Doctor Sutilis (Cuentos) - 08

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esta especie de _Heroídas_ en prosa que adjuntas te remito y que son,
como verás, una correspondencia entre una verdadera _vengadora_ y este
humilde _filósofo_, según tú y otros amigos me llamáis, tal vez por
burlaros de mis aficiones. Mi _vengadora_ es más sabia que Teresa,
hasta es pedante y muy aficionada á psicologías, según consta en esos
papeles. He tenido guardadas estas cartas porque, si bien me parece que
tienen cierto sabor literario (y perdona la inmodestia, por lo que
toca á las mías) no creí hasta ahora que el público pudiera encontrar
verosímil esta clase de damas de las Camelias casi idealistas,
retorcidas y alambicadas de espíritu, pero no arrepentidas ni tal vez
enamoradas. Y que existe la mujer así es evidente: yo he conocido, he
visto ésa, de carne y hueso, y para que tú la conozcas también, en
espíritu, le dejo la palabra. Lee, y si te parece, publica.
Tuyo,
_El filósofo_.

II
Señor... filósofo: perdone usted, ante todo, que no le llame por su
nombre. Fernando no ha querido decírmelo ni en presencia de usted ni
á solas: usted tampoco ha querido ser menos misterioso; de modo que
respeto... á la fuerza, el incógnito, y le llamo por el mote que le han
puesto sus amigos. Pero conste que es á la fuerza, no porque yo quiera
usar con usted una familiaridad á que no tengo derecho y á la cual
usted no ha dado, por cierto, pretexto en el corto _lapso de tiempo_
(como dice Mambrú) que he tenido el honor de tratarle. Además, por mi
gusto, aunque pudiera legítimamente hablarle á usted, en broma, en
estilo _festivo_ (Mambrú), no lo haría hoy, y le confieso que con mucho
gusto le llamaría mi estimado don... Pepe, por ejemplo, ó Pepe ó Juan
ó lo que sea, á secas. No estoy para bromas. Además (y van dos), me
tiembla el pulso al escribir. Para mí la situación, ó el momento, ó
como se diga, es solemne. Escribo, acaso por primera vez, á un _hombre
honrado_; pues me inclino á creer que usted lo es, en efecto, no por
las apariencias sólo, no porque le llamen filósofo, y Fernando diga
que usted tiene mucho talento, pero _no vive en la realidad_; estos
serían, en todo caso, indicios de su honradez de usted, pero no bastan:
le creo hombre honrado por otras señas que observé en el citado _lapso_
de Mambrú.--Y ¿qué es un _hombre honrado_?--dirá usted.--¿Cómo cree
ésta que por primera vez escribe á un hombre honrado, cuando tantas
cartas... habrá escrito á Fernando... y al barón de X y á Paquito H
y... ¡etc., etc., etc., etc.!!!--Pues sepa usted, señor filósofo (por
mi gusto se llamaba usted _mi querido don Andrés_, como mi padre)
que ni Fernando ni los demás perdidos son para mí hombres honrados.
¿Qué es entonces un hombre honrado? Lo mismo que una mujer honrada.
Son hombres deshonrados los que tienen tratos con las mujeres... que
tienen tratos con esos hombres: ni más ni menos. _Do ut des_, como
dice Mambrú, aunque no sé si viene á pelo. Esto no quiere decir que
yo tenga por _malo_ á Fernando, eso no; pero no es lo mismo. Tampoco
yo soy una _mujer honrada_ y me tengo por buena. Ya ve usted que soy
bien franca y que no juego _á la demi mondaine_. ¡Ah! No. ¡Viva España!
Si yo fuera literata no hablaría como esas señoras sospechosas que he
visto representar á la Duse y á la Tubau: hablaría como la _Celestina_,
que es una comedia, ó novela en conversación, que me leyó Fernando y me
gustó mucho... Pero vamos al grano. Usted es un _hombre honrado_, ó me
lo parece, y esta _novedad_ me infunde un respeto extraño (á ratos,
cuando estoy de broma, loca, si me acuerdo de usted... se me escapa
por dentro la risa) y... si he de ser franca del todo... me entraron,
al fijarme en el modo que usted tenía _de no mirarme_, vivos deseos
de hacer que me mirara y admirara... y deseara. Todo esto pasó, me
pesa, y por eso se lo digo (y perdone tanto _seseo_). Á los ojos no me
miró usted más que un _momentín_ muy pequeño que no debe de merecer el
nombre de _lapso_. Usted también debe de acordarse. Es usted el único
hombre que entró en esta casa, desde que vivo con Fernando, á quien no
le conocí ni asomos de intención de burlar _al amigo_ y quitarle, más
ó menos completamente, la fidelidad cuasi conyugal de su Nila. Pero
hizo usted otra cosa: se llevó usted el retrato que había sobre la
_cónsola_, como dice Trini. Fernando, que miente cuando es necesario, y
eso que es casi tan _pensador_ como usted, jura y perjura que él no le
regaló el cuadrito, y como yo estoy segura de que usted fué quien se lo
llevó, de que el cuadro desapareció cuando usted salió de casa; como es
imposible que fuera el _ladrón_ alma nacida no siendo usted (no admito
discusión sobre esto) resulta... eso... que ha robado usted el retrato
de la señorita Elena, la hermana que se le murió á Fernando. No es
probable que usted se atreviera á llevarse el cuadro sin pedirlo; pero
sí creo que de Fernando no salió el ofrecérselo. Fué usted quien, ya
que no me ofendió deseando mi _infidelidad_, me maltrató sin decírmelo,
advirtiendo á Fernando que el retrato de su hermana parecía mal en la
casa en que vivimos juntos. (De que se lo llevó usted estoy segura;
porque Fernando no se lo tragó. Yo le registré en cuanto usted salió, y
á la calle no pudo tirarlo, y en casa doy fe de que no está. Usted lo
tiene). Él dice que estuvo usted algo enamorado platónicamente de su
hermana Elena, y que por eso...
No es eso. Es que usted cree que yo no debo tener en _mi_ casa el
retrato de esa señorita. Yo pensaba que no había pecado ni ofensa en
ello; que bastaba con no haber creído prudente, por el qué dirán,
sólo por eso, que entrase en casa ni una hilacha, ningún recuerdo de
la pobre _difunta_... de la _otra_ difunta. Sea como quiera (Mambrú),
digo, no, _séase de esto lo que quiera_, yo acato el _superior
criterio_ de usted; pero se me figura que si en vez de encontrarse
con Cristo se encuentra con usted la Magdalena, se quedan sin santa
de su devoción las Arrepentidas. En resumidas cuentas, si usted
quiere... devuélvanos el retrato (á no ser que jure _haber amado_
á esa señorita). Como usted, aunque filósofo, no lo sabe todo, ni
lo entiende todo, no sabe, no comprende el papel que ese cuadrito
desempeñaba en la casa. Era objeto de una especie de culto doméstico,
nuestros _dioses lares_, nuestros _penates_, ó como se diga: algo así
como un pebetero de buen olor de honradez, de intimidad digna, noble.
Fernando y yo, que somos á ratos unos locos, nos hemos empeñado en que
el amor todo lo vence (ó la pata de cabra), y llegamos á figurarnos
que somos... no marido y mujer, que eso no hace falta, y dice Fernando
que mujer _se tiene_ una sola, sino algo que, sin ser matrimonio, ni
querer imitarlo, y sin dejar de ser amor, es otra cosa también digna
á su modo, no _honrada_, pero otra cosa, tal vez mejor, allá, en alta
metafísica. En fin, esto se lo explicará á usted Fernando, si hablan de
ello, mejor que yo. Y eso que, no crea usted, puesta á ello, yo también
podría analizar con el escalpelo de la crítica (Mambrú puro) estas
quisicosas del alma en sus relaciones con el _medio ambiente_. (Repito
que dispense usted las bromas: no domino el estilo: él me lleva á mí y
por la costumbre de hablar siempre en _guasa_ escribo de esta manera...
cuando quisiera escribirle á usted como el devocionario).
Conque ¿nos devuelve usted el retrato? Por si se niega, ahí le mando á
usted por Petra ese paquete: es un escapulario de mi madre que yo he
traído _casi siempre_ conmigo. Ahora caigo en la cuenta de que, si el
retrato de la señorita Elena _se mancha_ estando sobre una consola de
la sala, este recuerdo de mi madre, bendito por añadidura, porque está
tocado al Santísimo Cristo de las Cadenas, _se mancha_ exponiéndose al
roce de Fernando, que es tan... tan _corrompido_ como esta servidora.
Ó vuelve el retrato y admita usted los tiquis miquis sentimentales y
suprasensibles de nuestro _arreglo_, ó quédense en poder del _hombre
honrado_ las dos cosas. Y, _más diré_ (Mambrú), si usted nos devuelve
el retrato... por el favor... y por _un no sé qué_, porque eso otro es
más serio, más... religioso, más... del alma, quédese usted, si quiere,
de todos modos, con el recuerdo de mi madre que le envío por Petra. Su
affma. s. s. y a. q. b. m., Nila.--Va sin señas el sobre porque no sé
cómo se llama usted ni dónde vive... (Petra lo sabe... pero ésa no
lo dice; fué ama de cría de Fernando; está juramentada... Pequeñeces
de la vida semiconyugal. Fernando es así. Él dice que es una broma
el no dejarme saber quién es usted... Me deja escribirle... con esta
condición: que no he de volver á verle ni he de saber dónde está, ni
cómo se llama). Petra también dice que es broma y se ríe á carcajadas.
En el fondo me halaga estar _un poco_ presa... y con espías. Fernando
no lee mis cartas: dice que le basta con leer lo que usted me
conteste... si se lo permito. Petra no sabe leer. Yo puedo decirle á
usted lo que quiera, siguiendo la broma; pero usted á mí es seguro que
sólo me dirá lo que deba. Es una diversión como otra cualquiera y que
Fernando me _otorga_, á cambio del teatro. Lo malo es que usted se
cansará pronto de esta comedia. Pero... no deje de contestarme, por
lo menos á esta _primera de retratos_, como diría Sancho. (¿Eh? ¡Qué
erudita!)--Vale.

III
Mi estimada amiga: es de mi obligación, aunque me pese, romper á las
primeras de cambio el encanto de la novela misteriosa, y á su modo
picaresca, que usted tenía tramada y cuyo primer capítulo viene á
ser la carta habilidosa á que contesto. Si en las comedias _todo lo
comprenden á lo último_, yo, para que no haya comedia, le declaro que
lo he comprendido todo desde el principio. Casi todo. Ni Fernando
le ha callado á usted mi nombre, ni le ha prohibido saber dónde
vivo, ni Petra ha sido nodriza, ni él desconfía de nosotros, de mí
particularmente, ni, mucho menos de usted, en el sentido de creer que
mi prosa puede ser pólvora en salvas para seducir á usted, y que,
en cambio, mi presencia corporal pudiera vencerla. Esto es lo que
usted quería dar á entender... Comprendido; pero no hay tal cosa: es
una estratagema de usted: la trama de su novela. Queda deshecha. Le
advierto que Fernando no sabe lo que usted me ha escrito; ignora que
usted quería componer una novela en colaboración con el _filósofo_. Yo
le he preguntado lo que necesitaba saber para cerciorarme de que usted
_fantaseaba_, pero de suerte que él nada pudiera sospechar del secreto
fin de mis preguntas.
También es obligación mía advertir á usted que de Fernando á mí hay
un género de intimidad espiritual que usted no puede sospechar adónde
llega. Usted es muy lista, sabe mucho (la aparente frivolidad y el
desaliño contrahecho de su carta tampoco me engañan), ha leído usted
mucha psicología... de novela y aun algo de literatura mística. Ya ve
usted si estoy enterado. Pero, permítame que se lo diga: una mujer,
como no sea una mujer extraordinaria, un monstruo verdadero, no llega
en estas materias adonde llegan los hombres... cuando llegan. Sé que
usted es capaz de comprender _mucho más_ de lo que pudiera inducirse
á juzgar por su carta... en la que imita usted á ciertas damas
alegres de novela y comedia... Es más; adivino que si usted vuelve á
escribirme, convencida de que he conocido el disfraz, se pondrá otro
muy diferente, y acaso le dé por presentárseme hecha una Hipatía
moderna. Pues con todo eso, no es probable que usted pueda comprender
de qué clase es la intimidad espiritual de Fernando y el que suscribe.
Tenga usted cuidado, por consiguiente, con lo que me dice. Lo que usted
y Fernando puedan confesarse, comunicarse en los momentos más sublimes
de esa metafísica amorosa que todo lo perdona, todo lo santifica, etc.,
etc., no tiene comparación en profundidad, solemnidad y... bondad, con
lo que en otra clase de expansiones nos decimos ese _perdido_, como
usted le llama, y este _hombre honrado_, que lo es, en efecto, en la
acepción que da usted á la palabra. Honrado... hasta cierto punto. Y
para que no vuelva usted á reirse de mí, en esos momentos en que no
es usted _mística_... á su manera, le voy á contar un cuento. Hay un
escritor en París (amigo y algo así como correligionario de M. M. B.
á quien usted _tanto_ conoce), el cual es propagandista y director en
cierto modo del movimiento neo-idealista, ó neo-religioso, ó neo...
lo que usted quiera, de que tantas veces habrá hablado con usted M.
M. B. Pues el tal escritor en un artículo reciente nos cuenta que
otro amigo suyo (no M. M. B.), que quería convertirse á la nueva
escuela ó tendencia, así como idealista y religiosa, le decía un tanto
alarmado:--Pero, vamos á ver, esto de la nueva idealidad, de la futura
religiosidad ¿significa... que no va uno á poder mirar á las mujeres
bonitas?--El filósofo cuasi-místico le reanimó diciéndole que no se
trataba de votos de castidad, ni de abstinencia que, por modestia
se seguía dejando á los sacerdotes _verdaderos_, á los de carrera.
Pues bien, amiga mía: yo soy de la escuela del amigo de su amigo de
usted. Yo miro á las mujeres bonitas y consagro no pequeña parte de mi
vida á estar enamorado á mi manera. El amor no es pecado ni pequeñez
cuando se le sabe conservar su mayor encanto, que es la ilusión. Así
como Gœthe, en el _Fausto_, segunda parte, que usted leyó en Granada,
en la Alhambra (¿estoy enterado?) hace decir á Manto en la Walpurgis
clásica _Den lieb ich, der Unmögliches begehrt_[1] yo opino que el amor
imposible es lícito... al que, por una razón ó por otra, no debe amar
en una mujer lo posible.
Yo, por motivos que no son del caso, no puedo amar lícitamente á las
mujeres que encuentro por ahí, si se ha de entender por amar pretender
_poseerlas_. (Palabra bárbara, grosera, aunque no tanto, como aquélla
que abunda en nuestros poetas clásicos: _gozarla_).
Por esto consagro mi idealidad amorosa, fuerza inexorable, invencible,
que ha de ser respetada si no se ha de mutilar la _representación
poética_, _animadora de la vida_, á las vírgenes pudorosas,
inasequibles, de las que estoy seguro que no serán mías. En cuanto veo
en ellas este _imposible moral_ que dignifica mi _ilusión_, á ésta me
arrojo sin miedo, remordimiento ni medida. No digo, amiga mía, que esto
sea una perfección moral, ni mucho menos, ni me propongo como dechado;
no hago más que declarar cuál es el expediente á que he podido llegar
yo para resolver, interinamente á lo menos, esta dificultad que
engendra la oposición entre ciertas leyes sociales, consuetudinarias,
hoy por hoy indispensables, y algunas tendencias naturales que
constituyen elementos insustituíbles para la vida estética armónica.
Hablo de esto, principalmente, por que usted vea que yo no bajo la
vista en presencia de la mujer, sino que _por principios_ me enamoro,
á mi manera, exclusivamente de las mujeres puras, de las que no son
capaces _moralmente_ de amar, ó mostrarlo al menos, á un hombre que
no puede contraer _justas nupcias_. La mujer imposible es mi único
_tópico_ amoroso. Ya lo sabe usted. De modo que entre nosotros no hay
_flirtation_ posible; y, además, no cabe mirarme como un _seminarista
escapado_: soy tan _hombre de mundo_ como cualquiera... que no
practique. Ni una _tentación_ para los momentos de _mística_ diabólica,
ni una figura ridícula para los momentos de epicurismo reincidente.
Tengo un verdadero placer al escribir todo esto, seguro de que usted
me entiende. Lo cual no quiere decir que usted _lo entiende todo_. No,
ciertos lazos que nos unen á Fernando y á mí, y de que él tal vez está
olvidado por algún tiempo, usted no puede verlos. Su vista espiritual
es sutil, pero no tanto. Y ahora á otra cosa. No quiero ser traidor.
Sé su historia de usted... hasta el punto que usted ha querido que la
supiera Fernando.
Y un poco más allá, por ciertos cálculos de trigonometría psicológica
que hicimos entre Fernando y yo, y después yo solo, Fernando no le ha
jugado á usted ninguna partida serrana, al contarme sus confidencias.
No puede usted figurarse adónde llega la intimidad de dos amigos
verdaderos; qué secretos se cuentan cuando casi emborrachados
materialmente por las mutuas confesiones de idealidades, aventuras
poéticas, vaporosas, discurren horas y horas, verbigracia, paseando
á media noche, en primavera, recogiendo al paso las emanaciones
perfumadas de los jardines de los ricos (de los ricos que no gozan de
esta riqueza suya, porque ó duermen ó velan por miserables cuidados
lejos de sus propias flores), gozando de esos aromas volanderos que
se burlan del derecho de propiedad y van á halagar los sentidos y el
espíritu de sus verdaderos propietarios, los soñadores que pasean á
media noche contándose purísimos ideales, escudriñando á dúo arcanos
santos de la vida... Y el uno dice: --Voy á llevarte á tu casa.--Y
cuando llegan dice el otro:--No tengo sueño, necesito andar más: voy á
llevarte yo á ti.--Y llegan á la casa del que acompañó primero, el cual
tampoco quiere acostarse todavía. Y así van y vienen, y les sorprende
el canto de la alondra, aunque no haya alondras, pero les sorprende el
alba y el recuerdo de la alondra de Shakespeare y el de Romeo que vela,
y que, ausente Julieta, pero presente el amigo, con él se compara en
deliquio que, si no es comparable al amoroso, tiene una austera poesía
inefable... que no comprenden bien ustedes las mujeres, por exquisitas
que sean en sus _psicologías_, y aunque hayan acompañado á un _poeta
decadente_ en un viaje, cuasi-peregrinación por el país de los místicos.
Sí, Nila, lo sé todo: sé su historia de usted... hasta donde la sabe
Fernando. ¿Para qué contársela á usted? Fuera impertinencia. Para
hablarle de otras cosas, del retrato que me llevé y del escapulario que
por Petra usted me envió, necesito, si he de ser sincero, conocerla
á usted más, para estar seguro de no profanar, hablando con usted de
ellas, cosas tan serias y respetables como son el retrato de la hermana
de Fernando y el escapulario de su señora madre de usted. Su affmo.
amigo, q. b. s. p.,
_El Filósofo._

IV
Amigo... filósofo (repito que no sé su nombre de usted; Fernando
le ha engañado): observo con cierta vanidad que es usted mucho más
difuso y desordenado que yo al escribir: empieza usted un asunto...
se pierde en pormenores, y ¡adiós _hilo del discurso_! Además,
también es usted menos... delicado... ¡Qué pocas galanterías me dice
usted!... Hablar así á una _dama_ es enseñar las uñas... antes de
limpiarlas. No importa. Los filósofos me gustan así. Los amantes, no.
Observe usted que yo no hablaba directamente nada apenas de nuestra
_impossible flirtation_, y usted... apenas habla de otra cosa, aunque
sea para negar su posibilidad. Pero vamos á otro asunto. Á lo que _hoy_
me importa. Digo hoy porque otro día, que esté yo más desocupada,
hablaremos de otra cosa. Dejo para más adelante lo de su amor de usted
_en alemán_, lo de las _ingenuas_, su afición á los pimpollitos (señal
de vejez). (Ahora la grosera soy yo, ¿verdad?) No haga usted caso. Le
comprendo á usted... un _poco_ (hasta donde puede comprender una mujer
_no extraordinaria_) porque..., _auch ich war in Arcadien geboren_:
(_yo también nací en Arcadia_) (Schiller), y yo también sé alemán y
_supe_ querer en _alemán_. Yo también fuí, si no filósofo ni _amigo
íntimo_, mujer pura, virgen _imposible_ (y con todo, hubo quien pudo).
Pero á eso íbamos, antes del paréntesis. Íbamos á mi historia. ¿Conque
la sabe usted? ¿Está usted seguro? Usted sabrá la que Fernando le
contó; pero, ¿es ésa mi historia? Ésta es la cuestión. Lo primero que
_exijo_ es que me la cuente usted... Porque... puede muy bien suceder
que yo no la sepa. Ó porque Fernando no le haya contado á usted la
misma que yo le conté á él... ó porque yo me haya olvidado de la
historia que le conté á Fernando. Veamos. Venga ésa, la que usted sabe,
y después yo desembucharé la historia _auténtica_... si me conviene.
Diga usted lo que sabe, criatura. Su amiga y colega en pedantería,
_Nila_. Hoy no hay postdata: no la merece usted.

NOTAS:
[1] Yo amo al que desea lo imposible.--(N. de C.)


MEDALLA... DE PERRO CHICO

¿Que no conocen ustedes á la de Casa-Pinar? ¡Pues si no se ve por ahí
otra cosa! Ella es la golondrina que sí hace verano.
En cuanto asoma Agosto, se presenta Agripina Pinillos, hija de la
marquesa viuda, y pontificia, de Casa-Pinar.
Es una golondrina que no viene de África, á no ser que África empiece
en Pajares. Viene de tierra de Campos ó cosa así: es _high life_... de
_tierra_, y, á todo tirar, de _Toro_.
Todos los veranos aparece con una protesta que no se le cae de los
labios, á saber: que por milagro de Dios no está en San Sebastián ó en
Ostende ó en Corls... eso, en fin, donde la señora de Cánovas.
Todavía da la mano como se daba el año ochenta y tantos, es decir, como
quien da una coz con los remos delanteros. Si no fuese por la moda,
ese ídolo que no conocieron los griegos, la de Casa-Pinar sería una
perfecta hermosura. No es la Venus Urania, es la Venus... _snob_.
Sí; representa el _snobismo_... de cabotaje.
Porque no sale de nuestras costas.
Quiere ser más figurín que estatua. Entre Fidias y el _modisto_ mejor
de París, ella no vacilaría: se pondría en manos del _modisto_.
Cuando se ve desnuda, se desprecia. Y vuelve á ser el pavo real,
satisfecho de sus plumas, cuando se ciñe el ridículo traje de baño y se
pone el sombrero que la convierte en un patache á toda vela, ó el gorro
ignominioso que la hace parecerse á un frasco de esencias. ¿Queréis que
os salude la de Casa-Pinar, ya que tenéis el honor de tratarla y ser
acreedor de su señora madre, por ejemplo?
Pues en vano aspirais á tal privilegio... si llevais chaleco al
balneario.
Es necesario, para que Agripina os honre con algo más que una
imperceptible inclinación de cabeza, que os presentéis con zapatos
blancos, de tela y con semicírculos de charol, con faja chillona y
camisa churrigueresca terminada por cuello blanco de los que dan
garrote al dar vuelta.
Agripina Pinillos viene á la playa á curar no sé qué humores, que
más parecen humos; pero la vida que hace no es para llegar á vieja.
Como el otro dijo: _mi cura de aguas_, ella puede decir... _mi cura
de vientos_. Y no es por lo que la dé el aire, sino porque todo lo
sacrifica á los huracanes de la vanidad.
Se levanta á las doce, porque trasnocha, y se va muy peripuesta á _Las
Carolinas_ en el momento preciso en que no se puede dar un paso por los
corredores.
Se da algunos días, cuando hay muchos espectadores sin chaleco, un baño
de arena y de malicia. Usa bañero, que como no trae chaleco, no se
hace acreedor á su desprecio.
Al obscurecer la veréis en las Termópilas de la calle Corrida, dando
“los codazos que daba Mesalina” en las estrecheces de la acera, delante
de _Colón_.
De noche, ya se sabe, en las Catacumbas de Dindurra, esto es, en el
Teatro Cómico, que no se da un aire al de Lara porque allí no hay aire
ni para eso. Total, que la de Pinillos no respira en todo el día. Vive
del aire que lleva en la cabeza.
¿Ama? Sí, ama, según su género (algodón) á un joven, también triguero,
que tiene un traje para cada hora del día. ¿Qué digo cada hora? La
indumentaria de este sietemesino puede reemplazar á un reloj de sol,
porque va cambiando según el astro rey sube y baja por el espacio.
Fijaos bien y veréis que el sombrero de Juanito Pinabete y Conífera no
es absolutamente el mismo á las once que á las once y cuarto.
Pero ¡ay! Pinabete _está llamado á desaparecer_ del corazón de trapo
de Agripina. Porque acaba de llegar un teniente armado de todas armas,
el cual tiene tantos trajes como Juanito, más el uniforme que á última
hora se viste para deslumbrar á Agripina con todos aquellos cordones,
bordaduras y cimeras...
Y Pinabete no tiene uniforme; lo cual le hace suspirar exclamando:
¡Si yo fuera... siquiera bombero!
Para terminar:
Dicho sea en honor, ó en deshonor, según se mire, de Agripina la de
Casa-Pinar.
Ya que en esta mujer no hay nada espiritualmente humano, confesemos que
algo humano hay, según la materia.
Porque _Xuaco_, el buen mozo que la baña, tiene mucho apego á esta
parroquiana, y eso que sabe que las de Casa-Pinar no dan propina.
* * * * *
Paca Blanco también es de Castilla, del mismo pueblo que la de
Pinillos. Se baña allá, hacia las últimas casetas de la _Sultana_. Al
llegar á la orilla del agua parece una figura dantesca, con su saco
largo, obscuro, de graves y preciosos pliegues. Es alta, esbelta, de
alabastro; no se baña con sombrero, ni gorro, ni papalina; el sol le
bruñe el rodete negro, de picaporte, el radiante casco de Minerva
aldeana. Sus ojos, moras maduras, se ven más de lejos; y de cerca, las
pocas veces que miran despacio y con susto, son todo un hartazgo de
delicias, unas bodas de Camacho de golosinas del alma. La Paca es hija
de un cosechero rico que vive, no á lo pobre, pero sí á lo modesto. La
Paca no es señorita, ni gana. Su hermosura soberana es anterior á la
división de clases.
Se baña al salir el sol. Nada de bañero. No sube á los balnearios, no
va al teatro. Mucha playa, paseos por Santa Catalina, y cuando hay
mucha ola ó salen barcos grandes, un ratico de contemplación, apoyada
en el muro alto del muelle. Se llena Paca los ojos, serios y soñadores,
de la poesía del horizonte, como si esperase algo que de allá lejos le
ha de traer una ventura.
Casi nunca ríe; pero si una ola salta por encima del muro y la refresca
el rostro con agujitas saladas, que son como una caricia, se enjuga las
mejillas de rosa, un poco sonriente.
De noche, con su padre, á tomar el fresco, á oir la música de Begoña,
de lejos, desde lo oscuro.
No tiene novio; no tiene amores. Pero tiene algo mejor: los espera.
Cualquiera diría que se aburre en los baños. Y no hay tal: cuando está
allá en su Castilla, contemplando la llanura de tierra, se acuerda
con amor triste de la llanura del agua; de lo que sintió y sonó en su
orilla. Verdad es que ahora, á orillas del Océano, recuerda con vaga
_saudade_ sus queridos llanos de Castilla.
* * * * *


DIÁLOGO EDIFICANTE

PERSONAJES:
La Capilla evangélica.--La Catedral de Covadonga.
Coro de Catedrales.

LA CAPILLA
Cerrada.
¿Por qué no me abren? Por fanatismo.

LA CATEDRAL
Asomando algunas columnas á flor de tierra.
¿Por qué no me sacan de cimientos? ¿Por qué no me construyen de una
vez? ¿Por qué no me cubren, á lo menos, para librarme de la intemperie?
Por avaricia, por indiferentismo.

LA CAPILLA
Como el pino del Norte suspiraba por la palmera del Mediodía, podemos
amarnos y entendernos, ¡oh catedral católica!, tú desde tu vericueto de
Covadonga, yo desde este desierto madrileño...

LA CATEDRAL
No diré yo tanto. Nada de coaliciones imposibles. Quéjate tú por
tu cuenta, y yo me lamentaré por la mía. No somos hermanas. _Non
possumus._ Somos un contraste.

LA CAPILLA
Como quieras. Pero de nuestra antítesis sale una armonía elocuente. Á
mí no me dejan _abrirme_ y ya estoy construída. Á ti te abrirán sin
inconveniente, pero no te construyen. Si no fuera absurdo se podría
decir que quien sale perdiendo es Dios, que tiene dos templos menos.

LA CATEDRAL
En otros siglos, valga la verdad, no te dejarían abrirte tampoco, y
hasta se atreverían á derribarte; pero, en cambio, á mí me construirían
en poco tiempo, con entusiasmo, á la voz de la fe viva y ardiente.

LA CAPILLA
Hoy existe bastante fanatismo para inutilizarme á mí y poca fe para
levantar tus paredes, tus torres. De la religión se han quedado con lo
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