Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 11

Total number of words is 4447
Total number of unique words is 1522
32.3 of words are in the 2000 most common words
43.7 of words are in the 5000 most common words
50.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
alguien que le guíe?
--No, señora. Muchas gracias. Conozco la ciudad.
--Sin embargo, no le perjudicará a usted tener una persona conocida.
--¡Ah, claro que no!
La condesa tocó una campanilla, y apareció el criado viejo.
--Dile al señor abate que venga.
Aviraneta esperaba de pie.
--Siéntese usted, caballero--dijo la señora.
Aviraneta se acercó a la mesa y miró la miniatura... La conocía. Era
la que le había enseñado Etchepare hacía muchos años al contarle su
historia.
Al mirar de nuevo a la condesa de Rupelmonde comprendió que era la
sobrina de Guzmán, de la que había estado enamorado Etchepare en su
juventud.
Pasaron así unos minutos, sentados frente a frente, la señora y
Aviraneta, sin hablarse, hasta que llegó el criado en compañía de un
abate.
La condesa presentó al abate Dumanoir a Aviraneta; después dijo que
tenía que ausentarse por unos días de París, y se despidió.
El abate Dumanoir era un hombre de treinta a cuarenta años, charlatán,
ceremonioso y muy amigo de dogmatizar.
Tenía el aspecto de un hombre del antiguo régimen, jugaba con un lente
de oro colgado del cuello por una cinta, y usaba una tabaquera de
concha, que llevaba siempre en la mano.
Dumanoir le interrogó a Aviraneta acerca de los asuntos de España, y le
llevó al jardín de la casa. Este jardín había sido de mademoiselle la
Valliere; allí había paseado en sus últimos tiempos la favorita de Luis
XIV.
Dumanoir le mareó a Aviraneta a preguntas; quería sonsacarle, saber sus
opiniones políticas.
El fingir que no comprendía bien unas veces y el hacer que no tenía
facilidad de expresarse en francés otras, le salvaba de descubrirse
como liberal.
De cuando en cuando, el consejo de Sanguinetti le venía a la memoria.
--Mio caro, studiate la matematica.
Después de enterarse bien de la política española, el abate Dumanoir
habló de sus teorías políticas. Era partidario de las doctrinas de
Maistre y de Bonald. El despotismo del Gobierno, según él, debía estar
por encima de la voluntad de los individuos, y el despotismo de la
Iglesia, por encima de todos los gobiernos.
Aviraneta le dejó hablar, y luego le preguntó su opinión acerca de
la posible guerra con España. El abate estaba convencido de que la
intervención se iba a verificar; pero no dijo los motivos que tenía
para creerlo.
Aviraneta inventó una ocupación urgente, se despidió del abate y salió
del hotel.
A la puerta esperaba un coche. ¿Iría la condesa a ver a Etchepare?


IV
TRABAJOS DE LOS ABSOLUTISTAS

AL volver Aviraneta al hotel se encontró a la Sole, que estaba llorando
a mares.
--¿Qué pasa?--le preguntó.
Realmente, no pasaba nada. La Sole, viéndose en el cuarto de un hotel
y en una ciudad desconocida, había creído lo más conveniente ponerse a
llorar.
Aviraneta se rió de este llanto, y la Sole le dijo que era muy
desgraciada y que deseaba morirse.
--Bueno--replicó don Eugenio--; son las doce y media. Yo tengo que
escribir unas cartas. Te esperaré abajo, en el salón de lectura. Te
doy media hora para dejar de llorar, olvidarte de Frutos y de su pelo
rizado, vestirte, ponerte guapa y venir conmigo a comer al restaurante.
La Sole protestó; dijo que se acordaba tanto de Frutos como de la luna
y se arregló para hacer su tocado en media hora, y salieron los dos del
hotel. Comieron en la fonda de los Hermanos Provenzales y dieron un
paseo por los bulevares.
La Sole, con su mantilla de casco, tuvo en la calle un gran éxito.
Llamaba la atención allí por donde iba.
--Creo que Aranda está quedando a una gran altura--la dijo Aviraneta.
--Sí; es verdad--contestó ella riendo.
La Sole se había dado cuenta de la expectación que despertaba, y el
instinto femenino le hizo inventar nuevas armas para exacerbar esta
expectación.
Aviraneta no podía acompañarla con frecuencia, entregado, como estaba,
a sus investigaciones, y se decidió que la muchacha saliera sola, y que
para volver, si no sabía el camino, tomara un coche.
Después de cenar iban los dos a los cafés y a los teatros, y andaban
por los bulevares y por las calles, estrechas y llenas de gente.
A los pocos días de llegar Aviraneta, escribió al ministro.
«Amigo S.: Estoy comenzando mis trabajos de información, que, como
comprenderá usted, no son fáciles.
González Arnao se muestra pesimista. Me ha dicho que el delegado de
la Regencia de Urgel, Martín Balmaseda, ha venido hace días a París
con pliegos para la familia real.
Tuvo una consulta con el conde de Artois y con los duques de Berry
y de Angulema. Naturalmente, a todos les parece bien que se vaya
contra esos bandidos españoles que quieren vivir con el _mínimum de
frailes_.
Se sabe que el conde de Artois y su corte del pabellón Marsan
patrocinan la idea, y con él el partido jesuíta y los periódicos
_La Bandera Blanca_, _La Cuotidiana_, la _Gaceta de Francia_, etc.
En las consultas de Balmaseda con los políticos no ha habido
unanimidad; los moderados Villele, Montmorency y Chateaubriand
se inclinan a que España tenga una Carta al estilo de Francia.
Consideran que si Toreno, Morillo y Martínez de la Rosa ceden en su
entusiasmo por las doctrinas liberales, estarán en el fiel de la
balanza.
Si existen en España organizados los Anilleros, quizá se intente
una reacción en este sentido para traer la Carta con dos cámaras;
pero creo que los partidarios de esas ideas se han de encontrar
chasqueados, porque la avalancha absolutista los ha de tragar a
todos. La gente clerical odia lo mismo, o quizá más, al liberal
moderado que al más rabioso.
Ugarte anda por París intrigando; tiene por aquí centros
absolutistas franceses, a donde concurre, y está en correspondencia
en Madrid, con Miñano, Corpas y con amigos de Martínez de la Rosa.
No sé qué contubernio afrancesado, apostólico, moderado, preparan.
Los absolutistas franceses trabajan con un gran entusiasmo por
la causa clerical española. La Sociedad de Beneficencia de los
Conservadores de la Legitimidad, sociedad jesuítica que tiene
una policía muy bien montada, organiza los Dragones Ligeros del
Ejército de la Fe.
Muchos aristócratas realistas y vendeanos se preparan para entrar
en España.
Esta sociedad de Beneficencia legitimista, ayudada por el partido
del pabellón Marsan, hace una terrible campaña contra nosotros. Los
periódicos absolutistas subvencionados por el Gobierno, como la
_Bandera Blanca_, elogian a los guerrilleros feotas, y la _Foudre_,
otro periódico clerical, pagado por el Ministerio y escrito por
saineteros, pintaba hace días al Trapense vestido de fraile, sobre
una escalera y con un látigo en la mano, subiendo la muralla de la
Seo de Urgel y haciendo huír a los liberales.
La mayoría de la gente de posición es hostil a los españoles. Creen
que de un día a otro vamos a colgar al rey y a su familia. ¡Ojalá!
Cierto que los doctrinarios liberales no quieren hablar de guerra,
y los que se llaman independientes, como Foy, Manuel, Lafayette,
luchan contra ella; pero no podrán evitarla.
Por ahora, lo más importante me parece explorar el ánimo de los
militares. A esto me voy a dedicar durante unos días.
Ayer comencé mi campaña. Hay en mi hotel un judío francés, Ben
Assag, que tiene un almacén de vinos en Bayona, en el barrio de
Saint-Esprit.
Este judío ha venido a París a solicitar del Gobierno una contrata
para el futuro ejército de la Fe, que probablemente nos hará la
guerra. Le he dicho yo que conocía a Basterreche, y el judío me ha
indicado que Basterreche, a pesar de ser republicano, como diputado
tiene buenas amistades en el ejército, y que podría servirle. El
judío me ha prometido un tanto por ciento de beneficios si le
consigo algo; le he acompañado a la calle de Montmartre, 148, donde
vive Basterreche, a quien he puesto al corriente de la misión que
tengo, y luego los tres hemos visitado a un general, empleado en el
Ministerio de la Guerra.
Este general, que, al parecer, antes tenía fama de republicano, nos
ha hablado como un perfecto monárquico de la fidelidad a sus reyes,
del respeto a su señor...
El general ha indicado al judío que vuelva de nuevo para hablar con
él.
Basterreche me ha dicho que el alto mando en el ejército está
cortado por este patrón. Todos los oficiales son burócratas y de
tendencia jesuítica y servil.
De los generales en activo hay poco que esperar. Veremos qué
piensan los subalternos. Intentaré averiguarlo.
_A._»


V
DE LA LOGIA A LA VENTA CARBONARIA

HABÍA por entonces, como siempre, una colonia de españoles en París,
gente llegada allí como los restos de los naufragios a las playas.
Estos náufragos habían echado su ancla en alguno de los negros
callejones de la gran ciudad. La vida de aquellos emigrados era una
vida extraña. Habitaban los últimos pisos de casuchas hórridas, en
calles estrechas, húmedas y malsanas, en la más espantosa miseria,
pensando siempre en su país. De pronto, un día, cambiaba el Gobierno
de Madrid y se encontraban invitados a cenar en un palacio, y poco
después eran nombrados para ocupar un alto cargo en España o en Cuba, y
entonces su suerte cambiaba como en una comedia de magia.
Este contraste de la extrema miseria con el extremo lujo explicaba
aquella floración de romanticismo enfermizo de la época. Todavía hace
años en París existía un recuerdo mitigado de este romanticismo con el
nombre de bohemia.
Poco a poco, al desaparecer los contrastes, se ha ido perdiendo
ese sentimiento. El aire, la luz y los árboles han acabado con el
romanticismo allí y en todas partes.
Por entonces, muchos de los españoles que vivían en París eran
realistas que esperaban a que se movilizara el Ejército de la Fe para
entrar en España.
Aviraneta se reunió con algunos de ellos. Iban al café Ambroisie del
bulevar Montmartre, y algunos solían comer en un restaurante de la
calle de Petits Champs.
Estos militares realistas no sabían nada de cierto de cuanto pasaba en
España; creían que Madrid estaba ardiendo en clubs, y, además de las
dos sociedades de masones y comuneros, suponían que había otras muchas:
la Joven España, el Centro Universal, la Santa Hermandad, la de los
Carbonarios, la de los Europeos Reformados.
Aviraneta oyó decir que los asesinos del cura Vinuesa habían formado la
Orden de los Caballeros del Martillo, y que estos ciudadanos tenían por
insignia un pequeño martillo de oro pendiente de una cinta, y que se
presentaban con ella por todas partes.
Las cosas que se ignoraban en Madrid se sabían en París. Claro que todo
era invención fantástica.
Al séptimo día de estancia en París, Aviraneta, que se había citado
con Gaspar Colombi en el café Foy, se encontró con él. Colombi era un
milanés dedicado a negocios de relojería y afiliado a los Carbonarios.
Aviraneta le explicó con detalles la misión que tenía del Gobierno, y
Colombi le llevó a casa de otro lombardo, llamado Cobianchi, antiguo
ayudante del general Pepé, y uno de los _Buon cugino_ de la Venta
Carbonaria de París.
Cobianchi vivía en este momento en el Faubourg-Poissoniere, y para
despistar a la policía se hacía llamar conde de Clermont. Por lo que
dijo Cobianchi, Pepé le escribía asiduamente bajo el nombre de Bucelli.
Colombi explicó a Cobianchi la misión que tenía Aviraneta, y el
ayudante de Pepé dijo que hablaría a los Buenos-Primos de la Venta
Carbonaria de París para que le facilitaran todos los datos necesarios.
Aviraneta dió las señas de su casa, y los siguientes días fueron
varias personas a informarle. Entre ellos, los dos hermanos Bonaldi,
cantores de ópera, afiliados a los Carbonarios y que llevaban la misión
de fundar _ventas_ en Barcelona; un tal Lugo, antiguo cónsul de España
en París, dueño de un café de un pueblo de los Pirineos, que se ofrecía
a servir de intermediario; un tal Pérez, español, que vivía enfrente
del Banco y visitaba mucho a Lafayette, y un señor, Grandmaison,
negociante de la calle de Nuestra Señora de Loreto, que enviaba
paraguas, sombrillas y abanicos a España.
Aviraneta no descuidó el presentarse en el Gran Oriente masónico del
rito escocés. Tuvo que pasar por todas las clásicas ceremonias, un
poco cómicas, de la masonería: marchar con los ojos vendados, estar
tendido debajo de una tela negra, sentir las dos hojas puntiagudas de
un compás en el pecho, viajar, arrodillarse, ir de Oriente a Occidente
y pronunciar la palabra del pasado _Milbihg_ y la palabra sagrada _Mac
Benak_.
Después de estas mojigangas Aviraneta supo que en la logia estaba lo
más ilustre de Francia: Lamarque, Raspail, Aragó, Lafitte, Armand
Carrel...
Como en París no había hostilidad entre masones y carbonarios,
Aviraneta se presentó en la Venta Carbonaria y fué desde entonces uno
de los Buenos-Primos.


VI
CUGNET DE MONTARLOT

AVIRANETA necesitaba un escribiente para su gran correspondencia, y
pidió uno en la Venta Carbonaria. Le enviaron un viejo italiano, José
Pantanelli, que sabía el español, el francés y el inglés. Pantanelli
era un viejecillo pequeño, de ojos azules y pelo blanco. Era de
Cremona. Estaba afiliado al Carbonarismo; pero no parecía un hombre muy
terrible.
La Sole y él se conocieron y se entendieron muy bien. El viejo era muy
ceremonioso, y llamaba a la muchacha Excelencia. Se contaron mutuamente
su vida, y Pantanelli llevó a su nieta al hotel de Embajadores para que
le viera la Soledad.
La Sole tendía hacia el aristocratismo rápidamente; se vestía cada
vez mejor, arreglaba su cuarto con mucho gusto, con las chucherías y
estampas que le compraba don Eugenio, y se iba haciendo una damisela
elegante.
Aviraneta no se fijaba en nada. Estaba en su elemento, en la acción.
Marchaba como un búfalo a través de las selvas, embriagado por sus
aventuras.
Unos días después de presentarse en la Venta Carbonaria, Aviraneta
escribió al ministro:
«Amigo S.: Me he enterado de que se encuentra aquí un oficial del
Imperio, Cugnet de Montarlot, y me he propuesto verle. Cugnet,
como quizá no ignore usted, ha sido fundador de sociedades secretas
en Francia y ha dado que hablar últimamente con una supuesta
conspiración tramada por él en Zaragoza hace unos meses. Cugnet,
ahora, ha ingresado en el Carbonarismo, y por sus colegas he sabido
que la manera de comunicarse con él es dejarle un recado en casa de
un administrador de coches de París a Saint-Denis, que vive en la
calle de Saint-Denis, 374.
Se ha avisado a Cugnet, y por la noche ha venido a verme a casa.
Me ha dicho lo que ocurrió en Zaragoza el año pasado. Cugnet estaba
al servicio de algunas sociedades francesas liberales que luego han
entrado en el Carbonarismo, y había ideado el plan de formar una
columna republicana de tres mil hombres con españoles, franceses y
napolitanos y entrar con ella en Francia por el Rosellón, ocupando
plazas fuertes y defendiéndose en éstas.
Cugnet había pensado en nombrar comandantes a los militares
extranjeros republicanos refugiados en España: a Nantil, oficial
de artillería, de talento, que se encontraba en Bilbao; al barón
Guillermo de Vaudoncourt, que estaba en Valencia; a Delon y a
Fabvier, que se hallaban en Madrid, y a Pachiarotti, que acababa
de llegar a Barcelona. Luego de organizar la columna, y en marcha,
pensaba ofrecer el alto mando al general Riego.
Los militares franceses consultados escribieron a Cugnet pidiéndole
detalles de la empresa, y éste contestó que todo iba preparándose y
que se anunciaría el día de la reunión.
Vaudoncourt, que no tenía mucha confianza, escribió a Riego para
advertirle la precipitación de Cugnet de Montarlot y rogarle que
evitase un movimiento prematuro y parcial.
Le decía que la frontera del Rosellón era muy estrecha, obstruída
de fortalezas, y que no sería fácil batir con pocos hombres las
guarniciones de Perpiñán, Bellegarde, Prats de Mollo, Mont Louis,
Collioure, etc.
Riego, enlazado con un compromiso con el Gobierno, contestó al
requerimiento que le hicieron diciendo que no sería el primero;
pero que si se hacía el movimiento invasor hacia Francia se uniría
a él.
Cugnet siguió con sus preparativos; pero vió claramente que no
tenía fuerza ni medios para organizar una columna de tres mil
hombres, y entonces, abandonando este proyecto y en unión de los
comuneros, ideó el plan de tomar Zaragoza con cuatrocientos hombres
de infantería y cien de a caballo y proclamar la República. Cugnet
fué a Madrid, volvió a Zaragoza, habló a todo el mundo de sus
proyectos, y en esto el jefe político Moreda le mandó prender.
Al ir a echarle mano, un patriota le suministró un pasaporte y
Cugnet se dirigió a Francia, y en el camino de Olorón, entre
Jaca y Canfranc, le prendieron con cuatro o cinco compañeros
y le encontraron unas proclamas absurdas, en las que se llama
generalísimo y presidente del Gran Imperio. Cugnet estuvo unos
meses en la cárcel, volvió a salir y fué al Languedoc.
Después de contarme sus aventuras, Cugnet me aseguraba que los
oficiales franceses le habían denunciado al embajador de Francia
en Madrid, monsieur de la Garde, y que éste había comprado al
gobernador de Zaragoza, Moreda.
Yo le pregunté:
--¿Con qué individuos de la sociedad de los Comuneros se ha
entendido usted?
--Con Morales, Romero Alpuente, Moreno Guerra y, sobre todo, con
Regato, hombres sin tacha.
--Pues ahí tiene usted a los traidores. Esos le han tendido el lazo.
--¿De verdad?
--De verdad.
--¿Lo juraría usted?
--Por lo más sagrado.
Y le conté lo que sé de Regato y de algunos otros comuneros.
Cugnet ha dicho que si encuentra a Regato lo matará.
Cugnet marcha a España un día de estos. Piensa hacer lo posible
para luchar contra la expedición francesa. Si entran los franceses
en España formará una partida. Desde ahora cambiará de nombre, y en
vez de Cugnet de Montarlot se llamará Carlos de Malsot. Convendría
que se le protegiera y que la policía no le pusiera ninguna
dificultad a su paso.
Un saludo de
_A_.»


VII
LOS CARBONARIOS Y EL COMPLOT DE BELFORT

«AMIGO S.: Se habla mucho en París--escribía Aviraneta al
ministro--de esta nueva sociedad venida de Italia, y que se llama
la Carboneria, y a sus afiliados los carbonari. La Carboneria tiene
pocos ritos misteriosos, y a sus logias llama Ventas.
El objeto de esta sociedad es expulsar a los Borbones y derrotar a
la Santa Alianza.
La Alta Venta Carbonaria de París pretende ser el centro de los
liberales de España, de los radicales de Inglaterra, de los
carbonarios de Italia y de los griegos sublevados contra los
turcos. Hay comités para favorecer la revolución griega, española e
italiana, y se intenta formar una Liga latina de los pueblos para
oponerla a la Santa Alianza. Creo que el Gobierno español no debe
desdeñar a esta sociedad, sino relacionarse con ella, aunque los
masones se opongan. Los informes de los carbonari serán buenos, y
sus hombres, como más jóvenes y decididos que los masones, pueden
servir de mucho.
El origen de esta sociedad es un tanto fantástico. Unos suponen
que procede del tiempo en que los hombres del partido gibelino, de
Italia, tenían que refugiarse en los bosques; otros aseguran que la
fundó San Tibaldo o Teodobaldo, monje, de Sarrebruck. Los masones
aseguran que la secta carbonaria es moderna, pues su parte de mitos
religiosos se inspira en el cristianismo, y no en el judaísmo, como
la masonería.
Los carbonari, que no han suprimido los mitos simbólicos, llaman
al Gran Oriente, Gran Firmamento; Gran Elegido, al Gran Maestre, y
tienen sus iluminados y sus venerables. Para ellos, Ausonia es el
bosque feliz; los corderos son los buenos, y los lobos los tiranos.
Todo este simbolismo primitivo ha desaparecido en la adaptación
francesa.
El origen de la adaptación es éste:
Durante la Restauración aparecieron en Francia muchas sociedades
secretas. En su principio, todas eran militares y bonapartistas,
como formadas por oficiales del Imperio. Luego, más tarde, estas
sociedades fueron creciendo con el concurso de paisanos masones,
partidarios en su mayoría de la República.
En 1820 existían dos sociedades importantes: Los Caballeros de la
Libertad y los Amigos de la Verdad.
Tras de una conspiración tramada por esta última, la mayoría de sus
socios escapó de Francia, y un oficial llamado Dugied fué a Nápoles
y se hizo carbonario.
Volvió Dugied a París con la idea de que había que implantar aquí
el carbonarismo, y habló de esto a todos sus amigos, hasta que los
convenció.
Tres jóvenes tomaron la iniciativa: un estudiante de Medicina
apellidado Buchez, hombre tosco y de energía; un periodista, Amando
Bazard, fundador de la Sociedad Los Amigos de la Verdad, y otro
muchacho llamado Flotard.
El 1.º de mayo del año pasado estos tres jóvenes se reunían en la
mesa redonda de una casa de huéspedes miserable de la calle de
Copeau, casa pobre de un barrio de los más pobres de París.
Se discutió entre los tres amigos la proposición del oficial Dugied
y los estatutos de los carbonari italianos que tenían sobre la
mesa.
Después de una larga discusión, se llegó a varios acuerdos, que
eran éstos:
Primero. Los estatutos de los carbonari italianos no responden ni
al carácter ni a las inclinaciones de los franceses; por lo tanto,
hay que cambiarlos.
Segundo. Al fundar la Carboneria desaparecerán todas las sociedades
de carácter político liberal.
Bazard habló al Consejo administrativo de Los Amigos de la Verdad,
que se mostró conforme; se escribieron los nuevos estatutos y se
fundó la sociedad. Se suprimió en ella todo carácter místico.
Los siete fundadores del carbonarismo en Francia fueron: Bazard,
Flotard, Buchez, Dugied, Carriol, Joubert y Limperani.
Los deberes del carbonario francés son: tener un fusil y cincuenta
cartuchos, estar pronto al sacrificio y obedecer ciegamente a las
órdenes de jefes desconocidos.
Las sociedades carbonarias son civiles y militares.
En la calle, los carbonarios se saludan unos a otros llevando la
mano a la frente, a la manera militar; luego se cruzan las manos
sobre la espalda y se quedan en esta actitud hasta que la persona a
la cual se dirige uno tiende también la mano derecha; entonces se
aprieta fuertemente la mano y después el antebrazo.
Los italianos se reconocen diciendo al dar la mano:
--Fe, Esperanza y Ca... ri... dad...
La palabra Caridad la dicen recortándola, y en la palma de la mano
de quien saludan trazan con el pulgar una C y una N.
Los carbonarios nunca escriben nada; se comunican de viva voz y
se reconocen por monedas partidas o por tarjetas cortadas de una
manera irregular.
Al militar que va a un pueblo de guarnición se le da un trozo de
moneda y a la Venta del pueblo se envía otro.
Una vez constituída la sociedad carbonaria, arraigó
rapidísimamente. En seguida se extendió por los cuarteles y por las
escuelas.
Bazard trabajó en París y consiguió que, más o menos claramente, se
afiliaran los generales Lafayette, Lamarque, el diputado Manuel,
Dupont de l'Eure, el general Thiars. Se comenzaron a pasar revistas
por la noche, y los afiliados hacían el ejercicio en los desvanes,
cubiertos de paja.
Mientras Bazard trabajaba en París, Flotard estaba en el Oeste,
Dugied en Borgoña, Joubert en Alsacia y los demás repartidos por
Francia.
Al año consiguieron cubrir Francia de ventas. La primera
conspiración carbonaria se fraguó entre los alumnos de Saumur, y
tenía que estallar el 22 de diciembre de 1821. Fracasó, y pocos
días después, el 1.º de enero de 1822, abortaba el complot de
Belfort.
La conspiración ésta abortó por varias razones: la principal por
querer poner a la cabeza de gente ardiente y joven hombres viejos y
experimentados.
Se tenía la tropa comprometida en Belfort, Colmar, Estrasburgo,
Metz, Epinal y Mulhouse. Había cinco regimientos completos en la
conspiración y varias compañías y batallones de la zona. En la
línea del Rhin, las ventas carbonarias tenían cerca de diez mil
afiliados.
El movimiento había de ser por el estilo del nuestro de Cádiz.
El Comité directivo lo formaban: Lafayette, Manuel, Dupont de
l'Eure, Voyer d'Argenson, Jackes Koechlin, el general Thiars,
Merilhou y Chevalier.
La gente de acción que iban a dirigir la conspiración eran: entre
los civiles, Bazard, Flotard, Buchez, Joubert, los pintores Ary
Scheffer y Horacio Vernet y otros carbonarios; entre los militares
estaban: el general Dermoncourt, los coroneles Caron, Fabvier,
Pailhés, y los oficiales de menos graduación, Rusconi, Roger,
Armando Carrel, etc.
La indecisión del Comité director fué una de las causas principales
del fracaso.
Caron, el mayor, después de abortar el movimiento de Belfort, fué
engañado por la policía.
El coronel Caron intentaba levantar los regimientos en Colmar.
Los jefes del ejército ordenaron a los oficiales y suboficiales
que dieran aparentemente oídos a las proposiciones revolucionarias
del coronel. Caron, ilusionado, salió de Colmar con un escuadrón
de falsos cómplices; fué de pueblo en pueblo descubriendo él mismo
dónde tenía sus amigos, y al último, preso por sus subalternos,
atado y en una carreta, lo llevaron a Estrasburgo, donde lo
fusilaron.
Al mismo tiempo que el complot de Belfort se preparaba una segunda
conspiración en Saumur, con fuerzas mandadas por el general Berton
y por el teniente de artillería Delon. Al saber el fracaso de
Belfort se pensó en abandonar el proyecto; pero Berton, como hombre
decidido y terco, no quiso cejar. Decidió comenzar el movimiento
en Thonars, y fué allí el 22 de febrero de este año vestido de
general, montó a caballo, enarboló la bandera tricolor y, seguido
de algunos cientos de guardias nacionales, intentó entrar en Saumur.
La tropa le salió al encuentro, y Berton tuvo que dar la orden de
retirarse a su columna. Todos los cómplices desaparecieron; Berton
no quiso hacerlo y, descubierto, ha sido preso y será guillotinado.
Por esta misma época se encontraron tarjetas cortadas y otros
papeles comprometedores a los cuatro sargentos de la Rochela. En su
proceso se demostró que estaban afiliados al carbonarismo.
Estos fracasos de Belfort y Saumur tienen mucha importancia para
nosotros, porque nos privan de fuerzas que podían venir en nuestro
auxilio. Muchos militares están en la cárcel. Ahora mismo se está
celebrando el juicio contra el general Berton y la conspiración
de Saumur, y el fiscal acusa a los liberales, a Manuel, a Foy y a
otros de pertenecer a sociedades secretas. Se intenta amedrentarlos.
Dentro de unos días se va a guillotinar a los cuatro sargentos de
la Rochela. Los carbonarios dicen que los salvarán, que tendrán
doscientos mil hombres en las calles de París. Ya veremos.
_A._»


VIII
LA AYUDA EXTRANJERA

AL día siguiente de escribir esta carta, Aviraneta, acompañado de uno
de los hermanos Bonaldi, fué a casa de un fondista llamado Rossel, de
la calle de Rivoli. En esta fonda había vivido, durante algún tiempo,
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 12
  • Parts
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 01
    Total number of words is 4395
    Total number of unique words is 1549
    35.5 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 02
    Total number of words is 4576
    Total number of unique words is 1496
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    48.2 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 03
    Total number of words is 4540
    Total number of unique words is 1548
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 04
    Total number of words is 4649
    Total number of unique words is 1576
    35.3 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 05
    Total number of words is 4532
    Total number of unique words is 1539
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 06
    Total number of words is 4539
    Total number of unique words is 1653
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 07
    Total number of words is 4666
    Total number of unique words is 1506
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 08
    Total number of words is 4537
    Total number of unique words is 1478
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 09
    Total number of words is 4497
    Total number of unique words is 1583
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 10
    Total number of words is 4555
    Total number of unique words is 1548
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 11
    Total number of words is 4447
    Total number of unique words is 1522
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 12
    Total number of words is 4576
    Total number of unique words is 1491
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 13
    Total number of words is 4552
    Total number of unique words is 1533
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 14
    Total number of words is 4591
    Total number of unique words is 1349
    37.3 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 15
    Total number of words is 4527
    Total number of unique words is 1548
    32.7 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Con la Pluma y con el Sable: Crónica de 1820 a 1823 - 16
    Total number of words is 647
    Total number of unique words is 343
    46.3 of words are in the 2000 most common words
    57.8 of words are in the 5000 most common words
    62.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.