De Sobremesa; crónicas, Segunda Parte (de 5) - 08

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preocuparse por fruslerías; aunque ¿quién sabe en el mundo cuáles serán
las verdaderas fruslerías? Todo consiste en contemplar el hormiguero de
la tierra ó el hormiguero de los astros, como lo contemplaba Orozco, el
magno personaje de Galdós, limpiando en la contemplación su espíritu de
mezquinas pasiones terrenas.
Nada se dice del Teatro Nacional, nada tampoco de la concesión
del Español. El primero, ya sabemos que lucha con dificultades de
instalación. Pero el segundo... ¿Á qué se espera? ¿Se adjudicará,
como siempre á última hora, sin tiempo de preparar compañía ni obras?
No valía la pena entonces de mostrarse tan intransigentes con otros
concesionarios, ni de negarse á ceder el teatro al Estado.
Una temporada digna del que hemos convenido en llamar nuestro primer
teatro, no se improvisa en cuatro días. Se asegura que son varios
los solicitantes; que la santa recomendación hace de las suyas. Entre
los nombres que suenan--y este no necesita recomendación,--figura el
de Carmen Cobeña. De otros se habla también con grandes méritos y
prestigio... para el teatro francés. El Ayuntamiento tiene la palabra.
No creemos que por ser de Madrid, pretenda hacer en su teatro un Dos de
Mayo á la inversa.
* * * * *
Continúan en Munich las representaciones del teatro Artístico;
muy interesantes para todos los que de arte teatral se preocupan.
Su sistema de _mise en scene_, que pudiera llamarse sintética ó
simplificada, es muy digno de estudio y debiera aplicarse siempre que
de obras de imaginación y de poesía se trata. Las obras de Shakespeare
pueden así representarse con todos sus cuadros y mutaciones, sin el
cansancio que producen los repetidos intermedios prolongados. Contra el
sistema de acumular detalles, de mayor vistosidad que buen gusto, casi
siempre, la decoración, en el teatro Artístico, es sólo un fondo de
cuadro, lo preciso para animar á las figuras con su propio ambiente,
sin avanzar ni sobreponerse á ellas. La armonía de luces y color es
perfecta. En _El Mercader de Venecia_, un fondo de cortinas verdosas,
una mesa con las tres cajas del enigma; la figura de Porcia, vestida de
un brocado de rosa y oro; la de su dama, vestida de verde, en tono más
claro que el fondo; la figura del príncipe de Marruecos, envuelta en un
blanco albornoz; la del príncipe de Aragón, como figura de una talla
del siglo XV, forman un cuadro acabado, con los más sencillos medios
de ejecución. En el último cuadro, un muro agrisado, la sombra de unos
pinos, bastan á proclamar toda la poética emoción de aquellas últimas
escenas en el jardín de Porcia, saturadas de poesía.
No en todas las obras representadas se ofrece el mismo artístico
conjunto. En algunas, la _mise en scene_ es del antiguo régimen, y en
alguna del malo. Pero en _El Mercader de Venecia_, en _Lysistrata_,
en _Hamlet_, tienen mucho que aprender los directores de escena y los
escenógrafos.
Sabido es que en Alemania fracasó el célebre actor inglés Mr. Tree,
que presenta las obras de Shakespeare con una suntuosidad más propia
de comedias de magia ó revistas de espectáculos. Los alemanes,
acostumbrados á su teatro Artístico, opinaron que en el Shakespeare de
mister Tree, como en el conocido cuento, los árboles no dejaban ver el
bosque. ¡Y cuando el bosque es Shakespeare!
[Ilustración]


XXVII

El Señor nos libre de jueces negligentes ó corruptibles; pero no deje
de librarnos también de los íntegros y celosos, que apenas tropiezan
con persona de algún viso social en el enredijo de sus actuaciones, por
dejar bien sentada la inflexibilidad de su justicia, al menor indicio
no dudarán en presumir la culpa; como si quisieran decirnos: Aquí, que
no me dirán que peco.
Bien está que la recta espada y la fiel balanza no distingan de clases
ni de personas; pero no por igualar desigualemos tanto que la camisa
limpia venga á ser un indicio de culpabilidad, y el ser grande de
España y caballero de alguna orden, antecedentes penales. Peligrosas
prendas son en estos tiempos la levita de los caballeros y el sombrero
de las señoras; pero aun no deben considerarse como agravantes. Se
puede vestir bien y ser persona decente.
* * * * *
Aunque otras ventajas no tuvieran las guerras--deben de tener otras
muchas,--la más indudable es la de contribuir á la difusión de la
cultura. Así, en España, gracias á las algaradas rifeñas, es seguro que
cada diez ó doce años venimos á enterarnos de una porción de cosas que,
apenas pasada la excitación guerrera, nos apresuramos á olvidar, para
tener el gusto de volver á recordarlas á la primera ocasión.
Difícil es, sin embargo, poner de acuerdo las diferentes versiones.
Á estas horas hay quien nos ha mostrado el Rif como una tierra de
promisión; y sólo le ha faltado enviarnos de muestra un buen racimo
de uvas, como aquel de que nos habla la Biblia. Otros, en cambio, nos
dicen que aquello es de una aridez que espanta; arenales ó riscos. Ello
dependerá de la parte que cada uno mire, y lo más probable es que allí
haya un poco de todo. Más cerca está nuestra Castilla y hay quien la
supone una llanura sin fin, seca y desolada; mientras otros nos hablan
de sus sierras pintorescas, de sus arboledas frondosas...
Sin ir más lejos; se habló de la utilidad que en la campaña podrían
prestar los camellos--produciendo la natural alarma en algunos
organismos oficiales docentes.--En seguida hubo quien puso el grito
en el desierto. ¿Camellos? Los camellos no sirven allí para nada. Y
nos dieron un curso de zoología y otro de topografía, y á todo esto
sin saber á qué joroba quedarnos. ¿Sirve el camello? ¿No sirve el
camello? ¿El camello es lo mismo que el dromedario? ¿El camello tiene
una sola joroba ó puede tener dos jorobas, como se puede ser miembro de
dos Academias ó presidente de varias corporaciones, como D. Alejandro
Pidal: pongo por compatibilidades?
No hay duda; las guerras ilustran. La letra con sangre entra. No
hay idea de lo que vamos aprendiendo ahora, y que nunca hubiéramos
llegado á saber en tiempo de paz. La paz enmohece los espíritus. Sin
las guerras napoleónicas, el espíritu de la Revolución francesa no
se hubiera difundido tan rápidamente por Europa. Hay quien dice que
nada se hubiera perdido y hasta que podía perdonarse el bollo por el
coscorrón, como si todo progreso de la humanidad no hubiera costado
muchos coscorrones.
Hay quien contradice: ¿Y las conquistas de la Ciencia y del Arte y de
la Industria, no son pacíficas? Tampoco. Pacíficas para los pueblos;
pero los hombres de ciencia, los artistas, los industriales, los
trabajadores, ¿no han regado con su sangre--del cuerpo y del alma,--el
campo fecundo de sus descubrimientos, de sus creaciones, de sus
inventos? No hay trabajo sin pena, y hasta la contemplación es dolor.
¡Guerra, guerra siempre y en todo! El reino de los cielos ha de ganarse
con violencia, nos dice el Evangelio. Sin duda, con violencia sobre
nuestras pasiones, sobre nuestros instintos. ¿Qué mayor combate? El que
quiera lograr algo en la vida, hay día que pueda encontrarse sin alguna
baja en su corazón y en su entendimiento: El amor de ayer, la verdad de
ayer, la ilusión, que parecía de toda la vida...
¡Cuántos muertos enterraremos al cabo del tiempo en nosotros! Así,
cuando alguien nos dice: Usted, que ya ha triunfado; nos da ganas de
decirle: Triunfar, ¿dice usted?... Y yo creí que venía derrotado. Y es
que si nos paramos á contar nuestros muertos, cualquier triunfo parece
una derrota.
* * * * *
Ecos del veraneo. En la terraza de un casino.
Se habla de una señora casada, que se permite los más variados y
escandalosos coqueteos con unos y con otros.
--Está dando mucho que hablar--dice una amiga.
--Pues hace muy mal--dice otra.--Porque ella no tiene posición.
[Ilustración]


XXVIII

Peligroso sistema es el de algunos predicadores y moralistas, que
para llevarnos después con mayor fuerza al aborrecimiento de vicios
y pecados, van puntualizándolos y describiéndolos primeramente, con
tal viveza de colorido, que tal vez cuando llega la ducha fría de la
moraleja, anda ya el mismo demonio desatado por nuestra imaginación,
impresionada por la primera parte del discurso, más pintoresca y amena
que la segunda. Sabido es que de cien lectores de la _Divina Comedia_,
noventa y nueve no pasan más adelante del Infierno, y si algunos pasan
del Purgatorio, pocos son los que llegan al Paraíso.
Los episodios dramáticos y pasionales del Infierno, con la sabrosa
comidilla de saber allí á muchos ilustres personajes, interesan
nuestra atención con mayor fuerza que las disquisiciones teológicas y
descripción de celestiales bienaventuranzas de la segunda y la tercera
parte.
Cuando se quiere moralizar con fruto, bueno es ir á lo moral por lo más
derecho, sin entretenerse en pinturas de inmoralidades, porque, aparte
de que las comparaciones son odiosas, es el espíritu humano de tan
depravada condición, desde la caída del primer hombre, que ¿quién nos
asegura de que metidos en comparaciones no salga perdiendo la moralidad
y todo el sermón venga á ser perdido? Sin contar con que nunca faltan
descreidotes y socarrones, muy al tanto de los efectos oratorios, que
acudan á divertirse con la primera parte, la de las vivas pinturas, y
cuando toquen á moralizar salgan más que á paso y más empecatados que
vinieron.
Por todo esto, y algo más, tengo por peligrosa la publicación de
proclamas disolventes en que se abomina de todo el orden social. Este
admirable orden social en que tan á gusto vive una pequeña parte de
la sociedad que, por fortuna, es la que tiene el dinero. Claro es
que á ésta le pondrá carne de gallina la lectura de esas abominables
proclamas, y comprenderá la buena intención al publicarlas en poner
de manifiesto lo que tanto energúmeno piensa y maquina para acabar
con el mundo, si les dejaran. Pero ¿y á la otra mayor parte, no tan
bien hallada en este rico mundo? Á tanto cerebro debilitado por la
escasa alimentación, ¿qué efecto puede producirles? Son lecturas esas
demasiado fuertes para estómagos desfallecidos.
Y ¡si después de las terribles proclamas, el moralista nos brindara con
palabras de paz y de dulzura!, pero no; á la proclama del desorden,
responde la del orden; no sabemos cuál más temible; energúmenos por
abajo y energúmenos por arriba... ¡Sí que es para pacificar los
espíritus!... Á los de casa no nos llega la camisa al cuerpo. ¡Qué
extraño es que los de fuera quieran meterse en camisa de once varas!
Y á todo esto sin saber si Anatole France vale ó no vale. En la duda,
bueno es volver á leer _La Isla de los Pingüinos_, mas que traducida al
español, adaptada á la vida española. ¡Porque vaya si estamos pingüinos
unos y otros! Y el que quiera salirse del corro, que levante el vuelo.
* * * * *
Tan metidos estamos en pelea, que hasta de asunto en apariencia tan
pacífico como la adjudicación de un teatro--verdad es que se trata del
teatro Español, y el nombre obliga,--damos batallas y nos dividimos en
bandos.
Se habla de intereses materiales y de intereses artísticos. ¡Otro afán
español, este de separar lo material y lo espiritual, como si fuera
posible plena vida sin el sano consorcio de espíritu y materia!
La palabra negociante está muy desacreditada, y conviene rehabilitarla.
De lo que hay que huir es de un mal negociante, pero del que sepa
serlo, nunca. El buen negociante sabe lo que son cantidades morales y
sabe sumarlas. El mal negociante cree que el arte no da dinero; el buen
negociante sabe que el arte puede dar dinero, si es verdadero arte. No
es bueno todo lo que da dinero por esos teatros; pero obsérvese que
siempre es lo menos malo.
Yo aconsejaría á Federico Oliver, ya que por garantías artísticas
ha conseguido la concesión del teatro, que se sintiera ahora lo más
negociante posible, y en este caso, atento al negocio sobre todo,
contratara una buena compañía; admitiera muy buenas obras y las
presentara con la mayor propiedad. En esto consiste el buen éxito de
los negocios teatrales, y del conjunto de todo esto--¡qué rareza!,
¿verdad?--cuando se ha hecho un buen negocio, suele resultar que
también se ha hecho arte.
¡Ah! Evítense las falsificaciones. Las más corrientes en las obras
teatrales suelen ser: de lo literario con lo soso, de lo profundo
con lo aburrido, de lo nuevo con lo extravagante, de lo poético con
lo cursi, de lo atrevido con lo grosero. Todas estas falsificaciones
se encierran en una: Tener el teatro vacío y decir que fué porque
se hizo arte y el público no supo apreciarlo. El verdadero arte del
teatro es... hacer negocio, y el verdadero negocio es... hacer arte.
Shakespeare y Molière ganaron mucho dinero como empresarios. No sé si
podrá decir lo mismo el señor Reinot.
[Ilustración]


XXIX

Si alguna vez--no lo permita Clio,--me viera precisado á escribir ó
á explicar un curso de Historia de España en los tiempos modernos,
por cuanto á su historia política se refiere, les aseguro á ustedes
que saldría pronto del paso. ¿Gobiernos? ¿Cambios de política?
¿Conservadores, liberales? Es lo mismo. En España, en los modernos
tiempos, no hemos tenido mas que un solo gobernante: el miedo.
Véase la clase: período de la Restauración; miedo á los republicanos.
Todos los esfuerzos, toda la energía y todas las habilidades del
que por entonces fué el amo de España, no tuvieron más alto fin que
desbaratar y quebrantar á los republicanos. Acaso hubiera sido mejor
política educar al país y fortalecer su voluntad por si llegaba el
caso en que tuviera que gobernarse por sí mismo... Pero no, aquel
gran pedagogo á la antigua española era de los que consideraban á
los pueblos como eternos niños ó incapacitados... Adelante. Período
de la Regencia: miedo á los carlistas, concesiones y mimos á Roma y
contemplación de toda clase de gaitas eclesiásticas... Después, hasta
nuestros días, un poco de miedo á los obreros; coqueteos socialistas,
leyes y disposiciones mal meditadas, como procedentes del miedo más que
de un espíritu de justicia... Después, miedo al catalanismo. Ídem, ídem
de lienzo, con el feliz éxito que todos hemos podido apreciar... Ahora,
miedo á... Miedo al valor, que es un colmo; miedo siempre y á todo. Y
¿es posible que una nación gobernada por el miedo pueda prosperar ni
engrandecerse?
Muchas vueltas da en estos días el espíritu nacional en torno al
Gurugú; esos riscos que han llegado á ser como símbolo de la barbarie
atrincherada entre piedras y sombras... Más debiera de preocuparnos los
muchos _gurugús_ que tenemos en nuestra casa.
Hay en España una juventud que, ó se ha educado por sí misma, ó ha
sabido elegir mejor conductores que los designados por la sabiduría
oficial; hay en esa juventud políticos no malogrados todavía por el
contacto con _los viejos_, aunque por mal entendidos respetos parezcan
dejarse dirigir por ellos... ¡Déjense de respetos que nadie ha de
agradecerles! ¡Juventud española, adelante, arriba á la conquista del
Gurugú nacional! El Miedo ha gobernado bastante.
* * * * *
En estos días, principio de la temporada teatral, es cuando mas
compadezco á los ministros y grandes personajes. ¿Qué será de ellos
todo el año, si uno, pobre autorcillo de comedias, con esfera de
influencia tan reducida, se ve abrumado de solicitudes y demandas de
recomendaciones?
De todas ellas, ningunas tan embarazosas como las acompañadas de
manuscrito; con aquello de: Deseo conocer su sincera opinión... Y aquí
del problema. ¿Puede darse la sincera opinión? _Doit-on la dire?_ Como
preguntaba el autor cómico francés, en asunto no menos peliagudo que
este de opinar sinceramente sobre una comedia.
Aparte la desconfianza en el propio criterio y mucho más en el del
público. ¡Ve uno aplaudido tanto desatino! ¿Quien cae en el lazo de
opinar sinceramente, cuando la opinión es desfavorable, y por serlo,
inmediatamente ha de parecer equivocada, ó lo que es peor, tal vez
envidiosa?
Pedirle á uno opinión en materia tan delicada, que atañe al buen juicio
y entendimiento del demandante, es examinarle á uno de educación más
que de otra cosa.
Del: Usted, que es una autoridad; al: ¿Quién es él para juzgar mi
obra?, no hay más que un tramo de escalera. Y, sin embargo, hay
ocasiones en que quisiéramos bien ser sinceros y que nuestra sinceridad
no dejara lugar á dudas. El desengaño es triste, pero el engaño es
cruel. Si aun las verdaderas y legítimas musas suelen causar muchos
destrozos á su paso, ¿qué estragos no causará la _musa loca_?; esa musa
que tan bien nos presentaron los Quintero en los lances sainetescos y
trágicos de una bella comedia.
No saben los portadores del manuscrito de sus ilusiones, el verdadero
conflicto dramático que nos plantean al solicitar humildes una opinión
franca.
¡Cuántas veces á trueque de antipatías, con la dudosa esperanza de
que algún día fuera mejor apreciada mi lealtad, he preferido como
Segismundo: _Por ser piadoso contigo, ser cruel contigo ahora_!...
¡Pero advierto una tal expresión de tristeza ante el desengaño! ¡Hay
tan pocas verdades que compensen la pérdida de una sola ilusión! Y,
después de todo, ¿para qué anticiparnos unos años, unas horas, á la
verdad que ha de decidir, por fin, la vida, con su autoridad inapelable?
Y aun la vida no suele convencernos. También puede equivocarse. Y
nosotros, ya que podamos como ella equivocarnos, no seamos crueles como
ella. ¡Permitid, señora conciencia, que nunca falte una amable mentira
en nuestros labios, cuando alguien se llega á pedirnos una opinión
sincera!
[Ilustración]


XXX

Sultán estar amigo, francés estar amigo, todos amigos; pero entre las
grandes potencias y las pequeñas impotencias, entre notas diplomáticas,
manifestaciones callejeras delante de nuestras embajadas y artículos
periodísticos, nos están poniendo por esos mundos, cual dirían
conservadores, si estuvieran en el poder los liberales.
En vano es que de cuando en cuando, la contaduría de aquí procure
endulzarnos tanta amarga píldora, copiando algún artículo ó sueltecillo
de las contadurías de por ahí. Todos sabemos á qué atenernos, y el
público hace de ellos el mismo caso que de los desacreditados reclamos
teatrales cuando anuncian después de un fracaso en parecidos términos:
Cada día es más aplaudida la obra tal, estrenada con tan extraordinario
éxito. Aligeradas algunas escenas, suprimidos varios números de música,
más seguros los actores en sus papeles y corregidas las deficiencias en
decorado y vestuario, las representaciones se cuentan por llenos. En
vista de tan extraordinario éxito, la empresa ha acordado rebajar el
precio de las localidades.
Una cosa así, salvo la rebaja, vienen á ser esos sueltos, soltados
por algún amable periódico europeo, con los que se ufanan nuestros
gobernantes, como se ufana el que soltó una paloma mensajera, al verla
regresar con toda felicidad al palomar de procedencia.
Entre tanto, vuelan á su antojo aves de rapiña; aves de mal agüero y
toda clase de «canards».
Siempre fué prudente regla de conducta lavar en casa la ropa sucia;
ahora nos hemos vuelto rumbosos y la damos á lavar fuera, y como está
algo pasadita, van á dejarnos sin tener que ponernos, como no sea
un conservador atrás y un neo _alante_; traje poco á propósito para
presentarnos en la buena sociedad europea.
Los franceses, sobre todo, se exceden en demostrarnos su buena amistad.
Están seguros de que no hemos de enfadarnos. Tenemos allí, para
corresponderles con agradecimiento, á la flor de nuestra aristocracia y
de nuestra elegancia, veraneando en Biarritz y vistiéndose en Bayona.
En España no hay donde veranear á gusto. San Sebastián es demasiado
ciudad para vida de veraneo, y las pequeñas playas carecen de todo
«confort»... Es posible; pero, ¿faltan veraneantes porque faltan
comodidades, ó faltan comodidades porque faltan veraneantes? San
Sebastián y Biarritz no improvisaron hoteles, villas y casinos en
espera de gente; fué la gente, prefiriendo esos, que eran pueblos de
pescadores, y pasando por mil incomodidades en los primeros años, la
que fué dando vida y comodidad á esos pueblos. Como ellos hay muchos en
España, que pudieran rivalizar con las playas francesas y con la única
de moda en España. Claro está que es más cómodo encontrarse con todo
hecho y bien dispuesto que pasar fatigas y molestias de descubridores
y colonizadores. Pero, ¡señoras y señores míos! El patriotismo no debe
mostrarse sólo en caso de guerra, hay un patriotismo de la paz, tal vez
más difícil y menos brillante, que consiste en una porción de pequeños
sacrificios por parte de todos; pequeños sacrificios que hacen á las
naciones grandes.
Esos pequeños sacrificios, no tan penosos como labrar surcos, partir
piedras ó sepultarse en minas, consisten para las clases pudientes
y directoras en bien poco; en vestir algo más cursi unos cuantos
años con lo de casa, para enriquecer á la industria y al comercio
nacionales, y llegar á vestir con lujo y con gusto, sin necesidad de
acudir para ello á Bayona y otras grandes capitales extranjeras; en
conformarse con veranear modestamente en un modesto pueblecillo, para
que vaya prosperando, y al cabo de unos años nada tenga que envidiar
á esas encantadoras playas francesas; en aburrirse por algún tiempo
benévolamente, como saben aburrirse los grandes señores, con nuestros
novelistas, con nuestros autores dramáticos, con nuestros músicos, con
nuestro pobre, pero bien intencionado arte, para que, animados nuestros
modestos artistas con nuestra benevolencia, lleguen á sentirse grandes
y capaces de producir grandes obras.
Todo esto y algo más, por este orden, supone pequeñas molestias,
ocultos sacrificios que no hallarán eco en las crónicas de sociedad
ni harán figurar tanto nuestros nombres como las listas de las
suscripciones benéficas y patrióticas. ¡Es tan fácil ser generoso y
magnánimo y valiente, cuando todos nos miran! Lo difícil es serlo
humildes y callados, en el anónimo de una obra donde sólo se lea un
nombre: Patria.
* * * * *
Todos los días y en los sitios más céntricos, saluda uno ó procura _no_
saludar, aunque en Madrid á nada compromete el saludo, á conocidos
carteristas, estafadores, _chanteurs_, jugadores de ventaja, etc. etc.;
el que más y el que menos con una docena de causas pendientes y todos
ellos paseándose en la más dulce libertad y sin desatender los negocios
de su profesión, mediante fianza pecuniaria ó personal, prestada por
algún conocido tabernero.
Estas facilidades no rezan con el escritor procesado por delitos de
pluma, que no fué falsificadora. Á éste no se le excusan rigores ni
molestias. ¡Suprema voluptuosidad de unos Nerones de poquito!
No están los tiempos para hacer de tigres y se contentan con ser
chinches. Porque toda esa rigurosidad, cuando en la conciencia de
todos está que, por muy excepcionales que sean las circunstancias,
no puede ser delito un mes al año, lo que no debe serlo nunca, no
pasa de ser... chinchorrerías. Gusto de poder decir á cuatro amigos,
frotándose las manos de gusto: Para que vean cómo las gastamos. ¡Que se
fastidien!
Sí que saben ustedes fastidiar, pero ¡si ustedes vieran que no es por
eso!
[Ilustración]


XXXI

Impacientes por recibir una ovación, los autores de la obra
representada, con mejor éxito para la interpretación que para la obra,
han querido aprovechar un aplauso arrancado por los intérpretes, para
dar la obra por terminada; cuando en realidad, sólo estábamos en un
final de acto. Ya nos disponíamos todos á regocijarnos con el fin de
fiesta, cuando por orden superior ha vuelto á levantarse el telón con
gran descontento de algunos impacientes. Todo por no haber rehusado
modestamente los autores, aplausos prematuros, como es uso y costumbre,
con la consabida fórmula: Los autores suplican al público reserve su
juicio hasta la terminación de la obra. ¡Poco seguros deben de estar
de su éxito personal, cuando tales impaciencias revelan! Gracias á que
el público es bonachón de suyo y está ya resignado á todo, pero no
es bueno jugar con él á este tira y afloja, porque cuando menos se
espere, pudiera tirar las butacas al escenario.
Todos confiamos en que el éxito será brillante, aunque la obra no dé
grandes rendimientos. Pero aquí se trabaja por el arte. Cuando todo
esté apaciguado, nosotros sostendremos un ejército de ocupación,
los ingleses y los franceses explotarán las minas, y los alemanes
explotarán á todos, vendiéndoles sus géneros. Nuestros capitalistas
continuarán prestando al Estado y á los particulares en buenas
condiciones, los trabajadores continuarán emigrando y no hacia el Rif,
precisamente, porque serán tan torpes que no se habrán dado cuenta
todavía de que nuestro porvenir está en África, como dijo la buena
reina Isabel la Católica, que no sabemos por qué empeñaría sus joyas
para descubrir América.
Está visto que nuestra historia es una lamentable serie de
equivocaciones, y mientras apuntamos al pájaro que está en el aire,
dejamos escapar al que teníamos en la jaula.
* * * * *
Las _sufragitas_ de Londres son unas fieras y no reparan en gasto
ni sacrificio para salirse con la suya. Encarceladas las más
recalcitrantes, decidieron dejarse morir de hambre, para que su muerte
pesara siempre sobre la conciencia de los hombres, sus perseguidores,
políticos, se entiende, que de perseguirlas en otro orden de ideas, no
serían ellas las que se dejaran morir de hambre.
Ello es que los médicos y empleados de la cárcel, se vieron precisados
á violentarlas--en el mejor sentido de la palabra,--echándolas de comer
como quien ceba pollos. Y ahora ellas protestan como un solo hombre
contra ese atropello en tan mala forma. ¡Si el atropello hubiera sido
integral! Lo que dirán ellas: No sólo de pan vive el hombre, y la mujer
mucho menos. Pero el hombre es bárbaro y tiránico hasta cuando quiere
ser compasivo. Las atraca para no dejarlas morir de hambre material
y grosera, y no repara en otros ayunos más espirituales, que acaso,
remediados á tiempo, hubieran evitado la excitación política de esas
denodadas mujeres. Pero el hombre, bárbaro y tiránico para esos ayunos
espirituales, sólo tiene una despectiva frase: Á falta de pan buenas
son tortas. Y esto lo saben bien las _sufragitas_.
Y ¿por qué no conceder á las mujeres todos los derechos, civiles y
políticos? Aunque ellas con uno solo se contentarían y mejor si era de
los civiles.
* * * * *
Como los teatros serios aun no han inaugurado su temporada, y los
semiserios ofrecen tan pocas novedades, el público llena los salones
de _varietés_. Por poco dinero se siente uno sultán de un sin fin
de odaliscas dispuestas á divertirle con danzas y canciones. Cierto
que las hay del tiempo de Muley el Abbas, pero con las luces y el
colorete, y considerando la eternidad del tiempo, aún dan su golpe.
¡Ojalá!--pensarán algunos de los contemporáneos al contemplarlas--que
uno pudiera darlo lo mismo.
Los estudiantes, recién llegados para emprender sus tareas del curso,
acuden presurosos á iniciarse en los placeres de estos paraísos
artificiales, y desde luego empiezan á tomar apuntes.
Los tangos y los garrotines se suceden, y lo que es peor, se parecen.
La juventud relincha y patea, la formalidad se congestiona, los
acomodadores están pálidos y ojerosos. Las odaliscas se deshacen por
complacer al público, y lo mismo sonríen á un aplauso que á una
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