Escenas Montañesas - 06

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tiene su padre, y se dispone á auxiliar á su madre y á su hermana en la
preparación de las tostadas, amenizando el trabajo con el relato de sus
proezas y aventuras de estudiante.
Cuando cada manjar «le puede comer un ángel» de bien sazonado que está,
como dice la tía Simona, y todos ellos quedan cuidadosamente arrimados á
la lumbre para que se conserven en buena temperatura, precédese á otra
operación no menos solemne que la cena misma: poner la mesa _perezosa_.
Esta mesa se reduce á un tablero rectangular sujeto á una pared de la
cocina por un eje colocado en uno de los extremos; el opuesto se asegura
á la misma pared por medio de una tarabilla. Suelta ésta, baja la mesa
como el rastrillo de una fortaleza, y se fija en la posición horizontal
por medio de un pie, ó tentemozo que pende del mismo tablero.
La perezosa no se usa en las aldeas más que en el día del santo
patrono, en la noche de Navidad en la de Año Nuevo y en la de Reyes, ó
cuando en la casa hay boda.
Por eso no debemos extrañarnos del estrépito que se arma en la cocina
del tío Jeromo al hacerse esta operación.--«¡Que no se te
caiga!--¡Ayúdame por esta banda!--¡Quita ese banco!--¡Apaña esa
cuchara!--¡Allá va!--¡Que está torcía!--¡Calza de allá!--¡Fuera esa
pata!» Poco menos alboroto y mayores precauciones que si se botara al
agua un navío de tres puentes.
Puesta la mesa y sobre ella los manjares, y echada la bendición por el
estudiante, dejaremos á la familia cenar con toda libertad: es
operación, salvas algunas leves diferencias de forma en los cubiertos y
de fuerza de masticación, que todos hacemos lo mismo. Además, nuestra
presencia tal vez impidiera al buen Jeromo sorber la salsa que queda en
la cazuela del guisado, y á su mujer pasar el dedo por la tartera de las
tostadas para rebañar el azúcar, y al seminarista apurar «hasta verte,
Jesús mío», el vaso de vino blanco.
Volvamos á la misma cocina una hora más tarde.
Todos están más locuaces que antes, y hasta el viejo labrador ha
desarrugado su habitual entrecejo. El rapazuelo ronca tendido sobre un
banco, y el estudiante habla en latín y asegura que si entonces pillara
al mayorazgo, ¡ira de Dios!... La tía Simona canta por lo bajo:
«Esta noche es Noche-Buena
y mañana Navidad;
está la Virgen de parto
y á las doce parirá.»
Su hija se dispone á hacerle el dúo, cuando se oye en el corral un coro
de relinchos y un ruido sobre los morrillos, como si avanzaran veinte
caballos.
--¡Ahí están los ladrones!--diría en tal caso un ciudadano alarmado.
Pues, no señor, son los _marzantes_, es decir, dos docenas de mocetones
del lugar que andan recorriéndole de casa en casa. El ruido sobre los
morrillos y los relinchos los producen las almadreñas y los pulmones de
los mozos.
Este acontecimiento hace en los personajes de la cocina un efecto
agradabilísimo; callan todos como estatuas y se disponen á escuchar.
--Vaya, _señor don_ Jeromo--dice una voz en falsete para disfrazar la
verdadera, desde el portal:--á ver esas costillas que se están curando
en el _varal_; esos ricos huevos de la gallina pinta que cacareaba en el
corral, por, por, por, poner, por, ¡poner!... ¡Que sí!... ¡Vaya, que
sí!...
El coro contesta con relinchos á esta primera tirada de _algarabía_,
que así se llama técnicamente la introducción de los marzantes, y vuelve
á continuar la voz pidiendo «morcillas en blanco, ó aunque sea en
negro», y otras cosas por el estilo, hasta que concluye diciendo:
--¿Qué quiere usted?; ¿que cantemos ó que recemos?
--Que recen--dice Jeromo.
--¡Que canten, cóncholes!--replica el estudiante,--que á mí me gustan
mucho las marzas.... ¡Ea, á cantar!--añade luego, abriendo una
rendijilla, nada más, de la ventana.
Esta orden es acogida afuera con otro coro de relinchos, y al punto
comienzan á cantar los marzantes, en un tono triste y siempre igual, un
larguísimo romance que empieza:
«En Belén está la Virgen
que en un pesebre parió;
parió un niño como un oro
relumbrante como un sol....»
y concluye:
«Á los de esta casa
Dios les dé victoria,
en la tierra gracia
y en el cielo gloria.»
Esta copleja tiene esta otra variante que los marzantes suelen usar
cuando no se les da nada, ó cuando se les engaña con morcillas llenas de
ceniza:
«Á los de esta casa
sólo les deseo
que sarna perruna
les cubra los huesos.»
Los pesados lances á que esta jaculatoria suele dar lugar, y los nada
ligeros que se suscitan siempre al fin de la velada cuando van los mozos
_á comer las marzas_ á la taberna, ya encontrándose con los marzantes de
otro barrio, ó ya provocando á algún vecino, es sin duda la causa de que
disfrace la voz el que pide y de que guarden asimismo el incógnito todos
sus compañeros.
Pero en casa de Jeromo no se engaña á nadie, y la tía Simona alarga
media morcilla de manteca á los marzantes; y éstos, después de echar la
primera copla, se marchan relinchando de placer.
La familia tira los últimos golpes á la cena, agótanse los jarros de
vino, y el chicuelo despierta preguntando por los marzantes. Cuando sabe
que se han marchado, alborota la cocina á berridos, dale su padre un par
de guantadas, interpónense el seminarista y su madre, apágase la lumbre,
oscila la luz del candil, dormita la moza, maya perezoso el gato,
cáesele la pipa más de una vez de la boca al tío Jeromo, habla torpe
sobre los fenómenos de la luz el seminarista; y cuando los relinchos de
los marzantes se escuchan lejanos, hacia el fin de la barriada, desfila
al paso tardo y vacilante la familia del tío Jeromo á buscar en el
reposo del lecho el fin de tan risueña y placentera velada.
La tía Simona sale la última; y mientras se lamenta de haber dejado de
rezar el rosario por causa del jaleo, y jura que al día siguiente ha de
rezar dos, guarda en el arcón que ya conocemos los despojos del pan, del
azúcar y de la manteca, para que en el primer día de Pascua pueda la
familia, «manipulándoselo bien», recordar, con algo más que la memoria,
la noche de Navidad.


LA LEVA
I

Enfrente de la habitación en que escribo estas líneas hay un casucho de
miserable aspecto. Este casucho tiene tres pisos. El primero se adivina
por tres angostísimas ventanas abiertas á la calle. Nunca he podido
conocer los seres que viven en él. El segundo tiene un desmantelado
balcón que se extiende por todo el ancho de la fachada. El tercero le
componen dos buhardillones independientes entre sí. En el de mi derecha
vive, digo mal, vivía hace pocos días, un matrimonio, joven aún, con
algunos hijos de corta edad. El marido era bizco, de escasa talla,
cetrino, de ruda y alborotada cabellera; gastaba ordinariamente una
elástica verde remendada y unos pantalones pardos, rígidos, indomables
ya por los remiendos y la mugre. Llamábanle de mote el _Tuerto_. La
mujer no es bizca como su marido, ni morena; pero tiene los cabellos tan
cerdosos como él, y una rubicundez en la cara, entre bermellón y
chocolate, que no hay quien la resista. Gasta saya de bayeta anaranjada,
jubón de estameña parda y pañuelo blanco á la cabeza. Los chiquillos no
tienen fisonomía propia, pues como no se lavan, según es el tizne con
que primero se ensucian, así es la cara conque yo los veo. En cuanto á
traje, tampoco se le conozco determinado, pues en verano andan en cueros
vivos, ó se disputan una desgarrada camisa que á cada hora cambia de
poseedor. En invierno se las arreglan, de un modo análogo, con las ropas
de desperdicio del padre, con un refajo de la madre, ó con la manta de
la cama.
El Tuerto era pescador, su mujer es sardinera, y los niños ... viven de
milagro.
En la otra buhardilla habita solo otro marinero, sesentón, de complexión
hercúlea, y un tanto encorvado por los años y las borrascas del mar. Usa
un gorro colorado en la cabeza y un vestido casi igual al de su vecino
el Tuerto. Tiene las greñas, las patillas y las cejas canas. No sé de
cierto cómo tiene la cara, porque es hombre que la da raras veces, y no
he podido vérsela á mi gusto. Se llama de nombre tío Miguel; pero
responde á todo el mundo por el mote de _Tremontorio_, corruptela de
_promontorio_, mote que le dieron en su juventud por su gigantea
corpulencia y por su vigor para tirar del remo contra corrientes y
celliscas. Á la edad que cuenta, lleva hechas dos campañas _de rey_; es
decir, le ha tocado la suerte de servir en barco de guerra, dos veces á
cuatro años cada una. La última campaña la hizo en la _Ferrolana_, y con
esta fragata dió la vuelta al mundo, con el cual viaje acabó de
conquistar el prestigio que le iban dando entre sus compañeros sus
muchos conocimientos como marinero, su valor, su buen corazón ... y sus
férreos puños. Se conserva soltero, porque entre su lancha, sus campañas
y sus redes, que teje con mucho primor, nunca le quedó un cuarto de hora
libre para buscar una compañera.
Por último, en el cuarto segundo habita un matrimonio contemporáneo del
tío Miguel; y si no tan robustos como éste, los dos cónyuges esta aún
más desaliñados que él, y tan canos, tan curtidos y arrugados. De este
matrimonio nació el Tuerto de la buhardilla, quien al lado de su padre
aprendió á tirar del remo, á aparejar sereña, á ser, en fin, un buen
pescador. El padre del Tuerto, tío _Bolina_ llamado, porque siempre al
andar se ladeó de la derecha, sigue, á pesar de sus años, bregando con
la mar, como el tío Tremontorio; y no por afición á ella, como diría muy
serio un poeta del riñón de Castilla ó de la Mancha, acostumbrado á
mandar las maniobras y á conjurar tormentas des de un escenario, ó en
el estanque del Retiro, sino porque viven de lo que pescan, y sólo
pescan para vivir exponiendo la vida cien veces al año en el indómito
mar de Cantabria, sobre una frágil lancha.
Dados estos pormenores, debo decir al lector, por si se ha sorprendido
al verme tan enterado de ellos, que ni yo los he buscado ni los
personajes descritos han venido á traérmelos: ellos, solitos, se han
colado por la puerta de mi balcón, de la manera más sencilla.
La aludida casa está separada de la en que escribo, por la calle, que no
es muy ancha; y mis vecinos, lo mismo en invierno que en verano, saldan
todas sus cuentas y ventilan los asuntos más graves, de balcón á balcón.
Por ejemplo:
Se acerca un día la hora de comer. En la buhardilla del Tuerto se oyen
gritos y porrazos de su mujer, y lloros y disculpas de los chiquillos
que los reciben.
No se ve la escena, porque lo impide el humo de la cocina que sale á
borbotones por el balconcillo, conductor único que para él hay en la
casa.
La mujer del tío Bolina está clavando unas _rabas_ de pulpo en la pared
de su balcón, para que se oreen. Su nuera aparece en el suyo, más
desaliñada que nunca, con la cara roja como un pimiento seco y con la
crin suelta, en medio de una espesísima nube de humo, ¡aparición
verdaderamente infernal!; saca medio cuerpo fuera de la balaustrada, y
con voz ronca y destemplada, grita, mirando al piso segundo:
--¡Tía!...
Debo advertir que este es el tratamiento que se da, entre la gente del
pueblo de este país, por los yernos y nueras, á las suegras.
La vieja del segundo piso, sin dejar de clavar las rabas, al conocer la
voz de su nuera, contesta de muy mala gana:
--¿Qué se te pudre?
--¿Tiene un grano de sal pa freir unas _bogas_?
--No tengo sal.
--Salú es lo que no había de tener usté--refunfuña la mujer del Tuerto.
--Vergüenza es lo que á tí te falta--gruñe, al oirlo, la vieja.--Y
sábete que tengo sal, pero que no te la quiero dar.
--Ya me lo figuro, porque siempre fué usté lo mismo.
--Por eso te he quitao el hambre más de cuatro veces, ¡ingratona,
desalmada!
--Lo que usté me está quitando todos los días es el crédito,
¡chismosona, mas que chismosa!; y si no fuera por dar al diablo que
reir, ya la había arrastrao por las escaleras abajo.
--Capaz serás de hacerlo, ¡bribonaza!; que la que no quiere á sus
hijos, mal puede respetar las canas de los viejos.
--¿Que no quiero yo á mis hijos!...; ¿que no los quiero!--ruge la de la
buhardilla, puesta en jarras y echando llamas por los ojos.--¿Quién será
capaz de hacerlo bueno?
--Yo--replica con mucha calma la vieja;--yo que los he recogido muchas
veces en mi casa, porque tú los dejas desnudos y abandonaos en la calle
cuando te vas á hacer de las tuyas de taberna en taberna ...
¡borrachona!
--¡Impostora..., bruja!--grita al oir estas palabras, descompuesta y
febril, la mujer del Tuerto.--¿Yo borracha! ¿Cuántas veces me ha
levantado usté del suelo, desolladura? Y aunque fuera verdá, á mi costa
lo sería: á denguno le importa lo que yo hago en mi casa.
--Me importa á mí, que veo lo que suda el mi hijo pa ganar un peazo de
pan que tú vendes por una botella de aguardiente, en lugar de partirle
con tus hijos. Por eso los probes angelucos no tienen cama en que
dormir, ni lumbre con que calentarse, ni camisa que poner; por eso no
tienes tú un grano de sal y me la vienes á pedir á mí.... Cómpralo,
¡viciosona!... Pero vienes tú de mala casta para que seas buena.
--Mi casta es mejor que la de usté, por todos cuatro costaos. Y yo en
mi casa me estaba. Él fué á buscarme.
--Nunca él hubiera ido...; bien se lo dije yo:--«¡Mira que esa es
_callealtera_ y no puede ser buena!»
--Los de la calle Alta tienen la cara muy limpia y se la pueden enseñar
á todo el mundo ... algo mejor que los de acá abajo...; ¡flojones, más
que flojones!, que se han dejao ganar tres regatas de seguido por los
callealteros.... Esa es la rescoldera que á usté le pica; pero por más
pedriques que echen en Miranda y más velas que pongan á los _Mártiles_,
San Pedruco el nuestro los ha de echar á pique.
--San Pedro no puede amparar nunca á gente tan desalmada como tú, y si
se perdieron las regatas, Dios sabe por qué fué.
--Por falta de puños, pa que usté lo sepa.
--Grita, grita más alto; que te lo oiga el tu marido que por allá abajo
asoma, y mira después ónde te metes.
--Yo digo la verdá aunque sea delante del mi marido--replica la de la
buhardilla, mirando de reojo á una esquina de la calle y bajando la voz
así que ve al Tuerto.
La vieja del segundo clava la última raba, y sin mirar hacia su nuera,
vase retirando del balcón, dejando fuera estas palabras:
--Anda, anda á prepararle la comida, ¡borrachona!
La aludida en ellas desaparece también, metiéndose furibunda por lo más
espeso de la columna de humo que sigue saliendo de la cocina después de
haber despedido á su suegra con estos piropos:
--¡Bruja, brujona!...; vaya á discurrir los cuentos que le ha de decir
al mi marido...; ¡chismosa, infamadora!
Antes de pasar más adelante, debe saber el lector que desde tiempo
inmemorial, existe entre los mareantes de la calle Alta y los de la del
Mar, barrios diametralmente opuestos de Santander, una antipatía
inextinguible.
Cada barrio forma cabildo aparte, y no han querido para los dos un mismo
patrono. San Pedro lo es de la calle Alta, ó _Cabildo de Arriba_, y la
calle del Mar, ó _Cabildo de Abajo_, está encomendado al amparo de los
santos mártires Emeterio y Celedonio, á cuyas gloriosas cabezas, de las
que se cuenta que llegaron milagrosamente á este puerto en un barco de
piedra ha dedicado, construyéndola á sus expensas, una bonita capilla en
el barrio de Miranda, dominando una gran extensión de mar.
Con estos datos no se extrañará ya que mis dos vecinas, después de
apostrofarse recíprocamente, como lo hacen en la primera parte del
diálogo transcrito, puedan hallar ofensivo á su dignidad el ser
callealteras ó el dejar de serlo.
Y prosigamos.
Llega á su casa el Tuerto. (Y adviértase que el humo se va disipando, y
no impide ya que yo vea la escena, con todos sus pormenores.) Quítase el
_sueste_, ó sombrero embreado, de la cabeza; coloca sobre un arcón viejo
el impermeable de lona que llevaba al hombro, y cuelga de un clavo un
cesto cubierto con hule y lleno de aparejos de pescar. Su mujer desocupa
en una tartera desportillada un potaje de berzas y alubias, mal cocido y
peor sazonado; pónelo sobre el arcón, y junto á él un gran pedazo de pan
de munición. El Tuerto, sin decir una sola palabra, después que sus
hijos han rodeado la tartera, empieza á comer el potaje con una cuchara
de estaño. Su mujer y los chicuelos le acompañan, por turno, con otra de
palo. Conclúyese el potaje. El Tuerto espera algo que no acaba de
llegar; mira á la tartera, después al fondo de la olla vacía, y, por
último, á su mujer. Ésta palidece.
--¿Ónde está la carne?--pregunta al cabo, con voz ronca, el pescador.
--La carne ...--tartamudea su mujer,--como ya estaba cerrada la tabla
cuando fuí á buscarla, no la traje.
--¡Mentira!... Yo te di ayer al mediodía dos reales y medio para
comprarla, y la tabla no se cierra hasta las cuatro. ¿Ónde tienes el
dinero?...
--¿El dinero?...; el dinero ... en la faltriquera.
--¡Bribona, tú la has hecho hoy ... y yo te voy á abrir en canal!--grita
exasperado el Tuerto al notar la turbación, cada vez más visible, de su
mujer.--Á ver el dinero, digo, ¡pronto!
La interpelada saca, temblando, unos cuartos de su faltriquera, y sin
abrir toda la mano, se los enseña á su marido.
--¡Esos no son más que ocho cuartos ... y yo te dejé veintiuno!... ¿Ónde
están los otros?...
--Se me habrán perdido...; que yo tenía los veintiuno esta mañana....
--No puede ser: yo te di dos reales en plata.
--Es que ... los cambié en la plaza....
--¿Qué ha hecho tu madre esta mañana?--pregunta rápido el Tuerto al
mayor de sus hijos, cogiéndole por un brazo.
El chiquitín tiembla de miedo, mira alternativamente á su padre y á su
madre, y calla.
--¡Habla pronto!--dice el primero.
--Es que me va á pegar madre si lo digo--contesta, haciendo pucheros, el
pobre chico.
--¡Es que si callas te voy á deshacer yo la cara de una guantá!
Y el muchacho, que sabe por experiencia que su padre no amenaza en vano,
á pesar de las señas que le hace su madre para que calle, cierra los
ojos y dice rápidamente, como si le quemaran la boca las palabras:
--Mi madre trejo esta mañana un cuartillo de aguardiente, y tiene la
botella escondía en el jergón de la cama.
El Tuerto, oída esta última palabra, tumba de un sopapo á sus pies á la
delincuente, corre á la cama, revuelve las hojas de su jergón, saca de
entre ellas una botellita blanca que contiene un pequeño resto del
delatado contrabando, vuelve con ella hacia su mujer, y arrojándosela á
la cabeza en el momento en que se incorporaba, la derriba de nuevo y
salpica á los chiquillos con el líquido pecaminoso. Gime, herida, la
infeliz; lloran asustados los granujas, y el iracundo marinero sale al
balconcillo renegando de su estrella y maldiciendo á su mujer.
Tío Tremontorio, que vino de la mar con Bolina y el Tuerto, se halla en
su balcón tejiendo red (su ocupación preferida cuando está en casa)
desde el principio de la reyerta de sus vecinos, y tirando de vez en
cuando un mordisco á un pedazo de pan y á otro de bacalao crudo,
manjares que constituyen su comida ordinariamente. No se da con el
Tuerto por advertido del suceso que acaba de ocurrir y del que se ha
enterado perfectísimamente, pues no le gusta meterse en lo que no le
importa; pero el irascible marido, que necesita dar salida al veneno que
aún le queda en el cuerpo, llama á su vecino, y de balcón á balcón
entablan este diálogo á grandes voces:
--Tío Tremontorio, yo no puedo con esta bribona, y voy á hacer un día
una barbaridá.
--Ya te he dicho que tienes tú la culpa desde un principio; en cuanto la
veías ceñir un poco, arriabas en banda....
--¿Y qué había de hacer yo si me paecía una santa de Dios?
--¿Qué habías de hacer? ¡Tiña!; lo que yo te decía siempre:--«Caza firme
y trinca bien; viento duro por la popa, y hala por avante.»
--¡Pero si no tiene ya un hueso en el cuerpo que no le haiga yo carenao
á golpes!
--¡Después que se le había podrió la maera, tiña!
--¡Me valga Dios, qué pícara!... ¿Qué va á ser de estas criaturas el día
que la suerte me saque de casa!...; porque el demonio no tiene por ónde
desechar á esta mujer. La semana pasá la entregué veinticuatro riales pa
que vistiera á los hijos...; ¿usté los ha visto?: pos tampoco yo. La
borrachona los consumió en aguardiente. Peguéla una trisca que la dejé
por muerta, y á los tres días me vende una sábana por media azumbre de
caña; dóila ayer veintiún cuartos pa carne, y bébelos tamién.... Y á too
esto, las criaturas esnudas, yo sin camisa, y sin atreverme, si á mano
viene, á echar un vaso de vino un día de fiesta.
--¿Por qué no la conjuras, tiña? Pué que sea _mal-dao_.
--¡Si llevo gastao, tío Tremontorio, un costao en esos amenículos!
Llevéla á má é tres leguas de aquí, á que un señor cura, que icen que
tiene ese previlegio, la echara los Avangelios; leyóselos, dióme una
cartilla bendecía y un poco de ruda, cosílo too en una bolsa, colguésela
al pescuezo, costóme la cirimonia al pie de un napolión..., y ná: al día
siguiente cogió una cafetera que no se podía lamber. Yo la he dao
aguardiente cocío con pólvora, que icen que es bueno pa tomar ripunancia
á la bebida, y á esta condená paece que le gusta más desde entonces. He
gastao en velas pa los Santos Mártiles, á ver si la quitan el vicio, un
sentío..., y como si callara.... Ya no sé qué hacer, tío Tremontorio, si
no es matarla, porque es mucho el vicio que tiene. Fegúrese usté que
dempués que la di el aguardiente con pólvora, la entró un cólico que
creí que reventaba. Como yo había oído que el aguardiente es bueno pa
quitar el dolor de barriga, poniendo por fuera unos paños bien empapaos
en ello, calenté en una sartén como medio cuartillo; y cuando estaba
casi hirviendo, llevélo así á la cama onde se estaba revolcando la muy
bribona. Mándola que tenga un poco la sartén mientras yo iba al arcón á
buscar unos trapos, vuelvo con ellos...: ¿creerá usté, puño, que ya se
había trincao el aguardiente de la sartén, abrasando como estaba?
¡Hombre, si esto es más que maldición de Dios!
--Pues, amigo..., tocante á eso..., ¿qué te diré yo? Cuando la mujer da
en torcerse, como la tuya, mucho palo; si con él no sale á flote, ó
échala á pique de una vez, ó cuélgate de una gabia.
--¡Si le digo á usté, hombre de Dios, que la he solfeao too el cuerpo á
leña; que le he puesto la cara á _morrás_ más negra que la tinta de un
magano!...
--Pues ahórcate entonces, y déjame en paz y en gracia de Dios tejer
estas mallas, que por no perder la paciencia no me he querido casar yo,
¡tiña, retiña!
--¡Mal rayo me parta treinta veces y media, y permita Dios que al primer
noroeste que me coja en la mar me coman las merluzas!... ¡Si pa esto
nace uno, valiérame más no haber nacío!... ¡Perro de mí, que no la hice
macizo antes de llegar á perder la pacencia y la salú por la grandísima
bribona!...
Y comiéndose los labios de coraje, métese el Tuerto en su buhardilla y
cierra la puerta del balcón.
El tío Tremontorio, sin levantar los ojos de su labor, le despide
canturriando con su áspera voz esta copleja:
«Por goloso y atrevido
muere el pez en el anzuelo;
porque yo no soy goloso
en paz y libre navego.»
Suponte ahora, lector, que estamos en un día de fiesta.
--¡Bolina!... ¡Bolina!--grita la voz de Tremontorio.
--¿Qué hay?--responde Bolina saliendo al balcón.
--Que no paso por esta cuenta; que á mí me falta dinero ... y que me
falta, ¡ea!
--¡Malos tiburones te coman! Yo no sé de qué te ha servío tanto como has
rodao por el mundo, que toavía no sabes contar los deos de la mano. ¿Qué
es lo que te falta ahora?
--Me falta, me falta ... yo no sé cuánto, pero me falta dinero.
--Si no dices más que eso.... ¿No ajustemos endenantes la cuenta más de
treinta veces? ¿No viste que no te faltaba ná?...
--Sí; pero en casa lo he pensao mejor, y no hay quien me saque de que
aquellos treinta riales....
--¡Dale con los treinta riales! ¿No te correspondían á ti diez duros por
la costera de la semana?
--Sí.
--¿No nos habían emprestao á ti, al mi hijo y á mí, un barril de
parrocha en la taberna del _Estrobo_?
--Sí.
--¿No costaba el barril setenta y dos riales?
--Sí.
--¿No te corresponden á ti veinticuatro?
--Sí.
--¿No debías además en la taberna, primeramente treinta cuartos de café
y copas, y luego dos riales y medio emprestaos?
--Sí.
--Pus veinticuatro y seis, treinta. ¿Cuánto tienes tú?
--Tengo, tengo ... dos y dos son cuatro..., cuatro ... cuatro de á
decinueve, primeramente.
--Bueno: pon una peseta con ellos.
--Ya está.
--Pus tendrás ahora cuatro duros.
--Cabales.... Ahora hay, por otro lao, dos pesetas en cuartos y dos
tarines.
--Que son diez riales; y ochenta que tenías antes, noventa.
--Noventa. Ahora me quedan cuatro peseta de á cinco, y ... uno, dos,
tres ... y dos, cinco ... y uno, seis...; seis medios duros, que son....
--Que son, que son...; teníamos antes noventa riales, que con las cuatro
pesetas de á cinco hacen, hacen ... noventa, y luego veinte.... Si
fueran diez serían ciento; ciento, y diez ... ciento diez.... Luego,
seis medios duros, que son tres.
--Y ciento diez, ciento y trece justos ... hasta doscientos que debían
de ser, ¡tiña!, mira si me falta dinero.... Y no te canses, Bolina, que
cuando yo digo una cosa, ¡tiña!...
--Pero, peazo de animal, déjame acabar.... Si too lo embrollas. ¿Quién
te ha dicho á ti que ciento diez riales y tres duros son ciento y trece
riales?
--Aquí y en Francia han sío siempre ciento diez y tres, ciento trece,
¡retiña!
--Sí; pero como esos tres son duros, y tres duros son sesenta riales,
será la cuenta ciento diez, y sesenta, ciento setenta.
--¿Y cuántos duros hacen?
--Media onza es lo mesmo que ciento sesenta riales, y éstos son ciento
setenta; conque son, media onza y medio duro ... ocho duros y medio.
--Lo mesmo que endenantes, ¿lo ves?...; hasta diez que han de ser ...
¡si cuando yo digo una cosa!
--¡Mal rayo te parta! ¿Pues no te he dicho que había que desquitar
treinta riales que debías en la taberna?
--Sí.
--Pus esos treinta que te faltan hasta los doscientos, son los que te
dieron de menos.
--Conque es decir que por un lao se me dan treinta riales de menos, y
por otro me rebajas tú en la cuenta otros tantos.... ¡Tina!, pues ahora
salgo peor; treinta de acá ... y treinta de allá.... Esto no lo dejo yo
así, y ahora mesmo voy al Muelle, ¡retiña!
--¡Anda, burro, más que burro!... ¡Este hombre no tiene timón en la
cabeza! ¡Mal vendaval te sople, animal!...
Imaginémonos ahora que está lloviendo, desde hace ocho días, pero del
Noroeste, con temporal recio _afuera_.
--Tío Tremontorio, ¿ha visto por la banda del Norte cómo se va poniendo?
--Hay tremolina armá pa unos días.... Esta madrugá abrió un poco el ojo
el Nordeste y pensé que íbamos á salir mañana á la mar; pero se ha
corrío otra vez al vendaval y con un carís peor que el tuyo.
--¡Y qué lástima de costera, hombre!... ¡Si había besugo pa
aborrecelo!... Le digo á usté que esta inverná nos va á costar muy cara.
--Por mor de eso, y pa ayuda de males, nos pegaron aquella _troncá_ esta
mañana en el Cabildo.... ¡Y pa eso le citan á uno y le sacan de casa!...
¡Tiña, si me hubiera dejao llevar de mi genio!... Decir á Dios que con
el platal que ha entrao en fondo en too lo que va de año no ha de haber
quedao pa hacer un reparto, por ver de pasar un par de días, pinto el
caso, en que no se pué salir á la mar, ni se gana pa un amoderao[5]
siquiera.... ¡Tiña, y que entoavía le han de pedir á uno el real que
necesita pa no morirse de hambre!
--Duro es, tío Tremontorio; pero ello, pongámonos en lo justo. Ha dao la
casualidá de que paece que se ha avisao media calle pa ponerse enfermo
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