Recuerdos Del Tiempo Viejo - 14

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--Me holgaré de conocerle, porque no pudimos vernos entónces.
--Pues hoy se verán Vds.
Salí yo á la imprenta de Boix, donde tenia en prensa una leyenda, salió
mi padre á hacer ciertas compras, y á la una nos presentamos en el
edificio de la calle de Torija, donde estaban por entónces las oficinas
del ministerio de Fomento.
A mi presentacion abrió el portero la mampara del despacho
de Nicomedes, y anunciándome, me abrió paso. Hallábase allí
accidentalmente Patricio de la Escosura, que acababa de ser nombrado
jefe político de Madrid; soltó al verme el baston y el sombrero que en
la mano tenia, y pasándome el brazo por la cintura, me hizo dar una
vuelta de él suspendido: no tuve yo más que el tiempo necesario para
decirle al oido: «mi padre», ni él necesitó más para volverme á dejar
en pié, y dirigiéndose á aquel que tras mí habia entrado, le dijo,
tendiéndole la mano: «A nuevos tiempos nuevas costumbres, Sr. Zorrilla:
hoy son así recibidos los poetas, y donde quiera que vaya V. con su
hijo verá lo mismo.»
--Ya veo--respondió mi padre--que mi hijo es el más afortunado
tarambana de Madrid.
Presentéles yo unos á otros, mi padre á Nicomedes y Escosura á mi
padre: recordó éste al de aquel don Jerónimo de la Escosura, director
de la fábrica de tabacos en su tiempo; y unos con otros corteses, y
unos con otros cumplidos, despidióse Patricio y quedamos mi padre y yo
á solas con Pastor Diaz.
Hablaron en secreto mi padre y él: pidió éste á poco su carruaje y
partió con mi padre, previniéndome que si me cansaba de esperar me
fuera á mis quehaceres, que él se encargaba de mi padre; y yo, despues
de aguardar largo tiempo su vuelta en el despacho de Gil y Zárate,
volví á mi casa, donde el carruaje de Pastor Diaz habia conducido á mi
padre.
--¿Qué tal?--le dije.--¿Ha quedado V. contento de Nicomedes?
--Jamás fué pretendiente mejor servido que yo. Dentro de cuatro dias
puedo irme á cuidar de la hacienda de Torquemada, con todos mis
negocios despachados en Madrid.
--¿Tan pronto piensa V. dejarnos?
--No es Madrid ya para mí. Sus casas son muy estrechas: tenemos casi un
palacio allá: hay además que recepar y acodar las viñas, que abonar
las tierras y reponer las huertas, de todo lo cual no te has ocupado tú.
--Yo al abandonar á V. renuncié á todos mis derechos: ¿por qué no me
envió V. órden y poderes legales?
--Olózaga te los ofreció, y levantar el secuestro.
--Pero yo se lo hice á V. avisar: ¿por qué no determinó V.?
--Eres hijo único y heredero forzoso: todo el mundo te hubiera dado la
razon.
--Yo no he contado con nadie en el mundo más que con V.: todo lo que
he hecho, por V. ha sido y no he pensado más que en V. Si yo me he
hecho aplaudir y me he hecho querer, no ha sido mas que para esperar y
preparar su vuelta de V.; no he tenido más ambicion que la de volver á
los brazos y al cariño de mi padre, y morir con él en la tranquilidad
del hogar paterno.
--Has sido un tonto. Con la fama que has adquirido, con los amigos que
tienes, hoy debias de ser cuando ménos subsecretario de Pastor Diaz.
--Usted era carlista y optó por la emigracion: no creí decoro del hijo
no ser nada en el gobierno que no habia aceptado el padre; he rechazado
todo cuanto se me ha ofrecido: todos los literatos están empleados
ménos yo: hoy puede V. haber visto que no es por falta de favor.
--Por eso te he dicho que eras un tonto.
--Pero si yo he hecho milagros por V... Me he hecho aplaudir por la
milicia nacional en dramas absolutistas como los del rey Don Pedro
y Don Sancho: he hecho leer y comprar mis poesías religiosas á la
generacion que degolló los frailes, vendió su conventos, y quitó las
campanas de las iglesias: he dado un impulso casi reaccionario á la
poesía de mi tiempo; no he cantado más que la tradicion y el pasado:
no he escrito una sola letra al progreso ni á los adelantos de la
revolucion, no hay en mis libros ni una sola aspiracion al porvenir.
Yo me he hecho así famoso, yo, hijo de la revolucion, arrastrado por
mi carácter hácia el progreso, porque no he tenido más ambicion, más
objeto, más gloria que parecer hijo de mi padre y probar el respeto en
que le tengo...
--¡Bah, bah! Quijotadas.
--¡Ay, padre! Cuando perdamos los españoles lo que tenemos de Quijotes,
¿en qué vendremos á parar?
--Lope de Vega y Calderon eran teólogos ántes de poetas: Melendez
Valdés fué como yo oidor de la Chancillería: todavía es tiempo;
eres muy jóven: métete un año á estudiar, y con cuatro ó cinco mil
reales y los amigos que tienes, puedes doctorarte en Toledo; y siendo
jurisconsulto puedes serlo todo. Yo me voy para Torquemada: allí debe
de ir tu madre, y no quiero que se encuentre sola sin mí entre aquellos
pardillos, maestros de gramática parda.
Una nube negra que pasó por mi cerebro entristeció mi alma, envolviendo
en lágrimas mi pasado y en tinieblas mi porvenir.
Aquella noche me fuí á casa de Tarancon y le dije: «he perdido todo lo
hecho: mi padre, el único por quien todo lo hice, es el único que en
nada lo estima.»
Tarancon lo comprendió todo: me abrazó y sobre su morada túnica
episcopal dejé correr las lágrimas más amargas que han abrasado mis
párpados. Tarancon no era hombre de intentar consolar con palabras
banales una pesadumbre que no podia tener momentáneo consuelo.
--Yo me arreglaré con tu padre--me dijo despues de largo silencio.--Tú
emprende alguna obra de importancia que necesite estudios, atencion y
tiempo. Teníamos convenido en escribir juntos un libro de la Vírgen;
esto halagaria mucho á tu padre y enloqueceria á tu madre de alegría;
pero yo no tengo ya tiempo para meterme en tal trabajo. Me has hablado
de Granada. Emprende tu poema morisco y empieza por ir á localizarte en
la ciudad de Boabdil. Si no tienes dinero, cuenta con mi bolsillo; no
está muy lleno, pero entrarás á la par con los pobres de mi diócesis.
Deja á tu padre irse á Torquemada, y... ¡á Granada tú! Fia en Dios y
cuenta conmigo.
Y mi padre se fué á Castilla, y yo empecé á pensar en Granada. Pero,
¿qué importa todo esto á los lectores de _El Imparcial_? Todas estas
_memorias íntimas_ figurarian tal vez muy bien en las mias _póstumas_:
vivo yo aún, pueden ser tachadas de pretenciosa é insoportable vanidad:
pero ya he tirado del primer hilo y voy á deshacer todo el ovillo.


XXII.

Burdeos es una gran ciudad, magnífica, sólida, monumental, con grandes
puentes, bien arbolados paseos, soberbios templos; amplios mercados
y suntuosos teatros; asiento del primer arzobispado de Francia, es,
como si dijéramos, el Toledo de allende los Pirineos; cuajado de
Seminarios y de colegios, semillero de toda clase de plantas clericales
más ó ménos parásitas, más ó ménos productivas. Por el tiempo de
que voy hablando hacian un principal papel en fiestas y procesiones
los hermanos de la doctrina y _los ignorantins_, en uno de cuyos
establecimientos hacia dos ó tres años que se habia ventilado el
ruidoso proceso del Frère Liotard, con el cual ya no me acuerdo lo que
pasó.
Como yo no era hombre de política ni de administracion, ni de ciencia,
no me ocupé de más en Burdeos que de sus templos, como cristiano,
y de sus teatros, como poeta. Encontraba poquísima gente por las
calles, no mucha por los paseos y casi ninguna en el teatro, al cual
sostenian solamente los transeuntes, los forasteros, y, sobre todo, los
españoles, puesto que habia muchos allí emigrados ó allí establecidos,
y todos los que de España iban á veranear á París se detenían por
costumbre en la capital de la Gironda. Hallábame yo en Burdeos á todo
mi gusto: era la primera vez que podia yo separar mi personalidad de mi
malhadada reputacion y andar libre como cualquier ciudadano pacífico,
metiéndome por todas partes á fisgarlo todo, sin llamar la atencion ni
ser responsable de nada.
Así ví yo á Burdeos, así recogí varios asuntos de leyendas que no sé si
llegaré á escribir, y así averigüé la razon de las perpétuas quiebras
del teatro por falta de público.
Los bordeleses han tenido siempre (y con justicia) la pretension de que
su ciudad es la primera de Francia, el pequeño París, y han aspirado
á ser tenidos por _sprits-forts_, libres pensadores y espadachines;
y con respecto á esta última cualidad, tiene una justa reputacion
y un riquísimo legendario la escuela de armas de Burdeos; pero las
bordolesas son, por lo general, devotas. El clero francés sabe que las
dos palancas con que se mueve el mundo son las mujeres y el dinero, y
por entónces los confesores no absolvian á las confesadas cuyos maridos
leian _El Constitucional_ y los periódicos liberales, tronando siempre
contra la inmoralidad del teatro. Donde no van las mujeres no vamos
los hombres; no iban las bordelesas al teatro, con que á pesar de la
subvencion de que goza siempre _el grande_ de Burdeos, sus empresas se
arruinaban á mitad de temporada todos los años.
Además, el gran teatro de aquella ciudad tiene lo que los franceses
llaman _guignon_ y nosotros _mala sombra_. Allí se rompió por entónces
una pierna Mademoiselle Angelin, una bailarina rubia de diez y siete
años, que era ya una estrella luminosa en el cielo del arte de
Terpsícore. Allí tuvo Borelly que matar á puñaladas en presencia del
público á su tigre real de Bengala, porque éste tenia ya entre sus
dientes la pantorrilla izquierda del domador: quien al levantarse
lanzando un caño de sangre de una arteria rota, tuvo tiempo, ántes de
perder el sentido, de decir á los espectadores á modo de satisfaccion:
«Señores, ya habia gustado mi sangre, y ó él ó yo.»
Esto en el teatro. En los templos las fiestas son tan suntuosas como
concurridas: pero á los católicos españoles se nos hacen al principio
muy difíciles de aceptar aquella forma mundana y teatral y aquellos
accidentes mercantiles con que los actos sublimes de nuestra religion
se verifican. Yo escribí mis primeras impresiones de Burdeos en una
larga epístola á un condiscípulo mio, cura carlista, de la cual
recuerdo las siguientes líneas, versos tan malos como verdades de á
puño:
En Francia hay religion, y fé y conventos,
seminarios, colegios, catedrales,
y todos los cristianos elementos
de nuestra santa fé fundamentales:
pero todo está hecho á la francesa,
todo sujeto á reglas comerciales;
aquí todo se tasa, mide y pesa,
aquí todo se hace por empresa:
la gente para orar no se arrodilla
mas que con una pierna en una silla;
no se atiende al altar ni al sacerdote;
las mujeres se plantan por delante
con mucho faralá, mucho volante,
abultado postizo y largo escote;
y los hombres detrás, misa durante,
se distraen en mirarlas el cogote;
y como nadie en equilibrio posa,
y es perpétuo el rumor y el desacato
y la desatencion y el movimiento,
es el pensar en Dios difícil cosa,
miéntras pasa una vieja con un plato
pidiendo en alta voz sin miramiento
los cuartos que _la rinde_ cada silla
en que apoya un cristiano su rodilla.
* * * * *
Atraviesa despues el presbiterio
con balandrán, sobre-pelliz y estola,
y sus pasos al púlpito dirige
un pulcro capellan, de quien muy sério
un monago gentil lleva la cola.
Hace su adoracion, su texto elige,
comenta el evangelio de aquel dia,
y siempre encuentra medio en su homilia
de echar un par de pullas al gobierno,
* * * * *
que el infierno
está abierto ante el siglo refractario,
que Enrique quinto al fin subirá al trono,
que hay peregrinacion á tal Santuario
que se sale á tal hora y de tal parte,
que lleva cada pueblo su estandarte,
que el precio es un doblon por peregrino,
incluso todo gasto del camino
y además un bonito escapulario;
pero que en el doblon no entra el rosario,
porque estos los fabrica por empresa,
de encina negra y de eucaliptus blanco,
una judía asociacion inglesa
que los da á todos precios desde un franco.
Todo lo cual se anuncia aquí en la iglesia
como puede anunciarse un electuario
ó sus botes azules de magnesia
mister Bóllon en Lóndres boticario.
Ilustrados ya pues sus feligreses
de lo que en sus negocios les importa
y á sus espirituales intereses,
con un responso en homilia corta
el cura; y ya _pro domo_, á lo que creo,
dá volviendo á apretar el _quibis quobis_
la vieja con su plato otro paseo.
Larga el buen cura un _benedico vobis_,
hace la cruz, se cala el solideo
y respondiendo el pueblo _ora pro nobis_
se acaba la funcion y Läus Deo....
* * * * *
con qué como ver puedes por la muestra,
la religion de Francia no es la nuestra.
Dios es el mismo, porque Dios es uno;
mas de adorarle el modo
ligero asaz y asaz inoportuno,
es en Francia francés como lo es todo;
y á un español asombran si no irritan
la irreverencia con que á Dios se trata,
y el ver cómo sus preces se recitan
sobre un pié y sobre un codo,
como banda de grullas que dormitan
en el invierno al sol sobre una pata;
pasando en cuenta que se queda ayuno
de lo que en Francia se le dice á Cristo,
con una fé de bolsa que no acata
al Señor más que á medias por lo visto,
y en un latin francés que cual ninguno
la habla gentil de Ciceron maltrata:
todo siempre fué aquí como hoy en dia
doublé, contrefaçon, bisutería.
* * * * *
Nunca así á Dios se adorará en Castilla;
nuestra fé es más profunda y más sencilla.
Tal fué mi primera impresion hace treinta y cuatro años: poeta
creyente, hallé de ménos mucho fondo y de sobra mucha forma en la
manifestacion religiosa del catolicismo francés en Burdeos, arzobispado
primado de la nacion vecina: despues he pasado en Burdeos largas
temporadas, y es la ciudad en donde más tranquilo y más á gusto he
vivido. Me acostumbré á leer á la puerta de la catedral el anuncio
de la funcion, el nombre del orador que debia de llevar la palabra
en el púlpito, los del director y el organista que dirigian la parte
instrumental, y los de las damas y los ó las artistas que sostenian
la parte de canto; el objeto piadoso á que la funcion se dedica bajo
el patronato de tales ó cuales damas, prelados ó corporaciones, y el
precio (generalmente de dos francos) por el cual se puede adquirir
el derecho á ocupar una de las sillas, numeradas ó no, que llenan el
templo. ¿Y por qué no?
A nosotros nos choca esta asimilacion de las basílicas á los teatros;
pero es, al mio, un mal modo de ver las cosas: en Francia usa cada cual
libremente del derecho de anuncios y propaganda; y puede que en los
templos y fiestas religiosas francesas haya ménos fé, ménos devocion y
ménos fervor, pero hay más órden que en las nuestras: nosotros entramos
y salimos de las iglesias á codazos, empujones y puñetazos; nos
colocamos donde podemos, pisamos á las mujeres que se arrodillan y se
sientan en el suelo, etc.; los franceses entran por una puerta y salen
por otra, y ocupan tranquilamente los puestos que les corresponden,
bajo la direccion de bedeles y pertigueros; que á nosotros nos parecen
ridículos, pero cuyos oficios y trajes están encarnados en sus
costumbres.
Los franceses han comprendido que la sociedad moderna es un hermoso
lago cuyo fondo es cieno, y tienen cuidado de no revolver jamás el
agua, poblando su superficie de blancos y ligeros cisnes entre los
cuales bogan sin remo miles de botecitos sin quilla, que hacen temblar
y rielar el líquido, pero que no levantan oleaje: siembran y plantan
las orillas de jardines y de bosques, y van á sentarse á contemplar el
espectáculo social á la sombra de los árboles y entre el perfume de
las macetas.
Nosotros tenemos la maldita manía de revolver el agua y de arrancar
hasta la yerba al rededor del lago, y nos tenemos que estar al sol y
al aire, siempre sedientos, contemplando el agua cálida y turbia que
hacemos dificilísima de beber.
Hé aquí mis impresiones de ayer y hoy en Burdeos. Esta ciudad, cuyo
casco componen miles de edificios tan macizos y suntuosos, y calles
más anchas y regulares que las de Roma antigua, atestada de recuerdos
y monumentos históricos, aireada por anchos paseos y frescos jardines,
regada por dos soberbios rios, el Garona y la Dordoña, salpicada de
Colegios, Museos, Academias, Bibliotecas é Institutos, conteniendo
veintidos clubs y círculos para todas las clases sociales, diez teatros
y salas de recreo, un hipódromo, nueve periódicos diarios y once lógias
masónicas; mitad católica, militante y revolucionaria libre pensadora,
la tengo yo comparada á una rica, nobilísima y aristocrática viuda
legitimista que sonríe á la república, papista que no llora el perdido
poder temporal de los Papas, que se ha retirado á vivir y á morir
tranquila en sus opulentas posesiones, á cuidar de sus incomparables
viñedos y á gozar de sus rentas sin miseria y sin despilfarro, sin
ruinosos vicios y sin pretenciosas virtudes, sin orgullo de la
majestad de su noble raza, pero con la conciencia de la dignidad de su
ilustracion y de su bien heredada opulencia.
Hé aquí mi juicio sobre Burdeos, donde empecé mi poema, y de donde salí
para París á estudiar mucho que no sabia, y á adquirir algo que me
hacia falta para llevar á cabo mi incompleta _Granada_.


XXIII.

París tiene dos fases: es el manicomio de los ingenios y el paraiso de
los tontos. En el primero forjan sus grandes elucubraciones todos los
grandes locos, que con sus inventos y con sus escritos impulsan hácia
el progreso el movimiento social europeo; y en el segundo pierden su
tiempo, su salud y su dinero, en el turbion de marionetas, charlatanes,
estafadores y mujeres perdidas, que pueblan aquel falso eden á la luz
del gas y al son de las orquestas de Mussard y de Straus, todos los
imbéciles que de las cuatro partes del mundo acuden como mariposas á
quemarse en aquel foco de luz infernal.
De París salen simultáneamente los gérmenes de todo lo bueno y de todo
lo malo, sobre todo para nosotros los españoles; que, sea dicho sin que
nadie se ofenda, ó aunque se amosque conmigo la mitad de la nacion,
solemos tomar casi todo lo malo y poquísimo de lo bueno. Llegué yo á
París miéntras ocupaba el trono francés el rey ciudadano Luis Felipe
de Orleans, de quien sabian trazar la caricatura todos los chicos de
su capital bajo la forma de una pera, cuya régia representacion se
veia por todas las paredes y siempre de un parecido maravilloso. No
era todavía el París ensanchado, dorado y ámpliamente refundido por el
imperio del tercer Napoleon; era todavía su primer teatro la sala de la
rue Lepelletier, y no estaba aún cerrada la plaza del Carroussel por la
calle de Rivoli: existian aún al frente del Palais-Royal una espesa red
de callejuelas, tan conocidas como mal afamadas, y á su espalda los dos
famosos restaurants de Befour y de los tres hermanos Provenzales, y se
alzaban todavía gárrulos y chillones, en los boulevares du Temple y de
Beaumarchais, los cien teatrillos más divertidos del mundo, la Gaité,
Follies-Dramatiques, Delassements-comiques, etc., etc.
Asomé yo las narices los dos primeros meses al paraiso de los tontos
y, sin dejarme fascinar ni embriagar por sus delicias de contrabando
ni por sus huríes sin corazon, me establecí á la puerta del manicomio,
haciendo con el editor Baudry un trato poco lucrativo; por el cual
fueron mis versos los primeros que de poeta español tuvieron lugar en
su magnífica coleccion. Por un puñado de luises y dos carros de libros,
le dí el derecho de coleccionar todas las obras por mí hasta entónces
escritas, por dos razones que me eran exclusivamente personales;
la primera para que mi padre leyera mi nombre en el catálogo de la
coleccion de los primeros escritores de Europa; y la segunda porque
la extensa venta, el gigantesco anuncio y el renombre universal que
ya tenia la coleccion Baudry, me hicieran conocido como poeta fuera
de mi patria. A pesar de que mi padre, encerrado en nuestro solar de
Castilla, no habia vuelto á darme noticias suyas, esperaba yo que esta
prueba honrosa de aprecio de la librería editorial francesa para su
hijo, le convenceria, por fin, de que no era menester que me doctorara
en Toledo y de que ya no habia razon de cerrarme la casa y los brazos
paternos. En esta esperanza viví en París desde Julio a Noviembre,
estudiando y trabajando en mi _Granada_ y dividiendo mi tiempo entre
las bibliotecas y los teatros, esquivo como en España, á la sociedad
banal de las visitas y la chismografía, y un poco en contacto con la
sociedad del arte y de las letras.
La redaccion de _La Revista de Ambos Mundos_ me acogió con simpáticos
obsequios, y sus redactores Charles Mazzade, Paulino de Lymerac y
Xavier Durrieux fueron mis amigos y comensales; y por mi influencia
y la de Juan Donoso, que fué despues nuestro embajador, empezaron á
publicarse en aquella importante _Revista_ artículos sobre España,
en los cuales comenzaba á probarse á los franceses que el Africa no
empieza en los Pirineos. Pitre Chevalier, director del _Museo de las
Familias_, se empeñó en publicar en él mi retrato y mi biografía, y lo
hizo, como francés, sin atender á mis justas y modestas observaciones.
Convirtió mis breves notas biográficas en una fantástica novelilla, y
Mr. Pauquet, el primer dibujante de aquel tiempo, recibió su órden de
retratarme embozado en mi capa española y mirando de perfil al cielo,
como un D. Juan Jerezano que espera que se le aparezca su Dulcinea en
el balcon para decirla: «por ahí te pudras». No era posible que mi
retrato indicara que era de un poeta español, si no tenia capa y si no
buscaba con la vista la inspiracion del Espíritu Santo; y aún le quedé
agradecido á que no me pusiera una guitarra en la mano, de lo que creo
que me libró solo su afan de embozarme.
En aquel retrato, correcta y francamente dibujado, y por aquella
biografía, _bizarramente detallada_ á la parisienne, no me conoce la
madre que me parió; pero no por eso quedó ménos agradecido el español
á la buena intencion del francés.
Trás estos necesarios precedentes, pasemos una rápida ojeada por los
últimos y sombríos cuadros de estos mis tristes recuerdos del tiempo
viejo.
Entre los conocimientos que hice y renové por entónces en París entre
Dumas padre, Jorge Sand (Mme. du Devant), Alfred de Musset y Teophile
Gautier; entre embajadores, editores, escritores, emigrados, cómicos
y bailarinas; entre Fernando de la Vera, la Rachel, la Rose Chery,
Frederik Lemaitre, Giusseppe Multedo, Zariategui y otros emigrados
liberales y carlistas, italianos y españoles, se me vino á los brazos
uno de estos, el más honrado y divertido andaluz que la tierra de
María Santísima y la tenacidad carlista echaron á Francia. Era este
D. Fernando Freyre, pariente próximo del general del mismo apellido,
adherido no sé muy bien cómo á la corte de Fernando VII, de quien
elegia los caballos y para quien iba á buscar los toros; amigo de los
ganaderos, amparador de los _diestros_, y el primer inspector de la
escuela taurómaca sevillana, institucion de aquel Sr. Rey, que santa
gloria haya.
Fernando Freyre no habia sido nada importante ni influyente, ni en
la corte huraña y recelosa de las camarillas y apostasías políticas
del difunto Rey, ni en la trashumante de D. Cárlos María Isidro de
Borbon, segundo Cárlos V en Oñate; pero en ambas habia sido recibido
y estimado por todos, incluso por mi padre, porque tenia uno de los
mejores corazones y uno de los caractéres más alegres y más iguales del
mundo. Realista por conviccion, no transigió nunca con las modernas
ideas liberales, ni quiso jamás acogerse á amnistía ni indulto alguno;
pero jamás odió, ni esquivó siquiera el saludo, á ningun liberal
emigrado ó viajero con quien en tierra extranjera se topara, siendo de
todos los españoles sinceramente apreciado y noblemente acogido por los
legitimistas franceses. Con apoyo de éstos, no temió ni le avergonzó
establecer un pequeño y privado depósito de vinos, pasas, caldos y
frutos de Andalucía, que aquellos le compraban; y con los setenta á
noventa duros que este oscuro comercio le producia, vivia modesta y
honradamente en la mejor sociedad de la _legitimidad_ francesa y de la
aristocracia española. Establecido ya de años en París, y encargado
por sus amparadores de toda clase de comisiones, era conocido en el
comercio y conocia á París, como un _commis-voyageur_ á quien comprar
en la tienda ó en el taller, puede producir legal y honrosamente un
tanto por ciento más crecido de utilidad. Por uno de estos encargos
dimos allí uno con otro, y por las horas buenas que le debo, me
complazco en consagrarle cariñosamente estas líneas en mis recuerdos.
Era ya por entónces hombre de más de sesenta años; pero ágil, robusto
y colorado, con sus patillas blancas de _boca-é-jacha_ y su sombrero
sobre la oreja derecha, corria por las calles _recortando_ los coches y
evitándolos apoyándose en la saliente lanza, como quien pone rehiletes
de sobaquillo, porque todo lo hacia y lo hablaba á lo torero y lo
macareno; y asombraba el verle cruzar los _boulevarts_ sin tropezar ni
vacilar entre la multitud de carros, ómnibus y coches que de contínuo
los obstruyen. Todo era en él extraño y original; en su negocio
no tenia más que un empleado, y éste tenia las más incompatibles
cualidades: era polaco, judío, carlista, fiel y discreto; hablaba un
castellano aprendido en Vizcaya, tan disparatado como el francés que
hablaba Freyre, y entre los dos me decian despropósitos imposibles de
reproducir. Yo llamaba tio á Freyre; y cuando mi familia me dejó solo
en París, me fuí á vivir al hotel de Italia, frente á la Opera-cómica,
en cuyo piso tercero habitaba Freyre un pequeño aposento, compuesto
de sala, gabinete y alcoba, y atestado de botellas y cajas. Cuando mi
trabajo asíduo y sus compromisos con sus anfitriones nos dejaban libres
las noches, comíamos juntos, y las concluíamos en el teatro, en algunos
de los cuales tenia yo entradas libres, como escritor extranjero con
editor en Francia.
Llegó así Noviembre, y ya tenia yo apalabrados contratos para imprimir
mi poema de Granada, y pagábanme ya no escasamente la prosa y los
versos que para sus publicaciones de América me pedian, cuando se
acordó Dios de mí, como dicen los católicos, enviándome una de esas
desventuras que envenenan y enturbian para toda la vida el manantial
amargo de la memoria.
Pedíame de Madrid mi primo P., consócio mio, con Rafael X, una cadena
de relój igual á otra mia, que era una cinta hecha con mil pequeñísimos
cilindros de oro engarzados y giratorios en una red de ejes, de tan
prolijo trabajo, como maravillosa flexibilidad. Averiguó Freyre el
domicilio del obrero que para el platero los trabajaba, y nos acostamos
conviniendo en que á la mañana siguiente muy temprano iríamos á comprar
ó á encargar la demandada cadena.
Habíanme regalado en Burdeos un _necessaire_ de ébano fileteado de
marfil, que garantizado por una guadamacilada funda de cuero, llevaba
yo á la mano y servia en nuestros viajes de escabel á mi mujer. Al
levantarme al dia siguiente, híceme la barba segun costumbre con las
navajas y ante el espejo de aquel _necessaire_, y llamando Freyre á mi
puerta y dándome prisa, porque él la tenia de acudir á sus negocios
despues que al mio, vestíme apresuradamente y partí con él; dejando las
navajas sobre el velador y el espejo colgado en la escarpia, que para
ello tenia puesta á mi altura en el marco de la vidriera.
Fuimos hasta el final del Faubourg de San Dionisio; hallamos y
compramos el objeto pedido, acompañé á Freyre á tres ó cuatro puntos
que tenia que recorrer, y volvimos juntos al hotel de Italia.
Pedimos al conserje nuestras llaves, pero la mia no estaba en el
llavero; en vez de dejarla en él al salir, me la habia llevado en el
bolsillo. Al entrar en mi cuarto, exclamó Freyre: «Mal agüero, zobrino:
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