Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 01

Total number of words is 4395
Total number of unique words is 1549
35.5 of words are in the 2000 most common words
48.1 of words are in the 5000 most common words
54.8 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.

PÍO BAROJA
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN

_El aprendiz de conspirador._
_El escuadrón del Brigante._
_Los caminos del mundo._
_Con la pluma y con el sable._
_Los recursos de la astucia._
_La ruta del aventurero._
_Los contrastes de la vida._
_La veleta de Gastizar._
_Los caudillos de 1830._
_La Isabelina._
_El sabor de la venganza._


CON LA PLUMA Y CON EL SABLE


ES PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS
PARA TODOS LOS PAÍSES

COPYRIGHT BY
RAFAEL CARO RAGGIO
1921

Establecimiento tipográfico
de Rafael Caro Raggio


PÍO BAROJA
MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
CON LA PLUMA
Y CON EL SABLE
CRÓNICA DE 1820 A 1823

[Ilustración]

RAFAEL CARO RAGGIO
EDITOR
MENDIZÁBAL, 34
MADRID


PRÓLOGO

ERAN las doce de la mañana de un día de fiesta del año 1820. Comenzaba
el mes de julio; hacía calor. Los arcos de la plaza de Aranda de Duero
rebosaban. La gente había salido de misa de Santa María, y el señorío,
los menestrales y los aldeanos de los contornos se refugiaban en los
porches, huyendo de las caricias de Febo, que apretaba de lo lindo.
Este soportal, donde se paseaban los arandinos, se llamaba la Acera.
Los que han conocido los pueblos españoles después de la emigración
de las aldeas y los campos a las grandes urbes no pueden figurarse
claramente lo que era una ciudad pequeña a principios del siglo XIX.
En nuestro país, y en esta época, los pueblos chicos se sentían más
fuertes que hoy, tenían una vida relativamente más rica que las grandes
ciudades.
El siglo XIX fué el encargado de nutrir las urbes con la savia de las
aldeas y de las villas.
Hoy nuestros pueblos se caracterizan por ser incompletos. Abandonados
por el elemento rico y ambicioso, no quedan en ellos mas que gentes
sin energía, una fauna de pantano, constituída por campesinos toscos y
señoritos apagados, casi conscientes de la inutilidad de su vida.
En estos primeros años del siglo XIX se iniciaba ya el éxodo a las
ciudades; la capital todavía no atraía tanto como más tarde; la
diferencia entre el vivir aldeano y el ciudadano no era fundamental, y
mucha gente adinerada prefería el aldeano, lo que hacía que la vida de
los pueblos fuera algo más amplia y su dinámica más compleja.
Aranda de Duero, en 1820, no llegaba a las cinco mil almas, pero tenía
algún movimiento, cierta vida.
Después del gran desastre de la guerra de la Independencia, unos pocos
pueblos castellanos habían comenzado a trabajar con entusiasmo para
reconstituírse; entre ellos estaba Aranda.
Había allí fábricas de hilados y tejidos de lino, de cáñamo y
mantelería para el consumo de la comarca; de curtidos, de cerámica,
de cordelería, de alpargatas... La agricultura estaba relativamente
próspera.
Aranda sentía deseos de renovación y de mejora.
Era el único pueblo de la provincia con un núcleo liberal importante;
todos los demás, comenzando por la capital, por Burgos, se sentían
furiosamente absolutistas.
El liberalismo del elemento culto de Aranda, la influencia ejercida
en toda la comarca por el Empecinado, impulsaban a gran parte de los
habitantes de la villa a aceptar con entusiasmo las ideas y planes
de la Revolución española y a pensar en la manera de levantarse y
progresar.
Un núcleo de arandinos había hecho un programa indicando los medios
necesarios para impulsar las industrias, mejorar la agricultura y
arreglar los caminos, que desde la guerra de la Independencia se veían
abandonados y deshechos. En este núcleo estaban los Flores Calderón,
los Moreno, los Verdugo, los Mansilla, familias ricas y distinguidas de
Aranda.
Para obra tan importante y trascendental se contaba con el nuevo
Ayuntamiento nombrado por el Gobierno revolucionario de Madrid.
Otra de las reformas en que la mayoría del pueblo esperaba mucho era
la creación de la Milicia Nacional voluntaria. Después de la guerra de
la Independencia el bandolerismo había crecido en España, el campo era
inseguro. Se creía que la Milicia voluntaria podría llegar a imponer
la tranquilidad y el orden en la comarca. No era fácil, ni mucho menos,
organizar estas milicias en los pueblos; faltaba dinero para los
uniformes y las armas. Estos se tenían que adquirir lentamente.
En Aranda más de la mitad de la Milicia se hallaba equipada al mes
de comenzar su organización. Todos los domingos, por la mañana o por
la tarde, se hacía el ejercicio en los alrededores o en la plaza del
Obispo.
Los soldados de la Milicia, y sobre todo los oficiales, se mostraban
orgullosos de sus uniformes y los lucían los domingos y días de fiesta
con entusiasmo.
Este domingo del año 1820, en que comienza nuestra crónica, se veían
por los arcos de la Plaza Mayor más jóvenes que de ordinario vestidos
con el uniforme de nacionales.
La gente del pueblo les miraba con simpatía; las chicas encontraban que
hacían bien ir acompañadas de un miliciano, con su levita entallada y
su gran morrión, por la Acera.
--¿Hoy tenemos revista, eh?--decía uno.
--Sí; en la plaza del Obispo.
--En nuestra compañía ya están todos con uniformes--indicaba otro.
--En la nuestra faltan.
--Parece que vamos a tener bandera.
--Otros dicen que no; que mientras no se forme un batallón no se puede
tener bandera.
--Pues nos debían dejar...
--Si se lo pide Aviraneta al Empecinado nos dejarán.
--¡Es un hombre don Eugenio!
--Ya lo creo.
No todo el mundo celebraba ni contemplaba con simpatía a los
milicianos, y había señor grave vestido de calzón corto, casaca negra
de faldones largos y estrechos, y coleta, que miraba con indignación
los flamantes uniformes, cuando no desviaba la vista de ellos con
desdén.
Seis o siete lechuguinos, de sombrero redondo, levita a medio muslo,
de color verde manzana y cuello de terciopelo, muchachos de familias
pudientes y realistas, ridiculizaban entre ellos a los milicianos y
querían convencerse de que el éxito de los uniformes entre las chicas
no era tan grande como se pensaba.
Estaba el paseo de la Acera en su apogeo cuando por una de las
bocacalles de la plaza se presentó el pregonero, de gran casaca,
tricornio y su tambor, rodeado de una turba de chicos y de un
viejecillo loco, a quien llamaban en el pueblo el Tío Guillotina.
Era éste un borracho perturbado, que decía en sus locos discursos que
era republicano y que iba a llevar a todo el mundo a la guillotina y
luego a echar las cabezas al río.
El Tío Guillotina vestía una casaca verde, calzones amarillos, y solía
llevar un tricornio adornado con plumas de gallo. El Tío Guillotina
discurseaba y hablaba de los buenos y de los malos pecados de los
hombres, y se enfurecía artificialmente cuando empezaba a mentar
la guillotina, que para él era un castigo del Cielo. Veía en su
imaginación montones de cabezas a orillas del Duero y comenzaba a
echarlas al río.
--Una... dos... tres... cien cabezas... doscientas cabezas... al río...
El Tío Guillotina honraba con su presencia todo acto popular.
Se produjo un movimiento de ansiedad en los paseantes de la Acera al
ver al pregonero rodeado de su acompañamiento de chiquillos.
El pregonero se detuvo cerca de los soportales y comenzó a tocar el
tambor.
El Tío Guillotina, poniendo una cara trágica, movió los brazos como si
también él estuviera redoblando.
Tras del redoble, el pregonero sacó un papel que llevaba en lo solapa
de la casaca, y comenzó a leer con voz gangosa un bando, haciendo unas
paradas en su lectura completamente arbitrarias:
«El alcalde corregidor de la villa de Aranda de Duero: Hago saber:»
Aquí el pregonero hizo un redoble pintoresco y caprichoso. Después
comenzó la lectura de prisa.
«--Que el jefe político de la provincia de Burgos me ha comunicado
que... una corta partida de rebeldes, en número de ocho a diez, al
mando del canónigo de la Colegiata de San Quirce, don Francisco
Barrio..., anda sacando hombres y caballerías de los pueblos y
conspirando contra el sabio Régimen Constitucional... Bien conozco
yo la lealtad y fidelidad de los ciudadanos de Aranda, pero como
entre ellos se han podido deslizar gentes de aviesa intención
interesadas en encender la tea de la discordia, en su consecuencia,
ordeno y mando».
Este ordeno y mando mereció los honores de otro redoble.
«Primero. Que todos los vecinos y habitantes de esta villa, sin
excepción de personas... me den cuenta de los sujetos que lleguen
a sus casas... con especificación de su procedencia, objeto de
su venida, paraje adonde se dirigen, y si se hallan o no con sus
correspondientes pasaportes.
»Segundo. Que todos los que tengan armas las presenten
inmediatamente, bajo la multa de cinco ducados... y en el término
de veinticuatro horas, en la casa de don Eugenio de Aviraneta,
regidor primero y subteniente de la Milicia Nacional de esta
villa... y los de los demás pueblos, en sus respectivas justicias.
Dado en Aranda de Duero a 3 de julio de 1820.»
El pregonero, después de acabar la lectura de la orden del alcalde,
redobló de nuevo furiosamente y se dirigió a una de las salidas de la
plaza. El Tío Guillotina levantó su tricornio saludando al público y
siguió al pregonero.
Al volver la gente a la Acera comenzaron los comentarios.
--Es un caso de audacia inaudita--decía un señor viejo dirigiéndose a
unas señoras--. ¡Qué afán de mandar tienen estos caballeros liberales!
--Es mucho atrevimiento--replicaba una señora gorda acompañada de dos
damiselas.
--Sí, señora; mucho atrevimiento--añadió el viejo irritado--. Ya no se
habla aquí para nada de Su Majestad, que Dios guarde.
Y el viejo saludó ceremoniosamente.
--Es el libertinaje--exclamó la señora gorda--. En mi tiempo la vida
era otra cosa.
--Había dignidad, había moral, había religión--prorrumpió el viejo--.
Hoy no hay nada más que relajamiento y anarquía.
Y el viejo mostró a la señora gorda un grupo de muchachitas
provocativas que pasaban agarradas del brazo. La dama desvió la vista
como si estuviera en presencia de Satanás.
--¡Qué escándalo!--dijo.
--¿Qué va a ser de la sociedad, señora?--preguntó el viejo--. Esto se
hunde. Vamos en derechura al abismo. Antes el Ayuntamiento de Aranda
estaba formado por personas respetables, temerosas de Dios... Hoy,
fíjese usted quién nos manda, señora, un forastero, un advenedizo,
un cualquiera... el señor de Aviraneta; caballero muy conocido en su
pueblo y en su casa a las horas de comer. Los arandinos no tenemos
vergüenza; no, señor.
--Es verdad, tiene usted razón, don Juan--contestó la dama.
--El señor de Aviraneta--siguió gritando el viejo--es el amo del
pueblo; el señor de Aviraneta es el tirano de Aranda, y nosotros, como
borreguitos, nos dejamos mandar. Parece mentira--. Las damiselas,
al oír la palabra borreguitos, rieron y cambiaron unas miradas de
inteligencia con dos lechuguinos que iban tras ellas, y la señora y el
viejo siguieron su conversación hasta que acertó a pasar un fraile.
Besaron la señora y el viejo la mano del frailuco y las dos damiselas
hicieron lo mismo.
--¿Ha oído usted este bando escandaloso, padre Gabriel?--preguntó el
viejo.
--Sí; lo he oído. Mejor, mejor--contestó el fraile sonriendo con cierto
maquiavelismo de beata intrigante--. Que tomen medidas extremas. Así
se desacreditarán más pronto. Además--y se acercó al viejo poniendo la
mano en la boca como una bocina--, sé por buen conducto que van a sacar
muy pronto al Rey del cautiverio en que lo tienen los masones de Madrid.
--Hombre... Dígame usted. ¿Y quién, quién dirigirá tan magna
empresa?--preguntó el viejo--. ¿Quién será ese noble adalid?
--Uno de ellos es el Cura Merino...
--¡Ah! Ese es un gran paladín... digno de otros tiempos... un verdadero
español...
El fraile, con voz afectada, dijo que tenía que visitar a un enfermo
muy grave, y se marchó del grupo; la señora y el viejo seguían
hablando; las dos damiselas miraban a los lechuguinos, cuando unos
cuantos jóvenes milicianos, agarrándose del brazo, comenzaron a cantar
una canción nueva que acababa de llegar de Madrid y que decían estaba
dedicada al comandante don Rafael del Riego. Al mismo tiempo se metían
en los grupos de las muchachas. Ellas corrían riendo, chillando y
exagerando el miedo. Algunos milicianos, entusiasmados, cantaban a voz
en grito:
Soldados: la patria
nos llama a la lid;
juremos por ella
vencer o morir.
Al pasar por delante del viejo, éste les miró furioso y comenzó a
decir:
--¡Bárbaros, más que bárbaros!
--Es el libertinaje--exclamaba haciendo aspavientos la señora gorda.
Las damiselas miraron a los lechuguinos riendo.
En esto salieron del arco del Ayuntamiento y aparecieron en la Acera
dos oficiales de la Milicia, llevando en medio a un regidor.
De los dos oficiales, el uno era ya viejo, flaco, erguido como un
gallo; el otro, joven, moreno, de pelo rizado.
El regidor llevaba casaca obscura de color castaña, con cuello de
terciopelo y corte militar, medias negras de seda, pantalón de nanquin
y chaleco rojo, a lo Robespierre.
Este regidor era pequeño, rubio, de nariz larga, la mirada atravesada
y dura y los ojos azules. Llevaba sombrero redondo y su mentón
desaparecía dentro de la corbata, de varias vueltas.
Andaba muy tieso, muy firme, con la mano derecha puesta en la abertura
del chaleco, en una actitud napoleónica.
--¡Aviraneta, Aviraneta!--dijo la gente al verle.
--Tiene cara de masón--murmuró una vieja.
--De masón y de judío--añadió otra.
--Y es bizco...
--Para que sea bueno. ¡Bizco y rojo!...
--¡Jesús, qué horror! Yo creo que debe ser protestante lo menos. ¿Ha
visto usted qué mirada nos ha echado, señora Manuela?
--Ese hombre no puede pensar nada bueno. Tiene facha de renegado, de
algo prohibido...
Pasaron el regidor y los dos oficiales.
Poco después sonó la oración de las doce, se descubrieron todos, y
en un momento, el señor viejo y la señora gorda, las damiselas y los
lechuguinos, los milicianos y las muchachas provocativas dejaron los
arcos de la plaza desiertos.


LIBRO PRIMERO
DE VERACRUZ A ARANDA


I
LOS HILOS DE LA VIDA PASADA

UNOS meses solamente habían transcurrido desde la salida de Aviraneta
de Veracruz a su llegada a Aranda de Duero, pero estos meses abundaron
en acontecimientos.
Cierto que los sucesos ocurridos a don Eugenio no fueron de aquellos en
los cuales él representara el papel de protagonista, sino más bien el
de comparsa.
A esto se debió, sin duda, el que Aviraneta no tuviese gran interés en
contarlos. Sólo gracias a la inteligencia del cronista aviranetiano,
don Pedro Leguía, se conocen en detalles.
Se habían embarcado en Veracruz, en la fragata _Estrella_, Aviraneta,
el oficial don Ignacio Arteaga, enfermo, gravísimo, y su mujer,
Mercedes, en meses mayores.
Arteaga estaba desahuciado y no tenía más anhelo que morir en España y
que su hijo o hija naciera en la Península.
La suerte no lo quiso así: la travesía fué muy larga y fatigosa, y
quince días después de salir de Veracruz, Arteaga moría, y pocas horas
más tarde, Mercedes daba a luz una niña, que se llamó María del Coro.
Aviraneta tuvo que cuidar de la madre y de la niña. La viuda quiso
levantarse inmediatamente para ver el cadáver de su marido, y
Aviraneta, no pudiendo convencerla con razones, cerró con llave el
camarote, y a pesar de las lágrimas y de las amenazas de Mercedes, no
la dejó salir.
Los días siguientes, Aviraneta tuvo que estar de niñero, paseando en
brazos a la criatura hasta que la madre pudo levantarse.
Después de una penosa travesía, la viuda de Arteaga, su niña y
Aviraneta desembarcaron en Burdeos.
Mercedes tenía la idea de trasladarse a Pamplona o a Laguardia.
Aviraneta deseaba acompañarla, y con este motivo los tres fueron en la
diligencia a Bayona.
Aquí la viuda de Arteaga quiso quedarse unos días a comprar ropas; pero
los días se convirtieron en semanas, las semanas, en meses, y Mercedes
decidió vivir provisionalmente en Bayona.
Dejó la fonda y marchó a instalarse a una pensión. Se bautizó a la niña
en la catedral y fué padrino don Eugenio.
Durante este tiempo, Aviraneta se presentó en Bidart a visitar a
Etchepare, y se acercó a Irún, donde pasaba una temporada su madre.
Aviraneta quería entrar definitivamente en España; pensaba que más
pronto o más tarde intervendría en la política española, aunque por
entonces no tenía proyecto alguno.
Mercedes se había acostumbrado a consultar con Eugenio a cada paso. La
viuda de Arteaga estaba muy guapa, muy interesante y melancólica.
Alguna vez se le había ocurrido a Eugenio la idea de casarse con ella y
convertir a Corito de ahijada en hija, pero pensaba que el recuerdo de
Ignacio se le interpondría siempre como una imagen difícil de borrar.
Ignacio Arteaga había sido para él de estos amigos a quienes se quiere
más que se estima, que son como parte de uno, que estorban a veces,
pero que es imposible olvidarlos.
Aviraneta, al llegar de nuevo a Europa, no había cumplido veintiocho
años. Su pelo, rubio, comenzaba a clarear y le preparaba una calvicie
prematura. Aviraneta tenía aplomo y sabía dominarse. Vestía con
elegancia un poco siniestra, que le daba aspecto de viejo.
Aviraneta no tenía proyectos; pensaba que si seguía viviendo en Bayona
de aquella manera plácida, era posible que acabase allí su vida de
conspirador.
Qué cantidad de necesidad, qué cantidad de casualidad hay en la vida de
los hombres, nadie lo sabe.
En este momento el destino no quiso que las grandes facultades de
maquinación y de intriga de don Eugenio se perdieran, y produjo una
coyuntura para emplearlas.
Visitaba la pensión de la viuda de Arteaga, en donde había una familia
española, un cura vizcaíno.
Este cura se relacionó con Mercedes, y por Mercedes se hizo amigo de
Aviraneta. Se llamaba don Pedro Ignacio de Gondraondo y había sido
párroco de la anteiglesia de Gatica, en Vizcaya.
No era Aviraneta de los anticlericales que tienen antipatía personal
por los curas; al revés, se entendía bien con ellos. Gondraondo era
hombre amable y servicial, un tanto satisfecho de sí mismo, como buen
vizcaíno. Aviraneta y Gondraondo se hicieron amigos. Pasearon juntos,
hablaron de su vida anterior, y don Eugenio, para asombrar al cura, le
contó su vida de guerrillero con Merino, su expedición con Riego por
Europa y sus aventuras de Méjico.
Luego añadió:
--También tomé parte en una tentativa revolucionaria, bastante
misteriosa, dirigida por Renovales y Richart.
--Hombre, ¡qué extraño!--exclamó el cura.
--¿Por qué?
--Por que yo también intervine en esa conspiración--contestó Gondraondo.
--¿De verdad?
--Sí, señor; no es broma.
El cura, efectivamente, había sido amigo de Renovales y tenido ocultos
durante unas semanas a los conspiradores en su casa de Gatica. Después
del fracaso de la conspiración preparó un barco en Plencia, en el que
huyeron los revolucionarios bilbaínos. Los realistas olfatearon la
complicidad, y Gondraondo fué perseguido por el Gobierno, y tuvo que
emigrar, y quedó arruinado.
Es siempre curioso, cuando dos personas toman parte en un mismo
acontecimiento sin conocerse, la distinta manera como lo recuerdan. El
cura de Gatica no conocía lo que Aviraneta y el barón de Oiquina habían
hecho en Madrid; en cambio, Aviraneta no sabía con detalles lo ocurrido
en Bilbao.
--¿Y se sabe lo que ha sido de Renovales?--preguntó Gondraondo.
--Está en Nueva Orleáns; fué a vivir allí después de su expedición
fracasada a Méjico. Parece que hizo un convenio con el embajador de
Londres.
--Cierto--dijo Gondraondo--; ese convenio se pactó entre Renovales y el
duque de San Carlos, y se ha respetado. Según han dicho, el Ministerio
no quería aceptarlo; pero el general Eguía, como paisano nuestro y de
Renovales, consiguió que se respetase.
Después de hablar de estos sucesos pasados, el cura de Gatica preguntó
a Aviraneta si no trataba a los emigrados españoles de Bayona.
--No, no conozco a ninguno--contestó Aviraneta.
Gondraondo citó el nombre de los emigrados que estaban allí. Se
encontraba entre ellos Salvador Manzanares; había otros varios a
quienes Aviraneta conocía de nombre como afiliados a la conspiración
del Triángulo.
--¿Y dónde se ve a esa gente?--preguntó Aviraneta.
--Salen muy poco, y de noche. Están vigilados por el Gobierno francés
muy de cerca. Si usted quiere, yo le llevaré adonde se reúnen.
--Bueno, aceptado.
Efectivamente, unos días después, de noche, fueron a una casa vieja del
barrio de Saint-Esprit. Entraron en un cuarto pequeño, con un papel
rasgado y sucio, en el cual se veían clavados con tachuelas retratos de
Lacy, Porlier, el Empecinado y Mina.
En el testero principal, encima de la mesa, había una estampa grande
que, por su aspecto, era inglesa.
Representaba a Fernando VII en su trono, vestido de payaso y con un
gran gorro puntiagudo de bufón, terminado por una campanilla. En el
gorro se leía la palabra _superstición_. En una mano, el rey tenía
un cetro pesado, y en la otra mano, una calavera: España. A un lado
de Fernando estaba sentado el Diablo, y al otro, el padre Cirilo,
que hablaba al déspota de un modo insinuante. Alrededor del trono
se levantaban los patíbulos de Lacy, Porlier, Richart, y la casa de
la Inquisición, a cuya puerta un diablillo quemaba un número de _El
Español Constitucional_, el periódico que por entonces publicaban en
Londres Blanco White y sus amigos.
El cura de Gatica acercó la lámpara a la pared para que Aviraneta
contemplase la estampa.
Luego estuvieron los dos hablando hasta que fueron llegando varias
personas. Eran casi todos oficiales huídos de España, por haber tomado
parte en las conspiraciones últimas de Barcelona y Valencia.
Los dirigía Salvador Manzanares, oficial de Artillería, muchacho
activo, valiente, emprendedor, efusivo y lleno de iniciativas.
La mayoría de los reunidos eran jóvenes; pero no faltaban dos o tres
viejos.
Entre éstos se encontraba Sanz de Mendiondo, el _Manco_, hombre
ardiente, oficial de Mina, cómplice de Porlier, que había pasado
dos años en la cárcel de La Coruña, de la cual pudo escaparse.
Mendiondo seguía animado de un gran entusiasmo, que no le quitaban las
enfermedades ni los años.
Manzanares, al saber que Aviraneta había pasado bastante tiempo en
Méjico, le explicó los trabajos que se llevaban a cabo en España y las
esperanzas que se tenían de que la Revolución triunfase. Don Enrique
O'Donnell, conde de La Bisbal, estaba dispuesto a dar el grito, y todo
el ejército expedicionario que pensaba el Gobierno enviar a América
se hallaba ya comprometido. Hacía unos días que acababa de pasar por
Bayona un oficial de Artillería, Rodríguez Acuña, venido de España a
avisarles que estuvieran dispuestos.
Aviraneta, en seguida expuso sus observaciones, lo que se debía hacer,
las medidas que se debían tomar, todo con la claridad y astucia que le
caracterizaban.
La mayoría de los liberales aceptaban los puntos de vista de Aviraneta;
algunos se pusieron en contra de sus opiniones. Manzanares fué de los
primeros, e indicó a Aviraneta que volviera a la reunión.
A la segunda entrevista, Manzanares le dijo:
--¿Tú puedes entrar en España sin peligro?
--¡Pse! Sin gran peligro.
--¿Tendrías inconveniente en ir?
--Hombre, no.
--Pues entonces, vete. Dirígete primeramente a Madrid, observa lo que
pasa; luego, marcha a Sevilla, y después, a Cádiz. Entérate de los
planes de Riego. De Cádiz sal para Gibraltar, y de aquí nos mandas un
relato de lo que ocurra.
Aviraneta aceptó la comisión y se dispuso a desempeñarla.
Manzanares le dió recomendaciones en Madrid para mucha gente, a quien
podía pedir noticias e informes.


II
EN MADRID, DE PERFUMISTA

AVIRANETA pensó que para entrar en España le convenía un disfraz.
Ciertamente, nadie o casi nadie le conocía.
La gente de Merino probablemente no estaría en las ciudades. El único
contratiempo serio hubiese sido encontrarse con Cecilio Corpas, Freire
o con alguna otra persona que hubiese intervenido en la conspiración
del Triángulo.
Pensó Aviraneta si estaría bien marchar vestido de peregrino o de
fraile; pero supuso que quizá fuera comprometido.
Luego vaciló en pasar por indiano rico o por vendedor de drogas y de
artículos de perfumería, y se decidió por esto. Como su verdadero
nombre, Aviraneta, no lo conocía nadie, se le ocurrió usarlo
italianizado y llamarse Aviranetti. Un perfumista entrometido no es
cosa que choque, y con el pretexto de vender sus pomadas, cosméticos y
bandolinas pudo andar por todas partes.
Aviraneta compró en una perfumería varios frascos de aceites, perfumes
y elixires, y mandó hacer etiquetas muy adornadas y elegantes, en donde
ponía:
EUGENIO D'AVIRANETTI
PARFUMEUR DES ROIS
Sanz de Mendiondo, el _Manco_, proporcionó al _signor_ Eugenio
d'Aviranetti un pasaporte visado por lord Wellington, y el perfumista
de los reyes se dirigió a España. Tres días después estaba en Aranda,
donde habló con el Empecinado, que se mostró dispuesto a todo por traer
la Constitución. Al día siguiente llegó a Madrid y se instaló en una
fonda de la calle de Preciados.
Hacía ya cerca de cinco años que Aviraneta había dejado la corte. En
estos años, Madrid no había progresado nada. Era un poblachón sucio,
polvoriento, destartalado. La Puerta del Sol, el sitio más céntrico, no
llegaba a ser mas que una encrucijada con una fuente, en donde bebían
hombres y burros.
El pueblo, a pesar de su corto número de habitantes, disfrutaba de
diez y siete parroquias, cuarenta y dos conventos de frailes y treinta
y dos de monjas. Las calles se veían cuajadas de frailes, legos,
demandaderos, y esto, unido a los mendigos, cojos, tullidos, ulcerosos,
paralíticos, que arrastraban las piernas, mudos, que tocaban una
campanilla, y otros monstruos, más o menos pintorescos, daban a la
ciudad un aspecto trágico y desagradable.
La corte ofrecía pocos atractivos: había muchas calles donde no se
podía entrar; las posadas eran hórridas, y sus portales, un asilo de
vagos y de ladrones. En el Prado andaban unos chiquillos andrajosos con
mechas encendidas, formadas de trapos, ofreciendo fuego al que iba a
encender un cigarro.
Aviraneta comenzó sus trabajos de exploración con su natural prudencia.
Habló en los comercios, fué a la Fontana de Oro, oyó las conversaciones
de unos y otros. Todo el mundo estaba descontento; el país marchaba
mal, y, a pesar de las prisiones y deportaciones ordenadas por el
ministro don Bernardo Mozo de Rosales, marqués de Mataflorida, se
hablaba en las calles con audacia. Había gran incertidumbre entre la
gente; machos deseaban un cambio radical en la política. El optimismo
de la guerra de la Independencia había desaparecido. El tesoro estaba
exhausto, el ejército desnudo y hambriento, los caminos infestados de
partidas de bandidos.
--Esto no marcha--decían unos; pero no se atrevían a hablar de la
Constitución, ni de un cambio de régimen.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 02
  • Parts
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 01
    Total number of words is 4395
    Total number of unique words is 1549
    35.5 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 02
    Total number of words is 4576
    Total number of unique words is 1496
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    48.2 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 03
    Total number of words is 4540
    Total number of unique words is 1548
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 04
    Total number of words is 4649
    Total number of unique words is 1576
    35.3 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 05
    Total number of words is 4532
    Total number of unique words is 1539
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 06
    Total number of words is 4539
    Total number of unique words is 1653
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 07
    Total number of words is 4666
    Total number of unique words is 1506
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 08
    Total number of words is 4537
    Total number of unique words is 1478
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 09
    Total number of words is 4497
    Total number of unique words is 1583
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 10
    Total number of words is 4555
    Total number of unique words is 1548
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 11
    Total number of words is 4447
    Total number of unique words is 1522
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 12
    Total number of words is 4576
    Total number of unique words is 1491
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 13
    Total number of words is 4552
    Total number of unique words is 1533
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 14
    Total number of words is 4591
    Total number of unique words is 1349
    37.3 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 15
    Total number of words is 4527
    Total number of unique words is 1548
    32.7 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 16
    Total number of words is 647
    Total number of unique words is 343
    46.3 of words are in the 2000 most common words
    57.8 of words are in the 5000 most common words
    62.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.