Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 11

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--Mi Generalito, los enredos del mundo meten al más santo en las
calderas del Infierno.
--Mi vieja, vos tendrás que amputar la nariz de Cleopatra.
--Si con ello arreglase el mundo, ñata me quedaba esta noche mesma.
--Un zafarrancho de cuatro copas en vuestra mesilla, ha sacado una
baza de Lucifer. ¡Vea, no más, a este filarmónico amigo en desgracia,
acusado de traición! ¡Posiblemente le caerá sentencia de muerte!
--¿Y la culpa de mi tajamar?
--Ese problema se lo habrán de proponer los futuros historiadores.
Licenciado Veguillas, despídase de la vieja rabona y otórguele su
perdón: Manifieste su ánimo generoso: Revístase la clámide, y asombre a
estos amigos que le ven chuela, con un gesto magnánimo.
--¡Juvenal y Quevedo!
La momia miró al gachupín con avinagrado sarcasmo:
--Ilustre Don Telesforo, usted ocasionará que me saquen alguna chufla.
Ni Quevedo ni Juvenal: Santos Banderas: Una figura en el continente del
Sur. ¡Chac! ¡Chac!


LIBRO SEGUNDO
LA TERRAZA DEL CLUB

I
El Doctor Carlos Esparza, Ministro del Uruguay, oía con gesto burlón y
mundano las confidencias de su caro colega el Doctor Aníbal Roncali,
Ministro del Ecuador. Cenaban en el Círculo de Armas:
--Me ha creado una situación enojosa el Barón de Benicarlés. Digá
vos, no más, que tengo muy brillantes ejecutorias de macho para temer
murmuraciones, pero no dejan de ser molestas esas actitudes del
Ministro de España. ¡Qué sonrisas! ¡Qué miradas, amigo!
--¡Che! Una pasión.
El Doctor Carlos Esparza, rubio, miope, elegante, se incrustaba en la
órbita el monóculo de concha rubia. El Doctor Aníbal Roncali le miró
entre quejoso y risueño:
--Vos estás de chirigota.
El Ministro del Uruguay se disculpó con un aspaviento burlón:
--Aníbal, te veo próximo a dejar la capa entre las manos del Barón de
Benicarlés. ¡Y eso puede aparejar un conflicto diplomático, y hasta
una reclamación de la Madre Patria!
El Ministro del Ecuador hizo un gesto de impaciencia, acentuado por el
revuelo de los rizos:
--¡Sigue el choteo!
--¿Qué pensás vos hacer?
--No lo sé.
--¿Sin duda no aceptar el puesto de secretario para colaborar en la
gran empresa que tan elocuentemente tenés vos expuesto esta noche?
--Indudablemente.
--¡Por una meticulosidad!...
--No jugués vos del vocablo.
--Sin juego. Repito que no te asiste razón suficiente para malograr una
aproximación de tan lindas esperanzas. El águila y los aguiluchos que
abren las juveniles alas para el heroico vuelo. ¡Has estado muy feliz!
¡Eres un gran lírico!
--No me veás vos chuela, Doctorcito.
--¡Lírico, sentimental, sensitivo, sensible, exclamaba el Cisne de
Nicaragua! Por eso no logras vos separar la actuación diplomática y el
flirt del Ministro de España.
--Hablemos en serio, Doctorcito. ¿Qué opinión te merece la iniciativa
de Sir Jonnes?
--Es un primer avance.
--¿Y qué ulteriores consecuencias le asignás vos a la Nota?
--¡Qui lo sá! La Nota puede ser precursora de otras Notas... Ello
depende de la actitud que adopte el Presidente. Sir Jonnes, tan
cordial, tan evangélico, solo persigue una indemnización de veinte
millones para la West Limited Company. Una vez más, el florido
ramillete de los sentimientos humanitarios esconde un áspid.
--La Nota, indudablemente, es un sondeo. ¿Pero cómo opinas vos,
respecto a la actitud del General? ¿Acordará el Gobierno satisfacer la
indemnización?
--Nuestra América sigue siendo, desgraciadamente, una Colonia
Europea... Pero el Gobierno de Santa Fe, en esta ocasión, posiblemente
no se dejará coaccionar: Sabe que el ideario de los revolucionarios
está en pugna con los monopolios de las Compañías. Tirano Banderas no
morirá de cornada diplomática. Se unen para sostenerlo los egoísmos
del criollaje, dueño de la tierra, y las finanzas extranjeras. El
Gobierno, llegado el caso, podría negar las indemnizaciones, seguro
de que los radicalismos revolucionarios, en ningún momento, merecerán
el apoyo de las Cancillerías. Cierto que la emancipación del indio
debemos enfocarla como un hecho fatal. No es cuerdo cerrar los ojos a
esa realidad. Pero reconocer la fatalidad de un hecho, no apareja su
inminencia. Fatal es la muerte, y toda nuestra vida se construye en un
esfuerzo para alejarla. El Cuerpo Diplomático actúa razonablemente,
defendiendo la existencia de los viejos organismos políticos que
declinan. Nosotros somos las muletas de esos valetudinarios crónicos,
valetudinarios como aquellos éticos antiguos, que no acababan de
morirse.
La brisa ondulaba los estores y el azul telón de la marina se mostraba
en un lejos de sombras profundas, encendido de opalinos faros y luces
de masteleros.

II
Humeando los tabacos salieron a la terraza los Ministros del Ecuador
y del Uruguay. El Ministro del Japón, Tu-Lag-Thi, al verlos, se
incorporó en su mecedora de bambú, con un saludo falso y amable,
de diplomacia oriental: Saboreaba el moka y tenía las gafas de oro
abiertas sobre un periódico inglés. Se acercaron los Ministros
Latino-Americanos. Zalemas, sonrisas, empaque farsero, cabezadas de
rigodón, apretones de mano, cháchara francesa. El criado, mulato
tilingo, atento a los movimientos de la diplomacia, arrastraba dos
mecedoras. El Doctor Roncali, agitando los rizos, se lanzó en un
arrebato oratorio, cantando la belleza de la noche, de la luna y del
mar. Tu-Lag-Thi, Ministro del Japón, atendía con su oscura mueca
premiosa, los labios como dos viras moradas recogidas sobre la albura
de los dientes, los ojos oblicuos, recelosos, malignos. El Doctor
Esparza insinuó, curioso de novelerías exóticas:
--¡En el Japón, las noches deben ser admirables!
--¡Oh!... ¡Ciertamente! ¡Y esta noche no está falta de cachet japonés!
Tu-Lag-Thi tenía la voz flaca, de pianillos desvencijados, y una
movilidad rígida, de muñeco automático, un accionar esquinado, de
resorte, una vida interior de alambre en espiral: Sonreía con su mueca
amanerada y oscura:
--Queridos colegas, anteriormente no he podido solicitar la opinión de
ustedes. ¿Qué importancia conceden ustedes a la Nota?
--¡Es un primer paso!...
El Doctor Esparza daba intención a sus palabras con una sonrisa
ambigua, llena de reservas. Insistió el Ministro del Japón:
--Todos lo hemos entendido así. Indudablemente. Un primer paso. ¿Pero
cuáles serán los pasos sucesivos? ¿No se romperá el acuerdo del
Cuerpo Diplomático? ¿Adónde vamos? El Ministro inglés actúa bajo el
imperativo de sus sentimientos humanitarios, pero este generoso impulso
acaso se vea cohibido. Las Colonias Extranjeras, sin exclusión de
ninguna, representan intereses poco simpatizantes con el ideario de
la Revolución. La Colonia Española, tan numerosa, tan influyente, tan
vinculada con el criollaje en sus actividades, en sus sentimientos, en
su visión de los problemas sociales, es francamente hostil a la reforma
agraria, contenida en el Plan de Zamalpoa. En estos momentos --son mis
informes--proyecta un acto que sintetice y afirme sus afinidades con
el Gobierno de la República. ¿No ocurrirá que se vea desasistido en su
humanitaria actuación el Honorable Sir Scott?
Guiñaba los ojos con miopía inteligente y maliciosa el Doctor Carlos
Esparza:
--Querido colega, convengamos en que las relaciones diplomáticas no
pueden regirse por las claras normas del Evangelio.
Tu-Lag-Thi repuso con flébiles maullidos:
--El Japón supedita intereses de sus naturales, aquí radicados,
a los principios del Derecho de Gentes. Pero en el camino de las
confidencias, y aun de las indiscreciones, no he de ocultar mis
pesimismos respecto al apoyo moral que presten algunos colegas a los
laudables sentimientos del Ministro inglés. Como hombre de honor, no
puedo dar crédito a las insinuaciones y malicias de ciertos rotativos,
demasiado afectos al Gobierno de la República. ¡La West Company!
¡Aberrante!
La truculenta palabra final se desgarró, transformada en un chifle
de eles y efes, entre la asiática y lipuda sonrisa de Tu-Lag-Thi. El
Doctor Aníbal Roncali se acariciaba el bigote, y a flor de labio, con
leve temblor, retocaba una frase sentimental. Se lanzó con aquel tic
nervioso que agitaba eréctiles, como rabos de lagartijas, los rizos de
su negra cabellera:
--El Doctor Banderas no puede ordenar el cierre de los expendios de
bebidas. Si tal hiciese, sobrevendría un motín de la plebe. ¡Estas
ferias son las bacanales del cholo y del roto!

III
Llegaban ecos de la verbena. Bailaban en ringla las cuerdas de
farolillos, a lo largo de la calle. Al final giraba la rueda de un
tiovivo. Su grito luminoso, histérico, estridente, hipnotizaba a los
gatos sobre el borde de los aleros. La calle tenía súbitos guiños,
concertados con el rumor y los ejercicios acrobáticos del viento en las
cuerdas de farolillos. A lo lejos, sobre la bruma de estrellas, calcaba
el negro perfil de su arquitectura, San Martín de los Mostenses.


LIBRO TERCERO
PASO DE BUFONES

I
Tirano Banderas, en la ventana, apuntaba su catalejo sobre la Ciudad de
Santa Fe:
--¡Están de gusto las luminarias! ¡Pero que muy lindas, amigos!
La rueda de compadres y valedores rodeaba el catalejo y la escalerilla
astrológica, con la mueca verde encaramada en el pináculo:
--No puede negársele al pueblo pan y circo. ¡Están pero que muy lindas
las luminarias!
De Santa Mónica, el viento del mar traía los opacos estampidos de una
fusilada:
--¡El pueblo, libre de propagandas funestas, es bueno! ¡Y el rigor muy
saludable!
La trinca de compadritos, abierta en círculo, tenía la atención
pendiente del Tirano.

II
Tirano Banderas dejó su pináculo, y metiéndose en el círculo de
valedores y compadres, sacó de una oreja al Licenciado Veguillas:
--Vamos a oír por última vez su concierto batracio. ¿Cómo tiene la
gola? ¿Quiere aclararse la voz con algún gargarismo?
En torno, adulando la befa, reía la trinca, asustada, complaciente y
ramplona. Aleló Nachito:
--¿Qué limpieza de notas se le puede pedir a un presunto cadáver?
--Hace mal rehusando amansar con la música a sus jueces. Señores,
este amigo entrañable aparece como reo de traición, y de no haberse
descubierto su complicidad, pudo fregarles a todos ustedes. Recordarán
cómo en la noche de ayer, actuando en el seno de la confianza, les
declaré el propósito justiciero en que estaba con respecto a las
subversiones del Coronel Domiciano de la Gándara. Fuera de este
recinto han sido divulgadas las palabras que profirió en el seno
de la amistad Santos Banderas. Ustedes van a instruirme en cuanto
a la pena que corresponde a este divulgador de mis secretos. Han
sido citados los testigos de su defensa, y si lo autorizan, se les
hará comparecer y oirán sus descargos. Según tiene manifestado, una
mundana con sonambulismo le adivinó el pensamiento. Con antelación,
esta niña había estado sometida a los pases magnéticos de un cierto
Doctor Polaco. ¡Estamos en un folletín de Alejandro Dumas! Ese Doctor,
que magnetiza y desenvuelve la visión profética en las niñas de los
congales, es un descendiente venido a menos de José Bálsamo. ¿Se
recuerdan ustedes la novela? Un folletín muy interesante. ¡Lo estamos
viviendo! ¡El Licenciadito Veguillas, observen no más, émulo del genial
mulato! Merito va a decirnos adónde emigraba en compañía del rebelde
Coronel Domiciano de la Gándara.
Hipaba Nachito:
--Pues no más que salíamos platicando de un establecimiento.
--¿Los dos briagos?
--¡Patroncito, dimanante de las ferias, es una pura farra toda Santa
Fe! Pues no más aquel macaneador, tal como íbamos, da una espantada y
se mete por una puerta, que merito merito la abría un encamisado. Y en
el atolondro, yo metí detrás las orejas como un guanaco.
--¿Puede manifestarnos el establecimiento donde se habían juntado para
la farra?
--Mi Generalito, no me sonroje, que es un lugar muy profano para
nombrarlo en esta Sala de Audiencia. Ante su noble figura patricia, mi
cara se cubre de vergüenza.
--Conteste a la pregunta. ¿En qué crápula se halló con el Coronel
de la Gándara y qué confidencias tuvieron en ese presunto lugar?
Licenciadito, usted conocía la orden de arresto, y con alguna palabra
pronunciada durante la embriaguez, puso en sospecha al fugado.
--¿Mi lealtad de tantos años no me acredita?
--Pudo ser un acto irreflexivo, pero el estado de alcoholismo no es
atenuante en el Tribunal de Santos Banderas. Usted es un briago que se
pasa las noches de farra en los lenocinios. Sepa que todos sus pasos
los conoce Santos Banderas. Le antepongo que solamente con la verdad
podrá desenojarme. Licenciadito, quiero tenderle una mano y sacarle de
la ciénaga donde cornea atorado, porque el delito de traición apareja
una penalidad muy severa en nuestros Códigos.
--Señor Presidente, hay enredos en la vida que sobrecogen y hacen
cavilar, enredos que son una novela. La noche de autos he visitado a
una gatita que lee los pensamientos.
--¿Y una gatita con tanta ciencia está en un lenocinio para que usted
la festeje?
--Pues la pasada noche así sucedió en lo de Cucarachita. Quiero
declararlo todo y desahogar mi conciencia. Estábamos los dos pecando.
¡Noche de Difuntos era la de ayer, Generalito! Valedores, por mi honor
lo garanto, aquella morocha tenía un cirio bendito desvelándole los
misterios. ¡Leía los pensamientos!
--Licenciadito, esas son quimeras alcohólicas, pues la pasada noche
se hallaba usted totalmente briago cuando entró con la chinita. Me
ha sido usted traidor, divulgando mis secretos en vitando comercio
con una mundana, y por primera providencia, para templar esa carne
tan ardorosa, le está indicado el cepo. Licenciadito, reléguese a un
rincón, arrodíllese y procure elevar el pensamiento al Ser Supremo.
Estos amigos dilectos van a juzgarle, y de sus deliberaciones puede
salirle una sentencia de muerte. Licenciadito, van a comparecer
los testigos que ha nominado en su defensa, y si le favorecen sus
declaraciones, será para mí de sumo beneplácito. Señor Coronel López
de Salamanca, luego luego, ejecute las diligencias para que acudan a
esclarecernos la niña mundana y el Doctor Polaco.

III
El Coronel Licenciado López de Salamanca, arrestándose a un canto de la
puerta, hizo entrar al Doctor Polaco. Detrás, pisando de puntas, asomó
Lupita la Romántica. El Doctor Polaco, alto, patilludo, gran frente,
melena de sabio, vestía de fraque, con dos bandas al pecho y una
roseta en la solapa. Saludó con una curvatura pomposa y escenográfica,
colocándose la chistera bajo el brazo:
--Presento mis homenajes al Supremo Dignatario de la República.
Michaelis Lugín, Doctor por la Universidad del Cairo, iniciado en la
Ciencia Secreta de los Brahmanes de Bengala.
--¿Profesa usted las doctrinas de Allán Kardec?
--Soy no más un modesto discípulo de Mesmer. El espiritismo
allankardiano es una corruptela pueril de la antigua nigromancia. Las
evocaciones de los muertos se hallan en los papiros egipcios y en los
ladrillos caldeos. La palabra con que son designados estos fenómenos
se forma de dos griegas.
--¡Este Doctorcito se expresa muy doctoralmente! ¿Y gana la plata con
su título de Profeta del Cairo?
--Señor Presidente, mi mérito, si alguno tengo, no está en ganar plata
y amontonar riquezas. He recibido la misión de difundir las Doctrinas
Teosóficas y preparar al pueblo para una próxima era de milagros. El
Nuevo Cristo arrastra su sombra por los caminos del Planeta.
--¿Reconoce haber dormido a esta niña con pases magnéticos?
--Reconozco haber realizado algunas experiencias. Es un sujeto muy
remarcable.
--Puntualice cada una.
--El Señor Presidente, si lo desea, puede ver el programa de mis
experiencias en los Coliseos y Centros Académicos de San Petersburgo,
Viena, Nápoles, Berlín, París, Londres, Lisboa, Río de Janeiro.
Últimamente se han discutido mis teorías sobre el karma y la sugestión
biomagnética en la gran Prensa de Chicago y Filadelfia. El Club
Habanero de la Estrella Teosófica me ha conferido el título de
Hermano Perfecto. La Emperatriz de Austria me honra frecuentemente
consultándome el sentido de sus sueños. Poseo secretos que no revelaré
jamás. El Presidente de la República Francesa y el Rey de Prusia
han querido sobornarme durante mi actuación en aquellas capitales.
¡Inútilmente! El Sendero Teosófico enseña el menosprecio de honores
y riquezas. Si se me autoriza, pondré mis álbumes de fotografías y
recortes a las órdenes del Señor Presidente.
--¿Y cómo doctorándose en tan austeras doctrinas, y con tan alto grado
en la iniciación teosófica, corre la farra por los lenocinios? Sírvase
iluminarnos con su ciencia y justificar la aparente aberración de esa
conducta.
--Permítame el Señor Presidente que solicite el testimonio de la
Señorita Médium. Señorita, venciendo el natural rubor, manifieste a
los señores si ha mediado concupiscencia. Señor Presidente, el interés
científico de las experiencias biomagnéticas, sin otras derivaciones,
ha sido norma de mi actuación. He visitado ese lugar porque me habían
hablado de esta Señorita. Deseaba conocerla y, si era posible,
trascender su vida a otro círculo más perfecto. ¿Señorita, no le
propuse a usted redimirla?
--¿Pagarme la deuda? El que toda la noche no paró con esa sonsera fue
el Licenciado.
--¡Señorita Guadalupe, recuerde usted que como un padre la he propuesto
acompañarme en la peregrinación por el Sendero!
--¡Sacarme en los teatros!
--Mostrar a los públicos incrédulos los ocultos poderes demiúrgicos
que duermen en el barro humano. Usted me ha rechazado, y he tenido que
retirarme con el dolor de mi fracaso. Señor Presidente, creo haber
disipado toda sospecha referente a la pureza de mis acciones. En
Europa, los más relevantes hombres de ciencia estudian estos casos. El
Mesmerismo tiene hoy su mayor desenvolvimiento en las Universidades de
Alemania.
--Va usted a servirse repetir, punto por punto, las experiencias que la
pasada noche realizó con esa niña.
--El Señor Presidente me tiene a sus órdenes. Repito que puedo
ofrecerle un programa selecto de experiencias similares.
--Esa niña, en atención a su sexo, será primeramente interrogada.
El Licenciado Veguillas tiene manifestado como evidente que en
determinada circunstancia le fue sustraído el pensamiento por los
influjos magnéticos de la interfecta.
La niña del trato bajaba los ojos a las falsas pedrerías de sus manos:
--A tener esos poderes, no me vería esclava de un débito con la
Cucaracha. Licenciadito, vos lo sabés.
--Lupita, para mí has sido una serpiente biomagnética.
--¡Que así me acusés vos, con todito que os di el amoniaco!
--Lupita, reconoce que estabas la noche pasada con un histerismo
magnético. Tú me leíste el pensamiento cuando alborotaba en el baile
aquel macaneador de Domiciano. Tú le diste el santo para que se volase.
--¡Licenciado, si estaban los dos ustedes puritos briagos! Yo quise no
más verlos fuera de la recámara.
--Lupita, en aquella hora tú me adivinaste lo que yo pensaba. Lupita,
tú tienes comercio con los espíritus. ¿Negarás que te has revelado
médium cuando te durmió el Doctor Polaco?
--Efectivamente, esta Señorita es un caso muy remarcable de lucidez
magnética. Para que la distinguida concurrencia pueda apreciar mejor
los fenómenos, la Señorita Médium ocupará una silla en el centro, bajo
el lampadario. Señorita Médium, usted me hará el honor.
La tomó de la mano y, ceremonioso, la sacó al centro de la sala. La
niña, muy honesta, con pisar de puntas y los ojos en tierra, apenas
apoyaba el teclado de las uñas suspendida en el guante blanco del
Doctor Polaco.

IV
--¡Chac! ¡Chac!
Tenía una verde senectud la mueca humorística de la momia indiana.
El Doctor Polaco sacó del fraque la vara mágica, forjada de siete
metales, y con ella tocó los párpados de Lupita: Finalizó con una gran
cortesía, saludando con la vara mágica. Entre suspiros, enajenose
la daifa. Veguillas, arrodillado en un rincón, esperaba el milagro:
Iba a resplandecer la luz de su inocencia: Lupita y el farandul le
apasionaban en aquel momento con un encanto de folletín sagrado:
Oscuramente, de aquellos misterios, esperaba volver a la gracia del
Tirano. Se estremeció. La mueca verde mordía la herrumbre del silencio:
--¡Chac! ¡Chac! Va usted a servirse repetir, punto por punto, como creo
haberle indicado, las experiencias que la noche de ayer realizó con la
niña de autos.
--Señor Presidente, tres formas adscritas al tiempo adopta la visión
telepática. Pasado, Actual, Futuro. Este triple fenómeno rara vez se
completa en un médium. Aparece disperso. En la Señorita Guadalupe, la
potencialidad telepática no alcanza fuera del círculo del Presente.
Pasado y Venidero son para ella puertas selladas. Y dentro del fenómeno
de su visión telepática, el ayer más próximo es un remoto pretérito.
Esta Señorita está imposibilitada, absolutamente, para repetir una
anterior experiencia. ¡Absolutamente! Esta Señorita es un médium
poco desenvuelto: ¡Un diamante sin lapidario! El Señor Presidente me
tiene a sus órdenes para ofrecerle un programa selecto de experiencia
similares, en lo posible.
La acerba mueca llenaba de arrugas la máscara del Tirano:
--Señor Doctor, no se raje para dar satisfacción al deseo que le tengo
manifestado. Quiero que una por una repita todas las experiencias de
anoche en el lenocinio.
--Señor Presidente, solo puedo repetir experimentos parejos. La
Señorita Médium no logra la mirada retrospectiva. Es una vidente muy
limitada. Puede llegar a leer el pensamiento, presenciar un suceso
lejano, adivinar un número en el cual se sirva pensar el Señor
Presidente.
--¿Y con tantos méritos de perro sabio se prostituye en una casa de
trato?
--La gran neurosis histérica de la ciencia moderna podría explicarlo.
Señorita, el Señor Presidente se dignará elegir un número con el
pensamiento. Va usted a tomarle la mano y a decirlo en voz alta, que
todos lo oigamos. Voz alta y muy clara, Señorita Médium.
--¡Siete!
--Como siete puñales.
Gimió en su destierro Nachito:
--¡Con ese juego ilusorio me adivinaste ayer el pensamiento!
Tirano Banderas se volvió, avinagrado y humorístico:
--¿Por qué visita los malos lugares, mi viejo?
--Patroncito, hasta en música está puesto que el hombre es frágil.
El Tirano, recogiéndose en su gesto soturno clavó los ojos con suspicaz
insistencia en la pendejuela del trato. Desmayada en la silla, se le
soltaban los peines y el moño se le desbarata en una cobra negra.
Tirano Banderas se metió en la rueda de compadres:
--De chamacos hemos visto estos milagros por dos reales. Tantos
diplomas, tantas bandas y tan poca suficiencia. Se me está usted
antojando un impostor, y voy a dar órdenes para que le afeiten en seco
la melena de sabio alemán. No tiene usted derecho a llevarla.
--Señor Presidente, soy un extranjero acogido en su exilio bajo la
bandera de esta noble República. Enseño la verdad al pueblo, y le
aparto del positivismo materialista. Con mis cortas experiencias,
adquiere el proletariado la noción tangible de un mundo sobrenatural.
¡La vida del pueblo se ennoblece cuando se inclina sobre el abismo del
misterio!
--Don Cruz, por lo lindo que platica le hará no más la rasura de media
cabeza.
El Tirano remejía su mueca con avinagrado humorismo, mirando al fámulo
rapista, que le presentaba un bodrio peludo, suspendido en el prieto
racimo de los dedos.
--¡Es peluca, patrón!

V
La niña del trato se despertaba suspirante, salía a las fronteras del
mundo con lívido pasmo, y en el pináculo de la escalerilla, la momia
indiana apuntaba su catalejo sobre la ciudad. El guiño desorbitado de
las luminarias brizaba clamorosos tumultos de pólvoras, incendios y
campanas, con apremiantes toques de cornetas militares:
--¡Chac! ¡Chac! ¡Zafarrancho tenemos! Don Cruz, andate a disponerme los
arreos militares.
El guaita de la torre ha desclavado su bayoneta de la luna, y dispara
el fusil en la oscuridad poblada de alarmas. El Reloj de Catedral
difunde la rueda sonora de sus doce campanadas, y sobre la escalerilla
dicta órdenes el Tirano:
--Mayor del Valle, tome usted algunos hombres, explore el campo y
observe por qué cuarteles se ha pronunciado el tiroteo.
Cuando el Mayor del Valle salía por la puerta, entraba el fámulo, que,
abiertos los brazos, con pinturera morisqueta, portaba en bandeja el
uniforme, cruzado con la matona de su Generalito Banderas. Se han
dado de bruces, y rueda estruendosa la matona. El Tirano, chillón y
colérico, encismado, batió con el pie, haciendo temblar escalerilla y
catalejo.
--¡Sofregados, ninguno la mueva! ¡Vaya un augurio! ¿Qué enigma descifra
usted, Señor Doctor Mágico?
El farandul, con nitidez estática, vio la sala iluminada, el susto de
los rostros, la torva superstición del Tirano. Saludó:
--En estas circunstancias, no me es posible formular un oráculo.
--¿Y esta joven honesta, que otras veces ha mostrado tan buena vista,
no puede darnos referencia, en cuanto al tumulto de Santa Fe? Señor
Doctor, sírvase usted dormir e interrogar a la Señorita Médium. Yo paso
a vestirme el uniforme. ¡Que ninguno toque mi espada!
Un levantado son de armas rodaba por los claustros luneros, retenes de
tropas acudían a redoblar las guardias. La morocha del trato suspira
bajo los pases magnéticos del pelón farandul, vuelto el blanco de los
ojos sobre el misterio:
--¿Qué ve usted, señorita Médium?

VI
El Reloj de Catedral enmudece. Aún quedan en el aire las doce
campanadas, y espantan la cresta los gallos de las veletas. Se
consultan sobre los tejados los gatos, y asoman por las guardillas
bultos en camisa. Se ha vuelto loco el esquilón de las Madres. Por el
Arquillo cornea una punta de toros y los cabestros en fuga tolondrean
la cencerra. Estampidos de pólvora. Militares toques de cornetas. Un
tropel de monjas pelonas y encamisadas acude con voces y devociones
a la profanada puerta del convento. Por remotos rumbos ráfagas de
tiroteos. Revueltos caballos. Tumultos con asustados clamores.
Contrarias mareas del gentío. Los tigres, escapados de sus jaulones,
rampan con encendidos ojos por los esquinales de las casas. Por un
terradillo blanco de luna, dos sombras fugitivas arrastran un piano
negro. A su espalda, la bocana del escotillón vierte borbotones de
humo entre lenguas rojas. Con las ropas incendiadas, las dos sombras,
cogidas de la mano, van en un correr por el brocal del terradillo,
se arrojan a la calle cogidas de la mano. Y la luna, puesta la venda
de una nube, juega con las estrellas a la gallina ciega, sobre la
revolucionada Santa Fe de Tierra Firme.

VII
Lupita la Romántica suspira en el trance magnético, con el blanco de
los ojos siempre vuelto sobre el misterio.


EPÍLOGO


EPÍLOGO

I
--¡Chac! ¡Chac!
El Tirano, cauto, receloso, vigila las defensas, manda construir
faginas y parapetos, recorre baluartes y trincheras, dicta órdenes:
--¡Chac! ¡Chac!
Encorajinándose con el poco ánimo que mostraban las guerrillas,
jura castigos muy severos a los cobardes y traidores: Le contraría
fallarse de su primer propósito, que había sido caer sobre la ciudad
revolucionada y ejemplarizarla con un castigo sangriento. Rodeado de
sus ayudantes, con taciturno despecho, se retira del frente luego de
arengar a las compañías veteranas, de avanzada en el Campo de la Ranita:
--¡Chac! ¡Chac!

II
Antes del alba se vio cercado por las partidas revolucionarias y los
batallones sublevados en los cuarteles de Santa Fe. Para estudiar la
positura y maniobra de los asaltantes subió a la torre sin campanas:
El enemigo, en difusas líneas, por los caminos crepusculares, descubría
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