Tirano Banderas: Novela de tierra caliente - 06

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soñáis que, arañando, se encuentra moneda acuñada en estas Repúblicas!
Para evitarme complicaciones tendré que desprenderme de la tumbaguita y
perder los nueve soles.
Melquíades adormilaba una sonrisa astuta de pueblerino asturiano:
--Al formular la denuncia se puede acompañar una alhajita de menos tasa.
El honrado gachupín se quedó mirando al sobrino. Súbita y consoladora
luz iluminaba el alma del viejales:
--¡Una alhajita de menos tasa!...


LIBRO TERCERO
EL CORONELITO

I
Zacarías condujo la canoa por la encubierta de altos bejucales hasta la
laguna de Ticomaipú. Alegrábase la mañana con un trenzado de gozosas
algarabías --metales, cohetes, bateo--. La indiada celebraba la fiesta
de Todos los Santos. Repicaban las campanas. Zacarías metió los remos
a bordo e, hincando con el bichero, varó el esquife en la ciénaga, al
socaire de espinosos cactus que, a modo de cerca, limitaban un corral
de gallinas, pavos y marranos. Murmuró el cholo:
--Estamos en lo de Niño Filomeno.
--¡Bueno va! Asómate en descubierta.
--Posiblemente, el patroncito estará divirtiéndose en la plaza.
--Pues le buscas.
--¿Y si teme comprometerse?
--Es buena reata Filomeno.
--¿Y si lo teme y manda arrestarme?
--No habrá caso.
--En lo pior de lo malo hay que ponerse, mi jefecito. Yo, de mi cuenta,
dispuesto me hallo para servirle, y cuanti que me pusieran en el cepo,
con callar boca y aguantar mancuerda, estaba cumplido.
Choteó el Coronelito:
--Tú escondes alguna idea luminosa. Descúbrela no más, y como ella sea
buena, no te llamaré pendejo.
El cholo miraba por encima de la cerca:
--Si Niño Filomeno está ausente, mi parecer es tunarle los caballos y
salir arreando.
--¿Adónde?
--Al campo insurrecto.
--Necesito viático de plata.
El Coronelito saltó en la riba fangosa, y a par del indio se puso a
mirar por encima del cercado. Descollaba entre palmas y cedros el
campanario de la iglesia con la bandera tricolor. Las tierras del
rancho, cuadriculadas por acequias y setos, se dilataban con varios
matices de verde y parcelas rojizas recién aradas. Piños vacunos pacían
a lo lejos. Algunos caballos mordían la hierba, divagando por el margen
de las acequias. Una canoa remontaba el canal: Se oía el golpe de los
remos: En la banca bogaba un indio de piocha canosa, gran sombrero
palmito y camisote de lienzo: En la popa venía sentado Niño Filomeno.
La canoa atracó al pie de una talanquera. El Coronelito salió al
encuentro del ranchero:
--Mi viejo, he venido para desayunar en tu compañía. ¡Madrugas, mi
viejo!
El ranchero le acogió con expresión suspicaz:
--He dormido en la capital. Me había mudado con el aliciente de oír la
palabra de Don Roque Cepeda.
Se abrazan y, en buenos compadres, alternativamente se suspenden en
alto.

II
Caminando de par por una senda de limoneros y naranjos, dieron vista a
la casona del fundo: Tenía soportal de arcos encalados y un almagreño
encendía las baldosas del soladillo. Colgaban de la viguería del porche
muchas jaulas de pájaros, y la hamaca del patrón en la fresca penumbra.
Los muros eran vestidos de azules enredaderas. El Coronelito y Filomeno
descansaron en jinocales parejos, bajo la arcada, en la corriente de
la puerta, por fondo, una cortinilla de lilailos japoneses. Son los
jinocales unos asientos de bejuco y palma, obra de los indios llaneros.
Al de la piocha canosa ordenó el patrón que sacase aparejo de vianda
para el desayuno, y a la mucama, negra mandinga, que cebase el mate.
Tornó Chino Viejo con un magro tasajo de oveja, y en lengua cutumay
explicó que la niña ranchera y los chamacos estaban ausentes por
haberse ido a la fiesta de iglesia. Aprobó el patrón no más que con
el gesto, y brindó del tasajo al huésped. El Coronelito clavó media
costilla con un facón que sacó del cinto, y puesta la vianda en el
plato, levantó el caneco de la chicha. Reiteró el latigazo por tres
veces, y se animó consecutivamente:
--¡Compadre, me veo en un fregado!
--Tú dirás.
--Merito se le ha puesto en la calva tronarme al chingado Banderas.
Albur pelón y naipe contrario, mi amigo, que dicen los Santos Padres.
Más bruja que un roto y huyente de la tiranía me tienes aquí, hermano.
Filomeno, me voy al campo insurrecto a luchar por la redención del
país, y tu ayuda vengo buscando, pues tampoco eres afecto a este
oprobio de Santos Banderas. ¿Quieres darme tu ayuda?
El ranchero clavaba la aguda mirada endrina en el Coronelito de la
Gándara:
--¡Te ves como mereces! El oprobio que ahora condenas dura quince años.
¿Qué has hecho en todo ese tiempo? La Patria nunca te acordó cuando
estabas en la gracia de Santos Banderas. Y muy posible que tampoco te
acuerde ahora y que vengas echado para sacarme una confidencia. Tirano
Banderas os hace a todos espías.
Se alzó el Coronelito:
--¡Filomeno, clávame un puñal, pero no me sumas en el lodo! El más ruin
tiene una hora de ser santo. Yo estoy en la mía, dispuesto a derramar
la última gota de sangre en holocausto por la redención de la Patria.
--Si el pleito con que vienes es una macana, allá tú y tu conciencia,
Domiciano. Poco daño podrás hacerme, dispuesto como estoy para meter
fuego al rancho y ponerme en campaña con mis peones. Ya lo sabes. La
pasada noche estuve en el mitin, y he visto con mis ojos conducir
esposado, entre caballos, a Don Roque Cepeda. ¡He visto la pasión del
justo y el escarnio de los gendarmes!
El Coronelito miraba al ranchero con ojos chispones: Inflábale los
rubicundos cachetes una amplia sonrisa de ídolo glotón, pancista y
borracho:
--¡Filomeno, la seguridad ciudadana es puro relajo! Don Roque Cepeda
tarde verá el sol, si una orden le sume en Santa Mónica: Tiene las
simpatías populares, pero insuficientemente trabajados los cuarteles, y
con meros indios votantes no sacará triunfante su candidatura para la
Presidencia de la República. Yo hacía política revolucionaria y he sido
descubierto, y antes de ser tronado, me arranco la máscara. ¡Mi viejo,
vamos a pelearle juntos el gallo a Generalito Banderas! ¡Filomeno, mi
viejo, tú de milicias estás pelón, y te aprovecharán los consejos de un
científico! Te nombro mi ayudante. Filomeno, manda no más a la mucama
que te cosa los galones de capitán.
Filomeno Cuevas sonreía: Era endrino y aguileño: Los dientes alobados,
retinto de mostacho y entrecejo: En la figura prócer, acerado y bien
dispuesto:
--Domiciano, será un fregado que mi peonada no quiera reconocerte por
jefe, y se ofusque y cumpla la orden de tronarte.
El Coronelito se atizó un trago y afligió la cara:
--Filomeno, abusas de tus preeminencias y me estás viendo chuela.
Replicó el otro con humor chancero:
--Domiciano, reconozco tu mérito y te nombraré corneta, si sabes solfeo.
--¡No me hagas pendejo, hermano! En mi situación, esas pullas son
ofensas mortales. A tu lado, en puesto inferior, no me verás nunca.
Digámonos adiós, Filomeno. Confío que no me negarás una montura y un
guía baqueano. Tampoco estará de más algún aprovisionamiento de plata.
Filomeno Cuevas, amistoso, pero jugando siempre en los labios la
sonrisa soflamera, posó la mano en el hombro del Coronelito:
--¡No te rajes, valedor! Aún falta que arengues a la peonada. Yo te
cedo el mando si te aclama por jefe. Y en todo caso, haremos juntos las
primeras marchas, hasta que se presente ocasión de zafarrancho.
El Coronelito de la Gándara inflose, haciendo piernas, y socarroneó en
el tono del ranchero:
--Manís, harto me favoreces para que te dispute una bola de indios:
A ti pertenece conducirlos a la matanza, pues eres el patrón y los
pagas con tu plata. No macanees y facilítame montura, que si aquí me
descubren vamos los dos a Santa Mónica. ¡Mira que tengo los sabuesos
sobre el rastro!
--Si asoman el hocico, no faltará quien nos advierta. Sé la que me
juego conspirando, y no me dejaré tomar en la cama como una liebre.
El Coronelito asintió con gesto placentero:
--Eso quiere decir que se puede echar otro trago. Poner centinelas en
los pasos estratégicos es providencia de buen militar. ¡Te felicito,
Filomeno!
Hablaba con el gollete de la cantimplora en la boca, tendido a la
bartola en el jinocal, rotunda la panza de dios tibetano.

III
La casa vacía, las estancias en desierta penumbra se conmovieron
con alborozo de voces ligeras: Timbradas risas de infancias alegres
poblaron el vano de los corredores. La niña ranchera, iluminada con los
inciensos del misacantano, entraba quitándose los alfileres del manto,
en la dispersión de una tropa de chamacos. El Coronelito de la Gándara
roncaba en el jinocal, abierto de zancas, y un ritmo solemne de globo
terráqueo conmovía la báquica andorga. Cambió una mirada con el marido
la niña ranchera:
--¿Y ese apóstol?
--Aquí se ha venido buscando refugio. Por lo que cuenta, cayó en
desgracia y está en la lista de los impurificados.
--¿Y vos cómo lo pasastes? ¡Me habés tenido en cuidado, toda la noche
esperando!...
El ranchero calló ensombrecido, y la mirada endrina de empavonados
aceros mudaba sus duras luces a una luz amable:
--¡Por ti y los chamacos no cumplo mis deberes de ciudadano, Laurita!
El último cholo que carga un fusil en el campo insurrecto, aventaja
en patriotismo a Filomeno Cuevas. ¡Yo he debido romper los lazos de
la familia y no satisfacerme con ser un mero simpatizante! Laurita,
por evitaros lloros, hoy el más último que milita en las filas
revolucionarias me hace pendejo a mis propios ojos. Laurita, yo
comercio y gano la plata, mientras otros se juegan vida y hacienda por
defender las libertades públicas. Esta noche he visto conducir entre
bayonetas a Don Roquito. Si ahora me rajo y no cargo un fusil, será
que no tengo sangre ni vergüenza. ¡He tomado mi resolución y no quiero
lágrimas, Laurita!
Calló el ranchero, y súbitamente los ojos endrinos recobraron sus
timbres aguileños. La niña se recogía al pie de una columna con
el pañolito sobre las pestañas. El Coronelito abría los brazos y
bostezaba: Suspendido en nieblas alcohólicas, salía del sueño a una
realidad hilarante: Reparó en la dueña y se alzó a saludarla con alarde
jocundo, ciñendo laureles de Baco y de Marte.

IV
Chino Viejo, por una talanquera, hacíale al patrón señas con la mano.
Dos caballos de brida asomaban las orejas. Cambiadas pocas palabras,
el ranchero y su mayoral montaron y salieron a los campos con medio
galope.


LIBRO CUARTO
EL HONRADO GACHUPÍN

I
Sin demorarse, el honrado gachupín acudió a la Delegación de Policía:
Guiado por el sesudo dictamen del sobrino, testimonió la denuncia con
un anillo de oro bajo y falsa pedrería, que, apurando la tasa, no valía
diez soles. El Coronel Licenciado López de Salamanca le felicitó por su
civismo:
--Don Quintín, la colaboración tan espontánea que usted presta a la
investigación policial merece todos mis plácemes. Le felicito por su
meritoria conducta, no relajándose de venir a deponer en esta oficina,
aportando indicios muy interesantes. Va usted a tomarse la molestia de
puntualizar algunos extremos. ¿Conocía usted a la pueblera que se le
presentó con el anillo? Cualquier indicación referente a los rumbos por
donde mora podría ayudar mucho a la captura de la interfecta. Parece
indudable que el fugado se avistó con esa mujer cuando ya conocía la
orden de arresto. ¿Sospecha usted que haya ido derechamente en su
busca?
--¡Posiblemente!
--¿Desecha usted la conjetura de un encuentro fortuito?
--¡Pues y quién sabe!
--¿El rumbo por donde mora la chinita, usted lo conoce?
El honrado gachupín quedó en falsa actitud de hacer memoria:
--Me declaro ignorante.

II
El honrado gachupín cavilaba, ladino, si podía sobrevenirle algún daño:
Temía enredar la madeja y descubrir el trueque de la prenda. El Coronel
Licenciado le miraba muy atento, la sonrisa suspicaz y burlona, el
gesto infalible de zahorí policial. El empeñista acobardose y, entre
sí, maldijo de Melquíades:
--En el libro comercial se pone siempre alguna indicación: Lo
consultaré. No respondo de que mi dependiente haya cumplido esa
diligencia: Es un cabroncito poco práctico, recién arribado de la madre
patria.
El jefe de Policía se apoyó en la mesa, inclinando el busto hacia el
honrado gachupín:
--Lamentaría que se le originase un multazo por la negligencia del
dependiente.
Disimuló su enojo el empeñista:
--Señor Coronelito, supuesta la omisión, no faltarán medios de operar
con buen resultado a sus agentes. La chinita vive con un roto que
alguna vez visitó mi establecimiento, y por seguro que usted tiene su
filiación, pues no actuó siempre como ciudadano pacífico. Es uno de los
plateados que se acogieron a indulto tiempos atrás, cuando se pactó
con los jefes, reconociéndoles grados en el Ejército. Recién disimula
trabajando en su oficio de alfarero.
--¿El nombre del sujeto, no lo sabe usted?
--Acaso lo recuerde más tarde.
--¿Las señas personales?
--Una cicatriz en la cara.
--¿No será Zacarías el Cruzado?
--Temo dar un falso reseñamiento, pero me inclino sobre esa sospecha.
--Señor Peredita, son muy valorizables sus aportaciones, y le felicito
nuevamente. Creo que estamos sobre los hilos. Puede usted retirarse,
Señor Pereda.
Insinuó el gachupín:
--¿La tumbaguita?
--Hay que unirla al atestado.
--¿Perderé los nueve soles?
--¡Qué chance! Usted entabla recurso a la Corte de Justicia. Es el
trámite, pero indudablemente le será reconocido el derecho a ser
indemnizado. Entable usted recurso. ¡Señor Peredita, nos vemos!
El Inspector de Policía tocó el timbre. Acudió un escribiente
deslucido, sudoso, arrugado el almidón del cuello, la chalina suelta,
la pluma en la oreja, salpicada de tinta la guayabera de dril con
manguitos negros. El Coronel Licenciado garrapateó un volante, le puso
sello y alargó el papel al escribiente:
--Procédase violento a la captura de esa pareja, y que los agentes
vayan muy sobre cautela. Elíjalos usted de moral suficiente para
fajarse a balazos, e ilústrelos usted en cuanto al mal rejo de Zacarías
el Cruzado. Si hay disponible alguno que le conozca dele usted la
preferencia. En el casillero de sospechosos busque la ficha del pájaro.
Señor Peredita, nos vemos. ¡Muy meritoria su aportación!
Le despidió con ribeteo de soflama. El honrado gachupín se retiró
cabizbajo, y su última mirada de can lastimero fue para la mesa donde
la sortija naufragaba irremisiblemente, bajo una ola de legajos. El
Inspector, puntualizadas sus instrucciones al escribiente, se asomaba a
una ventana rejona que caía sobre el patio. A poco, en formación y con
paso acelerado, salía una escuadra de gendarmes. El caporal, mestizo de
barba horquillada, era veterano de una partida bandoleresca años atrás
capitaneada por el Coronel Irineo Castañón, Pata de Palo.

III
El caporal distribuyó su gente en parejas, sobre los aledaños del
chozo, en el Campo del Perulero: Con el pistolón montado, se asomó a la
puerta:
--¡Zacarías, date preso!
Repuso del adentro la voz azorada de la chinita:
--¡Me ha dejado para siempre el raído! ¡Aquí no lo busques! ¡Tiene
horita otra querencia ese ganado!
La sombra, amilanada tras la piedra del metate, arrastra el plañido y
disimula el bulto. La tropa de gendarmes se juntaba sobre la puerta,
con los pistolones apuntados al adentro. Ordenó el caporal:
--Sal tú para fuera.
--¿Qué me querés?
--Ponerte una flor en el pelo.
El caporal choteaba baladrón, por divertir y asegurar a su gente. Vino
del fondo la comadre, con el crío sobre el anca, la greña tendida por
el hombro, sumisa y descalza:
--Podes catear todos los rincones. Se ha mudado ese atorrante, y no más
dejó que unos guaraches para que los herede el chamaco.
--Comadrita, somos baqueanos y entendemos esa soflama. Usted, niña, ha
empeñado una tumbaguita perteneciente al Coronel de la Gándara.
--Por purita casualidad se ha visto en mi mano. ¡Un hallazgo!
--Va usted a comparecer en presencia de mi superior jerárquico, Coronel
López de Salamanca. Deposite usted esa criatura en tierra y marque el
paso.
--¿La criatura ya podré llevármela?
--La Dirección de Policía no es una Inclusa.
--¿Y al cargo de quién voy a dejar el chamaco?
--Se hará expediente para mandarlo a la Beneficencia.
El crío, metiéndose a gatas por entre los gendarmes, huyó al cenagal.
Le gritó afanosa la madre:
--¡Ruin, ven a mi lado!
El caporal cruzó la puerta del chozo, encañonando la oscuridad:
--¡Precaución! Si hay voluntarios para el registro, salgan al frente.
¡Precaución! Ese roto es capaz de tirotearnos. ¿Quién nos garanta que
no está oculto? ¡Date preso, Cruzado! No la chingues, que empeoras tu
situación.
Rodeado de gendarmes, se metía en el chozo, siempre apuntando a los
rincones oscuros.

IV
Practicado el registro, el caporal tornose afuera y puso esposas a la
chinita, que suspiraba en la puerta, recogida en burujo, con el fustán
echado por la cabeza. La levantó a empellones. El crío, en el pecinal,
lloraba rodeado del gruñido de los cerdos. La madre, empujada por los
gendarmes, volvía la cabeza con desgarradoras voces:
--¡Ven! ¡No te asustes! ¡Ven! ¡Corre!
El niño corría un momento, y tornaba a detenerse sobre el camino,
llamando a la madre. Un gendarme se volvió, haciéndole miedo, y quedó
suspenso, llorando y azotándose la cara. La madre le gritaba, ronca:
--¡Ven! ¡Corre!
Pero el niño no se movía. Detenido sobre la orilla de la acequia
sollozaba mirando crecer la distancia que le separaba de la madre.


LIBRO QUINTO
EL RANCHERO

I
Filomeno Cuevas y Chino Viejo arriendan los caballos en la puerta de un
jacal y se meten por el sombrizo. A poco, dispersos, van llegando otros
jinetes rancheros, platas en arneses y jaranos: Eran dueños de fundos
vecinos, y secretamente adictos a la causa revolucionaria: Habíales
dado el santo para la reunión Filomeno Cuevas. Aquellos compadres
ayudábanle en un alijo de armas para levantarse con las peonadas: Un
alijo que llevaba algunos días sepultado en Potrero Negrete. Entendía
Filomeno que apuraba sacarlo de aquel pago y aprovisionar de fusiles y
cananas a las glebas de indios. Poco a poco, con meditados espacios,
todavía fueron llegando capataces y mayorales, indios baqueanos y
boleadores de aquellos fundos. Filomeno Cuevas, con recalmas y chanzas,
escribía un listín de los reunidos y se proclamaba partidario de
echarse al campo, sin demorarlo. Secretamente, ya tenía determinado
para aquella noche armar a sus peones con los fusiles ocultos en el
manigual, pero disimulaba el propósito con astuta cautela. Enzarzada
polémica, alternativamente oponían sus alarmas los criollos rancheros.
Vista la resolución del compadre, se avinieron en ayudarle con
caballos, peones y plata, pero ello había de ser en el mayor sigilo,
para no condenarse con Tirano Banderas. Dositeo Velasco, que, por más
hacendado, había sido de primeras el menos propicio para aventurarse
en aquellos azares, con el café y la chicha, acabó enardeciéndose y
jurando bravatas contra el Tirano:
--¡Chingado Banderitas, hemos de poner tus tajadas por los caminos de
la República!
El café, la chicha y el condumio de tamales provocaba en el coro
revolucionario un humor parejo, y todos respiraron con las mismas
soflamas: Alegres y abullangados, jugaban del vocablo: Melosos y
corteses, salvaban con disculpas las leperadas: Compadritos, se hacían
mamolas de buenas amistades:
--¡Valedorcito!
--¡Mi viejo!
--¡Nos vemos!
--¡Nos vemos!
Se arengaban con el último saludo, puestos en las sillas, revolviendo
los caballos, galopando dispersos por el vasto horizonte llanero.

II
El sol de la mañana inundaba las siembras nacidas y las rojas parcelas
recién aradas, espesuras de chaparros y prodigiosos maniguares con los
toros tendidos en el carrero de sombra, despidiendo vaho. La Laguna
de Ticomaipú era, en su cerco de tolderías, un espejo de encendidos
haces. El patrón galopa, en su alegre tordillo, por el borde de una
acequia, y arrea detrás su cuartago el mayoral ranchero. Repiques y
cohetes alegran la cálida mañana. Una romería de canoas, engalanadas
con flámulas, ramajes y reposteros de flores, sube por los canales, con
fiesta de indios. Casi zozobraba la leve flotilla con tantos triunfos
de músicas y bailes: Una tropa cimarrona --caretas de cartón, bandas,
picas, rodelas-- ejecuta la danza de los matachines, bajo los palios de
la canoa capitana: Un tambor y un figle pautan los compases de piruetas
y mudanzas. Aparece a lo lejos la casona del fundo. Sobre el verde de
los oscuros naranjales promueven resplandores de azulejos, terradillos
y azoteas. Con la querencia del potrero, las monturas avivaban la
galopada. El patrón, arrendado en el camino mientras el mayoral corre
la talanquera, se levanta en los estribos para mirar bajo los arcos:
El Coronelito, tumbado en la hamaca, rasguea la guitarra y hace bailar
a los chamacos: Dos mucamas cobrizas, con camisotes descotados, ríen
y bromean tras de la reja cocineril con geranios sardineros. Filomeno
Cuevas caracolea el tordillo, avispándole el anca con la punta del
rebenque: De un bote penetra en el tapiado:
--¡Bien punteada, mi amigo! Haces tú pendejo a Santos Vega.
--Tú me ganas... ¿Y qué sucedió? Vas a dejarme capturar, mi viejo. ¿Qué
traes resuelto?
El patrón, apeado de un salto, entrábase por la arcada, sonoras las
plateras espuelas y el zarape de un hombro colgándole: El recamado alón
del sombrero revestía de sombra el rostro aguileño, de caprinas barbas:
--Domiciano, voy a darte una provisión de cincuenta bolívares, un
guía y un caballo, para que tomes vuelo. Enantes, con la mosca de
tus macanas, te hablé de remontarnos juntos. Mero, mero, he mudado de
pensamiento. Los cincuenta bolívares te serán entregados al pisar las
líneas revolucionarias. Irás sin armas, y el guía lleva la orden de
tronarte si le infundes la menor sospecha. Te recomiendo, mi viejo, que
no lo divulgues, porque es una orden secreta.
El Coronelito se incorporó calmoso, apagando con la mano un lamento de
la guitarra.
--¡Filomeno, deja la chuela! Harto sabes, hermano, que mi dignidad
no me permite suscribir esa capitulación denigrante. ¡Filomeno, no
esperaba ese trato! ¡De amigo, te has vuelto Cancerbero!
Filomeno Cuevas, con garbosa cachaza, tiró en el jinocal zarape y
jarano: Luego sacó del calzón el majo pañuelo de seda y se enjugó la
frente, encendida y blanca entre mechones endrinos y tuestes de la cara:
--¡Domiciano, vamos a no chingarla! Tú te avienes con lo que te dan y
no pones condiciones.
El Coronelito abrió los brazos:
--¡Filomeno, no late en tu pecho un corazón magnánimo!
Tenía el pathos chispón de cuatro candiles, la verba sentimental y
heroica de los pagos tropicales. El patrón, sin dejar el chanceo, fue a
tenderse en la hamaca, y requirió la guitarra, templando:
--¡Domiciano, voy a salvarte la vida! Aún fijamente no estoy convencido
de que la tengas en riesgo, y tomo mis precauciones: Si eres un espía,
ten por seguro que la vida te cuesta. Chino Viejo te pondrá salvo
en el campamento insurrecto, y allí verán lo que hacen de tu cuera.
Precisamente me urgía mandar un mensaje para aquella banda, y tú lo
llevarás con Chino Viejo. Pensaba que fueses corneta a mis órdenes,
pero las bolas han rodado contrariamente.
El Coronelito se finchó con alarde de Marte:
--Filomeno, me reconozco tu prisionero y no me rebajo a discutir
condiciones. Mi vida te pertenece, puedes tomarla si te causa molestia.
¡Enseñas buen ejemplo de hospitalidad a estos chamacos! Niños, no se
remonten: Vengan ustedes acá un rato y aprendan cómo se recibe al amigo
que llega sin recursos, buscando un refugio para que no lo truene el
Tirano.
La tropa menuda hacía corro, los ingenuos ojos asustados con atento y
suspenso mirar. De pronto, la más mediana, que abría la rueda pomposa
de su faldellín entre dos grandotes atónitos, se alzó con lloros,
penetrando en el drama del Coronelito. Salió, acuciosa, la abuela,
una vieja de sangre italiana, renegrida, blanco el moñete, los ojos
carbones y el naso dantesco:
--¿Cosa c’é, amore?
El Coronelito ya tenía requerido a la niña, y refregándole las barbas,
la besaba: Erguíase rotundo, levantando a la llorosa en brazos, movida
la glotona figura con un escorzo tan desmesurado, que casi parodiaba
la gula de Saturno. Forcejea y acendra su lloro la niña por escaparse,
y la abuela se encrespa sobre el cortinillo japonés, con el rebozo mal
terciado. El Coronelito la rejonea con humor alcohólico.
--¡No se acalore, mi viejita, que es nocivo para el bazo!
--¡Ni me asustés vos a la bambina, mal tragediante!
--Filomeno, corresponde con tu mamá política y explícale la ocurrencia:
La lección que recibes de tus vástagos, el ejemplo de este ángel. ¡No
te rajes y satisface a tu mamá! ¡Ten el valor de tus acciones!

III
Acompasan con unánime coro los cinco chamacos. El Coronelito, en medio,
abierto de brazos y zancas, desconcierta con una mueca el mascarón
de la cara y ornea un sollozo, los fuelles del pecho inflando y
desinflando:
--¡Tiernos capullos, estáis dando ejemplo de civismo a vuestros
progenitores! Niños, no olvidéis esta lección fundamental, cuando
os corresponda actuar en la vida. ¡Filomeno, estos tiernos vástagos
te acusarán, como un remordimiento, por la mala producción que has
tenido a mí referente! ¡Domiciano de la Gándara, un amigo entrañable,
no ha despertado el menor eco en tu corazón! Esperaba verse acogido
fraternalmente, y recibe peor trato que un prisionero de guerra. Ni se
le autorizan las armas, ni la palabra de honor le garanta. ¡Filomeno,
te portas con tu hermano chingadamente!
El patrón, sin dejar de templar, con un gesto indicaba a la suegra que
se llevase a los chamacos. La vieja italiana, arrecaudó el hatillo y lo
metió por la puerta. Filomeno Cuevas cruzó las manos sobre los trastes,
agudos los ojos, y en el morado de la boca, una sonrisa recalmada:
--Domiciano, te estás demorando no haciéndote orador parlamentario.
Cosecharías muchos aplausos. Yo lamento no tener bastante cabeza para
apreciar tu mérito, y mantengo todas las condiciones de mi ultimátum.
Un indio ensabanado y greñudo, el rostro en la sombra alona de la
chupalla, se llegó al patrón, hablándole en voz baja. Filomeno llamó al
Coronelito:
--¡Estamos fregados! Tenemos tropas federales por los rumbos del rancho.
Escupió el Coronelito, torcida sobre el hombro la cara:
--Me entregas, y te pones a bien con Banderitas. ¡Filomeno, te has
deshonrado!
--¡No me chingues! Harto sabes que nunca me rajé para servir a un
amigo. Y de mis prevenciones es justificativo el favor que gozabas con
el Tirano. No más, ahora, visto el chance, la cabeza me juego si no te
salvo.
--Dame una provisión de pesos y un caballo.
--Ni pensar en tomar vuelo.
--Véame yo en campo abierto y bien montado.
--Estarás aquí hasta la noche.
--¡No me niegues el caballo!
--Te lo niego porque hago mérito de salvarte. Hasta la noche vas a
sumirte en un chiquero, donde no te descubrirá ni el Diablo.
Tiraba del Coronelito y le metía en la penumbra del zaguán.

IV
Por la arcada deslizábase otro indio, que traspasó el umbral de la
puerta santiguándose. Llegó al patrón, sutil y cauto, con pisadas
descalzas:
--Hay leva. Poco faltó para que me laceasen. Merito el tambor está
tocando en el Campo de la Iglesia.
Sonrió el ranchero, golpeando el hombro del compadre:
--Por sí, por no, voy a enchiquerarte.


LIBRO SEXTO
LA MANGANA

I
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