Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 03

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han impuesto los aplausos. El público es suyo.
Don Celes contemplaba las estrellas, humeando el veguero:
--¿Real y verdaderamente es un orador elocuente el Licenciado Sánchez
Ocaña? En lo poco que le tengo tratado, me ha parecido una medianía.
El Vate sonrió tímidamente, esquivando su opinión. Don Nicolás Díaz
del Rivero pasaba el fulgor de sus quevedos sobre las cuartillas. El
Vate Larrañaga, encogido y silencioso, esperaba. El Director levantó la
cabeza:
--Le falta a usted intención política. Nosotros no podemos decir que
el público premió con una ovación la presencia del Licenciado Sánchez
Ocaña. Puede usted escribir: Los aplausos oficiosos de algunos amigos
no lograron ocultar el fracaso de tan difusa pieza oratoria, que
tuvo de todo, menos de ciceroniana. Es una redacción de elemental
formulario. ¡Cada día es usted menos periodista!
El Vate Larrañaga sonrió tímidamente:
--¡Y temía haberme excedido en la censura!
El Director repasaba las cuartillas:
--Tuvo lugar, es un galicismo.
Rectificó complaciente el Vate:
--Tuvo verificativo.
--No lo admite la Academia.
Traía el viento un apagado oleaje de clamores y aplausos. Lamentó Don
Celes con hueca sonoridad:
--La plebe en todas partes se alucina con metáforas.
El Director-Propietario miró con gesto de reproche al sumiso noticiero:
--¿Pero esos aplausos? ¿Sabe usted quién está en el uso de la palabra?
--Posiblemente seguirá el Licenciado.
--¿Y usted, qué hace aquí? Vuélvase y ayude al compañero. Vatecito,
oiga: Una idea que, si acertase a desenvolverla, le supondría un éxito
periodístico: Haga la reseña como si se tratase de una función de
circo, con loros amaestrados. Acentúe la soflama. Comience con la más
cumplida felicitación a la Empresa de los Hermanos Harris.
Se infló Don Celes:
--¡Ya apareció el periodista de raza!
El Director declinó el elogio con arcano fruncimiento de cejas y labio:
Continuó dirigiéndose al macilento Vatecito:
--¿Quién tiene de compañero?
--Fray Mocho.
--¡Que no se tome de bebida ese ganado!
El Vate Larrañaga se encogió, inhibiéndose con su apagada sonrisa:
--Hasta lueguito.
Tornaba el vuelo de los aplausos.

VII
Sobre el resplandor de las aceras, gritos de vendedores ambulantes:
Zig-zag de nubios limpiabotas: Bandejas tintineantes, que portan en
alto los mozos de los bares americanos: Vistosa ondulación de niñas
mulatas, con la vieja de rebocillo al flanco. Formas, sombras, luces
se multiplican trenzándose, promoviendo la caliginosa y alucinante
vibración oriental que resumen el opio y la marihuana.


LIBRO SEGUNDO
EL CIRCO HARRIS

I
El Circo Harris, entre ramajes y focos voltaicos, abría su parasol de
lona morena y diáfana. Parejas de gendarmes decoraban con rítmicos
paseos las iluminadas puertas, y los lacios bigotes y las mandíbulas
encuadradas por las carrilleras tenían el espavento de carátulas
chinas. Grupos populares se estacionaban con rumorosa impaciencia por
las avenidas del Parque: Allí el mayoral de poncho y machete, con el
criollo del jarano platero, y el pelado de sabanil y el indio serrano.
En el fondo, el diáfano parasol triangulaba sus candiles sobre el cielo
verde de luceros.

II
El Vate Larrañaga, con revuelo de zopilote, negro y lacio, cruzó
las aceradas filas de gendarmes, y penetró bajo la cúpula de lona,
estremecida por las salvas de aplausos. Aún cantaba su aria de tenor el
Licenciado Sánchez Ocaña. El Vatecito, enjugándose la frente, deshecho
el lazo de la chalina, tomó asiento, a la vera de su colega Fray Mocho:
Un viejales con mugre de chupatintas, picado de viruelas y gran nariz
colgante, que acogió al compañero con una bocanada vinosa:
--¡Es una pieza oratoria!
--¿Tomaste vos notas?
--¡Qué va! Es torrencial.
--¡Y no acaba!
--La tomó de muy largo.

III
El orador desleía el boladillo en el vaso de agua: Cataba un sorbo:
Hacía engalle: Se tiraba de los almidonados puños:
--Las antiguas colonias españolas, para volver a la ruta de su
destino histórico, habrán de escuchar las voces de las civilizaciones
originarias de América. Solo así dejaremos algún día de ser una colonia
espiritual del Viejo Continente. El Catolicismo y las corruptelas
jurídicas cimentan toda la obra civilizadora de la latinidad en nuestra
América. El Catolicismo y las corruptelas jurídicas, son grilletes
que nos mediatizan a una civilización en descrédito, egoísta y mendaz.
Pero si renegamos de esta abyección jurídico-religiosa, sea para forjar
un nuevo vínculo, donde revivan nuestras tradiciones de comunismo
milenario, en un futuro pleno de solidaridad humana, el futuro que
estremece con pánicos temblores de cataclismo el vientre del mundo.
Apostilló una voz:
--¡De tu madre!
Se produjo súbito tumulto: Marejada, repelones, gritos y brazos por
alto. Los gendarmes sacaban a un cholo con la cabeza abierta de un
garrotazo. El Licenciado Sánchez Ocaña, un poco pálido, con afectación
teatral, sonreía removiendo la cucharilla en el vaso del agua. El
Vatecito murmuró palpitante, inclinándose al oído de Fray Mocho:
--¡Quién tuviera una pluma independiente! El patrón quiere una crítica
despiadada...
Fray Mocho sacó del pecho un botellín y se agachó besando el gollete:
--¡Muy elocuente!
--Es un oprobio tener vendida la conciencia.
--¡Qué va! Vos no vendés la conciencia. Vendés la pluma, que no es lo
mismo.
--¡Por cochinos treinta pesos!
--Son los fríjoles. No hay que ser poeta. ¿Querés vos soplar?
--¿Qué es ello?
--¡Chicha!
--No me apetece.

IV
El orador sacaba los puños, lucía las mancuernas, se acercaba a las
luces del proscenio. Le acogió una salva de aplausos: Con saludo de
tenor remontose en su aria:
--El criollaje conserva todos los privilegios, todas las premáticas de
las antiguas leyes coloniales. Los libertadores de la primera hora no
han podido destruirlas, y la raza indígena, como en los peores días
del virreinato, sufre la esclavitud de la Encomienda. Nuestra América
se ha independizado de la tutela hispánica, pero no de sus prejuicios,
que sellan con pacto de fariseos, Derecho y Catolicismo. No se ha
intentado la redención del indio, que escarnecido, indefenso, trabaja
en los latifundios y en las minas, bajo el látigo del capataz. Y esa
obligación redentora, debe ser nuestra fe revolucionaria, ideal de
justicia más fuerte que el sentimiento patriótico, porque es anhelo de
solidaridad humana. El Océano Pacífico, el mar de nuestros destinos
raciales, en sus más apartados parajes, congrega las mismas voces
de fraternidad y de protesta. Los pueblos amarillos se despiertan,
no para vengar agravios, sino para destruir la tiranía jurídica del
capitalismo, piedra angular de los caducos Estados Europeos. El Océano
Pacífico acompaña el ritmo de sus mareas con las voces unánimes de
las razas asiáticas y americanas, que en angustioso sueño de siglos
han gestado el ideal de una nueva conciencia, heñida con tales
obligaciones, con tales sacrificios, con tan arduo y místico combate,
que forzosamente se aparecerá delirio de brahamanes a la sórdida
civilización europea, mancillada con todas las concupiscencias y los
egoísmos de la propiedad individual. Los Estados Europeos, nacidos de
guerras y dolos, no sienten la vergüenza de su historia, no silencian
sus crímenes, no repugnan sus rapiñas sangrientas. Los Estados Europeos
llevan la deshonestidad hasta el alarde orgulloso de sus felonías,
hasta la jactancia de su cínica inmoralidad a través de los siglos.
Y esta degradación se la muestran como timbre de gloria a los coros
juveniles de sus escuelas. Frente a nuestros ideales, la crítica de
esos pueblos es la crítica del romano frente a la doctrina del Justo.
Aquel obeso patricio, encorvado sobre el vomitorio, razonaba con las
mismas bascas: Dueño de esclavos, defendía su propiedad: Manchado con
las heces de la gula y del hartazgo, estructuraba la vida social y el
goce de sus riquezas sobre el postulado de la servidumbre: Cuadrillas
de esclavos hacían la siega de la mies: Cuadrillas de esclavos bajaban
al fondo de la mina: Cuadrillas de esclavos remaban en el trirreme. La
agricultura, la explotación de los metales, el comercio del mar, no
podrían existir sin el esclavo, razonaba el patriciado de la antigua
Roma. Y el hierro del amo en la carne del esclavo se convertía en un
precepto ético, inherente al bien público y a la salud del Imperio.
Nosotros, más que revolucionarios políticos, más que hombres de una
patria limitada y tangible, somos catecúmenos de un credo religioso.
Iluminados por la luz de una nueva conciencia, nos reunimos en la
estrechez de este recinto, como los esclavos de las catacumbas, para
crear una Patria Universal. Queremos convertir el peñasco del mundo en
ara sidérea donde se celebre el culto de todas las cosas ordenadas por
el amor. El culto de la eterna armonía, que solo puede alcanzarse por
la igualdad entre los hombres. Demos a nuestras vidas el sentido fatal
y desinteresado de las vidas estelares, liguémonos a un fin único de
fraternidad, limpias las almas del egoísmo que engendra el tuyo y el
mío, superados los círculos de la avaricia y del robo.

V
Nuevo tumulto. Una tropa de gachupines, jaquetona y cerril, gritaba en
la pista:
--¡Atorrante!
--¡Guarango!
--¡Pelado!
--¡Carente de plata!
--¡Divorciado de la Ley!
--¡Muera la turba revolucionaria!
La gachupía enarbolaba gritos y garrotes al amparo de los gendarmes.
En concierto clandestino, alborotaban por la gradería los disfrazados
esbirros del Tirano. Arreciaba la escaramuza de mutuos dicterios:
--¡Atorrantes!
--¡Muera la tiranía!
--¡Macaneadores!
--¡Pelados!
--¡Carentes de plata!
--¡Divorciados de la Ley!
--¡Macaneadores!
--¡Anárquicos!
--¡Viva Generalito Banderas!
--¡Muera la turba revolucionaria!
Las graderías de indios ensabanados se movían en oleadas:
--¡Viva Don Roquito!
--¡Viva el apóstol!
--¡Muera la tiranía!
--¡Muera el extranjero!
Los gendarmes comenzaban a repartir sablazos. Cachizas de faroles,
gritos, manos en alto, caras ensangrentadas. Convulsión de luces
apagándose. Rotura de la pista en ángulos. Visión cubista del Circo
Harris.


LIBRO TERCERO
LA OREJA DEL ZORRO

I
Tirano Banderas, con olisca de rata fisgona, abandonó la rueda de
lisonjeros compadres y atravesó el claustro: Al Inspector de Policía,
Coronel Licenciado López de Salamanca, acabado de llegar, hizo seña con
la mano para que le siguiese. Por el locutorio adonde entraron todos,
cruzó la momia siempre fisgando, y pasó a la celda donde solía tratar
con sus agentes secretos. En la puerta, saludó con una cortesía de
viejo cuáquero:
--Ilustre Don Celes, dispénseme no más un instante. Señor Inspector
pase a recibir órdenes.

II
El Señor Inspector atravesó la estancia cambiando con unos y otros
guiños, mamolas y leperadas en voz baja. El General Banderas había
entrado en la recámara, estaba entrando, se hallaba de espaldas, podía
volverse, y todos se advertían presos en la acción de una guiñolada
dramática. El Coronel Licenciado López de Salamanca, Inspector de
Policía, pasaba poco de los treinta años: Era hombre agudo, con letras
universitarias y jocoso platicar: Nieto de encomenderos españoles,
arrastraba una herencia sentimental y absurda de orgullo y premáticas
de casta. De este heredado desprecio por el indio se nutre el mestizo
criollaje dueño de la tierra, cuerpo de nobleza llamado en aquellas
Repúblicas, Patriciado. El Coronel Inspector entró, recobrado en su
máscara de personaje:
--A la orden, mi General.
Tirano Randeras con un gesto le ordenó que dejase abierta la puerta.
Luego quedó en silencio. Luego habló con escandido temoso de cada
palabra:
--Diga no más. ¿Se ha celebrado el mitote de las Juventudes? ¿Qué loros
hablaron?
--Abrió los discursos el Licenciado Sánchez Ocaña. Muy revolucionario.
--¿Con qué tópicos? Abrevie.
--Redención del Indio. Comunismo precolombiano. Marsellesa del Mar
Pacífico. Fraternidad de las razas amarillas. ¡Macanas!
--¿Qué otros loros?
--No hubo espacio para más. Sobrevino la consecuente boluca de
gachupines y nacionales, dando lugar a la intervención de los gendarmes.
--¿Se han hecho arrestos?
--A Don Roque, y algún otro, los he mandado conducir a mi despacho,
para tenerlos asegurados de las iras populares.
--Muy conveniente. Aun cuando antagonistas en ideas, son sujetos
ameritados y vidas que deben salvaguardarse. Si arreciase la ira
popular, deles alojamiento en Santa Mónica. No tema excederse. Mañana,
si conviniese, pasaría yo en persona a sacarlos de la prisión y a
satisfacerles con excusas personales y oficiales. Repito que no tema
excederse. ¿Y qué tenemos del Honorable Cuerpo Diplomático? ¿Rememora
el asunto que le tengo platicado, referente al Señor Ministro de
España? Muy conviene que nos aseguremos con prendas.
--Esta misma tarde se ha realizado algún trabajo.
--Obró diligente, y le felicito. Expóngame la situación.
--Se le ha dado luneta de sombra al guarango andaluz, entre buja y
torero, al que dicen Currito Mi-Alma.
--¿Qué filiación tiene ese personaje?
--Es el niño bonito que entra y sale como perro faldero en la Legación
de España. La Prensa tiene hablado con cierto choteo.
El Tirano se recogió con un gesto austero:
--Esas murmuraciones no me son plato favorecido. Adelante.
--Pues no más que a ese niño torero lo han detenido esta tarde por
hallarle culpado de escándalo público. Ofrecieron alguna duda sus
manifestaciones, y se procedió a un registro domiciliario.
--Sobreentendido. Adelante. ¿Resultado del registro?
--Tengo hecho inventario en esta hoja.
--Acérquese al candil y lea.
El Coronel Licenciado, comenzó a leer un poco gangoso, iniciando
someramente el tono de las viejas beatas:
--Un paquete de cartas. Dos retratos con dedicatoria. Un bastón con
puño de oro y cifras. Una cigarrera con cifras y corona. Un collar,
dos brazaletes. Una peluca con rizos rubios, otra morena. Una caja
de lunares. Dos trajes de señora. Alguna ropa interior de seda, con
lazadas.
Tirano Banderas recogido en un gesto cuáquero, fulminó su excomunión:
--¡Aberraciones repugnantes!

III
La ventana enrejada y abierta, daba sobre un fondo de arcadas lunarias.
Las sombras de los murciélagos agitaban con su triángulo negro la
blancura nocturna de la ruina. El Coronel Licenciado, lentamente, con
esa seriedad jovial que matiza los juegos de manos, se sacaba de los
diversos bolsillos joyas, retratos y cartas, poniéndolo todo en hilera,
sobre la mesa, a canto del Tirano:
--Las cartas son especialmente interesantes. Un caso patológico.
--Una sinvergüenzada. Señor Coronel, todo eso se archiva. La Madre
Patria merece mi mayor predilección, y por ese motivo tengo un interés
especial en que no se difame al Barón de Benicarlés: Usted va a
proceder diligente para que recobre su libertad el guarango. El Señor
Ministro de España, muy conveniente que conozca la ocurrencia. Pudiera
suceder que con solo eso, cayese en la cuenta del ridículo que hace
tocando un pífano en la mojiganga del Ministro inglés. ¿Qué noticias
tiene usted referentes a la reunión del Cuerpo Diplomático?
--Que ha sido aplazada.
--Sentiría que se comprometiese demasiado el Señor Ministro de España.
--Ya rectificará, cuando el pollo le ponga al corriente.
Tirano Banderas movió la cabeza, asintiendo: Tenía un reflejo de la
lámpara sobre el marfil de la calavera y en los vidrios redondos de las
antiparras: Miró su reloj, una cebolla de plata, y le dio cuerda con
dos llaves:
--Don Celes nos iluminará en lo referente a la actitud del Señor
Ministro. ¿Sabe usted si ha podido entrevistarle?
--Merito me platicaba del caso.
--Señor Coronel, si no tiene cosa de mayor urgencia que comunicarme,
aplazaremos el despacho. Será bien conocer el particular de lo que nos
trae Don Celestino Galindo. Así tenga a bien decirle que pase, y usted
permanezca.

IV
Don Celes Galindo, el ilustre gachupín, jugaba con el bastón y el
sombrero mirando a la puerta de la recámara: Su redondez pavona, en el
fondo mal alumbrado del vasto locutorio, tenía esa actitud petulante y
preocupada del cómico que, entre bastidores, espera su salida a escena.
Al Coronel-Licenciado, que asomaba y tendía la mirada, hizo reclamo,
agitando bastón y sombrero. Presentía su hora, y la transcendencia del
papelón le rebosaba. El Coronel-Licenciado levantó la voz, parando un
ojo burlón y compadre sobre los otros asistentes:
--Mi Señor Don Celeste, si tiene el beneplácito.
Entró Don Celeste y le acogió con su rancia ceremonia el Tirano:
--Lamento la espera y le ruego muy encarecido que acepte mis
justificaciones. No me atribuya indiferencia por saber sus novedades:
¿Entrevistó al Ministro? ¿Platicaron?
Don Celes hizo un amplio gesto de contrariedad:
--He visto a Benicarlés: Hemos conferenciado sobre la política que
debe seguir en estas Repúblicas la Madre Patria: Hemos quedado
definitivamente distanciados.
Comentó ceremoniosa la momia:
--Siento el contratiempo, y mucho más si alguna culpa me afecta.
Don Celes plegó el labio y entornó el párpado, significando que el
suceso carecía de importancia:
--Para corroborar mis puntos de vista, he cambiado impresiones con
algunas personalidades relevantes de la Colonia.
--Hábleme de su Excelencia el Señor Ministro de España. ¿Cuáles son
sus compromisos diplomáticos? ¿Por qué su actuación contraria a los
intereses españoles aquí radicados? ¿No comprende que la capacitación
del indígena es la ruina del estanciero? El estanciero se verá aquí con
los mismos problemas agrarios que deja planteados en el propio país, y
que sus estadistas no saben resolver.
Don Celeste tuvo un gran gesto adulador y enfático:
--Benicarlés no es hombre para presentarse con esa claridad y esa
transcendencia las cuestiones.
--¿En qué argumentación sostiene su criterio? Eso estimaría saber.
--No argumenta.
--¿Cómo sustenta su opinión?
--No la sustenta.
--¿Algo dirá?
--Su criterio es no desviarse en su actuación de las vistas que adopte
el Cuerpo Diplomático. Le hice toda suerte de objeciones, llegué a
significarle que se exponía a un serio conflicto con la Colonia. Que
acaso se jugaba la carrera. ¡Inútil! ¡Mis palabras han resbalado sobre
su indiferencia! ¡Jugaba con el faldero! ¡Me ha indignado!
Tirano Banderas, interrumpió con su falso y escandido hablar
ceremonioso:
--Don Celes, venciendo su repugnancia, aún tendrá usted que
entrevistarse con el Señor Ministro de España: Será conveniente que
usted insista sobre los mismos tópicos, con algunas indicaciones muy
especializadas. Acaso logre apartarle de la perniciosa influencia del
Representante Británico. El Señor Inspector de Policía tiene noticia
de que nuestras actuales dificultades obedecen a un complot de la
Sociedad Evangélica de Londres. ¿No es así, Señor Inspector?
--¡Indudablemente! La Humanidad que invocan las milicias puritanas
es un ente de razón, una logomaquia. El laborantismo inglés, para
influenciar sobre los negocios de minas y finanzas, comienza
introduciendo la Biblia.
Meció la cabeza Don Celes:
--Ya estoy al cabo.
La momia se inclinó con rígida mesura, sesgando la plática:
--Un español ameritado no puede sustraer su actuación cuando se trata
de las buenas relaciones entre la República y la Patria Española. Hay a
más un feo enredo policíaco. El Señor Inspector tiene la palabra.
El Señor Inspector, con aquel gesto de burla fúnebre, paró un ojo sobre
Don Celes:
--Los principios humanitarios que invoca la diplomacia, acaso tengan
que supeditarse a las exigencias de la realidad palpitante.
Rumió la momia:
--Y en última instancia, los intereses de los españoles aquí radicados,
están en contra de la Humanidad. ¡No hay que fregarla! Los españoles
aquí radicados representan intereses contrarios. ¡Que lo entienda ese
Señor Ministro! ¡Que se capacite! Si le ve muy renuente, manifiéstele
que obra en los archivos policíacos un atestado por verdaderas orgías
romanas, donde un invertido simula el parto. Tiene la palabra el Señor
Inspector.
Se consternó Don Celes: Y puso su rejón el Coronel-Licenciado:
--En ese simulacro, parece haber sido comadrón el Señor Ministro de
España.
Gemía Don Celes:
--¡Estoy consternado!
Tirano Banderas rasgó la boca con mueca desdeñosa:
--Por veces nos llegan puros atorrantes representando a la Madre Patria.
Suspiró Don Celes:
--Veré al Barón.
--Véale, y hágale entender que tenemos su crédito en las manos. El
Señor Ministro recapacitará lo que hace. Hágale presente un saludo muy
fino de Santos Banderas.
El Tirano se inclinó, con aquel ademán mesurado y rígido de figura de
palo:
--La Diplomacia gusta de los aplazamientos, y de esa primera reunión
no saldrá nada. En fin, veremos lo que nos trae el día de mañana. La
República puede perecer en una guerra, pero jamás se rendirá ante una
imposición de las Potencias Extranjeras.

V
Tirano Banderas salió al claustro, y encorvado sobre una mesilla
de campaña, sin sentarse, firmó, con rápido rasgueo, los edictos y
sentencias que sacaba de un cartapacio el Secretario de Tribunales,
Licenciado Carrillo. Sobre la cal de los muros, daban sus espantos
malas pinturas de martirios, purgatorios, catafalcos y demonios verdes.
El Tirano, rubricado el último pliego, habló despacio, la mueca
dolorosa y verde en la rasgada boca indiana:
--¡Chac-chac! Señor Licenciadito, estamos en deuda con la vieja
rabona del 7.º Ligero. Para rendirle justicia debidamente, se precisa
chicotear a un Jefe del Ejército. ¡Punirlo como a un roto! ¡Y es un
amigo de los más estimados! ¡El macaneador de mi compadre Domiciano de
la Gándara! ¡Ese bucanero, que dentro de un rato me llamará déspota,
con el ojo torcido al campo insurrecto! Chicotear a mi compadre es
ponerle a caballo. Desamparar a la chola rabona, falsificar el designio
que formulé al darle la mano, se llama sumirse, fregarse. ¿Licenciado,
cuál es su consejo?
--Patroncito, es un nudo gordiano.
Tirano Banderas, rasgada la boca por la verde mueca, se volvió al coro
de comparsas:
--Ustedes, amigos, no se destierren: Arriéndense para dar su fallo.
¿Han entendido lo que platicaba con el Señor Licenciado? Bien conocen a
mi compadre. ¡Muy buena reata y todos le estimamos! Darle chicote como
a un roto es enfurecerle y ponerle en el rancho de los revolucionarios.
¿Se le pune, y deja libre y rencoroso? ¿Tirano Banderas --como dice el
pueblo cabrón-- debe ser prudente o magnánimo? Piénsenlo, amigos, que
su dictado me interesa. Constitúyanse en tribunal, y resuelvan el caso
con arreglo a conciencia.
Desplegando un catalejo de tres cuerpos reclinose en la arcada que
se abría sobre el borroso diseño del jardín, y se absorbió en la
contemplación del cielo.

VI
Los compadritos hacen rueda en el otro cabo, y apuntan distingos
justipreciando aquel escrúpulo de conciencia que, como un hueso a los
perros, les arrojaba Tirano Banderas. El Licenciado Carrillo se insinúa
con la mueca de zorro propia del buen curial:
--¿Cuál será la idea del patrón?
El Licenciado Nacho Veguillas, sesga la boca y saca los ojos remedando
el canto de la rana:
--¡Cua! ¡Cua!
Y le desprecia con un gesto, tirándose del pirulo chivón de la barba,
el Mayor Abilio del Valle:
--¡No está el guitarrón para ser punteado!
--¡Mayorcito del Valle, hay que fregarse!
El Licenciado Carrillo no salía de su tema:
--Preciso es adivinarle la idea al patrón, y dictaminar de acuerdo.
Nacho Veguillas hacía el tonto mojiganguero:
--¡Cua! ¡Cua! Yo me guío por sus luces, Licenciadito.
Murmuró el Mayor del Valle:
--Para acertarla, cada uno se ponga en el caso.
--¿Y puesto en el caso vos, Mayorcito?...
--¿Entre qué términos, Licenciado?
--Desmentirse con la vieja, o chicotear como a un roto al Coronelito de
la Gándara.
El Mayor Abilio del Valle, siempre a tirarse del pirulo chivón, retrucó
soflamero:
--Tronar a Domiciano y después chicotearle, es mi consejo.
El Licenciado Nacho Veguillas sufrió un acceso sentimental de pobre
diablo:
--El patroncito acaso mire la relación de compadres, y pudiera la
vinculación espiritual aplacar su rigorismo.
El Licenciado Carrillo tendía la cola petulante:
--Mayorcito, de este nudo gordiano vos estate el Alejandro.
Veguillas angustió la cara:
--¡Un escacho de botillería, no puede tener pena de muerte! Yo salvo mi
responsabilidad. No quiero que se me aparezca el espectro de Domiciano.
¿Vos conocés la obra que representó anoche Pepe Valero? “Fernando el
Emplazado”. ¡Che! Es un caso de la Historia de España.
--Ya no pasan esos casos.
--Todos los días, Mayorcito.
--No los conozco.
--Permanecen inéditos, porque los emplazados no son testas coronadas.
--¿El mal de ojo? No creo en ello.
--Yo he conocido a un sujeto, que perdía siempre en el juego si no
tenía en la mano el cigarro apagado.
El Licenciado Carrillo aguzaba la sonrisa:
--Me permito llamarles al asunto. Sospecho que hay otra acusación
contra el Coronel de la Gándara. Siempre ha sido poco de fiar ese amigo
y andaba estos tiempos muy bruja, y acaso buscó remediarse de plata en
la montonera revolucionaria.
Se confundieron las voces en un susurro:
--No es un secreto que conspiraba.
--Pues le debe cuanto es al patroncito.
--Como todos nosotros.
--Soy el primero en reconocer esa deuda sagrada.
--Con menos que la vida, yo no le pago a Don Santos.
--Domiciano le ha correspondido con la más negra ingratitud.
Puestos de acuerdo, ofreció la petaca el Mayor del Valle.

VII
El Tirano corría por el cielo el campo de su catalejo: Tenía blanca de
luna la calavera:
--Cinco fechas para que sea visible el cometa que anuncian los
astrónomos europeos. Acontecimiento celeste de que no tendríamos
noticia a no ser por los sabios de fuera. Posiblemente, en los espacios
sidéreos tampoco saben nada de nuestras revoluciones. Estamos parejos.
Sin embargo, nuestro atraso científico es manifiesto. Licenciadito
Veguillas, redactará usted un decreto para dotar con un buen telescopio
a la Escuela Náutica y Astronómica.
El Licenciadito Nacho Veguillas, finchándose en el pando compás de las
zancas, sacó el pecho y tendió el brazo en arenga:
--¡Mirar por la cultura es hacer patria!
El Tirano pagó la cordialidad avinada del pobre diablo con un gesto de
calavera humorística, mientras volvía a recorrer con su anteojo el
cielo nocturno. Los cocuyos encendían su danza de luces en la borrosa y
lunaria geometría del jardín.

VIII
Tosca y esquiva, aguzados los ojos como montés alimaña, penetró, dando
gritos, una mujer encamisada y pelona. Por la sala pasó un silencio, y
los coloquios quedaron en el aire. Tirano Banderas, tras una espantada,
se recobró batiendo el pie con ira y denuesto. Temerosos del castigo,
se arrestaron la recamarera y el mucamo, que acudieron a la captura de
la encamisada. Fulminó el Tirano:
--¡Chingada, guarda tenés de la niña! ¡Hi de tal, la tenés bien
guardada!
Las dos figuras parejas se recogían, susurrantes en el quicio de la
puerta: Eran, sobre el hueco profundo de sombra, oscuros bultos de
borroso realce. Tirano Banderas se acercó a la encamisada, que con
el gesto obstinado de los locos, hundía las uñas en la greña y se
agazapaba en un rincón aullando:
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