Escenas Montañesas - 05

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-Lo supongo. Quiero decir que iba algo cursi. ¡Y ustedes iban tan
vaporosas, tan bonitas!
--¡Otra! Si íbamos al baile de Miranda, como todos los domingos.
--Ya oí el organillo.
--Y aquél que nos acompañaba era uno de los que dan el baile.... Y como
nos había regalado billetes para todos los de verano en la huerta, y, si
á mano viene, nos convida también á los de ivierno, de salón....
--Ya sé que son chicos muy galantes esos empresarios y sus amigos: ellos
pagan para que ustedes bailen todo el año gratis.
--Cabal. Y tan buenas somos nosotras como las señoritas que hacen lo
mismo.
--Ya se ve que sí.
--Me parece que _La Nata y Flor_ y _El Órgano_, no tienen nada que
envidiar á ningún baile.
--Sobre todo en caras bonitas y cuerpos de sal y pimienta.
--Es que, como usté decía....
--Lo que yo decía, ó iba á decir, es que el ir á un baile no es motivo
para que usted deje de saludar en la calle.
--¡Jesús!; ¿qué se diría!
--¿Cómo que «qué se diría»?
--Pues es claro.... ¡Tratarse usté con _costuderas_!
--Lo dice usted con un retintín....
--No por cierto, hijo; pero es la verdad.
--Pues no hay tal cosa. Yo saludo á todo el mundo en la calle, con
muchísimo gusto ... y sobre todo á usted.
--Muchas gracias; pero....
--¿Pero qué?...
--Que no le creo á usté, vamos; que usté es muy truhán ... y que no me
fío de usté, en plata.
--¡Hola!; ¿esas tenemos? ¿Y por qué me teme usted?... De fijo que no
será por seductor.
--No por cierto. Es que entre usté y otros como usté, se cuenta lo que
es y lo que no es.
--Me hace usted poco favor, Teresa.
--Lo siento, pero yo digo siempre la verdad. Cuando usté pasó el domingo
junto á nosotras, íbamos hablando de eso una amiga y yo.
--¿La que iba á la derecha de usted?
--¿Por qué se fija usté en esa?
--Porque me hace mucha gracia: es una rubia saladísima.
--¿Le gusta á usté la _Bigornia_?
--¿Qué es eso de la bigornia?
--¡Otra!; pues esa chica, que la llaman así.
--¿Y por qué la llaman así?
--Porque es hija de un calderero.
--¡Ave María Purísima!
--¿Y tampoco sabe usté cómo llaman á la que iba á mi izquierda?
--No, hija mía.
--Pues ¿en qué mundo vive usté, cristiano?
--Eso le probará á usted cuan injusta fué conmigo antes, al sospechar
de mi sinceridad.
--Pero ¿quién no conoce aquí á la _Faisanuca_?
--Yo no la conozco por ese nombre.... ¿Y por qué se le han dado?
--Porque su madre vende alubias en la plaza.
--¡Qué atrocidad!
--¡Otra!...; y al tenor de esos, todas tenemos mote.... ¿Pero ahora se
desayuna usté?
--Le aseguro á usted que sí. ¿Y quién se entretiene en bautizarlas de
ese modo?
--Pues en la _enseñanza_, cuando somos chiquillas..., ó en los bailes
después, nunca falta alguno que, por reirse un rato de nosotras, nos
ponga un mote; y como lo malo corre mucho....
--¡Vaya una barbaridad! ¿Y ustedes entre sí, se llaman por esos nombres?
--¡Quiá!... Pero lo sabemos; y como no la deshonran á una....
--Es claro.... Pero volvamos á la rubia.
--Parece que la tiene usté entre las cejas.
--Como me ha dicho usted que iban hablando de mí....
--¿Yo he dicho eso?
--Por lo menos una cosa muy parecida.
--Lo que yo dije es que íbamos hablando de lo mucho que se alaban
algunos hombres de cosas que no les han pasado.
--Eso sí que no iría conmigo.
--No por cierto; pero iba con algunos que usté conoce muy bien.
--Podrá ser así.... ¿Y sabe usted, Teresa, que de algún tiempo á esta
parte anda muy entonada la rubia?
--¡Lo ve usté!
--Lo digo sin ánimo de injuriar á esa muchacha.
--Es que así se dicen todas las cosas, y luego ... el diablo las
enreda.... En cuanto una se pone un día un poco vestida.... Hija, ¡qué
lenguas!... Ya se ve, ustedes están acostumbrados á oir que una señora
gasta el oro y el moro para salir á la calle medio decente; y como
nosotras no tenemos rentas, en cuanto nos ven algo majas, ¡es claro!, en
seguida, que se lo regalan á una.... ¡Como no regalen!... Ni la rubia ni
yo tenemos otras rentas que la peseta que ganamos á coser en las casas
adonde nos llaman, y la jícara de chocolate, por la mañana y por la
tarde, que nos dan además, como usté sabe. Pero conocemos nuestra
obligación, y con dos varas de tul y seis de percalina hacemos un traje
que los que no lo entienden piensan que vale un dineral.... Lo mismo que
lo que ahora llevo puesto...; pues cuatro veranos tiene, y Dios sabe lo
que tirará todavía si no se van del mundo el agua, el jabón y las
planchas.... ¡Vaya!
--Si yo estoy en eso mismo, hija mía.
--Es claro, esa muchacha es de suyo vistosa y arrogante; después, tiene
unas manos divinas para cortar y coser, y hace un vestido de baile
aunque sea de unas enaguas....
--Si no digo yo lo contrario....
--Y al verla en la calle compuesta, como ella tiene aquel semblante y
aquel cuerpo..., ¡uf!, lo que menos se figura la gente que lo ha ganado
de mala manera. Pues mire usté, para que se vea lo que son las cosas,
todavía, después de vestirse con la peseta que gana la infeliz, le queda
para que fume su padre.... ¡Pero ya se ve!..., es una pobre
costudera..., ¡y allá va eso! Pues si fuera yo á decir todo lo que
sé.... ¡Cuántos vestidos de moaré se pasean por esas calles que no se
han pagado, y cuántos se han pagado sin el dinero del marido de las que
los llevan!... Pero esas son señoras y tienen bula para todo.... Lo
mismo que lo demás.... ¡Cuántos cuerpecitos que á ustedes les marean
están hechos por estas manos!... Pero más vale callar.
--Es usted cruel, Teresa; lo que he dicho de la rubia fué ... por decir
algo. Desde hace dos ó tres días, cuando pasa á las doce por la plaza
Vieja, la veo más compuesta que de costumbre....
--Eso es decir que usté se pone allí para verla pasar todos los días.
--No diré que por ella; pero por ella y por usted y por otras por el
estilo, quizá, quizá.
--Y ¿qué saca usté de eso?
--Recrear la vista. ¡Como son ustedes tantas y tan bonitas!... Por
cierto que me ha chocado ver cómo se las arreglan ustedes de manera que
pasan siempre por la Plaza, sea cualquiera la procedencia que traigan.
--Pues eso quiere decir que por todas partes se va á Roma, y que cuando
una deja la costura al medio día, de la hora que le queda para comer
aprovecha la mitad para ver gente y tomar un poco el aire.
--Y ¡qué bonita era aquella amiga que la detuvo á usted esta mañana en
la esquina del Puente!...; pero no es tan elegante como usted.
--¿Una morena? Aquélla no es amiga; es _costudera de sastre_.
--¡Ah, ya!... Como la vi hablar con usted....
--Me estaba dando un recado. Y no es porque yo tenga á menos ser amiga
de algunas de _esas_, sino que como las que cosemos en blanco en las
casas tenemos sociedad aparte.... Y no crea usté que nos faltaría motivo
para darnos tono con ellas, porque ahí están las modistas que parece que
nos honran cuando nos saludan en la calle.
--¡Vea usted qué demonio!
--Y ahora que me acuerdo, ¿qué le decía usté esta mañana á aquel otro
señor de patillas, cuando nosotras pasábamos, que nos miraban tanto?
--¿Luego me vió usted?
--Yo veo todo lo quiero.
--¡Ah, pícara!; me servirá de gobierno. Pues decía á mi amigo que
estaban ustedes mucho más bonitas cuando salían á la calle en pelo, tan
primorosamente peinadas, y con aquellos pañolitos al cuello, como el que
usted tiene puesto ahora, que con la mantilla y el chal que les comen lo
mejor de la figura.
--¡Otra!...; ¡mira qué reparón!
--Ya se ve que sí.
--Pues no llevan todas mantilla.
--Y usted es una de esas excepciones; y para que nunca caiga en el
pecado de ponérsela, se lo advierto.
--¿Y qué habría en ello de malo?
--Que con la mantilla dejaría usted de ser un tipo lindísimo y de pura
raza santanderina, para confundirse con la vulgaridad de las señoritas
más ó menos cursis.
--Yo tengo amigas que llevan el velo muy bien.
--Es que el velo no le va bien á nadie, por que, sin cubrir una
caballera fea, obscurece una bonita, y exige un chal que oculta las
formas....
--¡Qué enterado está usté de esas cosas, ave María!
--Soy artista, Teresa.
--¿Y qué tiene que ver lo uno con lo otro?
--¡Friolera! Estudio la belleza dondequiera que la encuentro.
--Lo que usté estudia son picardías.
--Eso no es exacto, ni siquiera una razón en favor de los velos.
--Si á mí no me gustan tampoco; pero la moda.... ¿Qué está usté mirando
con tanto empeño por las vidrieras?
--¿Por qué se ha puesto usted tan colorada?
--¿Yo? ¡Jesús!... Puede que sea usté capaz de creer que es por ese chico
que está en el portal de enfrente.
--Eso se llama curarse en sana salud.
--Es que pudiera usté creer cualquiera otra cosa; y como es un chico que
me carga.... Y eso que es muy buen mozo.
--Usted no me dice la verdad.... Yo conozco bien á ese chico y sé que no
la esperaría á usted todos los días á estas horas si no tuviera grandes
esperanzas por lo menos....
--¿Habrá sido capaz, el muy tunante, de decirle á usté lo que no es?
--Mi palabra de honor que no he hablado con él de este asunto.
--Es que como se ha visto tanto de eso....
Pues mire usté, porque no se crea otra cosa, ese chico no deja de
gustarme pero está perdiendo el tiempo.
--No comprendo....
--Hace un año que bailó conmigo en la _Natar y Flor_. Desde entonces yo
no sé cómo él averigua en dónde coso; pero lo cierto es que todas las
tardes me le encuentro, como ahora, al dejar la labor..., sobre todo en
ivierno, que salimos de noche..., y esto es precisamente lo que me
carga.
--¿El que la acompañe á usted de noche?
--No, señor: el que tenga á menos acompañarme de día.
--Entonces, ¿qué hace ahí enfrente?
--Esperarme; pero al llegar conmigo á la esquina me da una disculpa
cualquiera y se larga.... Y cuando coso en el Muelle, ó en alguna calle
del centro, me espera en el mismo portal: allí estamos un rato hablando,
y luego ... cada uno por su lado. Como usté comprenderá, esto no halaga
nada á una mujer.... Por eso me gustan más los de mi parigual.
--¿Y quiénes son esos?
--Pues los chicos del comercio. Con éstos se entiende una bien; y si
mañana ú otro día..., vamos..., ¿está usté? Quiere decirse que allá nos
andamos, y de pobre á pobre va.... Pero de estos señoritos entran pocos
en libra.... Y, ¡ay de la infeliz á quien le toca uno!...; ¡qué
belenes, hija!; primero con él, y después con su familia que la persigue
á una como si una le hubiera ido á buscar.... Vea usté.... Y es claro:
ellos empiezan por pasar el rato; y como suele suceder que una es tonta
y se los cree, á lo mejor se encuentra con que no puede arrepentirse
ya.... Por eso le digo á usté que ese chico pierde el tiempo.
--Yo creo ahora todo lo contrario; porque acaba usted de decirme que á
veces se los cree á pesar de todo.
--Es que yo he escarmentado en cabeza ajena.... Mire usté que tengo una
amiga, ¡ay, la infeliz las lágrimas que ella ha llorado, las palizas que
la ha dado su padre y la estimación que ha perdido por un pícaro de esos
que la engañó!... No, hijo, no: pobre nací, y no quiero ser señora á
costa de tantos trabajos.
--Muy bien pensado. Pero, entretanto, usted no despide á su adorador.
--Hasta ahora no me compromete; quiere decirse que el día en que esto
vaya á suceder, ya será distinto.
--¡Ya!
--Y eso que nosotras nos hemos propuesto no hacer caso de ningún
_aristecrata_; pero vienen los bailes, y, como usté sabe, van á
ellos...; porque lo que es en este particular, en nuestros bailes están
todos los hombres que van á los de las señoras..., y muchos más. Pues,
señor, la bailan á una, la hablan tan finos..., y una ¿qué ha de hacer?
Pues es claro.
--Total, que el mocito que está en el portal de enfrente no perderá el
tiempo.
--Parece que va usté á medias con él.
--Ojalá, Teresita...; aunque en semejante negocio me sería muy difícil
dar participación á nadie.
--¿Por qué?
--Porque es usted demasiado bonita.
--¿Me va usté á hacer el amor?
--Como usted me corresponda, sí.
--¿Y si se lo digo á la rubia?
--No tengo el gusto de conocerla más que de vista.
--De todos modos, no me gusta usté.
--Gracias por la franqueza.
--Tiene usté mala opinión de las mujeres.
--Si todas me tratan como usted, no me faltan motivos.
--Ya me hizo usté romper una _abuja_....
--No importa, yo la regalaré á usted un paquete.
--Es que á este paso no acabo la camisa en ocho días.
--Mejor: así la veré á usted más veces.
--Y le saldrá á usté muy cara la obra.
--Á ese precio vaya usted haciéndome camisas.
--Pues ya que no regatea usté el tiempo, voy á robarle hoy un cuarto de
hora.
--¿Para charlar?...; aunque sea medio día.
--No, señor, para ir á una tienda que está junto á la calle Alta, á
comprar ... cuatro cuartos de _orejones_, que me gustan mucho.
--(¡Llévete el mismo Satanás, grosera!)
--Como los trae de Castilla por mayor la tendera, que es amiga mía, da
muchos más por cuatro cuartos que en las otras tiendas.... ¿No le gustan
á usté?
--¡No!
--¡Jesús, pues vaya una rareza!... Hágame el favor de dar esa tira que
está debajo de usté, para amarrar la labor.... Muchas gracias.... ¡Pero
qué mala cara se le ha puesto á usté de repente!
--Es que ... tengo un flemón.
--¿Y no le dolía á usté antes?
--No tanto como ahora.
--Pues _chumpe_ usté un higo paso, que es muy bueno para los flemones.
--Muchas gracias.
--Conque hasta mañana, que voy á por los orejones.
--¡Vaya usted con Dios!
* * * * *
Escribir un libro de costumbres montañesas y no dedicar algunas páginas
á la costurera, sería quitar á Santander uno de los rasgos más
característicos de su fisonomía. Tan notorio, tan visible es entre su
población este _ramo_, que el sexo débil de ella puede, hechas las
exclusiones de rigor, dividirse por partes iguales en mujeres-costureras
y mujeres que no lo son. Pero hablar de las costumbres de las primeras
tiene tres perendengues para un hombre que, como yo, no las conoce bien,
porque equivocarse en el menor de los detalles tendría tres bemoles. En
plata, lector: la costurera me infunde cierto respetillo, y no quiero
echar sobre mi conciencia el compromiso de hacer su retrato.
Y supuesto que el estilo es el hombre, y por ende, la mujer, entérate
del diálogo anterior, que es histórico; ve lo que de él puedes sacar en
limpio, y allá te las arregles después, si Teresilla se cree agraviada
(en lo que no sería justa) con tus deducciones. Por mi parte, estoy á
cubierto de sus iras con decirle, en un lance apurado:
--_Tu es auctor_.


LA NOCHE DE NAVIDAD
I

Está apagando el sol el último de sus resplandores, y corre un _gris_ de
todos los demonios. Á la desnuda campiña parece que se la ve tiritar de
frío; las chimeneas de la barriada lanzan á borbotones el humo que se
lleva rápido el helado norte, dejando en cambio algunos copos de nieve.
Pía sobresaltada la miruella, guareciéndose en el desnudo bardal, ó cita
cariñosa á su pareja desde la copa de un manzano; óyese, triste y
monótono, de vez en cuando, el _¡tuba!, ¡tuba!_ del labrador que llama
su ganado; tal cual sonido de almadreñas sobre los morrillos de una
calleja...; y paren ustedes de escuchar, porque ningún otro ruido indica
que vive aquella mustia y pálida naturaleza.
En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego
paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados
panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas
manos de cada uno.
Han pasado la tarde retozando sobre el mullido lugar en que descansan
ahora, y por eso, aunque mal vestidos, les basta para vencer el frío que
apenas sienten, soplarse las uñas de vez en cuando.
De los dos muchachos, el uno es de la casa y el otro de la inmediata.
De repente exclama el primero, en la misma postura y dándose con los
talones desnudos en las asentaderas:
--Yo voy á comer _torrejas_ ... ¡anda!
--Y yo tamién--contesta el otro con idéntica mímica.
--Pero las mías tendrán miel.
--Y las mías azúcara, que es mejor.
--Pues en mi casa hay guisao de carne y pan de trigo pa con ello....
--Y mi padre trijo ayer dos _basallones_ ... ¡más grandes!...
--Mi madre está en la villa ascar manteca, pan de álaga y azúcara..., y
mi padre trijo esta meodía dos jarraos de vino blanco, ¡más güeno! Y
toos los güevos de la semana están guardaos pa hoy..., má e quince, así
de gordos.... Ello, vamos á gastar en esta noche-güena veintisiete
rialis que están agorraos.
--¡Miá qué cencia! Mi padre trijo de porte cuatro duros y dimpués dos
pesetas, y too lo vamos á escachizar esta noche.... ¿Me guardas una tejá
de guisao y te doy un piazo de basallón?
--¡No te untes!... Y tú no tienes un hermano estudiante que venga esta
tarde de vacantes, y yo sí.
--Pero tengo un novillo muy majo y una vaca jeda que da seis cuartillos
de leche.... ¡Tenemos pa esta noche más de ello!...
--¡Ay Dios! ¿Quiés ver ahora mesmo dos pucheraos de leche? Verás,
verás....
Y salta el rapazuelo, y en pos de él el otro, desde la pila al portal, y
llegan á la cocina mirando con cautela en derredor, por si el tío
Jeromo, padre del primero, anda por las inmediaciones.
Como ya va anocheciendo, el chico de la casa toma un tizón del hogar,
sopla en él varias veces, y al resplandor de la vacilante llama que
produce, se acercan á un arcón ahumado que está bajo el más ahumado
vasar; alzan la tapadera, y aparecen en el fondo, entre montones de
harina, salvado y medio pernil de tocino, dos pucheros grandes llenos de
leche.
El de la casa mira á su amigo con cierto aire de triunfo, y entrambos
clavan los ávidos ojos en los pucheros, y entrambos alargan la diestra
hacia ellos, y entrambos remojan el índice en la leche, aunque en
distinto cacharro.
Con igual uniformidad de movimientos retiran los brazos del arcón,
míranse cara á cara y se chupan los respectivos dedos.
--¡Güena está la leche!--dice el de casa.
--¡Mejor está la nata!--repone su camarada.
--¿Te la comiste?
--¡Corcía!...; ¡toa la apandé con el deo!
En aquel instante recuerda con susto el primero que su padre arma el
gran escándalo cada vez que falta la nata á su ración diaria de leche, y
que sus costillas conservan más de un testimonio de tan borrascosos
sucesos, impresos por los dedos paternales. Por eso, temiendo una nueva
felpa, y para manifestar su inocencia, echa el tizón al fuego y las dos
manos á la calzonada de su amigo, y comienza á gritar con el mayor
desconsuelo:
--¡Padre!, ¡padre!
Pero el goloso prisionero, que ya se da por muerto, tira uno de
retortijón á cada mano de su carcelero, y toma pipa por el corral
afuera, relamiéndose de gusto.
Tío Jeromo, que en la socarreña, detrás de la casa, encambaba un rodal,
acude á los gritos, y creyendo una patraña lo del robo de la nata,
presume que su hijo se la ha chupado, y le arrima candela entre las
nalgas y un par de soplamocos que hacen al chicuelo sorberse los
propios.
Grita el rapaz y amenaza el padre, y entre los gritos y las amenazas,
óyese la voz de la tía Simona, desde el portal:
--¡Ah, malañu pa vusotros nunca ni nó!... ¡Que siempre vos he de
alcontrar asina!
--¡Ay, madruca de mi alma!--exclama el muchacho corriendo á agarrarse
del refajo de la buena mujer.
--¿Por qué lloras, hijo? ¿Quién te ha pegao?
--¡Mujuééé.... Me pegó ... jun ... ú ... ú ... padreeéé!!
--Y todavía has de llevar más--murmura éste retirándose á la cuadra á
arreglar el ganado.--¡Yo te enseñaré á golosear la nata!
--Yo no la comí, ¡ea!, que la comió Toñu el de la Zancuda...; ¡júmmaaá!
--Y pué que sea verdá, angelucu; que ese es un lambistón que se pierde
de vista.... Vamos, toma unas castañas y no llores más.... Tu padre
tamién tiene la mano bien ligera.... ¿Ha venío el estudiante?
--No, siñora....
--Dios quiera que no me lo coma un lobo en dá qué calleja.... ¿Y ónde
está tu hermana?
--Fué á la juenti.
--Á esa pingonaza la voy yo á andar con las costillas.... No, pues; no
me gusta á mí que á estas horas se me ande á la temperie de Dios, que
ese hijo condenao de la Lambiona tiene un aquel ... que malañu pa él
nunca ni nó.
Y murmurando así la tía Simona, deja las almadreñas á la puerta del
estragal; cuelga la saya de bayeta con que se cubría los hombros del
mango de un arado que asoma por una viga del piso del desván; entra en
la cocina, siempre seguida del chico, con la cesta que traía tapada con
la saya; déjala junto al hogar; añade á la lumbre algunos escajos;
enciende el candil, y va sacando de la cesta morcilla y media de
manteca, un puchero con miel de abejas y dos cuartos de canela; todo lo
cual coloca sobre el poyo y al alcance de su mano para dar principio á
la preparación de la cena de Navidad, operación en que la ayuda bien
pronto su hija que entra con dos _escalas_ de agua y protestando que «no
ha hablao con alma nacía, y que lo jura por aquellas que son cruces...,
y que mal rayo la parta si junta boca con mentira».
Poco después viene el tío Jeromo, que toma asiento cerca de la lumbre
para auxiliar á la familia en la operación; pues la gente de campo de
este país, sobria por necesidad y por hábito, goza tanto con el
espectáculo de la cena de Navidad como saboreándola con el paladar.
El chirrido de la manteca en la sartén, el cortar las torrejas, el
quebrar los huevos, el batirlos, el remojar en ellos el pan, el derramar
el azúcar sobre las torrejas que salen calentitas de la sartén, el
verter la leche ó la miel sobre ellas, etc., etc., y el considerar que
todo ello, más el jarro de vino que está guardado como una reliquia, ha
de ser engullido y saboreado por los pobres labriegos que lo contemplan,
les produce unas emociones tan gratas que...; en fin, no hay más que ver
los semblantes de la familia del tío Jeromo, olvidado ya el suceso de la
nata.
¡Qué expansión!; ¡qué felicidad se refleja en ellos! La tía Simona, con
el mango de la sartén en una mano y con una cuchara de palo en la otra y
acurrucada en el santo suelo, se cree más alta que el emperador de la
China, y en más difícil é importante cargo que el de un embajador de paz
entre dos grandes pueblos que se están rompiendo el alma.
¡Lástima que no haya llegado el estudiante para solemnizar debidamente
toda la Noche-Buena!
Porque ésta tiene en la aldea varias peripecias.
Después del placer de preparar la cena y del de tragarla, falta el de la
llegada de los _marzantes_, por los cuales ha preguntado ya muchas veces
el vapuleado chicuelo, á quien, la verdad sea dicha, preocupan todavía
más que la tardanza de su hermano. Y es porque el infeliz no los ha oído
nunca, ni en la Noche-Buena, ni en la de Año Nuevo, ni en la de los
Santos Reyes, pues se ha dormido siempre antes de que lleguen al portal;
así es que cree en los marzantes como en el otro mundo, por lo que le
cuentan.


II

No vaya á creerse que el tío Jeromo, porque tiene un hijo estudiante, es
hombre rico tomada la palabra en absoluto; el marido de la tía Simona
tiene, para labrador, _un pasar_, como él dice. Pero en la familia hay
una capellanía que ningún varón ha querido, y el tío Jeromo sacrificó de
buena gana algunas haciendas para ayudar á costear la carrera á su hijo
mayor y asegurarle la pitanza, ordenándole á título de aquélla, cuyas
rentas, por sí solas, no alcanzaban á tanto. Eso sí, y bien claro se lo
solfeó á su hijo:--«Si llegas á gastar los cuartos que me valieron las
tierras sin cantar misa, Dios te la depare buena, porque, lo que es yo,
te abro en canal.»
Contribuyó mucho á que el chico entrara en el Seminario, el consejo del
mayorazgo de la Casona. Este sujeto había estudiado un poco de latín en
sus mocedades, y era tan pedante, que sólo por tener alguno con quien
lucir su sapiencia, insistió con tío Jeromo un día y otro día hasta que
logró decidirle á que su hijo aprendiera _latinidades_. Y tan obcecado
es el mayorazgo en su saber, y tal es su pedantería que, ingresado ya el
primogénito del tío Jeromo en el Seminario, varias veces ha querido
renunciar á las vacaciones por no hallarse cara á cara con el vecino,
que le asedia con latinajos _arrevesaos_, como dice el estudiante.
Huyendo, pues, de encontrarle en alguna calleja ó sentado en el banco
del portal de su padre, como suele estar todos los días, el seminarista
ha salido tarde de su celda con el objeto de entrar de noche en el
pueblo; y esto es lo que explica su tardanza, que ya va metiendo en
cuidado á la tía Simona.
Pero lo que ésta no sabía, ni sospechar pudo el mismo estudiante, fué
que, habiéndose éste sentido con sed y decidido á echar _medio en
sangría_ en la taberna del lugar, que halló al paso, huyendo de la
máxima de su padre de que «el agua cría ranas», lo primero con que
tropezó, antes que con el tabernero, fué el mayorazgo, el cual, al
guiparle, le enjaretó un «_amice, ¿quo modo vales?_» que quitó al
estudiante hasta la sed.
--¡Cóncholes con el hombre!--murmuró el interpelado, recogiendo otra
vez el lío de ropa ó sea el balandrán y dos camisas sucias, que había
puesto sobre un banco al entrar en la taberna.
--_¿Unde venis? ¿Quórsum tendis?_
--¡Jeringa, digo yo!; que traigo andadas cuatro leguas á pie, y no estoy
pa solfeos de esa clase. Queden ustedes con Dios.
--Aguárdate hombre. ¡Que siempre has de ser arisco!
--Y usté preguntón. Y es que el mejor día le echo una _zurriascá_ de
latín que no se la sacude en todo el año.... Porque yo también.... Pues
si le entro á teología, veremos ónde usté se me queda.
--_Parce miqui, incipiens sa-cerdo._
--Cuidado con la lengua, le digo, que aunque parece que no entiendo, ya
sé traducir.... ¡Y si se me hincha la paciencia!...
--Eres un pobre hombre y no tienes nada del _virum fortem_.... No corras
tanto, ¡caramba! ¡Tras de que deseo acompañarte hasta tu casa!...
De poco sirvió al mayorazgo esta reprensión. El seminarista apretó el
paso, renegando de su mala estrella; dejó á medio camino al importuno, y
no paró hasta la cocina de su padre, donde se presenta con el humor más
perro del mundo.
--¡Cóncholes, qué hombre!--exclama por todo saludo al hallarse entre la
familia.
--Pero ¿qué te pasa?--dice el tío Jeromo.
--¡Qué me ha de pasar? Ese fantasioso de mayorazgo..., ¡siempre con su
latín!
--¿Y qué cuidao te da á ti? ¿No has estudiao tres años ya? ¿Por qué no
le contestas?
--Porque no soy tan jaque como él.... Y luego él ha estudiado por otro
arte. El mío no trae todas esas andróminas que él sabe.... ¡Cóncholes!,
como quisiera entrarme á _piscología_ ... ¡sé más de ello!
--¿Y cuándo cantas misa?--añade la tía Simona cayéndosele la baba y
mientras contemplan de hito en hito al estudiante sus dos
hermanos.--Mira que el lugar está perdío.... El señor cura es tan
viejo....
--Y que no sabe una palabra, madre. ¡Si fuéramos nusotros! ¡Cóncholes,
cuánto aprendemos! Verán que sermones echo los días señalados....

III
Como quiera que no sea el objeto principal de este artículo retratar al
hijo mayor del tío Jeromo, hago caso omiso de todo el diálogo promovido
por su despecho contra el mayorazgo, y vamos á seguir con nuestro asunto
comenzado, asistiendo á la cena de esta honrada familia en la noche de
Navidad.
Después que el estudiante retira del fuego el puchero del guisado para
que el calor de la lumbre le seque á él el lodo de los pantalones, y
cuando su hermana ha recogido con gran esmero el balandrán y las
camisas, toma aquél el jarro de la leche, ya que el papel del azúcar le
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