Escenas Montañesas - 03
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en un archivo de hipotecas. Pasar un objeto de las manos de Juan á las
de Pedro sin cierta solemnidad _sui géneris,_ valdría tanto como para la
conciencia de un cristiano viejo un buen creyente sin bautizar, símil en
que, sin duda alguna se fundaron los _académicos_ de mi lugar para
llamar á dicha ceremonia _mojar el asunto_.
No vale en el día de mañana, para disfrutar pacíficamente la posesión de
lo comprado, restregar los hocicos del vendedor con la resellada
escritura de legítima pertenencia, que si ante la ley le asegura en la
posesión, no es suficiente, sin embargo, para librar al poseedor de un
litigio cada semana, en el que, por lo menos, pierda la paciencia, amén
de algunos dinerillos que suelen irse en pos, por vía de procuración,
asesoramiento y demás adminículos de que es costumbre proveer á todo
aquel que tiene la mala humorada de pesar sus derechos en la prudente
balanza de Astrea. No hay, pues, título de propiedad que valga, si falta
la fe de _bautismo_, el _fiat_ del tabernero más próximo, LA ROBLA[1],
para decirlo de una vez.
El origen de esta ceremonia no consta en las crónicas montañesas, porque
se pierde en la antigüedad de la afición de los montañeses al acre mosto
riojano[2].
Su definición precisa tampoco es fácil sin que se me olvide algún rasgo
gráfico de ella; por lo cual juzgo de rigor que nos traslademos
adondequiera que se _eche_ una..., y allá nos vamos.
Raro es el colono montañés que al poco tiempo de establecido no posea,
como producto de sus _aparcerías,_ una pareja apta para las labores del
campo, algún novillo _uncidero_, es decir, capaz de ser uncido, ó
cualquiera otra res vacuna; pero en absoluta propiedad y sin que el
arrendador de sus haciendas tenga que intervenir en su venta, cambio ó
emparejamiento; casos en los cuales el colono, por lo que le va en ello,
pone los cinco sentidos y emplea la mayor solemnidad posible. Tras ella
va siempre la robla.
Luego vamos á una feria.
El lugar de ella queda á elección del lector, pues, gracias á Dios,
abundan aquí como los helechos. Abran ustedes un calendario, y donde
topen con su santo, cátense una feria. En este dichoso país, el día que
no es de fiesta tiene mercado; de los restantes del año, los unos marcan
feria, y los otros romería.
Elegido el punto más cercano, tuvo que ser, por precisión, un pequeño
bosque de cajigas ó de castaños, verde, fresco, frondosísimo, bello como
es la naturaleza aquí hasta en su menor detalle.
Estamos ya bajo el tupido follaje.... Cierra, lector, los ojos por un
momento. ¿No te crees transportado, en una serena noche de verano, á la
orilla de una inmensa charca, y jurarías que sus ranas, en número
infinito, cantan todas á la vez? Es el sello de nuestras ferias y
romerías: el sonido de las _tarrañuelas_ de cien y cien bailadores _á lo
alto_, al compás de las panderetas que tañen las mejores mozas del
lugar.
Sigamos.--Sin reparar en el corro de bolos en que acababan de gritar
cincuenta bocas á la vez _¡eseeé!_ al hacer un _emboque_ uno dé los
jugadores; abriéndonos paso á través de la batería formada por los
pellejos de vino, barriles y cacharros que sobre un carro, debajo y á
los lados de él, á la sombra de un castaño, son la delicia de los
bebedores; echándonos por la derecha para no turbar el sueño pacífico de
los jamelgos de un cura y un señor de aldea, que están amarrados al
_cabezón_ del mismo carro, quizá por casualidad, quizá porque los
jinetes tomaron este norte como de mejor atractivo para cuando vaya
anocheciendo; guardando el cuerpo del fogoso trotón de ese jándalo, que
atraviesa la feria llevando á las ancas la parienta más joven é
inmediata que encontró en su pueblo cuando volvió de Andalucía, y cuyo
chal de amarillo crespón, no menos que su vestido blanco de empinados
volantes, forman extraño contraste con su reluciente y pasmada
fisonomía; sin responder á las voces de las importunas fruteras, de los
_agualojeros_, rosquilleros y otros análogos industriales que nos
asedian al paso; sin fijarnos, en fin, en ese maremágnum alegre y
estimulante que el cuadro presenta á primera vista, salgamos á aquella
braña donde hay un grupo de ocho personas y una pareja de novillos
uncidos. Allí va á haber robla.
El que está apoyado sobre sus engalanadas cabezas, hombre que tiene la
suya algo más sucia, calzones de _manga corta_, con un tirante sólo,
chaqueta al hombro y sombrero de copa alta, más que medianamente
apabullado, es el dueño de la pareja, y conocido y honrado en su pueblo
por el nombre de Antón Perales.
El otro, más joven y de mejor traza que éste, que pasea alrededor de los
novillos examinándolos con gran atención, es el comprador: llámanle
Ogenio Berezo, y es de las inmediaciones. De los que forman el círculo,
los cuatro son meros curiosos que, á título de conocidos de los
primeros, se han aproximado al olor de la robla. La mujer, que come una
manzana y tras de cada bocado que le tira se rasca la cabeza por debajo
de la _muselina_, es la costilla de Antón Perales. El otro personaje,
más viejo que todos los demás, y que observa el cuadro, taciturno y
reflexivo, es convecino del comprador: llámase tío Juan de la Llosa, y
asiste, á la sazón, en calidad de perito. Sus títulos al efecto están en
toda regla. Es público y notorio que en más de cien sangrías que lleva
hechas en el pueblo á los animales de sus vecinos, á la oreja, _al
pelo_ y al rabo, que es la más difícil, no se le ha desgraciado una sola
res. Para poner una bizma, ó sea un emplasto de trementina y polvos de
suelda, no hay otro que se le iguale. Distingue á la legua un cólico de
un _empanderamiento_, y en las cojeras no confunde el _zapatazo_ con el
_babón_; y si no ha curado un solo caso de _solenguaño,_ es porque la
enfermedad es mortífera, mas no por haber dejado de echar á tiempo, «por
la boca abajo» del paciente animal, con el auxilio conductor de una
teja, el agua de jabón, aceite y vino blanco bien caliente. Por algo
dice él que, si le hubieran _desaminao, albitre_ podía ser; y es la
verdad. En cuanto á las condiciones externas del ganado, ahora le verán
ustedes.
El comprador ha dejado de rondar la pareja, crúzase de brazos y exclama
de repente:
--Pues, señor, ¿á qué hemos de decir una cosa por otra? La pareja me
gusta. ¿Qué le parece á usté, tío Juan?
Éste guarda en un bolsillo del chaleco la punta que mascaba rato hacía,
da dos pasos al frente, cárgase á la izquierda sobre el garrote, pone la
diestra en jarras, cruza las piernas y reflexiona un instante.
Entretanto el vendedor se sonríe con cierta malicia, su mujer menudea
los mordiscos á la manzana, y murmura algunas palabras hacia los otros
personajes que emiten su dictamen á media voz.
--Apaséalos--dice en tono grave el perito.
Antón Perales hace caminar sus novillos un corto trecho, al son de las
alegres campanillas que les adornan el pescuezo.
--Ahora, hacia abajo ...--añade el primero.--¡Oooó, joois!--canturria,
luego que el vendedor le ha complacido, para indicarle que pare ya.
--Lo que toca al particular--dice la mujer, á quien no le cabe ya la
lengua en la boca,--no tienen tacha. Tocante á eso, no es porque sean
míos; pero, como dijo el otro.... Vamos, que son dos perlas.
--Como que los he criao yo en casa--repone su marido;--y éste que se
llama _Galán_, es hijo de la _Leona_, y este otro, _Cachorro_, de la
_Gallarda_, dos vacas que, mejorando lo presente, son dos soles.
--Justo, que las vendimos el mes pasao al sobrino del Regioso, con
perdón de ustedes, que por aquel pique que tuvo por la cuñá del
Mostrenco, que ya con este mote le han de enterrar, por el lindero del
prao que le tocó á resultas del _cobicillo_ que encontraron debajo del
jergón de su tío, que en santa gloria esté..., y ahí está el mi hombre
que no me dejará mentir, que á la verdá que anduvo como una estorneja de
acá para allá, ahora que la botica, después que el señor cura, luego que
la unción, porque el enfermo daba el ¡ay! que partía el alma, sin que
hubiera en aquella casa un mal nacido á quien volver los ojos..., y no
se lo tome Dios en cuenta á la que tanto fachendea hoy gracias á los
cinco carros de tierra que apañó.... Pues resulta de que....
Á la buena mujer se le va la burra entre tanta maraña, mientras el tío
Juan no quita los ojos de la pareja. El comprador mira al perito como si
quisiera leer en su fisonomía la opinión que va formando; el vendedor
atusa el pelo á los novillos, y los intrusos los ponderan cuanto les es
permitido, con objeto, evidentemente, de contribuir á que se cierre el
trato y no se pierda la robla.
Después que el perito y el comprador han visto que los animales _se
plantan_ bien al caminar, que no se aprietan, que no _zambean_ del
cuarto trasero, que son bien encornados y que igualan perfectamente en
alzada y color, el primero les mira la boca, les palpa bien los
_brazuelos_ y las nalgas para ver si están _despicados_ de algún remo, y
les examina escupulosamente las astas por si son estoposas, las pezuñas
por si _blandean_, y los ojos por si tienen _nube_ ó _glarimeo_.
Hecho este examen, el tío Juan, sin perder un solo rasgo de su gravedad,
dice en tono solemne:
--Caballeros, la pareja..., lo que toca á la pareja, no tiene pero. Son
dos rollos de cuatro años, sanos como dos corales.
--Pos á mí--añade el comprador,--lo que toca al particular, también me
gusta la planta y el aquel de la pareja.... Conque si el señor trae gana
de vender, diga, si á mano viene, en lo que estima su hacienda, que yo á
comprar he venío.
--Al respetive de eso mesmo--replica el vendedor,--no me quedo yo atrás;
que hoy por ti y mañana por mí..., y, como dijo el otro, mortales nos
hizo Dios.... Vamos al decir, que si tú traes ganas de comprar, no
reñiremos.
--Cabales, que ni al mi hombre ni á mí nos ha perseguido nunca la
justicia por embusteros; y cuando vemos que se trata con gente de
formalidá y de requilorios....
--Esa es la verdá; y vamos, Antón, á estimar la pareja, como el otro que
dice, con equidá.
--Pos la pareja, Ogenio, por ser para ti..., la pareja; que, como ha
dicho el señor, no tiene pero; la pareja, y que no vea la cara de Dios
si te engaño; la pareja vale treinta doblones[3] como dos cuartos.
--Tú no quieres vender, Antón--contesta con cierto desdén el atildado
Ogenio.
--Ogenio--replica Antón,--tú me ofendes.
--Que te digo que no quieres vender.
--¡Que mal rayo me parta si he venío á otra cosa á la feria! Y sábete
que por ese dinero ya no tendría en casa los novillos hace una semana,
si los hubiera querido vender...; pero hoy por ser pa ti....
--Pos yo no doy por ellos más que veinticinco doblones.
--Tú no quieres comprar, Ogenio.
--Á eso vine á la feria, Antón...; y si no, que diga tío Juan si me
pongo en lo justo.
--Lo que toca á mí--dice el aludido, que durante la escena referida se
ocupaba en hacer rayitas en el polvo con el palo,--lo que toca á mí, no
me gusta meterme en la hacienda del vecino, que cada uno puede estimarla
en aquello que, pongo por caso, le acomoda.
--De manera es--replica el comprador,--que aunque usté diga uno, ó dos,
ó medio; ó que la pareja vale tanto ó cuanto, ó que por aquí ó que por
allá, no ha de ser medida la palabra de usté.
--Eso es--añade Antón;-que como dijo el otro, ná se pierde con oir á
éste y al de más allá.
--Andando--gruñe su mujer, clavando los dientes en la quinta
manzana,--que todos somos hijos de Dios, y más ven cuatro ojos que dos.
--Es de razón--exclaman á coro los demás circunstantes.
--Pues, caballeros--concluye el perito con cierto tonillo de
autoridad;--creo que se pueden dar veintisiete doblones por la pareja.
--Ya lo oyes, Antón...; y yo no dejo mal á ningún amigo.
--Por dicho de eso, yo tampoco, Ogenio; y si das los veintiocho, tuya es
la pareja.
Grandes murmullos en el grupo; anímase el tío Juan, y exclama,
imponiendo silencio á los circunstantes:
--Ni los veintisiete ni los veintiocho, que han de ser los veintisiete y
medio, y se pagará la robla además.
--Corriente--dice Ogenio.
--Pues buen provecho te hagan--añade Antón, entregando la ahijada al
primero, como símbolo del dominio que le transmite....
El pequeño circuló se agita con gran ruido; todos se felicitan
recíprocamente, todos hablan á la vez, y entre todas las voces se
destaca la de la exdueña de los novillos que charla más que nadie y
desbarra como nunca.
Autorizado competente uno de los testigos del ajuste, marcha á buscar al
punto más inmediato dos azumbres de vino tinto para _mojar el trato_, es
decir, para _hechar la robla_; y mientras vuelve, el comprador se sienta
en el suelo, saca un pesado bulto del bolsillo interior de su chaqueta,
y comienza á desliarle capa á capa, como si fuera una cebolla. Así van
saliendo, sucesivamente, un pañuelo de percal aplomado, un viejo pañal
de una camisa y una bula, dentro de la cual aparecen, como núcleo de
todo el envoltorio, un montón de napoleones y algunas monedas de oro
cuidadosamente guardadas entre los amarillentos repliegues de una hoja
de un catecismo.
Con grandísimas dificultades cuenta los veintisiete doblones y medio, ó
sean 1.650 reales, y se los entrega al vendedor, quien, en el acto, y
con no menores amarguras, los cuenta también; y envueltos en la bula, y
la bula en la muselina de la mujer de Antón Perales, desaparecen en los
profundos abismos de la faltriquera que debajo del refajo lleva ésta[4].
El que fué por el vino vuelve con un enorme jarro lleno de él en una
mano, y con una taza de barro blanca en la otra. Desátanse, á su vista,
más y más las lenguas del corrillo; sonríense todas las fisonomías, y el
rústico Ganimedes, apoyándose en la _yugata_ de la pareja, comienza á
escanciar el vino con gran pulso y mucha solemnidad.
El tío Juan, para quien es la primera taza, levantándola en alto,
brinda:
--Por la salud de los presentes, que se disfrute muchos años la pareja,
y que en el cielo nos veamos.
--Amén--contesta á coro la reunión.
La taza sigue pasando luego de mano en mano y de boca en boca, hasta que
se agotan las dos azumbres de rioja.
Pero Antón Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otros
ocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores,
con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de los
bebedores y con peor pulso de la del escanciador.
Entretanto la tarde va acabándose, y el ganado y la gente que llenaban
la feria se retiran poco á poco.
Ya no se oyen las tarrañuelas, ni los panderos, ni un solo grito en el
corro de bolos. Los taberneros recogen sus baterías, y embridan sus
jamelgos los curas, los jándalos y los señores de aldea; y perdiéndose,
por grados, desde el lugar de la feria, por la campiña adelante en todas
direcciones, se oye el sonido de las campanillas del ganado que se
aleja. Nuestros conocidos, detrás de los novillos, llevan, como quien
dice, la llave de la feria, cierran la marcha ... y bien lo necesitan.
Tal andan todos ellos, que no les basta entero el ancho del camino para
no darse de calabazadas unos con otros. Aquello ya no es hablar: es una
algarabía incomprensible é insoportable. La mujer de Perales, sobre
todo, desafina como una cotorra; cuenta lo suyo, lo de los vecinos y
hasta lo que no sabe. Su marido se empeña en que relampaguea, y está el
cielo sin una sola nube; antójasele que los troncos de los árboles son
ladrones y lleva á su costilla agarrada fuertemente por la saya para que
no la roben el dinero. Tío Juan, el perito, canturria, con voz atiplada
y temblorosa, aires de sus mocedades, y, recordando galantes aventuras,
enamora á la disimulada á la mujer de Antón. Ogenio palpa con torpe mano
las monedas que le quedan en el bolsillo, y contando por los dedos de la
otra, sostiene y jura que ha dado dinero de más á Perales.--Los cuatro
intrusos dan la razón á todo el mundo, pero trocando los asuntos. Á
Perales le aseguran que Ogenio le engañó, dándole dinero de menos; á
éste, que está, en efecto, relampagueando y que al fin tronará; á la
pobre mujer, que realmente ha sido muy _atravesá_ y muy revoltosa, y que
si pellizca al tío Juan, hace muy bien, porque ella se entiende.... Pero
al oir esto, su marido, aunque no es celoso, ni mucho menos, da
instintivamente un tirón á la saya que lleva agarrada entre sus dedos;
y como su dueña no está para grandes pruebas de equilibrio, viene al
suelo como un fardo. En el mismo instante Ogenio toca en el bolsillo á
Antón para advertirle que quiere ventilar la duda que le preocupa, y
éste, siempre soñando con los ladrones, sobrecógese de horror, dase por
muerto, quiere huir, tropieza con su mujer y cae sobre ella; apresúrase
el otro á levantarle, pierde el equilibrio y da de hocicos sobre los dos
caídos; acuden, al estrépito, los demás personajes; creen que aquello es
una lucha, enmaráñanse para separarlos, empújanse los unos á los otros,
y al cabo y al fin caen todos amontonados sobre la desdichada mujer que
grita y se lamenta medio sofocada por tan enorme peso. Estrújanse y
aráñanse todos buscando un punto de apoyo para salir de aquel enredo; y
poco á poco, y con grandes fatigas, van levantándose uno á uno; y
renqueando y vacilando, se vuelven á poner en marcha, y llegan á un
punto en que se bifurca la carretera. Allí deben separarse el tío Juan,
Ogenio y dos de los intrusos. Pero da la casualidad (y estas
casualidades abundan en la Montaña más que las ferias, que los mercados
y que las romerías), da la casualidad, repito, que en el punto de
empalme de los dos caminos hay una taberna; y como tío Juan de la Llosa
es hombre que no queda mal con sus amigos por un par de azumbres más ó
menos, invita á sus camaradas á beber, para demostrarles que «si
_aquello_ ha sido guerra, que nunca haya paz».
Inútil es decir que el convite se acepta y se agradece.
Pero los bebedores se han metido en la taberna y han atado la pareja á
un poste del portal, indicios todos de que sólo Dios sabe á que hora
concluirá aquello y bajo qué techo dormirán nuestros conocidos la robla
de los novillos.
Además, la noche ha cerrado ya; me comprometí, lector, á acompañarte á
una feria para que supieras con un ejemplo práctico lo que es una robla:
he cumplido mi palabra como me ha sido posible, y creería abusar de tu
amabilidad obligándote á pasar la noche al raso. Retirémonos, pues..., y
hasta la vista.
FOOTNOTES:
[Footnote 1: De _robra:_ escritura ó papel autorizado para la seguridad
de las compras y ventas ó de cualquier otra cosa. DIC.
ACAD.--Refiriéndose á este cuadro, escribía años ha el eminente literato
don Juan Eugenio Hartzenbusch: «También allí (en la provincia de Cuenca)
se usaba, aunque más en pequeño, _echar la robra_ en términos parecidos
á los de la Montaña, pero dicen _robra_, y robra significa una firma,
una escritura, cualquier documento.»]
[Footnote 2: Mi erudito amigo y paisano don E. Pedraja Samaniego, dijo
en _El Averiguador de Cantabria_, respondiendo á una pregunta hecha en
el mismo acerca de la antigüedad de esta costumbre por mí descrita:
_«Robla._--La costumbre de convidar el comprador ó el vendedor, después
de consumado el contrato, á los que han intervenido en él, es tan
antigua, que ya se halla mencionada con la palabra _Alvoroc_ (hoy
alboroque) en el título 25 de las _Cortes de León celebradas el año de
1020_.»--El M.° Berganza, en el tomo I de sus _Antigüedades de España_,
pág. 311, dice: «En el año 1025, Zite Morielez vendió al Monasterio de
Cárdena una viña por sesenta sueldos de plata y cinco que se gastaron en
el _Alvoroc_.» El mismo, en el catálogo de palabras antiguas que trae al
fin del tomo II, define así la palabra _alvoroc: «robra_ que confirma la
compra».
(_Notas del A. en 1876._)]
[Footnote 3: El doblón, en la Montaña, es una moneda imaginaria,
equivalente á 60 reales.]
[Footnote 4: Quizás me objete algún montañés _resabido_ que no es usual,
ni tal vez tolerado, recibir el vendedor en la misma feria el importe de
lo vendido. No disputaremos sobre el caso, siempre que él me conceda que
en los pormenores del pago no he puesto yo uno solo que no sea
verosímil.]
«Á LAS INDIAS»
«Á las Indias van los hombres,
á las Indias por ganar:
las Indias aquí las tienen
si quisieran trabajar.»
_(Canc. pop. de la Montaña.)_
I
Madre, este carraclán está mal hecho.
--¡Jesús, qué condenao de chiquillo!... ¡Si le está, que ni pintao!
--¡Tisana, que me aprieta por todas partes, y los faldones se me suben
al pescuezo cada vez que me voy á quitar el sombrero!
--Di que eres un mocoso presumido, y no me rompas la cabeza.
--Diga usté que no sabe coser por lo fino..., ni esta tarascona de mi
hermana.... ¿Lo ve?... Lo mismo coge la aguja que las _trentes_.
¡Tisana, qué camisa me está cosiendo!... ¡Á ver si das más cortas esas
puntadas!...
--¡El demonio del renacuajo!... ¿Cuándo soñaste tú en gastar levita?
¡Después que me llevo mes y medio sin pegar el ojo por servirle á él!...
Madre, yo no coso más.
Y la censurada costurera, que es una mocetona como un castaño, arroja al
suelo la camisa que estaba cosiendo, y vuelve las espaldas con resuelto
ademán al escrupuloso elegante, rapaz de trece años, listo como una
ardilla y tan flaco como el mango de una paleta.
Su madre, mujer de cuarenta años, aunque las arrugas del rostro y la
curva de sus espaldas la hacen representar sesenta, después de comerse
media cuarta de hilo para hacerle punta y que pase por el ojo de la
aguja que apenas se ve entre sus callosos dedos, pone en orden á la
susceptible costurera, se acerca al muchacho, le hace girar tres veces
sobre sí mismo, le estira con fuerza la levita que lleva puesta y
después de contemplar un instante su obra, vuelve á sentarse, exclamando
con acento de profunda convicción:
--Que la pinte mejor un sastre.
Pero antes de ir más lejos, y para mejor inteligencia de los lectores,
es justo que, como diría el inédito poeta don Pánfilo, expliquemos la
situación.
Que nuestros personajes son montañeses, debe haberse deducido del estilo
del diálogo anterior; y si éste no lo ha demostrado bastante, conste
desde ahora que lo son en efecto.--El lugar de la escena puede el lector
colocarle en el punto de esta provincia que más le conviniere, si bien
su parte oriental es preferible por ser en ella más frecuentes que en
las demás, cuadros semejantes al que voy á describir.--El escenario es
aquí el ancho soportal, ó tejavana de una casa pobre de aldea.--Ésta,
como todas ó la mayor parte de las de su categoría, tiene en la humilde
fachada del portal tres huecos: la puerta principal en el centro; la de
la cuadra á la izquierda, y á la derecha la ventana de la cocina.
Sentadas en el alto batiente de la primera, cosen las dos mujeres; la
segunda está entreabierta, porque acaba de entrar por ella á arreglar el
ganado el bueno de tío Nardo; jefe de la familia, ó esposo y padre
respectivamente de los personajes de nuestro diálogo. Por lo que hace á
la ventana, aunque no la necesitamos para nada, diré, á fuer de verídico
historiador, que está cerrada, pues su destino, más que dar luz á la
cocina, es dejar que salga el humo de ella cuando hay fuego en el hogar,
el cual está ahora tan frío como la borona que en él se coció por la
mañana para todo el día...; y dicho se está con esto que la escena es
por la tarde: conste también, sin que este dato sea, como parecerá á
primera vista, una minuciosidad inútil, que corre el mes de septiembre.
Ahora sólo nos resta consignar que el pequeñuelo interlocutor, al
dirigir tan graves cargos á su madre y á su hermana, llegaba al portal,
vestido con levita, pantalón y chaleco de mahón gris; agarrotado su
cuello entre los revueltos y atropellados pliegues de una enorme corbata
de percal con grandes cuadros rojos; medio oculta su diminuta é
inteligente cabeza bajo las anchas alas de un sombrero de paja con cinta
verde, y calzado, por último, con gruesos zapatos de Novales. El polvo
que los cubre, el arrebatado color de la cara del muchachuelo y el
garrote que éste trae en una mano, prueban bien á las claras que acaba
de hacer una larga caminata. En cuanto á las razones que tiene para
quejarse de las tijeras de su madre y de la aguja de su hermana, no
dejan de parecer fundadas, si se mira su vestido con alguna atención,
pero también es cierto que las pobres mujeres nunca las vieron más
gordas, y que el intolerante rapaz se mete por primera vez bajo aquellos
faldones que le estorban. También debe constar que á pesar de lo que
dijo al presentarse en escena, hay en su fisonomía algo de risueño y
placentero que denota una satisfacción interior; su viaje debe haber
tenido un éxito feliz.... Mas para saber lo que hay sobre esto y otras
cosas que nos proponemos referir, volvamos á tomar el asunto donde le
dejamos para hacer esta digresión.
Mientras la madre pronunciaba las palabras que dejamos escritas, hecho
el examen de la levita de su hijo, éste se sentó en el poyo del portal,
entre las dos puertas; y limpiándose luego con el pañuelo del bolsillo
el polvo de sus zapatos, replicó vivamente:
--Eso lo dice usted aquí porque no hay comparanza; pero si me viera al
lado de don Damián como yo acabo de verme.... ¡Tisana, qué levita!...;
¡aquéllas sí que son costuras!... Ni siquiera se conocen.... ¡Y qué
corte! Da gloria de Dios el verla. Y no estos costurones ... ¡más mal
asentaos!
--Pero, condenao, ¿cómo quieres tú comparar aquel paño tan fino con este
mahón de á tres reales?
--¡Qué mahón ni que ocho cuartos! En las manos consiste toa la
cencia.... Si me hubiera hecho la ropa un sastre de Santander, como yo
quería.... Lo mismo que el chaleco ... y los calzones: por un lado me
sobra media fanega, y por otro no me puedo revolver adentro.... ¡Y estos
zapatos!... Yo no sé en qué consiste que cuanto más tocino les doy, más
peor se ponen. ¡Qué zapatos los de don Damián, tisana! Relumbran como el
sol de mediodía.
--Pero, hijo mío, ¿no ves que don Damián es un señor muy rico?...
--También tú te vestirás así el día de mañana, ¿verdá, madre?
--¡Anda, anda!; ya te estás relambiendo con los vestidos que te he de
regalar.... ¡Como no pongas otros!...
--Ni falta que me hacen, para que lo sepas; probe nací, y con saya de
estameña y tirando de la azada me han de querer....
--Calla, tonta, que lo dije por oirte: ¡miá tú qué me importará á mí el
día de mañana vestirte como una señora prencipal!... ¿eh, madre?
Á la buena mujer, mientras sus dos hijos comenzaban á contender en este
terreno, se le iban enrojeciendo los ojos, fenómeno que, en idénticas
circunstancias, había observado de algunos días á aquella parte el tío
Nardo con no poca sorpresa; y sabiendo por la experiencia que si no
combatía la emoción á tiempo no podría disimularla, dió al diálogo otro
giro diverso, preguntando al muchacho:
--¿Te dió la carta don Damián?
El interrogado que por otra parte, parecía estar deseando que se le
hiciera semejante pregunta, llevó la diestra al bolsillo interior de su
levita; después á uno de los del chaleco; ocultó entre sus dedos una
moneda, y sonriendo con expresión de triunfo, exclamó, alzando
progresivamente la voz:
--Aquí está la carta ... y aquí esto...; ¿lo ven bien? Esto ... ¿qué
dirán que es esto?... ¡Tisana!, que no lo aciertan.... Pues esto es ...
¡media onza!...
--¡Media onza!...
--¡Media onza!
--¡Media onza!--añadió el tío Nardo asomando la cabeza por la puerta de
la cuadra;--¡media onza!--repitió mientras descubría el tronco;--¡media
onza!--exclamó, en fin, trasladándose de un brinco junto al grupo que
formaba su familia admirando la moneda que Andrés (y ya es hora de decir
como se llamaba el rapaz) mostraba como una reliquia.
--¡Media onza, sí!--recalcaba este último girando en todas
direcciones;--¡media onza más maja que el sol!... Aquí está; don Damián
me la dió para mí solo.... ¡Viva don Damián!
Después que hubo pasado la moneda de mano en mano por todas las del
de Pedro sin cierta solemnidad _sui géneris,_ valdría tanto como para la
conciencia de un cristiano viejo un buen creyente sin bautizar, símil en
que, sin duda alguna se fundaron los _académicos_ de mi lugar para
llamar á dicha ceremonia _mojar el asunto_.
No vale en el día de mañana, para disfrutar pacíficamente la posesión de
lo comprado, restregar los hocicos del vendedor con la resellada
escritura de legítima pertenencia, que si ante la ley le asegura en la
posesión, no es suficiente, sin embargo, para librar al poseedor de un
litigio cada semana, en el que, por lo menos, pierda la paciencia, amén
de algunos dinerillos que suelen irse en pos, por vía de procuración,
asesoramiento y demás adminículos de que es costumbre proveer á todo
aquel que tiene la mala humorada de pesar sus derechos en la prudente
balanza de Astrea. No hay, pues, título de propiedad que valga, si falta
la fe de _bautismo_, el _fiat_ del tabernero más próximo, LA ROBLA[1],
para decirlo de una vez.
El origen de esta ceremonia no consta en las crónicas montañesas, porque
se pierde en la antigüedad de la afición de los montañeses al acre mosto
riojano[2].
Su definición precisa tampoco es fácil sin que se me olvide algún rasgo
gráfico de ella; por lo cual juzgo de rigor que nos traslademos
adondequiera que se _eche_ una..., y allá nos vamos.
Raro es el colono montañés que al poco tiempo de establecido no posea,
como producto de sus _aparcerías,_ una pareja apta para las labores del
campo, algún novillo _uncidero_, es decir, capaz de ser uncido, ó
cualquiera otra res vacuna; pero en absoluta propiedad y sin que el
arrendador de sus haciendas tenga que intervenir en su venta, cambio ó
emparejamiento; casos en los cuales el colono, por lo que le va en ello,
pone los cinco sentidos y emplea la mayor solemnidad posible. Tras ella
va siempre la robla.
Luego vamos á una feria.
El lugar de ella queda á elección del lector, pues, gracias á Dios,
abundan aquí como los helechos. Abran ustedes un calendario, y donde
topen con su santo, cátense una feria. En este dichoso país, el día que
no es de fiesta tiene mercado; de los restantes del año, los unos marcan
feria, y los otros romería.
Elegido el punto más cercano, tuvo que ser, por precisión, un pequeño
bosque de cajigas ó de castaños, verde, fresco, frondosísimo, bello como
es la naturaleza aquí hasta en su menor detalle.
Estamos ya bajo el tupido follaje.... Cierra, lector, los ojos por un
momento. ¿No te crees transportado, en una serena noche de verano, á la
orilla de una inmensa charca, y jurarías que sus ranas, en número
infinito, cantan todas á la vez? Es el sello de nuestras ferias y
romerías: el sonido de las _tarrañuelas_ de cien y cien bailadores _á lo
alto_, al compás de las panderetas que tañen las mejores mozas del
lugar.
Sigamos.--Sin reparar en el corro de bolos en que acababan de gritar
cincuenta bocas á la vez _¡eseeé!_ al hacer un _emboque_ uno dé los
jugadores; abriéndonos paso á través de la batería formada por los
pellejos de vino, barriles y cacharros que sobre un carro, debajo y á
los lados de él, á la sombra de un castaño, son la delicia de los
bebedores; echándonos por la derecha para no turbar el sueño pacífico de
los jamelgos de un cura y un señor de aldea, que están amarrados al
_cabezón_ del mismo carro, quizá por casualidad, quizá porque los
jinetes tomaron este norte como de mejor atractivo para cuando vaya
anocheciendo; guardando el cuerpo del fogoso trotón de ese jándalo, que
atraviesa la feria llevando á las ancas la parienta más joven é
inmediata que encontró en su pueblo cuando volvió de Andalucía, y cuyo
chal de amarillo crespón, no menos que su vestido blanco de empinados
volantes, forman extraño contraste con su reluciente y pasmada
fisonomía; sin responder á las voces de las importunas fruteras, de los
_agualojeros_, rosquilleros y otros análogos industriales que nos
asedian al paso; sin fijarnos, en fin, en ese maremágnum alegre y
estimulante que el cuadro presenta á primera vista, salgamos á aquella
braña donde hay un grupo de ocho personas y una pareja de novillos
uncidos. Allí va á haber robla.
El que está apoyado sobre sus engalanadas cabezas, hombre que tiene la
suya algo más sucia, calzones de _manga corta_, con un tirante sólo,
chaqueta al hombro y sombrero de copa alta, más que medianamente
apabullado, es el dueño de la pareja, y conocido y honrado en su pueblo
por el nombre de Antón Perales.
El otro, más joven y de mejor traza que éste, que pasea alrededor de los
novillos examinándolos con gran atención, es el comprador: llámanle
Ogenio Berezo, y es de las inmediaciones. De los que forman el círculo,
los cuatro son meros curiosos que, á título de conocidos de los
primeros, se han aproximado al olor de la robla. La mujer, que come una
manzana y tras de cada bocado que le tira se rasca la cabeza por debajo
de la _muselina_, es la costilla de Antón Perales. El otro personaje,
más viejo que todos los demás, y que observa el cuadro, taciturno y
reflexivo, es convecino del comprador: llámase tío Juan de la Llosa, y
asiste, á la sazón, en calidad de perito. Sus títulos al efecto están en
toda regla. Es público y notorio que en más de cien sangrías que lleva
hechas en el pueblo á los animales de sus vecinos, á la oreja, _al
pelo_ y al rabo, que es la más difícil, no se le ha desgraciado una sola
res. Para poner una bizma, ó sea un emplasto de trementina y polvos de
suelda, no hay otro que se le iguale. Distingue á la legua un cólico de
un _empanderamiento_, y en las cojeras no confunde el _zapatazo_ con el
_babón_; y si no ha curado un solo caso de _solenguaño,_ es porque la
enfermedad es mortífera, mas no por haber dejado de echar á tiempo, «por
la boca abajo» del paciente animal, con el auxilio conductor de una
teja, el agua de jabón, aceite y vino blanco bien caliente. Por algo
dice él que, si le hubieran _desaminao, albitre_ podía ser; y es la
verdad. En cuanto á las condiciones externas del ganado, ahora le verán
ustedes.
El comprador ha dejado de rondar la pareja, crúzase de brazos y exclama
de repente:
--Pues, señor, ¿á qué hemos de decir una cosa por otra? La pareja me
gusta. ¿Qué le parece á usté, tío Juan?
Éste guarda en un bolsillo del chaleco la punta que mascaba rato hacía,
da dos pasos al frente, cárgase á la izquierda sobre el garrote, pone la
diestra en jarras, cruza las piernas y reflexiona un instante.
Entretanto el vendedor se sonríe con cierta malicia, su mujer menudea
los mordiscos á la manzana, y murmura algunas palabras hacia los otros
personajes que emiten su dictamen á media voz.
--Apaséalos--dice en tono grave el perito.
Antón Perales hace caminar sus novillos un corto trecho, al son de las
alegres campanillas que les adornan el pescuezo.
--Ahora, hacia abajo ...--añade el primero.--¡Oooó, joois!--canturria,
luego que el vendedor le ha complacido, para indicarle que pare ya.
--Lo que toca al particular--dice la mujer, á quien no le cabe ya la
lengua en la boca,--no tienen tacha. Tocante á eso, no es porque sean
míos; pero, como dijo el otro.... Vamos, que son dos perlas.
--Como que los he criao yo en casa--repone su marido;--y éste que se
llama _Galán_, es hijo de la _Leona_, y este otro, _Cachorro_, de la
_Gallarda_, dos vacas que, mejorando lo presente, son dos soles.
--Justo, que las vendimos el mes pasao al sobrino del Regioso, con
perdón de ustedes, que por aquel pique que tuvo por la cuñá del
Mostrenco, que ya con este mote le han de enterrar, por el lindero del
prao que le tocó á resultas del _cobicillo_ que encontraron debajo del
jergón de su tío, que en santa gloria esté..., y ahí está el mi hombre
que no me dejará mentir, que á la verdá que anduvo como una estorneja de
acá para allá, ahora que la botica, después que el señor cura, luego que
la unción, porque el enfermo daba el ¡ay! que partía el alma, sin que
hubiera en aquella casa un mal nacido á quien volver los ojos..., y no
se lo tome Dios en cuenta á la que tanto fachendea hoy gracias á los
cinco carros de tierra que apañó.... Pues resulta de que....
Á la buena mujer se le va la burra entre tanta maraña, mientras el tío
Juan no quita los ojos de la pareja. El comprador mira al perito como si
quisiera leer en su fisonomía la opinión que va formando; el vendedor
atusa el pelo á los novillos, y los intrusos los ponderan cuanto les es
permitido, con objeto, evidentemente, de contribuir á que se cierre el
trato y no se pierda la robla.
Después que el perito y el comprador han visto que los animales _se
plantan_ bien al caminar, que no se aprietan, que no _zambean_ del
cuarto trasero, que son bien encornados y que igualan perfectamente en
alzada y color, el primero les mira la boca, les palpa bien los
_brazuelos_ y las nalgas para ver si están _despicados_ de algún remo, y
les examina escupulosamente las astas por si son estoposas, las pezuñas
por si _blandean_, y los ojos por si tienen _nube_ ó _glarimeo_.
Hecho este examen, el tío Juan, sin perder un solo rasgo de su gravedad,
dice en tono solemne:
--Caballeros, la pareja..., lo que toca á la pareja, no tiene pero. Son
dos rollos de cuatro años, sanos como dos corales.
--Pos á mí--añade el comprador,--lo que toca al particular, también me
gusta la planta y el aquel de la pareja.... Conque si el señor trae gana
de vender, diga, si á mano viene, en lo que estima su hacienda, que yo á
comprar he venío.
--Al respetive de eso mesmo--replica el vendedor,--no me quedo yo atrás;
que hoy por ti y mañana por mí..., y, como dijo el otro, mortales nos
hizo Dios.... Vamos al decir, que si tú traes ganas de comprar, no
reñiremos.
--Cabales, que ni al mi hombre ni á mí nos ha perseguido nunca la
justicia por embusteros; y cuando vemos que se trata con gente de
formalidá y de requilorios....
--Esa es la verdá; y vamos, Antón, á estimar la pareja, como el otro que
dice, con equidá.
--Pos la pareja, Ogenio, por ser para ti..., la pareja; que, como ha
dicho el señor, no tiene pero; la pareja, y que no vea la cara de Dios
si te engaño; la pareja vale treinta doblones[3] como dos cuartos.
--Tú no quieres vender, Antón--contesta con cierto desdén el atildado
Ogenio.
--Ogenio--replica Antón,--tú me ofendes.
--Que te digo que no quieres vender.
--¡Que mal rayo me parta si he venío á otra cosa á la feria! Y sábete
que por ese dinero ya no tendría en casa los novillos hace una semana,
si los hubiera querido vender...; pero hoy por ser pa ti....
--Pos yo no doy por ellos más que veinticinco doblones.
--Tú no quieres comprar, Ogenio.
--Á eso vine á la feria, Antón...; y si no, que diga tío Juan si me
pongo en lo justo.
--Lo que toca á mí--dice el aludido, que durante la escena referida se
ocupaba en hacer rayitas en el polvo con el palo,--lo que toca á mí, no
me gusta meterme en la hacienda del vecino, que cada uno puede estimarla
en aquello que, pongo por caso, le acomoda.
--De manera es--replica el comprador,--que aunque usté diga uno, ó dos,
ó medio; ó que la pareja vale tanto ó cuanto, ó que por aquí ó que por
allá, no ha de ser medida la palabra de usté.
--Eso es--añade Antón;-que como dijo el otro, ná se pierde con oir á
éste y al de más allá.
--Andando--gruñe su mujer, clavando los dientes en la quinta
manzana,--que todos somos hijos de Dios, y más ven cuatro ojos que dos.
--Es de razón--exclaman á coro los demás circunstantes.
--Pues, caballeros--concluye el perito con cierto tonillo de
autoridad;--creo que se pueden dar veintisiete doblones por la pareja.
--Ya lo oyes, Antón...; y yo no dejo mal á ningún amigo.
--Por dicho de eso, yo tampoco, Ogenio; y si das los veintiocho, tuya es
la pareja.
Grandes murmullos en el grupo; anímase el tío Juan, y exclama,
imponiendo silencio á los circunstantes:
--Ni los veintisiete ni los veintiocho, que han de ser los veintisiete y
medio, y se pagará la robla además.
--Corriente--dice Ogenio.
--Pues buen provecho te hagan--añade Antón, entregando la ahijada al
primero, como símbolo del dominio que le transmite....
El pequeño circuló se agita con gran ruido; todos se felicitan
recíprocamente, todos hablan á la vez, y entre todas las voces se
destaca la de la exdueña de los novillos que charla más que nadie y
desbarra como nunca.
Autorizado competente uno de los testigos del ajuste, marcha á buscar al
punto más inmediato dos azumbres de vino tinto para _mojar el trato_, es
decir, para _hechar la robla_; y mientras vuelve, el comprador se sienta
en el suelo, saca un pesado bulto del bolsillo interior de su chaqueta,
y comienza á desliarle capa á capa, como si fuera una cebolla. Así van
saliendo, sucesivamente, un pañuelo de percal aplomado, un viejo pañal
de una camisa y una bula, dentro de la cual aparecen, como núcleo de
todo el envoltorio, un montón de napoleones y algunas monedas de oro
cuidadosamente guardadas entre los amarillentos repliegues de una hoja
de un catecismo.
Con grandísimas dificultades cuenta los veintisiete doblones y medio, ó
sean 1.650 reales, y se los entrega al vendedor, quien, en el acto, y
con no menores amarguras, los cuenta también; y envueltos en la bula, y
la bula en la muselina de la mujer de Antón Perales, desaparecen en los
profundos abismos de la faltriquera que debajo del refajo lleva ésta[4].
El que fué por el vino vuelve con un enorme jarro lleno de él en una
mano, y con una taza de barro blanca en la otra. Desátanse, á su vista,
más y más las lenguas del corrillo; sonríense todas las fisonomías, y el
rústico Ganimedes, apoyándose en la _yugata_ de la pareja, comienza á
escanciar el vino con gran pulso y mucha solemnidad.
El tío Juan, para quien es la primera taza, levantándola en alto,
brinda:
--Por la salud de los presentes, que se disfrute muchos años la pareja,
y que en el cielo nos veamos.
--Amén--contesta á coro la reunión.
La taza sigue pasando luego de mano en mano y de boca en boca, hasta que
se agotan las dos azumbres de rioja.
Pero Antón Perales no quiere ser menos que su contrinca, y paga otros
ocho cuartillos que se beben con la misma solemnidad que los anteriores,
con el mismo ceremonial, pero con mayor locuacidad de parte de los
bebedores y con peor pulso de la del escanciador.
Entretanto la tarde va acabándose, y el ganado y la gente que llenaban
la feria se retiran poco á poco.
Ya no se oyen las tarrañuelas, ni los panderos, ni un solo grito en el
corro de bolos. Los taberneros recogen sus baterías, y embridan sus
jamelgos los curas, los jándalos y los señores de aldea; y perdiéndose,
por grados, desde el lugar de la feria, por la campiña adelante en todas
direcciones, se oye el sonido de las campanillas del ganado que se
aleja. Nuestros conocidos, detrás de los novillos, llevan, como quien
dice, la llave de la feria, cierran la marcha ... y bien lo necesitan.
Tal andan todos ellos, que no les basta entero el ancho del camino para
no darse de calabazadas unos con otros. Aquello ya no es hablar: es una
algarabía incomprensible é insoportable. La mujer de Perales, sobre
todo, desafina como una cotorra; cuenta lo suyo, lo de los vecinos y
hasta lo que no sabe. Su marido se empeña en que relampaguea, y está el
cielo sin una sola nube; antójasele que los troncos de los árboles son
ladrones y lleva á su costilla agarrada fuertemente por la saya para que
no la roben el dinero. Tío Juan, el perito, canturria, con voz atiplada
y temblorosa, aires de sus mocedades, y, recordando galantes aventuras,
enamora á la disimulada á la mujer de Antón. Ogenio palpa con torpe mano
las monedas que le quedan en el bolsillo, y contando por los dedos de la
otra, sostiene y jura que ha dado dinero de más á Perales.--Los cuatro
intrusos dan la razón á todo el mundo, pero trocando los asuntos. Á
Perales le aseguran que Ogenio le engañó, dándole dinero de menos; á
éste, que está, en efecto, relampagueando y que al fin tronará; á la
pobre mujer, que realmente ha sido muy _atravesá_ y muy revoltosa, y que
si pellizca al tío Juan, hace muy bien, porque ella se entiende.... Pero
al oir esto, su marido, aunque no es celoso, ni mucho menos, da
instintivamente un tirón á la saya que lleva agarrada entre sus dedos;
y como su dueña no está para grandes pruebas de equilibrio, viene al
suelo como un fardo. En el mismo instante Ogenio toca en el bolsillo á
Antón para advertirle que quiere ventilar la duda que le preocupa, y
éste, siempre soñando con los ladrones, sobrecógese de horror, dase por
muerto, quiere huir, tropieza con su mujer y cae sobre ella; apresúrase
el otro á levantarle, pierde el equilibrio y da de hocicos sobre los dos
caídos; acuden, al estrépito, los demás personajes; creen que aquello es
una lucha, enmaráñanse para separarlos, empújanse los unos á los otros,
y al cabo y al fin caen todos amontonados sobre la desdichada mujer que
grita y se lamenta medio sofocada por tan enorme peso. Estrújanse y
aráñanse todos buscando un punto de apoyo para salir de aquel enredo; y
poco á poco, y con grandes fatigas, van levantándose uno á uno; y
renqueando y vacilando, se vuelven á poner en marcha, y llegan á un
punto en que se bifurca la carretera. Allí deben separarse el tío Juan,
Ogenio y dos de los intrusos. Pero da la casualidad (y estas
casualidades abundan en la Montaña más que las ferias, que los mercados
y que las romerías), da la casualidad, repito, que en el punto de
empalme de los dos caminos hay una taberna; y como tío Juan de la Llosa
es hombre que no queda mal con sus amigos por un par de azumbres más ó
menos, invita á sus camaradas á beber, para demostrarles que «si
_aquello_ ha sido guerra, que nunca haya paz».
Inútil es decir que el convite se acepta y se agradece.
Pero los bebedores se han metido en la taberna y han atado la pareja á
un poste del portal, indicios todos de que sólo Dios sabe á que hora
concluirá aquello y bajo qué techo dormirán nuestros conocidos la robla
de los novillos.
Además, la noche ha cerrado ya; me comprometí, lector, á acompañarte á
una feria para que supieras con un ejemplo práctico lo que es una robla:
he cumplido mi palabra como me ha sido posible, y creería abusar de tu
amabilidad obligándote á pasar la noche al raso. Retirémonos, pues..., y
hasta la vista.
FOOTNOTES:
[Footnote 1: De _robra:_ escritura ó papel autorizado para la seguridad
de las compras y ventas ó de cualquier otra cosa. DIC.
ACAD.--Refiriéndose á este cuadro, escribía años ha el eminente literato
don Juan Eugenio Hartzenbusch: «También allí (en la provincia de Cuenca)
se usaba, aunque más en pequeño, _echar la robra_ en términos parecidos
á los de la Montaña, pero dicen _robra_, y robra significa una firma,
una escritura, cualquier documento.»]
[Footnote 2: Mi erudito amigo y paisano don E. Pedraja Samaniego, dijo
en _El Averiguador de Cantabria_, respondiendo á una pregunta hecha en
el mismo acerca de la antigüedad de esta costumbre por mí descrita:
_«Robla._--La costumbre de convidar el comprador ó el vendedor, después
de consumado el contrato, á los que han intervenido en él, es tan
antigua, que ya se halla mencionada con la palabra _Alvoroc_ (hoy
alboroque) en el título 25 de las _Cortes de León celebradas el año de
1020_.»--El M.° Berganza, en el tomo I de sus _Antigüedades de España_,
pág. 311, dice: «En el año 1025, Zite Morielez vendió al Monasterio de
Cárdena una viña por sesenta sueldos de plata y cinco que se gastaron en
el _Alvoroc_.» El mismo, en el catálogo de palabras antiguas que trae al
fin del tomo II, define así la palabra _alvoroc: «robra_ que confirma la
compra».
(_Notas del A. en 1876._)]
[Footnote 3: El doblón, en la Montaña, es una moneda imaginaria,
equivalente á 60 reales.]
[Footnote 4: Quizás me objete algún montañés _resabido_ que no es usual,
ni tal vez tolerado, recibir el vendedor en la misma feria el importe de
lo vendido. No disputaremos sobre el caso, siempre que él me conceda que
en los pormenores del pago no he puesto yo uno solo que no sea
verosímil.]
«Á LAS INDIAS»
«Á las Indias van los hombres,
á las Indias por ganar:
las Indias aquí las tienen
si quisieran trabajar.»
_(Canc. pop. de la Montaña.)_
I
Madre, este carraclán está mal hecho.
--¡Jesús, qué condenao de chiquillo!... ¡Si le está, que ni pintao!
--¡Tisana, que me aprieta por todas partes, y los faldones se me suben
al pescuezo cada vez que me voy á quitar el sombrero!
--Di que eres un mocoso presumido, y no me rompas la cabeza.
--Diga usté que no sabe coser por lo fino..., ni esta tarascona de mi
hermana.... ¿Lo ve?... Lo mismo coge la aguja que las _trentes_.
¡Tisana, qué camisa me está cosiendo!... ¡Á ver si das más cortas esas
puntadas!...
--¡El demonio del renacuajo!... ¿Cuándo soñaste tú en gastar levita?
¡Después que me llevo mes y medio sin pegar el ojo por servirle á él!...
Madre, yo no coso más.
Y la censurada costurera, que es una mocetona como un castaño, arroja al
suelo la camisa que estaba cosiendo, y vuelve las espaldas con resuelto
ademán al escrupuloso elegante, rapaz de trece años, listo como una
ardilla y tan flaco como el mango de una paleta.
Su madre, mujer de cuarenta años, aunque las arrugas del rostro y la
curva de sus espaldas la hacen representar sesenta, después de comerse
media cuarta de hilo para hacerle punta y que pase por el ojo de la
aguja que apenas se ve entre sus callosos dedos, pone en orden á la
susceptible costurera, se acerca al muchacho, le hace girar tres veces
sobre sí mismo, le estira con fuerza la levita que lleva puesta y
después de contemplar un instante su obra, vuelve á sentarse, exclamando
con acento de profunda convicción:
--Que la pinte mejor un sastre.
Pero antes de ir más lejos, y para mejor inteligencia de los lectores,
es justo que, como diría el inédito poeta don Pánfilo, expliquemos la
situación.
Que nuestros personajes son montañeses, debe haberse deducido del estilo
del diálogo anterior; y si éste no lo ha demostrado bastante, conste
desde ahora que lo son en efecto.--El lugar de la escena puede el lector
colocarle en el punto de esta provincia que más le conviniere, si bien
su parte oriental es preferible por ser en ella más frecuentes que en
las demás, cuadros semejantes al que voy á describir.--El escenario es
aquí el ancho soportal, ó tejavana de una casa pobre de aldea.--Ésta,
como todas ó la mayor parte de las de su categoría, tiene en la humilde
fachada del portal tres huecos: la puerta principal en el centro; la de
la cuadra á la izquierda, y á la derecha la ventana de la cocina.
Sentadas en el alto batiente de la primera, cosen las dos mujeres; la
segunda está entreabierta, porque acaba de entrar por ella á arreglar el
ganado el bueno de tío Nardo; jefe de la familia, ó esposo y padre
respectivamente de los personajes de nuestro diálogo. Por lo que hace á
la ventana, aunque no la necesitamos para nada, diré, á fuer de verídico
historiador, que está cerrada, pues su destino, más que dar luz á la
cocina, es dejar que salga el humo de ella cuando hay fuego en el hogar,
el cual está ahora tan frío como la borona que en él se coció por la
mañana para todo el día...; y dicho se está con esto que la escena es
por la tarde: conste también, sin que este dato sea, como parecerá á
primera vista, una minuciosidad inútil, que corre el mes de septiembre.
Ahora sólo nos resta consignar que el pequeñuelo interlocutor, al
dirigir tan graves cargos á su madre y á su hermana, llegaba al portal,
vestido con levita, pantalón y chaleco de mahón gris; agarrotado su
cuello entre los revueltos y atropellados pliegues de una enorme corbata
de percal con grandes cuadros rojos; medio oculta su diminuta é
inteligente cabeza bajo las anchas alas de un sombrero de paja con cinta
verde, y calzado, por último, con gruesos zapatos de Novales. El polvo
que los cubre, el arrebatado color de la cara del muchachuelo y el
garrote que éste trae en una mano, prueban bien á las claras que acaba
de hacer una larga caminata. En cuanto á las razones que tiene para
quejarse de las tijeras de su madre y de la aguja de su hermana, no
dejan de parecer fundadas, si se mira su vestido con alguna atención,
pero también es cierto que las pobres mujeres nunca las vieron más
gordas, y que el intolerante rapaz se mete por primera vez bajo aquellos
faldones que le estorban. También debe constar que á pesar de lo que
dijo al presentarse en escena, hay en su fisonomía algo de risueño y
placentero que denota una satisfacción interior; su viaje debe haber
tenido un éxito feliz.... Mas para saber lo que hay sobre esto y otras
cosas que nos proponemos referir, volvamos á tomar el asunto donde le
dejamos para hacer esta digresión.
Mientras la madre pronunciaba las palabras que dejamos escritas, hecho
el examen de la levita de su hijo, éste se sentó en el poyo del portal,
entre las dos puertas; y limpiándose luego con el pañuelo del bolsillo
el polvo de sus zapatos, replicó vivamente:
--Eso lo dice usted aquí porque no hay comparanza; pero si me viera al
lado de don Damián como yo acabo de verme.... ¡Tisana, qué levita!...;
¡aquéllas sí que son costuras!... Ni siquiera se conocen.... ¡Y qué
corte! Da gloria de Dios el verla. Y no estos costurones ... ¡más mal
asentaos!
--Pero, condenao, ¿cómo quieres tú comparar aquel paño tan fino con este
mahón de á tres reales?
--¡Qué mahón ni que ocho cuartos! En las manos consiste toa la
cencia.... Si me hubiera hecho la ropa un sastre de Santander, como yo
quería.... Lo mismo que el chaleco ... y los calzones: por un lado me
sobra media fanega, y por otro no me puedo revolver adentro.... ¡Y estos
zapatos!... Yo no sé en qué consiste que cuanto más tocino les doy, más
peor se ponen. ¡Qué zapatos los de don Damián, tisana! Relumbran como el
sol de mediodía.
--Pero, hijo mío, ¿no ves que don Damián es un señor muy rico?...
--También tú te vestirás así el día de mañana, ¿verdá, madre?
--¡Anda, anda!; ya te estás relambiendo con los vestidos que te he de
regalar.... ¡Como no pongas otros!...
--Ni falta que me hacen, para que lo sepas; probe nací, y con saya de
estameña y tirando de la azada me han de querer....
--Calla, tonta, que lo dije por oirte: ¡miá tú qué me importará á mí el
día de mañana vestirte como una señora prencipal!... ¿eh, madre?
Á la buena mujer, mientras sus dos hijos comenzaban á contender en este
terreno, se le iban enrojeciendo los ojos, fenómeno que, en idénticas
circunstancias, había observado de algunos días á aquella parte el tío
Nardo con no poca sorpresa; y sabiendo por la experiencia que si no
combatía la emoción á tiempo no podría disimularla, dió al diálogo otro
giro diverso, preguntando al muchacho:
--¿Te dió la carta don Damián?
El interrogado que por otra parte, parecía estar deseando que se le
hiciera semejante pregunta, llevó la diestra al bolsillo interior de su
levita; después á uno de los del chaleco; ocultó entre sus dedos una
moneda, y sonriendo con expresión de triunfo, exclamó, alzando
progresivamente la voz:
--Aquí está la carta ... y aquí esto...; ¿lo ven bien? Esto ... ¿qué
dirán que es esto?... ¡Tisana!, que no lo aciertan.... Pues esto es ...
¡media onza!...
--¡Media onza!...
--¡Media onza!
--¡Media onza!--añadió el tío Nardo asomando la cabeza por la puerta de
la cuadra;--¡media onza!--repitió mientras descubría el tronco;--¡media
onza!--exclamó, en fin, trasladándose de un brinco junto al grupo que
formaba su familia admirando la moneda que Andrés (y ya es hora de decir
como se llamaba el rapaz) mostraba como una reliquia.
--¡Media onza, sí!--recalcaba este último girando en todas
direcciones;--¡media onza más maja que el sol!... Aquí está; don Damián
me la dió para mí solo.... ¡Viva don Damián!
Después que hubo pasado la moneda de mano en mano por todas las del
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