Escenas Montañesas - 18

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quedar encantada sin saber de qué, como el hombre de las selvas al oir
las melodías de una flauta. Desde entonces se lanzó, con la pasión de
los niños en libertad, á balbucir palabras, que no entendía, del nuevo
vocabulario político; á las _manifestaciones_ públicas; al _club_ y á
las urnas electorales, siendo muy de advertir que en este entusiasmo
iban siempre delante las hembras, las cuales hubieran llegado á emular
las glorias de las _calceteras_ de Robespierre, si las circunstancias lo
hubieran exigido. Jamás se ha visto una transformación más radical ni en
menos tiempo.
Sin embargo, no hubo medio de meter el diente á Tremontorio. Estaba
fondeado á dos anclas en su puerto natural, y no había fuerzas humanas
que le sacaran de allí.
--¡Á pedricar al limbo, tiña, que está lleno de inocentes!--decía á los
catequistas que se atrevían á hablarle ... desde lejos.--¡Pero á mí!...
Yo ya sé que si quiero comer tengo que jalar del remo y jugarme la vida
en la mar seis veces á la semana.... ¡Allí sus quisiera yo ver, tiña!
Si se le replicaba que precisamente para mejorar las condiciones del
oficio era para lo que se le quería atraer al partido, añadía hecho un
veneno:
--Pamemas, tiña; que si tan bueno fuera lo que tenéis á la mano, no vos
acordarais de ofrecérmelo á mí; sus lo guardarais para vusotros,
retiña.... ¡Si soy _mule_ viejo!... ¡no vus canséis en calarme la
sereña!
Y no mordía la _ujana_, el muy ladino.
En éstas y otras, presentósele un día el Tuerto con las manos en los
bolsillos y la cara hecha un vinagre.
--¿De onde vienes, tiña?--le preguntó el viejo mareante, abrazando con
cariño, pero muy admirado, al aparecido.
--Del departamento--respondió el Tuerto.
--¡Del departamento! ¿Pues no mandaste carta de allá, hace ocho días,
para mí á Patuca, que sabe leer y escrebir?
--Cierto.
--Pus ná me decías entonces de venir tan aína. ¿Cómo es eso, tiña?
--Porque al otro día de escribirle á usté se prenunció la gente de la
freata.
--¡Tiña! ¿Y tú también?
--No, señor...; pero me vi revuelto en la tremolina, sin saber cómo.
--¿Y á cuántos prenunciaos colgaron de las gavias?
--Á denguno.
--¡Retiña! ¿Cuándo se vió eso?... ¿Y serás capaz de venirte sin
licencia?
--No, señor; traigo un pase.
--Pos ¿quién te le dió, cuando debieron haberte leído la sentencia de
muerte?
--Un cabo de cañón y un terrestre de mucha soflama que mandaban allí.
--¿Y el señor comendante y los oficiales?
--Harto tuvieron que hacer con tomar puerto en la cámara, después de
tumbar á media docena de prenunciaos.
--Pero, retiña, ¿cómo no te ahorcaron al saltar á tierra?
--Porque se tuvo por bueno el pase que me dieron á bordo, firmado por el
terrestre.
--¿Y eres tú capaz de tomar cosa anguna de un terreste que se mete á
mandar en una freata de guerra?
--¡Pero si no había otro remedio, puño!; y además, yo era ya cumplido, y
de un día á otro tenían que despacharme.
--¡Con su cuenta y razón, tiña; no de ese modo!... ¡Un terrestre! ¡Á la
_Ferrolana_ pudo haberse atracado él á repartir licencias cuando dábamos
la vuelta al mundo! ¡Bien saben ellos ónde se meten!... ¡Harto será,
tiña, que no te güelvan á llamar; porque la ley es ley, y el que la hace
la paga, si no es hoy, mañana!
--Pues, puño, con golverme por onde vine.... Así como así, pa ver lo que
yo acabo de ver, morirse es mejor, cuanti más golver al servicio.
--¿Qué vistes, hombre?
--¡Lo último, puño; lo último que me quedaba que ver! Y créalo, tío
Tremontorio: más me apesaumbra esto, que el venir con el pase del
terrestre.
--Pero ¿qué vistes?
--¡Pásmese, hombre! Ahora mesmo, al pasar por el Muelle, he visto á la
mi mujer vestida de comedianta, con un gorro á modo de pimiento, una
casulluca con estrellas, y un pendón lleno de letreros, y más de un
centenar de babiecas detrás de ella echando vivas yo no sé á qué.
--Eso es de todos los días, hijo; y no te pasmara si hubieras visto lo
que yo voy viendo. Pero no tiene ella la culpa, tiña; que si no la
pagaran por eso, no lo hiciera.
--¡Tarascona!...; la he de romper los pocos huesos que la dejé sanos....
Pero, ¿y los hijos, tío Tremontorio? ¿Qué será de ellos con esa madre?
Quiero ir ahora mismo á su casa para recogerlos.
--¿Á su casa, tiña? ¿Ónde está ella? ¿Sabe naide si tiene casa la tu
mujer?
--¿Pus ónde duerme, puño?
--Onde le coge la _cafetera_, hijo; con el ite de que no la suelta dende
que anda con esa arbolaura por las calles.
--¿Y los hijos?
--Los hijos, si no hay quien por caridá los recoja á las puertas del
Muelle por la noche, allí se la pasan á la timperie.... Bien sé yo,
tiña, quién los quita el hambre y los da abrigo muchas veces; pero uno
no puede estar en todas partes, ni ellos acuden á uno siempre que
debieran.... Porque, retiña, la verdá es que se han hecho ya á la
bribia; y por el carís que traen, van á hacer buena á su madre.
El Tuerto no quiso oir más, y salió de la bodega de Tremontorio, echando
llamas por los torcidos ojos y maldiciones por la boca.


III

Creía el valiente veterano de la _Ferrolana_ que, aunque con
trabajillos, lograría irse haciendo á los nuevos resabios del gremio, y
vivir en paz, si no á gusto, los pocos años que le quedaban de vida; y
por conseguido lo daba ya, cuando cayó sobre sus anchas espaldas el peso
insoportable de un infortunio con que jamás había soñado. Este golpe de
muerte fué la abolición de las matrículas y la supresión de los
cabildos, decretadas por el Gobierno imperante.
Creyó volverse loco con la noticia, y tardó muchos días en tragarla por
cierta. Cuando no pudo negarla, no le cabía en su casa, y se largaba á
la ajena, ó al Muelle, á desahogar la ira con el primer camarada que
hallaba á sus alcances.
--No hay otro remedio que tragarlo, tío Tremontorio--le decían otros
pescadores un tanto desengañados; pues cuando pidieron, por extrañas
sugestiones, la abolición de las matrículas con el fin de verse libres
de las levas, nadie les dijo, ni ellos lo cavilaron, que al desprenderse
de una carga tan pesada, perdían, en consecuencia, el monopolio del mar
y del puerto, que era la recompensa de ella.
--¡Que no hay otro remedio!--exclamaba Tremontorio, haciendo crujir los
puños.--¡Eso lo veremos, tiña! ¿Quién lo ha mandao?
--El gubierno de arriba.
--¿Quiénes son esos gubiernos pa meterse en la hacienda de los
mareantes? ¿Qué saben ellos de cosas de la mar?
--El que manda, manda, tío Tremontorio.
--¡No en mi casa, tiña!
--Pues la ley es ley ahora y siempre.
--¡Por eso mesmo: á la ley me agarro, y viva la de nusotros!
--Pero una ley mata á otra, y la nueva es la que vale.
--En lo terrestre, pase; pero no en lo de la mar!
--Pero, hombre, y dempués de bien desaminao, ¿qué vale too ello? Y
aunque valiera, si nos quitan las levas....
--¡Las levas ... retiña! Siempre las tenéis delante de los ojos pa
espantarvos el sueño.... Dos me cogieron á mí, y vos digo que no me pesa
ahora que salí de ellas.... Más debiera espantarvos esto otro.... Si,
señor, tiña; y ciegos sois si no lo habéis visto bien claro. Con esa
orden de arriba, se dice «abro la puerta á la mar...»; y allá voy yo, y
allá vas tú..., y allá van _ellos_, ¡tiña!...; porque detrás de nusotros
podrá ir, con la ley en la mano, el raquero del Puntal, el chalupero de
las Presas y toos los tiñosos de la costa de la badía.... Y esto no lo
aguanto yo, retiña; que la mar se hizo pa los hombres que deben andar en
ella y han andao siempre, ¿Ónde se ha visto que la gente del _muergo_
sea quién pa dir conmigo á la pesca de altura?... Ves digo que no
tendréis vergüenza si vos dejáis igualar por esa grumetería.... ¡Pos
dígote al respetive de lo de los cabildos! ¿Qué semos ya los mareantes
sin ellos? ¿Aónde vas tú? ¿Aónde voy yo, que valgamos dos _luciatos_?
Quiere decirse, tiña, que, de hoy palante, tanto da ser callealtero como
de nusotros...; toos seremos unos.... ¡Pa ellos estaba, retiña!
--Too eso está muy bueno; pero considere que está escrito en ley allá
arriba, y que de na sirve lo que nusotros estipulemos acá abajo.
--Ya verás si sirve, tiña. Por de plonto, sepan esos gubiernos que
Tremontorio no güelve más á la mar con esa ley.
Y no volvió el testarudo veterano. Las redes le dieron para casa y pan,
y el canon de su lancha para compaño. Pero advirtió, andando el tiempo,
que, á pesar de la nueva ley, la mar no había sido profanada por los
_anfibios_ de la costa de la bahía; y como además se aburría mucho
estando siempre en tierra, y la mar le _jalaba_ como de cosa propia,
resolvióse á estudiar el punto más á fondo, por si podían conciliarse su
tesón y sus deseos. La nueva ley abolía, es cierto, la antigua
matrícula; pero exigía, en cambio, una inscripción que daba á los
inscritos privilegios parecidos á los que tuvieron los matriculados; y
en cuanto á los cabildos, también quedaba algo, á modo de gremio, para
sustituirlos.
No le llenó el ojo nada de esto á Tremontorio, pero, al cabo, era algo
que ponía centinelas á la puerta de la mar; y como además le ponderaron
mucho las _ventajas_ sus compañeros de fatigas, y él tenía grandes
deseos de conformarse, conformóse, aunque á regañadientes, y volvió á su
lancha.
Para entonces, los diez años corridos desde que le conocimos en la _La
leva_, ya sesentón habían hecho honda mella en su persona. Estaba más
encorvado, más flaco, algo trémulo, y con la greña, las patillas y las
cejas enteramente blancas, muy ásperas y muy largas. Pero su vestido,
como su carácter, era el de siempre: el mismo gorro catalán, la misma
camisa de bayeta verde sobre la de estopa interior, los mismos calzones
pardos de ancha campana y amarrados á la cintura con una correa, y los
mismos zapatos, sin tacones y sin lustre, sobre el pie desnudo.
Consigno este dato, porque á la sazón no era ya este traje el
característico del oficio. En los años pasados desde el consabido
acontecimiento, la gente marinera había ido confundiéndose en todo con
la terrestre, así en ideas como en hábitos y costumbres. Lo cual no
dejaba de exasperar á Tremontorio, y dábale á menudo ocasión de fulminar
sus embreados apóstrofes sobre los _pinturines_ pescadores que caían por
su banda.
En una de estas ocasiones le vi yo en el Muelle. Estaba hecho una
tempestad, en medio de un grupo heterogéneo y abigarrado, aunque se
componía exclusivamente de marineros. La verdad es que, siendo
Tremontorio el único que se hallaba en carácter allí, y, como si
dijéramos, en su propia casa, parecía el intruso y el pegadizo entre
tantos degenerados.
--Ya se ve, tiña--decía cuando yo pasaba, y por eso me detuve á
escuchar:--dende que vais al voto y á esos pedriques con el señorío
pudiente, y andáis tan empavesaos, ¿que vus ha de paicer este patache
carbonero? Pus, tiña, de mi madera sois, con toa esa fantesía; y el más
ó el menos de trapo, no le hace al casco tener los fondos mejores.... Ni
barrunto que de ayer acá vos haya caído denguna herencia de repente, pa
echarvos tanta guinda.... Onde se ve la gente es en la mar, ¡retiña!; ¡y
que se diga muy recio si en más de tres duros y medio[17] que ya cuento,
le he pedido á anguno remolque allí!
Replicóle uno que «el andar bien portao no quitaba fuerza ni valor á la
presona».
--¡Taday, niquitrefe!--díjole Tremontorio con el mayor desprecio.--Si
sois valientes entoavía y jaláis del remo como yo, es porque lo habéis
mamao, y allá vos queda.... Eso es del cabildo de abajo, sépastelo
bien.... ¡Retiña, qué gracia!... Pero que vos dé otro tanto la vida que
traéis.... ¡Surbia vos dará!
--Y lo que usté no guipa, porque ya está fuera de
combate--respondiéronle en son de zumba.
--¡Pintura, digo yo á eso!--replicó el veterano con mucho
retintín;--aunque bien desaminao el ite de ese particular, ¿qué tenéis
ya que recibir de naide? ¿Qué vus falta? Vusotros, el relós de plata;
vusotros, la bota fina; vusotros, el camisolín de plegues; vusotros, la
cachucha de _rasolís_.... Pus ya, retiña, por poco más, echarvos el
bastón y la casaca, y dirvos al Suizo con los señores del Muelle, á
tomar chocolate con esponjao y leer los boletines de arriba.... Las
rentas no han de faltarvos pa sostener el señorío, porque ya tenéis una
ración de hambre y otra de necesidá.... ¡Retiña con la piojera de tres
gavias!
Dijo, miró con ira á los zumbones que le rodeaban, y rompió el cerco,
bamboleándose al andar, como buque de mucho porte que toma la barra
seguro de llegar al puerto.
FOOTNOTES:
[Footnote 17: Más de setenta años.]


IV

Amaneció un día con el viento al Sur, casi en calma: el cielo, sonrosado
con algunas nubes aturbonadas; la bahía, como un espejo; la mar, como un
lago; la temperatura, á placer; el campo, verde y fragante; las flores,
meciéndose sobre los tallos; los árboles, entreabriendo sus hinchadas
yemas y asomando por ellas las tiernas esmaltadas hojas, que se
estremecían y se desplegaban al sentir por primera vez el calor de los
rayos del sol vivificante; la sonora voz de las campanas de todos los
templos, llenando de armonías el espacio; y el movimiento y la
circulación, interrumpidos por la solemnidad de los días anteriores,
restableciéndose bulliciosos en todas las arterias de la población.
--¡Hermoso día!--exclamaban las gentes de tierra, encaminándose á
continuar los suspendidos negocios, ó frotándose las manos á la puerta
del almacén, ó contemplando la naturaleza desde las entreabiertas
vidrieras del gabinete. Y el fervoroso cristiano que volvía del templo,
lleno su corazón de místicos regocijos; y el célibe egoísta que,
empuñando el _roten_, se desperezaba á la puerta de su casa, dispuesto á
emprender el higiénico paseo extramuros; y el labrador afanoso que
arreaba la yunta y dirigía el arado para abrir el primer surco en su
heredad; y el bracero menesteroso ... cada cual, á su manera, saludaba
con himnos del corazón aquel inolvidable _Sábado de Gloria_ de 1878.
Así llegó el sol á la mitad de su carrera, y el afán de los hombres al
descanso del mediodía. Entonces se alzaron súbitamente remolinos de
polvo en las calles de la ciudad; azotó la cara de los transeuntes una
ráfaga de viento húmedo y frío; oyóse el chasquido de algunas vidrieras
sacudidas contra la pared; cubrió los cerros del Oeste un velo
achubascado; nublóse repentinamente el sol; tomó la bahía un color
verdoso con fajas blanquecinas y rizadas, y comenzó á estrellarse contra
las fachadas traseras de la población una lluvia gruesa y fría.
--Un _galernazo_--dijo la gente con mucho sosiego.--Después del Sur, era
de esperar.
Y el que tenía qué, se puso á comer; y el que había comido ya, se tendió
á dormir la siesta ó á chupar el clásico cigarro delante de una taza de
café.
Según la gente de tierra, no había ocurrido hasta entonces cosa que no
fuera en Santander muy natural y corriente; y en verdad que no era para
dejar pálido á nadie la rotura de algunos vidrios, unos cuantos paraguas
vueltos del revés, tal cual sombrero arrancado de su correspondiente
cabeza, y alguna que otra falda encaramada más arriba de lo
acostumbrado.
Y, sin embargo, uno de aquellos instantes, pasados casi inadvertidamente
para la gente de la ciudad, había producido, á la vista de ella, como
quien dice, el desastre más espantoso que registran los cántabros
anales.
Noticias de él fueron los alaridos que comenzaron á oírse luego por las
calles, entre la gente marinera; madres clamando por sus hijos; esposas
por sus maridos; hijos por sus padres; hermanas por sus hermanos.
Aquello era una desolación, y sus clamores atravesaban el alma como un
puñal. Corrían los desventurados pálidos los rostros y los ojos sin
lágrimas, porque para los grandes dolores no existe el consuelo de
ellas, buscando en los ojos de los demás una respuesta que nadie podía
darles, y el contristado espectador se agregaba á ellos y los seguía
como si el mismo infortunio le empujara. El rumbo de tan tristes
cortejos era el Muelle, donde había ya una muchedumbre con los ojos
clavados en la boca del puerto. El temporal había cesado casi por
completo en tierra, y de la mar sólo se veía una parte de su furia,
estrellándose espumosa y rugiente sobre las tristes _Quebrantas_.
Conocíase una parte del desastre: lo que de él habían presenciado los
pescadores de tres lanchas, únicas que hasta aquella hora habían logrado
volver al puerto. Citábanse nombres y se pintaban escenas de horror y de
heroísmo. Las lanchas habían llegado medio anegadas; sus tripulantes,
con la palidez de la muerte en el semblante, mudos y consternados, con
las ropas ceñidas al cuerpo, empapadas en agua; muchos de ellos, con el
hercúleo torso desnudo. No les aterraba solamente la idea del peligro en
que se habían hallado, pues de otros no menores habían salido con sereno
espíritu, sino el cuadro de muerte y desolación que habían contemplado
sus ojos entre la furia de la galerna.
Hablábase mucho en los apretados corrillos; oíanse los lamentos de los
que ya nada esperaban y de los que temían, y no faltaba quien, para
desvanecer tristes presentimientos, hiciera risueños cálculos; pero
siempre flotaba sobre el llanto y las conversaciones, como respuesta á
una pregunta que no se cesaba de hacer, esta frase:
¡_Todas_ están allá!
¡_Todas_! ¡Nunca esta palabra tuvo sonido tan triste y pavoroso! Todas;
es decir, todas las lanchas _de altura_ estaban en la mar, y sólo tres
habían vuelto al puerto.
Corriendo aquellos minutos, que parecían siglos, vióse otra, y luego la
quinta, rebasando del promontorio de San Martín. Cada una de ellas fué
saludada con un rumor que no puede pintarse con palabras ni con sonidos.
Cerca ya del anochecer, y después de dos horas de esperar en vano los
que en el puerto lloraban, y cuando la vista más sutil no había podido
distinguir desde los puntos más elevados de la costa ninguna lancha en
la mar, y había tiempo sobrado para tener noticias de las que pudieran
haberse refugiado en boquetes ó ensenadas, faltaban siete.
Preguntóse por ellas á todos los puertos y fondeaderos del litoral; pero
aquellas preguntas se cruzaban en el camino con otras análogas que los
preguntados hacían á Santander, y sólo sirvieron para dar á conocer en
su horrible extensión el desastre de aquel día memorable. Desde
Fuenterrabía á Cabo Mayor, había hundido el azote de la galerna en los
abismos del mar, TRESCIENTOS OCHO hombres en brevísimos instantes. En
este espantoso cúmulo de víctimas, tocábanle SESENTA al gremio
santanderino. ¡Jamás la muerte acechó á los hombres con mayor astucia,
ni los hirió con más implacable saña!
Aunque la caridad, virtud de los cielos, amparó entonces, como siempre,
por igual á todos los desvalidos, cada corazón sintió lo que estaba más
patente en su memoria, y la mía la ocupó toda Tremontorio.
Preguntando por él, supe que también había salido á la mar aquel día, y
que era de los pocos que se habían salvado de la catástrofe, casi
milagrosamente; pero que, con lo terrible del trance, los golpes y la
frialdad del agua, á sus muchos años, habíase puesto á punto de morir.
No me satisfice con estas noticias, y quise verle, y lo conseguí.
Le hallé tendido en un pobre lecho, pálido, cadavérico; pero muy
tranquilo y en reposo. Cuidábale otro marinero, que á su lado estaba de
pie y con los brazos cruzados sobre el pecho. No me era extraño este
personaje; y, en efecto, después de contemplarle unos instantes, conocí
en él al Tuerto. Pero, ¡qué viejo, qué encanecido, qué anguloso y
encorvado le hallé!
Como mi presencia no podía chocar allí en aquellos días en que la
caridad no cesaba de llamar á las puertas de los náufragos, logré que el
viejo pescador me recibiera mucho mejor de lo que yo esperaba de su
rudeza habitual.
--Y ¿cómo se encuentra usted ahora?--llegué á preguntarle.
--Con el Práctico á bordo[18] desde ayer--me respondió con su voz de
siempre, aunque más premiosa.
--Será por exceso de precaución--díjele, comprendiendo su náutica
alegoría y deseando darle alientos.
--¡Qué precaución ni qué ... tiña!--me replicó muy fosco!--Soy ya casco
viejo, vengo desarbolao, el puerto es obscuro y la barra angosta...;
¿para cuándo es el práctico, si no es para ahora mesmo?
--Tiene usted razón--le dije, viéndole tan sereno.--En estos trances se
prueba el temple del espíritu.--Ya veo que el de usted no necesita
remolque.
--No, gracias á Dios, que me da más de lo que merezco. Ochenta años; no
haber hecho mal á nadie en una vida tan larga; haber corrido tantos
temporales, y venir á morir en mi cama, como buen cristiano y al lado de
un amigo, ¿no fuera cubicia y desvergüenza pedir más, retiña?
Lo admirable de estas palabras está en que eran ingenuas, como todas las
que salieron de la misma boca durante tantos años.
Seguimos hablando por el estilo, cuidando yo de encomendar la menor
parte de la tarea al enfermo para no fatigarle, y conduje la
conversación al extremo que deseaba.
Y pregúntele, después de encauzada á mi gusto:
--Pero, ¿no hay algún síntoma, algún anuncio de esos temporales?
--¡Anuncio!...--exclamó Tremontorio mirándome, con una sonrisa más
amarga que el agua de las olas.--¡Anuncio, retiña!... ¡Pues si hubiera
anuncio de eso!... Está usté en su lancha como la hoja en el árbol, ni
quieto ni andando; la tierra á la vista, la mar como una taza de caldo;
un si es ó no es de turbonada al horizonte.... ¡Retiña!, na, porque así
se puede estar un mes entero.... Este carís no es pa que naide pique las
amarras.... Pues, de súpito, le da á usté en la cara un poco de brisa;
oserva usté el Noroeste, y ve usté venir, echando millas, á modo de una
jumera, encima de una mancha parda que va cubriendo la mar, con un rute
rute, que no paece sino que el agua se despeña por las costas abajo. Al
verlo y al oirlo, la sangre se cuaja en el cuerpo, y los pelos se ponen
de punta; arma usté los remos, isa una miaja de trapo pa ver de correr
por delante; y, ¡tiña!, antes que se dé la primer _estropá_, ya está
aquello encima.
--¿Á qué llama usté _aquello_?
--¿Aquello?... Aquello, señor, yo no sé qué sea, si no es la ira de Dios
que pasa; aquello es la _última_; la de abrir la escotilla de las culpas
y encomendarse á la Virgen Santísima; la de dejar la tierra para
sinfinito y clamar por los suyos los que tienen en ella las alas del
corazón.
--Bien; pero, ¿qué sucede allí en esos momentos terribles?
--Y ¿lo sabe anguno, por si acaso?... ¡Retiña!; faltan ojos y tiempo pa
mirarlo.... Está usté en un jirvor de espuma, que zarandea la lancha
como si fuera cascara de nuez; ese jirvor se levanta, se levanta..., y
vuelve á bajar; y al bajar, cae sobre usté; y al caer, usté no sabe si
caen peñas ó qué cae, porque quebranta y ajoga al mesmo tiempo; y al
abrir usté los ojos, ¡tiña!, ni hombre, ni lancha, ni remo, ni costa, ni
cielo, ni ná. ¡Allí no hay más que estruendo y golpes, y espuma y
desamparo!...; ¡ni voz para clamar á Dios, porque en aquella tremolina
no se oye uno á sí mesmo! Un trastazo le echa á pique, y otro le saca á
flote; la cabeza se atontece, y el que mejor sabe anadar, trata de
olvidarlo pa acabar cuanto antes.
--Pues á usted de algo le ha servido el saber nadar, puesto que logró
salvarse donde tantos otros perecieron.
Miróme el hombre con torvo ceño, y díjome con profundísima convicción:
--¡Ni pizca, tiña!
--¿Cómo salió usted á tierra, si no?
--Porque Dios quiso, y ciego será quien no lo vea.
Metióme en mayor curiosidad esta respuesta, y rogué al valiente pescador
que me contara el suceso. Resistióse á complacerme, con bruscas
evasivas, y entonces tomó parte en la conversación el Tuerto, y me dijo:
--Verá usté lo que pasó, señor, porque juntos nos salvamos los dos.
Llevónos la galerna, en un decir Jesús, á dos cables de San Pedro del
Mar; y cuando contábamos que no pararíamos hasta embarrancar en la
arena, un maretazo, como yo no he visto otro, nos puso la lancha quilla
arriba. Al salir yo á flote, de todos mis catorce compañeros no quedaba
más que éste, á unas seis brazas de mí. Á los demás--añadió el Tuerto
con voz trémula y muy conmovido,--no he vuelto á verlos hasta la hora
presente. Como la lancha había quedado entre dos aguas, tuve la suerte
de agarrarme á ella; pero ese infeliz se vió sin otro amparo que sus
remos naturales, y no era poco, porque, á saber anadar, no hay merluza
que le meta mano. En esto, la mar nos fué atracando el uno al otro; y ya
estábamos al habla, cuando la suerte le puso un remo delante. Agarróse á
él y descansó una miaja. Pero notaba yo que no se valía más que de un
brazo para agarrarse, y no sacaba el otro hacia el remo, ni le movía
para ayudarse.--«¡Anade y atráquese--le gritaba yo,--hasta que llegue á
darle una mano, que dispués ya podrá agarrarse á la lancha!.--¡Qué más
quisiera yo que poder anadar, retiña!--me respondió.--Pues ¿por qué no
puede?--Porque me jalan mucho los calzones. Paece que tengo toa la mar
metida en ellos; y á más á más, se me ha saltao el botón de la
cintura.--¡Arríelos, puño!--¡Tiña, que no puedo!--¿Por qué?--Porque esta
mañana se me rompió la cinta del escapulario, y le guardé en la
faldriquera.--¿Y qué?--Que si arrío los calzones, se va á pique con
ellos la Virgen del Carmen[19].--¿Y qué que se vaya, hombre, si no es
más que la estampa de ella?--Pero está bendita, ¡retiña!; y si ella se
va á fondo, ¿quién me sacará de aquí, animal!» Hay que tener en cuenta,
señor, que la mar era un infierno, y tan pronto nos sorbía como nos
soltaba. Á cada palabra un maretazo nos tapaba el resuello, ó nos cubría
con más de diez brazas; y al salir á flote, no hallaba uno quien le
respondiera, ó asomaba por onde menos era de esperar. Dios quiso que no
nos separáramos cosa mayor en aquel tiempo, que fué mucho menos del que
yo empleo en contarlo; porque la sola vista de otro ser humano le anima
á uno á bregar en tales casos. ¡No sabe usté la agonía que se pasaba en
el instante en que al salir á flote se veía uno solo! Volviendo al caso,
digo que al hablar este compañero las últimas palabras que yo he
repetido, vínose encima de mí sin saber cómo, y agarróse á la lancha. Al
mismo tiempo se alzó á barlovento una mar como no ha visto igual hombre
nacido: pensé que aquél era el fin, no de nuestras vidas, sino del mundo
entero; desplomósenos encima, y para mi cuenta, entonces, allí
fenecimos, porque ni más vi, ni más oí, ni más sentido me quedó que una
chispa de él para acabar una promesa que estaba haciendo á la Virgen del
Mar (y cumplí al otro día, como era justo). Pero, á lo que paece, aquel
desplome de agua nos echó á tierra con la rompiente, porque allí nos
alcontramos los dos al volver del atontamiento, cerca de unos baos de la
lancha y con astillas de ella entre las manos. Vino gente, nos recogió,
nos dió abrigo, y aquí nos trajo: al señor, en el estado en que usté le
ve, ó poco menos; y á mí, como si nada hubiera pasado, que de algo vale
el no ser viejo y haber sorbido mucha desgracia. Lo cierto es, señor,
que si el estar los dos vivos no es un milagro de Dios, no he visto cosa
que más se le asemeje.
--¿De modo que usted--dije al Tuerto con la intención de saber algo de
su vida desde que volvió del servicio,--ha dejado su casa por venir á
cuidar á su amigo?
--Mi casa es ésta--respondió secamente el Tuerto.
--¿No tiene usted familia?
--Me queda un hijo, que anda navegando en un vapor; todo lo demás está
ya en el otro mundo..., no contando al señor, que ha sido un padre para
mis hijos y para mí.
Muy poco más duró nuestra conversación. Al despedirme, tendí la mano á
aquéllos heroicos y honrados marineros, y dije al moribundo Alcides del
Cabildo de Abajo:
--Hasta la vista, amigo.
--Y ¿por qué no, tiña!--me respondió, dando á mis palabras mayor
alcance del que yo les había dado.--Mareantes sernos todos de la mar de
acá, y en rumbo vamos del mesmo puerto. Si el diablo no nos le cierra,
yo mañana y usté otro día, en él hemos de fondear.
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