Cádiz - 12

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amiguito. Si vieras qué coscorrones me da... He tenido que hacer llaves
nuevas para poder salir de noche. Pues ¿y mis hermanitas y mi novia?
Hace lo menos dos meses que no saben de qué color es la calle. Ni
siquiera salen a misa; en paseos no hay que pensar. Han sido clavados
por dentro los cristales de los balcones, y no se les permite que tengan
a la mano papel, tinta ni plumas. Las tres infelices están que da
lástima verlas de marchitas y acongojadas, y de seguro preferirían la
peor vida del mundo a la que ahora llevan, aguantando con gusto palos de
marido o rigores de abadesa, con tal de abandonar las sombrías mazmorras
de mi casa. No ven a otros hombres que a mí y a D. Paco. ¿Te parece que
estarán divertidas?
--¿Usted sale por las noches de su casa?
--Sí; ¿no sabes que ahora voy todas las noches a una reunión de hombres
solos donde se trata de política? ¡Encantadora, deliciosa es la
política! Pues te diré: nos juntamos en una casa de la calle de la
Santísima Trinidad y allí estamos horas y más horas hablando de la
democracia y del servilismo, diciendo perrerías de los frailes
escribiendo a trozos el graciosísimo papel satírico que se llama el
Duende de los Cafés. Nos ocupamos de la vida y milagros de todo
quisque, y criticamos sin piedad. Pero lo más salado es aquella parte
en la cual con mucho donaire nos burlamos de los clérigos, de la
Inquisición, del Papa, de la santa Iglesia y del Concilio de Trento.
Átame esa mosca...
--Por fuerza anda en ese lío el gran Gallardo.
--Si mi madre supiera esto, me colgaría del techo de la sala, ya que no
tenemos almenas en que hacer conmigo un escarmiento. Vamos ahora a la
tertulia. También nos reunimos de día. Hoy van a leer un folleto que ha
escrito uno en contestación al Diccionario manual para inteligencia de
ciertos escritores que por equivocación han nacido en España
. ¿Conoces
ese librito? Es una sarta de necedades. Ostolaza lo ha llevado a casa, y
por las noches él, el Sr. Teneyro y mamá lo leen y celebran mucho sus
sandios chistes y groserías. Verás el que va a salir en contestación.
--Por pasar el rato iremos allá--dije disponiéndome a salir.
--Esta noche--añadió--iremos a casa de Poenco. Te convido a echar unas
copas...
--Magnífica idea. Cuando la señora doña María duerma sale usted, se mete
la llave en el bolsillo, y a casa de Poenco... Pasaremos una buena
noche. Sé que estarán allí María Encarnación y Pepilla y la Poenca.
--Me chupo los dedos, amigo Araceli, con la noticia. Allá voy de cabeza.
Mi señora madre duerme como una piedra, y no advierte mis escapatorias.
--Pero lo advertirán las hermanitas.
--Ellas lo saben, y me impulsan a salir para que les cuente lo que
ocurre por ahí durante la noche. También voy al teatro. Las pobrecitas
llevan una vida... Como duermen juntas las tres en una misma alcoba, se
entretienen de noche contándose historias en voz baja.
Llegamos a la calle de la Santísima Trinidad y en un cuarto bajo, oscuro
y humildísimo, había hasta dos docenas de personas de diferentes edades,
aunque abundaban más que los viejos los jóvenes, todos alegres y
bulliciosos, como grey estudiantil, vestidos de voluntarios los unos y
con sotana un par de ellos, si no estoy trascordado. Describir la
confusión y bulla que allí reinaba fuera imposible; pintar la variedad
de sus fachas, la movilidad de sus gestos y la comezón de hablar y reír
que les poseía, fuera prolijo. Unos se sentaban en desvencijadas sillas,
otros de pie sobre las mesas haciendo de estas tribuna, se adiestraban
en el ejercicio parlamentario; algunos disputaban furiosamente en los
rincones, y no faltaba quien en las rodillas o sobre el breve espacio de
mesa que dejaban libre los pies de los oradores, emborronaba cuartillas.
Era aquello un nido, una hechura de políticos, de periodistas, de
tribunos, de agitadores, de ministros, y daba gusto ver con cuánto
donaire rompían el cascarón los traviesos polluelos.
Aquello era club incipiente, redacción de periódico, academia
parlamentaria, todo esto, y algo más. ¡Qué hervidero! ¡Cuántas pasiones,
cuántas crisis, cuántas revoluciones, cuánta historia, en fin, bullían
dentro da aquel pastel que acababa de ponerse al fuego! Los huevecillos
que deposita la mariposa para dar vida al gusano no se abren, no echan
fuera la diminuta criatura, ni esta se desarrolla con más presteza al
calor de la primavera que aquellos inocentes embriones de gente
política. Su precocidad asombraba, y oyéndoles hablar, se les creía
capaces de dar guerra al universo entero.
Al punto D. Diego y yo fuimos tratados como antiguos amigos.
--Ahora va a venir ese insigne bibliotecario de las Cortes--dijo uno--y
nos acabará de leer su obra.
--Ya veo cómo tiemblan los frailes panzudos y los rollizos canónigos. Yo
he dicho que debe grabarse letra por letra con oro y plata en las
esquinas de las calles.
--¡Aquí está, aquí está el insigne Gallardo!
Era altísimo, flaco, desgarbado, amarillento, siendo de notar en su
rostro la viveza de los ojos así como la regular longitud de las
abanicadas orejas. ¡Singular hombre! Cincuenta años después le habéis
visto en las calles de Madrid desfigurado por el medio siglo; pero
siempre distinguiéndose muy bien por la prolongación longitudinal de su
persona; le habréis visto siempre flaco, siempre amarillo, pero antes
atrabiliario que jovial, marchando aprisa con los bolsillos de un como
redingot gris llenos de libros viejos, con su sombrero de hule hecho a
las injurias de aguas y soles; y si por acaso dirigisteis vuestros pasos
a la Alberquilla, dehesa próxima a Toledo, le veríais allí sepultado en
una biblioteca, donde le devoraba, como a D. Quijote la caballería, la
estupenda locura de los apuntes; le veríais encerrado semanas enteras,
sin tomar otro alimento que el modestísimo de una diaria ración de sopas
de leche. Algo había en aquella cabeza, para ofrecer el fenómeno de que
sabiendo cuanto había que saber en materia de libros, y siendo el
almacén de apuntes y datos y noticias más colosal que ha existido en el
mundo, jamás hiciese cosa de provecho.
Pero ustedes no conocieron a Gallardo como yo le conocí, en la plenitud
de su frenesí clerofóbico; ustedes no le oyeron leer como yo las
célebres páginas del Diccionario burlesco, el libro más atroz y más
insolente que contra la religión y los religiosos se había escrito en
España. Estaba poseído de un estro impío, y fue la primera musa de esa
gárrula poesía progresista que durante muchos años atontó a la juventud,
persuadiéndola de que la libertad consiste en matar curas.
--¡A leer, a leer!--gritaron seis o siete voces.
--¿Has acabado el párrafo del cristianismo?
--Calma y no me vuelvan loco--dijo Gallardo sacando unos papelotes--. No
se puede ir tan aprisa.
--Si estás a la mitad, insigne bibliotecario, habrás llegado al
parrafillo de la Inquisición que caerá en la I.
--No, porque pongo la Inquisición en la y griega.
Grandes y estrepitosas y retumbantes risas.
--Atended un poco. A ver qué os parece esto de la Constitución--dijo
sentándose, mientras se formaba corrillo en torno suyo--. Ya sabéis que
el asno hilvanador del Diccionario manual decía que la Constitución
será una taracea de párrafos de Condillac cosidos con hilo gordo...
Pero mirad antes cómo defino el Cristianismo. Digo así: «Amor ardiente
a las rentas, honores y mandos de la Iglesia de Cristo. Los que poseen
este amor saben unir todos los extremos y atar todos los cabos, y son
tan diestros que a fuerza de amor a la esposa de Jesucristo, han logrado
tener a su disposición dos tesorerías, que son las del arca-boba de la
corte de España y la de los tesoreros de las gracias de la corte de
Roma». Ya veis que he parafraseado lo que dijo el Manual en el
párrafo del Patriotismo.
--Bartolillo--preguntó uno--, ¿y no le has contestado nada a aquello de
que el alma es un huesecillo o ternilla que hay en el celebro, o según
otros en el diafragma, colocado así como el palitroquillo que se pone
dentro de los violines
?
--Paciencia. Allá va lo que pongo a la voz Fanatismo... «Enfermedad
físico-moral, cruel y desesperada, porque los que la padecen aborrecen
más la medicina que la enfermedad. Es una como rabia canina que abrasa
las entrañas, especialmente a los que arrastran holapandas. Los síntomas
son bascas, convulsión, delirio, frenesí; en su último período degenera
en licantropía y misantropía, en cuyo estado el enfermo se siente con
arranques de hacer una gran hoguera para quemar a medio linaje humano».
--Eso está bien dicho; pero algo frío, Bartolo.
--Duro, más duro en ellos. Veamos cómo te desenvuelves en la voz
Fraile.
--Frailes... Atención--continuó el lector--. Una especie de animales
viles y despreciables que viven en la sociedad a costa de los sudores
del vecino en una especie de café-fonda, donde se entregan a todo
género de placeres y deleites, sin más que hacer que rascarse la
barriga.
Aquí no pudieron contener los mozalbetes su entusiasmo, y fue tal la
algazara y el jaleo de pies y manos, que los transeúntes se detenían en
la calle sorprendidos por el estentóreo ruido.
--Vaya, señores, que no leo más--dijo Gallardo guardando sus papeles con
orgullo--. Esto va a perder la novedad cuando se publique.
--Bartolo, echa el Obispo.
--Bartolo, léenos el Papa.
--Eso se quedará para mañana.
--Ya andan por ahí los Zampatortas con la cabeza inclinada como higo
maduro desde que saben va a salir tu Diccionario.
--Bartolo, ¿escribes hoy algo contra Lardizábal?
Lardizábal, individuo de la Regencia que había dejado de funcionar el
año anterior, publicó en aquellos días un tremendo folleto contra las
Cortes.
--¿Yo? Jamás le he echado paja ni cebada al señor Lardizábal.
--Hombre, defendamos la soberanía de la nación.
--Si no tiene más enemigos que Lardizábal... Sopla, y vivo te lo doy...
--Mañana saldrá bueno nuestro Duende.
--Cuando sea diputado--dijo uno que por lo enteco parecía
sietemesino--pediré que todos los frailes que hay en España sean
destinados a dar vueltas a las norias para sacar agua.
--De ese modo se regará muy bien la Mancha.
--Señores, no olvidarse de que mañana habla Ostolaza y quizás D. José
Pablo Valiente.
--Hay que ir a la tribuna.
--Yo esperaré en la calle para ver la función de salida.
--Eh... Antonio, échanos un discurso.
--Un discurso como el de anoche, y sobre el mismo tema de la democracia.
--Pero no digas, como el Diccionario manual, que la democracia «es una
especie de guarda-ropa en donde se amontonan confusamente medias,
polainas, botas, zapatos, calzones y chupas, con fraques, levitas y
chaquetas, casacas, sortúes y capotes ridículos, sombreros redondos y
tricornios, manteos y unos monstruos de la naturaleza que se llaman
abates
».
--De ese modo ha querido pintar a las Cortes.
--La democracia--dijo otro mozalbete con voz elocuente, aunque
ceceosa--es aquella forma de gobierno en que el pueblo, en uso de su
soberanía, se rige por sí mismo, siendo todos los ciudadanos tan iguales
ante la ley que ellos se imponen, como lo somos los desterrados hijos de
Eva a los ojos de Dios
.
--Hombre, repíteme eso que es muy bonito, y quiero aprenderlo de memoria
para decírselo a mi papá esta noche al tiempo de cenar. A mi papá, que
es muy liberal, le gustan estas cosas.
Yo me aburría entre aquella gente, sin poder sacar sustancia de tan
inaguantable confusión de voces diversas, ni de aquel laberinto de
opiniones, de insensateces, de puerilidades, manifestadas en coro
inarmónico, cuyo susurro hubiera enloquecido la cabeza más fuerte. Dije
a D. Diego, que me marchaba, y él se empeñó en que le acompañase hasta
el fin.
--Yo oigo atentamente todo lo que hablan--me dijo--para aprendérmelo de
memoria y soltarlo después en los cafés y en los ventorrillos. De este
modo voy adquiriendo fama de gran político, y cuando me acerco a la mesa
del café, todos me dicen: «a ver, D. Diego, qué piensa usted de la
sesión de hoy».
Nos detuvimos un poco más; pero al fin pude sacarle con grandes
esfuerzos de allí, y nos marchamos a tomar el fresco a la muralla.
--¿Qué diría doña María--le pregunté--si ahora me presentase yo en la
casa?
--Hombre, se me figura que mi señora madre no te juzga del todo mal.
Ostolaza dice de ti mil herejías; pero mamá se opone a que hablen mal de
nadie delante de ella... Sin embargo, tienes en casa fama de ser un
terrible conquistador de hermosuras. Más vale que no vayas allá. ¡Ah,
pícaro!, ya sé que te gusta mi hermanita Presentación. Todos los días me
pregunta por ti... Por mi parte si la quieres... yo sé que eres un
hombre honrado.
--En efecto, me agrada.
--Como que te la llevaste a las Cortes una tarde... Sí, cuando salieron
y cayó la bomba, y les dio auxilio el padre Pedro de Advíncula... El
pobre D. Paco estuvo enfermo cinco días... volvió a casa lleno de
bizmas, porque el estallido de la bomba, ¡asómbrate, chico!, le molió
como si le hubieran dado una paliza.
--¡Desgraciado preceptor!... No olvide usted, amiguito, que esta noche
hemos de ir a casa de Poenco.
--Sí; a olvidarme iba. Las carnes me tiemblan ya del gusto. ¿Dices que
va Pepilla la Poenca?
--Y toda la flor de la majeza.
--Me parece que no ha de llegar el momento en que mi señora mamá cierre
los ojos.
--Aguardo en Puerta de Tierra.
--Puerta del Cielo debía llamarse. ¿Irá también la Churriana?
--También.
--Pues aunque supiera que mi mamá estaba en vela toda la noche...
adiós... me voy a cenar y a rezar el rosario. Dentro de hora y media
estaré allá... Tunante, diré a Presentación que te he visto. ¡Qué
contenta se va a poner!
Cuando nos separamos visité de nuevo a lord Gray, y como le encontrara
dispuesto a salir a la calle, le dije:
--Milord, la señora condesa (Amaranta) me encargó ayer que rogase a
usted pasase a verla.
--Ahora mismo marcharé allá... ¿Está usted libre esta noche?
--Libre, y a la orden de usted.
--Será algo tarde cuando yo necesite de su auxilio. ¿Dónde nos
encontraremos?
--No es preciso fijar sitio--repuse--. Yo tengo la seguridad de que nos
encontraremos. Una súplica tengo que hacer a usted. Mi espada no es
buena. ¿Quiere usted prestarme esa magnífica hoja toledana que está en
la panoplia?
--Con mil amores: ahí va.
Diómela, y cambié su arma por la mía.
--¡Pobre Currito Báez!--dijo riendo--. Han fijado ustedes el duelo para
esta noche. Pero, amigo mío, yo no puedo estar en todas partes. Esta
noche no podré asistir a la muerte de ese hombre.
--¿Pues no ha de poder? Hay tiempo para todo.
--Fijemos horas.
--No es preciso. Ya nos encontraremos. Adiós.
--Pues adiós.
Era de noche y corrí al ventorrillo. Don Diego tardó mucho; pasó una
hora, pasaron dos y yo no cabía en mí de ansiedad y afán. Por fin le vi
aparecer y calmose mi febril impaciencia con su llegada.
--Poenco--gritó dando manotadas sobre la mesa--trae manzanilla. ¿Hay
algo de pescado para hacer sed?... Querido Gabriel, hombre benévolo y
caritativo, pongo en tu conocimiento que ahora al pasar por la calle del
Burro me dieron ganas de entrar en casa de Pepe Caifás, y allí perdí los
cuatro duros que me diste esta tarde. ¿Llevarías tu longanimidad hasta
el extremo de darme otros cuatro? Ya sabes que me caso pronto.
Le di lo que me pedía.
--Señor Poenco, ¿dónde está Pepilla?
--Ha ido a confesar y está haciendo penitencia.
--¡A confesar! ¿Tu hija se confiesa? No la dejes acercarse a ningún
fraile. Ya sabes que los frailes son unos animales viles y
despreciables que viven en la ociosidad y holganza en una especie de
café-fondas donde se entregan a todo género de placeres...

--Todo lo que gastemos lo pago yo, tío Poenco--dije--. Venga Jerez.
--Gracias, gracias, valiente soldado. Siempre has sido generoso. De modo
que podré emborracharme... Poenquillo, ¿me sabrás decir dónde se puede
ver esta noche a María Encarnación?
--Señorito D. Diego--dijo el pícaro--no me comprometeré yo a decirle
dónde está, manque me diera esos cuatro soles de plata mejicana, porque
María Encarnación salió de aquí con Currito Báez, y tomando hacia la
calle del Torno de Santa María... cétera, cétera.
Entraron varios majos ya de nosotros conocidos, y D. Diego les convidó a
beber, lo cual lejos de molestarles les causó muchísimo agrado.
--¿Vienes de las Cortes, Vejarruco?--preguntó D. Diego a uno de ellos.
--Sí... y qué borrasca han armado allí con el papé de Lardizábal.
--Toos, toos son unos pillos--exclamó Lombrijón--. ¡Qué gomitaeras tenía
aquel diputao alto, berrendo, querencioso, y qué cosas les dijo cuando
le dio aquel súpito, engrimpolándose too!...
--¿Qué entiendes tú de eso, Lombrijón?... Si lo que dijo fue que el
puebro...
--En las orejas tengo el voquible, Vejarruco. Fue lo de la mococrasia...
--Apostad a cuál es más bruto--dijo don Diego con pedantería--. La
democracia, y no la mococrasia es aquella forma de gobierno en que el
pueblo, en uso de su soberanía se rige por sí mismo, siendo todos los
ciudadanos iguales ante la ley...

--Justo y cabal. ¡Qué bien parla este angelito! Si en mi poder
estuviera, mañana sería diputado.
--Algún día me votaréis, amigos Vejarruco y Lombrijón--dijo mi amigo
sintiendo ya en su cabeza con los vapores del generoso licor el humo de
la vana ambición.
--¡Viva el puebro soberano!--gritó Vejarruco.
--¡Vivan las Cortes!--gruñó Lombrijón batiendo palmas con el ritmo de la
malagueña--. Lo que igo es que un ruedo de muchachas bailando, con un
par de guitarras y otros tantos mozos güenos y un tonel de lo de
Trebujena que dé güelta a la reonda, me gustan más que las Cortes, donde
no hay otra música que la del cencerro que toca el presiente y el romrom
de los escursos.
--Que vengan las muchachas, que vengan las guitarras--gritó el de
Rumblar, dueño ya tan sólo de la mitad de su corto entendimiento.
--Poenco, si las traes te hacemos...
--Te hacemos diputao...
--¿Qué es eso? ¡Menistro! ¡Viva la libertad de la imprenta y el menistro
señó Poenco!
Mientras de este modo se enardecía el espíritu y se exaltaban los
sentidos de aquellos bárbaros, iba pasando mucho tiempo, más tiempo del
que yo quería que pasase sin poner en ejecución mi pensamiento. Habían
sonado las nueve, las diez, casi las once.
Más fuerte que si tuviera algo dentro, la cabeza de mi amigo D. Diego
resistía a frecuentes trasiegos del ardiente líquido; pero cuando
vinieron las mozas y comenzó la música, el noble vástago perdió los
estribos y dio con su alma y su cuerpo en el torbellino de la más
grosera orgía que ventorrillo andaluz puede ofrecer al sibaritismo.
Bailó, cantó, pronunció discursos políticos sobre una mesa, imitó el
pavo y el cerdo, y por último, ya muy tarde, cuando el afán me devoraba
y la impaciencia me tenía nervioso y aturdido, dio con su noble cuerpo
en tierra, cayendo inerte, como un pellejo de vino. Las mozas formaban
elegantes parejas con Vejarruco y Lombrijón; los guitarristas se
divertían por su cuenta en otro extremo de la taberna, roncaba como una
bestia enferma el gran Poenco y la ocasión era propicia para mí. Tomé
las dos llaves que el durmiente D. Diego llevaba en su bolsillo, y corrí
como un insensato fuera de la taberna.
La repugnante zambra habíase alargado bastante, porque eran ya casi las
doce.


XXV

Yo no corría, volaba, y en poco tiempo llegué a la calle de la Amargura,
mortificado por el recelo de acudir tarde. Un hombre que se lanza
desesperado al crimen no experimenta en el instante de perpetrar su
primer robo, su primer asesinato, emoción tan viva como la que yo
experimenté cuando introduje la llave, cuando le di vueltas poco a poco
para evitar todo ruido, cuando empujando la puerta ya abierta, esta
cedió ante mí sin rechinar, merced a las precauciones que con este fin
había tomado D. Diego. Entré, y por un rato halleme desorientado en la
profunda oscuridad del zaguán; pero a tientas y cuidadosamente pude
llegar al patio, donde la claridad del cielo que por la cubierta de
vidrios entraba, me permitió marchar con pie más seguro. Abriendo la
segunda puerta que daba paso a la escalera, subí muy despacio asido al
barandal.
El corazón me latía con loca presteza, pareciéndome tan desmesuradamente
ensanchado, que experimenté la sensación de llevar dentro del pecho un
objeto mayor que la casa en que estaba. Me tenté la espada, por ver si
estaba en mi cintura, y probé si salía con holgura de la vaina. En las
sombras que me rodeaban, creía ver a cada instante la imagen de lord
Gray y otra imagen, corriendo ambas fuera de la casa profanada.
Verdaderamente, señores, discurriendo con serenidad, no podía darme
cuenta del objeto de mi arriesgada expedición allí dentro. ¿Iba a
satisfacer en la persona de lord Gray mi anhelo de venganza, iba a
gozarme en mi propio desaire o a impedir la violenta determinación de
los locos amantes? Yo no lo sabía. En mi pecho bullían ardientes
furores, y se quemaba mi frente circundada por anillo de candente
hierro. Los celos me llevaban en sus alas negras llenas de agudas uñas
que desgarran el pecho, y dejándome arrastrar, no podía prever cuál
sería el término de mi viaje.
Al llegar al corredor de cristales que daba vuelta a todo el patio,
percibí con claridad los objetos, por la mucha luz de la luna que allí
penetraba. Entonces medité, y formulando vagamente un plan, dije:
--Aquí buscaré un sitio donde ocultarme. Lord Gray no puede haber
llegado todavía. Le espero, y cuando venga le saldré al paso.
Puse atento el oído, y creí sentir un rumor vago. Parecíame ruido de
faldas y pasos muy tenues. Aguardando un rato, al cabo distinguí una
forma de mujer que salía al corredor por la puerta menos próxima al
sitio donde yo me encontraba. Había allí un alto, pesado y negro ropero
que proyectaba sombra muy oscura sobre sus costados, y junto a él me
guarecí. Atisbé la figura que se acercaba, y al punto la reconocí. Era
Inés. Acercábase más, y al fin pasó por delante de mí. Yo me aplasté
contra la pared: hubiera querido ser de papel para ocupar el menor
espacio posible.
A la escasa luz pude advertir en ella una gran confusión. Inés iba hacia
la escalera, volvía, tornaba a adelantar, retrocediendo después. Sus
ademanes indicaban zozobra vivísima, más que zozobra, desesperación.
Exhalaba hondos suspiros, miraba al cielo como implorando misericordia,
reflexionaba después con la barba apoyada en la mano, y al fin volvía a
sus anteriores inquietudes.
--Es que le espera--dije para mí--. Lord Gray no ha venido.
Inés entró de repente en las habitaciones y salió al poco rato con un
largo mantón negro sobre la cabeza. Andaba con gran cautela, y sus
delicados pies parecía que apenas esfloraban los ladrillos del piso.
Volvió a pasar junto a mí, dirigiéndose a la escalera, pero retrocedió
otra vez.
--Está loca--pensé--se dispone a salir sola. Sin duda él le espera en la
calle.
La muchacha descendió dos o tres peldaños, y tornó a subir. Entonces
observé claramente su rostro; estaba muy inmutada. Balbucía o ceceaba, y
su soliloquio, en que se le escapaban voces articuladas, era de los que
indican una gran agitación del alma. Algunas voces tenues y confusas que
salían de sus labios, llegaron a mi oído y percibí con toda claridad
estas dos palabras: «Tengo miedo».
Al pasar cerca de mí, no sé si sintió mi respiración o el roce de mi
cuerpo contra la pared, porque me era imposible permanecer en absoluta
quietud. Estremeciose toda, miró al rincón, y de seguro me vio, es
decir, vio un bulto, un fantasma, un ladrón, cualquiera de esos
vestigios o imaginarios duendes de la noche, que asustan a los niños y a
las muchachas tímidas. En el paroxismo de su miedo, tuvo, sin embargo,
bastante presencia de ánimo para no gritar; quiso correr, mas le
faltaron las fuerzas. Maquinalmente salí de mi escondite, dando algunos
pasos hacia ella, la vi temblorosa con los ojos desencajados y las manos
abiertas, acerqueme más, y le dije en voz muy baja:
--Soy yo; ¿no me conoces?
--Gabriel--dijo como quien despierta de un mal sueño--. ¿Cómo has
entrado aquí? ¿Qué buscas?
--No me esperabas sin duda.
Su acento de profunda sorpresa no indicaba pesadumbre ni contrariedad.
Después añadió:
--No parece sino que te ha enviado Dios en socorro mío. Acompáñame:
tengo que salir a la calle.
--¡A la calle!--exclamé más desconcertado aún.
--Sí--dijo recobrando la zozobra que al principio había advertido en
ella--; quiero traerla aunque sea arrastrada por los cabellos... ¡Ay!
Gabriel, estoy tan angustiada que no sé cómo contarte lo que me pasa.
Pero vamos, acompáñame. No me atrevía a salir sola a estas horas.
Diciendo esto tomaba mi brazo, y con impulso convulsivo me empujaba
hacia la escalera.
--Esta casa está deshonrada... ¡Qué vergüenza! Si mañana despierta doña
María y no la encuentra aquí... Vamos, vamos. Yo espero que me
obedecerá.
--¿Quién?
--Asunción. Voy a buscarla.
--¿En dónde está?
--Se ha marchado... Ha huido... Vino lord Gray... En la calle te
contaré...
Hablábamos tan bajo que nos decíamos las palabras en el oído. En un
instante y andando con toda la prisa que permitía la oscuridad de la
casa, bajamos, abrimos las puertas y nos encontramos en la calle.
--¡Ay!--exclamó al ver cerrar por fuera la puerta--. En mi
atolondramiento se me olvidaba, al querer salir, que no tenía llaves
para abrir la puerta.
--Pero ¿a dónde vas tú, a dónde vamos?
--Corramos--dijo aferrándose a mi brazo.
--¿A dónde?
--A la casa de lord Gray.
Aquel nombre encendió de nuevo mi sangre, y pregunté con desabrimiento:
--¿Y a qué?
--A buscar a Asunción. Tal vez lleguemos a tiempo para impedir su fuga
de Cádiz... Está loca esa muchacha, loca, loca, loca... Gabriel, ¿con
qué objeto entrabas esta noche en la casa? ¿Ibas a buscarme?... ¿Ibas de
parte de mi prima?
--Pero lord Gray... Explícame eso.
--Lord Gray entró esta noche. Asunción le esperaba... levantose
callandito de su cama y se vistió. Yo desperté también... Asunción se
llega a mi cama cuando iba a partir, y besándome, en voz muy bajita me
dijo: «Inés de mi corazón, adiós, me voy de esta casa». Yo salté de mi
cama, quise detenerla, pero la pícara lo tenía todo muy bien dispuesto y
salió con gran ligereza. Quise gritar, pero tuve miedo... La idea de que
despertase doña María en aquel instante me hacía temblar... Se fueron
muy despacito, y cuando me quedé sola... ¡Ay! La insensatez de esa
muchacha, a quien todos tienen por santa, me enardecía la sangre. Lord
Gray la ha engañado; lord Gray la abandonará... Vamos, vamos pronto.
--¡Me parece que estoy soñando! De modo que Asunción... ¿Pero qué vamos
a hacer, qué vamos a decir a Asunción y a lord Gray?
--¿Y eso dice un hombre, un caballero, un militar que lleva una espada?
Cuando les vi salir sentí un impulso de cólera... quise correr tras
ellos... luego me ocurrió llamar a los de la casa... pero después,
pensando que lo mejor sería impedir la fuga de Asunción, discurrí si
podría traerla de nuevo a casa, con lo cual la condesa no se enterará de
nada... Yo pedí auxilio al cielo y dije: «Dios mío, ¿qué puede hacer una
mujer, una pobre y desvalida mujer, contra la perfidia, la astucia y la
fuerza de ese maldito inglés? Dios poderoso, ayúdame en esta empresa».
Cuando yo decía esto te me presentaste tú.
--¿Y cuál es tu intención?
--Yo dudaba si salir o no. Era una locura salir... ¿Qué hubiera podido
lograr sola? Nada. Ahora es distinto. Me presentaré en casa de ese
bandido; procuraré convencer a esa desgraciada de la miserable suerte
que le espera. ¡Oh!, nunca la creí capaz de acto tan abominable... Haré
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