Las máscaras, vol. 2/2 - 13

Total number of words is 4617
Total number of unique words is 1585
29.9 of words are in the 2000 most common words
42.3 of words are in the 5000 most common words
47.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
no cabe que sea de otra suerte, ¿qué hombre es ese Don Juan a quien
todas las mujeres desean y buscan? ¿Qué otra cosa será sino la
especificación absoluta de la masculinidad y complemento teórico de
todas las feminidades?
La filosofía de Schopenhauer nos induce a imaginar un mito del varón: el
varón por excelencia. Mas ya antes el arte había creado este mito: el
Don Juan. Y últimamente la ciencia tomó por su cuenta el mito, con
propósito de convertirle en verdad demostrable.
El año de 1903 se suicidaba un joven doctor vienés, Otto Weininger, de
edad de veintitrés años. Poco antes había publicado un libro voluminoso,
_Geschlecht und Charakter_, sexo y carácter, acogido con extremada
admiración y entusiasmo, en términos que hubo quien proclamó al autor
como un nuevo Nietzsche.
En _Sexo y Carácter_ parte Weininger de los dos principios amatorios de
Shopenhauer: la especificación sexual y la neutralización recíproca, si
bien asegura con ahinco que ignoraba las teorías del alemán hasta mucho
después de haber descubierto por su cuenta y profundizado la ley de la
atracción de los sexos.
Sostiene Weininger--con acopio de datos extraídos de los trabajos más
recientes en las ciencias naturales, disciplina en que era muy docto--,
que en ningún individuo (planta, animal, hombre) es completa la
diferenciación sexual. «Todas las particularidades del sexo masculino se
encuentran en cierta medida, aun cuando débilmente desenvueltas, en el
sexo femenino; y asimismo, los caracteres sexuales de la mujer yacen
todos, más o menos atenuados, en el hombre. «No hay hombre que sea
totalmente masculino, ni mujer totalmente femenina y entre el varón y la
hembra de sexos más determinados se extiende una variedad indeterminable
de formas intermedias. La atracción sexual (y para Weininger es
atracción sexual hasta la amistad y la simpatía entre hombres) depende
de la proporción correlativa con que ambos sexos residen de consuno en
dos individuos diferentes.» Pues si no existe en la vida la
especificación absoluta de la masculinidad, ¿cómo la ciencia le ha de
prestar atención? Responde Weininger: «La física habla de gases ideales,
que siguen o deben seguir estrechamente las leyes de Gay Lussac (bien
que en la práctica ninguno la sigue) y se parte de esa ley a fin de
comprobar la divergencia del caso concreto. De la misma suerte,
comenzamos por figurar idealmente un hombre y una mujer perfectos,
aunque como tipos sexuales en verdad no existan. Tales tipos no ya
pueden, sino que deben ser construídos idealmente. El tipo, la idea
platónica, no sólo implica el objeto del arte, mas también de la
ciencia.» Y más adelante: «La manía estadística estorba el progreso de
la ciencia por querer llegar al _promedio_, en lugar del _tipo_, sin
alcanzar que en la ciencia pura el _tipo_ es lo que importa.»
La ley de la atracción sexual la formula Weininger expeditivamente:
«Tienden siempre a la unión sexual un hombre completo (H) y una mujer
completa (M), teniendo en cuenta que H y M se hallan repartidos en
proporciones diferentes en cada uno de los dos individuos diversos.»
Es decir, que no hay hombre que lo sea enteramente, sino que encierra
un tanto por ciento de sexo femenino; por ejemplo: ¾ de varón y ¼ de
mujer. El ideal para este hombre será aquella mujer que encierre ¾ de
mujer y ¼ de varón; porque, sumados y neutralizados los dos, producirán
la unión perfecta del tipo puro H (hombre) y el tipo puro M (mujer): ¾
de hombre, más ¼ hombre de la mujer, igual un hombre completo. Y lo
mismo respecto a los elementos femeninos. Weininger se dilata en largas
demostraciones matemáticas de esta ley, y aun se apoya en la física y en
la química. «Nuestra regla guarda exacta analogía con los fenómenos
directos de _la ley de los efectos de la masa_. Un ácido muy fuerte se
mezcla especialmente con una base muy fuerte, como un ser muy masculino
con otro muy femenino.» Se observará palmaria semejanza de las ideas y
aun de las expresiones de Weininger con las de Shopenhauer.
Pasemos ahora a examinar cuál es la relación de varón a hembra y cuáles
son los tipos científicos del hombre y de la mujer, según Weininger.
«La función sexual representa para la mujer la actividad máxima de su
vitalidad, la cual es siempre y únicamente sexual. La mujer se consume
íntegramente en la vida sexual, en su doble aspecto de esposa y madre,
mientras el hombre es un ser sexual y algo más. En tanto la mujer está
ocupada y absorbida por su misión sexual, el hombre se emplea en una
muchedumbre de otras ocupaciones e intereses: la lucha, el juego, la
sociedad, la mesa, la discusión, la ciencia, los negocios, la política,
la religión y el arte. La mujer no se preocupa de asuntos extrasexuales
como no sea por hacerse agradable y atraer al hombre de quien desea ser
amada. Una afición intrínseca por tales asuntos la falta en absoluto. La
mujer es sexual en todo momento; el hombre, con intermitencias. El
hombre limita su sexualidad, y es, según su inclinación, un Don Juan o
un asceta.»
Y ascendemos al peldaño culminante de la síntesis de Weininger: la
construcción de los tipos abstractos de hombre y mujer, H y M. El hombre
es el bien absoluto; la mujer, el mal absoluto. El hombre es Omuz y la
mujer Arimán. El principio cordial de toda moral sana: «robustece en ti
los movimientos nobles, finos y fraternos, extirpa los apetitos de la
materia y las pasiones caóticas», se traduce para Weininger en estos
términos: «exalta los gérmenes masculinos que haya en tu organismo y
ahoga los elementos femeninos».
«El fenómeno lógico y ético, unidos finalmente en un valor supremo de
concepto de la verdad, constriñen a admitir la existencia de un Yo
inteligible, o sea de un alma, una esencia que posee suma realidad,
realidad hiperempírica. Pero tratándose de un ser como la mujer, que
carece del fenómeno lógico y del ético, faltan razones suficientes para
atribuirle un alma. La mujer está desposeída de toda personalidad
suprasexual.»
Y no conforme con lo antecedente, Weininger acarrea en su favor varias
autoridades ajenas.
«Los chinos, desde tiempos remotísimos, han negado alma a la mujer.
Aristóteles propugna que en el acto de la procreación el principio
masculino es la forma, principio activo, _Koyos_, y el femenino
representa la materia pasiva. Los padres de la iglesia, señaladamente
Tertuliano y Orígenes, no disimulan la más baja opinión de las mujeres»,
etc., etc.
Conviene indicar que Weininger era judío, y que de su libro salen los
judíos peor parados aún que las mujeres.
Yo, como perteneciente a la gran comunión
de la estupidez ariocristiana, venero
a la mujer y le envío sahumerios
desde el ara de
mi corazón.


[Nota: _Weininger_]

AL ELABORAR Weininger la tipificación de la
masculinidad, no dice que Don Juan sea su canon perfecto; por el
contrario, advierte en su obra que rehuye afrontar el problema del
donjuanismo. Esto no obstante, nosotros debemos extraer hasta los
postreros corolarios de esa ley de atracción sexual que Weininger
pretende haber sentado científica y definitivamente.
Cada hombre, según la antedicha ley, no puede atraer sino a una mujer
determinada, en virtud de las proporciones recíprocas de masculinidad y
feminidad que poseen él y ella. Pues ¿cómo admitir, y de admitirlo, cómo
interpretar un hombre, Don Juan, que conviene con todas las proporciones
imaginables de feminidad y a todas las mujeres atrae y enamora?
Indudablemente este hombre es la masculinidad absoluta, y así como el
alcohol absoluto encierra las cualidades y gradaciones diversas de todas
las bebidas alcohólicas, así Don Juan resume en sí todas aquellas
proporciones de hombredad que engendran la afinidad y atracción de otras
tantas proporciones de feminidad, porque, donde hay lo más, hay lo
menos. Todas las mujeres le buscan y persiguen fatalmente. Don Juan es
el centro de gravitación amorosa para las mujeres. No así las mujeres
para Don Juan, pues si bien él conviene en todas las proporciones de
feminidad, con él no convendrá sino el tipo absoluto de mujer. De aquí
que Don Juan pasa de una a otra, cada vez más desesperanzado y cada vez
redobladamente enardecido, como jugador perdidoso, sin hallar su mujer
tipo. Jugador perdidoso, sí, que siempre sale perdiendo en el juego del
amor. De aquí, asimismo, que Don Juan esté condenado a no engendrar
hijos; maldito garañón estéril. Y de aquí, en resolución, que en virtud
del principio indefectible de la fusión de los contrarios, Don Juan, tan
hombre aparentemente en los móviles e hitos de su conducta, es femenino.
El doctor Marañón escribe en su reciente y admirable libro _La edad
crítica_: «La misma atracción activa que el Don Juan ejerce sobre la
mujer es un rasgo de sexualidad femenina, pues biológicamente el macho
normal es el atraído por la hembra. El rasgo fundamental, la escasa
varonilidad del tenorio, me parece muy importante para la comprensión
del tipo. El examen objetivo, psicológico y patológico de dos o tres
ejemplares muy caracterizados de tenorios me ha convencido de este
hecho.»
En la tipificación masculina de Weininger es obligado distinguir dos
haces: el psicológico y el orgánico.
Psicológicamente, el varón tipo es cifra de perfección espiritual. La
masculinidad se manifiesta como la resultante del paralelógramo de todas
las fuerzas ascendentes que laten en el alma humana: la inteligencia
discursiva y creadora, el juicio ético y estético, el ansia de
perfeccionamiento, el espíritu de justicia, el amor a la acción y a la
especulación, la voluntad de poderío, la libertad, la rebeldía. Sólo el
varón es susceptible de genialidad.
Y sucede que, en su evolución artística, el Don Juan se ha ido adornando
y robusteciendo con todas esas fuerzas ascendentes del espíritu. ¿Y qué
carácter teológico adscribiríamos a esas fuerzas incansables y
soberbiosas? Permítaseme que cite un pasaje de uno de mis libros, _El
sendero innumerable_, «Coloquio con Sant Agostino»:
--Oh tú, diserto prelado,
doctor sapiente,
ardiente africano,
¿qué haces ahí de rodillas?
--Penitencia por un pecado:
el pecado del intelecto,
que es el pecado satánico,
de querer comprenderlo todo
y abarcar los misterios más altos.
--Agostino, obispo de Hipona,
doctor diserto; a lo que alcanzo,
el querer comprenderlo todo
es un anhelo virtuoso y magnánimo.
--Es el pecado de Satanás.
--Y a Satanás, ¿quién lo ha creado?
--Adivinas mi torcedor.
El origen del mal, ¿en dónde hallarlo?
El mal no existe.
* * * * *
Alabemos el acto satánico,
sed, nunca ahita, de saber;
anhelo por cambiar de estado;
ansia de medro, voluntad de conquista,
goce del cuerpo bello y sano,
vehemencia por penetrar del mundo
en los recovecos y arcanos,
concupiscencia sin medida,
ardor inexhausto.
Sin eso, el hombre estaría ahora
como hace dos mil años.
--Tus palabras me dejan suspenso.
Has hecho la apología del diablo.
--Fué Satanás la criatura dilecta
de Dios, según los libros sagrados.
Y entre Dios y sus hombres escogidos
Satanás sirvió de emisario.
Pues qué, ¿hubieras tú sido
de la iglesia el doctor más sabio,
sin la bárbara concupiscencia
con que tus padres te engendraron?
Pues eres escogido de Dios
porque Dios te hizo arrebatado.
Y el querer ser como Dios,
el acercársele en algo,
el amar su proximidad...
eso es espíritu satánico.
Por consecuencia de su espíritu satánico, Don Juan lleva una tara
latente que, tarde o temprano, le consumirá: el sentimentalismo. Dios,
en su serenidad infinita, es invulnerable al tormento y a la tristeza.
Está la quejumbrosa y multitudinosa creación fraguándose perdurablemente
dentro del seno de Dios, sin herirle ni lastimarle, como el agua que
hierve en la vasija. Pero el corazón de Satanás es la sede del gozo
atormentado y del dolor sabroso: gozo de anhelar y de hacer, tormento de
no lograr, sino con mezquindad, lo anhelado. Y, a la postre, melancolía
sentimental.
En el excelente libro de G. Gendarme de Bevotte, _La leyende de Don
Juan_, cabe seguir paso a paso la evolución artística del personaje.
España, en el siglo XVII, adivina confusamente en Don Juan «la expansión
violenta de la sensualidad, burlando las regulaciones impuestas por la
moral y la religión a las pasiones humanas».
Italia ve en Don Juan «la protesta de los derechos del individuo contra
el imperio de las leyes estipuladas por la iglesia y la sociedad».
En Francia, por influjo de ciertas doctrinas filosóficas y éticas, se
yergue Don Juan como «reivindicación del instinto de naturaleza sobre
las restricciones dogmáticas e insubordinación del espíritu humano
frente a Dios».
Todos los anteriores son rasgos y actitudes satánicas, si bien el
satanismo no está del todo definido. El Don Juan propiamente y
deliberadamente satánico es el de los románticos. Las concepciones del
_Sturm und Dranger_, precursoras del romanticismo alemán, influyen sobre
todas las interpretaciones posteriores de Don Juan. Comienza Don Juan
esta fase de su evolución el mismo instante que por primera vez se le
parangonó con Fausto. Ambos son hombres condenados por haber solicitado
de la vida goces imposibles, por haberse obstinado en traspasar, así en
la esfera de los sentidos como de la inteligencia, las lindes con que la
naturaleza limitó y cercó la penetración humana. Doble rebeldía de la
carne y del espíritu.
Gendarme de Bevotte opina que Hoffmann es el primero que infunde en Don
Juan carácter diabólico. En este autor, Don Juan incorpora un doble
ideal de belleza física y moral consumiéndose en una llamarada
recóndita, de cuyo ardor no sospecha el hombre vulgar, y solicitado,
acezado, con qué ahitar la inmensidad de sus deseos, hasta conocer a
Doña Ana, imagen de pulcritud y pureza, destinada por el cielo a
realizar el ideal de Don Juan, descubriéndole a flor de alma lo que
oscuramente hay de divino en él. Tardío encuentro. Don Juan ya no se
satisface sino en el goce diabólico de perder a Doña Ana.
Y el Don Juan sentimental por antonomía, un Don Juan sensitivo y
femenino, es el de Musset.
Para Stendhal, Don Juan es «una víctima de la imaginación y de los
deseos burlados por la vulgaridad de la vida. Egoísta orgulloso que cree
haber hallado en su juventud el gran arte de vivir, y a lo mejor de su
triunfo ilusorio se le escapa la vida».
Pedro Leroux (_Primera carta sobre el furrierismo_): «Don Juan, alma
fuerte que desprecia las supersticiones y rompe con los impedimentos. Lo
interesante no es el objeto hacia el cual endereza su carácter, o sea el
amor, sino su mismo carácter, mezcla de grandeza y tenebrosidad, de
arrojo y cobardía, de virtud y crimen.»
Peladan, en _La decadencia latina_, denomina a Don Juan «alquimista de
la sensación, caballero de la pasión; consagrado a un gran empeño
anímico, busca el crisol en donde depurar su deseo prodigioso».
Gautier (_Historia del arte dramático en Francia_) presenta así a Don
Juan: «Pobre inocente que tiene el candor de creer en la duración del
deleite; Titán que en vano procura apagar la sed de amor que abrasa sus
anchas venas.»
Barrière, en _El arte de las pasiones_, exalta a Don Juan: «Admirable
producto de la naturaleza, hombre tipo agraciado con las más felices
cualidades físicas e intelectuales de la especie: guapo, fuerte,
elegante, psicólogo sin par, artista exquisito, maravilloso evocador,
_summus artifex_.»
Y Coleridge, en el prólogo al _Don Juan de Byron_, destila el vino
embriagador del donjuanismo en un extracto quintaesenciado. Don Juan es,
en última síntesis, egoísmo. Sagaz alquimia
psicológica. Egoísmo, radical levadura de
la materia y del espíritu, sal incorruptible,
agente de conservación,
sin el cual el orbe
caería de pronto convertido
en ceniza
letárgica.


[Nota: _EL DONJUANISMO_]

DON JUAN TENORIO, como Palas de la sien flamígera de
Zeus, brota de la testa tonsurada de un frailecico de la Merced, con
ciertos rasgos peculiares e indelebles que le imprimen carácter. En la
vasta dinastía de los Don Juanes, se distinguirá el Don Juan auténtico y
de pura sangre del Don Juan bastardo y genízaro, según que en el
individuo perseveren aquellos rasgos nativos.
La confusión más frecuente es entre el Tenorio y el libertino. Pero
donjuanismo no es sinónimo de libertinaje. Don Juan fué sin duda un
libertino, pero un libertino _sui generis_. Por otra parte, la mayor
parte de los libertinos no son ni siquiera aspiran a ser Don Juanes. La
diferencia es notoria. El donjuanismo está con respecto al libertinaje
en la misma relación de la especie y el género. El género es la unidad
común; la especie es la variedad y oposición dentro de aquella unidad
común. Perro, verbi gracia, es el género; perro pachón, perdiguero,
galgo, mastín, etc., etc., son las especies. Hay, pues, el género
canino, y luego la especie de los pachones, la de los mastines, y así
sucesivamente, todas las cuales se diversifican y aun oponen entre sí.
Libertinaje es desenfreno, falta de respeto a las leyes y a las
costumbres, y sobre todo deseo inmoderado de goces para los sentidos.
Pero hay infinitas especies de libertinaje: el crapuloso o borracho, el
jugador, el tragón, el tronera, el danzante, todos ellos son libertinos.
Los son asimismo, el charlatán o libertino de la oratoria; el poeta
hebén, o libertino de la rima; el sofista, o libertino del pensamiento.
El mujeriego es también una especie de libertino. Pero no basta ser
mujeriego para ser tenorio. El mujeriego se conforma con la posesión de
la mujer. Don Juan Tenorio es bastante más exigente y no se satisface
sino con que la mujer se enamore de él. Sin embargo, esta comezón de
enamorar mujeres no es sólo por sí uno de los rasgos peculiares del
auténtico Don Juan, pura sangre, si bien es suficiente para constituir
un Don Juan mestizo y bastardo, de esos en quienes destaca más la nota
genérica del libertinaje que la específica del donjuanismo.
El Don Juan, pura sangre (pura sangre frailuna, en cuanto hijo
espiritual de Tirso de Molina), cierto que no se satisface sino con que
la mujer se enamore de él; pero él no hace nada por enamorarla. La
mujer ha de enamorarse de él a la vista, como ciertas letras de cambio,
de sopetón, porque sí, de flechazo, como si dijéramos, por obra y gracia
del Espíritu Santo; y perdónese la irreverencia, que no es nuestra, sino
del propio Don Juan, el hombre más irreverente y sacrílego que ha parido
madre. Porque esta es la pura verdad y aquí reside la esencia del
donjuanismo genuino; las mujeres se enamoran de él como por obra y
gracia del Espíritu y Santo, sólo que es por obra y gracia del diablo.
En Don Juan se encierra un agente diabólico, un enhechizo de amor, el
diablo es seductor por excelencia, y a la máxima, primieva y sempiterna
seducción del diablo se le llama pecado contra el espíritu santo. Por
eso, los que más se parecen a los sucedidos por obra y gracia del
Espíritu Santo son los sucedidos por obra y gracia del diablo. En el
_Flos sanctorum_ rara será la vida del santo que no haya padecido el
torcedor de la duda ante ciertas inspiraciones que recibía, las cuales
no acertaba a discriminar si provenía del Espíritu Santo o del diablo.
¿Y cuál es la máxima, primieva y sempiterna seducción del diablo? No es,
no, el «¿qué importa comer esta manzana?»; esto es el pecado de
flaqueza, el cual nunca afligió mayormente con remordimiento a los
santos. El pecado contra el Espíritu Santo es el «seréis como dioses»,
la apetencia deliberada y voluntad engañosa de poseer el sumo bien. El
hecho de comerse la manzana, por gusto, por capricho, por ligereza, sin
conceder gravedad a la desobediencia, es un pecadillo. El pecado contra
el Espíritu Santo es el del pensamiento, me han prohibido comer esta
manzana porque en su caspia se esconde el sumo bien; precisamente por
eso me la como. ¿Quién resistirá a semejante seducción? ¿Quién, teniendo
la absoluta felicidad al alcance de la mano retraerá el brazo? El hecho
de entregarse una o muchas mujeres a un hombre, por gusto, por capricho,
por ligereza (y no digamos por vanidad), es mero pecadillo y no eleva al
hombre a la categoría de Don Juan, de Don Juan auténtico y pura sangre.
Pero si una sola mujer piensa: «yo no sé si es cosa de Dios o del
diablo, mas ese hombre me arrebata; de sus labios manará mi elíxir de
vida o mi sentencia de muerte; todo mi ser, a despecho de la voluntad,
siento que cae y se precipita en el cerco de sus brazos»; entonces sí,
se trata del Don Juan pristino e imperecedero, del Don Juan diabólico,
que no pudo nacer sino de la cabeza de un fraile español del siglo
XVII.
Junto a este Don Juan legítimo y español, el Don Juan francés, de
Molière, descubre ciertos signos manifiestos de bastardía. En él, lo
genérico del libertinaje, si bien libertinaje sutil y estético, aventaja
y esfuma lo específico del donjuanismo. El Don Juan, de Molière,
persigue que la mujer se enamore de él. Es cumplidísimo psicólogo, y
hasta sospechamos que antes se complace en la propedéutica y táctica de
la conquista femenina que en su consumación. Es casi un _flirteador_.
En rigor, el arte de este tipo de Don Juan, a lo Molière, no es muy
exquisito ni muy dificultoso, siempre que no tercie un marido bravo. Más
que el empeño del seductor coopera en el resultado feliz la vanidad de
la dama, tanto la vanidad de saberse amada y requerida por un galán
afamado o infamado de seductor de infinitas beldades, cuanto la vanidad
de confiar demasiadamente en la propia fortaleza y honestidad.
En un libro raro (_Dictionnaire historique des anecdotes de L’Amour
contenant un grand nombre de faits curieux et interesants occassionés
par la force, les caprices, les fureurs, les emportements de cette
passion_, etc., etc.) hallo un pasaje sobremanera instructivo y
revelador, que viene muy al caso:
«El marqués de Anceny tenía una esposa que, por su mocedad y hermosura,
bien podía ocasionarle alguna inquietud, y más en aquel tiempo en que la
fidelidad de las casadas se consideraba infinitamente inverosímil. Pero
fuese que él tenía el talento de agradar a su esposa, o bien que esta
era lo bastante virtuosa para resistir al contagio general, llegó a
consolidarse la reputación de la marquesa, de manera que se la
mencionaba como modelo de esposas honradas. Era en ocasión que el duque
de Richelieu, adorado por las mujeres más jóvenes y lindas, festejado y
requerido de continuo, no tenía sino presentarse para triunfar. A pesar
de su reconocida inconstancia, las señoras de la más alta prosapia y
hasta princesas de la sangre se desvivían por agradarle. La marquesa de
Anceny, que sabía todo esto, decía dondequiera, vanagloriosa de su
virtud, que aquel hombre de tan brillante nombradía no le inspiraba
ningún recelo, pues le conocía sobradamente para saber guardarse contra
sus artes y que le desafiaba a que la obligase a sucumbir. Habiendo
alcanzado esta fanfarronada los oídos del duque de Richelieu, le indujo
a buscar a la dama que tan segura de sus fuerzas se mostraba. La
encontró en casa de la mariscala de Villars, y al verla tan guapa se
afirmó más en sus proyectos. Muy pronto la marquesa, que se creía tan
cierta de humillarle, comenzó sin darse cuenta a tender sus brazos a que
se los aherrojase. El duque había adoptado un tono tan persuasivo que él
mismo llegó a figurarse que la marquesa podría ser su última y
definitiva amante. La marquesa dudó mucho antes de otorgarle crédito.
Por fin, el amor propio y la confianza en su belleza fueron la causa de
que cayese. Lisonjeábase pensando llegar a ser la primera mujer que
hiciese conocer la constancia a un hombre que, hasta entonces, sólo
había gustado el cambio, y procuraba no enterarse de que otras muchas,
antes que ella, habían acariciado la misma esperanza quimérica. En
efecto: a poco, y ante sus propios ojos, Richelieu reanudó de pasada
unas viejas relaciones íntimas con la mariscala, la cual le había jurado
ser siempre su amiga y confidente; pero, de vez en cuando, quería
representar el papel de protagonista.» Ante el don Juan bastardo, lo que
principalmente pierde a las mujeres no es el amor, antes la ilusión
vanidosa, la infatuación de ser la última y definitiva amante.
La virtualidad diabólica de enhechizo, que es la esencia íntima del
donjuanismo, la posee evidentemente el Tenorio de Tirso, y donde por
modo terrible y patético se pone de manifiesto es en el episodio con
Tisbea. Asimismo, en la obra de Zorrilla, doña Inés recibe la diabólica
contaminación amorosa de Don Juan, filtrándose a través de las paredes
de la celda en donde está recoleta. Pero el autor que más delicadamente
y en un pomo más gentil y transparente ha encerrado esta íntima esencia
del donjuanismo, ha sido un francés: Barbey d’Aurevilly. Cierto que
Barbey fué un magnífico deleitante del satanismo. Aludo a una novelita
de la serie de _Las diabólicas_, cuyo título es _El más bello amor de
don Juan_. Don Juan está en amores con una casada que tiene una hija
apenas púber. La niña, que en su candor no acierta a sospechar aquellos
amores, se acerca cierto día a su madre y a vuelta de infinitos
balbuceos, rubores y angustias, le confiesa que se halla encinta de Don
Juan. La madre, que reputa a Don Juan como hombre capaz de todas las
infamias, escucha sobrecogida la confesión. Pero luego va descubriendo
poco a poco, según habla la niña, que se trata de ilusiones peregrinas,
engendradas por una imaginación inocente y pueril. La niña, ignorante de
los turbios secretos sexuales, resumidos para ella en la milagrosa
noción, aprendida en sus oraciones y en los libros piadosos, de que
María Santísima había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y
viviendo conturbada por la emanación amorosa de Don Juan, refiere así el
lance a su madre: «un día que me senté en una butaca, tibia aun del
calor de Don Juan, que acababa de levantarse, me transió una emoción
angustiosa, un hondo escalofrío, y comprendí que en aquel instante había
concebido por obra y gracia de Don Juan». La madre contiene la risa a
duras penas, sin penetrar aquel oscuro misterio del donjuanismo, tan
cristalinamente revelado por la candorosa niña. (Hace muchos años que
leí esta novelita. No respondo de los pormenores con que desarrollo mi
referencia; de su sentido y sustancia, sí.)
Los Quintero, en su _Don Juan, buena persona_, no han preterido dotar a
su personaje con el satánico don del enhechizo subitáneo. Al final del
primer acto llega a casa de Don Juan, para alojarse en ella, Amalia, una
protegida suya, hija de un antiguo amigo, ausente hace años. Don Juan y
Amalia no se conocían. Amalia, apenas entra y a causa, según ella dice,
del cansancio y mareo del viaje, cae sin sentido. Hállase presente a
todo aquello Ricardita, una solterona bachillera que tiene puesto
romántico asedio al corazón de Don Juan. Ricardita,
con perspicacia y clarividencia de enamorada
celosa, interpretando en
solas dos palabras la causa
del soponcio, exclama:
«La
flechó.»


[Nota: _EL DONJUANISMO_
(_Continuación_)]

OTRO DE LOS rasgos nativos del Don Juan es el
cosmopolitismo. Tanto vale decir cosmopolitismo como universalidad; sólo
que el cosmopolitismo atenúa y restringe la universalidad a ciertos
accidentes frívolos y pasajeros. Lo universal es perdurable; en cambio,
lo cosmopolita evoluciona conforme a la mudanza de los tiempos, de las
costumbres y de los usos.
No juzgo improcedente cotejar por lo explícito el cosmopolitismo con lo
universal. Ya lo hemos esbozado más arriba. Universalidad y
cosmopolitismo están en la relación de la sustancia y el accidente. En
todo momento de la cultura humana hay un algo esencial que es común a
todos los hombres en todos los países; esto es la universalidad. Y hay,
asimismo, en cualquiera época, ciertos pormenores fútiles, caprichosos,
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Las máscaras, vol. 2/2 - 14
  • Parts
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 01
    Total number of words is 4642
    Total number of unique words is 1618
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 02
    Total number of words is 4514
    Total number of unique words is 1554
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.8 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 03
    Total number of words is 4476
    Total number of unique words is 1539
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 04
    Total number of words is 4755
    Total number of unique words is 1585
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    51.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 05
    Total number of words is 4692
    Total number of unique words is 1571
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    42.9 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 06
    Total number of words is 4724
    Total number of unique words is 1617
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 07
    Total number of words is 4659
    Total number of unique words is 1777
    30.4 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    47.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 08
    Total number of words is 4809
    Total number of unique words is 1646
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 09
    Total number of words is 4682
    Total number of unique words is 1534
    30.0 of words are in the 2000 most common words
    41.2 of words are in the 5000 most common words
    47.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 10
    Total number of words is 4702
    Total number of unique words is 1669
    28.4 of words are in the 2000 most common words
    40.9 of words are in the 5000 most common words
    47.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 11
    Total number of words is 4684
    Total number of unique words is 1697
    27.9 of words are in the 2000 most common words
    38.5 of words are in the 5000 most common words
    45.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 12
    Total number of words is 4647
    Total number of unique words is 1519
    30.4 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 13
    Total number of words is 4617
    Total number of unique words is 1585
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.3 of words are in the 5000 most common words
    47.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Las máscaras, vol. 2/2 - 14
    Total number of words is 3215
    Total number of unique words is 1208
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.