Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 04

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--Manolita, vos serés bien mandada. Andate no más para la recámara.
Aquella pelona encamisada era la hija de Tirano Banderas: Joven,
lozana, de pulido bronce, casi una niña, con la expresión inmóvil,
sellaba un enigma cruel su máscara de ídolo: Huidiza y doblada, se
recogió al amparo de la recamarera y el mucamo, arrestados en la
puerta. Se la llevaron con amonestaciones, y en la oscuridad se
perdieron. Tirano Banderas, con un monólogo tartajoso, comenzó a dar
paseos: Al cabo, resolviéndose, hizo una cortesía de estantigua, y
comenzó a subir la escalera.
--Al macaneador de mi compadre, será prudente arrestarlo esta noche,
Mayor del Valle.


TERCERA PARTE
NOCHE DE FARRA


LIBRO PRIMERO
LA RECÁMARA VERDE

I
¡Famosas aquellas ferias de Santos y Difuntos! La Plaza de Armas,
Monotombo, Arquillo de Madres eran zoco de boliches y pulperías,
ruletas y naipes. Corre la chusma a los anuncios de toro candil en
los Portalitos de Penitentes: Corren las rondas de burlones apagando
las luminarias, al procuro de hacer más vistoso el candil del bulto
toreado. Quiebra el oscuro, en el vasto cielo, la luna chocarrera y
cacareante: Ahúman las candilejas de petróleo por las embocaduras de
tutilimundis, tinglados y barracas: Los ciegos de guitarrón cantan en
los corros de pelados: El criollaje ranchero --poncho, facón, jarano--
se estaciona al ruedo de las mesas con tableros de azares y suertes
fulleras. Circula en racimos la plebe cobriza, greñuda, descalza, y por
las escalerillas de las iglesias, indios alfareros venden esquilones
de barro con círculos y palotes de pinturas estentóreas y dramáticas.
Beatas y chamacos mercan los fúnebres barros, de tañido tan triste que
recuerdan la tena y el caso del fraile peruano. A cada vuelta saltan
risas y bravatas. En los portalitos, por las pulperías de cholos y
lepes, la guitarra rasguea los corridos de milagros y ladrones:
Era Diego Pedernales
de buena generación.

II
El congal de Cucarachita encendía farolillos de colores en el azoguejo,
y luces de difuntos en la Recámara Verde. Son consorcios que aparejan
las ferias. Lupita la Romántica, con bata de lazos y el moño colgante,
suspiraba caída en el sueño magnético, bajo la mirada y los pasos del
Doctor Polaco: Alentaba rendida y vencida, con suspiros de erótico
tránsito:
--¡Ay!
--Responda la Señorita Médium.
--¡Ay! Alumbrándose sube por una escalera muy grande... No puedo. Ya no
está... Se me ha desvanecido.
--Siga usted hasta encontrarle, Señorita.
--Entra por una puerta donde hay un centinela.
--¿Habla con él?
--Sí. Ahora no puedo verle. No puedo... ¡Ay!
--Procure situarse, Señorita Médium.
--No puedo.
--Yo lo mando.
--¡Ay!
--Sitúese. ¿Qué ve en torno suyo?
--¡Ay! Las estrellas grandes como lunas pasan corriendo por el cielo.
--¿Ha dejado el plano terrestre?
--No sé.
--Sí lo sabe. Responda. ¿Dónde se sitúa?
--¡Estoy muerta!
--Voy a resucitarla, Señorita Médium.
El farandul le puso en la frente la piedra de un anillo. Después fueron
los pases de manos y el soplar sobre los párpados de la daifa durmiente:
--¡Ay!...
--Señorita Médium, va usted a despertarse contenta y sin dolor de
cabeza. Muy despejada y contenta, sin ninguna impresión dolorosa.
Hablaba de rutina, con el murmullo apacible del clérigo que reza su
misa diaria. Gritaba en el corredor la madrota, y en el azoguejo,
donde era el mitote de danza, aguardiente y parcheo, metía bulla el
Coronelito Domiciano de la Gándara.

III
El Coronelito Domiciano de la Gándara templa el guitarrón: Camisa y
calzones, por aberturas coincidentes, muestran el vientre rotundo y
risueño de dios tibetano: En los pies desnudos arrastra chancletas, y
se toca con un jaranillo mambís, que al revirón descubre el rojo de un
pañuelo y la oreja con arete: El ojo guiñate, la mano en los trastes,
platica leperón con las manflotas en cabellos y bata escotada: Era
negrote, membrudo, rizoso, vestido con sudada guayabera y calzones
mamelucos, sujetos por un cincho con gran broche de plata: Los torpes
conceptos venustos celebra con risa saturnal y vinaria. Niño Domiciano
nunca estaba sin cuatro candiles, y como arrastraba su vida por
bochinches y congales, era propenso a las tremolinas y escandaloso al
final de las farras. Las niñas del pecado, desmadejadas y desdeñosas,
recogían el bulle-bulle en el vaivén de las mecedoras: El rojo de los
cigarros las señalaba en sus lugares. El Coronelito, dando el último
tiento a los trastes, escupe y rasguea cantando por burlas el corrido
que rueda estos tiempos, de Diego Pedernales. La sombra de la mano con
el reflejo de las tumbagas, pone rasgueo de luces en el rasgueo de la
guitarra:
--Preso le llevan los guardias,
sobre caballo pelón,
que en los Ranchos de Valdivia
le tomaron a traición.
Celos de niña ranchera
hicieron la delación.

IV
Tecleaba un piano hipocondríaco, en la sala que nombraban Sala de la
Recámara Verde. Como el mitote era en el patio, la sala agrandábase
alumbrada y vacía, con las rejas abiertas sobre el azoguejo y el
viento en las muselinas de los vidrios. El Ciego Velones --nombre de
burlas-- arañaba lívidas escalas, acompañando el canto a una chicuela
consumida, tristeza, desgarbo, fealdad de hospiciana. En el arrimo de
la reja, hacían duelo, por la contraria suerte en los albures, dos
peponas amulatadas: El barro melado de sus facciones se depuraba con
una dulzura de líneas y tintas, en el ébano de las cabezas pimpantes
de peines y moñetes, un drama oriental de lacres y verdes. El Ciego
Velones tecleaba el piano sin luces, un piano lechuzo que se pasaba
los días enfundado de bayeta negra. Cantaba la chicuela, tirante las
cuerdas del triste descote, inmóvil la cara de niña muerta, el fúnebre
resplandor de la bandejilla del petitorio sobre el pecho:
--¡No me mates, traidora ilusión!
¡Es tu imagen en mi pensamiento,
una hoguera de casta pasión!
La voz lívida, en la lívida iluminación de la sala desierta, se
desgarraba en una altura inverosímil:
--¡Una hoguera de casta pasión!
Algunas parejas bailaban en el azoguejo, mecidas por el ritmo del
danzón: Perezosas y lánguidas, pasaban con las mejillas juntas por
delante de las rejas. El Coronelito, más bruja que un roto, acompañaba
con una cuerda en el guitarrón, la voz en un trémolo:
--¡No me mates, traidora ilusión!

V
La cortina abomba su raso verde en el arco de la recámara: Brilla en el
fondo, sobre el espejo, la pomposa cama del trato, y por veces todo se
tambalea en un guiño del altarete. Suspiraba Lupita:
--¡Ánimas del Purgatorio! ¡No más, y qué sueño se me ha puesto! ¡La
cabeza se me parte!
La tranquilizó el farandul:
--Eso se pasa pronto.
--¡Cuando yo vuelva a consentir que usted me enajene, van a tener pelos
las tortugas!
El Doctor Polaco, desviando la plática, felicitó a la daifa con
ceremonia de farandul:
--Es usted un caso muy interesante de metempsicosis. Yo no tendría
inconveniente en asegurarle a usted contrata para un teatro de Berlín.
Usted podría ser un caso de los más célebres. ¡Esta experiencia ha sido
muy interesante!
La daifa se oprimía las sienes, metiendo los dedos con luces de
pedrería por los bandos endrinos del peinado:
--¡Para toda la noche tengo ya jaqueca!
--Una taza de café será lo bastante... Disuelve usted en la taza una
perla de éter, y se hallará prontamente tonificada, para poder intentar
otra experiencia.
--¡Una y no más!
--¿No se animaría usted a presentarse en público? Sometida a una
dirección inteligente, pronto tendría usted renombre para actuar en un
teatro de Nueva York. Yo le garanto a usted un tanto por ciento. Usted,
antes de un año, puede presentarse con diplomas de las más acreditadas
Academias de Europa. El Coronelito me ha tenido conversación de su
caso, pero muy lejano, que ofreciese tanto interés para la ciencia.
¡Muy lejano! Usted se debe al estudio de los iniciados en los misterios
del magnetismo.
--¡Con una cartera llena de papel, aun no cegaba! ¡A pique de quedar
muerta en una experiencia!
--Ese riesgo no existe cuando se procede científicamente.
--La rubia que a usted acompañaba pasados tiempos, se corrió que había
muerto en un teatro.
--¿Y que yo estaba preso? Esa calumnia es patente. Yo no estoy preso.
--Habrá usted limado las rejas de la cárcel.
--¿Me cree usted con poder para tanto?
--¿No es usted brujo?
--El estudio de los fenómenos magnéticos no puede ser calificado de
brujería. ¿Usted se encuentra libre ya del malestar cefálico?
--Sí, parece que se me pasa.
Gritaba en el corredor la madrota:
--Lupita, que te solicitan.
--¿Quién es?
--Un amigo. ¡No pasmes!
--¡Voy! De hallarme menos carente, esta noche la guardaba por devoción
de las Benditas.
--Lupita, puede usted obtener un suceso público en un escenario.
--¡Me da mucho miedo!
Salió de la recámara con bulle-bulle de faldas, seguida del Doctor
Polaco. Aquel tuno nigromante, con una barraca en la feria, era muy
admirado en el congal de Cucarachita.


LIBRO SEGUNDO
LUCES DE ÁNIMAS

I
--En borrico de justicia
le sacan con un pregón,
hizo mamola al verdugo
al revestirle el jopón,
y al Cristo que le presentan,
una seña de masón.
En la Recámara Verde, iluminada con altarete de luces aceiteras y
cerillos, atendía, apagando un cuchicheo, la pareja encuerada del
pecado. Llegaba el romance prendido al son de la guitarra. En el
altarete, las mariposas de aceite cuchicheaban y los amantes en el
cabezal. La daifa:
--¡Era bien ruin!
El coime:
--¡Ateo!
--En la noche de hoy, ese canto de verdugos y ajusticiados, parece más
negro que un catafalco.
--¡Vida alegre, muerte triste!
--¡Abrenuncio! ¡Qué voz de corneja sacaste! ¿Veguillas, tú, vista la
hora final, confesarías como cristiano?
--¡Yo no niego la vida del alma!
--¡Nachito, somos espíritu y materia! ¡Donde me ves con estas carnes,
pues una romántica! De no haber estado tan bruja, hubiera guardado este
día. ¡Pero es mucho el empeño con el ama! Nachito, ¿tú sabes de persona
viviente que no tenga sus muertos? Los hospicianos, y aun esos porque
no los conocen. Este aniversario merecía ser de los más guardados:
¡Trae muchos recuerdos! Tú, si fueses propiamente romántico, ahora
tenías un escrúpulo: Me pagabas el estipendio y te caminabas.
--¿Y caminarme sin aflojar la plata?
--También. ¡Yo soy muy romántica! Ya te digo que de no hallarme tan en
deuda con la madrota...
--¿Quieres que yo te cancele el crédito?
--Pon eso claro.
--¿Si quieres que yo te pague la deuda?
--No me veas chuela, Nachito.
--¿Debes mucho?
--¡Treinta Manfredos! ¡Me niega quince que le entregué por las Flores
de Mayo! ¡Como tú te hicieses cargo de la deuda y me pusieses en un
pupilaje, ibas a ver una fiel esclava!
--¡Siento no ser negrero!
La daifa quedose abstraída mirando las luces de sus falsos anillos.
Hacía memoria. Por la boca pintada corría un rezo:
--Esta conversación, pasó otra vez de la misma manera: ¿Te acuerdas,
Veguillas? Pasó con iguales palabras y prosopopeyas.
--Pudiera.
La moza del pecado, entrándose en sí misma, quedó abismada, siempre los
ojos en las piedras de sus anillos.

II
Percibíase embullangado el guitarro, el canto y la zarabanda de risas,
chapines y palmas con que jaleaban las del trato. Gritos, carrerillas y
cierre de puertas. Acezo y pisadas en el corredor. Los artejos y la voz
de la Taracena:
--¡El cerrojo! Horita vos va con una copla Domiciano. El cerrojo, si
no lo tenéis corrido, que ya le entró la tema de escandalizar por las
recámaras.
Siempre abismada en la fábula de sus manos, suspiró la romántica:
--¡Domiciano toma la vida como la vida se merece!
--¿Y el despertar?
--¡Ave María! ¿Esta misma plática no la tuvimos hace un instante?
¿Veguillas, cuándo fueron aquellos pronósticos tuyos, del mal fin que
tendría el Coronelito de la Gándara?
Gritó Veguillas:
--¡Ese secreto jamás ha salido de mis labios!
--¡Ya me haces dudar! ¡Patillas tomó tu figura en aquel momento,
Nachito!
--Lupita, no seas visionaria.
Venía por el corredor acreciéndose la bulla de copla y guitarra,
soflamas y palmas. Cantaba el valedor un aire de los llaneros:
--Licenciadito Veguillas,
saca del brazo a tu dama
para beber una copa
a la salud de las ánimas.
--¡Santísimo Dios! ¡Esta misma letra se ha cantado otra vez estando
como ahora acostados en la cama!
Nacho Veguillas, entre humorístico y asustadizo, azotó las nalgas de la
moza, con gran estallo:
--¡Lupita, que te pasas de romántica!
--¡No me pongas en confusión, Veguillas!
--Si me estás viendo chuela toda la noche.
Tornaba la copla y el rasgueo, a la puerta de la recámara. Oscilaba el
altarete de luces y cruces. Susurró la del trato:
--Nacho Veguillas, ¿llevas buena relación con el Coronel Gandarita?
--¡Amigos entrañables!
--¿Por qué no le das aviso para que se ponga en salvo?
--¿Pues qué sabes tú?
--¿No hablamos antes?
--¡No!
--¡Lo juras, Nachito!
--¡Jurado!
--¿Que nada hablamos? ¡Pues lo habrás tenido en el pensamiento!
Nacho Veguillas, sacando los ojos a flor de la cara, saltó en el
alfombrín con las dos manos sobre las vergüenzas:
--¡Lupita, tú tienes comercio con los espíritus!
--¡Calla!
--¡Responde!
--¡Me confundes! ¿Dices que nada hemos hablado del fin que le espera al
Coronel de la Gándara?
Batían en la puerta, y otra vez renovábase la bulla, con el tema de
copla y guitarro:
--Levántate, valedor,
y vístete los calzones,
para jugarnos la plata
en los albures pelones.
Abriose la puerta de un puntapié, y rascando el guitarrillo que apoya
en el vientre rotundo, apareció el Coronelito. Nacho Veguillas, con
alegre transporte de botarate, saltó de cucas, remedando el cantar de
la rana:
--¡Cua! ¡Cua!

III
El congal, con luminarias de verbena, juntaba en el patio mitote de
naipe, aguardiente y buñuelo. Tenía el naipe al salir un interés
fatigado: Menguaban las puestas, se encogían sobre el tapete, bajo
el reflejo amarillo del candil, al aire contrario del naipe. Viendo
el dinero tan receloso, para darle ánimo trajo aguardiente de caña y
chicha la Taracena. Nacho Veguillas, muy festejado, a medio vestir,
suelto el chaleco, un tirante por rabo, saltaba mimando el dúo del
sapo y la rana. La música clásica, que, cuando esparcía su ánimo
sombrío, gustaba de oír Tirano Banderas. Nachito, con una lágrima
de artista ambulante, recibía las felicitaciones, estrechaba las
manos, se tambaleaba en épicos abrazos. El Doctor Polaco, celoso de
aquellos triunfos, en un corro de niñas, disertaba, accionando con
el libro de los naipes abierto en abanico. Atentas las manflotas,
cerraban un círculo de ojeras y lazos, con meloso cuchicheo tropical.
La chamaca fúnebre pasaba la bandejilla del petitorio, estirando el
triste descote, mustia y resignada, horrible en su corpiño de muselinas
azules, lívidos lujos de hambre. Nachito la perseguía en cuclillas con
gran algazara:
--¡Cua! ¡Cua!

IV
Con las luces del alba la mustia pareja del ciego lechuzo y la chica
amortajada escurríase por el Arquillo de las Madres Portuguesas. Se
apagaban las luminarias. En los Portalitos quedaba un rezago de ferias:
El tiovivo daba su última vuelta en una gran boqueada de candilejas. El
ciego lechuzo, y la chica amortajada, llevan fosco rosmar, claveteado
entre las cuatro pisadas:
--¡Tiempos más fregados no los he conocido!
Habló la chica sin mudar el gesto de ultratumba:
--¡Donde otras ferias!
Sacudió la cabeza el lechuzo:
--Cucarachita no renueva el mujerío y así no se sostiene un negocio.
¿Qué tal mujer la Panameña? ¿Tiene partido?
--Poco partido tiene para ser nueva. ¡Está mochales!
--¿Qué viene a ser eso?
--¡Modo que tiene una chica que llaman la Malagueña! Con ello significa
los transtornos.
--No tomes el hablar de esas mujeres.
La amortajada puso los tristes ojos en una estrella:
--¿Se me notaba que estuviese ronca?
--No más que al atacar las primeras notas. La pasión de esta noche es
de una verdadera artista. Sin cariño de padre, creo que hubieses tenido
un triunfo en una sala de conciertos: “No me mates, traidora ilusión.”
¡Ahí has rayado muy alto! Hija mía, es preciso que cantes pronto en un
teatro, y me redimas de esta situación precaria. Yo puedo dirigir una
orquesta.
--¿Ciego?
--Operándome las cataratas.
--¡Ay mi viejo, cómo soñamos!
--¿No saldremos alguna vez de esta pesadumbre?
--¡Quién sabe!
--¿Dudas?
--No digo nada.
--Tú no conoces otra vida, y te conformas.
--¡Vos tampoco la conocés, taitita!
--La he visto en otros, y comprendo lo que sea.
--Yo, puesta a envidiar, no envidiaría riquezas.
--¿Pues qué envidiarías?
--¡Ser pájaro! Cantar en una rama.
--No sabes lo que hablas.
--Ya hemos llegado.
En el portal dormía el indio con su india, cubiertos los dos por una
frazada. La chica fúnebre y el ciego lechuzo pasaron perfilándose. El
esquilón de las monjas doblaba por las Ánimas.

V
Nacho Veguillas también tenía el vino sentimental de boca babosa y ojos
tiernos. Ahora, con la cabeza sobre el regazo de la daifa, canta su
aria en la Recámara Verde:
--¡Dame tu amor, lirio caído en el fango!
Ensoñó la manflota:
--¡Canela! ¡Y decís vos que no sos romántico!
--¡Ángel puro de amor, que amor inspira! ¡Yo te sacaré del abismo y
redimiré tu alma virginal! ¡Taracena! ¡Taracena!
--¡No armés escándalo, Nachito! Dejá vos al ama, que no está para tus
fregados.
Y le ponía los anillos sobre la boca vinaria. Nachito se incorporó:
--¡Taracena! ¡Yo pago el débito de esta azucena, caída en el barro vil
de tu comercio!
--¡Callá! ¡No faltés!
Nachito, llorona la alcuza de la nariz, se volvía a la niña del trato:
--¡Calma mi sed de ideal, ángel que tienes rotas las alas! ¡Posa tu
mano en mi frente, que en un mar de lava ardiente mi cerebro siento
arder!
--¿Cuándo fue que oí esas mismas músicas? ¡Nachito, aquí se dijeron
esas mismas palabras!
Nachito se sintió celoso:
--¡Algún cabrón!
--O no se habrán dicho... Esta noche se me figura que ya pasó todo
cuanto pasa. ¡Son las Benditas!... ¡Es ilusión esta de que todo pasó,
antes de pasar!
--¡Yo te llamaba en mis solitarios sueños! ¡El imán de tu mirada
penetra en mi! ¡Bésame, mujer!
--Nachito, no seás sonso y dejame rezar este toque de Ánimas.
--¡Bésame, Jarifa! ¡Bésame, impúdica, inocente! ¡Dame un ósculo casto y
virginal! ¡Caminaba solo por el desierto de la vida, y se me aparece un
oasis de amor, donde reposar la frente!
Nachito sollozaba, y la del trato, para consolarle, le dio un beso
de folletín romántico, apretándole a la boca, el corazón de su boca
pintada:
--¡Eres sonso!

VI
Tembló el altarete de Ánimas: El aleteo de un reflejo desquició los
muros de la Recámara Verde: Se abrió la puerta y entró sin ceremonia el
Coronelito de la Gándara. Veguillas volvió la nariz de alcuza y puso el
ojo de carnero:
--¡Domiciano, no profanes el idilio de dos almas!
--Licenciadito, te recomiendo el amoniaco. Mírame a mí, limpio de
vapores. ¿Guadalupe, qué haces sin darle el agua bendita?
El Coronelito de la Gándara, al pisar, infundía un temblor en la
luminaria de Ánimas: La fanfarria irreverente de sus espuelas plateras,
ponía al guiño del altarete un sinfónico fondo herético: Advertíase
señalada mudanza en la persona y arreo del Coronelito: Traía el calzón
recogido en botas jinetas, el cinto ajustado y el machete al flanco,
viva aún la rasura de la barba, y el mechón endrino de la frente,
peinado y brillante:
--Veguillas, hermano, préstame veinte soles, que bien te pintó el
juego. Mañana te serán reintegrados.
--¡Mañana!
Nachito, tras la palabra que se desvanece en la verdosa penumbra, queda
suspenso sin cerrar la boca. Oíase el doble de una remota campana. Las
luces del altarete tenían un escalofrío aterrorizado. La manflota en
camisa rosa --morena prieta-- se santiguaba entre las cortinas. Y era
siempre sobre su tema el Coronelito de la Gándara:
--Mañana. ¡Y si no, cuando me entierren!
Nachito estalló en un sollozo:
--Siempre va con nosotros la muerte. Domiciano, recobra el juicio, la
plata de nada te remedia.
Por entre cortinas salía la daifa, abrochándose el corsé, los dos
pechos fuera, tirantes las medias, altas las ligas rosadas:
--¡Domiciano, ponte en salvo! Este pendejo no te lo dice, pero él sabe
que estás en las listas de Tirano Banderas.
El Coronelito aseguró los ojos sobre Veguillas. Y Veguillas, con los
brazos abiertos, gritó consternado:
--¡Ángel funesto! ¡Sierpe biomagnética! Con tus besos embriagadores me
sorbiste el pensamiento.
El Coronelito, de un salto estaba en la puerta, atento a mirar y
escuchar: Cerró, y corrida la aldaba, abierto el compás de las piernas,
tiró de machete:
--Trae la palangana, Lupita. Vamos a ponerle una sangría a este
doctorcito de guagua.
Se interpuso la daifa en corsé:
--Ten juicio, Domiciano. Antes que con él toques, a mí me traspasas.
¿Qué pretendes? ¿Qué haces ya aquí sofregado? ¿Corres peligro? ¡Pues
ponte en salvo!
Se tiró de los bigotes con sorna el Coronelito de la Gándara:
--¿Quién me vende, Veguillas? ¿Qué me amenaza? Si horita mismo no lo
declaras, te doy pasaporte con las Benditas. ¡Luego, luego, ponlo todo
de manifiesto!
Veguillas, arrimado a la pared, se metía los calzones, torcido y
compungido. Le temblaban las manos. Gimió turulato:
--Hermano, te delata la vieja rabona que tiene su mesilla en el
jueguecito de la rana. ¡Esa te delata!
--¡Puta madre!
--Te ha perdido la mala costumbre de hacer cachizas, apenas te pones
trompeto.
--¡Me ha de servir para un tambor esa cuera vieja!
--Niño Santos le ha dado la mano con promesa de chicotearte.
Apremiaba la daifa:
--¡No pierdas tiempo, Domiciano!
--¡Calla, Lupita! Este amigo entrañable, luego, luego, me va a decir
por qué tribunal estoy sentenciado.
Gimió Veguillas:
--¡Domiciano, no la chingues, que no eres súbdito extranjero!

VII
El Coronelito relampagueaba el machete sobre las cabezas: La daifa, en
camisa rosa, apretaba los ojos y aspaba los brazos: Veguillas era todo
un temblor arrimado a la pared, en faldetas y con los calzones en la
mano: El Coronelito se los arrancó:
--¡Me chingo en las bragas! ¿Cuál es mi sentencia?
Nachito se encogía con la nariz de alcuza en el ombligo:
--¡Hermano, no más me preguntes! Cada palabra es una bala... ¡Me estoy
suicidando! La sentencia que tú no cumplas vendrá sobre mi cabeza.
--¿Cuál es mi sentencia? ¿Quién la ha dictado?
Desesperábase la manflota, de rodillas ante las luces de Ánimas:
--¡Ponte en salvo! ¡Si no lo haces, aquí mismo te prende el Mayorcito
del Valle!
Nachito acabó de empavorizarse:
--¡Mujer infausta!
Se ovillaba cubriéndose hasta los pies con las faldetas de la camisa.
El Coronelito le suspendió por los pelos: Veguillas, con la camisa
sobre el ombligo, agitaba los brazos. Rugía el Coronelito:
--¿El Mayor del Valle tiene la orden de arrestarme? Responde.
Veguillas sacó la lengua:
--¡Me he suicidado!


LIBRO TERCERO
GUIÑOL DRAMÁTICO

I
¡Fue como truco de melodrama! El Coronelito, en el instante de pisar
la calle, ha visto los fusiles de una patrulla, por el Arquillo de
las Portuguesas. El Mayor del Valle viene a prenderle. El peligro le
da un alerta violento en el pecho: Pronto y advertido se aplasta en
tierra y a gatas cruza la calle: Por la puerta que entreabre un indio
medio desnudo, lleno el pecho de escapularios, ya se mete. Veguillas le
sigue arrastrado en un círculo de fatalidades absurdas: El Coronelito,
acarrerado escalera arriba, se curva como el jinete sobre la montura.
Nachito, que hocica sobre los escalones, recibe en la frente el
resplandor de las espuelas. Bajo la claraboya del sotabanco, en la
primera puerta, está pulsando el Coronelito. Abre una mucama que tiene
la escoba: En un traspiés, espantada y aspada, ve a los dos fugitivos
meterse por el corredor: Prorrumpe en gritos, pero las luces de un
puñal que ciega los ojos, la lengua le enfrenan.

II
Al final del corredor está la recámara de un estudiante. El joven,
pálido de lecturas, que medita sobre los libros abiertos, de codos en
la mesa. Humea la lámpara. La ventana está abierta sobre la última
estrella. El Coronelito, al entrar, pregunta y señala:
--¿Adónde cae?
El estudiante vuelve a la ventana su perfil lívido de sorpresa
dramática. El Coronelito, sin esperar otra respuesta, salta sobre el
alféizar, y grita con humor travieso:
--¡Ándele, pendejo!
Nachito se consterna:
--¡Su madre!
--¡Jip!
El Coronelito, con una brama, echa el cuerpo fuera. Va por el aire. Cae
en un tejadillo. Quiebra muchas tejas. Escapa gateando. A Nachito que
asoma timorato la alcuza llorona, se le arruga completamente la cara:
--¡Hay que ser gato!

III
Y por las recámaras del congal fulgura su charrasco el Mayor del Valle:
Seguido de algunos soldados entra y sale, sonando las charras espuelas:
A su vera jaleando el nalgario, con ahogo y ponderaciones, zapato bajo
y una flor en la oreja, la madrota:
--¡Patroncito, soy gaditana y no miento! ¡Mi palabra es la del Rey de
España! El Coronel Gandarita no hace un bostezo que dijo: ¡Me voy!
¡Visto y no visto! ¡Horitita! ¡Si no se tropezaron fue milagro! ¡Apenas
llevaría tres pasos, cuando ya estaban en la puerta los soldados!
--¿No dijo adónde se caminaba?
--¡Iba muy trueno! Si algún bochinche no le tienta, buscará la cama.
El Mayor miró de través a la tía cherinola y llamó al sargento:
--Vas a registrar la casa. Cucarachita, si te descubro el contrabando
te caen cien palos.
--Niño, no me encontrarás nada.
La madrota sonaba las llaves. El Mayor, contrariado, se mesaba la barba
chivona, y en la espera, haciendo piernas entrose por la Sala de la
Recámara Verde. El susto y el grito, la carrera furtiva, un rosario
de léperos textos concertaban toda la vida del congal, en la luz
cenicienta del alba. Lupita, taconeando, surgió en el arco de la verde
recámara, un lunar nuevo en la mejilla: Por el pintado corazón de la
boca, vertía el humo del cigarro:
--¡Abilio, estás de mi gusto!
--Me mandé mudar.
--Oye, ¿y tú piensas que se oculta aquí Domiciano? ¡Poco faltó para que
le armases la ratonera! ¡Ahora, échale perros!

IV
Y Nachito Veguillas aún exprime su gesto turulato frente a la ventana
del estudiante. El tiempo parece haber prolongado todas las acciones,
suspensas absurdamente en el ápice de un instante, estupefactas,
cristalizadas, nítidas, inverosímiles como sucede bajo la influencia
de la marihuana. El estudiante, entre sus libros, tras de la mesa,
despeinado, insomne, mira atónito: A Nachito tiene delante, abierta la
boca y las manos en las orejas:
--¡Me he suicidado!
El estudiante cada vez parece más muerto:
--¿Usted es un fugado de Santa Mónica?
Nachito se frota los ojos:
--Viene a ser como un viceversa... Yo, amigo, de nadie escapo. Aquí me
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