De Sobremesa; crónicas, Segunda Parte (de 5) - 10

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* * * * *
De ser cierto lo que se murmura, el solar de la Zarzuela viene á
ser como símbolo del solar de España. De una parte, los autores y
músicos españoles pretenden reivindicar su dominio, como de propia
casa solariega; de otra parte, una poderosa Compañía de electricidad,
símbolo de la ciencia y de la vida modernas, pretende hacerlo suyo, y,
por último, otra poderosa compañía, símbolo de obscurantismo, según
muchos--aunque no es tan negro el cuervo como sus alas, y si de cerca
se advierte, más que de cuervo tiene de cuco el pájaro,--aspira también
á levantar una de sus mansiones, que algunos verían complacidos, como
monumento expiatorio. ¿Quién vencerá? ¿El Arte? ¿La Ciencia? ¿La ola
negra? ¡Admirable asunto para un poema simbólico! Me recuerda la
explicación que daba un pintor, de más colores que luces, á la alegoría
de un gran techo pintado por él, en un edificio consagrado á la
enseñanza: «De una parte los murciélagos del obscurantismo, huyendo de
la luz; de la otra, los papagayos de la libertad, _personificando_ el
descubrimiento de América».
Debemos desear que, en esta lucha de Compañías, triunfe la que
representa el Arte lírico español, más necesitado que nadie de templos,
y, á no poder ser otra cosa, de capillas en que ofrecerle culto. Las
Compañías de electricidad no necesitan un sitio céntrico; las otras,
menos; tienen un público fiel que va á buscarlas, aunque sea al
extrarradio. Todos sus parroquianos tienen coche propio y automóvil.
* * * * *
En la _Carmen_, de Merimée, como en la ópera de Bizet, inspirada en la
novela, se sobreponen la pasión y la vida; verdad humana, á la verdad
local; que, en este caso, debiera ser española y lo mismo pudiera ser
japonesa, como en la _Butterfly_, de Puccini.
Esta funesta Carmen, con el contoneo de sus caderas, sus toreros,
sus contrabandistas, sus trabucos y sus navajas, ha sido la mayor
contribuyente á la representación de esa España de pandereta, tan
impresa en el extranjero, que nos señala como un pueblo aparte de
Europa.
Una gran artista española se atiene, en la interpretación de Carmen,
á la verdad del novelista y del músico. Es el deber de todo artista
intérprete. La Carmen de Merimée y de Bizet es ésa. La mujer española,
la andaluza en particular... ¿Son así? De ningún modo. Justamente
en España, la mujer meridional es mucho más reservada, más casta en
sus manifestaciones amorosas, que la mujer del Norte. Ninguna menos
provocativa, como no sea por su propia belleza, que la mujer andaluza;
ninguna que, aun muy bajo caída, guarde siempre más esquivos pudores.
Yo he visto bailadoras sevillanas que, en sus momentos de reposo,
evocaban más el recuerdo de las vírgenes de Murillo que el de la Carmen
de Merimée.
El baile andaluz, el verdadero baile andaluz, no el adulterado por
escenarios franceses y españoles, es de un ritmo sacerdotal, religioso;
como Romero Torres, pintor artista, lo representó en uno de sus cuadros.
_Carmen_ es una calumnia más del extranjero. Un tipo de mujer que los
franceses no debieron buscar en España para darle más realidad. Mucho
más parecido á Mad. Steinheil, sin ir más lejos, que á cualquier mujer
española. Pero, en fin, digamos como el duque de Glocester en el _Rey
Lear_: «No he de sentir desliz que dió tan buen fruto». Por admirar á
una gran artista española, tan admirable intérprete de esa calumnia,
démosla por bien empleada.
* * * * *
Á propósito del _Rey Lear_. ¿No le parece á Enrique Borrás, único
primer actor que _llena la escena de actor_, como en sus tiempos
Valero, Rafael Calvo y Antonio Vico, que nos debe una interpretación
de la tragedia de Shakespeare? Hay que agrandar y que engrandecer
ese repertorio. Tan extraordinarias condiciones de actor no pueden
limitarse al repertorio catalán; ni siquiera al castellano:
Shakespeare, Ibsen, esperan su intérprete en la escena española.
Ninguno como Enrique Borrás puede acometer esa empresa, que es de
Arte... y de dinero.
[Ilustración]


XXXVIII

La Réjane, propietaria y empresaria del teatro que lleva su nombre,
cansada de ver fracasar obras y obras, excepto _Raffles_, en que ella
no tenía papel--otra contrariedad, capaz de entristecer el mejor éxito
á una actriz directora,--ha discurrido convocar á la crítica, durante
los primeros ensayos de las obras, para atender todos sus juicios y
observaciones, y poder, con tiempo, reformar las comedias de acuerdo
con ellos. De este modo, la obra sería de los críticos más que del
autor, y, naturalmente, no habrían de meterse con ella al estrenarse.
La crisis del teatro francés, acostumbrado á dominar en todo el mundo,
es tan notoria, que empresarios y autores no saben como defenderse,
y es natural que la Réjane, mujer inteligente, crea haber dado con
la mejor solución. Pero, suponiendo que toda la crítica, ó una gran
mayoría, por lo menos, fuera de una misma opinión respecto á las
reformas, ¿no faltaría siempre el fallo inapelable del público, más
que espectador, colaborador insustituíble en toda obra dramática?
Difícil es explicar la causa: la psicología de las multitudes aún no se
ha estudiado bastante; pero ¡es tan distinto el efecto de una comedia
en la lectura ó ante un limitado auditorio, al que produce la misma
comedia ante un público numeroso! Aun los que ya creyeron más seguro un
juicio en el primer caso, sienten que la impresión es distinta, y no
pueden substraerse á la influencia del público. En la lectura, en los
ensayos, más que el efecto total de la obra, se aprecian el detalle, la
finura de los trazos y de la observación. En las representaciones, todo
esto se pierde, se funde en el conjunto, y el brochazo parece finísima
pincelada, y la caricatura retrato, y lo más fuera de juicio, lo más
encajado y, en cambio, primores de diálogos, sutilezas de observación,
pasan inadvertidas.
Sucede muchas veces con las comedias como con algunas telas, que por el
revés tienen mejor vista, y es lo mejor que puede sucederles, porque
lo cierto es que el público siempre ve el revés de las comedias. Por
eso, el autor hábil debe cuidar el tejido de las dos caras: la una, de
esmerado dibujo; la otra, de llamativos colorines.
* * * * *
Por los teatros madrileños han causado la natural alarma no sé qué
nuevas disposiciones de la autoridad, que amenazan complicar la ya
difícil marcha de los negocios teatrales. Son las tales disposiciones,
á lo que se dice, de lo más arbitrario é injusto que darse puede, y
las empresas, muy cargadas de razón, se aprestan á protestar contra
ellas. Si no es que, dada la buena armonía que entre ellas reina, y la
natural y española satisfacción de quedarse sin los dos ojos por el
gusto de ver al vecino tuerto, no les lleva á pasar por todo, como en
otros asuntos que les interesan: las representaciones de tarde, por
ejemplo, en el extranjero teatro Real, que nunca estuvieron permitidas,
con excepción de las fiestas de Navidad, y que tanto perjudican á los
teatros nacionales.
¡Dichoso país éste, en que gozamos de una Constitución y de Códigos
que parecen garantizar todas las libertades y derechos individuales,
para que después, cualquier tiranuelo de monterilla, entre ordenanzas,
bandos y reglamentos de policía, deje Constitución y Códigos, derechos
y libertades como para limpiarse las narices!
Trátase, según parece, con este nuevo atropello, de reglamentar el
número de localidades que han de venderse en contaduría y las que han
de venderse en despacho; del precio y sobreprecio que ha de fijarse en
días de moda ó de estreno. Como si cada uno, y tratándose de algo que
no es artículo de primera ni aun de última necesidad, como el teatro,
no fuera dueño en su casa, de vender cuándo, cómo y á quién mejor le
parezca.
Pero siempre fué achaque de nuestros gobernantes, altos y bajos,
gobernar á gusto de sus amigos. Llega á casa de uno de ellos una señora
amiga, muy sofocada:--¡Lo que pasa en este Madrid no pasa en ninguna
parte!--¿Qué es ello?--le pregunta el señor de autoridad--Figúrese
usted que yo quería ir esta noche al estreno de... ó á la inauguración
ó á lo que sea. Mando esta mañana por localidades, y me dicen que
no queda ninguna. ¿Ha visto usted qué abuso?--¡Escandaloso! ¡Esas
empresas abusan del público! ¡Habráse visto! ¡Vender todo el teatro!
Hay que poner orden en ello.
Y ¡cataplúm!, al día siguiente _ukase_ á rajatabla para que á la buena
amiga no vuelva á sucederle lo de quedarse sin billetes á la hora
que le acomode ir por ellos. Las felicitaciones de los amigos bastan
á compensar al señor autoridad de las pestes y maldiciones de los
molestados por sus sabias y bien meditadas disposiciones.
Como no se puede dar gusto á todo el mundo, es natural que se prefiera
contentar á los amigos. Bien vale la pena de que los empresarios,
pudiendo vender sus localidades anticipadamente, tengan la galantería
de reservarlas para que, cuando á la buena señora amiga se le ocurra ir
al teatro, tenga dónde escoger.
* * * * *
El divino Emperador de Alemania, en su deseo de fomentar por todos los
medios la cría y reproducción de sus súbditos, se compromete á ser
padrino del octavo hijo que se digne tener cualquier matrimonial pareja
de su Imperio. ¿Cómo han de oponerse sus leales súbditos á tan amable
«Creced y multiplicaos», de tanta fuerza como el divino precepto? Ya me
figuro á los matrimonios alemanes empeñados en esta especie de juego
de la siete y media ó la treinta y una. Cuando una señora, cansada ya
de juego tan poco divertido para ella, se atreva á decir con cuatro
ó cinco: «¡Me planto!» Su marido replicará furioso: «¡Cómo! ¿Vas á
plantarte en tan buen punto?» Carta, señora. ¡Hay que abatir con ocho!
¡Cualquiera renuncia al honor de llamar compadre al Emperador!
Estas naciones montadas militarmente, y en las que todo ha de estar
montado por el mismo orden, son un puro contrasentido. Por un lado,
prohiben á los jóvenes contraer matrimonio mientras están sujetos
al servicio militar; prohiben el matrimonio de los subalternos y
dificultan el de los oficiales hasta cierta graduación y cierto sueldo.
Y por otra parte, todo es achuchar á los ciudadanos pacíficos para
que no se paralice la producción de soldados. ¡Cualquiera entiende el
lío! Hay que contar también con que, ocupados en el servicio militar
los campesinos más jóvenes y vigorosos, la producción de las tierras
decrece, y hay menos probabilidades de que los recién nacidos puedan
traer un pan debajo del brazo. Pero, ¿qué importa? Con que traigan
brazos para coger el fusil de mayores, el Emperador se da por
contento. Antes que en el campo de batalla hay que vencer al enemigo
en lo que Góngora llamó «campo de pluma». Esto es lo que se llama
la Nación armada, en paz y en guerra. ¡Oh! ¡Felices los matrimonios
alemanes que, cuando ya estén más disgustados de la vida matrimonial,
todavía continuaran en buenas relaciones con el consuelo y la
satisfacción de complacer á su Emperador!
Lo que decía aquel matrimonio que fué al teatro con sus chicos:
«Nosotros no nos divertimos nada, pero los niños se han reído mucho».
[Ilustración]


XXXIX

La vida de sociedad, lánguida en otoño, estación de parada, renace
con los rigores del invierno. Los turnos de moda en el Real, en la
Princesa, en la Comedia, resplandecen de lujo y de elegancia. Para
los que van y vuelven en coche, de los teatros y reuniones, Madrid es
alegre. Para los noctámbulos callejeros hay algo más entre cielo y
tierra de lo que suelen decirnos los revisteros de salones.
La Escalerilla, los soportales de la Plaza Mayor, las puertas cocheras
de calles poco frecuentadas, tienen también un público de abonados á
diario: el público de todos los inviernos. Evocan horrores de campo de
batalla los cuerpos tendidos, amontonados; y ¿qué son, sino bajas en la
batalla de la vida? Unas por inutilidad física, otras por inutilidad
moral; irredimibles muchos; algunos, tal vez, capaces de redención. Una
noche y otra pasamos indiferentes ante ellos, porque las preocupaciones
propias no dejan lugar á preocuparnos por los demás. Alguna vez,
una clara espiritual nos predispone á la compasión, y dejamos unas
monedas que alivian el frío y el hambre de una noche; pero ¡son tantas
y tan largas las noches del invierno! Procuramos tranquilizar nuestra
conciencia ó nuestro miedo, considerando la ineficacia de nuestra
compasión individual. Las autoridades no debieran consentir esto,
decimos, y todos asienten. ¡Es un horror!
Las autoridades, en efecto, empiezan á preocuparse al principio de
todos los inviernos, y siguen preocupándose hasta la primavera.
Unos cuantos beneficios, unas cuantas raciones de sopa distribuídas,
nos permiten creer que hemos hecho todo lo humanamente posible.
¡Siempre ha de haber pobres y ricos! ¡Ese es el mundo!
Hay asilos de noche; pero esa gente, sin duda temerosa de dar la cara á
luz alguna, prefiere dormir á la intemperie. Ama la libertad con todos
sus rigores. Tal vez sí; pero téngase también en cuenta que los asilos
están todos en barrios extremos, y mucha de esa gente, que vive de las
sobras del lujo, tiene sus negocios en el centro, y no le conviene
alejarse tanto si ha de acudir, desde muy temprano, á sus empleos y
negocios.
Un asilo en cada distrito sería algo más práctico y más á vista de los
ricos, que con mayor solicitud podrían acudir con mucho de lo que sobra
en sus casas.
Hay, lo sabemos, entre esa gente miserable, muchos indignos de
compasión; si alguien puede ser indigno de compasión, y si el llegar
á ese extremo, no fuera mayor motivo de ser compadecido. Pero ¿y los
niños? ¿Qué culpa puede haber en los niños? Y mientras haya uno, uno
solo que duerma al aire frío en estas noches crueles de invierno, ¿no
es verdad que no tenemos derecho á vivir tranquilos, ni á llamarnos
cristianos, ni á creernos civilizados?
* * * * *
Eduardo Marquina, el admirable poeta, no debe dejarse seducir por
los que vuelvan á decirle, con el mejor deseo: Hay que hacer teatro,
usted es un gran poeta, pero le falta á usted picardía teatral. ¡Hay
que tener picardía! Y cuenta que el consejo es de quien, alguna vez,
también se dejó seducir por complacencias y cayó en el mismo pecado.
Á su hermoso romancero histórico «Doña María la Brava» nada le falta,
y si algo le sobra es, justamente, lo que más habrán celebrado en él
gentes expertas en teatros; las picardías teatrales. Para triunfar le
hubiera bastado el ambiente histórico, de romancero popular, la noble
figura de Don Álvaro de Luna, ambicioso de guerrear contra los moros
por su rey y por su Castilla, y obligado á contiendas civiles, sin
provecho y sin gloria. ¡Qué hermoso y claro símbolo de España!
¿Por qué prefirió el poeta interesarnos con amores y asesinatos
misteriosos? Yo, menos que nadie, le culpo; sé lo que influye en el
artista más seguro y consciente esa preocupación de que el teatro es
una cosa aparte.
Créame el admirable poeta Eduardo Marquina: no se deje influir nunca
por los que dicen conocer al público. El público es como las mujeres,
sólo ama á quien le domina, aunque por el pronto parezca inclinarse á
quien le halaga. Pero un poeta como Marquina no debe contentarse con
ser el amante de una noche, sino el esposo de toda una vida.
* * * * *
Cuando empresas y autores y público padecemos á tantas señoritas de
mejor ó de peor familia, que sin figura, sin condición alguna, y hasta
sin vocación, se dedican al teatro, bien merece un aplauso excepcional
la que, sin necesitar del teatro para nada, le ofrece por verdadera
vocación todos los prestigios de su figura, de su talento y de su
nombre ilustre. El éxito de Anita Martos, en su presentación, es de los
que permiten toda sinceridad sin ampararse de la galantería. Tenemos
una excelente actriz, y cuantos se interesan por el Arte dramático
deben alentarla y sostenerla, no con el público y con la crítica, que
en esto, como César, llegó... la vieron y venció, sino con ella misma,
para que no desmaye en el camino emprendido, que no es todo de flores,
y quien tantas venturas puede lograr en la vida, no es difícil que á la
primera contrariedad renuncie á las del Arte. Hagamos votos por que los
suyos sean de verdadera profesión. El Arte es un divino señor que bien
merece todo sacrificio.
* * * * *
_¿Quién disparó?_--Novela de Joaquín Belda--bien pudiera ser el
_Quijote_ de las novelas policíacas, de las que Sherlock Holmes es algo
así como el Amadís de Gaula.
Decir que en la novela de Belda hay risa para todo el año, es decir
muy poco; porque estamos á fines del de gracia de 1909. No conviene
tampoco tal avidez de placeres desordenados; según están el mundo y
la literatura, con unas horas de regocijo sano bien puede darse por
contento el más asiduo lector de libros modernos. Sobre la risa,
hallaréis por adehala, y, burla burlando, primores de estilo y hasta
un poco de verdor; con que nada echaréis de menos de lo que cualquier
novelista del día puede ofreceros por el mismo precio y sin la risa,
que vale más que todo; que no es lo mismo reírse de un libro que reírse
con un libro.
[Ilustración]


XL

Á los que andábamos á gatas--primeros animalitos femeninos á los que
acude el hombre en su vida--cuando Juana Granier estrenaba el famoso
«Petit Duc» del Maestro Lecoq, no puede por menos de rejuvenecernos
el saber que la graciosa «divette» aún se halla en condiciones de dar
juego por esos mundos y de favorecer según unos, de perturbar según
otros, las relaciones diplomáticas entre Francia y Alemania.
Las mujeres no pueden soportar los irreparables ultrajes del tiempo,
como dijo el trágico, y no tienen razón para lamentarse. La mejor edad
para las mujeres empieza á los cuarenta años. Recuérdese qué mujeres
son las reinas de la moda, del arte y la galantería en París. Sarah,
la inmortal Sarah, que á sus años, á sus años había de ser, representa
á la «Pucelle» de Orleans muy á satisfacción del público; Mme. Bartet,
la divina, que tampoco es de ayer por la tarde, y aún interpreta las
ingenuas de Musset y la Antígona de Sófocles; Cecilia Sorel, algo más
nuevecita, por comparación, por eso no representa damitas jóvenes,
pero también con lo suyo, muy bien llevado, eso sí; la Réjane, á
quien el divorcio ha rehecho una segunda juventud, y en otro orden de
ideas recordemos á Carolina Otero, á Émilienne d'Alençon, á Colette
Willy, ahora en dimes y diretes con su marido por un quítame allá esas
colaboraciones, que tanto les han producido en uno y en otro género.
La más elemental discreción impide citar ejemplos de casa. Pero aquí,
como en Francia, como en el mundo todo, á excepción de los países
salvajes, el «jamonismo» impera. Esto habla muy alto en favor de la
espiritualidad masculina, que aprecia en más lo cultivado por el saber
y la experiencia, que lo natural sin apresto. También puede significar
ilusión de creerse ellos más niños al aprender que con enseñar. La
mujer tiene más vocación docente que el hombre. Verdad es que no han
fatigado tanto su inteligencia durante el día. Además, en el camino del
amor, como por los caminos de la vida, es menos frecuente alcanzar al
que nos lleva delantera en la misma dirección, que encontrarse con el
que viene en dirección contraria. Y el que va con nosotros y adonde
nosotros, ¿qué noticias puede darnos? En cambio, el que regresa puede
darnos informes interesantes y provechosos.
* * * * *
Gómez Carrillo comenta, y me dedica sus comentarios, el nuevo «sport»
á que se han entregado los elegantes de París. Novedad de retorno,
como todas las novedades; porque en otros tiempos, cuando la fuerza
física era plebeya y la cultura del espíritu noble--tiempos hubo en que
fué todo lo contrario, y así va el mundo,--fueron muchos los grandes
señores y damas aficionados á representar comedias. Luis XIV dignábase
danzar en los intermedios de algunas farsas de Molière; María Antonieta
representó, en lo más florido de su corte, «El matrimonio de Fígaro»,
con una inconsciencia propia de una cabecita que había de truncar la
guillotina; Catalina de Rusia tuvo un teatro en su palacio y dejó todo
un repertorio de obras, si no escrito, á lo menos inspirado por ella.
Claro es que entonces no hacían lucro los señores de sus gracias y de
sus aficiones; como tampoco lo hacían de los productos de sus fincas y
de sus tierras. Pero ahora, cuando escudos nobiliarios son el mejor
anuncio de un vino ó de unas conservas, ¿por qué no ha de sacarse
producto de todo?
Dolencia del siglo es el «exhibicionismo». La prensa moderna, causa ó
efecto de este gran impudor público, con sus informaciones íntimas,
con sus fotograbados, con su persecución incesante de la actualidad
en todas las esferas sociales, nos ha quitado á todos la «miaja» de
vergüenza que nos hacía reservar ciertas gracias para el sagrado de
la intimidad. Ahora, cuando la gran señora y el noble caballero saben
que todo el mundo ha de saber si pintan, si esculpen, si representan
comedias, si voltean sobre un caballo ó si hacen cuadros plásticos en
familia, ¿por qué no solicitar directamente el aplauso y la admiración?
Y como el dinero es la medida y tasa de todo, ¿cómo no buscar en el
dinero la verdad de ese aplauso y de esa admiración?
En los primeros momentos podrá perjudicar á los verdaderos artistas la
invasión de los nobles actores, pero pronto vendrá el desengaño. El
verdadero público no es adulador. Sabido es el caso de aquella dama de
continuo celebrada de hermosa entre las hermosas por cuantos formaban
su círculo, y como un día quiso probar el atractivo de su hermosura en
lugar donde se cotiza sin galanterías, padeció el más cruel desengaño.
Á todas las sacaban á bailar menos á ella. Al otro día despidió con
cajas destempladas á todos sus adoradores. El público se encargará de
desengañar á muchos de estos artistas, y si alguno triunfa con arte
verdadero, ¡bien venido sea! Y aun los que destrozan las comedias...
¡De todos modos habían de destrozarlas, con su charla y su crítica
insustancial, desde sus palcos ó desde sus butacas. En el escenario,
siquiera pueden aprender lo que cuesta divertir á un público. Algo
más que disponer una comida ó una «soirée». Todos debiéramos ser un
rato algo de todo. Una indulgencia y una tolerancia universal harían
entonces del mundo un Paraíso; algo aburrido, eso sí, como todos los
paraísos.
[Ilustración]


XLI

Muy próxima la fecha en que ha de celebrarse en la República Argentina
el Centenario de su Independencia, no se advierte, en las esferas
oficiales ni en las particulares, señal alguna de preparativos
para la representación lucida de España en tan señalada fiesta.
Desdicha es que siempre cuidados propios nos impidan estar con toda
tranquilidad de espíritu y holgura de bolsillo necesarias para asistir
á fiestas ajenas; pero pocas veces, como en esta ocasión, era preciso
sobreponerse á todo y hacer lo que se debe; aunque se debiera lo que se
hiciese, como dijo el clásico.
Cuando tan traída y tan llevada anda nuestra reputación por esos
mundos, era más urgente demostrar á todos que la vida política no es
toda la vida española. Nuestra industria y nuestro arte pueden hacer un
brillante papel en la Argentina; pero de nada servirá algún esfuerzo
y algún alarde aislados sin la iniciativa y la protección oficiales.
Queda poco tiempo; no hay que malgastarlo en nombrar comisiones.
Piensen todos que sobre la América española, toda Europa y América
del Norte tienen puestos sus ojos y sus manos, y entre todos tienden
á desespañolizarla. Hasta ahora tuvimos en los naturales la mejor
defensa. Pero ¿vamos á pedirles que sean más papistas que el Papa? Si
nosotros, que tenemos allí mucho en qué comerciar y mucho que explotar,
no nos acordamos de ellos, ¿van ellos á acordarse de nosotros, si para
nada nos necesitan?
El que España figure dignamente, á costa de todos los sacrificios, en
el Centenario de la Independencia argentina, es de un interés del que
no se han dado cuenta nuestros gobiernos. Algo más importante que unas
elecciones.
* * * * *
Hoy empezará sus representaciones el «Teatro para los niños». Nada diré
de sus principios, por tener yo tanta parte en ellos. Otros autores
vendrán después que justifiquen el elogio. Por ahora, baste con alabar
la intención y agradecer á la compañía del teatro y á su director,
Fernando Porredón, el entusiasmo, la fe ciega, el desinterés absoluto,
puestos al servicio de la idea. En compañías de pretensiones y en
empresas de fuste no es tan fácil encontrar todo eso.
No se aspira á la perfección, ni mucho menos; es un ensayo, un modesto
ensayo de un teatro en que los niños no oirán ni verán nada que pueda
empañar la limpidez de su corazón ni de su inteligencia. No saldrán de
allí con adquisiciones preciosas en su vocabulario, como «la vértiga»,
«la órdiga» y otras expresiones. No se iniciarán en los encantos del
garrotín y del molinete.
Si la idea fracasara y yo tuviera la conciencia de que no era por culpa
mía ni de cuantos han de ayudar y servir en la empresa, hago voto
solemne de escribir, en desagravio de mi error y agravio del ajeno,
«Una cachunda» de gran espectáculo, que dedicaré á cuantas y á cuantos
se lamentan de la inmoralidad en el teatro.
* * * * *
En Alemania, tan atenta á la reproducción y á la cría de la raza
humana, se proyecta una ley encaminada á su selección, impidiendo
contraigan matrimonio los individuos que padecen enfermedades
hereditarias ó incurables.
En verdad, que cuando todo se cultiva, se selecciona y se mejora por el
cultivo ó el cruce, en las especies vegetales y animales sólo al hombre
se le permite la más inculta espontaneidad en su reproducción.
El «fetiche» de la espiritualidad del amor--espiritualidad que es sólo
una coquetería más del celo--ha impedido hasta ahora la intervención de
la Ciencia en los matrimonios desiguales y disparatados.
El remedio no será todo lo eficaz que la ley se propone, porque fuera
de la ley, justamente, queda siempre el más vasto campo al amor, y
¡cualquiera le pone puertas al campo! Pero algo podrá conseguirse ¿Otro
remedio más eficaz? No es este lugar para exponer algunas atrevidas
consideraciones sobre este asunto. Algún día las expondré con entera
libertad en un libro ó folleto, ó lo que salga, con espanto de muchos,
como todas las verdades.
* * * * *
Oído en el día de las últimas elecciones para concejales:
Un cochero de punto ve pasar desde su pescante á un compañero, fuera de
servicio y algo apuntado de bebida.
--¡Eh! ¿Estás de fiesta? ¿Adonde vas?
--¡Á votar!
--¡Á votar, tú! ¿Á quién?
--¿Á quién ha de ser? Á los socialistas; á los hijos del trabajo... ¡Yo
soy también un hijo del trabajo! Sólo que yo estoy reñido con mi padre.
[Ilustración]


XLII

Ya pareció Maese Reparos; y ¿cómo pudiera faltar? Con motivo de la
inauguración del Teatro para los niños, hay quien advierte que los
niños están mejor en el campo que en el teatro. ¿De veras? ¿Creen
ustedes que yo lo había puesto en duda por un momento? Sólo que...
¿Campo en Madrid y en invierno? Yo sólo creía que, dado el egoísmo de
ciertos padres, incapaces de privarse de un espectáculo impropio de
niños y capaces de llevarlos al teatro, lo mismo á un terrible drama
con su buen adulterio, que á una comedia de malas costumbres, que á una
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