Doctor Sutilis (Cuentos) - 04

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grabada en la cabeza, cuáles eran los altos y bajos del terreno que á
sus ojos se extendía, ante la consideración del fisco: aquel altozano
de la vega pagaba al Estado mucho menos que el pradico de la Solana,
metido de patas en el río: por lo cual estaba, según Pastrana, el
pradico mucho más alto sobre el nivel de la contribución que el erguido
cerro que era del marqués de Pozos-hondos, y por eso pagaba menos. Por
este tenor, la imaginación de Pastrana convertía el monte en llano, y
el llano en monte; y observaba que eran los pobres los que tenían sus
pegujares por las nubes, mientras los ricos influyentes tenían bajo
tierra sus dominios, según lo poco y mal que contribuían á las cargas
del Estado.
Estas observaciones no hicieron de Pastrana un filántropo, ni un
socialista, ni un demagogo, sino que le hicieron abrir el ojo para lo
que se verá en el capítulo siguiente.

II
Pastrana no daba puntada sin hilo. Aquellos paseos por los campos y
los montes dieron más tarde ópimo fruto á nuestro héroe. Era necesario,
se decía, _sacar partido_ (su frase favorita) de todas aquellas
irregularidades administrativas. El salmón fué ante todo el objetivo
de sus maquinaciones. Varios días se le vió trabajar asiduamente en
el archivo del Ayuntamiento: Pespunte le ayudaba á revolver legajos,
á atar y desatar y á limpiar de polvo, ya que de paja no era posible,
los papelotes del Municipio. Ocho días duró aquel trabajo de erudición
concejil. Otros ocho anduvo registrando escrituras y copiando matrices
en los protocolos notariales, merced á la benévola protección que le
otorgaba el señor Litispendencia, escribano del pueblo. Después...
Pespunte no vió en quince días á Pedro Pastrana. Se había encerrado en
su casa-habitación, como decía Pespunte, y allí se pasó dos semanas sin
levantar cabeza.
En la secretaría se le echaba de menos; pero el alcalde, que profesaba
también profundo respeto á los planes y trabajos del secretario, no se
dió por entendido, y suplió, como pudo, la presencia de Pastrana. En
fin, un domingo Pedro se presentó en público de levita, oyó misa mayor
y se dirigió á casa del alcalde: iba á pedirle una licencia de pocos
días para ir á la capital de la provincia. ¿Á qué? Ni lo preguntó el
alcalde, ni Pespunte se atrevió á procurar adivinarlo. Pastrana tomó
asiento en el cupé de la diligencia que pasaba por Villaconducho á las
cuatro de la tarde.
El resultado de aquel viaje fué el siguiente: un opúsculo de 160
páginas en 4.° mayor, letra del 8, intitulado _Apuntes para la
historia del privilegio de la pesca del salmón en el río Sele, en
los Pozos-obscuros del Ayuntamiento de Villaconducho, que disfruta
en la actualidad el excelentísimo señor marqués de Pozos-hondos
(Primera parte), por don Pedro Pastrana Rodríguez, secretario de dicho
Ayuntamiento de Villaconducho_.
Sí; así se llamaba la primera obra literaria de aquel Pastrana que
andando el tiempo había de escribirlas inmortales, ó poco menos, no ya
tratando el asunto, al fin baladí, de la pesca del salmón, sino otros
tan interesantes como el de _La caza y la veda_, _La ocultación de la
riqueza territorial_, _Fuentes ó raíces de este abuso_, _Cómo se pueden
cegar ó extirpar estas fuentes ó raíces_.
Pero volviendo al opúsculo piscatorio, diremos que produjo una
revolución en Villaconducho, revolución que hubo de transcender á
los habitantes de Pozos-obscuros, queremos decir á los salmones, que
en adelante decidieron dejarse pescar con cuenta y razón, esto es,
siempre y cuando que el privilegio de Pozos-hondos resultare claro
como el agua de Pozos-obscuros: fundado en derecho. ¿Lo estaba? ¡Ah!
Ésta era la gran cuestión, que Pastrana se guardó muy bien de resolver
en la primera parte de su trabajo. En ella se suscitaban pavorosas
dudas histórico-jurídicas acerca de la legitimidad de aquella renta
pingüe--pingüe decía el texto--de que gozaba la casa de Pozos-hondos;
en la sección del libro titulada _Piezas justificantes_, en la cual
había echado el resto de su erudición municipal el autor, había
acumulado argumentos poderosos en pro y en contra del privilegio;
“la imparcialidad, decía una nota, nos obliga, á fuer de verídicos
historiadores y según el conocido consejo de Tácito, á ser atrevidos
lo bastante para no callar nada de cuanto debe decirse, pero también
á no decir nada que no sea probado. Suspendemos nuestro juicio
por ahora; ésta es la exposición histórica: en la segunda parte,
que será la síntesis, diremos al fin nuestra opinión, declarando
paladinamente cómo entendemos nosotros que debe resolverse este
problema jurídico-administrativo-histórico del _privilegio del Sele en
Villaconducho_, como le denominan antiguos tratadistas”.
El marqués de Pozos-hondos, que se comía los salmones del Sele en
Madrid, en compañía de una bailarina del Real, capaz de tragarse el
río, cuanto más los salmones, convertidos en billetes de Banco; el
marqués tuvo noticia del folleto y del efecto que estaba causando en su
distrito (pues además de salmones tenía electores en Villaconducho).
Primero se fué derecho al ministro á reclamar justicia; quería que el
secretario fuese destituido por atreverse á poner en tela de juicio un
privilegio señorial del más adicto de los diputados ministeriales; y,
por añadidura, pedía el secuestro de la edición del folleto, que él no
había leído, pero que contendría ataques directos ó indirectos á las
instituciones.
El Ministro escribió al Gobernador, el Gobernador al Alcalde y el
Alcalde llamó á su casa al Secretario para que... redactase la carta
con que quería contestar al Gobernador, para que éste se entendiera
con el Ministro. Ocho días después, el Ministro le decía al diputado:
“Amigo mío, ha visto usted las cosas como no son, y no es posible
satisfacer sus deseos; el secretario es excelente hombre, excelente
funcionario y excelentísimo ministerial; el folleto no es subversivo,
ni siquiera irrespetuoso respecto de sus salmones de usted; hoy lo
recibirá usted por el correo, y si lo lee, se convencerá de ello.
Gobernar es transigir, y pescar viene á ser como gobernar; de modo,
que lo mejor será que usted reparta los salmones con ese secretario,
que está dispuesto á entenderse con usted. En cuanto á destituirlo, no
hay que pensar en ello; su popularidad en Villaconducho crece como la
espuma, y sería peligrosa toda medida contra ese funcionario...”
Esto de la popularidad era muy cierto. Los vecinos de Villaconducho
veían con muy malos ojos que todos los salmones del río cayesen en
las máquinas endiabladas del Marqués; pero, como suele decirse, nadie
se atrevía á echar la liebre. Así es que cuando se leyó y comentó
el folleto de don Pedro Pastrana y Rodríguez, la fama de éste no
tuvo rival en todo el Concejo, y muy especialmente adquirió amigos
y simpatías entre los _exaltados_. Los exaltados eran el médico, el
albéitar, Cosme, licenciado del ejército; Ginés, el cómico retirado, y
varios zagalones del pueblo, no todos tan ocupados como fuera menester.
Pespunte, que también tenía ideas (él así las llamaba) un tanto
calientes, les decía á los demócratas, _para inter nos_, que el chico
era de los suyos, y que tenía una intención atroz, y que ello diría,
porque para las ocasiones son los hombres, y “obras son amores, y no
buenas razones”, y que detrás de lo del privilegio vendrían otras
más gordas, y, en fin, que dejasen al chico, que amanecería Dios y
medraríamos. Pastrana dejaba que rodase la bola; no se desvanecía con
sus triunfos, y no quería más que _sacar partido_ de todo aquello. Si
los exaltados le sonreían y halagaban, no les respondía á coces, ni
mucho menos, pero tampoco soltaba prenda; y le bastaba para mantener su
benévola inclinación y curiosidad oficiosa, con hacerse el misterioso y
reservado, y para esto le ayudaba no poco la levita de gran señor, que
ahora le estaba como nunca. Pero ¡ay! pese á los cálculos optimistas
de Pespunte, no iba por allí el agua del molino; los exaltados y sus
favores no eran, en los planes de Pastrana, más que el cebo, y el pez
que había de tragarlo no andaba por allí; de él se había de saber por
el correo.
Y, en efecto, una mañana recibió el secretario una carta, cuyo sobre
ostentaba el sello del Congreso de los Diputados. Era una carta
del señor del privilegio, era lo que esperaba Pastrana desde el
primer día que había contemplado desde Puentemayor correr las aguas
en remolino hacia aquel remanso donde las sombras del monte y del
castañar obscurecían la superficie del Sele. El marqués capitulaba y
ofrecía al activo y erudito cronista de sus privilegios señoriales su
amistad é influencia; era necesario que en este país, donde el talento
sucumbe por falta de protección, los poderosos tendieran la mano á los
hombres de mérito. En su consecuencia, el Marqués se ofrecía á pagar
todos los gastos de publicación que ocasionara la segunda parte de la
“Historia del privilegio de pesca”, y en adelante esperaba tener un
amigo particular y político en quien tan respetuosamente había tratado
la arriesgada materia de sus derechos señoriales. Pastrana contestó
al Marqués con la finura del mundo, asegurándole que siempre había
creído en los sólidos títulos de su propiedad sobre los salmones de
Pozos-obscuros, los cuales salmones llevaban en su dorada librea, como
los peces del Mediterráneo llevan las barras de Aragón, las armas de
Pozos-hondos, que son escamas en campo de oro. De paso manifestaba
respetuosamente al señor Marqués que el soto grande estaba muy mal
administrado, que en él hacían leña todos los vecinos, y que si se
trataba de evitarlo, era preciso hacerlo de modo que no se enterase la
Administración de la falta de existencia económico-civil-rentística del
soto, finca anónima en lo que toca á las relaciones con el Fisco. El
Marqués, que algunas veces había oído en el Congreso hablar de este
galimatías, sacó en limpio que el secretario sabía que el soto grande
no pagaba contribución. Nueva carta del Marqués, nuevos ofrecimientos,
réplica de Pastrana diciendo que él era un pozo tan hondo como el
mismísimo Pozos-hondos, y que ni del soto ni de otras heredades, que
en no menos anómala situación poseía el Marqués, diría él palabra
que pudiese comprometer los sagrados intereses de tan antigua y
privilegiada casa. Pocos meses después los exaltados decían pestes
de Pastrana, á quien el marqués de Pozos-hondos hacía administrador
general de sus bienes raíces y muebles en Villaconducho, aunque á
nombre de su señor padre, porque Pedro no tenía edad suficiente para
desempeñar sin estorbos de formalidades legales tan elevado cargo.
Y en esto se disolvieron las Cortes y se anunciaron nuevas elecciones
generales. Por cierto que cuando leyó esta noticia en la _Gaceta_
estaba Pastrana entresacando pinos en la Grandota, otra finca que no
tenía relaciones con el Fisco; entresaca útil, en primer lugar, para
los pinos supervivientes, como los llamaba el administrador; en segundo
lugar, para el Marqués, su dueño, y en el último lugar, para Pastrana,
que de los pinos entresacados entresacaba él más de la mitad moralmente
en pago de tomarse por los intereses del amo un cuidado que sólo
prestaría un diligentísimo padre de familia. Y ya que voluntariamente
prestaba la culpa levísima, no quería que fuese á humo de pajas. En
cuanto leyó lo de las elecciones, comparó instintivamente los votos
con los pinos, y se propuso, para un porvenir quizá no muy lejano,
entresacar electores en aquella dehesa electoral de Villaconducho.
Pespunte, que se había resellado como Pastrana, pues para los
admiradores como el sastre, incondicionales, las ideas son menos que
los ídolos, Pespunte no podía imaginar adónde llegaban los ambiciosos
proyectos de don Pedro. Lo único que supo, porque esto fué cosa de
pocos días, y público y notorio, que el alcalde no haría aquellas
elecciones, porque antes sería destituido. Como lo fué efectivamente.
Las elecciones las hizo el señor administrador del excelentísimo
señor marqués de Pozos-hondos, presidente del Ayuntamiento de
Villaconducho, comendador de la Orden de Carlos III, señor don Pedro
Pastrana y Rodríguez. Un día antes del escrutinio general, se publicó
la segunda parte de los “Apuntes para la historia del privilegio”;
en ella se demostraba finalmente que ya en tiempo del rey Don Pelayo
pescaban salmones en el Sele sus próximos parientes los Marqueses
de Pozos-hondos, encargados de suministrar el pescado necesario á
todos los ejércitos del rey de la Reconquista durante la Cuaresma. Al
siguiente día se recogieron las redes y se vació el cántaro electoral,
todo bajo los auspicios de Pastrana; jamás el Marqués había tenido
tamaña cosecha de votos y salmones.

III
Es necesario, para el regular proceso de esta verídica historia, que
el lector, en alas de su ardiente fantasía, acelere el curso de los
años y deje atrás no pocos. Mientras el lector atraviesa el tiempo de
un brinco, Pastrana, por sus pasos contados, atraviesa multitud de
funciones públicas, unas retribuídas y otras no, meramente honoríficas.
Hechas las elecciones, resultó que el marqués de Pozos-hondos era cinco
veces más popular en Villaconducho que su enemigo el candidato de
oposición. De resultas de esta popularidad del Marqués, hubo que hacer
á Pastrana administrador de Bienes Nacionales. También se le formó
expediente por cohecho y se le persiguió en justicia por no sé qué
minuciosas formalidades de la ley electoral; el Marqués bien hubiera
querido dejar en la estacada á su administrador de votos, salmones y
hacienda; pero don Pedro Pastrana hizo comprender perfectamente al
magnate la solidaridad de sus intereses, y salió libre y sin costas
de todas aquellas redes con que la ley quería pescarle. Pastrana no
perdonó al Marqués el poco celo que había manifestado por salvarle.
Al año siguiente, en que hubo nuevas elecciones para Constituyentes
nada menos, el candidato de oposición fué cinco veces más popular que
el Marqués. Bueno es advertir que el candidato de oposición ya no era
de oposición, porque habían triunfado los suyos. El Marqués se quedó
sin distrito; y como se había acabado el tiempo del monopolio (según
decía Pespunte, que se había echado al río para deshacer á hachazos
las máquinas de pescar salmones), como ya no había clases, el pueblo
pudo pescar á río revuelto, y aquel año la bailarina del Marqués no
comió salmón. Pasó otro año, hubo nuevas elecciones, porque las cortes
las disolvió no sé quién, pero, en fin, uno de tropa, y entonces no
fueron diputados ni el Marqués ni su enemigo, sino el mismísimo don
Pedro Pastrana, que, una vez _encauzada la revolución_... y encauzado
el río, cogió las riendas del gobierno de Villaconducho, y en nombre
de la libertad bien entendida, y para evitar la _anarquía mansa_ de
que estaban siendo víctimas el distrito y los salmones, se atribuyó el
privilegio de la pesca y el alto y merecido honor de representar ante
el nuevo Parlamento á los villaconduchanos.

IV
Y aquí era donde yo le quería ver.
Tiene la palabra _La Correspondencia_:
“Ha llegado á Madrid el señor don Pedro Pastrana Rodríguez, diputado
adicto por el distrito de Villaconducho, vencedor del Marqués de
Pozos-hondos en una empeñada batalla electoral.”
Pasan algunos días; vuelve á tener la palabra _La Correspondencia_:
“Es notabilísima, bajo muchos conceptos, y muy alabada de las personas
competentes, la obra publicada recientemente sobre _Los amillaramientos
y abusos inveterados de la ocultación de riqueza territorial_, por el
diputado adicto señor don Pedro Pastrana Rodríguez.”
“Ha sido nombrado de la comisión de *** el reputado publicista
financiero señor don Pedro Pastrana Rodríguez, diputado adicto por
Villaconducho.”
“No es cierto que haya presentado voto particular en la célebre
cuestión de los tabacos de la Vuelta del Medio, el ilustrado individuo
de la comisión señor Pastrana Rodríguez.”
“Digan lo que quieran los maliciosos, no es cierto que el ilustre
escritor señor Pastrana, haya adquirido la propiedad de la marca
_Aliquid chupatur_, con que se distinguen los acreditados tabacos de
Vuelta del Medio. No es el señor Pastrana el nuevo propietario, sino su
paisano y amigo el alcalde de Villaconducho, señor Pespunte.”
“Ha sido aprobado el proyecto de ley del ferrocarril de Villaconducho
á los Tuétanos, montes de la provincia de ***, riquísimos en mineral
de plata; los cuales Tuétanos serán explotados en gran escala por una
gran Compañía, de cuyo Consejo de administración no es cierto que sea
presidente el individuo de la Comisión á cuya influencia se dice que es
debida la concesión de dicho ferrocarril.”
“Parece cosa decidida el viaje del Jefe del Estado á la provincia
de ***. Asistirá á la inauguración del ferrocarril de los Tuétanos,
hospedándose en la quinta regia que en aquella pintoresca comarca
posee el señor Pastrana.”
“No pueden ustedes figurarse á qué grado llegan el acendrado
patriotismo y la exquisita amabilidad que distinguen al gran
hacendista, de quien fué huésped S. M., nuestro amigo y paisano el
señor marqués de Pozos-oscuros, presidente, como saben nuestros
lectores, de la Comisión encargada de gestionar un importante negocio
en las capitales de Europa.”
“Ha sido nombrado presidente de la Comisión que ha de presentar
informe en el famoso negocio de los tabacos de Vuelta del Medio, el
señor marqués de Pozos-oscuros, ya de vuelta de su viaje á las cortes
extranjeras.”
“Satisfactoriamente para el sistema parlamentario y su prestigio, ha
terminado en la sesión de ayer tarde el ruidoso incidente que había
surgido entre el señor marqués de Pozos-oscuros y el señor Pespunte,
diputado por la Vuelta del Medio. El señor Pespunte, en el calor de
la discusión, y un tanto enojado por el calificativo de _ingrato_ que
le había dirigido el presidente de la Comisión, pronunció palabras
poco parlamentarias, tales como ‘ropa sucia’, ‘manos puercas’, ‘río
revuelto’, ’bragas enjutas’, ‘fumarse la isla’, ‘merienda de negros’,
‘presidio suelto’, ‘cocinero y fraile’, ‘peces gordos’, y otras no
menos malsonantes. El digno diputado de la isla hubo de retirarlas ante
la actitud enérgica del señor marqués de Pozos-hondos, ministro de
Hacienda, que declaró que la honra del señor marqués de Pozos-oscuros
estaba muy alta para que pudieran mancharla ciertas acusaciones. Nos
alegraríamos, por el prestigio del sistema parlamentario, de que no se
repitieran escenas de esta índole, tan frecuentes en otros Parlamentos,
pero no en el nuestro, modelo de templanza”.
Hasta aquí _La Correspondencia_.
Ahora un oficio de la fiscalía: “Advierto á usted, para los efectos
consiguientes, que ha sido denunciado por esta fiscalía el número
primero del periódico _El Puerto de Arrebata-capas_, por su artículo
editorial, que titula ‘¡Vecinos, ladrones!’ que empieza con las
palabras ‘Pozos obscuros, y muy obscuros’, y termina con las ‘á la
cárcel desde el Congreso’.”

V
EPÍLOGO
_La Correspondencia_: “Para el estudio del proyecto de reforma del
Código Penal ha sido nombrada una Comisión compuesta por los señores
siguientes: Presidente, D. Pedro Pastrana Rodríguez...”


DE BURGUESA Á CORTESANA

Mi querida Doña Encarnación: Ya sé que las de Pinto dijeron por ahí á
los amigos que las de Covachuelón no iríamos á las fiestas por falta
de posibles ó por falta de amor á los regocijos, como dice mi Juan
que se llama eso; no haga usted pizca de caso, porque ya nos hemos
encargado los sombreros, de ésos que parecen de hombre, que son la
última moda, según dijo la modista, que es de París de Francia, como si
dijéramos; porque si bien ella no nació allá ni lo vió con sus propios
ojos, su marido es de pura raza parisién: ¡conque figúrese usted!
Iremos, y tres más, lo cual, para evitarle á usted molestias de andar
buscando casa y demás, nos iremos derechitos á la suya, y así se ahorra
usted la incomodidad de tener que entenderse con fondistas y amas de
huéspedes, que en estos días sacarán la tripa de mal año y pedirán
por una habitación un ojo de la cara. Adjunta les remito la lista de
las monadas y cachivaches que mi hija la mayor quiere que usted le
tenga comprados para el mismo día en que lleguemos; porque todo su
prurito es que de cien lenguas se la tome por una madrileña; porque ser
provinciana es muy cursi, ya ve usted; y aunque yo la digo que lo que
se hereda no se hurta, y que de la casta le viene al galgo... y que
una Covachuelón, que desciende de cien Covachuelones, aunque sea con
el aire de la montaña, puede tenérselas tiesas, en punto á buen tono y
chicq (_sic_) con la más encopetada cortesana, que puede ser hija de
un cualquiera; digo que, á pesar de esto, la niña quiere que usted la
tenga preparados esos trastos; y no es que aquí no haya guantes de ésos
que llegan hasta los hombros, porque también los vende, la modista que
tiene un marido de París; pero ¿qué quiere usted?, estas muchachas del
día están perdidas por no ser de su tierra. Y mire usted en confianza,
doña Encarnación, y aquí _inter nos_, como dicen los franceses, la
chica está en estado de merecer, y aquí todos son pelagatos; no hay
proporciones; ¿quién sabe si alguno de esos caballeros en plaza, de que
tanto hablan los periódicos, se enamorará de mi niña? En ese caso, nos
quedaríamos á vivir en Madrid, que es lo que yo le digo á Juan; pero
mi Juan es tan terco, que no quiere abandonar este destino humilde,
indigno de un Covachuelón, porque dicen que es seguro, y manos puercas.
¡Como si no conociéramos el mundo, doña Encarnación, y no supiéramos
que eso de gajes es cosa común á todos los destinos, con tal que haya
buena voluntad! Yo, á decir la verdad, no sé de qué son esos caballeros
en plaza; pero sin duda serán unos cumplidos caballeros que apaleen el
oro, ó por lo menos las fanegas de trigo, que todo es apalear. Demás
de esto, mi Juan, que tiene mucho amor á las Instituciones, no perderá
el tiempo durante nuestra estancia en ésa, ni se dormirá en las pajas,
porque el Ministro le tiene ofrecido torres y montones; pero ojos
que no ven... y así atenaceándole de cerca y no dejándole ni á sol ni
sombra, verá usted cómo se logra un ascenso, que buena falta nos hace,
porque con este modestísimo sueldo y todas las manos que Juan quiera,
no se puede vivir: y si no, ahora se ve, lo que es una deshonra, que
para emprender un viaje á la Corte, con rebaja de precio y todo, la
familia de un Covachuelón se halla obligada á vender los cubiertos
de plata y algunas alhajas de los Covachuelones que fueron. Dígales,
dígales usted á las de Pinto (sin contarles lo de los cubiertos),
cuánto hacen y pueden los de Covachuelón en alas ó en aras (nunca digo
bien esta palabra) de su amor á las Instituciones. Aquí se ha corrido
el rumor de que por culpa de Moyano ya no había fiestas; que es ese
señor, que dicen que es muy feo, y lo prueban, había aguado la función;
pero no lo hemos creído, porque es imposible. Dios no puede consentir
que mi hija se quede sin su caballero en plaza, porque eso sería como
quedarse en la calle; ni mi esposo ha de pudrirse y pudrirme en este
rincón obscuro; los Covachuelones pican más alto, y amanecerá Dios y
medraremos: porque la mala voluntad de las de Pinto poco podrá contra
los altos escrutinios de la Providencia, que á todas voces llama á los
de Covachuelón á la Corte. Diga usted de mi parte al señor don Juan, su
marido (¡qué diferencia entre los dos Juanes! el de usted tan dócil,
tan rico y tan amigo de su negocio), pues dígale usted que me busque
sin pérdida de tiempo papeleta para todas partes: queremos verlo todo,
lo que se llama todo, porque ¿á qué estamos? no es cosa de vender una
los cubiertos para volverse luego dejando por ver alguna cosa. He leído
en _La Época_ que los provincianos llegarían tarde para sacar papeleta:
¡qué sabrá ella! _La Época_; como si esos perdularios gacetilleros,
que son la perdición del país, hubieran de ser antes que nosotros, que
servimos á la Patria y á las Instituciones desde un rincón de España,
con celo, inteligencia y lealtad, como decían los mismísimos liberales
cuando dejaron cesante á mi marido. ¡Sería de contar que la señora de
Covachuelón é hija se quedaran sin papeleta para ver todo lo reservado
y todo lo no reservado!
Hemos de verlo todo: dígaselo usted así á don Juan: no rebajo nada.
¡Oh, quién fuera condesa, amiga mía! Pero de menos nos hizo Dios, y
como Juan, el mío, ande derecho y en un pie, y haga lo que yo le diga,
¡quién sabe adónde podremos llegar, y si vendrá día en que yo le vea á
él mismo hecho un caballero en plaza, título que me suena de perlas,
y que no puedo quitármelo de la imaginación! No canso más; consérvese
usted buena y no se olvide de los encarguitos. Su amiga de toda la vida
que desea abrazarla pronto,
_Purificación de los Pinzones de Covachuelón._
_P. D._ Le advierto á usted que Juan se muere por los caracoles, y le
dará usted una sorpresa agradable si se los presenta para almorzar
el día que lleguemos. Supongo que irán ustedes á esperarnos con los
criados, porque llevaremos mucho equipaje, y esos mozos de cordel la
confunden á una con una palurda y piden un sentido. Suya,
_Purificación._
Otra P. D. Le advierto á usted que en las camisolas y en los pañuelos
que le encargué el otro día para Juan, han de ponerse estas letras:
P. Juan, que no significan Padre Juan, sino que Juan es marido de
Purificación, como usted sabe. Un Covachuelón no podría poner en sus
camisas unas simples iniciales como cualquiera. Expresiones á su Juan
de usted.
_Pura._
Pajares, 1.º Febrero.
Mi querida Visitación: Cuando ésta llegue á tus manos estará tu pobre
Pura, tu buena amiga, enterrada en vida, con no sé cuántos kilómetros
de nieve sobre la cabeza. Nos ha cogido la mayor nevada del siglo en
medio del puerto, y no podemos volver atrás ni llegar á nuestro bendito
pueblo, del que ojalá no hubiéramos salido nunca. El correo lo llevan
los peatones; yo he ofrecido el oro y el moro por que me pasara un
peatón, y por que me pesaran en el estanquillo, para llegar á mi destino
en calidad de certificado, costara los sellos que costara: ¡imposible!
me fué forzoso renunciar á mi proyecto, y aquí me tienes extraviada
en el camino como carta de Posada Herrera. Mi Juan, ese hombre de
bien, no hace más que dar pataditas en el suelo, soplarse las manos y
exclamar de vez en cuando: ¡maldita sea mi suerte! ¡Calzonazos! ¡Como
si no fuera él la causa de todos nuestros males! Figúrate, tú, Visita,
que lo primero que hace Juan en cuanto llegamos á Madrid, es coger
una pulmonía. Verdad es que por más de veinticuatro horas la disimuló
para que yo no me incomodara y pudiese ver los festejos; pero ¡buenos
festejos te dé Dios! Yo quería estar en todas partes á un tiempo, como
es natural en tales casos; para esto es necesario correr mucho; pues
nada, Juan no daba paso; que le dolía esto, que le dolía lo otro, y
no se meneaba. Tomamos un coche para los tres, el cochero refunfuña y
me dice no sé qué groserías respecto á si yo abultaba por cuatro, y
Juan... ¡qué te parece! no le rompió nada.
Se pone en movimiento aquel armatoste y á los cuatro pasos el
caballo... cae muerto. Juan se enfureció porque yo le eché á él la
culpa; pelea tú con un hombre así; en fin, nos volvemos á casa, y doña
Encarnación, con una oficiosidad que me da mala espina, declara que
Juan está malo y que debe acostarse; y se acuesta, y viene el médico,
y dice que mi esposo tiene pulmonía. Ya ves cómo todos se conjuraban
contra mí. ¡Adiós visitas al Ministro, adiós ascenso, adiós quedarnos
en Madrid! Añade á esto que doña Encarnación, que es una jamona muy
presumida, no había comprado más que adefesios para mi hija, todo
cursi y de moda del año ocho. Purita pataleó y echó la culpa á su
papá, que efectivamente es quien nos trae en estos malos pasos de
ser provincianas y tener que guiarnos por los envidiosos de Madrid.
Pedíamos billetes á D. Juan: ¡que si quieres! ni uno solo había podido
conseguir, y eso que amenazó con la dimisión de su destino, pero no
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