Doctor Sutilis (Cuentos) - 06

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hacía bien, y don Pánfilo, hablaron y pensaron juntos.
Resultó que eran vecinos, y como la niña no tenía novio, ni de dónde
le viniera, y como don Pánfilo se había convencido de que el yo no
puede vivir sin el tú para que llegue á ser aquél, y que más vale ser
nosotros que yo solo, hubo boda, no sin que derramase algunas lágrimas
la tía, que lo había tramado todo.
Eufemia era una rubia hermosa.
Pero no tenía nada de particular, á no ser su primo, que no tenía nada
de general, porque era alférez de Ingenieros, agregado, por supuesto.
Don Pánfilo, una vez dispuesto á ser un fiel y enamoradísimo esposo,
se devanaba los sesos, aquellos grandísimos sesos que tenía, para
encontrarle algo de particular á su Eufemia; pero no dió en la cuenta
de que el primo era lo único que tenía Eufemia digno de llamar la
atención.
Jamás había pensado en su prima Héctor González, que éste era el
alférez; pero desde el momento en que la vió casada, se sintió tan mal
ferido de punta de amor, que aprovechó la ocasión para renegar de las
tiránicas leyes que no consienten á los primos enamorar á sus primas
magüer estén casadas.
Pero ¿por qué se había casado Eufemia? No, no era Héctor hombre que
retrocediese ante los obstáculos de esta índole; había leído demasiado
libros malos para que semejante contratiempo le acobardase á él,
agregado de un cuerpo facultativo.
Formó planes que envidiaría cualquier novelista adúltero de Francia, y
se dispuso á comenzar la novela de su vida, que hasta entonces había
corrido monótona entre guardias, formaciones y pronunciamientos.

III
En el ínterin, como dice un orador que yo conozco; en el ínterin,
Pánfilo no pensaba más que en encontrarle el _quid divinum_ á su mujer,
sin que se le ocurriera dar con el quid de la dificultad.
Y así como Don Quijote averiguó al cabo que éste, y no otro, era el
nombre significativo que convenía á la altura y calidad de sus proezas,
Pánfilo entendió que Eufemia se distinguía por un delicadísimo gusto,
que la inclinaba á lo más espiritual y sublime, á la quintaesencia de
los afectos sin nombre, cuyos misteriosos matices jamás traducirán las
Bellas Artes, ni la más profunda armonía, ni la lírica mejor inspirada.
Oigamos, ó mejor, leamos á don Pánfilo:
“Pasan por el alma á veces extraños y sublimes sueños, adivinaciones
de verdades del cielo, amorosas ansias, que no son, sin embargo, como
la pasión ciega, sino como luz que estuviera enamorada del calor:
pues todo esto es lo que siente y comprende Eufemia, mi mujercita,
con maravillosa intuición. Sabe prescindir de la apariencia de las
cosas, remontarse á la región ideal, que con ser ideal, es lo más
real de todo. ¿Por qué me quiere á mí, sino por eso? Porque lee en
mis ojos, tristes y apagados, el fuego que por dentro me devora. Un
día me preguntó:--Si yo no te hubiera querido, ¿qué hubieras hecho
tú?--¿Qué?--respondí.--Primero, llorar mucho, querer morirme y mirar
de hito en hito á las estrellas; mirándolas, pensaría muchas cosas;
me acordaría de mi infancia, de mi madre, de mi Dios, á quien adoré
de niño, á quien olvidé de joven y á quien busco de viejo; y pensando
estas cosas, no me olvidaría de ti, no, eso es imposible; sino que,
mezclándote con todas ellas, poniéndote sobre todas, viendo bien claro,
como lo vería, que las distancias de este mundo así en el espacio
como en el tiempo, como en las formas, como en los sentimientos, son
aparentes, y que todo acaba por juntarse, entenderse y quererse, viendo
esto, me consolaría, y resignado, me pondría á estudiar mucho, mucho,
para amar mucho y esperar mucho, y tener la seguridad de acercarme á ti
al fin y al cabo, no sé dónde, ni sé cuándo, pero algún día, en algún
lugar, donde Dios quisiera.
“Cuando Eufemia me oyó hablar así, no replicó; pero cerró los ojos y se
quedó sintiendo y pensando todas esas cosas inefables que pasan por su
alma en algunos momentos de extática contemplación. Cuando despertó
de su embeleso, que bien habría durado una hora, me dirigió una dulce
sonrisa y me dió un abrazo; pero nada dijo. ¿Qué había de decir? Me
había comprendido, había penetrado la sublimidad de mi amor: eso
bastaba.
“Aquella tarde vino á buscarla su primo González para ir á la Casa de
Campo: ella no quería ir, pero al fin consintió á una insinuación mía,
y se despidió de mí como si fuera al otro mundo. Y era que en aquel día
inolvidable estaban tan unidas nuestras almas, que toda separación era
dolorosísima.
“El alma de mi Eufemia es éter puro. ¡Cómo la quiero! Ella me inspira
este buen ánimo que necesito para seguir, sin desmayar, en la
formidable obra emprendida; quiero acabar para siempre con toda clase
de pesimismo; quiero poner en su punto y en lo cierto la dignidad de
la vida, la perfección de lo creado y la evidencia con que se presenta
á mis ojos la finalidad de todo lo que existe, finalidad real á pesar
del constante progreso y de la variedad infinita. Voy ahora á esperar á
Eufemia, que debe de volver con su primo de los toros. Llevarla á los
toros ha sido demasiada exigencia; pero como la otra vez yo la reprendí
porque no era más amable con González, en esta ocasión se anticipó la
pobrecita á los que consideraba mis deseos. ¡Como no vuelva desmayada!”
Lo que va entre comillas es extracto de un diario inédito.

IV
Ello es que el primo se había declarado á la prima. Había hablado él
también de amores que en el cielo empiezan y siguen en la tierra; del
más allá y del algo desconocido, trinando principalmente contra el
derecho civil vigente y los matrimonios desiguales.
Que Eufemia quería á Pánfilo no debía ponerse en tela de juicio, y no
se puso. No lo hubiera consentido Eufemia, para la cual era axiomático:
primero, que su esposo era un sabio, y segundo, que ella le quería como
á las niñas de sus ojos.
En vista de que el dogma era inalterable, Héctor procuró barrenar la
moral, obrando como un sabio mucho mayor que su primo.
La mujer siempre es un poco protestante: piensa que _fides sine
operibus_ vale algo, y que á fuerza de creer mucho, se puede compensar
el defecto de pecar no poco.
--Tu marido es un sabio, convenido; pero ¿y eso qué?--Esto dijo
el primo, que fué como leer en el ya citado fuero interno de
Eufemia.--Supongamos que tú te enamoras de otro hombre que sólo sepa
lo que Dios le dé á entender, ¿bastará la sabiduría de tu marido para
evitar lo inevitable?
Eufemia no tenía qué contestar.
De hipótesis en hipótesis, llegaron los primos
Al puente que separa
Á Eva inocente de Eva pecadora.

V
Dejábamos al doctor Pánfilo entre San Marcos y la puente.
Era una tarde de Mayo. Pánfilo escribía la última cuartilla de su obra,
que iba á ser inmortal y que se titulaba: _Eufemia. Investigaciones
acerca de la dignidad y finalidad racional de la vida humana.
Endemonología aplicada, basada en una arquitectónica racional de la
biología psíquica, especialmente la prasológica._
Un rayo de sol, que entraba por la ventana, caía sobre el papel que iba
emborronando el doctor. Escribía esto: “... Tal ha sido el propósito
del autor; demostrar con argumentos tomados de la realidad viva que el
predominio de la felicidad se observa ya hoy en nuestras sociedades
civilizadas, sin necesidad de recurrir á la hipótesis probable, pero no
necesaria, de ulterior sanción de otros mundos mejores. Debe, sí, el
filósofo recurrir á la experiencia, pero no fijando sólo su examen en
la propia individual; pues nada significa el apasionado testimonio del
que lamenta desgracias peculiares; hay otra experiencia, que una sabia
y bien ordenada estadística moral y civil puede suministrarnos, y en
ella podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que sea lo que quiera de
la propia fortuna...”
Al llegar á “fortuna”, sintió el filósofo que le sacudían el papel.
Era Merlina, la galguita de mi cuento, que se había subido á la mesa y
se paseaba arrogante sobre _Las investigaciones acerca de la dignidad_,
etcétera, etc.
Pánfilo suspendió su trabajo. Un recuerdo dulcísimo, el más querido de
su vida, le trajo lágrimas á los ojos.
Á Merlina debía el doctor su felicidad propia, individual, sin
necesidad de endemonologías ni de arquitectónicas biológicas, sólo
por una casualidad, por una indiscreción de la perra, según frase de
Eufemia.
Embelesado por este recuerdo, se estuvo el doctor largo rato pasando la
mano izquierda por el lomo de Merlina.
La galguita se dejaba querer. Pero de pronto dió un brinco; saltó de
la mesa á la ventana, y apoyó las patas delanteras sobre un tiesto.
Las orejas se le pusieron muy tiesas, y aulló Merlina con señales de
impaciencia. Parecía que deseaba arrojarse por la ventana.
Se levantó de su poltrona el doctor para ver lo que causaba tal
impresión en su galguita.
En el jardín, dentro de la glorieta, Héctor González y Eufemia Rivero
y González representaban en aquel momento la escena culminante de
_Francesca da Rimini_.
Pánfilo oyó el chasquido de... El lector puede imaginarse qué clase de
chasquidos se usan en tales casos.
El autor de las _Investigaciones_ retrocedió instintivamente, se
desplomó sobre el sillón y ocultó la cabeza entre las manos.
Cuando volvió al sentido y abrió los ojos, vió delante, en un papel
blanco, unas palabras, que se le antojaban escritas con una tinta de
color de rosa.
Leyó: “... podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que, sea lo que
quiera de la propia fortuna...”
Pánfilo cogió con gran parsimonia la pluma, y concluyó el párrafo: “...
la humanidad, en conjunto, prospera, y es feliz en esta tierra con la
conciencia del progreso y del fin bueno que aguarda al cabo á todas
las criaturas. Para el que sepa elevarse á esta contemplación del bien
general, como el más importante aun para el propio interés, bien puede
decirse que el cielo comienza en la tierra”.
Pánfilo había terminado su obra, la obra de su vida entera, la que le
había gastado el cerebro y los ojos.
Por cierto que sintió en ellos algo extraño; miraba á todas partes,
y aquel matiz halagüeño que veía en la tinta, dominaba en todos los
objetos.
¡Pobre doctor! Se había declarado la enfermedad cuyos síntomas no había
conocido: el Daltonismo.
Desde aquel día Pánfilo todo lo vió de color de rosa.
NOTA. Pánfilo, en griego, viene á ser el que todo lo ama.
Lo cual en castellano significa: Quien más pone, pierde más.
En cuanto á Eufemia, siguió viviendo convencida: primero, de que su
esposo era un sabio; segundo, de que amarle era su obligación.
El dogma era el mismo siempre: sólo se había relajado la disciplina.


LOS SEÑORES DE CASABIERTA

¡Pero estos señores de Casabierta no tienen vida privada!
Así se explica lo que le sucedió con ellos á don Eufrasio Paleólogo,
presidente del Casino de Villapidiendo, gran lector de periódicos y
elector nato del señor de Casabierta, candidato nato también á la
Diputación de Villapidiendo.
Pues señor, vino á Madrid Paleólogo á unos asuntos del común, ó del
procomún, como él cree que se dice; y claro, en seguida, es decir, en
cuanto se dejó dar lustre á las botas en la Puerta del Sol, junto al
Imperial, se dirigió á casa del señor de Casabierta.
¡Entró!--El señor no está... Ya, ya lo sé; pero de seguro está la
señora.--Caballero, ¿usted qué sabe?--Hombre, sepa usted que trata con
una persona ilustrada que lee los periódicos y tiene coleccionados
en un tomo los artículos de Almaviva... La señora se levanta á las
nueve; hace su _toilette_--usted no sabe lo que es eso--hasta las
diez; toma un piscolabis, que consiste en una copa de jerez seco, y
versos de Grilo, mojados en el jerez. Á las once recibe en el salón
verde, que tiene una consola Pompadour, una chimenea de la Regencia...
de Espartero y muchos platos allá cerca del techo. Como si lo viera,
hombre, como si lo viera. Ea, déjeme usted pasar.--Por aquí, caballero,
por aquí.--No, señor, voy bien; los íntimos entran por aquí: á mí me
recibirá en su _boudoir_ chocolate claro, color serio, propio de señora
leída al par que _dettachée_ de las vanidades del mundo. ¿Usted qué
se figura, hombre de Dios, que en Villapidiendo no sabemos francés
españolizado y entrar en el _boudoir_ por donde entran _les intimes_, y
en francés como ellos?
En efecto, Paleólogo, que fué carlista y estuvo emigrado, sabe su
poquito de francés, y lo que no, lo aprende en Almaviva, Ladevese,
Blasco, Asmodeo y otros escritores del Instituto. Es un alcalde á la
moderna, con la facha de Luján alcalde; pero tan fino como Sardoal
cuando era del Ayuntamiento.
_En fin_, ó finalmente, como decían los italianos en la Comedia,
Paleólogo ya está sentado frente á la señora de Casabierta.--Casabierta
no está en casa. Ha ido...--Sí, supongo que habrá ido á afeitarse; es
la hora precisamente.--Sí, señor; antes venía el barbero á casa...--Sí,
ya sé; pero desde que le cortó aquel poquito de oreja de que hablaron
los periódicos... ¡pícaros barberos!, ya no hay clases... ¡y qué versos
tan hermosos los que hizo su oreja de usted, digo, no, su hija de
usted, la rubia, la Pilarita, al cacho de oreja de su papá difunto, el
cacho se entiende.--¿Usted los conoce?--Toma, y los sé de memoria...
¡si los publicaron cinco periódicos! Y diga usted ¿qué es de él?--Creo
que está en Córdoba.--¿El cacho de oreja?--No, señor, Grilo; creí que
hablaba usted de Grilo, que fué el que improvisó los versos de la
niña.--Bien, lo mismo me da; ¿y qué es de Grilo?--Pues ayer comió
aquí.--Pero ¿no dice usted que está en Córdoba?--Bien, pero eso no
quita.--¿No quita? (¡Y este Almaviva que no explica estas cosas!) ¿Y el
ojo de gallo de usted, señora?--Tan robusto.--Hace días que no hablan
de él las crónicas de salones.--¡Es un ojo de gallo muy modesto!--Es
moda ser modesto, pero decirlo, porque si no como si no se fuera. ¿Y
qué tal les han sentado á ustedes las anguilas del _lago Tiberiades_
del miércoles?--¡Cómo! ¿Usted sabe que comimos anguilas el miércoles?
--Sí, señora, por los periódicos. Las anguilas no tienen vida privada. Á
propósito, señora, ¿es verdad que la viudita de Truchón ha tenido un
tropiezo?--No, señor; ha tenido un hijo, pero nadie lo sabe.--Dispense
usted, señora, yo lo sabía; pero creí que se trataba ya de otro, es
decir, de otro lance. Ése que usted dice le refirieron los periódicos
de la manera más discreta. En Villapidiendo nadie cayó en la cuenta
más que yo, y por eso no comprendieron aquel sueltecito que decía: “La
señora viuda de Truchón ha tenido que guardar cama. Celebraremos que la
interesante viuda se restablezca pronto”. Dicen que demostró gran valor
durante la crisis de la enfermedad, ó como dijo el clásico:
“En aquel duro trance de Lucina...”
por eso sé yo que parió sin novedad, porque conozco la Mitología y
conozco á la viuda.--¿Usted la ha tratado?--Á la Mitología no, ni á la
viuda tampoco. Pero leo; algo se sabe, y he visto tantas crónicas con
alusiones transparentes á sus transparentes gracias y costumbres... que
algo se ha transparentado.
(_Pausa._) ¡Oh, señora, feliz la honrada madre de familia que puede dar
á luz, á la prensa, como quien dice, todos los hijos que quiere! ¡Todas
las hojas literarias de los periódicos estaban consagradas el lunes al
rorro de usted. ¿Cómo está, cómo está el muñeco?--¡Hermosísimo!--¿Y
es cierto que tiene esa inteligencia que dice el revistero
_Begonia_?--Pues ya lo creo, y más.--Qué saladísimo estaba Ricardo
Flores, el que firma _Cardoenflor_ (por imitar á Fernanflor, que no
me gusta porque habla poco de salones), qué gracioso estaba Ricardito
contando las travesuras de su bebé de usted durante la ceremonia del
bautizo.--Está gracioso, pero calumnia al muchacho.--Sí, dice que antes
que le hicieran cristiano tenía en la iglesia cara de aburrido como
un perro ó como un librepensador.--El revistero no sabe que los niños
no entran en la iglesia hasta que les echan los demonios fuera del
cuerpo.--Pero lo mejor son los versos de Cigarra, el chiquitín junto á
la pila bautismal. Los sé de memoria:
«En la pila bautismal
todo el Jordán se refleja,
te moja el cura la oreja
y ya estás libre del mal.
El acto sacramental
mata en tu pecho el pecado
y se abre regenerado,
como rosa alejandrina,
tu ser á la fe divina,
pues de pila te ha sacado
el ministro de Marina,
en el acto acompañado
de más augusta madrina.»
--¡Hermosa décima! ¿Verdad usted?--Décima precisamente, no,
señora.--Bien, ya lo sé, es la _docena del fraile_, un nuevo género de
décimas de trece versos, que ha inventado Cigarra, para que cupiesen
el ministro de Marina y la madrina más augusta. Ya ve usted, por verso
más ó menos no habíamos de ser unos mal criados.--No cabe duda; y
más vale que sobre que no que falte.--Á propósito de versos, señor
de Paleólogo. Me va usted á sacar de un apuro. Aquí en casa vamos á
representar una comedia, pero nos falta un personaje. ¿Sería usted tan
amable?...--Señora, yo no soy personaje más que en Villapidiendo...--No
importa, ¿quiere usted _crear el papel_ de Cocupassepartout?--Señora;
mucho crear es, pero si no hay otro Cocu... yo lo haré, como se hacen
esas cosas en Villapidiendo.--¡Oh, gracias, gracias!--Por supuesto,
¿usted sabe francés?... Condición indispensable.--Pero qué, ¿vamos á
representar en francés?--No, señor, en castellano, es una traducción
de Fois Grass, el corresponsal del _Bombo_ en París... y ya ve usted,
hace falta dominar el francés... para pronunciar correctamente
los galicismos.--¿Y cómo se llama la comedia?--Espere usted... se
llama...--¡Ah! ya sé, lo he leído ayer en los periódicos, se llama:
_Á qué sueñan las jóvenes hijas_, es un fusilamiento de Musset. Pues
cuente usted conmigo. Por supuesto, ¿hablarán los periódicos de los
ensayos?--Ya lo creo, hombre; hablarán _por encima del mercado_...
Paleólogo se despidió. Eran las once y quince. Sabía por los periódicos
que era la hora de inspeccionar la lactancia de Bebé.
Si el lector quiere, volveremos á visitar á los señores de Casabierta
con el presidente del Casino de Villapidiendo, y acaso veamos la
comedia de Fois-Gras..., si se logra.


EL POETA-BUHO
HISTORIA NATURAL

--Señorito, un caballero quiere hablar á usted.
--¿Qué trazas tiene?
--Parece un empleado de _La Funeraria_.
--¡Ah! Ya sé quién es: es don Tristán de las Catacumbas. Que pase.
Y entró don Tristán de las Catacumbas, á quien conozco de haberle
pagado varios cafés sin leche. Es alto, escuálido, cejijunto, lleva la
barba partida como Nuestro Señor Jesucristo, tiene el pelo negro, los
ojos negros, el traje negro y las uñas negras. Lo único que no tiene
negro son las botas, que tiran á rojas.
Me dió un apretón de manos, fúnebre como él solo; el apretón de manos
del Convidado de Piedra. Hay hombres que aprietan la mano como una
puerta que se cierra de golpe y nos coge los dedos. Es su manera de
probar cariño.
Don Tristán habla poco, pero _lee_ mucho. Es un poeta inédito, de viva
voz; si se le pregunta cuántas ediciones ha hecho de sus poesías,
contesta con una sonrisa de muerto desengañado: “¡Ninguna! Yo no
imprimo mis versos: no hago más que leerlos á las almas escogidas”.
Para él son almas escogidas todas las que le quieren oir. Calculando el
número de veces que ha leído sus versos, dice don Tristán, usando de
un tropo especial, que consiste en tomar el oyente por el lector que
compra el libro, que sus _Ecos de la tumba_ han alcanzado una tirada de
nueve mil ejemplares. Quiere decir que los ha leído nueve mil veces á
nueve mil mártires de la condescendencia.
--Pues señor Clarín, sabrá usted cómo he escrito otro libro de poesías
y vengo á leérselo á usted.
--¿Entero?
--Y verdadero; sí, señor. Pero tiene cuatro partes; leeremos una cada
día, y en cuatro sesiones despachamos. Quiero saber su opinión de
usted, porque aunque á mí la crítica epitelúrica me importa un bledo,
porque yo tengo el pensamiento puesto en lo alto (y señalaba al techo),
como esta vez acaso me anime á dar mi obra á la estampa, si se muere un
tío mío, á quien ya he dedicado un canto fúnebre...
--¡Ah! pues cuente usted con ello.
--¿Con qué?
--Conque se morirá su tío de usted.
--Eso creo; pues decía que si el tío me deja, agradecido, unos cuartos,
imprimo el libro; y en tal caso espero que usted me tratará como
merezco. Yo no pido más que justicia. Lo que quiero es que usted _se
penetre_ de esta poesía y no hable sin enterarse. Lo mejor para esto es
que yo mismo lea mis versos y le haga fijarse en sus transcendentales
pensamientos.
--¿Sabe usted?... Me espera el barbero... Tengo una barba de tres días.
--¡Ah! ¿Usted se afeita?--exclamó el de las Catacumbas con acento de
compasión... Que espere el barbero... Oiga usted la primera parte
siquiera. El libro se titula _El Requiem eterno_. Primera parte:
“Idilio del subsuelo”.
--Le advierto á usted que el subsuelo es del dominio del Estado...
--El subsuelo es aquí el del cementerio. La segunda parte, que
leeremos otro día, se titula “Fuegos fatuos”; la tercera, “Responsos
de mi lira”, y la cuarta, “Rimas de luto”. Le advierto á usted que yo
prescindo de la forma.
--Hace usted bien; yo que usted, prescindiría de todo, hasta de la
madre que me parió...
--Prescindo de la forma y me voy al fondo.
--Sí, ya sé; al fondo de la tumba. Es usted el topo de la poesía...
--¡Bonita frase! Ahora oiga usted... Primera parte: “Idilio del
subsuelo”.

I
Llegaron los gusanos
á devorar su corazón de cieno;
en su sangre cebáronse inhumanos,
y los mató el veneno.
--¿Qué tal?
--Que les está bien empleado. ¿Quién les manda ser _inhumanos_ á esos
gusanillos?
--Esto de llamar inhumanos á los seres irracionales, no es cosa mía; lo
he visto en un poeta que lee en el Ateneo.
--No; si yo no me quejo. Ya ve usted: á mí, ¿qué me importa? Yo no soy
gusano.
--Continuemos.

II
La llevaban á enterrar...
--Como á la Constitución.
--La llevaban á enterrar
en un ataúd muy ancho,
en el que llevan á todos
los difuntos de aquel barrio.
El cadáver se movía
con los tumbos que iba dando.
Yo les hallé en el camino.
--Detened, les dije, el paso.
No va _completo_ el vehículo,
aún hay sitio para ambos;
llevadme también á mí
que yo la carrera pago;
poco hay desde aquí á la muerte,
el viaje no será caro...
--¿Y le enterraron á usted?
--No, señor; todo eso es un decir.

III
Exhumaron su cadáver,
lleváronlo al panteón...
--¿Ésos habrán sido los progresistas?...
--¡Silencio!
En el campo santo humilde
sólo la tumba quedó,
y en el hueco de la tumba
enterré mi corazón.
Oiga usted ahora el IV. Y me leyó todos los números romanos posibles;
cuando terminó la primera parte, olía á difunto.
--¿Qué opina usted? Así, en conjunto...
--Opino que debe usted esperar, para publicar su _Requiem eterno_,
alguna ocasión solemne... por ejemplo, sería de mucha actualidad en el
día del juicio...
--Eso es muy tarde...
--Bueno, pues cuando se inaugure la Necrópolis...
--Señorito, el barbero espera en la antesala.
--Dígale usted que se vaya, que hoy ya me ha hecho la barba este
caballero...


DON ERMEGUNCIO Ó LA VOCACIÓN
DEL NATURAL

¿Cuándo y por qué se empezó á hablar de don Ermeguncio en los
periódicos? Nadie lo sabe; yo sólo puedo asegurar que yo siempre oí
llamarle literato distinguido.
La vez primera que su nombre significativo sonó en mis oídos, por lo
demás era ya famoso, fué con motivo de unas oposiciones á una cátedra
de Psicología, Lógica y Ética. Sí; yo lo vi en la _Gaceta_; estaba el
último en la lista de jueces. Don Ermeguncio de la Trascendencia, autor
de obras; don Ermeguncio era, pues, ya por aquel entonces autor de
obras.
Eran los tiempos en que mandaban los krausistas. Por aquella época todo
se dividía en parte general, especial y orgánica. Don Ermeguncio había
escrito una _Memoria sobre el arte de extirpar los caracoles en las
huertas_; y una _Sociedad de Antropología general_ le dió un _accésit_
por su trabajo, que se dividía, no faltaba más, en parte general,
especial y orgánica. Ignoro por qué una Sociedad de Antropología
perseguía los caracoles; pero consigno un hecho.
Otra vez le _adjudicaron_ á Trascendencia una _rosa natural_, que
le tuvieron que mandar á Madrid desde Alicante. La había ganado en
un certamen escribiendo una oda en verso libre. _Á la influencia de
las bibliotecas populares en el adelanto general de la cultura._ Por
supuesto, la oda iba también dividida en parte general, especial y
orgánica.
Por estas dos producciones principalmente llamaba la _Gaceta_ autor de
obras á don Ermeguncio de la Trascendencia.
Primero faltaba el sol que don Ermeguncio dejase de asistir á la clase
de todos los catedráticos que habían sido ó estaban á punto de ser
ministros. Él ya era doctor; ¡pero amaba tanto la ciencia!
Desde que fué juez de oposiciones, Trascendencia se creyó en sazón para
considerarse, sin prejuicio ni sobrestima, un hombre importante, de la
clase de los sabios, subclase de los filósofos.
Pero vino Pavía y el sistema filosófico de don Ermeguncio se disolvió
como el Congreso. Aquella crisis de la política coincidió con una
crisis económica de Trascendencia.
Los _sucesos_ le cogieron sin un cuarto. Comprendió que no había
modo de sacarle jugo á la filosofía con la nueva situación. En
la Universidad ya no se hablaba del _concepto_ de nada, en los
periódicos todo se volvía personalidades, politiquilla vil y
rastrera.--Apliquemos--se dijo--la filosofía á la vida real, á la
actividad de los intereses temporales, en una palabra, hagamos
filosofía de la historia.--Y por recomendaciones de un ex
ministro entró en una redacción en calidad de redactor de fondos
filosófico-políticos y revistero de libros y teatros. Sus artículos
se titulaban _La política esencial_, _El formalismo político_, _Más
principios y menos personas_, etc., etc. Pero nadie los leía, ni
el corrector de pruebas, que dejaba pasar todos los perjuicios de
los cajistas en vez de los _prejuicios_ de don Ermeguncio. Una vez
hablaba el redactor de la infinita bondad de Dios, y los cajistas
pusieron la infinita bondad de Díaz, produciendo una especie de
antropomorfismo que estaba Trascendencia muy lejos de profesar.
Estas erratas le desesperaban, pero su pena era ociosa, porque nadie
leía sus artículos.--Casi me remuerde la conciencia--se decía--de
cobrar trabajo tan inútil; porque no está el país para esta política
fundamental.--Ignoraba el mísero Trascendencia que en aquella redacción
no se cobraba. Al redactor que pedía el sueldo se le echaba á la calle
por insubordinado.--¡Cómo!--exclamaba el director--¿usted piensa que
aquí nadamos en oro? ¿Que vivimos de subvenciones? No, señor; aquí
se juega trigo limpio.--Ni limpio ni sucio, porque no había trigo.
Don Ermeguncio tuvo que convencerse de que en España el periodista
suele ser tan filósofo como el primero en lo de no cobrar.--¡Y para
esto--gritaba comiéndose los codos,--para esto abandoné yo mis trabajos
especulativos y mis visiones poéticas!--Y suspiraba pensando en sus
estudios de antropología y en su oda á la influencia.
Así pasó mucho tiempo, esperando la edad _de la armonía_, como él
llamaba al primer pronunciamiento que le trajese á los suyos, y fumando
pitillos _prestados_. Sí, prestados, porque Trascendencia, con el
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