De Sobremesa; crónicas, Segunda Parte (de 5) - 05

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ser tan de todos, es donde menos debemos ser cada cual como somos,
es la señal mas evidente de la cultura de un pueblo. Y aquí ¡cielo
santo! por la calle se habla á gritos de religión y de política, y
de mujeres y de hombres; por la calle le espetan á uno en su cara lo
mismo la admiración que el desprecio; que el comentario á la figura
que el juicio crítico del atavío, modesto ó llamativo; en la calle le
para á uno cualquiera, al sol ó la lluvia, sin conocernos mas que de
vista, y de plantón, nos refiere su lastimosa historia ó nos anuncia la
lectura de una comedia; en la calle nos interpela el amigo francote,
de acera á acera, sobre los asuntos más reservados:--Ya hablé con ese
hombre... Dice que te llevara al Juzgado... Ya nos veremos... Otras
veces, desde la plataforma de un tranvía, otro campechano, pero algo
más discreto, nos grita, cuando vamos sentados en el interior, entre
otros viajeros:--¿Cómo va? ¿Se le arregló á usted aquello?... ¡Aquello!
que abre amplios horizontes á la imaginación, y lo mismo puede ser
un pleito, que un disgusto de familia, que un órgano importante...
¿Habrá ordenanzas de policía capaces de evitar estas y otras mil
impertinencias callejeras, que no son piropos, ni blasfemias, ni
vendedores ambulantes?
* * * * *
Acabo de leer el nuevo libro de poesías de Fernández Shaw: «La vida
loca». Yo diría del libro y del poeta... Pero no; seamos discretos.
El propio autor nos ha dado una provechosa, y quiero demostrar que
aprovechada, lección de tacto y de mesura en esto de opinar sobre
autores contemporáneos. Preguntándole un crítico su opinión sobre el
teatro moderno, el señor Fernández Shaw no quiso en modo alguno soltar
prenda, se limitó á sonreir. ¡Oh, la sonrisa, qué discreta opinión! Y
á decir: No me pregunte usted. De los autores del siglo XIX, admiro á
Tamayo y á Ayala.--Sí que es un gusto; teniendo á Zorrilla y á García
Gutiérrez, más propios para ser admirados por un poeta. Pero el Sr.
Fernández Shaw respondió muy juiciosamente. «No se debe opinar en
público sobre autores vivos; otra cosa es en dedicatorias particulares.
Preferir á unos es molestar á los otros; celebrar á todos por igual, es
demasiado; decir francamente que todos son malos, es contradecir las
dedicatorias... Nada, nada; lo más discreto es sonreir y remontarse á
los muertos». Prudentísima actitud que yo tengo ahora muy en cuenta
y, aunque sabe Dios, que sólo flores pensaba decir del nuevo libro,
me limitaré á sonreir y á decirles á ustedes: Admiro á Góngora y á
Garcilaso. Ni con los del siglo XVIII ni con los del siglo XIX quiero
compromisos.
* * * * *
Los buenos propósitos duran poco. Leo otro libro: «Tardes del
Sanatorio», de Silvio Kosstti, y sin saber quién sea el autor, ni
tener de él otra noticia que su libro y nombre--suponiendo que sea el
verdadero y no un pseudónimo, como parece,--me atrevo á opinar y á
proclamarlo como libro de muy agradable y sabrosa lectura; libro que
sabe á vida, entre tantos que sólo saben á libros. Libro de humor y de
donaires, á la manera de aquel D. Francisco de Torres y Villarroel,
original excéntrico de nuestra literatura, tan poco estudiado todavía y
tan digno de serlo.
* * * * *
Un nuevo nombre viene, sacado á luz por minuciosa crítica literaria, á
disputar una vez más á Shakespeare la paternidad de sus obras. Antes
fué el de Bacon; después el del conde de Pembroke; ahora es el de
Rutland... Crítica sabia, crítica erudita, que no puede resignarse
á juzgar obras tan admirables, como obra de un comediante vulgar;
de un hombre que no podía ser literato... Pero ¿hay literatura en
las obras de Shakespeare? ¿Literatura personal, literatura que no
sea la de todos los predecesores y contemporáneos suyos en el teatro
inglés? ¿Hay en la técnica, en los asuntos, en la composición de sus
obras algo que no esté en los demás autores de su tiempo? ¿Qué hay
sobre todo esto en las obras de Shakespeare, para que á todas sean
superiores? ¿Es literatura? No. Es saber de la vida, del bien y del
mal de ella, de los palacios y de los tugurios, de los reyes y de
los rufianes... Y para esto, ¿quién mejor que el humilde comediante?
Shakespeare, literato, hubiera sido solo el autor de «Venus y Adonis»;
como Cervantes lo hubiera sido solo de «La Galatea» ó del «Persiles».
Shakespeare, como Cervantes, fueron ellos... por ser ellos; los que de
todo sufrieron y por todo pasaron... ¡Pasaron! Esa es la grandeza de
los espíritus superiores; pasar por todo. Los pequeños son los que no
pasan; se quedan en cualquier parte: en la literatura, por ejemplo:
Como esos críticos, empeñados en encontrar al literato en las obras
de Shakespeare; sin saber encontrar al hombre; el que reveló todo el
secreto de su alma y de su arte en aquel: «And I, Poor monster!» «Y yo
¡Pobre monstruo!» de su «Noche de Reyes».
[Ilustración]


XIII

No sé si algún liberal de los fósiles, después de leer «El resplandor
de la hoguera», la última novela de Valle Inclán, le juzgara
definitivamente afiliado al partido carlista y le llorara muerto
para la literatura; para la literatura liberal, que no es toda la
literatura, por lo mismo que toda la literatura sea ante todo libertad.
Por mí, sé decir que no conozco narración de nuestras guerras civiles
tan artísticamente desapasionada de toda idea de partido. Son en ella,
los de uno y otro bando, seres humanos de toda humanidad, y sobre ellos
pasa, fatídica, esa ventolera de locura colectiva que de cuando en
cuando enardece á los pueblos y los lleva á guerrear por cosas que el
día antes nada les importaban y que, en razón, no debieran importarles
nunca. Pasa entonces, sobre los espíritus más vulgares y pacíficos,
un aliento de grandeza, que convierte en gran estratégico á un rudo
cabecilla; en héroe, capaz del martirio, á un rústico idiota, en madre
de los Gracos, á la menos cívica campesina... en temibles conspiradoras
á buenas señoras de pueblo y á monjas bobaliconas... Los espíritus se
afinan, se sutilizan, se subliman... ¿En nombre de una idea? ¡Bah! Esto
de tener simpatía por una idea ó por otra, ¡depende de tan poca cosa!
Que fueran los carlistas ó los liberales los que robaron unas gallinas
ó los que llegaron con mal modo; que fuera de un partido ó del otro el
que prestó los cuartos sobre las tierras... ¡Ideas! ¿Qué saben de ideas
los que matan y los que mueren? «We are flies that gods kill for their
sport». Como decía el rey Lear: Somos como moscas, que los dioses matan
por pasatiempo.
Este pasatiempo de los dioses, que se llama la guerra; esta fatalidad
de las pobres moscas humanas, que las lleva á combatir unas contra
otras, enloquecidas, parece sobre todo en la admirable narración de
Valle-Inclán; cuyo espíritu de artista no permite vulgares filiaciones
de partido político, ni siquiera de escuela literaria.
* * * * *
La Asociación Matritense de Caridad vuelve á solicitar el auxilio
y la atención de todos, en su loable propósito de extinguir la
mendicidad callejera. Para conseguirlo por completo hay algunos graves
inconvenientes. Somos desconfiados y sensibleros. Para ser desconfiados
tenemos muy buenas razones. Muchos siglos de pésima administración.
Para ser sensibleros no tenemos tantas, si consideramos que el problema
de la mendicidad no se remedia con sentimentalismos. Se trata de una
enfermedad social que es preciso combatir en sus raíces. Médicos y
sociólogos son los llamados á proponer remedios.
El emplastito de los cinco céntimos, que nos quita por el momento
al mendigo molesto de delante, si basta á tranquilizar conciencias
fáciles, no basta á remediar miseria alguna. Sólo contribuye á fomentar
la vagancia. Téngase en cuenta que muchos de esos pobres madrileños
bigardos de todos conocidos, suelen ser santeros de ladrones y rateros,
cómplices de estafas y de mil trapisondas. No poco contribuyen
también al fomento de la vagancia y de la pillería nuestros señoritos
chirigoteros que dan en proteger á cualquier golfo desvergonzado y
le ríen las bufonadas y le celebran las desvergüenzas. Esa simpatía
estaría mejor empleada en el trabajador; pero acaso les es más fácil
ponerse en el caso del golfo y de ahí la simpatía.
Triste es, también, rechazar con dureza al niño que nos tiende la mano;
pero debemos pensar que, si explotado por sus padres ó abandonado á sí
mismo, halla mayor facilidad en el pordioseo que en el trabajo ó en la
escuela, será ya imposible que desista de tan fácil vida.
Dejémonos, pues, de sensiblerías; dejemos también la desconfianza.
Ayudemos entre todos á la Asociación de Caridad; que no hay motivos
para que en Madrid sea imposible lo que ha podido ser en otras
capitales de menos dinero, y tal vez de menos caridad. Un poco más de
cabeza y menos corazón. Cuando habiendo contribuído todos con la mejor
voluntad veamos que nada se ha remediado, tiempo será de considerar
fracasadas las gestiones de la Asociación y de las autoridades, y
podremos volver á repartir perritos chicos á tontas y locas, es decir,
á vagos y á pillos. No hay idea de lo bien que se duerme, cuando con
veinticinco ó treinta céntimos, cree uno haber resuelto el problema
social y haber ganado un buen asiento de paraíso.
* * * * *
El aristocrático público que asiste á las representaciones de Tina de
Lorenzo, en el teatro de la Comedia, no suele acudir hasta hora muy
avanzada de la noche. En este tiempo se prolonga el paseo, se come
tarde... Si alguna vez veis llegar presurosos, á las nueve en punto,
coches y automóviles, y al levantarse el telón, veis el teatro lleno,
podéis asegurar á qué género pertenece la comedia representada: es una
obra verde. Ahora sí, es preciso que la verdura sea alegre; que dé que
reir y no dé en qué pensar. Entre «La Sfumatura» y «La Donna Nuda», no
hay comparación posible.
En los turnos blancos triunfan Feuillet y Ohnet, más blancos que la
nieve. ¡Señor! ¡Y á mí que no hay nada que me parezca tan inmoral como
la tontería!
Por fortuna, las preciosas niñas abonadas tienen cara de estar pensando
en otra cosa. Y las mamás también, rejuvenecidas por los recuerdos del
«Romanzo d'un giovane povero»... ¡Recuerdos y esperanzas de vida! La
moral llama al orden desde el proscenio, con severa campanilla. Por la
sala, la vida agita sus cascabeles que suenan á risas.
[Ilustración]


XIV

Á las naturales bromas, inspiradas por la natural desconfianza en la
aplicación de tanta y tanta pragmática como diluvia sobre madrileñas
cabezas--porque en provincias, ríanse ustedes de cierres á hora fija,
descansos dominicales, etc., etc.,--responden los ministerialísimos,
con atribuirlas á «críticos de café». Y en esa frase ponen todo el
desprecio que les inspiran los cuatro madrileños gatos que, á falta de
una tertulia ministerial, donde tomarlo de gorra, van á tomar un café
al café, con gotas de censura á la infalible política que nos gobierna.
Estos críticos de café, gentecilla de poco más ó menos, con echarlo
todo á crítica y á broma, son los que impiden el buen éxito de tanta
sabia y moralizadora ordenanza. Se trata de prohibir la mendicidad
callejera; el crítico de café, ¡habrá escéptico! como va de su casa
al café por sus pasos contados y no en coche como las autoridades,
y en cada esquina le acosan veinte pobres, y si lleva prisa, ha
de echarse por medio de la calle, á riesgo de ser atropellado por
los automóviles--obedientes también á lo ordenado para regular su
marcha,--porque las aceras son círculo de recreo á los de la venerable
y castiza orden del Plantón; á poco práctico que sea en los golfos
de este mar, como dijo Tirso de Molina, verá cómo campan hampones,
recién salidos de presidio, vagos de profesión, agentes de toda clase
de negocios, toreros sin contrata, vendedores del «ful», libreros á la
menta... ¿Cómo no ha de tomar á broma las ordenanzas?
Se prohibe la blasfemia, y hasta en los salones de conferencias del
Senado y Congreso, no hay divinidad que se respete, ni la de D.
Antonio Maura, y los que tenemos creencias, no sabemos ya á qué santo
encomendarnos, de quien no se haya dicho algo.
Se prohibe molestar á las mujeres con piropos y se las deja á ellas en
libertad de molestarnos, como si nosotros no tuviéramos también nuestro
pudor y cada uno no supiera cuando le aprieta el zapato, y dónde ir á
calzarse lo que mejor le convenga.
Y cuando todo esto vemos á cada hora, ¿no ha de sernos permitida la
más ligera crítica de café, sin vernos tratar de vulgacho? Todos no
podemos ir á murmurar en las mismísimas antecámaras de los ministerios,
ni en dorados salones, ni en despachos de directores de periódicos
ministeriales. ¡Oh! No hay duda de que allí la murmuración es más
sabrosa que en el vulgar café. Como que allí se cobra y aquí se paga.
Pero en la política sucede como en el teatro; el público que paga es el
que menos aplaude ni silba; en cambio los de la gorra, sin perjuicio de
aparentar que aplauden en público, son los que desacreditan la obra y á
los actores en los corrillos del vestíbulo.
No, señores ministeriales, la opinión, la prensa, el país, en general,
nunca han estado mejor dispuestos; nunca han querido «creer», tanto
como ahora, en que sería posible mejorar en algo, nunca han esperado
tanto... ¡Y aun lo envuelven ustedes todo en el despectivo nombre de
críticos de café! ¡Como están ustedes tan mal acostumbrados! No han
tenido ustedes otra verdadera oposición que la de esos críticos. Porque
la otra no ha sido de café, precisamente: ha sido... lo que suele
acompañarle á más del azúcar.
* * * * *
Nada más fácil que un poco de sociología á propósito del dispendio que
supone la nueva banda municipal. Pero yo, que en la aldea, en donde
paso largas temporadas, cuando llega algún pobre chicuelo á mi puerta y
allí se para á admirar las rosas del jardín, únicas flores en tan pobre
tierra, suelo unir á un pedazo de pan una rosa, no sin que alguien me
advierta que con el pan bastaba, aunque yo veo cómo muchas veces, la
boca hambrienta del chicuelo, antes que morder el pan, sonríe á la
rosa... ¿Cómo no he de estimar en lo que vale, aunque mucho cueste,
esta flor de arte prendida en nuestra pobreza, para alegrarla? Bien
está el pan, pero no están mal las rosas.
Y bien está la banda municipal, y por esta vez sólo plácemes merece
nuestro Concejo. No frunza el ceño el «leader» del socialismo que, al
fin, el socialismo, por lo que tiene de armonía social, tiene mucho de
ideal artístico y mucho debe al arte, aunque nuestros socialistas le
traten con despego.
Magnífico instrumental, excelentes músicos, dirección entusiasta. El
maestro Villa nada tiene que envidiar á los directores alemanes en
precisión y en claridad, con algo que no estorba nunca, el calor y la
sangre de la tierra. Como aquí trabaja uno por cada veinte que no hacen
nada, ese uno trabaja por los veinte: gracias á eso vamos tirando. El
maestro Villa es de los que trabajan.
La banda madrileña, que desde hoy será orgullo de este pueblo, el del
gracioso andar de sus mujeres, aprendido al són de músicas callejeras,
tuvo un digno comienzo; saludar con la marcha de infantes á la
madrileñísima infanta Doña Isabel. Después... ¿hubo alguien que pensara
en lo que puede costar la banda? ¡Poder soberano del arte! Al salir del
concierto, nos parecía que los faroles de la villa alumbraban con mayor
claridad y que las calles estaban mas limpias y mejor cuidadas.
* * * * *
Moritz I es un chimpancé de los que alegran la vida á un «darwinista».
¡Que ocasión para un sabio aspirante á Menelao científico! como el
gracioso doctor de «Las tardes del Sanatorio».
Pero no hay que olvidar á los de casa por los de fuera. ¿Ustedes no
conocen á la Nena, chimpancé hembra, residente en nuestra Casa de
fieras del Retiro? Nada tiene que envidiar á Moritz I, ni á Cónsul I y
II, ni á la mismísima Eva mona, de la que, acaso, todos descendemos.
Nena es una verdadera monada; posee todas las virtudes femeninas y una
más, la de vestirse con muy poco y no llevar sombrero. Tiene adoración
por el encargado de cuidarla, es cariñosa con los niños, rara condición
en monos y en institutrices; sus gracias son muchas y no profesionales,
ni enseñadas, sino de lo más espontáneo é instintivo. No debe
avergonzarnos nuestro origen. Yo no creo á Nena capaz de ir á sonsacar
á ningún mono Adán con la manzana. Nena se la hubiera comido ella sola.
[Ilustración]


XV

Verdaderas fiestas de arte son las que prepara la ciudad de Munich,
para lograr honra y provecho que á despecho de nuestro pesimista
proverbio, bien caben en un saco. El programa no puede ser mas
atractivo. De Julio á Agosto, en el teatro Real de la Residencia,
festival de Mozart, en dos series de representaciones. «Las bodas de
Fígaro», «Don Juan», «El rapto en el serrallo», «Así hacen todas»;
obras maestras de gracia, de sentimiento, de cortesanía, propias para
ser cantadas en salones de príncipes artistas. De Agosto á Septiembre,
en el teatro del Príncipe Regente, ciclos wagnerianos: «Los maestros
cantores», «Tristán é Iseo», «Tanhauser» y la trilogía con su prólogo
«El oro del Rhin». Estas representaciones, al decir de cuantos han
podido comparar unas y otras, exceden á las de Bayreuth por el mérito
de los cantantes y lo perfecto de la presentación en escena. Por si no
fuera bastante, de Junio á Septiembre actuará la compañía del teatro
de los Artistas, la más renombrada de Alemania, bajo la dirección
del profesor Max Rheinhardt. En el repertorio figuran: «Hamlet»,
«Sueño en noche estival», «El mercader de Venecia», de Shakespeare;
«Fausto», de Goethe; «Los bandidos», de Schiller; «Lisistrata», de
Aristófanes. Obras que estamos hartos de ver por aquí, á petición de
los distinguidos abonados á turno de moda.
Con estas bagatelas basta para que á la ciudad de Munich llegue
gente de todas partes á dejar muy gustosa su dinero. El arte bien
administrado puede ser industria muy provechosa. No lo olviden nuestras
inevitables comisiones cuando vuelvan á pensar, con mejor fortuna,
en organizar festejos. El Teatro Nacional, bien organizado, pudiera
ser excelente base para estas fiestas de arte. El Teatro español,
antiguo y moderno, interesa más de lo que nosotros creemos á muchos
extranjeros. No hay que juzgar por lo que signifiquemos en Francia. Es
vulgar creencia española que, por nuestra amable vecina, nos llega á
los españoles toda claridad intelectual. Yo creo que en muchos casos, ó
la intercepta ó la refleja del color de sus cristales; que no son los
más claros. Los franceses ó no se interesan por lo extranjero, ó, si se
interesan por algo, han de decir que es suyo. Ahora mismo, admirados
ante los bailarines rusos, aseguran que si son admirables es porque han
recogido la tradición del baile francés, casi perdida en Francia. En
los saltos prodigiosos del bailarín Nijinsky aplauden, más que nada, lo
que tienen de salto hacia atrás, hacia el gran arte del baile francés.
De los franceses procede todo; ellos solos son principio y fin de todas
las cosas.
* * * * *
La Exposición de la Infancia no ha pasado de ser una plausible
buena intención; un modesto ensayo, que no debe desanimar á sus
organizadores, para acometer de nuevo la empresa. Tal como esta es muy
poco, en algo de tan sagrado interés como la infancia. Una escuela
modelo que, en efecto lo es, si recordamos muchas que hemos visto.
Libros para niños, con vistosas, no muy artísticas cubiertas... ¡Ah,
los libros ingleses para niños, primores de arte!
En la Exposición se muestran cerrados; y si hemos de juzgar por algunos
que en alguna ocasión hojeamos, bien están así; es como pueden ser más
provechosos.
Aun así, la Exposición debe ser visitada por todos. Lo deficiente
es el mejor acicate al deseo de mejorar. Si hubiéramos llegado á la
perfección, tal vez nos dormiríamos; y ahora que á muchos sabios les
ha dado por predicar las ventajas de la ignorancia, no es hora de que
duerman cuantos creen, como dijo Jesús, que sólo no es perdonable un
pecado; el pecado contra el Espíritu. En España llevamos mucho tiempo
de pecar contra él; porque el mayor pecado es la ignorancia.
* * * * *
Llueven censuras sobre Felipe Trigo á cada nueva novela que publica.
Graves moralistas lanzan contra él los más terribles anatemas. Dicen
sus detractores que abusa de la cuerda sensible amatoria. ¿No hay
asunto más interesante para el señor Trigo que este de la sexualidad? Y
¿creen ustedes en efecto, que hay otro mas importante? De ahí nacimos
todos y esa es toda la vida. No sirve hacerse los desentendidos. Si
hombres y mujeres civilizados pretenden hacer asunto de misterio de
ese asunto, es porque saben bien que en él está el verdadero secreto
de nuestra vida y hay pocas vidas que puedan mostrar sus secretos.
Dime cómo amas, te diré quién eres. Obras de arte, empresas guerreras
y políticas, heroísmos de la santidad, monstruosidades del crimen...
Todo lo que admira ó espanta en la historia de la humanidad... ¿En
dónde está nuestro secreto? «Behind the veil»; detrás del velo, como
dijo Tennyson, en otro sentido, pero más exacto en éste. Detrás del
velo pudoroso con que todos procuramos ocultar el misterio de nuestros
amores... Todos, y más que nadie, los fanfarrones del amor... ¡Ah! De
esos, ya se sabe: dime de lo que presumes y te diré lo que no tienes.
De Don Juan Tenorio se sabe lo que él pregonaba, la lista de sus
conquistas; pero también se sabe que no tuvo hijos. Hay para dar en qué
pensar. En cambio, ¡hay tantos que no presumen y podrían llevar una
lista más numerosa y más completa que la de Don Juan Tenorio!
Y en las mujeres... ¡Pobre Don Juan, qué sabía él de las muchas mujeres
que le harían cara sólo por el gusto de añadir uno más á su lista!
Los más impenetrables secretos de la historia serían de una diafanidad
asombrosa si los historiadores hubieran sabido darnos tan cabal cuenta
del acto de amor, en sus personajes, como Felipe Trigo sabe dárnosla de
los suyos en sus novelas.
Por ejemplo; del proceso y prisión del príncipe D. Carlos, tan
diversamente comentado por historiadores y poetas, yo creo... Pero
seamos pudorosos. Si yo dijera lo que creo, se escandalizarían ustedes
como de una novela de Felipe Trigo.
[Ilustración]


XVI

Nuestro previsor y paternal gobierno, en vista de que el verano se
presenta aburrido, y acaso la banda municipal, no por falta de méritos,
sino por falta de lugares acomodados en que lucirlos, no baste á la
amenidad de nuestra vida, ha resuelto sustituir el acreditado crimen
misterioso de todos los veranos con algo tan interesante por lo menos:
la guerra misteriosa. Ella será el acertijo, la inquietud y el interés
de todos: ¿Iremos á Marruecos? ¿Vamos? ¿No vamos? ¿Tenemos que hacer
allí? ¿No tenemos que hacer allí nada?
Nuestros mejores talentos geográficos, diplomáticos, sociológicos,
financieros, los que conocen el imperio vecino como su propia casa
y los que pasaron cuatro días en Tánger en aventuras exóticas á lo
Loti, hartándose de judías, que ellos toman por moras, y figurándose
correr mil peligros en la conquista de alguna noble favorita de moro
rico, que luego resulta ser una bella Fátima de Marsella y su dueño
y celoso señor un apache con turbante y babuchas; todos ellos pueden
hacer gala en artículos periodísticos y conversaciones de playa ó
Casino de sus profundos conocimientos, y volveremos á oir aquello de:
«El país no quiere aventuras», ó «No debemos renunciar al importante
papel que, por nuestra historia y nuestro porvenir, estamos llamados
á representar en Marruecos». Y habrá planos trazados en las arenosas
playas ó en los tableros de mármol de los cafés, y habrá estadísticas
comerciales abrumadoras. Nuestro comercio de exportación, nuestra
industria... Y unos gritarán: «¡Guerra, guerra!», y otros clamarán que
la guerra sería el fin de España, ese fin anunciado tantas veces y que,
por fortuna, no llegará nunca; porque España es tan dura de pelar como
el imperio de Marruecos, amenazado siempre también de aniquilamiento
y ruina. ¡Nadie puede calcular la fuerza de los débiles! Ni nadie en
mejores condiciones que ellos para atreverse á todo. Si algo debe
hacernos dudar en acometer la aventura, es esa consideración: Por poco
que tengamos que perder nosotros, aún tienen menos que perder ellos,
y esa ventaja es inapreciable para toda clase de luchas. Las guerras
y los negocios, sin dinero; es el único modo de no perder nunca. Yo
creo que si algo nos estorba en España para volver á recobrar nuestro
prestigio en el mundo, no es nuestra pobreza, sino los cuatro cuartos
que tenemos. El día que nos decidamos á tirarlos por la ventana,
empezaremos á ser alguien.
* * * * *
El señor ministro de la Gobernación piensa en enérgicas medidas para
evitar que en lo sucesivo registre la crónica tauromáquica jornadas tan
desastrosas como la última de las cinco cogidas. ¡Cinco en un solo día!
Es demasiado. ¡Y en distintas plazas! Para que no puedan disfrutar de
todas ellas los mismos espectadores... Es lamentable.
¿Medidas enérgicas?
La profusión de accidentes no es el mejor motivo para tomar medidas
enérgicas contra la fiesta taurina. ¿Qué más enérgica medida que la de
los mismos toros? Á pocos domingos como el de marras, no quedaba un
torero, y asunto resuelto.
¿Vendrá la supresión en absoluto? Hombre es D. Juan capaz de
atreverse, no digo con la torería, hasta con el clero, si esto no fuera
contra la doctrina conservadora. ¡Ah, si D. Juan fuera liberal como es
conservador, la ley de Asociaciones no hubiera quedado en proyecto!
¿Tendremos corridas á la portuguesa? ¿Se exigirá á cuantos toreros
pisen plazas un certificado de suficiencia; bachillerato para torear
novillos, licenciatura para toros y doctorado para miuras?
¿Por dónde vendrá la muerte? Mal haría el señor ministro en querer
precipitarla, exponiéndose por el contrario á levantar al toro,
como cachetero desmañado. Deje, deje á toreros, ganaderos, toros y
público, que ellos solos se bastan para concluir con la fiesta, por
aburrimiento, que es la más segura muerte.
Entre esos toreros, en vano aupados por los amigos; esos toreros de una
estocada, que bien pudiera llamarse la estocada del hambre, cada cinco
años; las exigencias de los eminentes, la falta de tradición en los
aprendices toreros y en el público aficionado que ya, por no haberlo
visto en muchos años, no sabe distinguir un volapié de una carrerilla
de esas con que ahora se caza, no se mata, á los toros... Además, las
clases obreras están más alejadas cada día del espectáculo, sostenido
por la clase media desocupada y la aristocracia aburrida, y... síntoma
significativo: á los niños de ahora no les gustan los toros. He podido
comprobarlo en repetidas observaciones.
Unos cuantos años más y habrá que sostener las corridas de toros con
subvenciones del Estado, como una curiosidad arqueológica que puede
interesar á los extranjeros.
[Ilustración]


XVII

Y ¡aun hay vanidosos! Esto pensaba yo el otro día, ante el mausoleo de
Chueca, inaugurado con... ¿solemnidad? ¡Oh, sí! Demasiada solemnidad.
Amables oradores, lisonjeros poetas nos hablaron del pueblo allí
presente para honrar á su músico... ¿El pueblo? Yo no le ví por ninguna
parte. Allí no estábamos mas que los precisos operarios, el grupo de
siempre, los de obligación. Y no todos. Las bellas artistas de nuestros
teatros alegaron en disculpa de su ausencia, la hora inconveniente;
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