Escenas Montañesas - 15

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banquete, acompañábanle, para hacerle honor, cuatro capones. De ellos se
nos sirvieron á los tres hombres á capón por barba, y se repartió el
cuarto entre las tres mujeres. Y lo de menos hubiera sido para mí
semejante alarde de prodigalidad, y hasta el acostumbrarme á ver sin
admiración cómo mi tío y el predicador engullían cuanto les ponían por
delante; pero lo terrible fué que me obligó á hacer lo mismo que ellos
la implacable oficiosidad de mi cara tía. Cedí con la sopa á los
reiteradísimos «ponte más, no lo desaires» con que me acosaba la buena
señora; y al tratar resueltamente de negarme á repetir de los potajes,
tal fué la insistencia de la familia entera, y tanto me solfearon que
despreciaba su _pobreza_, que por no sufrir tan inclemente machaqueo me
resolví, con la resignación de un mártir, á jugar la salud en aquel
lance; pero me fué imposible transigir con el capón: materialmente
estaba ya lleno, rebosando mi estómago. Para colmo de mi angustia, llegó
el _arroz con leche_, plantándoseme delante un plato sopero encogollado
«para mí solo».--«Y en acabándole, aquí tienes más»--añadió mi tía con
una sonrisa muy cariñosa, pero que me hizo temblar, horrorizado, al ver
la enorme fuente que señalaba con el dedo, colocada en el centro de la
mesa.--Afortunadamente, con la idea, nada más, de echarme al coleto
tanto engrudo, entráronme unos sudores, fríos como los de la muerte;
levantéme tambaleándome, llegué al corral..., y despojado el estómago
del peso que le oprimía, volví á la mesa, pero sin el consuelo de hacer
comprender á aquella buena gente la impertinencia de sus mal entendidos
obsequios. Mi tía; especialmente, achacaba el suceso, en tono de
resentimiento, á que no me gustaban los guisos que ella misma había
hecho. Luego vi que era imposible persuadir á aquellas benditas almas de
que puede un hombre hartarse una vez de sopa de fideos, de gallo en
pepitoria y de arroz con leche.
Concluyó por fin el banquete con vino blanco y bizcochos; y mientras el
fraile y mis tíos se fueron á dormir la siesta y mis primas á vestirse
para ir á vísperas, yo me largué al campo á tomar el aire, que buena
falta me hacía.
Dos horas después volvimos á la iglesia; sacaron otra vez al santo en
procesión, rezóse el rosario y nos fuimos á la romería, que se
desparramaba en una pradera inmediata á la iglesia. Hiciéronme ver uno
por uno todos los bailes: éste porque era de guitarra, el otro porque
era de pandereta, y por ser de gaita el de más allá. Compramos
avellanas, peras, cerezas y rosquillas en todos los puestos de la
romería, convidámonos recíprocamente la familia, el exclaustrado y yo;
vi un desafío á los bolos entre mozos de lugar y otros tantos
forasteros; oí los «¡vivas!» que nos echaron los danzantes,
encaramándose unos sobre otros hasta formar lo que ellos llaman
_castillo_, y los que también hubo para las demás personas que les
habían dado dinero; y volvimos á casa al anochecer, despidiendo al
predicador después de haber tomado chocolate y agua de limón todos
juntos, como si no hubiéramos comido al mediodía.
Una hora más tarde me llamaron á cenar. ¡Otra vez capón, otra vez
pepitoria y otra vez arroz con leche! Aquel cuadro me espantó. Fingíme
muy malo, y creo que lo estaba, dado que de susto también se enferme un
hombre, y me largué á la cama, donde tampoco fuí feliz, porque, apenas
me hube dormido, comencé á soñar que comía capón, pepitoria y arroz con
leche. Desperté, volví á dormir, y torné á despertar y á dormir otra vez
y otras ciento, y siempre veía el repleto cucharón de mi tía
persiguiéndome y llenando los claros que yo iba haciendo en los platos
que me servían sin cesar. En esta lucha cruel me cogió el alba. Salté de
la cama, vestíme; y, desayunándome de prisa, corrí á despedirme de la
familia que había madrugado más que yo. Agradecí á mis buenos parientes,
con toda mi alma, la sinceridad con que me brindaban su casa y su
cariñosa asistencia por algunos días más; sentí de veras que perentorias
ocupaciones me impidieran complacerlos, pues cariño hacia ellos me
sobraba; disculpéme lo mejor que supe, monté á caballo; y llenos los
bolsillos, la maleta y las pistoleras de fruta y de rosquillas que me
hicieron tomar á última hora, partí hacia la ciudad, prometiéndome á mí
mismo solemnemente, y lo he cumplido, que si alguna vez volviera al
campo había de ser en días hábiles y normales, y en manera alguna en los
que, como el de San Juan citado, se llaman, con sobrada razón, en mi
tierra, de _arroz y gallo muerto_.


EL DÍA 4 DE OCTUBRE[12]
I

Desde luego advierto al lector que esta fecha no viene aquí con la
pretensión de figurar entre las muy justamente célebres que guardan los
fastos españoles, ni pertenece siquiera al catálogo de esas otras de
flamante cuño que, no mereciendo, por ningún estilo, que la imparcial
severa Historia las registre en sus páginas, andan indocumentadas
pidiendo hospitalidad de puerta en puerta y rebotando de periódico en
periódico, á manera de proyectil elástico. Hablo de los _diez de abril_,
_tres de octubre_, _siete de julio_ _veintinueve de septiembre_, y otras
_ejusdem farinoe_, no menos zarandeadas, en estos tiempos que corremos,
por los campeones de la política militante, ya como gloria, ya como
afrentas.
Tampoco se halla impresa en ninguna parte con sangre de _libres_ ni de
_esclavos_, ni recuerda patíbulos, ni asonadas, ni siquiera un mal
cintarazo. Por tanto, no aspira á que _el país_ la recuerde sólo con que
yo se la cite. Más humilde en su origen y en sus aspiraciones, se cree
muy honrada con que unos cuantos pueblos de la Montaña y yo la evoquemos
con inocente complacencia: ellos, por lo que afecta á sus caros
intereses: yo, por el que me tomo siempre en cuanto sirve de
satisfacción á los demás.
Es, pues, el caso de que los labradores ganaderos de la parte central de
la provincia, cuando llega el mes de mayo, no solamente no tienen en el
pajar un pelo de yerba de la recogida en el agosto anterior, sino que
sus ganados han destrozado ya las mieses durante los meses de
_derrotas_, y han recorrido las sierras bajas, y han comido _escajo_,
picado á fuerza de ímprobos sudores, y han ido entresacando los
_herbalachos_ que crecen entre zarzas y matorrales, y hasta han roído el
césped de las lindes de los _camberones_. ¡Calcúlese cómo viviría el
ganado hasta el mes de agosto, época de la recolección y acopio de yerba
para el invierno, si no tuviera más recursos que los ordinarios de casa,
digámoslo así!
Por fortuna de los pobres animales, hay en esta provincia, sobre su
parte más elevada, entre Campóo, Cabuérniga y Polaciones, unos pastos
en los puertos de Lodar, Peñalabra, Palombera, Brañamayor y otros, que
están diciendo «pacedme»; y á pacerlos van desde junio á octubre, los
ganados, _ó cabañas_, de varios pueblos de la indicada región, que están
en pleno goce de ese privilegio.
De qué procede éste, y por qué le tienen unos pueblos y otros no, lo
ignoro absolutamente. De cuándo data, tampoco es fácil decirlo. No sé
más sino que, en cierta ocasión, el Concejo de Vioño, uno de los
privilegiados, tuvo necesidad de reivindicar su derecho, y siguió un
pleito con los Concejos _altos_ que se le negaban, ante la Real
Chancillería de Valladolid, la cual le sentenció en el año de 1630. Yo
he visto esos autos, y según ellos, alegaban los de Vioño «estar en
quieta, pacífica posesión de lo hacer é gozar libremente con los dichos
sus ganados á ciencia y paciencia de las partes contrarias, de uno,
diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta..., ciento y más años; y de
tantos, _que en memoria de hombre no era en contrario_». ¡Figúrense
ustedes si será antigua la costumbre!
La Real Chancillería mantuvo al Concejo querellante en su derecho «de
llevar su cabaña _con palos, pastores, perros y cencerros, á pacer las
yerbas y beber las aguas, seleando y majadeando_, á los sitios de Bus
Cabrero, Bustamezán, Cueto de Espinas, etc., etc....»
Idéntico y tan antiguo privilegio es el que disfrutan los demás Concejos
sobre éstos y otros puertos. Puedo ofrecer al lector la lista de todos
los privilegiados. Se la debo á un anciano de uno de ellos, hombre que
sabe de memoria las ordenanzas del caso (pues no las conserva escritas
aquel archivo municipal) y es quien resuelve las dudas y conoce
prácticamente hasta los linderos de los puertos. Allá va, pues, la lista
aunque no me la agradezca nadie: Barcenaciones, Bustablado, Cerrazo,
Cohicillos, Cóo, Helguera, La Busta, La Montaña, Los Corrales, Llano,
Mercadal, Novales, Oreña, _Polanco_, Quijas, Reocín, Rudagüera, Ruiloba,
San Mateo, Somahoz, Tanos, Tarriba, Toporias, Treceño, Udías, Valle,
Valle de Cabezón, Viérnoles, Vioño y Zurita.
En cambio del disfrute de los puertos altos por las cabañas de estos
Concejos, durante determinados meses del verano, pesa sobre ellos un
casi imaginario y levísimo gravamen. De uno de los Concejos me consta
que solo está obligado, en el caso en que las nieves fuesen tan copiosas
y duraderas en los altos que, consumida la _ceba_[13] de los
_invernales_[14], tuvieran aquellas cabañas que emigrar á los bajos
(caso que aún está por ver) á dar dos haces de puntas secas de maíz por
cada res, y á sacar su carro cada vecino, durante la noche, al corral, á
fin, sin duda, de que el ganado inmigrante pueda guarecerse en los
soportales, ó en los cobertizos desalojados.
En el mismo caso de emigración forzosa, las cabañas de Campóo y
Polaciones tienen á su disposición, durante la primavera, _seles_ en los
montes comunes de abajo, mientras dure la nieve arriba; pero á condición
de que no han de pasar las cabañas de los términos más próximos á la
nieve.
En previsión, sin duda, de tal necesidad, los vecinos del Concejo de
Udías no pueden cortar en sus heredades (no deben, á lo menos) los
tallos secos del maíz hasta marzo.
Como algunas cabañas no tienen pasto bastante en los puertos que
disfrutan por derecho propio, los Concejos á que aquéllas pertenecen
toman en arriendo otros por un tiempo determinado, pero con formalidades
y garantías harto modernas y prosaicas, y á pagar en moneda sonante.
Estos pagos se hacen recaudando el Concejo á razón de un tanto por cada
res que disfruta del puerto; y para entender en estos asuntos hay en
cada pueblo un concejal que se llama _alcalde de cabaña_, á cuyo cargo
está, por ende, cuanto se refiere á los pastores, al toro y á los
perros. Bueno es advertir también que las soldadas de los primeros se
pagan, como los puertos, por los dueños del ganado que los disfruta.
Ocho ó diez días antes del de San Antonio, es decir, del 13 de Junio,
van los pastores de casa en casa con dos marcos de hierro, en uno de los
cuales está el nombre completo del pueblo en letras pequeñas, y en el
otro la inicial del mismo de gran tamaño, tomando nota de las cabezas de
ganado que han de ir al puerto, y de las que de éstas se hallen sin
marcar. Si las que están en este caso tienen astas, se aplica á una de
ellas el primer marco enrojecido al fuego; si no las tienen todavía, se
las tumba en el suelo, y con el marco segundo, chisporroteando, aplicado
á la nalga derecha, se les hace dar cada berrido de dolor, y se levanta
un tufillo de carne asada, que no hay más que pedir.--De paso averiguan
los pastores cuál es la vaca más fuerte y más garbosa para ponerle al
pescuezo el _campano del lugar_, ó sea el cencerro más grande de los
diez ó doce que tiene el Concejo para que la cabaña se luzca con ellos
por esas brañas de Dios. Obtener para su vaca el campano del lugar es el
más alto honor que en casos tales puede alcanzar el dueño de ella, razón
por la que hay cada intriga que canta el credo al llegar el momento de
elegir un cuello para el sonoro colgajo.
Al amanecer del día de San Antonio se colocan los pastores con el toro y
los perros en un punto convenido, acude á él cada vecino con el ganado
que quiere enviar al puerto; y formada de este modo la cabaña, hala que
te vas, comienza á marchar en busca de Peñalabra ó Palombera, los cuales
puertos no encuentra sino después de haber estado por espacio de tres
días anda que te anda y sube que te sube, al son de los cencerros y al
de los elocuentísimos jujeos y silbidos de los pastores.
Y aquí la dejamos, por no necesitarla para nuestro objeto, hasta _el día
4 de octubre_ siguiente, día en el cual llega infaliblemente al punto en
que se formó[15]; con el cual dato queda suficientemente aclarada la
significación del título que precede á estos párrafos, y dicho que
estamos, aunque tarde, de patitas en el asunto.
FOOTNOTES:
[Footnote 12: Este cuadro se agregó á las _Escenas Montañesas_ en la
edición de 1877. _(Nota del A. en 1885.)_]
[Footnote 13: Yerba seca acopiada para el invierno.]
[Footnote 14: Grandes pajares, y á la vez establos, para refugio del
ganado en los puertos durante lo más crudo del invierno.]


II

--¡Dolón, dolán, dolén, dolán, dolón! ... que ya se oyen los cencerros
de la cabaña y hasta se ve el polvo que levanta. Ha llegado el día
anhelado, y el pueblo sale á recibirla hasta la portilla de la llosa, ó
de la pradera en que, por de pronto, ha de entrar para que se cumplan
las formalidades que van ustedes á conocer.
La gente viste de media gala, y se halla poseída de la más viva
satisfacción. La corporación municipal se guardará muy bien de faltar á
la solemnidad.
--¡Dolón, dolén, dolán, dolón, fiu, fiuuiií! ... que los cencerros se
oyen más cerca y se perciben con toda claridad los silbidos de los
pastores, y hasta se distinguen el color y la _armadura_ de las primeras
vacas.
Los espectadores suspenden hasta el aliento y clavan en ellas la vista
con una fijeza magnética. En seguida les entra la reacción y corren y se
atropellan, hasta que concluyen por formar enfrente de la portilla, en
dos hileras, entre las cuales pasa el ganado, que, no por haber pacido
durante cuatro meses la yerba de la libertad salvaje, ha perdido su
natural mansedumbre.
--¡Tío Roque!--grita un mozuelo con el pelo muy atusado,--¡la mi
_Gallarda_ trae el campano del lugar! ... y aquí viene la primera de
toas ... ¡y cómo le menea! ¡Anda, pa que uno se fíe de lo que no ve!...
¡Y corrían voces de que en el puerto se le habían puesto á la _Corva_
de tío Perico Mijotes!... ¡Cristo, qué hermosísima está!
--Miá tú, fantasioso--replica Mijotes, que no estaba muy distante del
jaque,--si se dijo que la mi _Corva_ le traía, por algo se dijo. Siempre
se le habrán cambiao en el camino pa que no te se parta á ti el corazón
de envidia al ver á la tu _Gallarda_ con el campano que han puesto á la
otra probe.... ¡Viva la josticia!; ¡á la novilla de la mi vecina, que no
puede con el rabo, le han puesto el segundo campano!
--¡Callarvos, lenguatones!--interrumpe un viejo que, de puro viejo, no
puede ya con las bragas:--¿que más vos da? Venga el ganao y venga ello
gordo, que lo demás importa dos bisanes.
--No, pus lo que es gordo, por decir gordo, ya viene gordo--añade otro
convecino que no tiene la mayor facilidad para expresar lo poquísimo que
se le alcanza.
--No digo yo otro tanto--le replica un espectador de enfrente;--ahí va
la mi _Leona_, que paez que la han chupao las brujas. Toma, ¡pus si
viene _gedal_; ¡y qué _bello_ que trae más hermosísimo!...; ¡me valga el
Señor; es la mesma estampa de su madre!... ¡Bien te han ordeñao, morena!
¡Permita Dios, condenaos de pastores, que se vos güelvan lobos en el
cuerpo los zurrones de hacer manteca!
--¡Ay, madre!--exclama una muchachuela con los ojos arrasados de
lágrimas, dirigiéndose á una pobre anciana que esta á su lado,--no veo á
la nuestra vaca: ¡debe ser verdá aquéllo que se corrió!
--Sí; hija mía--responde la madre:--las malas noticias siempre salen
verdaderas, y la soga nunca rompe por lo más gordo, ni el día amanece
alegre para todo el mundo...; ¡cómo ha de ser!
Y mientras se hacen éstos ó parecidos comentarios entre la gente, va
pasando la cabaña y entrando en el gran cercado, hasta que llegan,
cerrando la marcha, el toro, los terneritos, los perros y los pastores:
el toro con sus ojeras blancas sobre una cara negra y lustrosa como el
terciopelo, ondeando con cierta vanidad la piel, que casi le arrastra,
de su robusto cuello; los becerritos con su pelo rizoso y bermejo y su
carita expresiva, pisando con miedo, y rendidos de cansancio; los perros
con su piel blanca con manchas negras, andando al pie de los terneros y
mirando á todas partes con un gestecillo que parece decir: «al que los
toque en el pelo, nos le merendamos»; por último, los pastores con
abarcas de _tarugos_, garrote nudoso, y al hombro, además del morral y
la chaqueta, un ternero recién nacido, que nunca suele faltar.
Cuando esta retaguardia llega á la portilla, se precipita la gente
detrás de ella, desparramándose luego por el prado entre la cabaña,
buscando cada uno las reses que le pertenecen para examinarlas á su
placer.
Una hora más tarde, y sobre el mismo terreno y al aire libre y de pie,
el ayuntamiento se constituye en sesión, rodeado de todo el pueblo, que
toma parte en ella.
Lo que entonces sucede, van ustedes á saberlo en el capítulo siguiente,
escrito en presencia de los apuntes fidelísimos que yo tomé en uno de
esos Concejos á que asistí como curioso.
FOOTNOTES:
[Footnote 15: Ya supondrá el lector que ni todas las cabañas van al
puerto el día de San Antonio, ni todas vuelven de él precisamente el 4
de octubre siguiente. Hácenlo así, con tan antigua como inquebrantable
regularidad, las de algunos pueblos que yo conozco; y á ellos se refiere
mi cuento.]


III

Uno de los pastores, jefe á la vez de los demás, penetró en el ancho
círculo que formaban los asistentes; paróse enfrente del alcalde; arrojó
al suelo un saco casi vacío que llevaba al hombro; descubrióse; cargó el
cuerpo sobre el garrote; balanceóse un poco en esta postura;
esparrancóse; escupió tres veces; pasó una manga de su camisa por debajo
de las narices, y después de obtener el permiso del alcalde, habló de
esta manera:
--Pos ... salto y digo: ahí está la cabaña, como se habrá visto. En la
cabaña hay de too, como en la viña del Señor; porque musotros, á la res
que es de mal pacer y de peor engordar, no podemos mejorarla, á no
hincharla con una paja. Esto es claro como el sol del megodía. Pos digo
yo ahora: hay que tener en cuenta que el verano ha sío fatal; hoy que la
ventisca, mañana que el aguacero, el pasto se ha reblandecío, y pué
ecirse que el ganao no se ha visto limpio de _despeño._ De salú,
bastante bien: sólo han fenecío una vaca de tío Pedro Meñique y una
novilla de la viuda del _Cevil_. La una murió de un _empanderao_, y la
otra de un mal, á manera de perlesía. Dióseles lo que manda el aquel,
vamos al decir, del hombre que lo entiende; pero no les acanzó.
El pastor, al decir esto, metió en el saco la mano y sacó de él dos
cuernos de diferente forma y tamaño.
--Aquí están las _gamas_--dijo, levantando en alto los dos retorcidos
apéndices.
El alcalde llamó á los dueños de las reses muertas, para que se
presentasen á reconocer los restos que el pastor exponía á la
consideración del concejo, para cumplir con un requisito exigido por
éste.
Pedro Meñique y la viuda del _Cevil_ reconocieron, contristados, las
astas de las reses que respectivamente les habían pertenecido, y de
cuya muerte ya tenían noticias, aunque vagas, antes de la llegada de la
cabaña.
En seguida preguntó el alcalde si había algún vecino que tuviera que
hacer _daque_ cargo á los pastores.
--¡Pido la palabra!--dijo, saliendo á primera fila, un hombre muy
entrado en años, cano de greña, enjuto y ahumado de carnes y ronquillo
de voz.
--Hable Garabiel Pernías--díjole el alcalde.
--He pedío la palabra al auto de que he visto que la vaca mía que fué
bien trisná al puerto, vuelve en los puros huesos y con un ojal en salva
sea la parte, que mete miedo; y como el hombre no gana su probeza tumbao
panza arriba, y yo sudo los güétagos pa ver de conservar la que tengo,
quiero que se me satisfaga, como es justo, al respetive de la vaca.
--Tocante á la vaca--replicó el pastor,--tocante á la vaca, tío
Garabiel, usté sabe mejor que yo que la vaca es una cabra condená que no
se pué hacer vida de ella. Los cinco sentíos del alma le pone uno
encima, y con too y con eso no se la pué meter por vereda. Si usté la
chifla pa golvela, malo; si usté la vocea, pior; si se la apedrea, ¡me
valga el Señor!, no la alcanza un galgo.... Pus évate que voy, amigo de
Dios: hace ocho días, trepa la condená por un pedregal arriba á pacer
unos matorrales que estaban entre un cajigaluco; salgo detrás de ella,
hace la feguración de echarse cancia el desfiladero que estaba por la
banda de atrás, atájola yo corriendo, asústase más la endina, échase de
prisa por onde había subido, rueda como una pelota, y rásgase el pellejo
contra la punta del peñasco. ¡Ésta es, tío Garabiel, la pura verdá; y si
otra me queda en el cuerpo, que con ella reviente!
--¡Sastifecho!--dijo con solemnidad Garabiel Pernías, retirándose á la
segunda fila.
Otro de los que formaban en ella salió en seguida á la primera, y
endilgó al pastor estos cargos.
--Yo mandé al puerto una vaca _geda_ de siete meses, y pa el efeuto de
destetarla, dejé la cría en casa. La vaca iba gorda, la vaca es lechera,
¡horror de lechera!; la vaca viene hecha un telar, y la vaca no está
_seca_, porque á la vaca acabo yo de ordeñarla en el prao. Yo soy claro
como el agua, y no tengo algún aquel en decir que aquí se han corrío
voces de que en Mercadal se ha vendío este verano mucha manteca de la
cabaña nuestra. Diga el pastor, si á mano viene, de ónde ha salío esa
manteca, y por qué no viene seca la mi vaca.
El pastor se rascó la cabeza, escupió por entre los incisivos, y después
de pasear su vista por los circunstantes, replicó en estos términos:
--Ya sé yo que más de cuatro, que pué que no estén muy lejos de aquí,
por el aquel de hacer mal y porque hay lenguas que atarazás entre dos
cantos debieran estar, han corrío por el pueblo lo de la manteca; pero,
¡premita Dios que me trague la tierra aquí mesmo de repente si en el
puerto se ha hecho medio cuarterón de manteca, ni se ha bajao á Mercadal
más que por el efeuto de comprar dos libras de bacalao y siete
maquileros de harina! Pos évate que voy á lo de que la vaca no está
seca. Yo puedo hacer güeno con toa la cabaña, si quiere hablar, que el
_bello_ de la vaca del señor alcalde mamaba toas las noches á la vaca de
usté, y que de esto no tuvimos más auto que de la hora de la muerte, que
en santa gloria nos coja, hasta la semana pasá. Yo, bien lo sabe Dios,
me comí la feura al conocerlo; pero el hombre, es la verdá, no acanza
los imposibles..., y si ha hubío falta, perdonar, que lo que es la
voluntá no ha podío ser mejor; y cinco años que llevo en la cabaña
cantan bien claro si sé cumplir con mi deber.
--Sastifecho--contestó el interpelante con la misma formalidad que
Garabiel Pernías.
--Señor alcalde--gritó una mujer amortajada entre una saya de estameña
negra que le cubría el busto, y otra de bayeta amarilla ceñida á la
cintura,--yo quisiera que....
--Usté se calla la boca mientras que yo no la pregunte, porque aquí no
tienen voz las mujeres.
--Es que, canijo, yo tamién soy hija de Dios; y si se me murió el marido
no fué por culpa mía.
--¿Y qué se le ofrece á usté?
--Pus se me ofrece que cuando fué al puerto la mi novilla se me feura
que tenía el pelo colorao, y ahora le trae que tira algo á burreño...;
tamién era más juerte de voz....
--Vaya usté mucho con Dios, ¡trapacera!--la interrumpió el alcalde,
echando chispas por los ojos.--¡Le paece á usté la sinfonía con que se
nos viene?... ¡Taday, simplona!
--Yo pregunto lo que es de mi aquel, ¡ea!
--¡Taday, chapucera!
--¡Juera con ella, que se vaiga á cuidar la puchera!--añadieron por
todas partes voces que nada tenían de suaves para la pobre mujer, que en
vano gritaba para que se reconociese su supuesto derecho de hablar en
aquel concejo.
Salióse, al cabo, del círculo, llorando de coraje, y continuóse todavía
un buen rato interpelando al pastor y exponiéndole quejas, muchas de
ellas tan impertinentes como las de la desairada mujer; pero como
estaban _en su derecho_ los señores hombres al exponerlas, se atendían
y ventilaban con el más acalorado empeño.
Agotado el capítulo de cargos, el alcalde preguntó al pastor si no tenía
algo que manifestar al concejo respecto al puerto, á la cabaña, á los
demás pastores, etc.
--Aticuenta que ná--respondió el interpelado.--Los pastos han sío güenos
por la mayor parte: no muy alta la herba, pero finuca y nutría. Dos
veces se presentó el lobo á la vera de la cabaña; pero los perros, que
saben su obligación, no le dejaron ganas de ripitir: al segundo viaje le
atenazaron el rabo, y por un tris no se queda _Navarro_ con él entre los
dientes. El toro se escapó una tarde del _Sel_, porque le provocó el de
la cabaña de Vioño; trabáronse de palabras, y el nuestro le arrimó una
jaretá de media vara en el cuadril esquierdo, y le hizo golverse en un
periquete á la su cabaña. Un pastor de Cóo nos apandó una cría de dos
meses, la de la _Cordera_ de tío Celipe Cuartajo: vímosle, juímonos
encima, negó, arriméle un garrotazo, cayó á tierra pidiendo
miselicordia, y soltó el jato. No ha habío multa denguna ni por el aquel
de dir ni por el aquel de venir, porque no se ha saltao una mala
cerradura, ni tan siquiera se ha movío una res de la cabaña en too el
camino. La vaca de tío Miguel Cerojo tuvo un lubieso en salva sea la
parte, pero curó bien; y en la cabaña de Viérnoles, que estaba á la vera
de la nuestra, hubo _solengua_ y fenecieron siete cabezas. Nel, mi
compañero, pensó que se le había pegao el mal; pero too ello resultó ser
una atracá de arenques con leche: rompió á las tres horas, y no tuvo
otro aquel. Y con too y con esto no digo más, y acá estamos toos,
gracias á Dios, güenos y gordos; perdonar las faltas, porque pecaores
semos, y en la gloria nos veamos.
--Amén--contestó el concejo.
Acto continuo se procedió al remate del toro y de los perros; es decir,
al de su manutención hasta el día de San Antonio del año siguiente.
Adjudicáronse los animalitos á los vecinos que ofrecieron mantenerlos
por menos dinero, y se disolvió la asamblea.
Una hora después cada vecino recogía en el prado las reses de su
pertenencia, y se encaminaba con ellas á su casa, contemplándolas de
paso con tanto deleite como (acépteseme la comparación que voy á hacer,
en gracia de que es la pura verdad), como el que puede sentir un padre
delante del hijo predilecto que vuelve de la Universidad á pasar con él
las vacaciones.
1868.


«UN MARINO»

Marino, como ustedes saben muy bien, significa genéricamente, hombre que
se dedica á la navegación, que profesa la náutica, empleado en la
marina, etc., etc.
Pero «un marino» en Santander, hasta hace muy pocos años, hasta que
llegó á la clásica tierra de los garbanzos ese airecillo que aclimató la
_crinolina_ en Bezana y la cerveza en San Román, significaba otra cosa
más concreta y determinada. «Un marino» significaba, precisamente, un
joven de veinte á treinta años, con patillas á la catalana, tostado de
rostro, cargado de espaldas, de andar tardo y oscilante, como buque
entre dos mares, con chaquetón pardo abotonado, gorra azul con galón de
oro y botón de ancla, corbata de seda negra al desgaire, botas _de
agua_, mucha greña, y cada puño como una mandarria.
«Un marino» no era capitán, ni contramaestre, ni simplemente marinero;
era, por precisión, _tercero_, ó _examinado de segundo_, ó, á lo sumo,
piloto en efectividad.
Cuando estudiaba en el Instituto, no se había embarcado jamás, y, sin
embargo, ya era tostado de color y cargado de hombros, y se balanceaba
al andar...; en fin, ya olía á brea y alquitrán. Cualquiera diría que,
como destinado á la mar, estaba construído de _macho_ de trinquete ó de
piezas de cuaderna, y no de carne y hueso como nosotros.
Entonces se llamaba _náutico_, y se largaba cada _piña_ que derrengaba.
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