Despertar Para Morir (Novela) - 09

Total number of words is 4666
Total number of unique words is 1798
30.0 of words are in the 2000 most common words
44.0 of words are in the 5000 most common words
51.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
sobre el pecho y los brazos?... Con la intención de aparecer hermosa,
ella le había preguntado á la modista:--Diga usted, ¿cuál color «me
sentará más»? Y la modista, sin titubear, le respondió.
--El azul pálido, que es un hechizo en las morenas...
Luego de fabricar el peinado y la blusa, una tarde, cuando la luz caía,
entró en el cuarto del señorito á cerrar las persianas.
Era la hora en que él solía llegar para mudarse de ropa y para
anunciar probablemente, que no se quedaba á comer. Rosa esperó al pie
de una ventana, fingiendo que muy distraída contemplaba el jardín; y
cuando sintió en la estancia pasos, se volvió con aire asustadizo, lo
mismo que en la escena hubiera hecho una cómica hábil.
Con aquel ingenioso efecto teatral, toda su belleza tentadora y madura
se le entró al señorito por los ojos.
Como los cortejantes que la moza había visto en las comedias, Gracián
se le acercó, muy inflamada la mirada y la voz, para decirle:--¿No
sabes que me gustas y te quiero?... ¿No sabes que te has hecho una
mujer preciosa?...--Y le cogió una mano entre las suyas, y el talle
luego, con un brazo firme. Sonaron en la puerta, muy discretos, un
par de golpecitos, y un acento, como el de doña Cándida, angustioso,
dijo:--Rosita, ¿estás aquí? Lali te llama...--¡El ángel de la guarda,
compadecido de la ciega moza, todavía la quiso proteger!...
Después de aquella tarde, otros milagros de compasión divina
envolvieron á la joven como en un manto protector. Gracián hizo un
viaje rápido y misterioso como todos los suyos; luego, la nena estuvo
algo malita, y Rosa no dejó de cuidarla ni un momento. Después... los
convexos cristales inclinados siempre sobre la inacabable calceta de
doña Cándida, se posaron encima de la muchacha con tal persistencia,
que los veía, atisbadores y penetrantes, persiguiéndola hasta en
sueños, como una lente mágica, al través de la cual Dios mismo leyera
en su turbado corazón.
Huyendo, entonces, el reflejo obstinado de aquellos cristales, Rosa se
retrajo modesta y acobardada, evitando todo encuentro á solas con el
señorito, hasta que él acechó una ocasión para decirle:
--Tengo que hablar contigo muchas cosas...
Y la quiso abrazar. Desasióse Rosita del abrazo, suplicando con miedo.
--Déjeme usted, por Dios.
Pero muy cariñoso, repitió el señorito:
--Hemos de hablar; ya te diré yo cuándo; nada temas, hermosa.
Era esto en vísperas del viaje á la Montaña, y una vez en el valle,
Gracián muy fácilmente buscó á Rosita sola, en los amplios locales de
la casa, y le notificó sin más ambages:
--Una noche de estas subiré á tu cuarto; no te asustes, y espérame.
Nada repuso ella, conmovida por el espanto y el amor, y desde aquel
instante vivía en la confusión terrible de un mal sueño, midiendo
con pasos de sonámbula aquellas tumultuosas jornadas de su vida, tan
apacibles en apariencia.
Lo más extraño del oculto lance era que el caballero, tan
enamoradizo y caprichoso, no acudiese á la cita en doce noches; doce,
largas y crueles, que Rosita le aguardó medio loca de pasión y de
remordimientos. Ella tan esquiva y de mármol para cuantos la quisieron,
ya con honrados propósitos, ya con finuras galantes; la que sólo una
vez, por romántica fantasía, prendió su imaginación de un hombre que
se dijo poeta; la mujer altanera y soñadora; la aldeana artista, allí
estaba sacudida por el espasmo de la pasión, destrozada por el brusco
despertar de su rústica naturaleza, que, protestando de un largo
cautiverio bajo el señorío espiritual, se revelaba en todo su arrogante
poder, bravía y ardiente, como en el estío la sierra donde nació Rosa.
Celos y rabia sumaban un tormento mayor á la espera de la joven.
Sus sagaces ojos de enamorada habían visto delante de Gracián la figura
altiva y donosa de otra mujer. Era la misma á quien él acompañó en
Madrid una noche reciente, desde el hotel cuya puerta abrió Rosita,
ya sintiendo una celosa sospecha hacia aquella que aceptaba, con tan
patente agrado, la obsequiosa compañía del señorito.
De tiempo atrás la conociera Rosa, y mucho mejor al caballero poeta que
le dió su nombre, oriundo del valle y bien querido en la comarca.
También conocía al hijo de ambos, aquel niño macilento y quejoso de
quien tanto hablaba Lali; y la niña le había contado muy alegre, que
aquellos señores, dueños de la casa contigua al palacio, iban también á
la Montaña.
Las malas sospechas de la moza se aumentaron cuando observó que la dama
gentil y morena coqueteaba lindamente con el señorito Gracián, apenas
llegaron al valle ambas familias.
Juntos paseaban por la mies y por la selva: juntos subían á la montaña
en traza de cazadores, ó charlaban en el jardín bajo los jazmines de un
cenador mientras los niños jugaban. Juntos habían hecho á caballo una
larga excursión, hundiéndose en la hoz adusta, por el camino de Reinosa.
La señorita María los miraba ir y venir, con glacial indiferencia, en
tanto que Rosita concebía un mortal aborrecimiento por aquella señora
que embelesaba á Gracián, hasta el punto, sin duda, de hacerle olvidar
que había dicho á otra mujer: «espérame...»
Y esperando, ya desesperada aquella noche de su confesión, después de
llorar de rodillas en el suelo, lavada su conciencia por el llanto, se
vió Rosa tan culpable de consentimientos y de ansias, que un bochorno
ardiente le enrojeció las mejillas con ascua dolorosa.
Llamó á Dios en su ayuda y mentó con fervor á la Virgen del Camino, la
patrona del valle.
Miró al lucero suyo, y su luz blanca estaba un poco roja; ¿qué
sería?... Con impulso vehemente la muchacha fuése á cerrar la puerta
con cerrojo, y se dijo: Aunque llame cien veces no he de abrir; quiero
ser buena, quiero tener en el cielo una luz blanca siempre, una luz
mía...
Sintió un rumor, apenas perceptible, cerquita de la puerta.
Escuchó ansiosa, y el rumor fué creciendo. ¿Pasos quizá?... Sí; unos
pasos muy leves que se detenían... ¿Llamaban?... Sí; ya lo creo;
llamaban despacito.
Rosa prendió la luz y abrió la puerta con júbilo demente.
Un gato negro hizo _fu_, muy arisco, delante de la moza, y echó á
correr con un galope avieso, encandilados los ojos y el rabo erguido...
Despeinada y llorosa, Rosita se durmió mucho más tarde, cansada de
gemir y de rezar sobre su lecho, por divino milagro defendido.
Había dejado su ventana abierta, y la noche, gozosa, entraba por el
cuarto, toda llena de un vago son de vida; voz de espumas fluyentes en
el río, de besos de las hojas en el bosque, de amores de la brisa con
la flor...
El pobre amor humano allí dormía, rendido de pesar, y el lucero de
Rosa, blanco y puro, temblaba en la llanura de los cielos.


IX

Era indudable que Gracián se aburría, una estancia en el campo de cerca
de un mes, era mucho poema geórgico para aquel gran artista multiforme,
aun contando con el aliciente de perseguir un par de conquistas
amorosas. Por logradas las tenía el famoso cortejante, y con cinismo y
jactancia clasificábalas en su imaginación de este modo: «Eva, que se
hará desear para hacerse valer... equivale á decir que me costará un
pico... Rosa, que espera mis órdenes rendida á discreción... «de balde
y con gracia»... Total, dos empeños de poca monta, sin dificultades ni
riesgos... Dos mujeres conseguidas sin más que extender la mano, como
quien dice...»
Y al hacerse estas cuentas galanas, la triunfante sonrisa de Gracián
se convertía en un bostezo prolongado y fastidioso. Trataba de
ocultarse á sí mismo, que si algún lazo le detenía en el valle con
deseo creciente y mortificador, era su propia mujer, la abandonada y
ofendida esposa que ahora le parecía más bella y codiciable que nunca.
La encontraba diferente á cada momento, y siempre encantadora como
jamás se le había parecido. Algunas veces era María la niña novia de
cándidos ojos y actitudes infantiles, pero más altiva, más arrogante
y desdeñosa que cuando Gracián la enamoró en _Las Palmeras_, en
facilísima escaramuza de pretendiente; en otras ocasiones adquiría una
expresión ideal de Dolorosa, y con las azules pupilas rasas de llanto,
las menos de azucena entrelazadas y el nimbo dorado de los cabellos,
rutilante á modo de corona, le parecía á Gracián haberla visto cubierta
de luctuosa túnica, con un puñal clavado en el corazón, conducida en
andas por las calles en un cortejo de lágrimas y oraciones. Y aquel
incrédulo, que no tenía firme en su alma ni una sola idea religiosa,
contemplaba con extraño respeto, como una cosa nueva y fascinante, el
santo dolor de la mujer que él llevó al altar, con engaño y perjurio,
para marcarla con el hierro de la esclavitud, en martirio irremediable.
Pero, de pronto, aquella pura frente contraída, aquel mirar nublado,
aquella boca crispada, se aplacían en súbita transformación, y todo el
semblante bellísimo tornábase dulcedumbre y alegría, como cuando en la
mar arbolada y tormentosa salta una mano de viento bonancible.
Quedábanse entonces los ojos de María suspensos de alguna divina
aparición, y en los labios le temblaba una sonrisa, colmada de
promesas, que á Gracián le hacía estremecer. Estos cambios bruscos
y peregrinos dábanle al esposo mucho cuidado, y le causaban un
desasosiego que iba convirtiéndose en amorosa tentación. Tan menguadas
consideraciones había guardado él á su esposa y en tan ruin estima la
tuvo siempre, que la indiferencia ó la culpa le impidieron protestar de
la tácita separación que entre ambos inició María, y que se consumaba
en discreto disimulo, con todo el aparato de una avenencia cordial.
Y en aquella rara situación, Gracián el victorioso, el siempre feliz
enamorado, sentía una singular inquietud al acercarse á su mujer con
leves insinuaciones de íntima plática.
Sabía ella detenerle de tal modo en aquel camino, inútil hacía tiempo
entre los dos, que sin hablarle, con una mirada, con un gesto, le hacía
retroceder intimidado. Sin querer confesarle la derrota, calmaba el
_super-hombre_ su vanidad inmensa suponiendo que María, en silencioso
culto, le adoraba, y que los insistentes y rendidos galanteos que él
prodigaba á Eva, la tenían enojada y celosa.
Varias veces, dentro de su propia casa, soportó María enredos amorosos
de Gracián y ofensas imperdonables; pero él se esforzaba en pensar que
entonces no se había fijado como ahora en el efecto que el impudor de
sus hazañas producía en aquella mujer paciente y noble. Quiso creer que
la casualidad, y no una afición que despertaba, le ponía al descubierto
aquella supuesta condición celosa de María, y ahogando con soberbia
terrible su malestar interior, acariciaba con protectores ojos á la
esposa, murmurando compasivo: ¡pobrecilla!...
Para distraerse de aquella sorda irritación que le sublevaba,
esforzábase en cortejar á Eva sin recato ninguno, improvisando cacerías
y paseos á los más pintorescos lugares de la comarca; y aunque siempre
invitaba á su mujer á que tomara parte en aquellas excursiones, ella
se disculpaba de asistir, invariablemente, con pretextos tan fútiles
y poco justificados, que Eva, molestada por aquella displicencia
mortificante, aceptaba los proyectos de Gracián con espíritu de
venganza hacia María, y lanzábase en imprudentes holgorios con su
galanteador, escandalizando aquella vecindad tranquila y timorata.
Se quedaba María muy á gusto en la dulce soledad de su jardín ó de sus
habitaciones, libre para saborear la felicidad dolorosa de su alma, y
mientras tanto los dos excursionistas disimulaban difícilmente su mutuo
aburrimiento.
Eva sentía ya un verdadero asombro ante el silencio obstinado de su
marido, y Gracián perdía terreno en el ánimo de la hermosa, á medida
que la preocupaba aquella terca actitud del ausente y la dolía como una
humillación injusta la indiferencia de aquel á quien para siempre creyó
su esclavo.
Por su parte Gracián se fatigaba en las alternativas de resistencia
y alientos á que Eva le tenía sometido, y suponiéndolas ajustadas á
planes de astucia femenil, sentíase impaciente y disgustado.
Así pasaban los días tejiendo paradojas alrededor de nuestros
personajes. Rosa, en acecho de los pasos del señorito, desfallecía en
atroces luchas de insensata pasión. Su pobre corazoncito, macerado por
la pena, se rasgaba en cauces de remordimientos cuando los ojos de la
moza contemplaban á la señorita María, tan abandonada y tan bella, con
el semblante divinizado por una apacible luz que á veces parecía de
resignación y á veces de felicidad...


X

Una de aquellas mañanas agostizas, cálidas y radiantes, tempranito
llamaron á la puerta del gabinete donde Eva dormía con Tristán. Acababa
de vestirse la señora, cuando una voz infantil preguntó--¿se puede?...
Y sin esperar contestación, la cabecita rizosa de Lali asomóse en la
estancia.
--Ven, ven--gritó con afán Tristanito--¿me traes flores?
--Sólo traigo un clavel--dijo la niña, alzándole, rojo y húmedo, en su
mano diminuta. Acercóse á la cama donde el niño se había sentado, muy
contento, y añadió con delicioso aire maternal:
--He venido muy deprisa; luego te cogeré más flores, monín; ahora están
llenas de rocío...
--¡Mucho has madrugado!--la dijo Eva amablemente.
Muy pizpireta, saltó la niña:
--Porque hoy hemos madrugado todos en casa; á mi papá se le ha
ocurrido marcharse ahora á _Las Palmeras_ en el tren correo, y como
pasa á las ocho, desde el amanecer están en danza las maletas y los
armarios... yo no sé las cosas que ha revuelto... ¡y eso que va por dos
días!...
Eva se quedó estupefacta, y con un vago terror, murmuró entre dientes:
--¡Otra huída!...
Igual idea tuvo Tristán, que recordó con misterio asustadizo:
--También mi papá se fué de repente una mañana, con su maleta... ¿A
dónde irán tan deprisa todos los papás?
Lali se echó á reir.
--¡Qué tonto eres!--dijo sentenciosa--Van deprisa porque el tren no
espera. Mamá me ha contado que tu papá ha ido á Madrid á escribir
versos y libros que valen mucho dinero, y después te va á comprar
muchas cosas... muchísimas... Mi padre ha ido á _Las Palmeras_...
¿sabes dónde es?... Pues allá abajo, en una playa... ¿sabes lo que
es playa?... La arena donde llegan las olas... El mar es como un río
grande, grande... como un cielo todo de agua... ¡Da algo de miedo!...
Pues allí tienen mis tíos una quinta, y en el periódico que escriben en
aquel pueblo «leímos» anoche que había llegado á visitarlos una señora
muy guapa de Madrid, que se llama condesa de Manrique... Y mi papá ha
ido á verla.
Centellearon los africanos ojos de la dama, y Tristán levantó hacia
ellos los suyos encendidos de ansiedades, para interrogar:
--¿Cómo dices que los versos son una tontería y que papá no sabe ganar
dinero?... ¿No oyes que me va á comprar muchas cosas?...
No. Eva oía solamente aquellas palabras del parlamento de Lali, «una
señora muy guapa, condesa de Manrique». Recordaba la breve escena
enigmática entre Gracián y su mujer el día que en Madrid se despidió
de ellos... Hablaron de Casilda Manrique con singular entonación.
Seguramente era una mujer de quien María estaba celosa; una rival «de
cuidado» también para las ilusiones de Eva...
Se puso á vestir al niño maquinalmente; luego le mandó con Lali al
jardín para que allí le sirvieran el desayuno, y nerviosa, agitada,
comenzó á peinarse delante del espejo.
En su endrina cabellera se asomaban con timidez las primeras canas,
tan pocas y con tal precaución, que sólo ella las había advertido;
aquella mañana le parecieron á Eva muchas más que otras veces; iba
entreabriendo la madeja sedosa, y con mueca iracunda, al descubrirlas,
renegando de la edad y de la suerte, golpeaba el suelo con el tacón
agudo de su bota. Aquel día todo le salió á disgusto; el peinado,
dificultoso y lento como nunca, se malogró en ondulaciones que á
su parecer «no la sentaban». Halló su rostro descolorido y vulgar,
señalado con las huellas del tiempo; sus modestos vestidos de
diario, le parecían túnicas indecorosas; sus zapatos, inservibles;
su habitación, miserable... Se creyó abandonada y vendida, víctima
de estupendas traiciones y de infames atropellos... Como una furia
se debatió en su cuarto contra imaginaria tormenta de infortunios,
y, al medio día, salió de su encerrona con la repentina esperanza de
que, torpe la sirviente, no le hubiera transmitido algún recadito
galante de Gracián. Pero se frustró su presentimiento. Ni una palabra
de cortés despedida tuvo para ella su ferviente adorador del día
antes... Aun pretendió disculparle, imaginando que volvería pronto y
no habría querido comprometerla con cartas ni avisos. Pero el nombre
sonoro de la condesa de Manrique cayó sobre la débil disculpa como un
sarcasmo cruel. Pasó toda la tarde en desesperada actitud, y, ya al
anochecer, incapaz de resistir sola aquella silente meditación del
crepúsculo, fuése de visita á la casona de Ensalmo. En la solana halló
á María jugando con Lali y con Tristán como una nena; estaba hermosa
y sonriente, con un aire juvenil, encantador. La figura amenazante de
Eva avanzó sobre el grupo alegre como una sombra trágica, y su voz,
impregnada de reproches ocultos, fué apagando las risas en silencio
fatal.


XI

En la quinta de _Las Palmeras_ sucedíanse las emociones más varias y
curiosas, ocultas, en lo posible, bajo sonrientes hábitos de bailes,
paseos y demás estivales holgorios.
Todas las caras, menos la del marqués, tenían puesto un antifaz
deslumbrador.
El que usaba la marquesa solía rasgarse á menudo con un rebelde gesto
de amargura, tan congojoso y desesperado, que movía á misericordia.
Desde que la ilustre familia llegó á la playa, parque, jardín
y salones, tomaron en la quinta un continuo aspecto de fiesta.
Veraneantes forasteros y familias visibles de la capital norteña se
apresuraron á nutrir con brillante concurso la aristocrática mansión
de los marqueses. Se extrañaba en aquellos regocijos la ausencia de
Rafael, que, engolfado en su interminable dúo con Luisa Ramírez,
deteníase apenas en los festejos familiares. La graciosa provinciana,
que, con tan invencible poder atraía al marquesito, estaba siempre
bella, con un encanto crepuscular, dulce como un recuerdo hermoso.
Su risa seguía fluyendo, cantarina y saludable, á modo de arroyada
bienechora. La afición que esta mujer inspiraba á Coronado, habíase
convertido en un sentimiento profundo, lleno de dulcedumbre y
simpatía; una mansa ternura algo filial, algo romántica y piadosa, que
insensiblemente iba dignificando la existencia del mozo. Al influjo
de aquel cariño noble, refrenadas las licencias de su juventud, llegó
Rafael á pensar en los serenos placeres matrimoniales; pero iniciado
vagamente este plan de boda, la familia de Coronado le opuso serias
razones de apellidos, linajes y fortunas, íntimos problemas de suma
importancia confiados todos á la descendencia del futuro marqués. Grave
parecía el asunto, pero á Rafaelito le estimularon las dificultades,
encendiendo con llama fuerte su propósito de consagrar marquesa á
Luisa. Para hacerle desistir de aquel antojo, llegaron sus hermanas á
asegurarle que Casilda Manrique, la diosa de la aristocracia madrileña,
le prefería á todos sus adoradores--que eran muchos y escogidos--,
pero él celebró su feliz suerte con una carcajada jocunda que le puso
espantoso de feo.
--¿Casilda Manrique?--dijo con su voz cavernosa--¡muchas gracias!... Yo
quiero una mujer para mí solo...
Como era tan hábil y tan bonita aquella celebrada condesa, las de
Coronado se hicieron ilusiones de rendir á sus pies al marquesito,
y lograron, con artes ingeniosas, llevarla á _Las Palmeras_ una
temporada. Todo eran halagos y funciones para detener allí á la
beldad «de moda», una viuda tan verde y tan magnífica, que se había
adueñado de los más finos homenajes de la dorada sociedad. No estaba el
prestigio de la condesa muy lustroso, pero las máculas de su reputación
no eran obstáculo para que los próceres herederos atisbasen sus
millones, que, según se decía, disfrutaban de limpieza cabal.
La de Manrique aceptaba pleitesías y cumplidos con una omnipotencia
soberana, y tenía pendiente de su elección amorosa á un lucidísimo
rebaño de aristocráticos borregos. Pero, cuando mayor era el ansia de
conocer la voluntad de la condesa, susurróse en crítica elegante de
salones, que Casilda tenía un amor, ó cosa así, y que el favorecido por
la suerte se llamaba Gracián Soberano.
En la noticia, que no era cierta, tuvo mucha parte la jactancia
habilidosa de Gracián, á quien tentó la codicia de añadir un laurel
á su mote de «irresistible», comprometiendo con alardes fementidos
á la festejada señora; y cuando supo que la condesa había llegado á
la playa, apresuróse á cumplimentar á los marqueses con una visita
que se prolongó entre lances placenteros. Dejóse la de Manrique, con
fácil travesura, obsequiar por Soberano, pero con pruebas palmarias
de que deseaba marido mucho más que galanteador. Era caso curioso y
sorprendente ver á la viudita aprovechar las pocas ocasiones en que
Rafael se le acercaba, para enconfitarse con el hombrecillo encanijado,
y dejar al buen mozo con un palmo de narices.
Gracián se ponía frenético á favor de su radiante careta, y las de
Coronado se desesperaban viendo la risa con que Rafael iba á contarle
á su madura novia aquellos éxitos, para que le sirvieran de solaz y de
orgullo...
López, el impertérrito asentidor, el amigo complaciente y simple,
soportaba con bendita conformidad la charla insulsa del marqués,
contemplando á la marquesa con unos ojos pícaros y lánguidos, que á
Benigno le hacían sonreir.
Y, de repente, como llovido del cielo, cayó en la playa Luis Galán, muy
elegante, muy ufano, con los dientes blanquísimos... y con una cara de
tonto, que no había más que pedirle. Pero ya dijo la marquesa en otra
ocasión, que no era tonto, aunque lo parecía. Una insolente frescura
fué lo que demostró presentándose en casa de Coronado «como si tal
cosa» y con el decidido intento de hacerle la corte á Isabelita. Fué lo
grave del caso que la muchacha se hacía un caramelo con Galán, y que
don Agustín María Celada y Osorio acogió estos amores bajo su égida con
tales entusiasmos, que la boda se daba por segura al poco tiempo...
Así cruzó el verano por la quinta, luminoso y florido. En el mar el
rumor era un arrullo; en la ribera el viento una bendición; la luz en
el celaje era una gracia ardiente y generosa.


XII

La calma del valle y su silencio llegaron á ser para Eva una tortura.
Su corazón vacío no le daba compañía en la soledad, ni mansedumbre
en la tristeza; estaba sola con sus pasiones, en la más horrible
de las soledades. Obstinándose en la suposición de que todos la
traicionaban, la poseyó el terror de ver su cuerpo abandonado de
la belleza, ídolo material de aquella mujer, único goce que la dió
su fruto de dulzura falaz, amargo al fin... Se contemplaba en el
espejo horas seguidas, escrutando la euritmia de sus formas y de sus
facciones, con ojos agresivos, rencorosa y zahareña recordando las
frases crueles y proféticas con que Diego una noche la llamó «pobre
criatura sin más tesoro que su carne mísera»... Aquellas palabras
le parecían ahora una maldición que empezaba á cumplirse, y loca de
miedo, desde el fondo turbio de su conciencia, diera ya por seguro que
todo le era infiel, que todo huía entre sus manos débiles y ansiosas,
á no alzarse la imagen de su hijo mirándola, mirándola con muda y
triste reconvención... ¡Su hijo que la adoraba, que era todo de ella,
carne suya, alma suya!... ¿quién la había llamado pobre?... Ceñuda
y dominante, con un placer torvo sin sonrisas, buscaba al niño y
estrechábale en un abrazo duro que á Tristán le hacía gemir:--¡Mamita,
me haces daño!...--y temeroso, hurtábase á la ardiente caricia de la
madre, para correr con Lali á sus juegos...
Una noche de aquellas de Septiembre, ya largas y aun apacibles, Eva se
despertó á las altas horas, soñando que tenía arrugado el semblante,
mortecinos los ojos y blancos los cabellos; dió una voz lastimera, y
echóse de la cama despavorida á buscar el espejo en la oscuridad del
dormitorio. Le halló con tino de sonámbula, y se quiso mirar en él sin
luz, con una obcecación desesperante.
Desorbitados los ojos en la negrura del vacío, con un santiguamiento
febril y supersticioso, clamó horrorizada:--¡Estoy ciega, Dios mío,
estoy ciega!...
Temblorosas las manos, frías y torpes, buscaron encima de los ojos, y á
gritos como una poseída, Eva imploraba:--¡Luz... luz... misericordia!...
Despertó el nene lleno de susto, y su acento llorante cayó en la
penumbra de la estancia como plañido de recental:
--Mamá, tengo miedo; estamos á oscuras...
Fué una brisa de clemencia para la desolación de la madre aquel aviso.
Con desatinado aceleramiento encendió una vela, y sin atender al
asombro del chiquitín, fuése al cristal del tocador, que, indiferente
al trágico ademán, la ofreció una imagen tan bella como pávida y dura.
La llama de la bujía, envolviendo á la mujer en nimbo tembloroso,
prestóle tal encanto en el espejo, que ya desensoñada, conmovida por el
goce de hallarse siempre hermosa, Eva lanzó un prolongado suspiro de
bienestar.
Medio desnuda, con la sérica mata de pelo desmandada sobre los hombros,
blanca por la emoción, la tez morena, sonriente un minuto, la señora
exclamó triunfante.--¡Aun tengo mi hermosura!...
--Mamá--lloraba el niño--¿por que hablas sola, y gritas y no duermes?
Vuelta á su lado la madre, serenóse para dormirle. Le besaba, y
mentalmente decía: tengo también á mi hijo; aquí está, le tengo para
siempre... Y al ceñirle entre sus brazos fuertes y desnudos le hacía
lamentarse:
--¡Me lastimas!...
Aflojando la cadena amorosa, logró la madre que durmiese el niño, mas
con un sueño leve y anheloso, sueño de pesadilla ó de enfermedad.
Contemplábale Eva con angustia; su orgullo maternal herido estaba sobre
el cuerpo inocente de aquel ángel, siempre en lucha con el dolor,
¡pobre ángel triste, con las alas caídas hacia la tierra!...
Sólo en aquel estío, ya expirante, había disfrutado Tristanito un
poco de salud. Y al pensar esto, el recuerdo de Lali, alegre y sana,
acometía como un dardo al corazón de Eva.
El rosicler indeciso de las mejillas, era en Tristán como un sonrojo
del que pintó las rosas en la cara de Lali; la voz del niño, un eco de
la garla gentil con que la nena cantaba el goce sano de la vida...
Todo en Lali era alegre y placentero, y al verla junto á Tristán
comalido y atónico, diríase que era el sol de los ojos de la niña
quien le daba un piadoso calor para vivir, y que el soplo tenue de su
existencia era un aroma de la salud de Lali... Nunca Eva como entonces
deseó aquel hijo que dormía en sus brazos, lastimoso y yacente como el
ángel de mármol de un sepulcro.
En el pecho endurecido de aquella madre, los ocultos senos de la
ternura se dilataron con una ansiedad desgarradora; había temblado la
mujer con el terror de que su belleza fuése de cierto carne mísera,
fruto amargo y doloroso; y tembló también por la carne flaca del hijo,
fruto deleznable de una mentira de amor...
Como si reanudase su reciente sueño con un epílogo fúnebre, vióse
lanzada por devastados caminos, hermosa y desnuda, con un tesoro en los
brazos. Anduvo, anduvo en la vastedad de aquel desierto sin orillas,
y halló una cosa reverberante que la atraía; era un cristal ó un
lago, una lámina tersa que reproducía las imágenes. Acercóse trémula
á descubrirlo, y se vió en un espejo vieja y ceñuda, á la luz de una
llama tembladora... Su preciado tesoro era un ángel de mármol, duro y
frío... Estaba pobre, sola, cargada con su carne marchita y con su niño
muerto...
Amaneció en las cumbres de la cordillera cántabra, y aun Eva sentía
pesar sobre sus párpados la cerrazón espantosa de una noche sin fin.


XIII

Al palidecer el paisaje con una ligera marchitez de otoño, la casona de
Ensalmo hallóse lejos, moralmente, de la casita de Eva; sólo el cariño
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Despertar Para Morir (Novela) - 10
  • Parts
  • Despertar Para Morir (Novela) - 01
    Total number of words is 4311
    Total number of unique words is 1676
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 02
    Total number of words is 4441
    Total number of unique words is 1761
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 03
    Total number of words is 4570
    Total number of unique words is 1861
    27.2 of words are in the 2000 most common words
    41.6 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 04
    Total number of words is 4518
    Total number of unique words is 1795
    31.1 of words are in the 2000 most common words
    44.7 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 05
    Total number of words is 4525
    Total number of unique words is 1882
    29.2 of words are in the 2000 most common words
    41.9 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 06
    Total number of words is 4604
    Total number of unique words is 1853
    31.1 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    51.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 07
    Total number of words is 4608
    Total number of unique words is 1801
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 08
    Total number of words is 4681
    Total number of unique words is 1790
    31.0 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 09
    Total number of words is 4666
    Total number of unique words is 1798
    30.0 of words are in the 2000 most common words
    44.0 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 10
    Total number of words is 4647
    Total number of unique words is 1773
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    51.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 11
    Total number of words is 4625
    Total number of unique words is 1772
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    50.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 12
    Total number of words is 4627
    Total number of unique words is 1806
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Despertar Para Morir (Novela) - 13
    Total number of words is 1928
    Total number of unique words is 888
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.