De Sobremesa; crónicas, Segunda Parte (de 5) - 09

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grosería; allí todo es lo mismo. Lo que ellas dirán, parodiando al
torero: Mas grosera es el hambre.
Alguna vez pasa una ráfaga de belleza ó de arte, y el público guarda
respetuosa compostura. Para que el público respete hay que empezar
por respetarle... pero en seguida vuelve el garrotín, vuelve el
tango, vuelve la canción grosera y las patadas y los dicharachos, y
un matrimonio de burgués aspecto que, sin duda, entró allí por ver de
todo, se levanta antes de que termine el espectáculo y sale presuroso.
--Ese señor se lleva á su señora. ¡Si no la trajera á estos sitios!
--Pero, ¿usted cree?--dice otro mejor informado.--Si es ella la que le
trae á él, y es ella la que se le lleva... Y es un matrimonio que se
lleva muy bien.
--Ya lo creo. Aplicado así el _cine_ es un espectáculo moralizador y
reconstituyente.
[Ilustración]


XXXII

Hay algo más triste para el escritor que no ser leído: ser
mal interpretado. Un anónimo comunicante, persona de gran
inteligencia--esto no lo encubre el anónimo,--me censura por no mostrar
grandes entusiasmos bélicos. Con la lectura de anteriores artículos
podrá convencerse de lo contrario. Fuí de los primeros en censurar
el _sanchopancismo_ que huye de las aventuras como del agua fría
gato escaldado. ¡Sí, que soy yo autoridad para burlarme del espíritu
aventurero, cuando casi no me queda por correr más aventura que la de
meterme fraile! Todos los peligros y contingencias que mi comunicante,
con gran acierto, preveía para España de no haber aceptado la guerra
del Rif, son para mí evidentes, y siento no poder publicar su carta,
pues, sobre todo en lo que se refiere á la cuestión de Cataluña, es de
una clarividencia profética.
Lo que yo lamentaba no es la guerra, sino la ineficacia de sus
resultados. Nos falta idealismo del mejor, que es el idealismo
práctico. Triunfaremos en el Rif con las armas y no triunfaremos con
el espíritu, y sin él todas las ametralladoras, escuadras y soldados
del mundo son inútiles. Después que las armas y la sangre vertida nos
hayan abierto el camino, ¿irá allí el dinero que duerme en nuestros
Bancos, esperando la buena hipoteca ó el buen empréstito que venga á
despertarlo? ¿Irá nuestra industria? ¿Irá nuestro comercio? Lo difícil
no es emprender, sino persistir. Delante Don Quijote
con su adarga al brazo todo fantasía;
con su lanza en ristre, todo corazón,
como canta Rubén Darío; pero detrás Sancho, con sus buenas alforjas y
su manso rucio, á gobernar las ínsulas ganadas por su amo, con buen
juicio y mejor sentido. Y ¡quiera Dios que algún Tirteafuera de por
esos mundos diplomáticos no deje caer su varita privativa al primer
bocado! Por lo demás, muy agradecido á mi comunicante por su cortés
misiva.
* * * * *
Hay quien reniega de toda blandura con el enemigo y pide guerra de
exterminio. ¿Exterminio de qué? Porque no es tan fácil exterminar una
raza, y exterminarla á medias es dar vida perdurable al odio, y medio
pueblo con odio vale por un pueblo entero.
Los ejemplos históricos de la guerra sin cuartel no son de lo más
convincente. Todavía sirve para espantar muchachos el recuerdo del
duque de Alba en los Países Bajos; pero, ¿son independientes? Los
rigores de algún general en provincias españolas, ¿han servido de algo?
Recientes sucesos son la mejor respuesta. En Argelia y en Casablanca
los franceses, y los ingleses en sus posesiones y en la última guerra
del Transvaal, después de los primeros furores, ¿no tuvieron que
pastelear dulcemente, como cualquier hijo de vecino?
Dejemos el espíritu inquisitorial, único que hemos paseado por el
mundo y así nos ha lucido el pelo. Dejemos de ser el país de las
intransigencias feroces, donde no es raro oir, como oí yo á un buen
señor, poseído de la mayor indignación.
--¡Quite usted! Al que hace eso, yo le mataba. Y ¿saben ustedes lo que
hacía quien así se indignaba? Añadir un poco de agua á media jícara de
chocolate. Figúrense ustedes; si á tan inocente porquería señalaba
tan terrible pena en su código particular, ¿qué no sería en más graves
asuntos? Yo salí aterrado del establecimiento lugar de la escena.
* * * * *
_Chantecler_, el más cacareante gallo de todos los gallos tapados,
se apresta á la pelea. Las butacas para la _première_ se cotizan á
cien francos.--Hay _premières_ de más importancia que no se cotizan
tan alto; verdad que luego se encarece el precio en sucesivas
representaciones.--Esta reflexión es de una _cocotte_, celosa de
Rostand. Los palcos están _hors de prix_.
De los Estados Unidos encargan localidades por lo que sea. Los que
de mejor ó peor fe hacen el reclamo, y los que con absoluta buena fe
protestan contra el reclamo, hablan de lo mismo y todo es reclamo. No
parece sino que ese gallo es el mismísimo gallo de la Galia, que no
cantó nunca más sonoro ni desde Vercingitorix á Napoleón el Grande, ni
desde Ronsard á Víctor Hugo.
Todo esto sería ridículo si no fuera simpático. No es de Rostand ni de
su obra de lo que se trata, para los franceses, es de la supremacía
del Arte francés, que ellos, con noble aspiración, quieren sobreponer
al del mundo entero. Algo parecido á lo que hacemos aquí con el nuestro.
Apenas alguno de nuestros escritores viaja por el mundo ó le piden
noticias de otros escritores españoles (hay algunas excepciones), se
arrea un formidable bombo á sí mismo, y á los demás los deja como para
que nadie quiera saber de ellos. Así lee uno tan peregrinas cosas en
esos libros de hispanófilos, al través de los cuales no es difícil
descubrir al Pájaro Pinto ó Ninfa Egeria que apuntó nombres y adjetivos.
Hay quien se cartea con medio mundo por el gusto de desacreditar al
otro medio. De las obras de nuestros autores no se sabrá mucho por
tierras extranjeras, pero de si Fulano maltrata á su señora y atormenta
á sus niños, y si Mengano estuvo complicado en un escalo, eso, como en
casa.
Así es, que al primer escritor español que visita á un escritor
extranjero, se le recibe con agrado; pero cuando llega el segundo...
encierra la plata. El primero dejó preparado el terreno á los demás, y,
para que no cupiera duda de sus afirmaciones, se llevó unas cucharas.
[Ilustración]


XXXIII

Perdonen los jóvenes autores, que por varios periódicos y
particularmente me han enviado una carta abierta, mi tardanza en
contestarles. Falta de salud, no de buena voluntad, ha sido culpable de
mi descortesía.
Cuenten ustedes con que no han de hallar en mi respuesta ni desdenes ni
adulaciones. Tienen ustedes mucha razón de su parte, pero no toda la
razón; por lo menos, en los medios que quisieran ustedes emplear para
imponerla.
Aun las dificultades para darse á conocer un autor son muchas, no lo
niego, y no pretenderé consolarles con la consideración de que son
ahora mucho menores que en mis tiempos, con el recuerdo de luchas y
amarguras propias, con el sinnúmero de obras que yo hube de escribir
antes de lograr que se representara una, no la mejor, de las que tenía
escritas, que alguna fué después también representada con mejor éxito
que la primera. Todo esto que digo pudiera ser consuelo, pero no
remedio, y como dice Brabancio en «Otelo»: Nunca se curaron heridas
del corazón con emplastos para los oídos. Ustedes hablan por su
herida y es justo acudir á ella con algún remedio práctico. Este sólo
puede consistir en buena voluntad por parte de todos; de ustedes en
primer término, trabajando con fe, con entusiasmo, sin desmayar por
la primera, ni la segunda, ni muchas obras rechazadas. Todo llega á
su hora, cuando debe llegar. ¡Si ustedes supieran cuántas veces me he
alegrado después de no haber empezado demasiado pronto!
Las empresas, dicen ustedes, no admiten obras de los desconocidos;
desconfían de ellas. No obstante, en estos cuatro ó cinco años últimos
ha aumentado la lista de autores seguramente en doble número que en
cualquier período anterior de veinte años. Esto prueba mayor fecundidad
ó mayor consumo; de cualquier modo, mas facilidades. Las empresas no
temen tanto los fracasos posibles como los falsos éxitos. He aquí
la plaga que todos debemos combatir. Los estrenos con el teatro
lleno de amigos y abarrotado de _claque_; la crítica abrumada de
recomendaciones. Nuestra crítica es con exceso benévola; de ahí que
alguna, vez, cuando deja de serlo, parezca injusta. El público, cansado
ya de ver obras muy aplaudidas y muy celebradas que no corresponden á
sus esperanzas, acaba por no acudir ni á los estrenos como la firma del
autor no le dé alguna garantía. Teatro ha habido que bien pudo poner en
sus puertas: «Cerrado por éxitos». Todas las obras eran ovacionadas y
ninguna daba dos reales. Esto hace á las empresas huir de los estrenos
y preferir el repertorio, de no contar con obras de alguna garantía,
siquiera para que el público acuda al estreno. Hay autores que se
contentan con esta _gloriola_ del parecer y no ser, y salen á escena
tan satisfechos, sabiendo que todo el teatro ha sido regalado por ellos
y que las críticas ó sencillas gacetillas del día siguiente les ha
costado mas pasos y mas recomendaciones que trabajo les costó componer
la obra.
Y ¡pobre empresario si ante el vacío de los días siguientes se decide
á retirar la obra!--¡Cómo! ¡Un éxito de público y de prensa! ¡Y la
obra tal que fué pateada sigue en el cartel todavía!--¿Qué quiere
usted?--protesta el empresario.--La gente viene á verla.--Ellos no
comprenden que de un pateo del público verdadero pueda salir una obra
con más vida que de los aplausos de un público amañado.
Verdad en los estrenos; equidad en la crítica. He aquí la mejor
garantía para las empresas. Limítese el número de billetes de autor,
suprímase la _claque_, si es posible, y déjense de recomendaciones para
la crítica. ¡Una friolera! Dirán ustedes. No es tan difícil el remedio.
Bastaría con que la Sociedad de Autores publicara el ingreso verdad de
cada estreno y las empresas el número de localidades regaladas. Á mí no
me duelen prendas.
Ya es más difícil y atentatorio á la libertad de los empresarios,
dueños de un negocio, imponerles la obligación de estrenar ó de no
estrenar obras de determinados autores. En primer lugar, ¿dónde
empieza, y sobre todo, dónde y cuándo acaba lo que ustedes llaman
_firmas_? Y suponiendo que los autores se dividieran en categorías y
solo pudieran estrenar en los teatros de categoría correspondiente,
¿cómo impedir las representaciones de obras del repertorio, que serían
obstáculo á los noveles, lo mismo que los estrenos de _firmas_?
No puede decirse tampoco que éstas han abusado de un perfecto derecho
á estrenar en los _cines_. Ni podrá suponerse que ha sido por idea
de lucro. Cualquiera de las obras estrenadas en ellos, en teatros de
mayor categoría les hubiera producido cuatro veces más en menor número
de representaciones. Estoy seguro de que algunos de estos escritores
de firma no han llevado más idea que la de complacer á un empresario
ó á un actor amigo; la de favorecer con la mejor voluntad á un género
de teatros populares que merece toda simpatía. Es injusto acusar de
egoísmo ni de pretensiones de monopolios á estos autores. Cada uno de
ellos recomienda por lo menos cinco ó seis obras de autores noveles por
temporada.
Mucho más diría á mis amables y simpáticos comunicantes si no temiera
entrar en particularidades poco interesantes para el público.
Tengo mucho gusto en ponerme á su disposición para hablar más
largamente de este asunto y perdonen si la contestación no fué del todo
á gusto suyo. Ya empecé diciendo que no hallarían en ella ni desdenes
ni adulaciones.
[Ilustración]


XXXIV

Si en España no pensara una el bayo y otra el que lo ensilla, y el
bayo mejor que el palafrenero, en poco hubiera estado no tener nuestro
poquito de asunto _Dreyfus_, con su guerra civil _ideal_, al grito de
¡Patria, patria! de una parte, y de otra al de ¡Humanidad, humanidad!
Por fortuna, ó por desgracia, no hay asunto que nos interese más de
cuatro días, y á las cuestiones ideales se sobreponen las personales,
que son las que más nos preocupan. Todo cede ante el interés de los
nuevos nombramientos. La designación de un gobernador importa más que
nada; dentro de poco las elecciones, y vamos viviendo.
En el extranjero, aunque en apariencia parezca un disfavor, nos hacen
el favor todavía de juzgarnos fanáticos luchadores por las ideas... Sí,
sí; ¡buenas ideas nos dé Dios! ¡Personas, personas y personas! como
diría Hamlet, si hubiera nacido español. Somos realistas, en el sentido
filosófico de la palabra. Aquí las personas no son símbolo de nada,
sino de su persona misma. Se dirá que hay pocas personas capaces de
elevarse hasta el símbolo. Pero, no; son creyentes los que faltan, no
son santos. Con un poco de devoción no es difícil levantar altares.
Ahora, digamos: ¿Por qué siendo el pueblo más indiferente en todo, en
Religión, en Política, en Arte, nos damos traza para parecer á los
extraños un pueblo intolerante y fanático? ¿Es todo desconocimiento
de los extranjeros, ó no habrá algo de culpa por nuestra parte? Esto
es lo que debe interesarnos más que todos los dimes y diretes de
casa y de fuera de casa. ¿Por qué somos una cosa y parecemos otra? Ó
¿es que nosotros mismos no nos damos cuenta de lo que somos ni de lo
que parecemos? Es lo que importa averiguar. Nada más triste que la
inconsciencia para los pueblos y para las personas. Fanáticos por una
idea, tuerta ó derecha, todavía podemos parecer grandes; inconscientes
de todas, sólo podemos parecer ridículos.
* * * * *
¿Quién había de decirnos, pocos días antes que, en esta próxima
conmemoración de los difuntos, nuestro más fervoroso responso
sería por el partido conservador? ¡No somos nada! Á bien que los
conservadores podrán consolarse con la idea de que en este país no se
puede ser cosa mejor que difunto. Por algo, entre nosotros, tiene su
conmemoración tanto de fiesta pagana, con su bulliciosa visita á los
cementerios, el vistoso adorno de sepulturas, sus buñuelos de viento
y sus representaciones del «Tenorio», á modo de auto sacramental, más
regocijado que severo. Tierra de un glorioso pasado, nuestro mayor
consuelo está en los muertos. Hay quien llora todavía por Felipe II, y
quien suspira por no haber conocido á Doña Juana la Loca.
Al político joven y bien intencionado se le abruma con el recuerdo de
Cisneros, y al escritor novel se le aplasta con la balumba de nuestra
literatura clásica. Inútil escribir después de Cervantes; vano esfuerzo
pintar después de Velázquez.
Lo que puede uno hacer de más provecho es... hacerse el muerto.
Esto es lo que acaso no comprende el partido conservador, que ahora
quiere mostrarse más _vivo_ que nunca. ¡Gran desconocimiento de sus
intereses! La agitación de tantos años de mando no puede por menos de
haber alterado su organismo. Nada mejor que el reposo y el silencio.
Es el mejor sistema curativo para la neurastenia. Crean en mi consejo
desinteresado: cuanto más quietecitos y más muertos parezcan, más
pronto lograrán nuestra admiración. Los vivos molestan á todo el
mundo. Los muertos sirven para que medio mundo moleste al otro medio,
recordando las virtudes de los difuntos. Procuren sacar todo el partido
posible de su papel de muertos, que es el más airoso en esta tierra de
los recuerdos... y de los olvidos fáciles. Ellos deben saber mejor que
nadie cómo una corona de difunto puede convertirse en aureola.
* * * * *
Entre todos los personajes de nuestro teatro ninguno despierta tanta
simpatía como Don Juan Tenorio. Ningún otro podría soportar la
periódica reaparición con tanta seguridad de aplauso. ¡Es tan español
este Don Juan, de Zorrilla, de quien hay que creer en empresas y
amoríos, más por lo que dice que por lo que hace, como á casi todos
nuestros políticos!
Y de un pueblo que adora á Don Juan, ¿no podrá decirse como á él mismo
su amada: «Con Don Juan te salvarás ó te perderás con él?» Confiemos,
como Don Juan, en la infinita misericordia divina que le abrió las
puertas del cielo, no por sus acciones, seguramente, sino por los
bellos versos en que supo decirlas. ¿Por qué no han de pesar tanto en
la justicia divina las bellas palabras como las buenas obras?
[Ilustración]


XXXV

Quien llamó á París _Cabotin ville_ ¡vaya si supo ponerle nombre! Todo
en ella reviste aspecto teatral, y no es extraño que los comediantes de
París sean, si no los más artistas, los más actores del mundo; porque
en todo parisién hay un comediante nato, y en toda parisiense ¡no se
diga!
El proceso Steinheil es en estos comienzos de temporada, la
pieza de mejor éxito, y lo será, por lo menos, hasta el estreno
de _Chanteclair_. Sólo Rostand puede competir con esa admirable
artista hembra, que es á la vez autora y actriz en la interesante
obra representada. Hay que convenir en que cuenta con inteligentes
_partenaires_ para darle la réplica, y el público, por su parte,
interviniendo en la acción, como el coro en la tragedia griega,
contribuye á sostener el interés de la enredada trama, que para sí
quisieran todos los escritores _rocambolistas_ y _sherlockholmistas_
que en el mundo han sido.
Difícil será para los magistrados desenlazar la obra á gusto de todos,
y de condenar á la protagonista, todos podrán exclamar con ella misma,
y con mayor razón que Nerón: ¡Qué artista pierde el mundo! He ahí
una mujer que no pudo ó no supo acertar con su camino. En el teatro
hubiera llegado á _socia_ de la Comedia Francesa. No le hubiera servido
de poco, aparte las condiciones artísticas, su mano izquierda... ó
su derecha ¡vaya usted á saber! con personajes políticos de talla.
Obligada á emplear sus condiciones dramáticas en la vida, quizás el fin
de su carrera sea lo más desastroso.
Eso sí; lo de _socia_ no se lo quita nadie, y de la mejor sociedad.
De lo que han sido privadas las elegantes, con el rigorismo del
presidente no permitiendo la entrada á las señoras, es de saber á
qué atenerse respecto al último figurín para vistas de procesos
sensacionales ¡Cuánta exquisita _toilette_, dispuesta para la ocasión,
habrá quedado en esos roperos! ¡Infeliz señora; tan odiada por unos,
tan compadecida por otros... y tan envidiada por todos!... Porque
¡vaya si se ha divertido en este mundo! Y eso será lo que acaso no la
perdonen, aunque su inocencia quedara demostrada.
* * * * *
Supongamos que en cualquier parte del mundo se hubiera estrenado una
obra póstuma de tan gran artista como el maestro Chapí, y así hubiera
sido esa obra--y no lo es ésta--lo mas endeble é insignificante, ¡con
qué respeto no hubiera asistido el público á la representación! El
nuestro no lo entiende de esa manera y dió un lamentable espectáculo
en el estreno de _El diablo con faldas_. Y eso con una obra que era
de su agrado. Y es que esos _cines_ del garrotín y de la machicha
son grandes centros de cultura, y hay espectador que si no berrea y
patea y relincha y suelta cuatro palabrotas, se figura que no se ha
divertido, y cuando asiste á otros espectáculos cambia de lugar, pero
no de costumbres. Si el glorioso músico español, que tanto padeció
en vida de esas irrespetuosidades de nuestro público, pudo, desde la
región _donde asiste eternamente_, contemplar el estreno de su última
obra, ¡qué satisfacción la suya haber abandonado este pequeño mundo!
Cuando espera todavía la iniciativa para erigir un monumento que
dé testimonio á la posteridad, no de su gloria, pero sí de nuestra
gratitud, ¡pateo, protestas, groserías!... ¿Es que ya no se perdona la
gloria ni á los muertos?
* * * * *
Yo, que este año me sentía un poco muerto, con tantos honores. ¡Hay
años felices! Un teatro con mi nombre. Ustedes no saben el efecto que
produce ir por la calle y oir de pronto á unos señores que dicen:
¿Vamos á Benavente esta noche? ó ¿Qué _echan_ hoy en Benavente? Yo
procuro, por no hincharme de vanidad, suponer que se refieren á
Benavente, provincia de Zamora; pero... vamos, me siento cadáver.
Además, mi retrato en el saloncillo del teatro Español. Gracias mil á
sus amables directores; gracias también á Juan Antonio Benlliure, y
más agradecido á todos, si ya que, por aquello de «los últimos serán
los primeros», se acordaron de mí para anticiparme en vida este honor,
no tardan en aumentar la galería con otros retratos que allí faltan,
y que yo soy el primero en echar de menos, y mucho más cuando el mío
sobra--Sellés, Galdós, Dicenta,--y sólo nombro á los que son anteriores
por orden cronológico en la historia del Teatro Español. Sólo en la
seguridad de que más se atendió á facilidades de ejecución, por mis
muchas desocupaciones, puedo aceptar una primacía que de ningún modo
me corresponde. Y si alguien lo juzga falsa modestia, no sabe que yo
tengo una vanidad tan grande que está por encima de esas vanidades. Yo
quisiera ser cien veces mejor autor dramático de lo que soy, y ser, sin
embargo, el peor de todos entre cien autores más que honran el Teatro
Español. ¡España sobre todo y sobre todos!
[Ilustración]


XXXVI

El sentido moral indignado sería muy respetable si se indignara á
tiempo y con absoluta justicia. Por ejemplo: con tantos malos maridos
y peores padres como andan por todas las esferas sociales; con el
que vive á costa de su mujer ó de la ajena; con el que no repara en
transmitir á sus hijos dolorosa herencia de enfermedades, por lograr
su bienestar con un matrimonio conveniente; con el funcionario torpe
ó prevaricador; con el adulterador de substancias alimenticias; con
el usurero sin entrañas; con el explotador sin conciencia... En todos
éstos podía emplearse mejor esa indignación derrochada por ligeros
indicios contra mujeres indefensas, siempre respetables. La descortesía
masculina sería disculpa en este caso, y en otros parecidos, de lo
mismo que con ella pensaban castigar. Si así son los hombres, se
comprende que toda mujer de sentimientos delicados procure evitarlos.
De estas cosas, como de la influencia clerical en el espíritu de las
mujeres, como de todos sus extravíos, tiene siempre la culpa el hombre,
por su grosería ó por su indiferencia. La mujer necesita una fe, un
apoyo, una creencia en algo, humano ó divino. Si el hombre renuncia á
ser el sacerdote de su casa, en doctrina y en ejemplo, ¿cómo impedir
que la mujer acuda á otros altares, paganos ó cristianos? La mujer
que acude al hombre de su cariño en demanda de ayuda y consejo y le
oye contestar desalmado: «¡Déjame en paz! ¿Qué entiendo yo de eso?
¡Cosas de mujeres!» ¿No se sentirá desligada de él para siempre, por el
corazón y por la inteligencia? «¡Gran cosa es entender un alma!»--dijo
Santa Teresa.--Mientras los hombres ignoren el alma de la mujer,
¿pueden quejarse de que ella busque ser entendida? Por algo la Iglesia
católica, gran conocedora de la psicología femenina, viste con traje
talar á sus ministros. Sabe que sus mejores conquistas espirituales
son las de las mujeres que llegan desengañadas de los pantalones.
El confesor no dice nunca como el marido: «¿Qué entiendo yo de eso?
¡Cosas de mujeres!» El entiende de todo. Por eso domina sobre nuestras
mujeres. No le culpen los hombres, ni las culpen á ellas; cúlpense á
sí mismos, y no se quejen de que el sacerdote llegue á ser padre de
familia, cuando ellos no supieron ser los sacerdotes de su casa.
* * * * *
De todos los problemas que deben solicitar la atención de nuestros
gobiernos, ninguno tan urgente, tan necesario como el aumento de
sueldos. Existe una desproporción monstruosa entre el aumento de
necesidades en la vida moderna y la mezquindad de los sueldos; aun
los que parecen más excesivos por comparación con los inferiores. No
hay derecho á exigir solicitud, diligencia, ni siquiera honradez, á
servidores que carecen de lo necesario y han de aparentar lo superfluo.
Y mientras tan urgente resolución alcance á todos, me dirijo á la
noble inteligencia y al gran corazón del nuevo director de Correos,
señor Francos Rodríguez: ¿No cree de justicia--no he de invocar la
compasión con tan recto espíritu--el aumento de retribución á los
peatones de Correos, verdaderos parias entre los servidores del Estado?
Todo el que haya residido algún tiempo en lugares donde estos humildes
depositarios de tantos intereses prestan sus penosos servicios,
sentirán que nada más justo ni más urgente. Y después... ¿olvidarán á
los maestros y á toda esa clase media burocrática, tan desdeñada, que
nunca se declaró en huelga, ni alarmó con manifestaciones, ni tiene su
Primero de Mayo, ni sus sociedades de resistencia, ni una lujosa casa
donde congregarse?
Los gobiernos, demasiado preocupados con los que pueden hacer alarde
de fuerza, se preocupan muy poco de los que sólo pueden hacer alarde
de debilidad. Es preciso fortalecerlos, siquiera para contar con
aliados el día de la gran batalla; porque al chocar de dos fuerzas
contrarias y poderosas, nadie sabe lo que puede influir de un lado ó de
otro la indiferencia de los neutrales que, cruzados de brazos, con la
impasibilidad de la desesperación, exclamen: «¿Y á mí, qué?» Hay que
procurar que todos tengan un por qué para luchar por algo.
* * * * *
El pueblo madrileño no ha podido demostrar sus simpatías al pueblo
hermano en la representación visible de su monarca. Comprendo la
difícil situación de un gobierno que, si peca de confiado, puede
incurrir en grandes responsabilidades, y si peca de previsor desagrada
á todos, quizás á los mismos con tan excesiva solicitud guardados.
Los tiempos no están para excesivas confianzas; acaso tampoco para
excesivos recelos. Lo mejor en estos casos es dejar algo en manos de
Dios, ya que los ojos de la policía no pueden estar en todo, y algo
también al corazón del pueblo, que siempre responde á toda confianza, y
á quien siempre ofende todo recelo.
¡Triste cosa es que el temor á un loco ó á un malvado haya impedido al
rey de Portugal conocer al pueblo madrileño! En cambio habrá conocido
mejor nuestra política. Cuando tantas precauciones hay que tomar--se
habrá dicho,--no hay duda, por aquí ha pasado un Juan Franco. En
efecto, señor. Esperemos que vuestra majestad vuelva á visitarnos
cuando ni en España ni en Portugal quede sombra de estas pesadillas.
Sólo en los pueblos verdaderamente libres pueden pasear los reyes
libremente. Ahora os lo podrá decir el rey Eduardo.
[Ilustración]


XXXVII

¿Se acaba la guerra? ¿No se acaba? ¿Se acabó ya? Todo hace esperar y
creer que sí; sólo algunos espectadores del antiguo régimen echan de
menos un final de efecto; alguna gran batalla decisiva; una apoteosis
con bengalas y desfile general, como en zarzuela de espectáculo. No
tienen en cuenta que la guerra moderna no admite esos finales de efecto
preparado. Ya no son posibles caballos de Troya, buen cuadro final de
una empeñada guerra; ni el asolamiento de ciudades y reinos, ni la
cautividad de pueblos enteros. Hay que contentarse con un desenlace
modesto, y es de notar que ahora les parece poca guerra á muchos de
los que antes les pareció demasiada, y hubieran renunciado á todo
por no vernos metidos en aventuras. No á ganar más, sino á conservar
lo ganado debemos aspirar todos, y á que la gloriosa sangre vertida
no sea infecunda, y esa será la mayor gloria de los que sucumbieron.
Señores capitalistas españoles: ya que no sea todavía ley el servicio
obligatorio para vuestros hijos, se impone el servicio obligatorio para
vuestro dinero.
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