Doctor Sutilis (Cuentos) - 01

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LEOPOLDO ALAS
(CLARÍN)
OBRAS COMPLETAS
TOMO III
DOCTOR SUTILIS
RENACIMIENTO
MADRID

DOCTOR SUTILIS

LEOPOLDO ALAS
(CLARÍN)
OBRAS COMPLETAS
TOMO III


DOCTOR SUTILIS
(CUENTOS)
[Ilustración]
RENACIMIENTO

MADRID BUENOS AIRES
SAN MARCOS, 42 LIBERTAD, 172
1916

ES PROPIEDAD
Imprenta de Juan Pueyo.--Mesonero Romanos, 34.--MADRID


ÍNDICE
Página
Doctor Sutilis 7
La mosca sabia 23
El doctor Pértinax 45
De la comisión 63
De burguesa á cortesana 81
El diablo en Semana Santa 89
Doctor Angelicus 103
Los señores de Casabierta 115
El poeta-buho 121
Don Ermeguncio ó la vocación 127
Novela realista 137
La perfecta casada 147
El filósofo y la «Vengadora» 153
Medalla de perro chico 167
Diálogo edificante 173
Un candidato 181
La contribución 187
El rana 201
Versos de un loco 211
Nuevo contrato 219
Feminismo 229
Manín de Pepa José 237
Álbum-abanico 257
Un repatriado 269
Doble vía 277
El viejo y la niña 287
Jorge 295
Sinfonía de dos novelas 305


DOCTOR SUTILIS
I
Si le hubiérais conocido hace ocho años... no le conoceríais ahora.
¿Veis esa cabeza rapada á punta de tijera, aunque el diccionario
entiende que sólo se puede rapar á navaja? Pues hace ocho años era
enmarañada selva de ébano.
¿Veis esos insignificantes ojos á que unos lentes de cristal de roca
quitan toda expresión y dan estoica serenidad, irritante audacia? Pues
eran hace ocho años llamaradas de un incendio que ardía en el corazón
de Pablo.
Pablo tiene veintiocho años y es agente de bolsa.
Hace ocho años tenía veinte y era soñador de oficio.
Á los veinte años Pablo era pagano, como el santo de su nombre. Mirando
á las estrellas del cielo, á las olas del mar, á las hojas del bosque,
á las espigas de las llanuras, lloraba de repente sin saber por qué, y
era feliz en medio de penas sin nombre y sin cuento.
De cada amapola que veía en un campo de trigo se enamoraba
perdidamente, y se tenía por un ingrato sin corazón, si de una sola
llegaba á olvidarse. Cada vez que el sol se ponía, despedíale Pablo
con lágrimas en los ojos. Cuando en sus paseos solitarios por la
campiña encontraba á un pastor que le pedía fuego para encender tabaco
envuelto en una hoja de maíz, Pablo entablaba conversación con él, y al
alejarse _para siempre_ de aquel desconocido sentía que “se le partía
el corazón.”
Comprenderá el lector que vivir así era imposible.
Tanto más cuanto que Pablo no tenía sobre qué caerse muerto... ni vivo.
Un día, su señor tío don Pantaleón de los Pantalones tosió tres veces
consecutivas delante de su sobrino Pablo, que le estaba comiendo un
lado, según aseguraba el tío hiperbólicamente.
El discurso estaba á la vuelta y sobrevino, que el mal nunca se anuncia
en balde.
--Pablo--dijo don Pantaleón--esto no puede seguir así.
Pablo suspiró.
--Esto no puede seguir--prosiguió el tío--porque tú ya tienes más de
veinte años y no piensas en hacerte hombre, es decir, en hacerte hombre
en la verdadera acepción de la palabra, hombre rico, porque el llamar
hombres á los demás es una corruptela del lenguaje. Yo te veo muy
ocupado en pensar si habrá ó no habrá habitantes en los demás planetas,
y sé que tienes escritos muy concienzudos trabajos acerca de la
naturaleza de lo bello. Todo eso será muy bonito, muy interplanetario,
pero no tiene sentido común. Figúrate que yo aprieto los cordones de
la bolsa. ¿Qué harás tú en adelante? ¿Te comerás la vía láctea, ó el
concepto de lo sublime? Estás muy empingorotado y es necesario que
bajes á la vida real para alternar con los semejantes. En una palabra,
te voy á hacer tenedor de libros.
Ésta es ocasión de decir que Pablo amaba á Restituta con una pasión sin
freno, como el huracán; sin medida, como el océano; sin pies ni cabeza,
como la política española.
Restituta debió empezar por no llamarse Restituta. ¿Á qué venía ese
nombre en participio pasado y casi en latín?
Sin embargo, esta contrariedad léxica no desorientó á Pablo.
No era lo peor que Restituta se llamase Restituta, sino que además se
llamaba Andana.
Muy buenos versos hacía Pablo; pero la niña, que había leído el
Romancero de la Guerra de África _escrito en verso_ por Eduardo
Bustillo, había perdido el gusto en materia de versos.
Pablo era predominantemente subjetivo, como dicen en el Ateneo, sección
de literatura; y Restituta era aficionada á lo épico hasta el punto de
llegar á casarse con un capitán de cazadores en situación de reemplazo.
El mismo día en que el capitán pidió al padre de Restituta la mano de
su hija, don Pantaleón de los Pantalones le pidió para Pablo una plaza
de tenedor vacante en su establecimiento de paños y tejidos.
He aquí los versos que escribió Pablo con motivo de este segundo
acontecimiento:
“El amor caminaba desnudo entre rosas y suavísimo césped; las brisas y
las auras juguetonas le acariciaban. Cuando era esto no había telares
en el mundo, ni se desnudaba á los animales de sus pieles para vestir
al lobo humano.
“El amor, anda que te andarás, llegó á las breñas, halló angosto el
camino y lleno de zarzas, cardos y espinas; á los primeros pasos vertió
lágrimas de dolor; pero esperaba que volvieran las flores y sufrió
las heridas de los abrojos resignado. Siguió andando y las rosas no
volvieron á aparecer; las espinas de las zarzas eran cada vez más
y más agudas. El amor iba hecho un San Lázaro. Entonces se detuvo;
sembró lino en derredor, no sin desbrozar antes la tierra; inventó la
lanzadera, el telar, todo lo que le hizo falta para fabricar tela;
probó á andar otra vez, vestido de flotante túnica, pero la vida
sedentaria le había hecho poltrón, afeminado, y las heridas de los
abrojos le lastimaban más que cuando caminaba desnudo. Fué preciso
fabricar el paño, hizo trampas para cazar animales; despellejó,
curtió, tundió y se vistió de señorito. _La ley de las salidas_ le
aconsejó que trabajara en grande; el espíritu industrial se apoderó
del amor, trabajó para afuera y tuvo que aprender la teneduría de
libros. Cuando la razón social ‘Amor y Compañía’ se hizo respetable
en todos los mercados, el amor probó de nuevo á emprender el viaje, y
grande y agradable fué su sorpresa al ver que las espinas y los cardos
y las breñas habían desaparecido. El camino era otra vez de rosas y
suavísimo césped: las brisas y las auras acariciaban al viajero. Todo
volvía á ser como al principio. No hubo más sino que, al pasar junto á
una fuente, el amor se miró en sus aguas y vió que no era él mismo, ni
cosa parecida. Desde aquel día el amor busca al amor y no parece.”
Lo primero que le extrañará al lector en esta poesía será el que esté
escrita en prosa; ¿es que hay poesía en prosa, como pretende el Sr.
Vidart? Nada de eso; lo que hay es que yo he traducido estos versos,
escritos en alemán, en prosa castellana. Pablo, que había estudiado
mucho cuando anduvo desnudo, escribía sus poesías íntimas en alemán con
regular corrección.
Pero después de hacer ésta, ni en alemán ni otra lengua alguna, ni
viva, ni muerta, volvió á encontrar consonantes, como no fuera por
casualidad.
Esta poesía _hizo crisis_ en el alma de Pablo, que desde aquel día
empezó á ser hombre en la verdadera acepción de la palabra.
El señor de los Pantalones veía con asombro y con alegría que en las
cuentas de su sobrino las sumas eran fiel representación del conjunto
de los sumandos, y que ni por casualidad era un cociente mayor que
el dividendo en las divisiones de Pablo. En los libros diarios no
había raspaduras, ni al margen escollos rítmicos, ni _suspirillos
germánicos_.

II
El capitán de cazadores, ¿cómo ocultarlo?, no era poeta; y para ser
hombre en la verdadera acepción de la palabra, le faltaba medio
escalafón. En la lista de los capitanes estaba como el alma de Garibay,
muy lejos de ambas orillas, como un náufrago en las soledades del
océano; si se miraba para atrás se veía que el bueno de don Suero
de Quiñones debió ponerse las tres estrellas próximamente cuando el
Gran Capitán, y si se miraba hacia adelante, se adivinaba que don
Suero pondría galones en la bocamanga cuando ya fuese un hecho la paz
perpetua.
Pero nada de esto inquietaba al principio á Restituta, quien confiada,
como los economistas, esperaba que las causas represivas vinieran
á mermar la clase de capitanes y á reducir considerablemente la
población, por consecuencia.
Quiñones era un guapo mozo y Restituta le había amado _por espíritu
de cuerpo_; porque Restituta, en el fondo del alma, era una mujer de
infantería. Había nacido para casarse con un capitán del arma.
Ni por un momento se le ocurrió á Pablo hacer la competencia á un rival
que tenía fuero privilegiado. Se dió por vencido desde la primera
formación en que vió Restituta á don Suero.
Sea dicho en honor de Pablo, Restituta no había dejado de dar pábulo
algunas veces á la pasión del mísero soñador. La niña no quería para sí
aquel sonámbulo, incapaz de coger cotufas en el golfo; pero se había
acostumbrado á verle padecer, languidecer, callar y llorar en silencio.
Es más, y esto sea dicho en honor de Restituta, la muchacha solía
ir muy callandito al cuarto de Pablo. (Aquí debo advertir que eran
parientes y vivían largas temporadas bajo el mismo techo).
¿Qué hacía Restituta en el cuarto de su desdeñado amador?
Revolver los cajones de la mesa, sacar papeles, leerlos, ponerse
colorada, quedarse pensativa, soltar luego una carcajada, guardar todo
aquello y echar á correr.
Pocos días antes de ascender Restituta á capitana, Pablo, por
casualidad, la vió en su propia habitación entregada á las curiosidades
que quedan apuntadas. Pablo, que acababa de escribir la poesía alemana
que va unida á los autos, estuvo á punto de sentir amor _usque ad
mortem_. El corazón ya lo tenía en la garganta; pero se dió un
golpecito en la nuez, tragó saliva y volvieron las cosas á su sitio.
Restituta no supo que su primo la había visto revolverle los papeles.
El primo, que otras veces se pasaba semanas y meses _rumiando_
indicios, atisbos, asomos de simpatía que creía ver en la prima, esta
vez no quiso sacar consecuencias de lo que había presenciado, no pensó
en ello, es decir, no reflexionó sobre ello, no lo saboreó. Se limitó
á consignar el hecho en el libro mayor bajo aquellas letras que dicen
_Debe_.

III
Un capitán de cazadores tiene poco que aprender.
Evitemos la anfibología; no quiero decir que él, el capitán, tenga poco
que aprender, porque ya lo sepa casi todo; he querido decir que á don
Suero de Quiñones su mujer se lo supo muy pronto de memoria.
Á los maridos, especialmente á los maridos capitanes, les sucede lo
que á la Naturaleza, son bellos _per troppo variar_. Don Suero fué
bello y vario mientras no agotó las combinaciones posibles de su
indumentaria: de paisano, de uniforme, de gala con uniforme, de levita
de campaña, de gorra de cuartel, de ruso, y pare usted de contar. No
había más. Restituta, después que se sació de ver todo esto, y no
tardó mucho, quiso penetrar en los subterráneos del alma. Quiñones no
tenía subterráneos. Su alma era una casamata á prueba de bomba y de
psicologías. No tenía ideales muertos ni vivos: no tenía más ideal que
el empleo inmediato superior.
En el entretanto, el tenedor de libros leía á ratos perdidos la
_Fisiología del matrimonio_, no para tomar las lucubraciones de Balzac
al pie de la letra, sino como aperitivo para las propias reflexiones.
Si le hubiérais visto, como Restituta le veía, con el tomo entre las
manos, la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo con mirada
oblicua y llena de maligna expresión, si le hubiérais visto entonces
morderse las uñas y como volviendo en sí mirar alrededor asustado
y luego volver á la lectura, tal vez hubiéseis sentido la extraña
curiosidad que sentía la prima, aunque en vosotros no fuese tan
vehemente y misteriosa.
El padre de Restituta, Quiñones, Restituta y don Pantaleón, todos
cuatro convenían en este punto: que Pablo estaba sufriendo una
extraña (y saludable añadía el de los Pantalones) cuanto inesperada
transformación.
El padre de la prima se alegraba por las ventajas que para su comercio
tenía la buena administración de los libros. Don Pantaleón no es
necesario decir por qué se alegraba; y Don Suero, desinteresadamente,
participaba del contento general, por esa extraña atracción del abismo
de que nos hablan los poetas y que tanto debieran meditar los maridos.
Restituta no se alegraba; se limitaba á sentir mucha curiosidad. Pero
¡ah! lo que es curiosidad, mucha.

IV
Pablo llegó á tener participación en los beneficios.
Y acabó por tomar tan por lo serio los negocios, que más de una vez se
le vió disputar muy acalorado sobre asuntos mercantiles, ventilando lo
que suele llamarse el cuarto y el ochavo.
Don Pantaleón sostenía que su sobrino era un Necker, porque le sonaba
el nombre de Necker á pesos fuertes. Le confundía con Creso.
Una noche que se había quedado sola en casa, Restituta tuvo la
tentación de volver al cuarto de Pablo. Pero ya no se puede decir el
_cuarto de Pablo_, porque el amo de la casa le había cedido toda una
crujía del caserón que habitaban. Pablo había alhajado sus habitaciones
con gusto y elegancia. No tardó pocos minutos la prima en dar con la
mesa, cuyos cajones registraba en otro tiempo. Al fin la vió en un
rincón, muy barnizada y compuesta. Cada llave estaba en cada cerradura.
Abrió trémula uno y otro y todos los cajones. ¡Qué desencanto! Aquellos
desordenados papeles, unos cortos, otros largos, unos escritos en
castellano, otros en caracteres desconocidos, ya no estaban allí. En su
lugar había muchos y muy simétricos legajos con sendas carpetas, atados
con cinta de lustre encarnada. Cuando firmó el contrato de matrimonio
vió Restituta algo parecido en el despacho del Juez municipal.
Buscó por todas partes, pero no vió ni rastro de aquellos papeles que,
valga la verdad, no había olvidado en tanto tiempo.
De algunas composiciones cortas quiso Restituta hasta acordarse de
memoria. Por cierto que decía para sí, de vuelta á su hogar propiamente
dicho:
--¡Cómo era aquel _verso_ en que juraba mi primo que se reía y lloraba
al mismo tiempo!
Viendo que no podía hacer memoria, pensó Restituta que mejor sería
hacer entendimiento.
Y lo hizo. Tanto aguzó la inteligencia, tantas vueltas dió á los viejos
recuerdos de los conceptos aprendidos en los papeles de Pablo, que al
fin Restituta, allá en sus soledades, se convenció de que su señor
marido y capitán era un beduino, ella una mujer no comprendida, y su
primo un hombre que la hubiera comprendido perfectamente.

V
Ya había sido miembro de varias comisiones de hacienda municipal y
provincial, y estaba á punto de ser diputado á Cortes Pablo Soldevilla,
cuando su primer amor se decidió á sondearle aludiendo á las tristezas
del pasado:
--¿No te casas, Pablo?--dijo Restituta cuando se vió á solas con él en
la glorieta del jardín, cerca ya de la noche.
--¿Casarme? ¿Yo? Lo dicho, dicho, prima. Aunque lo haya dicho hace ocho
años, dicho está. Yo he amado á una mujer, á una sola, ¿entiendes?,
y de una vez para siempre. Ya sabes que creo en la pluralidad de los
mundos habitados, que creo, como si lo viera, ¡que mi alma ha de vivir
en todas esas estrellas que ahora empiezan á lucir allá arriba!...
Te advierto que son infinitas; pues bien, Restituta; yo que espero
vivir en todas, en todas seguiré amando á la mujer que amé aquí, en
esta pobrecita y tristísima tierra que se va quedando tan obscura. (Y
era verdad que obscurecía, y Pablo daba pataditas sobre una planta de
violetas). Bien podrán preguntarme después de un millón de vidas: ¿No
te casas, Pablo? Yo contestaré siempre: lo dicho, dicho.
Restituta apreció en todo su valor este trozo de literatura corrosiva,
como la llaman, con razón, las almas honradas.
Hubo una pausa. Al fin Restituta, como quien varía y no varía de
conversación, exclamó:
--Oye, y desde que te has hecho comerciante y sabio hacendista, ¿ya no
haces versos? ¡Qué bonitos los hacías! Parece mentira; pero la verdad
es que á la larga no se puede vivir sin versos, buenos, se entiende,
como los tuyos.
--Hace ocho años escribí los últimos; son los únicos que conservo... en
la memoria.
--¿Quieres recitarlos?
--¡Si los hice en alemán!
--Pues no importa; dime la substancia.
Pablo dijo la substancia, sin poner, pero no sin quitar, pues creyó del
caso suprimir aquello de que el amor, al mirarse en la fuente, no se
había conocido. Concluyó diciendo que el amor busca el amor.
¡Qué pensativa se quedó Restituta!
--Oye, Pablo--dijo cuando ya era noche del todo--qué amargos son esos
versos; parece que piensas, según ellos, que nadie quiere el amor por
el amor, que necesita otros atractivos, que ha de revestirse de mil
requisitos y tomar mil precauciones para que no le lastimen los abrojos
de la vida.
--Y es la verdad: á mí no me quisieron cuando ofrecí un amor sincero,
inocente; mi tío me aseguraba que hasta que fuera hombre no me
querrían... y trabajé y fuí hombre, y ahora, aunque me quieran, ¿qué me
importa?, porque... lo dicho, dicho...

VI
Dicho y hecho.
Yo no tengo la culpa. Ni ellos tampoco. Restituta comenzó á comprender
el amor puro, ideal, cuando la Naturaleza--_natura naturans_--ya había
satisfecho sus primeras necesidades, cuando Quiñones no tuvo más
uniformes que vestir y cuando las tinieblas caliginosas dieron paso en
el cerebro de la hermosa niña á un poco de luz.
Porque Restituta era todavía muy joven cuando sucedió la escena de la
glorieta. Veinticuatro años. Es cuando una mujer puede entender algo
de los desengaños y gozar esa melancólica y poética perspectiva de los
recuerdos, de la cual Dios libre, lector, á tu mujer, si la tienes.
Amén.
En cuanto á Pablo, preciso es confesar que se portó como un bellaco, y
como un cobarde primero.
Fué cobarde porque, ya que había nacido soñador, idealista, debió
afrontar las desastrosas consecuencias de su vocación y de su carácter.
Fué bellaco porque no recitó delante de Restituta su última poesía
íntegra. ¿Por qué no dijo, como era la verdad, que el amor al mirarse
en la fuente no se había conocido?
¿Por qué no confesó que al tener entre los brazos el sueño cuajado en
realidad, ó aquella mujer adorada en la primera juventud... sólo había
sentido el placer de la venganza y del orgullo satisfechos?
Y ¡oh vergüenza! debió confesar también que á la segunda cita no
acudió, sino muy tarde, porque sus deberes de agente le llevaron á la
Bolsa.
Sí; fué cobarde, fué bellaco... pero fué agudo, fué sutil.
Oyó en los labios de su tío don Pantaleón de los Pantalones, que era
tan bruto, las palabras de la sabiduría.
Amaba el ideal y le recordaron los dolores que acarrea. Huyó á tiempo
del precipicio.
Si hubiese seguido soñando le hubieran sucedido las siguientes
desgracias, alguna de ellas por lo menos:
1.ª. Morirse de hambre tarde ó temprano.
2.ª. Suponiendo que el hambre no hubiese sido puñalada de pícaro, su
prima le hubiera martirizado durante toda la vida, porque el señuelo
del desdén fué sin duda lo que la atrajo (ahora que ella no lo oye), y
3.ª. Dado que la prima se hubiese rendido, de todos modos, ¡qué amarga
felicidad no hubiera traído consigo el amor adúltero al alma enamorada
del pobre soñador!
No, y mil veces no. Pablo se convirtió de veras, perdió los sueños y el
amor, dejó los versos y la poesía, y sólo fingió amor, sueños, poesía,
versos, cuando sus planes lo exigieron.
Gozaba poco, es verdad, Pablo el convertido, pero no padecía nada.
Aquel amante podía exclamar: nada se ha perdido más que el amor.
Poetas de imitación, que buscais dolores íntimos para cantar endechas
y publicar vuestras penas, si encuentran editor, no despreciéis á mi
Pablo, no le tengais por menos que vosotros. Fué desertor del ideal,
huyó de los ensueños dolorosos porque los sintió de veras... y según
dicen los inteligentes, cuando se ama muy de veras se padece mucho.


LA MOSCA SABIA

I
Don Eufrasio Macrocéfalo me permitió una noche penetrar en el _sancta
sanctorum_, en su gabinete de estudio, que era, más bien que gabinete,
salón biblioteca; las paredes estaban guarnecidas de gruesos y muy
respetables volúmenes, cuyo valor en venta había de subir á un precio
fabuloso el día en que don Eufrasio cerrase el ojo y se vendiera aquel
tesoro de ciencia en pública almoneda; pues si mucho vale Aristóteles
por su propia cuenta, un Aristóteles propiedad del sabio Macrocéfalo
tenía que valer mucho más para cualquier bibliómano capaz de comprender
á mi ilustre amigo. Era mi objeto al visitar la biblioteca de don
Eufrasio, verificar notas en no importa qué autor, cuyo libro no era
fácil encontrar en otra parte; y llegó á tanto la amabilidad insólita
del erudito, que me dejó solo en aquel santuario de la sabiduría,
mientras él iba á no sé qué Academia á negar un premio á cierta Memoria
en que se le llamaba animal, no por llamárselo, sino por demostrar que
no hay solución de continuidad en la escala de los seres.
La biblioteca de don Eufrasio era una habitación abrigada, tan
herméticamente cerrada á todo airecillo indiscreto por lo colado,
que no había recuerdo de que jamás allí se hubiera tosido ni hecho
manifestación alguna de las que anuncian constipado; don Eufrasio no
quería constiparse, porque su propia tos le hubiera distraído de sus
profundas meditaciones. Era, en fin, aquélla una habitación en que bien
podría cocer pan un panadero, como dice Campoamor. Junto á la mesa
escritorio estaba un brasero todo ascuas, y al extremo de la sala,
en una chimenea de construcción anticuada, ardían troncos de encina,
que se quejaban al quemarse. Mullida alfombra cubría el pavimento;
cortinones de tela pesada colgaban en los huecos, y no había rendija
sin tapar, ni por lado alguno pretexto para que el aire frío del
exterior penetrase atropelladamente, sino por sus pasos contados y bajo
la palabra de ir calentándose poco á poco.
Largo rato pasé gozando de aquel agradable calorcillo, que yo juzgaba
tan ajeno á la ciencia, siempre tenida por fría y casi helada. Creíame
solo, porque de ratones no había que hablar en casa de Macrocéfalo,
químico excelente, especie de Borgia de los mures. Yo callaba, y los
libros también; pues aunque me decían muchas cosas con lo que tenían
escrito sobre el lomo, decíanlo sin hacer ruido; y sólo allá en la
chimenea alborotaban todo lo que podían, que no era mucho, porque iban
ya de vencida, los abrasados troncos.
En vez de evacuar las citas que llevaba apuntadas, arrellanéme en
una mecedora, cerca del brasero, y en dulce somnolencia dejé á la
perezosa fantasía vagar á su antojo, llevando el pensamiento por donde
ella fuere. Pero la fantasía se quejaba de que le faltaba espacio entre
aquellas paredes de sabiduría, que no podía romper, como si fuesen de
piedra. ¿Cómo atravesar con holgura aquellos tomos que sabían todo lo
que Platón dijo, y que gritaban aquí ¡Leibnitz! más allá ¡Descartes!
¡San Agustín! ¡Enciclopedia! ¡Sistema del mundo! ¡Crítica de la razón
pura! _¡Novum organum!_ Todo el mundo de la inteligencia se interponía
entre mi pobre imaginación y el libre ambiente. No podía volar.
¡Ea!--le dije--; busca materia para tus locuras dentro del estrecho
recinto en que te ve encerrada. Estás en la casa de un sabio; este
silencio ¿nada te dice? ¿No hay aquí algo que hable del misterioso
vivir del filósofo? ¿No quedó en el aire, perceptible á tus ojos,
algún rastro que sea indicio de los pensamientos de don Eufrasio, ó de
sus pesares, ó de sus esperanzas, ó de sus pasiones, que tal vez, con
saber tanto, Macrocéfalo las tenga? Nada respondió mi fantasía; pero en
aquel instante oí á mi espalda un zumbido muy débil y de muy extraña
naturaleza: parecía en algo el zumbido de una mosca, y en algo parecía
el rumor de palabras que sonaban lejos, muy apagadas y confusas.
Entonces dijo la fantasía: “¿Oyes? ¡Aquí está el misterio! Ese rumor
es de un espíritu acaso; acaso va á hablar el genio de don Eufrasio,
algún demonio, en el buen sentido de la palabra, que Macrocéfalo tendrá
metido en algún frasco.” Sobre la pantalla de transparentes que casi
tapaba por completo el quinqué colocado sobre la mesa, que yo tenía
muy cerca, se vino á posar una mosca de muy triste aspecto, porque
tenía las alas sucias, caídas y algo rotas, el cuerpo muy delgado y
de color... de ala de mosca, faltábale alguna de las extremidades, y
parecía, al andar sobre la pantalla, baldada y canija. Repitióse el
zumbido, y esta vez ya sonaba más á palabras; la mosca decía algo,
aunque no podía yo distinguir lo que decía. Acerqué más á la mesa la
mecedora, y aplicando el oído al borde de la pantalla, oí que la mosca,
sin esquivar mi indiscreta presencia, decía con muy bien entonada voz,
que para sí quisieran muchos actores de fama:
_--Sucedió en la suprema monarquía
de la Mosquea, un rey que, aunque valiente,
la suma de riquezas que tenía
su pecho afeminaron fácilmente._
--¿Quién anda ahí? _¿Hospes, quis es?_--gritó la mosquita estremecida,
interrumpiendo el canto de Villaviciosa, que tan entusiasmada estaba
declamando; y fué que sintió como estrépito horrísono el ligero roce de
mis barbas con la pantalla en que ella se paseaba con toda la majestad
que le consentía la cojera.--Dispense usted, caballero, continuó
reportándose, me ha dado usted un buen susto; soy nerviosa, sumamente
nerviosa, y además soy miope y distraída, por todo lo cual no había
notado su presencia.
Yo estaba perplejo; no sabía qué tratamiento dar á aquella mosca que
hablaba con tanta corrección y propiedad, y recitaba versos clásicos.
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