Doctor Sutilis (Cuentos) - 10

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caso; hace mucho tiempo que está usted aquí de sobra. Bastante se
ha levantado el brazo. Si usted no hubiese sido terco... si hubiera
pagado...

EL SEÑOR PACO
Sombrío, como transtornado.
Esta casa es para mi hijo... Ahí, en esa cama moriremos los dos...
abrazados... ¡Si viene! ¡Si no ha muerto por el camino!

EL DUEÑO NUEVO
Nada, nada; yo no sirvo para ver estas cosas. Que se cumpla la ley en
todos sus extremos. Yo me voy y volveré cuando la fuerza me haya dejado
mi propiedad libre de estorbos... Con Dios, señores.

EL ALCALDE
Espere usted. Ea, tío Paco, ya se me sube á mí el humo á las narices.
Aquí ya no hay civiles que valgan: yo soy alcalde... y me basto y me
sobro... Deje usted libre el paso... ó me lo llevo á la cárcel...

EL SEÑOR PACO
Blandiendo una muleta.
Moriré aquí dando palos al que se acerque... En muriendo los dos... ahí
dentro, en esa cama, cargad con todo. Llevadnos de limosna al campo
santo... y todo es vuestro. Pero me da el corazón, miserables, que si
os abandono la choza antes que él venga... no vendrá; _se habrá muerto_
en el camino, en el barco, entre las ruedas del tren, ¡qué sé yo! Si le
aguarda su cama en su choza... en el rincón donde nació... vendrá, sí,
vendrá... ¡Se lo pido á Dios de rodillas!
Se arrodilla temblando y apoyando las manos en el suelo.
Silencio solemne. Aquellos cafres callan con respeto,
relativo, á la desgracia y á la oración del anciano.

ESCENA CUARTA Y ÚLTIMA
Se oye el ruido estridente de las ruedas de una
carreta del país. Aparece por la calleja que desemboca
frente á la choza del señor Paco una carreta de bueyes
guiada por un aldeano y escoltada por dos civiles.
Dentro de la carreta un bulto largo cubierto con un
lienzo gris.

UN GUARDIA CIVIL
Aquí es, señores, ¿no vive aquí el señor Paco Muñiz de la Muñiza?

EL ALCALDE
Ahí le tienen... Á buen tiempo llegan, señores guardias... Yo soy el
alcalde del pueblo, y este hombre...

EL GUARDIA
Espere un poco, señor alcalde. El caso es...

EL SEÑOR PACO
Como iluminado por una revelación al ver la carreta,
se dirige hacia ella, sin apoyarse en las muletas, que
arroja; levanta el lienzo gris, descubre un cadáver
y se abraza, entre alaridos, al muerto.
¡Nicolás! ¡Mi hijo! ¡Mi Colasín!

EL ALDEANO
Al alcalde.
Se nos ha muerto en el camino. Es un soldado de Cuba que venía por
enfermo. Se bajó en Pinares... no pudo montar en el tren... y se
moría. Suplicó que por caridad se le trajera á Cardaña... á morir en su
casa, junto á su padre...

EL SEÑOR PACO
Incorporándose airado, como loco.
¡Miserables, dejadme lo mío! ¡Ya pago, ya pago! ¿No me robáis porque
no pagaba?... ¿Y ese hijo? ¿Y esa vida? ¡Alcalde, ahí tienes la
contribución! ¡Entiérramela!
Con las manos crispadas señala al muerto.
TELÓN MUY LENTO


EL RANA

Tenía cincuenta años que parecían setenta; una levita que no lo
parecía, del color de la vía pública, el gris que se coge en el arroyo
como una pátina; barba rala, corrida, del color de la levita; tres ó
cuatro dientes; una camisa, y muy arraigadas convicciones políticas,
sociológicas y aun filosóficas y teológicas. Había aprendido á leer
allá en Cuba, cuando la otra guerra, siendo voluntario en un batallón
provincial; y ahora leía periódicos y más periódicos arrimado á los
pilares en los porches del Ayuntamiento. Siempre leía de prestado,
porque él su poco dinero lo gastaba en aguardiente y en tabaco. Era
peón de albañil, pero casi siempre dimisionario. No estaba conforme con
la marcha del mundo. Cuando él era joven, la culpa de todos los males
la tenía el _oro de la reacción_; ahora parecía ser que el enemigo
era “el infame burgués”. “Sea”, se había dicho el Rana; y, como antes
del oscurantismo y de los _presupuestívoros_, ahora maldecía del
burgués, del zángano de levita. Y eso que él, por invencible afición,
siempre vestía de levita, verdad es que debida á la munificencia de
algún aborrecido burgués. Era el borracho más popular de su pueblo,
y todas las clases sociales le encontraban gracia al Rana, y veían
en él, acaso, el último representante de una generación famosa de
perdis populares, que eran, en cierto modo, orgullo de la ciudad por
el ingenio de todos ellos, por los rasgos originales y muy cómicos de
su excitada fantasía. El Rana, á pesar de sus ideas disolventes, de su
_bala rasa_ (alcohol puro) anarquista, no tenía un enemigo, ni siquiera
entre el clero, que él despreciaba con serenidad olímpica. Sin embargo,
sus lucubraciones teológicas más de una vez le hicieron dormir en la
prevención, por la forma más que por el fondo. Cuando la prensa local
encarecía la necesidad de perseguir la blasfemia, el Rana no se libraba
de los rigores del terror blanco. Pero salía de prisiones sin abdicar
uno solo de sus principios; y aquella misma noche volvía á presentarse
tan borracho como el día anterior y tan encastillado en sus negaciones
impías y en sus imprecaciones escandalosas.
Amigo de marchar con el siglo, había renunciado á ser republicano, ya
que los jóvenes de la esquina del Ayuntamiento se reían de la política;
y era anarquista, pero disidente, porque los de esta opinión le habían
expulsado con toda solemnidad de su grey, con el frívolo pretexto de
que empalmaba las borracheras y era el hazmerreir de los burgueses, y
admitía de éstos propinas, prendas de vestir y otras humillaciones.
Pero el Rana, haciendo eses, y mirando al cielo, con quien se pasaba el
día de coloquio, pues era su costumbre decírselo todo á las nubes, al
_tal_ Dios, desdeñando ponerse al habla con los míseros mortales, el
Rana, digo, perdonaba á sus correligionarios porque no sabían lo que
hacían, y les dedicaba sonrisas de desprecio en un todo iguales á las
que le merecía el alto y bajo clero. Además de no estar conforme con
el _credo_ (así decía él) de su partido, en lo tocante á la bebida,
también protestaba contra los alardes de cosmopolitismo, porque él era
patriota ¡por vida de la Chilindraina! y había expuesto la vida en cien
combates por la... _eso_ de la patria: en fin, “¡Viva Cuba española!”,
gritaba El Rana, que en esta materia no admitía bromas ni novedades.
Bueno que la república fuera un... mito, eso, un mito..., pero en la
_aquello_... de la patria, que no le tocaran el Carlos Más (Marx), ni
el Carlos Menos, ni Carlos Chapa..., porque el Rana, allí donde se le
veía... había sido voluntario del heroico batallón de la _Purísima_
(alabada sea ella), añadía el Rana, que sólo estaba mal con el elemento
masculino de la Sacra Familia; y eso de boca.
“Mil éramos, predicaba entusiasmado en medio de la plaza, mil éramos
cuando íbamos por la carretera de Castilla arriba: ciento cuatro
volvimos de Cuba... Los demás todos muertos... unos por uno, otros por
otro..., ¡todos muertos! ¡Viva la anarquía y el libertinaje! Fuego
y fuego en el burgués..., pero el que me toque á... pues, á Cuba
española, que se entienda con este cura, hablando mal, con el Rana,
veterano distinguido del batallón provincial de la Purísima, alabada
sea ella... Me... _caso_ en el _tal_ del _Tal_.”
Y si pasaba por allí un polizonte iba el Rana á la prevención por
blasfemo.
* * * * *
Una mañana muy fría, de Diciembre, salió el Rana muy temprano del
zaquizamí en que dormía, y previo el ordinario tocado de pasarse la
mano por los ojos, se encaminó á la estación del ferrocarril del
Norte, pisando la dura escarcha, soplándose los dedos y hablando entre
dientes con las _podridas_ nubes. La letra de lo que quería decir no
era muy clara, pero la música era ésta: pestes contra el frío, contra
el hambre, contra el infame burgués y contra la falta de patriotismo
del obispo, del alcalde, del gobernador y demás oscurantistas, digo
burgueses.
El Rana había leído en un periódico local, el día anterior, que aquella
mañana, en el primer tren saldrían por el ferrocarril del Norte quince
voluntarios que embarcarían en La Coruña con destino á Cuba. Una semana
antes la ciudad en masa había despedido entre gritos de entusiasmo
patriótico á todo un batallón de infantería que de allí había salido
para la guerra. Se había obsequiado á los soldados con cigarros,
fiambres, vino, reparto de pesetas y grandes dosis de cariño fraternal,
inspirado en el amor á la patria. Estaba bien. El Rana era el primero
en aplaudir aquella manifestación. Pero ahora...
--¡Lo que yo temía!--exclamó al pisar el andén, donde le dejaron entrar
á la cuarta ó quinta blasfemia.
--¡Lo que yo temía! ¡Ni un alma! ¡Muera el burgués! ¡Abajo lo
existente!... ¡Ni un alma!... ¡Sean ustedes _Daoíces_ para esto!...
¡Claro!... Los pobretones son voluntarios; como yo, como el Rana, allá
en mis buenos tiempos... Son el _Queso_, _Piniella_, el _Marqués_,
_Viruela_, _Viruso_, el _Troncho_... cuatro gatos, la hez, eso, la
hez del pueblo soberano... Una limpia, ¿eh? ¡Dígalo usted, burgués
infame!... ¡Una limpia!... ¡Dígalo usted claro!
Y el Rana, hablando y andando, se dirigió á la cantina solitaria,
donde pidió una copa de aguardiente, al mismo tiempo que ponía sobre
el mostrador unos cuantos perros chicos, pero sin separar de ellos la
mano. Era aquel gesto una fórmula á que le obligaba su escaso crédito.
Quería decir que tenía con qué pagar; no que pagaría de fijo.
Como la cantinera le mirase con cierta sorna y no se diera mucha
prisa á servirle, El Rana, con ceño digno de las Euménides, se encaró
con la pobre muchacha y la abrumó bajo el peso de cien blasfemias é
imprecaciones.
“¿De qué se dudaba allí? ¿De su buena fe de pagador ó de su amor á
la... _eso_ de la patria?”
“¿Tenía él ó no tenía decoro? ¿Tenía ó no tenía razón? Ni el obispo,
ni el alcalde, ni una rata, venía á ‘despedir á los quince _Daoíces_’
que iban á morir por España, como el más currutaco general ó cadete...”
Bebió dos ó tres copas; dejó sobre el mostrador algunas monedas,
recogió otras, y siempre hablando con las nubes, se fué hacia el grupo
de voluntarios, que también soplándose las manos daban diente con
diente y patadas en el suelo, formando piña cerca del tren, preparado
ya para la marcha.
--¡Eh, Rana, faltan cinco céntimos!...--le gritó no muy incomodada la
cantinera.
El Rana se encogió de hombros, y con un ademán de pródigo, exclamó:
--Para ti--y llegó al grupo de voluntarios, donde no fué mal recibido.
El _Queso_ le estrechó la mano con efusión, y dijo:
--¡Bien por el Rana! Vivan los patriotas de la _Purísima_.
--Alabada sea ella. Pero el podrido obispo, ¿por qué no viene hoy á
echar bendiciones? Y el alcalde, ¿para cuándo deja los _puros_ y los
vivas?...
--¡Porque sois la hez, Queso! Esto es una limpia... Os barre el hambre,
os echa á morir, á la alcantarilla, á la manigua, la _nesecidad_... Y,
claro... los señoritos, los burgueses... no se levantan de la cama á la
hora que barren los barrenderos del Ayuntamiento...
* * * * *
La verdad era que en la estación no había ni _elemento oficial_,
ni muchos curiosos ó patriotas. Casi ninguno. Había, sí, mujeres
harapientas, niños pobres que lloraban ó reían, los pedazos del corazón
cubiertos de andrajos, que dejaban en el pueblo aquellos muchachos que
iban... no sabían á qué... á morir probablemente... á padecer por la...
_eso_, de la patria.
El Rana no se explicaba bien--porque blasfemar no es argüir;--pero él
veía clara la cosa: lo que pasaba por el espíritu... de vino de aquel
insigne borracho, traducido de las nieblas alcohólicas de su conciencia
al lenguaje usual, era esto:
“No valen más mil que quince. Aquellos chicos no tenían la culpa de
ser tan pocos. No valía decir que el pueblo acababa de entusiasmarse
pocos días antes. En estos casos no vale el cansancio. Aquel desaire
á la _hez_ de la población, que iban de su propio querer á morir por
España, era una ingratitud, una crueldad. El voluntario no es menos que
el soldado que _sirve al rey_ porque le toca. _Allá_ son iguales; pero
en el _arrancar_ tiene el voluntario más mérito. Y no valía pensar que
el _Queso_, el _Marqués_, _Viruela_, iban echados por la miseria, por
no luchar con el hambre, por dar pan á su madre, ó á su mujer ó á sus
hijos...
“No; algo había él visto... pero sin lo _otro_, sin lo de... _aquello_
de la patria, no irían. ¿Por qué no iban á otra parte, donde había
_guita_, pero no había peligro, mala vida? ¿Por qué á ninguno se le
ocurría ir á cambiar la miseria de su _tierra_ por el pan seguro
de otras aventuras lejanas, por mar ó por tierra? En fin, que, por
dentro, al _Queso_ le pasaba lo que á él, al Rana, le había pasado
en su tiempo. ¿Qué era España? ¿Qué era la patria? No lo sabía.
Música... El himno de Riego, la tropa que pasa, un discurso que se
entendió á medias, jirones de frases patrióticas en los periódicos...
Pelayo... El Cid... La francesada... El Dos de Mayo... El Rana, como
otros camaradas, confundía los tiempos; no sabía si lo de Pelayo y
lo de Covadonga había sido poco antes que lo de Daoiz ó por el mismo
tiempo... Pero, en fin, ello era que... ¡viva España! y lo que sale
de dentro sale de dentro... y, en fin, que en un arranque de... no
sabía qué, pero contento, muy _ancho_, se había alistado... y allá
había ido, mezclado con mucha gente honrada, siendo tanto como ellos,
en cuanto era voluntario; y se había batido bien, y había perdonado,
allá en la guerra, á los españoles de acá, á los _reaccionarios_ (hoy
burgueses) que habían ido á despedir el batallón de la _Purísima_
por la carretera de Castilla arriba, y que iban diciendo, mientras
acompañaban á los voluntarios:
--“Y además, ¡_qué limpia_! El batallón se lleva al Rana, se lleva
á _Saltamontes_, se lleva á _Tarucos_... se llevaba... Sí, se los
llevaba; ya no quedaban _perdis_ en el pueblo apenas; y los más se
habían ido y no habían vuelto... ¡Qué limpia! Entre muchos pobres muy
juiciosos, sin tacha, la picardía de la ciudad, era cierto; borrachos,
jugadores, blasfemos, el escándalo de las plazuelas... ¡Pero allí todos
iguales, todos voluntarios! Y el Rana y _Tarucos_ no iban sólo por el
rancho y á la que saltara; no, señor... iban por una corazonada, por
el himno de Riego, por lo de los moros y los mambises... y Pelayo y
los franceses... y, en fin... como los otros... ¡Rayo en el burgués!
¿Qué limpia, eh? ¡Oh! ¡Pues si viérais morir en la manigua á los de las
_barreduras_!...”
* * * * *
Sonó el pito del jefe. Se cerraron portezuelas, hubo abrazos, besos,
lágrimas, carcajadas nerviosas, gritos locos. De repente silencio
triste. En aquel silencio sonó de repente la voz del Rana que peroraba,
sin que ya nadie le hiciera caso:
--Á ver, ¿dónde está el pueblo? ¿Dónde está el burgués, dónde está el
obispo? ¿Y esas pesetas, señores de la Diputación? ¿Y esos cigarros,
señor Alcalde?
Y entusiasmado con su propia arenga, el Rana, al arrancar el tren, tuvo
una inspiración generosa.
Sacó del bolsillo interior de la levita de color de carretera una
cajetilla de las más baratas, aún no mediada, y con gesto de soberana
arrogancia, comenzó á arrojar pitillos á las ventanas de los coches que
ya se movían...
--Toma, _Queso_; toma, _Viruela_..., toma tú, _Troncho_... ¡Viva Cuba
española!
--¡Viva el Rana! gritaron los voluntarios que ya se alejaban... ¡Viva
la integridad de la patria!
--¡Eso! ¡eso!--gritó nuestro hombre--¡viva la _ingratidad_ de la
patria! Me _caso_ en el _tal_ del _Tal_... y blasfemó horriblemente,
hasta que un guardia le puso la mano en el hombro, diciendo:
--Calla, Rana, si no quieres dormir el martes donde duermes el
domingo...
El Rana miró de hito en hito, con gran desprecio, al guardia, y, sin
blasfemar, exclamó:
--Oye, tú, dile al obispo... que es un... _trásfuga_... y que ¡viva
Cuba española!


VERSOS DE UN LOCO

Mi criado me presentó una tarjeta que decía:
TEOPOMPO FILOTEO DE BELEM
y debajo, en letras más pequeñas:
POETA ESOTÉRICO ULTRATELÚRICO
y más abajo, en letras más pequeñas todavía:
_Ecce-Homo, 13, guardilla._
--Que pase, que pase--grité--ese Ecce-Homo de Belem ultratelúrico.
Y á los pocos minutos se presentó un hombre que ni pintado para
representar el _presidente_ graciosísimo de _Su Excelencia_, de Vital
Aza.
Tenía un aire de familia con todos esos _trovadores errantes_ que andan
por ahí cantando la Marsellesa y enseñando los codos. Era la imagen del
romanticismo, como le vestiría su enemigo el clasicismo, de buena gana.
Usaba melena, la noble, la irreemplazable melena, con símplica audacia.
Por toga pretexta llevaba el conocido gabán de verano, largo, gris,
raído, como tenía que ser. Por caridad y buen gusto no quise mirarle
las botas.
Supongo que traería pantalones, pero no conservo conciencia de su color
ni corte.
De todas maneras, á las pocas palabras, aquel hombre pálido (no faltaba
más) me había hecho olvidarme de todo lo material, de todo lo sensible.
Había sonreído, había hecho reverencias, se había santiguado dos veces
de prisa, había pasado la mano por el lomo, con cariño, á un gato de
porcelana que tengo junto á mi mesa de escribir y me había hablado, sin
dejarme meter baza, de Budha, de Lao-Tseu, del etíope que Renán nos
describe, creo que en _San Pablo_, y que va meditando el Evangelio á
su manera; de Verlaine, de Caran d’Ache, de San Agustín, del gallo de
Sócrates y del gallo de San Pedro...
Cuando yo iba á decirle que me mareaba, ya no estaba allí el buen
hombre; pero quedaba su espíritu en forma de cuaderno verde, de unas
cien hojas, doradas por el canto. Abrí y leí en la primera página:
_Estambres_ y _Pistilos_. La letra era clara, las tes muy grandes. Dí
vuelta á la hoja y leí:

DEDICATORIA
Aunque usté no lo crea,
señor obispo,
aunque parezco hereje
me quiere Cristo.
Otra hoja, y leo:
PISTILOS
Soy la ameba redonda, la femenina,
la de fe y esperanzas y gelatina.
En una nota dice: Advierto al lector idiota é indocto que no debe
reirse de lo que no entienda.
Otra hoja:
ESTAMBRES
Aunque sé que estoy loco rematado,
porque tal como fué todo lo cuento,
hasta el mismo doctor me halla curado
las veces que no digo lo que siento.

PISTILOS
Cuando tengo en un sueño una esperanza,
se la agradezco á Dios sin hipoteca;
que es el poeta la gallina clueca
que no quiere empollar á Sancho Panza.
Otra hoja:
ESTAMBRES
Hay siempre una impostura en hablar claro;
no se puede ser claro sin mentira...
ve oscuro y algo raro;
divaga, ama y delira...

PISTILOS
Por santa castidad, el pensamiento
no debe bautizar sus invenciones:
son bastardas, después del nacimiento,
llevando un apellido, las nociones.
Otra hoja:
ESTAMBRES
Era en lo oscuro: sobre mi pecho sentí una mano;
en las tristezas del pobre lecho
me visitaba Dios Soberano.
* * * * *
Era la mano de luz; caricia
de lo Infinito, callado premio,
misterio--madre.--
Lloro en espíritu por la delicia
que al miserable dulce bohemio
le otorga el Padre.
* * * * *
Y desde entonces, siempre en lo oscuro,
siento la mano sobre mi pecho;
mas su contacto va siendo duro,
peso terrible me hunde en el lecho.
* * * * *
Pero la mano, que ya es de plomo,
entre dolores, sin saber cómo,
siempre acaricia. La pasión fuerte
que tanto oprime, siempre es delicia.
¡Ya en torno mío nombran la muerte
los cuchicheos de la estulticia...
mientras _me arranca_ del cuerpo inerte
mano con alas de la _Justicia_!
Otra hoja:
PISTILOS
Me paso toda la noche
contando miles de estrellas,
y si está el cielo nublado
me pongo á _cantar_ la cuenta.
Así hace el hombre en la vida,
si ama á Dios y en Dios espera;
goza la dicha que pasa...
y pasada... _cantando_ la recuerda.

ESTAMBRES
Ha de ser en el cielo una sorpresa
de los santos sin fin inocentones,
ver llegar á montones
una y otra remesa
de ateos, sin saberlo, santurrones.

PISTILOS
Cuando en el fondo del abismo frío
deja de ver á Dios el pensamiento,
al ir á maldecirme por impío,
la caridad, en un escalofrío,
con el perdón, me vuelve el sentimiento
de que un ángel sonríe al lado mío.

CAMPOAMOR
PISTILOS
Escribe versos en la _ceniza_;
saca del polvo, de los gusanos,
y de la nada, que se desliza,
viento sin aire, por bosques vanos
de tallos huecos, veta cañiza,
saca la idea de sus cantares;
médula amarga de tristes huesos;
sin corazones, suspiros; besos
sin labios; saca los cañizares
del esqueleto; la catadura
de desnudeces de sepultura;
saca del fondo de noble rima
sarcasmos místicos que causan grima...
Pasión perenne firma en la arena
cuando á las dunas va la mar llena,
y con los rayos tenues de luna
rubrica pactos de la fortuna;
ve del cerebro las telarañas
y le enternecen las musarañas
que ve la lógica de lo Infinito
en palimpsestos de lo no escrito...

NÚÑEZ DE ARCE
ESTAMBRES
Como Dios sacó el mundo de la nada,
de allí saca también la poesía...
Escribe con perfecta simetría;
y así, tiene por plectro... la _plomada_.
Todo á la ley de _gravedad_ lo fía.
Cansado de leer disparates, incoherencias, tal vez congruentes en el
fondo de un cerebro enfermo, arrojé el cuaderno con tedio... y no volví
á pensar en el poeta loco... hasta que en persona se me presentó al día
siguiente:
--Vengo á recoger mis _Pistilos_...--me dijo, sonriendo con lástima.
--Ahí los tiene; verá usted que no se los he separado de los
_estambres_.
Don Teopompo recogió el cuaderno, le dió un beso, hizo sobre él la
señal de la cruz, y se lo metió debajo del brazo.
Y sin más, sin hablar palabra, _sin preguntarme nada_, hizo una
reverencia y dió media vuelta.
No pude contenerme. El orgullo de aquel _imbécil_ me sublevó; irritó mi
amor propio.
--Pero hombre--exclamé--¿no venía usted á conocer mi opinión? ¿Á que le
dijera?...
--¡Oh! Nada de eso. Enseño mis versos á todos los literatos vulgares
que quieren recibirme. Es una oferta. Me he impuesto esa penitencia y
la voy cumpliendo por el mundo adelante. Unos se burlan de mí, otros
hasta me insultan; otros, los más tolerantes callan... y yo sigo. Hay
que matar el _hombre viejo_, el de la vanidad, el del _buen éxito_, el
del aplauso, el que quiere ser admirado sin ser comprendido.
--Pero aunque no sea por vanidad, sino por amor á sus ideas, usted
querrá hacer propaganda, fundar escuela...
--¡Ah, señor! La escuela está fundada. Es la escuela del flato. Esta
poesía, con la debilidad cerebral que revela, es hija del hambre...
--De modo que usted... por dinero... ¡por mucho dinero! ¿Tal vez
renunciara á la escuela, á esa poesía?...
--¡Oh, tanto dinero podía ser!
--¿Á qué llama usted mucho?
--Eso depende del momento... histórico.
--En el actual momento...
--Bastante dinero son cinco duros.
* * * * *
La herida fué leve; libré al arte de una escuela contagiosa, y aún hoy,
por mi conciencia de _crítico_, ostento con orgullo la cicatriz de las
25 pesetas.


NUEVO CONTRATO
FAUST (_erwachend_).--¿Bin
ich dem abermals betrogen?...
(GOETHE.--_Fausto._)

FAUSTO
Despertando.
¿Qué es esto? ¿Engañado otra vez? ¿Ha sido todo un sueño? ¿No he visto
yo al diablo? Y todo lo demás... ¡Válgame Dios qué cosas he soñado!...
¿Y Margarita, mi Gretchen?... ¿Sueño también? ¿Fué verdad lo que soñaba,
«porque todo se acabó
y esto sólo no se acaba?»
¿Amé? ¿Amo á Gretchen? ¡Ay... no!... Amo el amor. Amo la sombra de la
noche. Todo sueño... Luego no he vendido el alma al diablo... Luego
soy libre... ¡Oh!... qué... ¿felicidad? ¡No! Estoy como estaba. ¿Por
qué no me alegro? Soy libre. Sí; mas ¿para qué? Vuelta á empezar...
Ah, Filosofía, Jurisprudencia y Medicina, y, ¡por mi desgracia!,
Teología. Todo lo he profundizado... etc., etc., etc. En fin, lo que
ustedes saben por Goethe, ó, á lo menos, por la ópera de Gounod...
Estamos frescos. ¡Otra vez en el mundo! ¡Y cómo está el mundo! ¡Qué
de filosofías nuevas ó renovadas; es decir, las nubes de antaño,
que vuelven con nueva electricidad!... ¡Oh, angustia del pensar!...
¡Náuseas de silogismo, introspección, neurastenia!... Felices los
necios pseudofilósofos, que aseguran que no se puede saber nada del
fondo de las cosas... y se llaman sabios; ellos, á lo menos, descansan
sobre sus fórmulas y nomenclaturas; sobre sus hipótesis y relativismos
como sobre almohada de lana de los carneros de Panurgo... Ya saben lo
que sabía el diablo, aquel Mefistófeles con quien yo soñé, que decía...

MEFISTÓFELES
Hablando desde un fonógrafo que hay sobre la mesa.
No poseo la omnisciencia, pero sé muchas cosas.

FAUSTO
Incorporándose asustado.
¡Oh! ¿Qué es esto? ¡Otra vez!... Alucinación... Sueño repetido... Idea
fija...

MEFISTÓFELES
En el fonógrafo.
No sabes si sueñas ó no; no puedes distinguir la realidad del
ensueño... Á eso ha llegado la ciencia humana, á no saber si duerme ó
está en vela... ¡Ja, ja, ja!

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