Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 05

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estoy. Míreme usted, amigo. Yo no escapo... Escapa el culpado. No soy
más que un acompañante... Si me pregunta usted por qué tengo entrado
aquí, me será difícil responderle. ¿Acaso sé dónde me encuentro? Subí
por impulso ciego, en el arrebato de ese otro que usted ha visto. Mi
palabra le doy. Un caso que yo mismo no comprendo. ¡Biomagnetismo!
El estudiante le mira perplejo sin descifrar el enredo de pesadilla
donde fulgura el rostro de aquel que escapó por la lívida ventana,
abierta toda la noche con la perseverancia de las cosas inertes, en
espera de que se cumpla aquella contingencia de melodrama. Nachito
solloza efusivo y cobarde:
--Aquí estoy, noble joven. Solamente pido para serenarme, un trago de
agua. Todo es un sueño.
En este registro, se le atora el gallo. Llega del corredor estrépito
de voces y armas. Empuñando el revólver cubre la puerta la figura del
Mayor Abilio del Valle. Detrás, soldados con fusiles:
--¡Manos arriba!

V
Por otra puerta una gigantona descalza, en enaguas y pañoleta: La greña
aleonada, ojos y cejas de tan intensos negros que, con ser muy morena
la cara, parecen en ella tiznes y lumbres: Una poderosa figura de vieja
bíblica: Sus brazos de acusados tendones, tenían un pathos barroco y
estatuario. Doña Rosita Pintado entró en una ráfaga de voces airadas,
gesto y ademán en trastorno:
--¿Qué buscan en mi casa? ¿Es que piensan llevarse al chamaco? ¿Quién
lo manda? ¡Me llevan a mí! ¿Estas son leyes?
Habló el Mayor del Valle:
--No me vea chuela, Doña Rosita. El retoño tiene que venirse merito a
prestar declaración. Yo le garanto que cumplida esa diligencia, como se
halle sin culpa, acá vuelve el muchacho. No tema ninguna ojeriza. Esto
lo dimanan las circunstancias. El muchacho vuelve si está sin culpa,
yo se lo garanto.
Miró a su madre el mozalbete y, con arisco ceño, le recomendó silencio.
La gigantona estremecida corrió para abrazarle, en desolado ademán los
brazos. La arrestó el hijo con gesto firme:
--Mi vieja, cállese y no la friegue. Con bulla nada se alcanza.
Clamó la madre:
--¡Tú me matas, negro de Guinea!
--¡Nada malo puede venirme!
La gigantona se debatió, asombrada en una oscuridad de dudas y alarmas:
--¡Mayorcito del Valle, dígame usted lo que pasa!
Interrumpió el mozuelo:
--Uno que entró perseguido, y se fugó por la ventana.
--¿Tú qué le has dicho?
--Ni tiempo tuve de verle la cara.
Intervino el Mayor del Valle:
--Con hacer esta declaración donde corresponde, todo queda terminado.
Plegó los brazos la gigantona:
--¿Y el que escapaba, se sabe quién era?
Nachito sacó la voz entre nieblas alcohólicas:
--¡El Coronel de la Gándara!
Nachito, luciente de lágrimas, encogido entre dos soldados, resoplaba
con la alcuza llorona pingando la moca. Aturdida, en desconcierto, le
miró Doña Rosita:
--¡Valedor! ¿También usted llora?
--¡Me he suicidado!
El Mayor del Valle levanta el charrasco y la escuadra se apronta,
sacando entre filas al estudiante y a Nachito.

VI
Despeinadas y ojerosas atisbaban tras de la reja las pupilas de
Taracena. Se afanan por descubrir a los prisioneros, sombras taciturnas
entre la gris retícula de las bayonetas. El sacristán de las monjas
sacaba la cabeza por el arquillo del esquilón. Tocaban diana las
cornetas de fuertes y cuarteles. Tenía el mar caminos de sol. Los
indios, trajinantes nocturnos, entraban en la ciudad guiando recuas
de llamas cargadas de mercadería y frutos de los ranchos serranos:
El bravío del ganado recalentaba la neblina del alba. Despertábase
el Puerto con un son ambulatorio de esquilas, y la patrulla de
fusiles desaparecía con los dos prisioneros por el Arquillo de las
Portuguesas. En el congal, la madrota daba voces ordenando que las
pupilas se recogiesen a la perrera del sotabanco, y el coime, con una
flor en el pelo, trajinaba remudando la ropa de las camas del trato.
Lupita la Romántica, en camisa rosa, rezaba ante el retablo de luces en
la Recámara Verde. Murmuró el coime con un alfiler en los labios, al
mismo tiempo que estudiaba los recogidos de la colcha:
--¡Aún no se me fue el sobresalto!


CUARTA PARTE
AMULETO NIGROMANTE


LIBRO PRIMERO
LA FUGA

I
El Coronelito Domiciano de la Gándara, en aquel trance, se acordó de
un indio a quien tenía obligado con antiguos favores. Por Arquillo de
Madres, retardando el paso para no mover sospecha, salió al Campo del
Perulero.

II
Zacarías San José, a causa de un chirlo que le rajaba la cara, era más
conocido por Zacarías el Cruzado: Tenía el chozo en un vasto charcal de
juncos y médanos, allí donde dicen Campo del Perulero: En los bordes
cenagosos picoteaban grandes cuervos, auras en los llanos andinos y
zopilotes en el Seno de México. Algunos caballos mordían la hierba a
lo largo de las acequias. Zacarías trabajaba el barro, estilizando
las fúnebres bichas de chiromayos y chiromecas. La vastedad de juncos
y médanos flotaba en nieblas de amanecida. Hozaban los marranos en
el cenagal, a espaldas del chozo, y el alfarero, sentado sobre los
talones, la chupalla en la cabeza, por todo vestido un camisote,
decoraba con prolijas pinturas jícaras y güejas. Taciturno bajo una
nube de moscas, miraba de largo en largo al bejucal donde había un
caballo muerto. El Cruzado no estaba libre de recelos: Aquel zopilote
que se había metido en el techado, azotándole con negro aleteo, era un
mal presagio. Otro signo funesto, las pinturas vertidas: El amarillo,
que presupone hieles, y el negro, que es cárcel, cuando no llama
muerte, juntaban sus regueros. Y recordó súbitamente que la chinita,
la noche pasada, al apagar la lumbre, tenía descubierta una salamandra
bajo el metate de las tortillas... El alfarero movía los pinceles
con lenta minucia, cautivo en un dual contradictorio de acciones y
pensamientos.

III
La chinita, en el fondo del jacal, se mete la teta en el hipil,
desapartando de su lado al crío que berrea y se revuelca en tierra.
Acude a levantarle con una azotaina, y suspenso de una oreja le pone
fuera del techado. Se queda la chinita al canto del marido, atenta a
los trazos del pincel, que decora el barro de una güeja:
--¡Zacarías, mucho callas!
--Di no más.
--No tengo un centavito.
--Hoy coceré los barros.
--¿Y en el en tanto?
Zacarías repuso con una sonrisa atravesada:
--¡No me friegues! Estas cuaresmas el ayunar está muy recomendado.
Y quedó con el pincelillo suspenso en el aire, porque era sobre la
puerta del jacal el Coronelito Domiciano de la Gándara: Un dedo en los
labios.

IV
El cholo, con leve carrerilla de pies descalzos, se junta al
Coronelito: Platican, alertados, en la vera de un maguey culebrón:
--¿Zacarías, quieres ayudarme a salir de un mal paso?
--¡Patroncito, bastantemente lo sabe!
--La cabeza me huele a pólvora. Envidias son de mi compadre Santos
Banderas. ¿Tú quieres ayudarme?
--¡No más que diga, y obedecerle!
--¿Cómo proporcionarme un caballo?
--Tres veredas hay, patroncito: Se compra, se pide a un amigo o se le
toma.
--Sin plata no se compra. El amigo nos falta. ¿Y dónde descubres tú
un guaco para bolearle? Tengo sobre los pasos una punta de cabrones.
¡Verás no más! La idea que traía formada es que me subieses en canoa a
Potrero Negrete.
--Pues a no dilatarlo, mi jefe. La canoa tengo en los bejucales.
--Debo decirte que te juegas la respiración, Zacarías.
--¡Para lo que dan por ella, patroncito!

V
Husmea el perro en torno del maguey culebrón, y bajo la techumbre de
palmas engresca el crío, que pide la teta, puesto de pie, al flanco de
la madre. Zacarías aseñó a la mujer para que se llegase:
--¡Me camino con el patrón!
Apagó la voz la chinita:
--¿Compromiso grande?
--Esa pinta descubre.
--Recuerda, si te dilatas, que no me dejas un centavo.
--¡Y qué hacerle, chinita! Llevas a colgar alguna cosa.
--¡Como no lleve la frazada del catre!
--Empeñas el relojito.
--¡Con el vidrio partido, no dan un boliviano!
El Cruzado se descolgaba el cebollón de níquel, sujeto por una cadena
oxidada. Y antes que la chinita, adelantose a tomarlo el Coronel de la
Gándara:
--¡Tan bruja estás, Zacarías!
Suspiró la comadre:
--¡Todo se lo lleva el naipe, mi jefecito! ¡Todo se lo lleva la ciega
ofuscación de este hombre!
--¡Sí que no vale un boliviano!
El Coronelito voltea el reloj por la cadena, y con risa jocunda lo
manda al cenagal, entre los marranos:
--¡Qué valedor!
La comadre aprobaba mansamente. Había velado el tiro con el propósito
de ir luego a catearlo. El Coronelito se quitó una sortija:
--Con esto podrás remediarte.
La chinita se echó por tierra, besando las manos al valedor.

VI
El Cruzado se metía puertas adentro, para ponerse calzones y ceñirse el
cinto del pistolón y el machete. Le sigue la coima:
--¡Pendejada que resultare fulero el anillo!
--¡Pendejada y media!
La chinita le muestra la mano, jugando las luces de la tumbaga:
--¡Buenos brillos tiene! Puedo llegarme a un empeñito para tener
cercioro.
--Si corres uno solo pudieran engañarte.
--Correré varios. A ser de ley, no andará muy distante de valer cien
pesos.
--Tú ve en la cuenta de que vale quinientos, o no vale tlaco.
--¿Te parés lo lleve mero mero?
-- ¿Y si te dan cambiazo?
--¡Que esperanza!

VII
El Coronelito, sobre la puerta del jacal, atalayaba el Campo del
Perulero.
--No te dilates, manís.
Ya salía el cholo, con el crío en brazos y la chinita al flanco.
Suspira, esclava, la hembra:
--¿Cuándo será la vuelta?
--¡Pues, y quién sabe! Enciéndele una velita a la Guadalupe.
--¡Le encenderé dos!
--¡Está bueno!
Besó al crío, refregándole los bigotes, y lo puso en brazos de la madre.

VIII
El Coronelito y Zacarías caminaron por el borde de la gran acequia
hasta el Pozo del Soldado. Zacarías echó al agua un dornajo, atracado
en el légamo, y por la encubierta de altos bejucales y floridas lianas
remontaron la acequia.


LIBRO SEGUNDO
LA TUMBAGA
I
EMPEÑITOS DE QUINTÍN PEREDA. -- La chinita se detuvo ante el
escaparate, luciente de arracadas, fistoles y mancuernas, guarnecido de
pistolas y puñales, colgado de ñandutís y zarapes: Se estuvo a mirar
un buen espacio: Cargaba al crío sobre la cadera, suspenso del rebozo,
como en hamaca: Con la mano barríase el sudor de la frente: Parejo
recogía y atusaba la greña: Se metió por la puerta con humilde salmodia:
--¡Salucita, mi jefe! Pues aquí estamos, no más, para que el patroncito
se gane un buen premio. ¡Lo merece, que es muy valedor y muy cabal
gente! ¡Vea qué alhajita de mérito!
Jugaba sobre el mostrador la mano prieta, sin sacarse el anillo.
Quintín Pereda, el honrado gachupín, declinó en las rodillas el
periódico que estaba leyendo y se puso las antiparras en la calva:
--¿Qué se ofrece?
--Su tasa. Es una tumbaga muy chulita. Mi jefecito, vea no más los
resplandores que tiene.
--¡No querrás que te la precie puesta en el dedo!
--¡Pues sí que el patroncito no es baqueano!
--¡Hay que tocar el aro con el agua fuerte y calibrar la piedra!
La chinita se quitó el anillo, y, con un mohín reverente, lo puso en
las uñas del gachupín:
--Señor Peredita, usted me ordena.
Agazapada al canto del mostrador, quedó atenta a la acción del usurero,
que, puesto en la luz, examinaba la sortija con una lente:
--Creo conocer esta prenda.
Se avizoró la chinita:
--No soy su dueña. Vengo mandada de una familia que se ve en apuro.
El empeñista tornaba al examen, modulando una risa de falso teclado:
--Esta alhajita estuvo aquí otras veces. Tú la tienes de la uña, muy
posiblemente.
--¡Mi jefecito, no me encuelgue tan mala fama!
El usurero se bajaba los espejuelos de la calva, recalcando la risa de
Judas:
--Los libros dirán a qué nombre estuvo otras veces pignorada.
Tomó un cartapacio del estante y se puso a hojearlo. Era un viejales
maligno, que al hablar entreveraba insidias y mieles, con falsedades y
reservas. Había salido mocín de su tierra, y al rejo nativo juntaba las
suspicacias de su arte y la dulzaina criolla de los mameyes: Levantó la
cabeza y volvió a ponerse en la frente los espejuelos:
--El Coronel Gandarita pignoró este solitario el pasado agosto... Lo
retiró el 7 de octubre. Te daré cinco soles.
Salmodió la chinita, con una mano sobre la boca:
--¿En cuánto estuvo? Eso mismo me dará el patroncito.
--¡No te apendejes! Te daré cinco soles, por hacerte algún beneficio. A
bien ser, mi obligación era llamar horita a los gendarmes.
--¡Qué chance!
--Esta prenda no te pertenece. Yo, posiblemente, perderé los cinco
soles, y tendré que devolvérsela a su dueño, si formula una reclamación
judicial. Puedo fregarme por hacerte un servicio que no agradeces. Te
daré tres soles y con ellos tomas viento fresco.
--¡Mi jefecito, usted me ve chuela!
El empeñista se apoyó en el mostrador con sorna y recalma:
--Puedo mandarte presa.
La chinita se rebotó, mirándole aguda, con el crío sobre el anca y las
manos en la greña:
--¡La Guadalupita me valga! Denantes le antepuse que no es mía la
prenda. Vengo mandada del Coronelito.
--Tendrás que justificarlo. Recibe los tres soles y no te metas en la
galera.
--Patroncito, vuélvame el anillo.
--Ni lo sueñes. Te llevas los tres soles, y si hay engaño en mis
sospechas, que venga a cerrar trato el legítimo propietario. Esta
alhajita se queda aquí depositada. Mi casa es muy suficientemente
garante. Recoge la plata y camínate luego luego.
--¡Señor Peredita, es un escarnio el que me hace!
--¡Si debías ir a la galera!
--Señor Peredita, no me denigre, que va equivocado. El Coronelito está
en un apuro y queda no más esperando la plata. Si recela hacer trato,
vuélvame la tumbaguita. Ándele, mi jefecito, y no me sea horita malo,
que siempre ha sido para mi muy buena reata.
--No me sitúes en el caso de cumplir con la ley. Si te dilatas en
recoger la moneda y ponerte en la banqueta, llamo a los gendarmes.
La chinita se revolvió amendigada y rebelde:
--¡No desmentís el ser gachupín!
--¡A mucha honra! Un gachupín no ampara el robo.
--¡Pero lo ejerce!
--¡Tú te buscas algo bueno!
--¡Mala casta!
--¡Voy a solfearte la cochina cuera!
--De mala tierra venís, para tener conciencia.
--¡No me toques a la patria, porque me ciego!
El empeñista se agacha bajo el mostrador y se incorpora blandiendo un
rebenque.

II
Metíase, vergonzante, por la puerta del honrado gachupín, la pareja
del ciego lechuzo y la niña mustia. La niña detuvo al ciego sobre la
cortinilla roja de la mampara vidriera. Musitó el padre:
--¿Con quién es el pleito?
--Una indita.
--¡Hemos venido en mala sazón!
--¡Pues y quién sabe!
--Volveremos luego.
--Y hallaríamos el mismo retablo.
--Pues esperemos.
El empeñista se adelantó, hablándoles:
--Pasen ustedes. Supongo que traerán los atrasitos del piano. Son ya
tres plazos los que me adeudan.
Murmuró el ciego:
--Solita, explícale la situación y nuestros buenos deseos al Señor
Pereda.
Suspiró, redicha, la mustia:
--Nuestro deseo es cumplir y ponernos al corriente.
Sonrió el gachupín con hieles judaicas:
--El deseo no basta, y debe ser acompañado de los hechos. Están
ustedes muy atrasados. A mí me gusta atender las circunstancias de
mis clientes, aun contrariando mis intereses: Esa ha sido mi norma y
volverá a serlo, pero con la revolución, todos los negocios marchan
torcidos. ¡Son muy malas las circunstancias para poder relajar las
cláusulas del contrato! ¿Qué pensaban abonar horita?
El ciego lechuzo torcía la cabeza sobre el hombro de la niña:
--Explícale nuestras circunstancias, Solita. Procura ser elocuente.
Murmuró, dolorosa, la chicuela:
--No hemos podido reunir la plata. Deseábamos rogarle que esperase a la
segunda quincena.
--¡Imposible, cholita!
--¡Hasta la segunda quincena!
--Me duele negarme. Pero hay que defenderse, niña, hay que defenderse.
Si no cumplen me veré en el dolor de retirarles el pianito. Acaso para
ustedes represente una tranquilidad quitarse la carguita de los plazos.
¡Todo hay que mirarlo!
El ciego se torcía sobre la chicuela:
--¿Y perderíamos lo entregado?
Encareció con mieles el empeñista:
--¡Naturalmente! Y aún me cargo yo con los transportes y el deterioro
que representa el uso.
Murmuró, acobardado, el ciego:
--Alargue usted el plazo a la segunda quincena, Señor Peredita.
Tornó a su encarecimiento meloso el empeñista:
--¡Imposible! ¡Me estoy arruinando con las complacencias! ¡Ya no puede
ser más! ¡He puesto fechos al corazón para no verme fregado en el
negocio! ¡Si no tengo nervio, entre todos me hunden en la pobreza!
Hasta mañanita puedo alargarles el plazo, más, no. Vean de arreglarse.
No pierdan aquí el tiempo.
Suplicó la niña:
--¡Señor Peredita, dilate su plazo a la segunda quincena!
--¡Imposible, primorosita! ¡Qué más quisiera yo que poder complacerte!
--¡No sea usted de su tierra, Señor Peredita!
--Para mentar a mi tierra, límpiate la lengua contra un cardo. No
amolarla, hijita, que si no andáis con plumas, se lo debéis a España.
El ciego se doblaba rencoroso, empujando a la niña para que le sacase
fuera:
--España podrá valer mucho, pero las muestras que acá nos remite son
bien chingadas.
El empeñista azotó el mostrador con el rebenque:
--Merito pónganse en la banqueta. La madre patria y sus naturales
estamos muy por encima de los juicios que pueda emitir un roto
indocumentado.
La mustia mozuela, con acelero, llevábase al padre por la manga:
--Taitita, no hagas una cólera.
El ciego golpeaba en el umbral con el hierro del bastón:
--Este judío gachupín nos crucifica. ¡Te priva del pianito cuando
marchabas mejor en tus estudios!

III
La otra chinita del crío al flanco, sale de un rincón de sombra, con
cautela de blandas pisadas:
--¡Don Quintinito, no sea usted tan ruin! ¡Devuélvame la tumbaguita!
De una mano requiere el tapado, de la otra hace señal a la mustia
pareja porque atienda y no se vaya. El empeñista azota el mostrador con
el rebenque:
--¡Se me hace que vas a buscarte un compromiso, so pendeja!
--¡Vuélvame la tumbaguita!
--Tanicuanto regrese mi dependiente lo mandaré a entrevistarse con
el legítimo propietario. Ten un tantito de paciencia, hasta cuando
que haya sido evacuada la diligencia. Mi crédito debe serte muy
suficientemente garante. En el entanto, la alhajita queda aquí
depositada. Ponte, merito, en la banqueta y no me dejes aquí los piojos.
La chinita acude al umbral y, alborotada, reclama a la mustia pareja,
que se ausenta con rezo de protestas y lástimas:
--¡Oigan no más! Atiendan al tanto de cómo este hombre me despoja.
El gachupín la llamó, revolviendo en el cajón de la plata:
--No seas leperona. Toma cinco soles.
--Guárdese la moneda y vuélvame la tumbaguita.
--No me friegues.
--Señor Peredita, usted no mide bien lo que hace. Usted se busca que
venga con reclamaciones mi gallo. ¡Don Quintinito, sépase usted que
tiene un espolón muy afilado!
El empeñista apilaba en el mostrador los cinco soles:
--Hay leyes, hay gendarmería, hay presidios y, en últimas resultas, hay
una bala: Pagaré mi multa y libertaré de un pícaro a la sociedad.
--Patroncito, no le presuponga tan pendejo que se venga dando la cara.
--Cholita, recoge la moneda. Si merito, hechas las investigaciones que
me exigen las leyes, hubiera lugar a darte más alguna cosa, no te será
negada. Recoge la moneda. Si tienes alguna papeletita al vencimiento,
me la traes luego luego, y procuraré de alargarte el plazo.
--¡Patroncito, no me vea chuela! Usted me da la tasa. El Coronel
Gandarita se ha puesto impensadamente en viaje y deja algunas
obligacioncitas. No lo piense más y ponga en el mostrador el cabal.
--¡Imposible, cholita! Te hago no más que el cincuenta por ciento
de diferencia. La tasa, puedes verlo en el libro, son nueve soles.
¡Recibes más del cincuenta!
--Señor Peredita, no se coma usted los ceros.
--Vistas las circunstancias, te daré los nueve soles. ¡Y no me pudras
la sangre! Si sale mentira tu cuento, me echo encima una denuncia del
legítimo propietario.
Durante el rezo del honrado gachupín, la chinita arrebañaba del
mostrador las nueve monedas, hacía el recuento pasándolas de una mano
a otra, se las ataba en una punta del rebozo. Encorvándose, con el
chamaco sobre el flanco, se aleja, galguera:
--¡Mi jefecito, usted condenará su alma!
--¡País de ingratos!
El empeñista colgó el rebenque de un clavo, pasó una escobilla por los
cartapacios comerciales y se dispuso al goce efusivo del periodiquín
que le mandaban de su villa asturiana. “El Eco Avilesino” colmaba
todas las ternuras patrióticas del honrado gachupín. Las noticias de
muertes, bodas y bautizos le recordaban de los chigres con músicas de
acordeón, de los velorios con ronda de anisete y castañas. Los edictos
judiciales, donde los predios rústicos son descritos con linderos y
sembradura, le embelesaban, dándole una sugestión del húmedo paisaje:
Arco iris, lluvias de invierno, sol en claras, quiebras de montes y
verdes mares.

IV
Entró Melquíades, dependiente y sobrino del gachupín. Conducía una
punta de chamacos, que sonaban las pintadas esquilas de fúnebres
barros que se venden en la puerta de las iglesias por la fiesta de los
Difuntos. Melquíades era chaparrote, con la jeta tozuda del emigrante
que prospera y ahorra caudales. La tropa babieca, enfilada a canto del
mostrador, repica los barros:
--¡Hijos míos! ¡Qué esperanza! ¡Idos a darle la murga a vuestra
mamasita! ¡Que os vista los trajes de diario! ¡Melquíades, no debiste
haberles relajado la moral, autorizándoles esta dilapidación de sus
centavitos! ¡Muy suficiente una campanita para los cuatro! Entre
hermanos bien avenidos, así se hace. Vayan a su mamá, que les mude los
trajecitos.
Melquíades recadó la tropa, metiéndola por la escalerilla del piso alto:
--Don Celes Galindo les ha regalado los esquilones.
--¡Muy buena reata! Niños, a vuestra mamita, que os los guarde.
Representan un recuerdo y debéis conservarlos para el año que viene y
los sucesivos. ¡No sean rebeldes!
Melquíades, al pie de la escalerilla, vigilaba que el hato infantil
subiese sin deterioro de los trajes nuevos. El arrastrarse por los
escalones quedábase para el atuendo de diario. Melquíades insistió,
ponderando la largueza de Don Celes:
--Son los barros de más precio. Bajo Arquillo de Madres puso en fila
a los chamacos y les mandó elegir. Como pendejos, se fueron a los más
caros. Don Celes sacó la plata y pagó sin atenuante. Me ha recomendado
que usted no falte a la junta de notables en el Casino Español.
--¡Los esquiloncitos! ¡Ya estoy pagando el primer rédito! Me nombrarán
de alguna comisión, tendré que abandonar por ratos el establecimiento,
posiblemente me veré incluido para contribuir... De tales reuniones
siempre sale una lista de suscripción. El Casino está pervirtiendo su
funcionamiento y el objetivo de sus estatutos. De centro recreativo se
ha vuelto un sacadineros.
--¡Está revolucionada la Colonia!
--¡Con razón! Desmonta el solitario de esa tumbaguita. Hay que
desfigurarla.
Melquíades, sentado al pie del mostrador, buscaba en el cajón los
alicates.
--“El Criterio” viene opuesto al cierre de cantinas que tramitan las
Representaciones Extranjeras.
--¡Como que se vejan los intereses de muchos compatriotas! Los
expendios de bebidas están autorizados por las leyes, y pagan muy buena
matrícula. ¿Ha vertido alguna opinión Don Celestino?
--Don Celes se guía por que todo el comercio de españoles se haga
solidario, y cierre en señal de protesta. Para eso es la junta de
notables en el Casino.
--¡Qué esperanza! Esa opinión no puede prevalecer. Acudiré a la junta
y haré patente mi disentimiento. Es una orientación nociva para los
intereses de la Colonia. El comercio cumple funciones sociales en
todos los países, y los cierres, cuando la medida no es general, solo
ocasionan pérdida de clientes. El Ministro de España, si llegado el
caso, se conforma al cierre de los estipendios de bebidas, se hará, de
cierto, impopular con la Colonia. ¿Cómo respira Don Celestino?
--No mentó el tópico del Ministro.
--La junta de notables debía concretarse a fijar la actuación de ese
loco de verano. Necesita orientaciones, y si se niega a recibirlas,
aleccionarle, solicitando por cable la destitución. Para un fin tan
justificado yo me suscribiría con una cuota.
--¡Y cualquiera!
--¿Por qué no lo haces tú, so pendejo?
--Ponga usted en mi cabeza el negocio, y verá si lo hago.
--¡Siempre polémico, Melquíades! ¡Siempre polémico!... Pues un cable
resolvería la situación tan fregada del Ministro. ¡Un sodomita,
comentado en todos los círculos sociales, que horita tiene al crápula
en la cárcel!
--Ya le han dado suelta. A quien merito se llevaban los gendarmes es a
la Cucaracha. ¡Menuda revolución va armando!
--Esa gente escandalosa no debía estar documentada por el Consulado.
Cucarachita, con el trato tan inmoralísimo que sostiene, denigra el
buen nombre de la Madre Patria.
--No le ha caído mal pleito a la tía Cucaracha. Parece complicada en
la evasión del Coronel Gandarita.
--¿El Coronel Gandarita evadido? ¡Deja esa tumbaga! ¡Vaya un
compromiso! ¿Evadido de Santa Mónica?
--¡Evadido cuando iban a prenderle esta madrugada en el congal de
Cucarachita!
--¡Fugado! ¡La gran chivona me hizo pendejo! ¡Deja los alicantes!
¡Fugado! El Coronel Gandarita era un descalificado y tenía que verse
en este trance. ¡Vaya el viajecito que me pintó la chola fregada!
¡Melquíades, ese solitario ha pertenecido al Coronel Gandarita! ¡Un
lazo que a última hora me tira ese briago! ¡Me sacó nueve soles!
Sonreía, cazurro, Melquíades:
--¡Vale quinientos!
Avinagrose el honrado gachupín:
--¡Un cuerno! Perderé la plata, si no quiero verme chingado. Horita me
largo a denunciar el hecho en la Delegación de Policía. Posiblemente me
exigirán la presentación de la tumbaguita y hacer el depósito.
Cabeceaba considerando el poco fundamento del mundo y sus prosperidades
y fortunas.

V
El honrado gachupín, agachándose tras el mostrador, se muda las
pantuflas por botas nuevas. Luego echa las llaves a los cajones, y de
un clavo descuelga el jipi:
--Voy a esa diligencia.
Cazurreó Melquíades:
--Cállese usted la boca, y quede achantado.
--¡Y nos visitan los gendarmes antes de un rato! ¡Solamente cavilas
macanas! ¡Poco vales para un consejo en caso apurado, Melquíades!
La Policía andará sobreavisada, y no sería extraño que a la cabrona
mediadora ya le tuvieran la mano en la espalda. Puedo verme complicado,
si no denuncio el hecho y me atengo a las ordenanzas de Generalito
Banderas. ¿Te correrías tú el compromiso de no cumplimentarlas? Nueve
soles me cuesta operar confiado en la buena fe de los marchantes. Ahí
tienes lo que produce el negocio con todo de una práctica dilatada,
por solo no tener en el sótano la conciencia. Yo, a esa cholita, que
tan fullera me ha sido, pude darle no más tres soles, y le he puesto
nueve en la mano. Para sacar adelante este negocio hay que vivir muy
alertado y nunca obtendrás muchas prosperidades, sobrino. ¡En España
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