Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 09

Total number of words is 4414
Total number of unique words is 1807
24.2 of words are in the 2000 most common words
33.0 of words are in the 5000 most common words
39.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
cobriza revivía un terror teológico, una fatalidad religiosa poblada de
espantos.

II
En San Martín de los Mostenses era el relevo de guardias, y el fámulo
barbero enjabonaba la cara del Tirano. El Mayor del Valle, cuadrado
militarmente, inmovilizábase en la puerta de la recámara. El Tirano,
vuelto de espaldas, había oído el parte sin sorpresa, aparentando
hallarse noticioso:
--Nuestro Licenciadito Veguillas es un alma cándida. ¡Está bueno el
fregado! Mayor del Valle, merece usted una condecoración.
Era de mal agüero aquella sorna insidiosa. El Mayor presentía el
enconado rumiar de la boca: Instintivamente cambió una mirada con
los ayudantes, retirados en el fondo, dos lagartijos con brillantes
uniformes, cordones y plumeros. La estancia era una celda grande y
fresca, solada de un rojo polvoriento, con nidos de palomas en la
viguería. Tirano Banderas se volvió con la máscara enjabonada. El
Mayor permanecía en la puerta, cuadrado, con la mano en la sien: Había
querido animarse con cuatro copas para rendir el parte, y sentía
una irrealidad angustiosa: Las figuras, cargadas de enajenamiento,
indecisas, tenían una sensación embotada de irrealidad soñolienta. El
Tirano le miró en silencio, remejiendo la boca: Luego, con un gesto,
indicó al fámulo que continuase haciéndole la rasura. Don Cruz, el
fámulo, era un negro de alambre, amacacado y vejete, con el crespo
vellón griseante: Nacido en la esclavitud, tenía la mirada húmeda y
deprimida de los perros castigados. Con quiebros tilingos se movía en
torno del Tirano:
--¿Cómo están las navajas, mi jefecito?
--Para hacerle la barba a un muerto.
--¡Pues son las inglesas!
--Don Cruz, eso quiere decir que no están cumplidamente vaciadas.
--Mi jefecito, el solazo de estas campañas le ha puesto la piel muy
delicada.
El Mayor se inmovilizaba en el saludo militar. Niño Santos, mirando de
refilón el espejillo que tenía delante, veía proyectarse la puerta y
una parte de la estancia con perspectiva desconcertada:
--Me aflige que se haya puesto fuera de ley el Coronel de la Gándara.
¡Siento de veras la pérdida del amigo, pues se arruina por su genio
atropellado! Me hubiera sido grato indultarle y la ha fregado nuestro
Licenciadito. Es un sentimental, que no puede ver lástimas, merecedor
de otra condecoración, una cruz pensionada. Mayor del Valle, pase
usted orden de comparecencia para interrogar a esa alma cándida. ¿Y el
chamaco estudiante por qué motivación ha sido preso?
El Mayor del Valle, cuadrado en el umbral, procuró esclarecerlo:
--Presenta malos informes, y le complica la ventana abierta.
La voz tenía una modulación maquinal, desviada del instante, una tónica
opaca. Tirano Banderas remejía la boca:
--Muy buena observación, visto que usted más tarde había de arrugarse
frente al tejado. ¿De que familia es el chamaco?
--Hijo del difunto Doctor Rosales.
--¿Y está suficientemente dilucidada su simpatía con el utopismo
revolucionario? Convendría pedir un informe al Negociado de Policía.
Cumplimente usted esa diligencia, Mayor del Valle. Teniente Morcillo,
usted encárguese de tramitar las órdenes oportunas para la pronta
captura del Coronel Domiciano de la Gándara. El Comandante de la Plaza
que disponga la urgente salida de fuerzas con el objetivo de batir toda
la zona. Hay que operar diligente. Al Coronelito, si hoy no lo cazamos,
mañana lo tenemos en el campo insurrecto. Teniente Valdivia, entérese
si hay mucha caravana para audiencia.
Terminada la rasura de la barba, el fámulo tilingo le ayudaba a
revestirse el levitón de clérigo. Los ayudantes, con ritmo de autómatas
alemanes, habían girado, marcando la media vuelta, y salían por lados
opuestos, recogiéndose los sables, sonoras las espuelas:
--¡Chac! ¡Chac!
El Tirano, con el sol en la calavera, fisgaba por los vidrios de la
ventana. Sonaban las cornetas, y en la campa barcina, ante la puerta
del convento, una escolta de dragones revolvía los caballos en torno
del arqueológico landó, con atalaje de mulas, que usaba para las
visitas de ceremonia Niño Santos.

III
Con su paso menudo de rata fisgona, asolapándose el levitón de clérigo,
salió al locutorio de audiencias Tirano Banderas:
--¡Salutem plurimam!
Doña Rosita Pintado, caído el rebozo, con dramática escuela, se arrojó
a las plantas del Tirano:
--¡Generalito, no es justicia lo que se hace con mi chamaco!
Avinagró el gesto la momia indiana:
--Alce Doña Rosita, no es un tablado de comedia la audiencia del Primer
Magistrado de la Nación. Exponga su pleito con comedimiento. ¿Qué le
sucede al hijo del lamentado Doctor Rosales? ¡Aquel conspicuo patricio
hoy nos sería un auxiliar muy valioso para el sostenimiento del orden!
¡Doña Rosita, exponga su pleito!
--¡Generalito, esta mañana se me llevaron preso al chamaco!
--Doña Rosita, explíqueme las circunstancias de ese arresto.
--El Mayor del Valle venía sobre los pasos de un fugado.
--¿Usted le había dado acogimiento?
--¡Ni lo menos! Por lo que entendí, era su compadre Domiciano.
--¡Mi compadre Domiciano! ¿Doña Rosita, no querrá decir el Coronel
Domiciano de la Gándara?
--¡Me tiraniza pidiéndome tan justa gramática!
--El Primer Magistrado de un pueblo no tiene compadres, Doña Rosita. ¿Y
cómo en horas tan intempestivas la visita del Coronel de la Gándara?
--¡Un centellón, no más, mi Generalito! Entró de la calle y salió por
la ventana sin explicarse.
--¿Y a qué obedece haber elegido la casa de usted, Doña Rosita?
--Mi Generalito, ¿y a qué obedece el sino que rige la vida?
--Acorde con esa doctrina, espere el sino del chamaco, que nada podrá
sucederle fuera de esa ley natural. Mi Señora Doña Rosita, me deja muy
obligado. Me ha sido de una especial complacencia volver a verla y
memorizar tiempos antiguos, cuando la festejaba el lamentado Laurencio
Rosales. ¡Veo siempre en usted aquella cabalgadora del Ranchito de
Talapachi! Váyase muy consolada, que contra el sino de cada cual no
hay poder suficiente para modificarlo, en lo limitado de nuestras
voluntades.
--¡Generalito, no me hablés encubierto!
--Fíjese no más: El Coronel de la Gándara, hurtándose a la ley por una
ventana, tramita todas las incidencias de este pleito, y en modo alguno
podemos ya sustraernos a la actuación que nos deja pendiente. Mi Señora
Doña Rosita, convengamos que nuestra condición en el mundo es la de
niños rebeldes que caminasen con las manos atadas bajo el rebencazo
de los acontecimientos. ¿Por qué eligió la casa de usted el Coronel
Domiciano de la Gándara? Doña Rosita, excúseme que no pueda dilatar la
audiencia, pero lleve mis seguridades de que se proveerá en justicia.
¡Y en últimas resultas, siempre será el sino de las criaturas quien
sentencie el pleito! ¡Nos vemos!
Se apartó hecho un rígido espeto, y con austera seña de la mano llamó
al ayudante cuadrado en la puerta:
--Se dan por finalizadas las audiencias. Vamos a Santa Mónica.

IV
La llama del sol encendía con destellos el arduo tenderete de azoteas,
encastillado sobre la curva del Puerto. El vasto mar ecuatorial,
caliginoso de tormentas y calmas, se inmovilizaba en llanuras de luz,
desde los muelles al confín remoto. Los muros de reductos y hornabaques
destacaban su ruda geometría castrense, como buldogs trascendidos a
expresión matemática. Una charanga, brillante y ramplona, divertía
al vulgo municipal en el kiosco de la Plaza de Armas. En la muda
desolación del cielo, abismado en el martirio de la luz, era como una
injuria la metálica estridencia. La pelazón de indios ensabanados,
arrendándose a las aceras y porches, o encumbrada por escalerillas de
iglesias y conventos, saludaba con una genuflexión el paso del Tirano.
Tuvo un gesto humorístico la momia enlevitada:
--¡Chac! ¡Chac! ¡Tan humildes en la apariencia, y son ingobernables!
No está mal el razonamiento de los científicos, cuando nos dicen
que la originaria organización comunal del indígena se ha visto
fregada por el individualismo español, raíz de nuestro caudillaje.
El caudillaje criollo, la indiferencia del indígena, la crápula del
mestizo y la teocracia colonial son los tópicos con que nos denigran el
industrialismo yanqui y las monas de la diplomacia europea. Su negocio
está en hacerle la capa a los bucaneros de la revolución, para arruinar
nuestros valores y alzarse concesionarios de minas, ferrocarriles y
aduanas... ¡Vamos a pelearles el gallo sacando de la prisión con todos
los honores al futuro Presidente de la República!
El Generalito rasgaba la boca con falsos teclados. Asentían con militar
tiesura los ayudantes. La escolta dragona, imperativa de brillos y
sones marciales, rodeaba el landó. Apartábanse las plebes al temor de
ser atropelladas, y repentinos espacios desiertos silenciaban la calle.
En el borde de la acera, el indio de sabanil y chupalla, greñudo y
genuflexo, saludaba con religiosas cruces. Se entusiasmaban con vítores
y palmas los billaristas asomados a la balconada del Casino Español.
La momia enlevitada respondía con cuáquera dignidad, alzándose la
chistera, y con el saludo militar los ayudantes.

V
El Fuerte de Santa Mónica descollaba el dramón de su arquitectura en el
luminoso ribazo marino. Formaba el retén en la poterna. El Tirano no
movió una sola arruga de su máscara indiana para responder al saludo
del Coronel Irineo Castañón --Pata de Palo--. Inmovilizábase en un
gesto de duras aristas, como los ídolos tallados en obsidiana:
--¿Qué calabozo ocupa Don Roque Cepeda?
--El número 3.
--¿Han sido tratados con toda la consideración que merecen tan ilustre
patricio y sus compañeros? El antagonismo político dentro de la
vigencia legal, merece todos los respetos del Poder Público. El rigor
de las leyes ha de ser aplicado a los insurgentes en armas. Aténgase a
estas instrucciones en lo sucesivo, vamos a vernos con el candidato de
las oposiciones para la Presidencia de la República. Coronel Castañón,
rompa marcha.
El Coronel giró con la mano en la visera, y su remo de palo, con tieso
destaque, trazó la media vuelta en el aire: Puesto en marcha, al
tilingo de las llaves en pretina advirtió con marciales escandidos:
--Don Trinidad, vos nos precedés.
Corrió Don Trino con morisquetas quebradas por los juanetes. Rechinaron
cerrojos y gonces. Abierta la ferrona cancela, renovó el trote con
sones y compases del pretino llavero: Bailarín de alambre, relamía
gambetas sobre el lujo chafado de los charoles. El Coronel Irineo
Castañón, al frente de la comitiva, marcaba el paso. ¡Tac! ¡Tac! Por
bovedizos y galerías, apostillaba un eco el ritmo cojitranco de la pata
de palo: ¡Tac! ¡Tac! El Tirano, raposo y clerical, arrugaba la boca
entre sus ayudantes lagartijeros. Echó los bofes el Coronel Alcaide:
--¡Calabozo número 3!
Tirano Banderas, en el umbral, saludó, quitándose el sombrero, tendidos
los ojos para descubrir a Don Roque. Todo aquel mundo carcelario
estaba vuelto a la puerta, inmovilizado en muda zozobra. El Tirano
acostumbrada la vista a la media luz del calabozo, penetró por la
doble hilera de hamacas. Extremando su rancia ceremonia, señalaba un
deferente saludo al corro centrado por Don Roque Cepeda:
--Mi Señor Don Roque, recién me entero de su detención en el
fuerte. ¡Lo he deplorado! Hágame el honor de considerarme ajeno a
esa molestia. Santos Banderas guarda todos los miramientos a un
repúblico tan ameritado, y nuestras diferencias ideológicas no son tan
irreductibles como usted parece presuponerlo, mi Señor Don Roque.
En todas las circunstancias usted representa para mí en el campo
político al adversario que, consciente de sus deberes ciudadanos,
acude a los comicios y riñe la batalla sin salirse fuera de la Carta
Constitucional. Notoriamente he procedido con el mayor rigor en las
sumarias instruidas a los aventureros que toman las armas y se colocan
fuera de las leyes. Para esos caudillos que no vacilan en provocar una
intervención extranjera, seré siempre inexorable, pero esta actuación
no excluye mi respeto y hasta mi complacencia para los que me presentan
batalla amparados en el derecho que les confieren las leyes. Don
Roque, en ese terreno deseo verle a usted, y comienzo por decirle que
reconozco plenamente su patriotismo, que me congratula la generosa
intención de su propaganda por tonificar de estímulos ciudadanos a la
raza indígena. Sobre este tópico aún hemos de conversar, pero horita
solo quiero expresarle mis excusas ante el lamentado error policial,
originándose que la ergástula del vicio y de la corrupción se vea
enaltecida por el varón justo de que nos habla el latino Horacio.
Don Roque Cepeda, en la rueda taciturna de sus amigos incrédulos, se
iluminaba con una sonrisa de santo campesino, tenía un suave reflejo en
las bruñidas arrugas:
--Señor General, perdóneme la franqueza. Oyéndole me parece escuchar a
la Serpiente del Génesis.
Era de tan ingenua honradez la expresión de los ojos y el reflejo de la
sonrisa en las arrugas, que excusaban como acentos benévolos la censura
de las cláusulas. Tirano Banderas inmovilizaba las aristas de su verde
mueca:
--Mi Señor Don Roque, no esperaba de su parte esa fineza. De la mía
propositaba ofrecerle una leal amistad y estrechar, su mano, pero visto
que usted no me juzga sincero, me limito a reiterarle mis excusas.
Saludó con la castora y, apostillado por los dos ayudantes, se dirigió
a la puerta.

VI
Entre la doble fila de hamacas saltó, llorón y grotesco, el Licenciado
Veguillas:
--¡Cua! ¡Cua!
La momia remejió la boca:
--¡Macaneador!
--¡Cua! ¡Cua!
--No sea payaso.
--¡Cua! ¡Cua!
--Que no me divierte horita esa bufonada.
--¡Cua! ¡Cua!
--Tendré que apartarle con la punta de la bota.
--¡Cua! ¡Cua!
El Licenciadito, recogida la guayabera en el talle, terco, llorón,
saltaba en cuclillas, inflada la máscara, el ojo implorante:
--¡Me sonroja verle! Sus delaciones no se redimen cantando la rana.
--Mi Generalito es un viceversa magnético.
Tirano Banderas, con la punta de la bota, le hizo rodar por delante del
centinela, que, pegado al quicio de la puerta, presentaba el arma:
--Voy a regalarle un gorro de cascabeles.
--¡Mi Generalito, para qué se molesta!
--Se presentará con él a San Pedro. Ándele no más, le subo en mi
carruaje a los Mostenses. No quiero que se vaya al otro mundo
descontento de Santos Banderas. Me conversará durante el día, ya
que tan pronto dejaremos de comunicarnos. Posiblemente le alcanza
una sentencia de pena capital. ¿Licenciadito, por qué me ha sido
tan pendejo? ¿Quién le inspiró la divulgación de las resoluciones
presidenciales? ¿A qué móviles ha obedecido tan vituperable conducta?
¿Qué cómplices tiene? Hónreme montando en mi carruaje y tome luneta
a mi diestra. Todavía no ha recaído sentencia sobre su conducta y no
quiero prejuzgar su delincuencia.


LIBRO SEGUNDO
FLAQUEZAS HUMANAS

I
Don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de Togores, Ministro
plenipotenciario de Su Majestad Católica en Santa Fe de Tierra Firme,
Barón de Benicarlés y Caballero Maestrante, condecorado con más
lilailos que borrico cañí, era a las doce del día en la cama, con
gorra de encajes y camisón de seda rosa. Merlín, el gozque faldero, le
lamía el colorete y adobaba el mascarón esparciéndole el afeite con la
espátula linguaria. Tenía en el hocico el faldero arrumacos, melindres
y mimos de maricuela.

II
Sin anuncio del ayuda de cámara, entró, gambetero, Currito Mi-Alma. El
niño andaluz se detuvo en la puerta, marcó un redoble de las uñas en el
alón del cordobés, y con un papirote se lo puso terciado. En el mismo
compás levantaba el veguero al modo de caña sanluqueña, entonado,
ceceante, con el mejor estilo de la cátedra sevillana:
--¡Gachó! ¿Te has pintado para la Semana de Pasión? Merlín te ha puesto
la propia jeta de un disciplinante.
Su Excelencia se volvió, dando la espalda al niño marchoso:
--¡Eres incorregible! Ayer, todo el día, sin dejarte ver el pelo.
--Formula una reclamación diplomática. Horita salgo del estaribel, que
decimos los clásicos.
--Deja la guasa, Curro. Estoy sumamente irritado.
--La veri, Isabelita.
--¡Eres incorregible! Habrás dado algún escándalo.
--Ojerizas. He dormido en la delega, sobre un petate, y esto no es lo
más malo: La poli se ha hecho cargo de mi administración y de toda la
correspondencia.
El Ministro de España se incorporó en las almohadas y al faldero,
suspendiéndole por las lanas del cuello, espatarró en la alfombra:
--¿Qué dices?
El Curro afligió la cara:
--¡Isabelita, un sinapismo para puesto en el rabo!
--¿Dónde tenías mis cartas?
--En una valija con siete candados mecánicos.
--¡Nos conocemos, Curro! Te vienes con ese infundio idiota para sacarme
dinero.
--¡Que no es combina, Isabelita!
--Curro, tú te pasas de sinvergüenza.
--Isabelita, agradezco el requiebro, pero en esta corrida solo es
empresa el Licenciado López de Salamanca.
--¡Currito, eres un canalla!
--¡Que me coja un toro y me mate!
--¡Esas cartas se queman! ¡Deben quemarse! ¡Es lo correcto!
--Pero siempre se guardan.
--¡Si anda en esto la mano del Presidente! ¡No quiero pensarlo! ¡Es una
situación muy difícil y muy complicada!
--¿Me dirás que es la primera en que te ves?
--¡No me exasperes! En las circunstancias actuales puede costarme la
pérdida de la carrera.
--¡Acude al quite!
--Estoy distanciado del Gobierno.
--Pues te arrimas al morlaco y lo pasas de muleta. ¡Mi alma, que no
sabes tú hacer eso!
El representante de Su Majestad Católica echó los pies fuera de la
cama, agarrándose la cabeza:
--¡Si trasciende a los periódicos se me crea una situación imposible!
¡Cuando menos su silencio me cuesta un riñón y mitad del otro!
--Dale changüí a Tirano Banderas.
El Ministro de España se levantó apretando los puños:
--¡No sé cómo no te araño!
--Una duda muy meritoria.
--¡Currito, eres un canalla! Todo esto son gaterías tuyas para sacarme
dinero, y me estás atormentando.
--Isabelita, ¿ves estas cruces? Te hago juramento por lo más sagrado.
El Barón repitió, temoso:
--¡Eres un canalla!
--Deja esa alicantina. Te lo juro por el escapulario que mi madre,
pobrecita, me puso al salir de la adorada España.
El Curro se había conmovido con un eco sentimental de copla andaluza.
Su Excelencia apuntaba una llama irónica en el azulino horizonte de
sus ojos huevones:
--Bueno, sírveme de azafata.
--¡Sinvergonzona!

III
El Representante de Su Majestad Católica, perfumado y acicalado,
acudió al salón donde hacía espera Don Celes. Un pesimismo sensual
y decadente, con lemas y apostillas literarias, retocaba, como otro
afeite, el perfil sicológico del carcamal diplomático, que en los posos
de su conciencia sublimaba resabios de amor, con laureles clásicos:
Frecuentemente, en el trato social, traslucía sus aberrantes gustos con
el libre cinismo de un elegante en el Lacio: Tenía siempre pronta una
burla de amables epigramas, para los jóvenes colegas incomprensivos,
sin fantasía y sin humanidades: Insinuante, con indiscreta confidencia,
se decía sacerdote de Hebe y de Ganimedes. Bajo esta apariencia de
frívolo cinismo, prosperaban alarde y engaño, porque nunca pudo
sacrificar a Hebe. El Barón de Benicarlés mimaba aquella postiza
afición flirteando entre las damas, con un vacuo cotorreo susurrante
de risas, reticencias e intimidades. Para las madamas era encantador
aquel pesimismo de casaca diplomática, aquellos giros disertantes y
parabólicos de los guantes londinenses, rozados de frases ingeniosas
diluidas en una sonrisa de oros odontálgicos. Aquellas agudezas eran
motivo de gorjeos entre las jamonas otoñales: El Mundo podía ofrecer
un hospedaje más confortable, ya que nos tomamos el trabajo de nacer.
Sería conveniente que hubiese menos tontos, que no doliesen las muelas,
que los banqueros cancelasen sus créditos. La edad de morir debía ser
una para todos, como la quinta militar. Son reformas sin espera, y con
relación a las técnicas actuales, está anticuado el Gran Arquitecto.
Hay industriales yanquis y alemanes que promoverían grandes mejoras en
el orden del mundo si estuviesen en el Consejo de Administración. El
Ministro de Su Majestad Católica tenía fama de espiritual en el corro
de las madamas, que le tentaban en vano poniéndole los ojos tiernos.

IV
--¡Querido Celes!
Al penetrar en el salón, con sonrisa belfona recataba la congoja del
ánimo, estarcido de suspicacias: ¡Don Celes! ¡Las cartas! ¡La mueca del
Tirano! Un circunflejo del pensamiento sellaba la tríada con intuición
momentánea, y el carcamal rememoraba su epistolario amoroso, y la
dolorosa inquietud de otro disgusto lejano, en una Corte de Europa. El
Ilustre Gachupín era en el estrado, con el jipi y los guantes sobre la
repisa de la botarga: Bombón y badulaque, tendida la mano, en el salir
de la penumbra dorada se detuvo fulminado por el ladrido del faldero
que, arisco y mimoso, sacaba el agudo flautín entre las zancas de Su
Excelencia:
--No quiere reconocerme por amigo.
Don Celes, como en un pésame, estrechó largamente la mano del carcamal,
que le animó con gesto de benévola indiferencia:
--¡Querido Celes, trae usted cara de grandes sucesos!
--Estoy, mi querido amigo, verdaderamente atribulado.
El Barón de Benicarlés le interrogó con una mueca de suripanta:
--¿Qué ocurre?
--Querido Mariano, me causa una gran mortificación dar este paso.
Créamelo usted. Pero las críticas circunstancias por que atraviesan las
finanzas del país me obligan a recoger numerario.
El Ministro de Su Majestad Católica, falso y declamatorio, estrechó las
manos del ilustre gachupín:
--Celes, es usted el hombre más bueno del mundo. Estoy viendo lo que
usted sufre al pedirme su plata. Hoy se me ha revelado su gran corazón.
¿Sabe usted las últimas noticias de España?
--¿Pero hubo paquete?
--Me refiero al cable.
--¿Hay cambio político?
--El Posibilismo en Palacio.
--¿De veras? No me sorprende. Eran mis noticias, pero los sucesos han
debido anticiparse.
--Celes, usted será Ministro de Hacienda. Acuérdese usted de este
desterrado y venga un abrazo.
--¡Querido Mariano!
--¡Qué digna coronación de su vida, Celestino!
Falso y confidencial, hizo sentar en el sofá al orondo ricacho, y,
sacando la cadera, cotorrón, tomó asiento a su lado. La botarga del
gachupín se inflaba complacida. Emilio le llamaría por cable. ¡La Madre
Patria! Se sintió con una conciencia difusa de nuevas obligaciones, una
respetabilidad adiposa de personaje. Experimentaba la extraña sensación
de que su sombra creciese desmesuradamente, mientras el cuerpo se
achicaba. Enternecíase. Le sonaban eufónicamente escandidas palabras
--Sacerdocio, Ponencia, Parlamento, Holocausto--. Y adoptaba un lema:
¡Todo por mi Patria! Aquella matrona entrada en carnes, corona, rodela
y estoque, le conmovía como dama de tablas que corta el verso en
la tramoya de candilejas, bambalinas y telones. Don Celes sentíase
revestido de sagradas ínfulas y desplegaba petulante la curva de su
destino con casaca bordada, como el pavo real la fábula de su cola.
Fatuas imágenes y suspicacias de negociante compendiaban sus larvados
arabescos en fugas colmadas de resonancias. El Ilustre Gachupín temía
la mengua de sus lucros, si trocaba la explotación de cholos y morenos
por el servicio de la Madre Patria: Se tocó el pecho y sacó la cartera:
--Querido Mariano, real y verdaderamente, en las circunstancias por
que atraviesa este país, con la incertidumbre y poca fijeza de sus
finanzas, me representa un grave quebranto la radicación en España.
¡Usted me conoce, usted sabe todo lo que me violenta apremiarle,
usted, dándose cuenta de mi buena voluntad, no me creará una situación
embarazosa!...
El Barón de Benicarlés, con apagada sonrisa, tiraba de las orejas a
Merlín:
--¡Carísimo Celestino, pero si está usted haciendo mi rol! Sus
disculpas, todas sus palabras, las hago mías. No es a usted a quien
corresponde hablar así. ¡Carísimo Celestino, no me amenace usted con
la cartera, que me da más miedo que una pistola! Guárdesela para que
sigamos hablando. Tengo en venta una masía en Alicante. ¿Por qué no se
decide usted y me la compra? Sería un espléndido regalo para su amigo
el elocuente tribuno. Decídase usted, que se la doy barata.
Don Celes Galindo entornaba los ojos, abierta una sonrisa de oráculo
entre las patillas de canela.

V
El Ilustre Gachupín extravagaba por los más encumbrados limbos la
voluta del pensamiento: Investido de conciencia histórica, pomposo,
apesadumbrado, discernía como un deshonor rojo y gualda el epistolario
del Ministro de Su Majestad Católica al Currito de Sevilla.
¡Aberraciones! Y subitánea, en un silo de sombra taciturna, atisbó la
mueca de Tirano Banderas. ¡Aberraciones! El verde mohín trituraba las
letras. Y Don Celes, con mentales votos de hijo predilecto, ofrecía
el sonrojo de su calva panzona en holocausto de la Madre Patria. El
impulso de imponerle un parche en las vergüenzas le inundó generoso,
calde, con el pulso entusiasta de la onda sanguínea en los brindis y
aniversarios nacionales. La botarga del ricacho era una boya de ecos
magnánimos. El Barón, de media anqueta en el sofá, cristalizaba los
ambiguos caramelos de una sonrisa protocolaria. Don Celestino le tendió
la mano condolido, piadoso, tal como su lienzo en el Vía-Crucis la
María Verónica:
--Yo he vivido mucho. Cuando se ha vivido mucho, se adquiere cierta
filosofía para considerar las acciones humanas. Usted me comprende,
querido Mariano.
--Todavía no.
El Barón de Benicarlés limitaba el azul horizonte de los ojos huevones,
entornando los párpados. Don Celes cambió toda la cara en un gran gesto
abismado y confidencial:
--Ayer la policía, en mi opinión propasándose, ha efectuado la
detención de un súbdito español, y practicado un registro en sus
petacas... Ya digo, en mi opinión, extralimitándose.
El carcamal diplomático asintió con melindre displicente:
--Acabo de enterarme. Me ha visitado con ese mismo duelo Currito
Mi-Alma.
El Ministro de Su Majestad Católica sonreía, y sobre la crasa rasura,
el colorete, abriéndose en grietas, tenía un sarcasmo de careta
chafada. Se consternó Don Celes:
--Mariano, es asunto muy grave. Precisa que, puestos de acuerdo, lo
silenciemos.
--¡Carísimo Celestino, es usted una virgen inocente! Todo eso carece de
importancia.
En la liviana contracción de su máscara, el colorete seguía abriéndose,
con nuevas roturas. Don Celes acentuaba su gesto confidencial:
--Querido Mariano, mi deber es prevenirle. Esas cartas están en poder
del General Banderas. Acaso violo un secreto político, pero usted,
su amistad, y la Patria... ¡Querido Mariano, no podemos, no debemos
olvidarnos de la Patria! Esas cartas actúan en poder del General
Banderas.
--Me satisface la noticia. El Señor Presidente es bien seguro que sabrá
guardarlas.
El Barón de Benicarlés acogíase en una actitud sibilina de hierofante
en sabias perversidades. Insistía Don Celes, un poco captado por aquel
tono:
--Querido Mariano, ya he dicho que no juzgo de esas cartas, pero mi
deber es prevenirle.
--Y se lo agradezco. Usted, ilustre amigo, se deja arrebatar de la
imaginación. Crea usted que esas cartas no tienen la más pequeña
importancia.
--Me alegraría que así fuese. Pero temo un escándalo, querido Mariano.
--¿Puede ser tanta la incultura de este medio social? Sería
perfectamente ridículo.
Don Celes se avino, marcando con un gesto su avenencia:
--Indudablemente, pero hay que silenciar el escándalo.
El Barón de Benicarlés entornaba los ojos, relamido de desdenes:
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 10
  • Parts
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 01
    Total number of words is 4395
    Total number of unique words is 1815
    26.3 of words are in the 2000 most common words
    36.4 of words are in the 5000 most common words
    42.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 02
    Total number of words is 4381
    Total number of unique words is 1788
    24.2 of words are in the 2000 most common words
    34.2 of words are in the 5000 most common words
    39.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 03
    Total number of words is 4328
    Total number of unique words is 1814
    25.6 of words are in the 2000 most common words
    35.6 of words are in the 5000 most common words
    42.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 04
    Total number of words is 4500
    Total number of unique words is 1725
    27.4 of words are in the 2000 most common words
    38.5 of words are in the 5000 most common words
    45.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 05
    Total number of words is 4524
    Total number of unique words is 1736
    26.0 of words are in the 2000 most common words
    36.1 of words are in the 5000 most common words
    41.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 06
    Total number of words is 4534
    Total number of unique words is 1839
    24.0 of words are in the 2000 most common words
    33.6 of words are in the 5000 most common words
    39.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 07
    Total number of words is 4505
    Total number of unique words is 1788
    24.9 of words are in the 2000 most common words
    35.0 of words are in the 5000 most common words
    40.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 08
    Total number of words is 4479
    Total number of unique words is 1761
    28.0 of words are in the 2000 most common words
    38.1 of words are in the 5000 most common words
    44.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 09
    Total number of words is 4414
    Total number of unique words is 1807
    24.2 of words are in the 2000 most common words
    33.0 of words are in the 5000 most common words
    39.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 10
    Total number of words is 4443
    Total number of unique words is 1816
    26.7 of words are in the 2000 most common words
    37.1 of words are in the 5000 most common words
    42.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 11
    Total number of words is 4409
    Total number of unique words is 1772
    26.0 of words are in the 2000 most common words
    36.5 of words are in the 5000 most common words
    42.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 12
    Total number of words is 742
    Total number of unique words is 403
    42.8 of words are in the 2000 most common words
    50.4 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.