ninguna cuestion personal
sobre el pasado que no vieron, y porque no quiero cargar para el
porvenir con culpas que no fueron mias. En cuanto á mi reputacion
literaria, confieso que no me trae con mucho cuidado; porque sólo la
posteridad depura y acrisola lo que vale la fama adquirida en vida por
un autor de loca fortuna ó de gran favor entre los profesores de bombo;
y tengo yo para mí, aunque pese á los pocos amigos que me quedan,
que más me va á honrar despues de mi muerte, la sinceridad con que
reconozco la escasa valia y los defectos de mis obras, que el haberlas
escrito; y digo sinceridad, por no atreverme á decir modestia; virtud
que creo que no existe ya en España y que es un capital que... quien lo
pone lo pierde: sabiendo lo cual, aunque lo tuviera no lo pondria yo.
No quiero, sin embargo, que mis amigos renieguen de mí, tomando mi
sinceridad por hipocresía; y voy á decirles de paso, y áun á peligro
de que en vez de hipócrita me crean vanaglorioso, que tengo cierta
conciencia de mí mismo, teniendo por bien hecho y por valioso algo
de lo por mí hecho: mi _Cristo de la Vega_, mi _Capitan Montoya_ y
mi _Margarita la tornera_, son tres leyendas muy imitadas, pero no
corregidas áun por otro poeta mejor narrador, ó más legendario y
tradicional; y Dios y el tiempo nuevo me perdonen mi pretension de
creer que me dan derecho á tenerme por legendario buen narrador. Por
poeta dramático no me tuve jamás, y sólo puedo presentar sin vergüenza
los dos primeros actos de _Traidor, inconfeso y mártir_ y la segunda
mitad del tercero y primera del cuarto de _El Zapatero y el Rey_; lo
cual no es tánto que sirva para bravear, ni tan poco que me humille y
me cierre las puertas del teatro; y en cuanto á mis poesías líricas...
¡ay de mí! no son más que hojarasca; y en ellas hay muchas hojillas
verdes y algunas florecillas frescas, pero cuando el tiempo seque tal
hojarasca, poca sombra dará á mi fama el follaje que deje su soplo en
las pobres ramas del laurel de mi gloria.
Volvamos á la historia de mis Dos vireyes.
Habia en 1838 y 39 una tienda de gorras en la Puerta del Sol, cuya
dueña, honradísima mujer, tenia un hermano menor que de ella dependia
y que era taquígrafo de las Córtes. Alto, desgarbado, de pesados
movimientos, modales vulgares y saltones ojos, era en su exterior
el tipo de la honradez, y en sus características manifestaciones la
expresion de la buena fé.
No recuerdo cómo, ni por quién, tropezó y comenzó á juntarse conmigo;
pero ello es que paró en ser mi inseparable sombra, y que no pasaba
dia que no pasara conmigo y en mi casa las horas que su ocupacion de
taquígrafo le dejaba libres. Alababa todo lo que yo hacia, celebraba
todas mis escentricidades de poeta y mis niñerías de muchacho; y como
si en mi cronista se hubiese constituido, propalaba y encomiaba por
donde quiera mis hechos y mis dichos, clasificándolos todos entre los
más chistosos y originales del mundo; lo cual contribuia más que á mi
buena fama á procurarle á él la de mi único amigo, confidente único de
los secretos del muchacho que iba haciéndose popular.
Llevaba yo por entónces, como he llevado siempre, una vida aislada,
que me ha obligado á llevar el trabajo necesario á mi subsistencia y
mi poca simpatía por las banalidades que forman base de la vida social
de Madrid. Las visitas inútiles, las relaciones superficiales y los
convites sin cariño, han sido cosas que no he aceptado jamás en mis
costumbres: y he preferido siempre para mis alegrías y expansiones el
interior modesto de mi pobre hogar, al suntuoso salon y la opípara
mesa del opulento y millonario anfitrion. Mi idea fija era hacer
famoso el nombre de mi padre, para que éste, volviéndome á abrir
sus brazos, me volviera á recibir para morir juntos en nuestra casa
solariega de Castilla; única ambicion mia y único bien que Dios no ha
querido concederme. Bajo esta idea huí siempre de la sociedad política
y rechacé el favor y la proteccion de los gobiernos, á quienes no
pudo ligarme nunca compromiso alguno personal; mi padre era realista,
tuvo que irse con el infante D. Cárlos María Isidro á las Provincias
Vascongadas y que emigrar á Francia un mes ántes del convenio de
Vergara; y puse mi empeño en probarle, que la fama que yo habia dado
á su apellido, la debia sólo al trabajo y al favor del pueblo, no á
haber vendido mi pluma á un partido contrario á sus opiniones; y sin
cuya revolucion no hubiera yo, sin embargo, tenido una prensa en que
publicar los versos que me hicieron popular.
Pasábame, pues, la vida en mi casa dado á mi asíduo trabajo, del cual
descansaba y me distraia en el tiro de pistola y en el circo de la
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